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Cassie cerró la puerta y tras encender la luz con el codo, se dejó caer de rodillas y puso la bolsa de deporte en el suelo. Acto seguido se sacudió la mochila hasta que ésta quedó delante de ella. Extrajo un par de guantes de látex del bolsillito delantero y se los enfundó cuidadosamente, asegurándose de que quedaban bien estirados en torno a cada uno de los dedos y de sus uñas recién cortadas.
Sacó rápidamente el estuche de goma que contenía sus herramientas y lo desató. Después de desenrollarlo en el suelo y asegurarse de que no faltaba nada, extrajo la Polaroid de la bolsa de deporte, se levantó e inició un reconocimiento de la suite.
Era un alojamiento VIP, de los que se ofrecían a los invitados al casino. La amplia sala de estar contaba con puertas dobles que conducían al dormitorio, situado a la derecha. Los muebles eran lujosos y Cassie sabía que en la mayoría de los hoteles los restauraban cada año con el fin de mantener su aspecto inmaculado y que los huéspedes se creyeran entre los contados elegidos que disfrutaban de los privilegios de una invitación.
Reparó en el fuerte olor a puro que impregnaba el aire; Hernández la estaba ayudando sin saberlo siquiera. Pasó al dormitorio, porque era allí donde debería realizar su trabajo. Al encender la luz, vio un gran dormitorio con una cama king size, un buró, un pequeño escritorio y un mueble para la televisión de suelo a techo.
Advirtió que la camarera ya había hecho la habitación. Las colchas estaban pulcramente plegadas en una de las esquinas y había un caramelo de menta junto a un formulario del servicio de habitaciones para dejar colgado en la manija de la puerta.
A la derecha, se hallaba un distribuidor con una puerta abierta al baño en uno de los lados y un juego de puertas de lamas en el otro. Cassie las abrió para revelar un armario ancho y profundo. Al hacerlo, una luz se encendió de manera automática. Cassie se agachó y vio la caja fuerte anclada al suelo, parcialmente tapada por una chaqueta de sport y varias camisas largas y sueltas que Hernández había colocado en los colgadores.
Antes de tocar nada de lo que había en el armario, Cassie retrocedió y fotografió las prendas con la Polaroid. Luego se acuclilló y tomó una segunda imagen de un par de zapatos y una pila de ropa sucia tirada en el suelo del armario.
Cassie desanduvo sus pasos hasta el dormitorio y puso las fotos sobre la cama para que terminaran de revelarse. Entonces empezó a fotografiar todo el dormitorio, cubriendo cada ángulo de la habitación con las ocho fotos que le quedaban en el carrete.
Después de asegurarse de haber documentado a conciencia todas las zonas de la suite que podía perturbar, volvió al armario, arrinconó la ropa y observó la caja fuerte. La información que le habían proporcionado a Leo era exacta. Se trataba de una Halsey con combinación de cinco dígitos, cuya pantalla de cristal líquido indicaba que estaba cerrada. A pesar de esto, probó a abrirla. Estaba cerrada.
Al regresar al dormitorio, la mirada de Cassie subió por las paredes hasta el techo, donde había un detector de humo, justo encima de la cabecera de la cama. Concluyó que un segundo detector no resultaría extraño en una habitación tan grande. Optó por instalar la cámara sobre la entrada al distribuidor que daba al armario y el cuarto de baño. Esta disposición le proporcionaría una vista completa del dormitorio y sólo supondría un corto tramo de cinta conductora en el ropero.
Tomada la decisión, continuó con el registro de la suite. Buscó en cajones y estantes armas o dispositivos de defensa que Hernández pudiera haber traído consigo y encontró una alarma en un anaquel situado sobre la nevera de la sala de estar. Se trataba de un aparatito electrónico de bajo coste, de los que se conectan al pomo de la puerta y suenan de un modo ensordecedor si cae un clip colocado en la jamba.
Cassie sabía que, como la alarma era tan ruidosa, la mayoría de sus usuarios nunca comprobaban su funcionamiento antes de insertar él clip en la jamba, se limitaban a confiar en la luz roja que indicaba que la batería no se había consumido. Retiró la tapa con un pequeño destornillador y procedió a cortar el cable conductor y el de tierra con unos alicates. Luego peló medio centímetro de cada unos de ellos y los unió, cerrando el circuito que normalmente cerraba el clip cuando se colocaba en la jamba.
Conectó el dispositivo y se encendió la luz que indicaba que había batería. En cambio, no sonó ninguna alarma, aunque el clip no estaba en su lugar. Lo apagó y volvió a dejarlo en su sitio en el estante.
Cassie fue a sentarse en el suelo del recibidor de la suite. Sacó las rodilleras de la mochila y se las ajustó por encima de los vaqueros negros antes de arrodillarse frente a la puerta y ponerse manos a la obra. Puso la punta de destornillador de estrella en el taladro y empezó a quitar los tornillos de la tapa de la cerradura, así como los de la ruedecilla que desplazaba el pestillo. La capucha casera del taladro amortiguaba considerablemente el sonido. Cassie supuso que sería preciso que alguien pusiera el oído al otro lado de la puerta para escuchar algo.
Cuando hubo extraído la tapa, se colocó una linterna de boli en la boca y apuntó el haz de luz hacia el interior de la cerradura, mientras usaba un destornillador para quitar la arandela del pestillo. Entonces agarró la rueda que accionaba el pestillo con un par de alicates con la punta de goma y lo extrajo de la cerradura, valiéndose de ambas manos. Se inclinó y miró de cerca el interior del mecanismo.
Cassie se quitó la linterna de la boca y exhaló un leve suspiro de alivio. Leo había acertado en que el mecanismo de cierre se basaba en un engranaje de media vuelta para desplazar el pestillo. Pese a saber que eso había constituido un problema seis años antes, los directivos y los servicios de seguridad del hotel habían optado por no asumir el gasto de cambiar las cerraduras de las tres mil habitaciones. Esa antigua decisión permitiría a Cassie quedarse en la suite y completar la instalación. Si hubieran instalado un engranaje de vuelta entera en el mecanismo de cierre, habría tenido que arrancarlo y llevárselo a otro lugar -quizá la bañera de la habitación que quedaba al otro lado del pasillo- y cortarlo con el soplete de acetileno. Sólo entonces reparó en lo afortunada que había sido, puesto que había olvidado el soplete en el maletero del Boxster, en el Aces and Eights.
Cassie volvió a ponerse la linterna en la boca. Colocó la cabeza del destornillador en la ranura del cilindro e hizo girar el engranaje hacia la derecha, un cuarto de vuelta. Luego comprobó su trabajo bajo el haz de luz y colocó el pestillo de nuevo a su lugar. Accionó la cerradura y miró la jamba. El pestillo se extendía hacia fuera, pero llegaba justo al cerradero. Al avanzar el engranaje, había reducido a la mitad el número de dientes que movían el pestillo, con lo cual éste llegaba hasta el cerradero, pero no bloqueaba la puerta.
Hernández sólo podría apercibirse de este hecho si se arrodillaba y miraba la rendija, algo sin duda extremadamente poco probable.
Cassie se levantó y observó a través de la mirilla para asegurarse de que no había nadie en el pasillo. Sólo entonces abrió la puerta. El pestillo apenas entraba en la jamba, pero hacía un leve sonido. Cassie agarró la lima de acero y rápidamente la pasó por la parte del cerradero que el perno había raspado. Entonces dejó la lima, miró de nuevo al pasillo y una vez más cerró y abrió la puerta. En esta ocasión no se produjo ningún sonido.
Después de cerrar la habitación, se puso a trabajar en el cerrojo interior. Quitó los cuatro tornillos que fijaban la armella a la jamba y sacó ésta. Luego pasó el taladro por los agujeros dejados por los tornillos con objeto de ensancharlos. Sacó el tubo de cera para enganchar de la bolsa y aplicó una pizca en la parte posterior de la armella para volver a fijarla en la jamba. Luego se sirvió de más cera de secado rápido para sostener los tornillos en los agujeros ensanchados.
Cassie se sentó sobre los talones y observó la puerta. No había ninguna señal externa de la manipulación de las cerraduras. Sin embargo, con la tarjeta que guardaba en el bolsillo trasero podría entrar en la habitación por más que Hernández utilizara las cerraduras adicionales y su alarma portátil.
El primer paso hacia la preparación de la suite estaba completado.
Cassie consultó su reloj y vio que eran casi las nueve y media. Enrolló el estuche de herramientas y se lo llevó a la habitación junto con la bolsa de deporte y la mochila. Dejó todo en el suelo y se puso manos a la obra. Sacó la cinta conductora y la cámara ALI, colocando esta última en el interior de la tapa de un detector de humo. Luego conectó la pila, la cerró y retiró la hoja adhesiva de la parte posterior. Separó la silla del escritorio, se subió a ella para alcanzar la pared situada sobre la entrada al distribuidor que daba acceso al armario y el cuarto de baño y enganchó el detector de humo en la pared, a una distancia aproximada de treinta centímetros del techo.
El rollo de cinta conductora era tan pequeño como uno de cinta aislante. Era de color claro y tenía dos finos cables de cobre que recorrían la cinta incrustados en el adhesivo. Envolvió el borne del conector con uno de los extremos de la cinta y luego cerró la tapa del detector. Pasó la cinta por la pared hasta el techo más bajo del distribuidor y luego por éste hasta la pared situada sobre el armario. A continuación lo pasó sobre el marco de la puerta y lo metió en el armario, por cuyo interior lo bajó pegado a la puerta hasta el suelo, y luego por el zócalo hasta un lugar oculto detrás de la caja fuerte.
Cassie sacó el transmisor de una de las bolsas y lo colocó detrás de la caja, donde era poco probable que Hernández tuviera motivo alguno para mirar. Cortó la cinta conductora y la enrolló alrededor de uno de los terminales de recepción del transmisor. A continuación, conectó el transmisor y volvió a donde se hallaba su equipo. Allí sacó el receptor-grabador y lo abrió en el suelo. Lo puso en marcha y examinó la tira de cinta adhesiva protectora que Paltz había colocado bajo una línea de botones de frecuencia. Pulsó el botón marcado ALI (I) y en el monitor apareció una panorámica de la habitación con ella misma sentada en el suelo. La imagen era nítida y cubría la casi totalidad de la estancia. Lo más importante era la cama, y proporcionaba una vista perfecta de ella. Se levantó, se acercó a la puerta y apagó las luces, dejando la habitación en una oscuridad sólo rota por la luz de los reflectores en las torres del Cleopatra que se filtraba por las cortinas.
Retrocedió para examinar de cerca la pantalla. La silueta de la cama resultaba apenas visible en la imagen teñida de verde. No era tan buena como había asegurado Paltz, pero tendría que conformarse con eso. Se levantó de nuevo y se acercó a la cortina. La descorrió un par de centímetros para permitir que una esquirla de luz iluminara el centro de la habitación.
La luz añadida bastó para que los detalles de la habitación se definieran de forma más nítida en la pantalla. A Cassie sólo le faltaba encomendarse para que Hernández no notara la pequeña abertura de la cortina y la cerrara antes de acostarse.
Cassie encendió una vez más la luz y regresó con rapidez al armario. Primero debía asegurarse de que en el momento decisivo ella podría meterse en el armario en el que se hallaba la caja fuerte sin que la luz interior se encendiera automáticamente y, posiblemente, despertara al objetivo y la expusiera a ella. No podía limitarse a aflojar la bombilla del techo del armario, porque Hernández podría notarlo y sustituirla o, peor aún, empezar a sospechar. También necesitaba que la luz funcionara para las cámaras que planeaba instalar dentro del armario para grabar a Hernández abriendo la caja fuerte.
Las puertas de lamas del armario se superponían levemente, y un listón de madera de la hoja izquierda cubría la unión entre ambos batientes. Esto significaba que se podía abrir la puerta izquierda sin necesidad de tocar la derecha, en cambio, si se trataba de abrir sólo la derecha, la izquierda se abriría ruidosamente unos centímetros a causa del listón superpuesto. El problema residía en que el interruptor automático de la luz se hallaba en el interior del marco de la hoja izquierda. Un botoncito apretado por el marco superior se soltaba en cuanto la puerta se abría, cerrando el circuito eléctrico que alimentaba la luz.
Cassie abrió el cajón del escritorio y buscó algo con lo que escribir. Encontró un lápiz bien afilado y volvió al armario. En la moldura del marco dibujó una línea vertical en el punto en que se hallaba el interruptor automático.
Sacó una espátula de su utillaje, cerró las puertas del armario y colocó la herramienta plana en la marca de lápiz. Deslizó la espátula hacia abajo, ajustada a la pared, y luego presionó en dirección al marco. Con la otra mano abrió la puerta izquierda unos centímetros y luego abrió por completo la derecha, una vez liberada del listón. Entonces cerró el lado izquierdo, retiró la espátula y entró al armario por el lado derecho.
Había entrado al armario sin que se encendiese la luz, pero sabía que no tenía tiempo para celebrarlo. Abrió otra vez la puerta izquierda y la luz del armario se encendió. Se inclinó sobre el frontal de la caja como si se dispusiera a abrirla con la mano izquierda. Entonces miró a su derecha y puso el dedo en el punto de la pared desde el cual pensaba que una cámara ofrecería la mejor imagen del teclado de combinación. Hizo una señal con el lápiz y luego regresó a la bolsa del equipo, de la cual extrajo la tapa de enchufe de pared y una de las cámaras de placa.
Rápidamente colocó la cámara en el falso enchufe, conectó una pila y cinta conductora a las dos patillas y lo fijó a la pared mediante el tornillo central. Ajustó la tapa para que quedara nivelado y luego bajó la cinta por la pared hasta el zócalo y de nuevo al transmisor, por detrás de la caja.
Fuera del armario comprobó el receptor-grabador. Pulsó los botones necesarios para poner en pantalla la cámara de la toma de corriente. La localización y el enfoque de la cámara eran insuperables. Estaba mirando al teclado de combinación y podía leer los números. Era perfecto. Sintió la excitación en su interior, pero ésta se cortó rápidamente por la vibración del busca contra su estómago.
Cassie se quedó sin respiración. Sacó el busca del cinturón y miró la pantalla digital.
CANJEANDO FICHAS. EN CAMINO
– ¡Mierda! -exclamó en un susurro audible, y en lugar de guardarse el busca en el cinturón lo arrojó a su mochila.
El aviso lo cambiaba todo. Abandonó su plan de instalar una segunda cámara en el armario -ésta arriba-y se alejó con presteza. El aviso significaba que Hernández había canjeado las fichas y abandonado la mesa del bacará, pero todavía tenía que ir al mostrador central para recoger su maletín. Eso le daba tiempo para terminar.
Sacó de la bolsa de deporte la bolsa de cierre fácil que contenía el aerosol de pintura y el desodorante, regresó al distribuidor y miró el techo mientras agitaba el envase de pintura. Cuando roció la cinta conductora no quedó exacto, pero sí muy parecido. Empezó a pulverizar con pintura en un largo arco, cubriendo así la cinta, pero también la mayor parte del techo. A continuación siguió la cinta pared abajo hasta el marco de la puerta del armario. En el interior del armario cubrió con pintura la línea de cinta que unía la falsa toma de corriente con el zócalo y se conformó con eso. Entonces echó desodorante en el armario y el distribuidor y luego por el resto de la suite al tiempo que se movía con rapidez.
Después de recoger el equipo en las bolsas, Cassie agarró las polaroids de la cama y regresó al armario. Allí utilizó las fotos como guía para volver a poner la ropa y los zapatos en la misma posición que cuando ella había entrado en la suite, con cuidado de que las prendas no rozaran la parte posterior del armario en la que había pintura fresca.
Mientras colgaba las perchas en la barra, le golpeó algo pesado y duro del interior de una chaqueta de sport. Metió la mano en el bolsillo y extrajo una pistola, una Smith & Wesson de nueve milímetros con acabado negro. Sacó el cargador y vio que estaba lleno. Se detuvo, aunque sabía que no disponía de tiempo. ¿Debía dejarla o llevársela? ¿Debía descargarla? Estaban ocurriendo demasiadas cosas para que pudiera sopesar las posibilidades y obtener la respuesta adecuada. Recordó algo que siempre decía Max acerca del efecto onda.
«Recuerda el efecto onda. Si cambias algo en una habitación cambia el universo del trabajo. Creas ondas.»
Entonces supo la respuesta. Si se llevaba la pistola, el objetivo podía darse cuenta y el trabajo se habría acabado, y lo mismo podía suceder si la descargaba. No llevar a cabo ninguna acción, en cambio, suponía no generar ninguna onda, ningún cambio en el universo.
Dejó de nuevo la pistola en el bolsillo de la chaqueta y volvió al armario para cotejar su trabajo con las polaroids por última vez. No tenía más tiempo. En su mente vio que Hernández ya había recogido el maletín y se dirigía hacia el ascensor.
Agarró la bolsa y la mochila, se colgó las correas al hombro y salió hacia el dormitorio. Al llegar a la sala de estar, miró hacia atrás y se detuvo.
Había dejado la silla separada del escritorio.
Ninguna onda, pensó, mientras corría a la habitación y ponía de nuevo la silla en su lugar. Miró en torno a sí, y esta vez todo parecía estar en orden: no tenía tiempo de comprobar el dormitorio con la polaroid. Regresó a la sala de estar y levantó el sombrero que había quedado en el suelo, junto a la puerta de entrada de la suite. Apagó la luz y pegó el ojo a la mirilla. El pasillo estaba vacío. No oyó pasos ni ningún otro sonido, de modo que se puso el sombrero, abrió la puerta y salió al pasillo.
Mientras cerraba la puerta, oyó la campanilla que anunciaba la llegada del ascensor al fondo del pasillo. Extrajo rápidamente la llave magnética del bolsillo trasero y cruzó a la habitación 2015.
Abrió y entró. Lo había logrado.