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Capítulo 24

Karch estaba de pie ante el espejo interior, ajustándose la corbata. Se había puesto un traje Hollyvogue, con espirales Art Déco, que había pertenecido a su padre: americana de gabardina de dos tonos y pantalones plisados comprados en la tienda de Valentino, en el centro.

El busca sonó y Karch lo levantó del buró. Reconoció el número de Vincent Grimaldi. Lo borró, se colgó el busca en el cinturón y terminó de ajustarse la corbata. No iba a llamar a Grimaldi, pensaba presentarse en persona para informarle de los progresos.

Cuando hubo acabado de ajustarse la corbata, volvió al buró a buscar sus armas. Se colocó la Sig Sauer en la pistolera y abrochó la correílla de seguridad. Luego eligió la pequeña Beretta calibre veinticinco que le cabía en la palma de la mano. Se volvió hacia el espejo y dejó colgar los brazos a los costados, con la Beretta oculta en la mano derecha. Hizo algunos movimientos y gestos, asegurándose de que la pistola quedaba siempre oculta. La mano derecha de David, pensó. La mano derecha de David.

Luego practicó la parte final, moviendo las manos aparentemente vacías como si estuviera conversando y sacando de repente la pistola empuñada hacia su propio reflejo. Después de haber practicado lo suficiente, guardó la pistolita en el bolsillo de seda de mago. Había pedido a un sastre que le cosiese un bolsillo así en la parte de atrás de todos los pares de pantalones que poseía. Luego mostró al espejo ambas manos con las palmas hacia arriba y las juntó como si fuese a rezar. Hizo una reverencia y se retiró del espejo. Fin del espectáculo.

De camino al garaje, Karch se detuvo en la cocina y sacó un tarro de uno de los armarios. Levantó la tapa y tiró en el interior los dos casquillos que había recogido en el desierto. Entonces sostuvo el tarro en alto y lo observó. Estaba lleno hasta casi la mitad de casquillos. Lo agitó y escuchó el tintineo, luego volvió a ponerlo en el armario y sacó una caja de cereales con miel. Tenía hambre. No había comido en todo el día y el esfuerzo físico en el desierto había minado sus fuerzas. Empezó a comer los cereales directamente de la caja, a puñados pero con cuidado de que no le cayeran migas a la ropa.

Salió al garaje, el cual había sido ilegalmente convertido en oficina, y se sentó al escritorio. No necesitaba un despacho en un edificio comercial como la mayoría de los detectives privados. La mayor parte de su trabajo -la porción legítima- le llegaba por teléfono desde fuera del estado. Su especialidad eran los casos de personas desaparecidas. Pagaba a los detectives que llevaban la correspondiente brigada de la Metro quinientos dólares al mes para que le pasasen clientes. Legalmente, la Metro no podía actuar hasta transcurridas cuarenta y ocho horas desde la denuncia. Esta norma respondía al hecho de que la mayoría de los desaparecidos lo eran por voluntad propia y solían aparecer por sí mismos al cabo de uno o dos días de su supuesta desaparición. En Las Vegas este caso era aún más frecuente. La gente llegaba de vacaciones o para asistir a convenciones y se desmelenaba en una ciudad concebida para acabar con las inhibiciones. Se juntaban con bailarinas de estriptis o prostitutas, perdían el dinero y les daba vergüenza volver a casa, o bien ganaban tanto que perdían las ganas de regresar. Había un sinfín de razones y por eso la policía adoptaba una actitud de esperar y ver.

Sin embargo, la política de las veinticuatro horas y las razones que la justificaban no aplacaban a las preocupadas y a veces histéricas amadas de los supuestos desaparecidos. Era aquí donde entraban en escena Karch y una legión de detectives privados. Pagando a los policías de la Metro, Karch se aseguraba de que su nombre y su número eran sugeridos a menudo a la gente que denunciaba una desaparición y no deseaba esperar las ineludibles veinticuatro horas para poner el caso en marcha.

Los quinientos dólares que Karch depositaba cada mes en una cuenta bancaria a la que tenían acceso los dos policías era una ganga. Recibía mensualmente una docena de llamadas relativas a casos de personas desaparecidas. Cobraba cuatrocientos dólares diarios más gastos, con un mínimo de dos días. A menudo localizaba al supuesto desaparecido en una hora con un simple rastreo de su tarjeta de crédito, aunque nunca se lo contaba a sus clientes. Esperaba a que le giraran el pago a su cuenta bancaria antes de revelar la localización de sus seres queridos. Para Karch era otra forma más de prestidigitación. Mantener las cosas en movimiento, desviando la mirada del espectador y sin revelar nunca lo que tienes en la palma.

Su despacho era todo un santuario de un Las Vegas largo tiempo desaparecido. Las paredes eran un collage de fotografías de artistas del espectáculo de los cincuenta y sesenta. Había numerosas fotos de Frank Sinatra, Dean Martin y Sammy Davis Jr., algunas por separado y otras juntos. Tampoco faltaban fotos de bailarinas ni carteles de combates de boxeo enmarcados.

Había postales que mostraban complejos de casinos que ya no existían, una colección de fichas de juego: una de cada casino que abrió sus puertas en los cincuenta. Había también una ampliación de la foto del Sands derrumbándose después de ser dinamitado para dejar sitio al Las Vegas de la nueva era. Muchas fotos estaban autografiadas y dedicadas, pero no a Jack Karch, sino a «El Fabuloso Karch», su padre.

En el centro de la pared que quedaba frente al escritorio colgaba el cuadro más grande de todos. Se trataba de la ampliación de una foto del enorme cartel de neón que había estado a la puerta del Sands. Decía:

Hoy actúan:

FRANK SINATRA

JOEY BlSHOP

¡EL FABULOSO KARCH!

Karch miró un buen rato la foto que tenía enfrente antes de ponerse a trabajar. Él tenía nueve años cuando vio el nombre de su padre en el gran cartel. Éste se lo llevó una noche a ver el espectáculo desde un lado del escenario. Karch estaba de pie, viendo a su padre realizar una ilusión llamada El Arte de la Capa, cuando alguien le tocó el hombro. Levantó la mirada y allí estaba Frank Sinatra. El hombre que era la encarnación de Las Vegas amagó un puñetazo en la mejilla y le preguntó con una sonrisa si su nombre también se escribía entre signos de admiración. Era el recuerdo más indeleble de toda su niñez. Eso y lo que unos años más tarde le pasó a su padre en el Circus, Circus.

Karch apartó la mirada de la foto y comprobó el contestador. Tenía tres mensajes. Pulsó el botón y cogió un lápiz, presto a tomar notas. El primer mensaje era de una mujer llamada Marión Rutter, de Atlanta, quien quería contratar a Karch para que buscara a su marido, Clyde, que no había vuelto a casa después de una convención de artículos de cocina celebrada en Las Vegas. Estaba muy preocupada y deseaba que alguien empezara a buscar a Clyde de inmediato. Karch anotó el nombre y el número, aunque no pensaba llamar, porque de momento estaba comprometido.

Los siguientes dos mensajes eran de Vincent Grimaldi. Se le oía enfadado e insistía en que Karch contactara con él de inmediato.

Karch borró los mensajes y se recostó en su silla de despacho acolchada en cuero. Agarró otro puñado de cereales y examinó las dos pilas de efectivo de su escritorio mientras masticaba. Había ido al apartamento de Jersey Paltz desde el desierto y había utilizado las llaves del difunto para entrar, abrir la caja de caudales que encontró en un armario y llevarse el dinero. En una pila había 8.000 dólares en billetes de cien. En la otra 4.480 en billetes de veinte. Karch supuso que los ocho mil pertenecían a Grimaldi. Descontó 550 que había acumulado en gastos (500 a Cannon por el seguimiento del Flamingo y 50 a Iverson por la matrícula). Lo redondeó a 600 para pagar la gasolina y otros gastos. Karch pensaba quedarse todo el dinero de la otra pila. No había sido parte del golpe del Cleo, sino que aparentemente eran ahorros de Paltz.

Puso lo que era suyo en uno de los cajones del escritorio y cerró éste con llave. Sacó un talonario de recibos genérico preimpreso y extendió uno por los 7.400 que iba a devolverle a Grimaldi. No puso su nombre en ninguna parte. Cuando hubo concluido dobló el dinero dentro del recibo y lo metió en un sobre que se guardó en el bolsillo.

Se sentó al escritorio durante unos instantes, preguntándose si no debería haber deducido más dinero para cubrir los gastos de su inminente viaje a Los Ángeles. Finalmente decidió que no, se levantó y rodeó el escritorio hasta la fila de archivadores situada bajo la foto ampliada de la demolición del Sands. Abrió un cajón, miró los archivos hasta dar con el que estaba buscando y se lo llevó a la mesa.

La etiqueta del archivo decía: «Freeling, Max». Karch lo abrió sobre el escritorio y esparció su contenido. Había diversos informes de la policía y páginas de notas manuscritas. También incluía un paquete con recortes de periódico amarillentos cuidadosamente doblados. Los abrió y leyó el que tenía el titular más grande. Había ocupado la portada del Las Vegas Sun seis años y medio antes.

EL LADRÓN DE LOS JUGADORES PROFESIONALES

MUERE EN UNA CAÍDA

por Darlene Gunter

de la redacción del Sun

Un hombre al que las autoridades consideran responsable de una serie de robos en habitaciones de hotel a jugadores profesionales murió el miércoles a primera hora al saltar desde la suite de un ático del Complejo Cleopatra cuando se enfrentaba a una captura segura.

El cuerpo del hombre rompió en su caída el característico techo del atrio, proyectando una lluvia de cristales sobre los jugadores a las 4.30. El cadáver aterrizó en una mesa de crap vacía y el incidente causó momentáneas escenas de pánico entre los asistentes al casino. Sin embargo, las autoridades afirman que nadie más resultó herido en el incidente.

El portavoz de la policía de la Metro afirma que el sospechoso, identificado como Maxwell James Freeling, varón, de 34 años, natural de Las Vegas, se desplomó desde la planta veinte después de romper la ventana de una suite del ático del Cleopatra, cuando se enfrentaba a un agente de seguridad que había preparado una trampa para detenerlo.

A última hora del miércoles no estaba claro por qué la policía de la Metro no participó en la operación. Tampoco queda claro por qué Freeling eligió saltar por la ventana en un fatal esfuerzo por evitar su captura.

Vincent Grimaldi, jefe de seguridad del casino, no hizo declaraciones acerca del incidente, si bien expresó su alivio por el hecho de que éste ocurriese cuando el casino estaba menos lleno.

«Tenemos suerte de que ocurriera cuando ocurrió -declaró Grimaldi-. No había mucha gente en el casino a esa hora. Si se hubiera producido durante un momento de alta ocupación, quién sabe qué habría sucedido.»

Grimaldi aseguró que el casino permanecería abierto mientras se llevaban a cabo las obras de reparación del techo del atrio. Comentó que una pequeña área de la zona de juego sería acordonada durante las obras de reparación.

Tras la muerte de Freeling, una mujer de 26 años fue puesta bajo arresto en el hotel y entregada a los agentes de policía. La mujer fue detenida cuando corrió hacia el cuerpo de Freeling tras la caída de éste. Las autoridades afirmaron que resultó obvio por sus reacciones que estaba «vinculada» de algún modo con Freeling.

«Si hubiera huido, probablemente nunca habríamos sabido de ella -explicó el detective de la Metro Stan Knapp-, pero se delató al correr hacia la víctima.»

La mujer, que la policía no quiso identificar hasta que se presenten cargos, estaba siendo interrogada este miércoles en la jefatura de la Metro.

La policía afirma que cree que Freeling era el habilidoso ladrón responsable de once golpes en los hoteles de los casinos del Strip durante los últimos siete meses. En todos los casos, el ladrón entró en la habitación de un huésped del casino mientras éste dormía y le robó joyas y dinero.

El fallecido había sido bautizado como el «ladrón de los jugadores profesionales» por la policía, porque sus víctimas eran todos «jugadores», invitados del hotel que apostaron y ganaron grandes cantidades. El botín de los once golpes superaba los 300.000 dólares, según fuentes policiales.

El fallecido aparentemente usaba diversos medios de entrar en las habitaciones de hotel: desde los conductos de aire acondicionado hasta obtener las llaves de la habitación de camareras y empleados del mostrador. Ninguna de las víctimas vio nunca al ladrón, que entraba después de que éstas se hubieran dormido. Una fuente policial declaró que el ladrón podría haber monitorizado a sus víctimas mediante cámaras ocultas, pero no entró en detalles.

Karch dejó de leer. Al ser el primer artículo sobre el incidente, era el que contaba con menos información. La autora había entretejido varios párrafos a partir de un puñado de hechos. Continuó con el artículo del día siguiente.

CÓMPLICE ACUSADA EN LA MUERTE

DEL LADRÓN DE LOS JUGADORES PROFESIONALES

por Darlene Gunter

de la redacción del Sun

Una mujer, que según la policía era informadora del llamado ladrón de los jugadores profesionales, fue acusada el jueves del homicidio de éste, que cayó desde un ático del complejo de hotel y casino Cleopatra.

Cassidy Black, 26, de Las Vegas, fue acusada en virtud de la ley de homicidio involuntario de Nevada, que considera responsable de cualquier muerte ocurrida durante la comisión de un delito a todos los implicados en el acto delictivo.

«Aunque Black estaba esperando a Max Freeling en el vestíbulo del Cleopatra cuando éste rompió la ventana de un ático situado veinte pisos más arriba, sigue siendo legalmente responsable de su muerte», afirmó el fiscal del condado de Clark, John Cavallito.

Cavallito aseguró que Black, quien ha sido así mismo acusada de robo con allanamiento y conspiración para la comisión de un delito, podría enfrentarse a una condena de entre 15 años de prisión y cadena perpetua si es declarada culpable de los cargos. La detenida fue recluida en la prisión del condado sin posibilidad de recurrir a fianza.

«Era parte de este incidente y de esta sucesión de delitos tanto como lo era Freeling -dijo Cavallito en conferencia de prensa-. Era una conspiradora más y merece que caiga sobre ella todo el peso de la ley, y así será.»

La muerte de Freeling fue calificada de accidente y no de suicidio. Según se informa, saltó a través de una de las ventanas del ático en un intento de evitar su captura.

El jueves, Cavallito y los investigadores de la policía revelaron más detalles sobre el dramático suceso del miércoles a primera hora.

El llamado ladrón de los jugadores profesionales había actuado en el Strip en once ocasiones durante los últimos once meses, lo cual había llevado a la Asociación de Casinos de Las Vegas a ofrecer una recompensa de 50.000 dólares por la captura y condena de un sospechoso.

La policía aseguró que el ladrón había estado supuestamente centrándose en jugadores profesionales que se llevaban las ganancias en efectivo a sus habitaciones al final del día.

El martes, un detective privado contactó con los dirigentes del Cleopatra con la esperanza de reclamar la recompensa y les dijo que creía que el ladrón de los jugadores profesionales estaba vigilando a un huésped del hotel y casino.

El detective, Jack Karch, aceptó entonces servir de señuelo. Cuando el jugador elegido, cuyo nombre no se hizo público, se retiró por la noche, se realizó un cambio y fue Karch -disfrazado del jugador- quien subió a la suite del ático.

Dos horas después de que Karch apagase las luces de la suite y se fingiera dormido, Freeling entró en la habitación a través de los conductos de aire acondicionado, a los cuales había accedido desde el falso techo del cuarto de servicio del ático. Cuando Freeling entró en la suite fue sorprendido por Karch, que lo retuvo a punta de pistola y pidió refuerzos por radio a los agentes de seguridad del hotel que esperaban cerca.

«Antes de que los agentes llegasen a la habitación, Freeling inexplicablemente echó a correr hacia la ventana -informó Cavallito-. Se lanzó hacia ella, la rompió y cayó.»

Cavallito dijo que existía una pequeña cornisa bajo la ventana y quizá Freeling creyó que podría escapar por ella, desplazándose por la fachada del edificio hasta un cable cercano, que servía para subir y bajar la plataforma utilizada para limpiar los cristales.

Sin embargo, la inercia del cuerpo de Freeling le hizo pasar por encima de la cornisa y precipitarse al vacío. En su caída, rompió la característica cristalera del atrio y sembró el pánico entre los pocos jugadores que se encontraban en el casino a esa hora. Nadie más resultó herido.

En la conferencia de prensa del jueves, Cavallito respondió algunas preguntas y mencionó que se estaba llevando a cabo la investigación y acusación de Black. Se negó a revelar cómo había averiguado Karch, el detective privado, que Freeling tenía por objetivo un jugador del Cleopatra.

Los intentos de recabar los comentarios de Karch al respecto resultaron vanos, ya que no respondió a los mensajes de su contestador. Cuando era niño, Karch actuó en diversas ocasiones en el espectáculo de su padre, el mago ya fallecido conocido como «¡El fabuloso Karch!», animador habitual de los casinos y hoteles del Strip desde los cincuenta hasta principios de los setenta.

El joven Karch recibió el apodo de Jota de Picas, por una ilusión en la que su padre lo ataba en una saca de correos cerrada en el interior de una jaula. Lo hacía desaparecer y en su lugar aparecía un naipe: la jota de picas.

Pese a que Cavallito afirmó que Karch había sido exonerado de un cargo de negligencia en relación con la muerte de Freeling, el fiscal sí criticó la decisión de Karch y de los dirigentes del Cleopatra de poner en marcha la operación trampa sin la participación de la policía.

«Ciertamente, habría sido deseable que hubiesen contactado con el Departamento de Policía antes de seguir adelante con esto -dijo Cavallito-. Tal vez todo este incidente podría haberse evitado.»

Vincent Grimaldi, jefe de seguridad del Cleopatra, rehusó comentar las críticas de Cavallito.

Por otro lado, un portavoz de la Asociación de Casinos no se pronunció acerca de si Karch podía reclamar la recompensa a la luz de la muerte del sospechoso y la detención de su cómplice.

Ayer también se conocieron más detalles referidos a Freeling. Las autoridades informaron de que el sospechoso ya había sido condenado dos veces por robo con allanamiento y había pasado un total de cuatro años en una prisión del estado. Freeling se había criado en Las Vegas y, como Karch, era hijo de un personaje conocido. El padre de Freeling, Carson Freeling, fue condenado en 1963 por su implicación en un audaz robo a mano armada al Royale Casino, un golpe que muchos ciudadanos de Las Vegas creen que se inspiró en la película La cuadrilla de los once, protagonizada por Frank Sinatra y otros miembros del llamado Rat Pack.

Maxwell Freeling contaba tres años de edad cuando su padre fue detenido. Carson Freeling murió en prisión en 1981.

Karch examinó la foto que acompañaba el artículo, una foto de archivo policial de Cassidy Black tomada el día de su detención. Su pelo largo y rubio aparecía enmarañado y los ojos se veían rojos e irritados por el llanto. Recordó que se había negado a decir ni una palabra a los policías de la Metro, a pesar de las doce horas que duró el interrogatorio. Se había mantenido firme y Karch la admiraba por eso.

Durante la investigación del incidente de Freeling, Karch nunca se la había encontrado, ni siquiera había estado en la misma habitación que ella. Resultaba imposible confirmar que la mujer de la fotografía era la que él había visto en los vídeos de vigilancia del Cleo y el Flaniingo, pero su instinto le decía que no se equivocaba.

Revisó el resto de los recortes hasta que llegó al último artículo. Éste incluía otra foto de Cassidy Black junto con la historia. Dos alguaciles la sacaban de la sala de un tribunal, con grilletes y vestida con el uniforme de la prisión. Había algo en el ángulo de la mandíbula de Black y en su mirada serena que gustó a Karch. Todavía conservaba su dignidad, a pesar de las esposas, el mono y la situación en la que se hallaba.

Los ojos de Karch se movieron hacia el texto. Se trataba del último artículo de la serie, el resumen, un breve que había ocupado las páginas interiores del Sun.

LA LADRONA DE LOS JUGADORES

PROFESIONALES BLACK SE DECLARA CULPABLE,

CONDENADA A PRISIÓN

por Darlene Gunter

de la redacción del Sun .

Cassidy Black, miembro de los llamados ladrones de los jugadores profesionales, se declaró el lunes culpable de los cargos relacionados con la serie de delitos y crímenes que concluyeron con la dramática muerte de su compañero hace dos meses. La convicta fue recluida de inmediato en la prisión del estado.

En un acuerdo negociado con la oficina del fiscal del condado de Clark, la que fuera crupier de blackjack, de 26 años, se declaró culpable de un delito de homicidio y de otro de conspiración para cometer robos. La juez del tribunal de Circuit Barbara Kaylor la sentenció a cumplir entre cinco y quince años de cárcel.

Black, vestida con un mono amarillo, apenas habló durante la vista. Pronunció la palabra «culpable» después de que Kaylor le leyera cada uno de los cargos y luego aseguró al juez que entendía perfectamente las consecuencias de su declaración.

El abogado de Black, Jack Miller, afirmó que el acuerdo era la mejor salida para Black, considerando las abrumadoras pruebas de su relación con Maxwell James Freeling en una carrera delictiva de siete meses que concluyó con su detención y con la caída de Freeling desde la ventana de un ático del casino y hotel Cleopatra.

«Este acuerdo aún le deja la posibilidad de volver a empezar -comentó Miller-. Si no se mete en problemas puede salir en cinco, seis o siete años. Entonces estará entrando en la treintena y eso le da mucho tiempo para volver a empezar y ser productiva en la sociedad.»

Las autoridades aseguran que las pruebas recopiladas contra Black indican que era la observadora e informadora de Freeling en sus robos a jugadores profesionales mientras éstos dormían.

Karch dejó el recorte encima de los otros sin leerlo hasta el final. El hecho de que Cassidy Black se declarase culpable había evitado un juicio y le había ahorrado a él testificar acerca de lo acontecido con Freeling en la suite. La condena de Black también le permitió reclamar la recompensa, aunque tuvo que demandar a la Asociación de Casinos para cobrarla. Después de pagar al abogado y los impuestos, Karch había acabado con veintiséis mil dólares en el bolsillo y la correa de Grimaldi al cuello. Se había convertido en el hombre de Grimaldi en todos sus trabajos sucios: los viajes al desierto con el maletero lleno.

«Todo esto va a cambiar -se dijo Karch-. Muy pronto.»

Dobló cuidadosamente los recortes de periódico y cerró la carpeta. Luego, ya de camino a la calle, cerró la caja de los cereales y la llevó a la cocina.

En el recibidor cogió la bolsa del traje que había preparado antes y su sombrero estilo años cincuenta. Miró el forro interior antes de ponérselo. Era color chocolate, un Mallory. La etiqueta interior decía: «La elegancia juvenil». Se lo encasquetó y puso el ala plana, al estilo de un viejo músico de jazz, como había visto que lo llevaba Joe Louis cuando era relaciones públicas del Caesar’s. Cerró la puerta y le recibió la brillante luz del sol.