174323.fb2
Cassie analizaba una y otra vez todo lo que Karch había dicho durante la conversación telefónica. Ella ya estaba en Las Vegas, otra vez en el garaje del Flamingo. Permanecía sentada con las manos en el volante, a pesar de que el coche estaba aparcado. Miró la pared que tenía enfrente y repasó una vez más la conversación. En un momento, Karch se había referido a la escena del crimen. También había dicho que cuando ella llamara le enviaría a alguien para que la acompañara arriba. Eso significaba que iba a esperarla en el ático del Cleo. En la habitación 2014, para ser exactos. La escena del crimen.
Sin embargo, al volver a examinar las cosas empezó a preguntarse si las pistas que él había dejado en la conversación telefónica no las habría sembrado de manera intencionada. Quizá Karch sabía que ella había estado mintiendo y que estaba en la carretera, muy cerca de él. Quizá sabía que ella intentaría algo para rescatar a su hija. Al final, desechó esta última posibilidad. Contemplándolo desde el punto de vista de la convicción de Karch de que contaba con todas las cartas en esta ocasión, Cassie llegó a la conclusión de que él tenía algo más en mente cuando había elegido la 2014 para su encuentro y supuesto intercambio de la niña por el dinero.
Una cosa que no requería análisis era el intercambio. Cassie sabía a ciencia cierta que no se produciría ningún intercambio. Fuera cual fuese la intención de Karch, no incluía que Cassie se marchara de Las Vegas con su hija. Sabía que si las cosas iban del modo en que Karch las había concebido ella acabaría muerta. Karch no era de los que dejan testigos y no iba a pensárselo dos veces antes de matar a una ex presidiaría. Aunque no dudaría en cambiar su propia vida por la de su hija, estaba convencida de que la ética de no testigos de Karch también se aplicaría a una niña inocente de cinco años, pillada en medio de los errores fatales de su madre.
De modo que después de tanto pensar no le quedaba elección. Todo se reducía a un hecho. Tenía que volver al Cleopatra y subir al ático. Tenía que regresar a la habitación 2014. Utilizando esa resolución como base, urdió finalmente un plan con la esperanza de que al menos una persona -una niña- saliera con vida.
Media hora más tarde avanzaba por el casino del Cleopatra con un nuevo sombrero de ala ancha y caminar decidido. Llevaba también una bolsa de deporte negra comprada asimismo en las tiendas del Flamingo. Ésta contenía más dinero en efectivo del que había en juego en el casino en ese momento. También contenía la riñonera con las herramientas, pero ningún arma. Si las cosas iban como había planeado no necesitaría ningún arma, y si la necesitaba, entonces ya estaría todo perdido.
Debía suponer que las escaleras estarían vigiladas. Era la única manera de subir sin poseer una llave, de modo que se olvidó de ellas y se dirigió directamente a la zona de ascensores de la torre Euphrates. Pulsó el botón para subir.
Antes de que llegara un ascensor, se acercaron dos parejas, y los dos hombres pulsaron el botón ya iluminado del ascensor. Cassie necesitaba un ascensor para ella sola. Cuando llegó el primero, retrocedió y se lo cedió a los otros. Luego volvió a pulsar el botón. Se repitió lo mismo dos veces más y ya empezaba a pensar que nunca iba a disponer de un ascensor para su uso exclusivo. Finalmente, decidió arriesgarse y subió con una mujer que llevaba un vaso de plástico con unas monedas. Esperó hasta que la mujer eligió su piso -por fortuna era la sexta planta- y luego pulsó el botón del diecinueve.
Mientras subían, Cassie consultó su reloj. Eran las diez en punto. En cuanto su compañera de cabina bajó, Cassie pulsó también los botones de los pisos diecisiete y dieciocho. Entonces se quitó el sombrero y lo colgó de la cámara de la esquina superior. Lo hizo de forma que el sombrero le cubrió el rostro hasta que la cámara quedó bloqueada. Esperaba que cuando descubrieran la cámara tapada lo tomaran por una broma.
Cassie se sacó las ganzúas del bolsillo de atrás y se las puso en la boca. Pasó un brazo por las dos correas de la bolsa y luego alzó un pie hasta la barandilla que recorría la pared lateral del camarín. Se impulsó hacia arriba con la espalda apoyada en la esquina y colocó el otro pie en la barandilla de la pared del fondo. Apoyada contra la esquina, empezó a trabajar con las ganzúas en la trampilla del techo del ascensor.
El ascensor se detuvo en la planta diecisiete y se abrieron las puertas. Cassie miró hacia el pasillo vacío y luego continuó con el trabajo en la cerradura. Tenía dificultades debido a su incómoda posición y al hecho de trabajar con gachetas alineadas en vertical. La puerta se cerró y el ascensor hizo un rápido salto hasta el siguiente piso.
Justo cuando las puertas se abrían, Cassie oyó el clic de la última gacheta y destrabó la cerradura. Empujó la trampilla para abrirla y, a continuación, miró hacia abajo mientras se soltaba la bolsa de deporte del brazo. Había un hombre de pie en el ascensor, mirando hacia el techo. Llevaba una camisa hawaiana metida en los pantalones, sin cinturón. Cassie no sabía cuánto había visto, pero sin duda no existía ninguna explicación válida para lo que estaba haciendo. Los ojos del hombre se fijaron en el sombrero negro colgado de la cámara. Las puertas empezaron a cerrarse tras él, pero de repente sacó un brazo y puso la mano en el sensor. Las puertas volvieron a abrirse.
– Creo que me esperaré al próximo -dijo el hombre.
– Gracias -dijo Cassie, todavía con una de las ganzúas en la boca.
No sabía qué más decir. El hombre salió y las puertas se cerraron a su espalda. Cassie empujó la bolsa por la trampilla, que era de sesenta por sesenta. Luego alzó los brazos para agarrarse de la parte superior del techo de la cabina, se impulsó hacia arriba y se coló por el hueco.
El ascensor reanudó la marcha. Cassie cerró rápidamente la trampilla y oyó que la cerradura se trababa. Desde la parte superior del hueco del ascensor se filtraba una luz tenue procedente de una única bombilla colgada de la viga del tejado.
Cassie se levantó con la bolsa y mantuvo el equilibrio a la espera de que el ascensor se detuviera en la planta decimonovena. Cuando lo hizo, pasó a una viga transversal de hierro que separaba dos huecos de ascensores contiguos. Al cabo de un momento, la cabina en la que había subido inició su descenso, dejándola sobre un trozo de metal de quince centímetros de anchura a diecinueve pisos del suelo.
Las puertas del rellano del ático estaban justo al otro lado del abismo y un metro ochenta más arriba. Cassie se movió despacio por encima de la viga metálica hasta alcanzar la pared frontal del hueco. Un enrejado de puntales de acero cruzados creaba una jaula de apoyo para el ascensor. Empezó a escalar por ellos, pero los puntales eran resbaladizos y traicioneros, porque estaban cubiertos de polvo.
Cuando logró situarse al mismo nivel que las puertas del ático, se agarró de uno de los puntales con una mano y estiró el otro brazo a través del abismo hacia las puertas. Una vez que se hubo agarrado al borde interior de una de ellas, pasó un pie hasta el escalón de doce centímetros que había debajo. Balanceó el cuerpo hasta el escalón. Al hacerlo, la bolsa se le resbaló del brazo y estaba a punto de caer cuando la agarró por una de las correas. La bolsa, pesada con los fajos de billetes y sus herramientas, produjo un golpe seco en la fina placa metálica de las puertas del ascensor. El sonido provocó un fuerte eco en el hueco y Cassie se quedó inmóvil, pensando que el ruido se habría oído del mismo modo en el pasillo del ático.
Karch levantó la mirada de la agenda de Leo Renfro. Había oído un golpe en algún punto del pasillo. Se levantó y sacó la Sig Sauer de la pistolera mientras buscaba el silenciador en el bolsillo. Luego se lo pensó mejor. Enfundó de nuevo el arma y su mano buscó bajo la chaqueta, en la cinturilla del pantalón. Extrajo la veinticinco y se acercó a la puerta.
Vio por la mirilla que el pasillo estaba vacío. No sabía si investigar el ruido o llamar a Grimaldi. Decidió que era mejor no esperar a que enviaran a alguien. Retrocedió para coger la llave magnética y abrió la puerta.
Karch no vio a nadie en el pasillo. Se quedó allí de pie, con la veinticinco camuflada en la misma mano con la que sostenía la llave. Hizo una pausa y escuchó, pero sólo oyó los sonidos ahogados de los ascensores en el pasillo de al lado. Caminó hacia ellos y otra vez se quedó muy quieto y aguzó el oído.
Cassie se agarró a la puerta con los músculos tensos y la oreja apretada en la rendija que quedaba entre los paneles. Le había parecido oír que se abría y se cerraba una puerta, pero luego ya no se produjo ningún ruido más. Al cabo de un minuto decidió que era el momento de moverse. Soltó una mano y sacó una linterna de boli del bolsillo de atrás. La encendió y se la puso en la boca. Acto seguido dirigió el foco hacia el marco de la puerta, hasta que vio una palanca en la parte superior izquierda. Avanzó lentamente hacia ese lado de la puerta y, en el preciso momento en que estiró el brazo y puso una mano en la palanca, sintió que subía una fuerte ventolera. Vaciló y miró hacia abajo, justo cuando el ascensor surgía de la oscuridad y amenazaba con aplastarla contra la puerta. En una fracción de segundo tenía que decidir si tirar de la palanca y tratar de pasar por la puerta o saltar de nuevo al techo del ascensor en marcha.
La luz de encima de uno de los ascensores se encendió y se produjo un suave repique. Karch retrocedió. Miró a ambos lados del pasillo y vio las puertas de doble batiente que conducían al cuarto de servicio. Se acercó rápidamente y entró.
Mantuvo entreabierta una de las hojas y volvió a mirar al pasillo. Oyó que el ascensor se abría y se cerraba y acto seguido un hombre y una mujer aparecieron en el pasillo y se encaminaron en sentido contrario a la posición de Karch. El hombre parecía cincuentón, la mujer tendría veintitantos. Karch observó como el hombre metía la mano debajo del corto vestido negro de la joven. Ella se rió y de una manera juguetona le apartó la mano.
– Espera a que lleguemos, encanto -dijo-. Entonces podrás tocar todo lo que quieras.
Él observó hasta que ambos se metieron en una habitación. Luego escrutó el cuarto de servicio. Al fondo había ropa de cama y accesorios de baño en un hueco que quedaba cerrado con una puerta baja. En el otro lado estaba el montacargas y todavía quedaba espacio en la pequeña estancia para una mesa de servicio llena de platos sucios. Olía a rancio y Karch pensó que los restos llevarían allí todo el día.
Volvió a salir al pasillo y regresó a la 2001. Hizo una pausa en los ascensores, pero esta vez tampoco vio ni oyó nada que levantara sus sospechas. Se acercó a la puerta de la 2001 y utilizó la llave magnética para entrar.
Al cabo de treinta segundos el ascensor fue llamado a otro piso y descendió por el hueco. Cassie saltó de nuevo a la viga y una vez más procedió a aproximarse a la puerta. Esta vez se aseguró la bolsa antes de hacer el último movimiento hacia el saliente de la puerta. Lo ejecutó sin causar ningún ruido; luego se estiró y tiró de la palanca. Oyó un clic metálico y los dos paneles de la puerta se distanciaron un centímetro. Metió los dedos en la rendija y separó los paneles.
Salió al pasillo de los ascensores y empujó los paneles de la puerta hasta que oyó un clic.
Se encaminó sin más dilación hacia la 2014, aunque no sabía muy bien qué iba a hacer una vez que llegara allí. Sin embargo, al pasar junto a la 2001 cayó en la cuenta de algo y se detuvo. Sincronía. Karch había pronunciado esa palabra cuando ella había llamado por teléfono y él la había confundido con alguien llamado Vincent. Inmediatamente había llegado a la conclusión de que el Vincent al que se refería era Vincent Grimaldi, el director de operaciones del casino. El mismo Vincent Grimaldi al que se había referido Hidalgo. El mismo Vincent Grimaldi que era jefe de seguridad seis años atrás. En este momento, sin embargo, Cassie pensó que con quién estaba hablando Karch era menos importante que lo que había dicho. Sincronía. Cassie conocía bien el significado de la palabra. Había salido en el crucigrama del Las Vegas Sun al menos una docena de veces durante los cinco años en los que lo había hecho religiosamente. Coincidencia en el tiempo de hechos o fenómenos: sincronía.
Ella entendió el plan de Karch. Un hombre había muerto al caer desde la suite 2001 hacía casi siete años. Esa noche la amante de ese hombre -y su hija- harían lo mismo. Karch se quedaría con el dinero. Todo lo demás podría cargarse a Cassie, la madre trastornada que disparó a sus compañeros de trabajo y a su agente de la condicional, que secuestró a su hija y regresó a Las Vegas para terminar del mismo modo que su amante.
El plan era inteligente, y Cassie sabía que podía funcionar. Pero conocerlo le proporcionaba una pequeña ventaja. Pegó la oreja a la puerta y oyó los ruidos ahogados de una pelea de dibujos animados procedente de una televisión, en el interior de la suite.
Cassie apoyó una mano en la puerta y susurró:
– Ya estoy aquí, pequeña, ya estoy aquí.