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Cassie salió rodando de debajo de la cama, se llevó un dedo a los labios para recordarle a Jodie que se mantuviera callada y cogió el mando a distancia de la tele. Subió poco a poco el volumen para que cubriera mejor los susurros y cualquier otro eventual ruido. Entonces rodeó la cama hasta donde Jodie estaba sentada y le dio un sentido abrazo a su hija, pero enseguida notó que la niña mantenía los brazos pegados al cuerpo. Jodie no tenía ni idea de quién era la mujer que la estaba abrazando. Cassie se apartó y colocó las manos sobre los hombros de la niña.
– Jodie, ¿estás bien? -susurró.
– Quiero ver a mamá y papá.
Cassie había pensado en ese momento durante mucho tiempo. No en esas circunstancias, pero sí en el momento de estar cerca de su hija y en lo que le diría y trataría de explicarle.
– Jodie, yo soy… -empezó, pero no terminó. No era el momento adecuado. La niña ya estaba confundida y asustada-. Jodie, me llamo Cassie y voy a sacarte de aquí. ¿Te ha hecho daño ese hombre?
– Me ha…
Cassie rápidamente puso un dedo en los labios de Jodie para recordarle que hablara en susurros. La niña volvió a empezar.
– Me obligó a ir en el coche con él. Me dijo que era un mago y que mi padre iba a dar una fiesta aquí para mamá.
– Bueno, es un mentiroso, Jodie. Voy a sacarte de aquí, pero tenemos que ser muy…
Cassie se detuvo al oír un ruido procedente de las puertas.
Karch desenredó el cable de teléfono de los pomos y abrió las puertas del dormitorio. Al entrar vio a la niña tumbada en la cama, con la cara entre las manos. Dio un par de pasos y escrutó la habitación, pero no apreció nada extraño.
– ¿Está bastante alto? -preguntó.
– ¿Qué?
– He dicho que si está…
Se detuvo cuando vio que la niña sonreía y captó la broma. La apuntó con un dedo amenazador y se acercó a las cortinas. Las abrió, revelando otra pared de cristal de suelo a techo. Se aproximó lo suficiente para ver su aliento en el cristal y miró hacia abajo. A través del atrio se divisaban las mesas de juego llenas.
– Son todos unos capullos -dijo-. Nadie gana a la banca.
– ¿Qué? -dijo Jodie tras él.
Él se volvió a mirarla. Entonces sus ojos se fijaron en el carrito del servicio de habitaciones y el plato de pasta sin tocar.
– Será mejor que te tomes la cena, niña. No vas a tener otra.
– Comeré cuando llegue papá.
– Como tú quieras. -Karch salió del dormitorio y cerró la puerta, aunque esta vez decidió que el cable de teléfono no era necesario.
«¿Adonde va a ir?», dijo para sus adentros cuando regresó a su bistec.
Después de oír las puertas del dormitorio, Cassie cerró la navaja suiza y bajó del inodoro, donde estaba presta a saltar sobre Karch si éste entraba a registrar el cuarto de baño. Se metió de nuevo en el dormitorio y susurró al oído de Jodie que había hecho un fantástico trabajo al manejar la visita de Karch a la habitación.
– Ahora tengo que volver al cuarto de baño, cerrar la puerta y hacer una llamada. Esta vez quiero que me acompañes. Así, si él vuelve a entrar puedes decirle que estás en el baño y que no puede entrar.
– No tengo que ir al baño.
– Ya lo sé, cariño, pero puedes decírselo.
– Vale.
– Buena chica.
Cassie la besó en la cabeza y se dio cuenta de que la última vez que lo había hecho había sido en la enfermería de High Desert. Había una enfermera impaciente junto a su cama, esperando a la niña con los brazos extendidos.
El pelo de Jodie olía a champú Johnson para niños y por alguna razón, identificar eso le sirvió a Cassie para recordarle todo lo que se había perdido. Se tambaleó un instante mientras se inclinaba en la cama sobre la niña.
– ¿Estás bien? -susurró Jodie.
Cassie sonrió y dijo que sí con la cabeza. A continuación llevó a la niña al cuarto de baño y cerró la puerta con el pestillo, sin hacer ruido. Sacó una de las toallas de baño de un estante situado sobre la bañera, la puso en el suelo y la apretó contra la rendija de la puerta.
– Mi papá hace eso cuando fuma en el baño -susurró Jodie.
Cassie la miró y asintió.
– A mamá no le gusta que lo haga, porque huele mal.
Cassie se levantó y sentó a Jodie en el inodoro. La bolsa negra estaba en el depósito, detrás de la niña.
– Ahora, si intenta abrir la puerta o llama le dices que no puede entrar porque estás usando el baño. Luego tiras de la cadena y sales, ¿vale? Pero antes de salir acuérdate de coger la toalla del suelo y ponerla en la bañera para que él no la vea, ¿de acuerdo?
– Sí.
– Buena chica. Quédate aquí, yo me voy a meter en la ducha para hacer una llamada de teléfono.
– ¿Vas a llamar a papá?
Cassie esbozó una sonrisa triste.
– No, pequeña, todavía no.
– No soy pequeña.
– Ya lo sé, lo siento.
– Él me llamaba así.
– ¿Quién?
– El mago, dijo que era pequeña.
– Está equivocado. Eres una niña grande.
La dejó allí, agarró la bolsa y otra toalla y se metió en la ducha. Cerró cuidadosamente la mampara antes de sacar el móvil del bolsillo y abrirlo. Tenía una hoja que había arrancado de un bloc del hotel en el dormitorio. El número gratuito del Cleopatra estaba impreso en la parte inferior. Se enrolló la toalla alrededor de la cabeza para ahogar todavía más el ruido y marcó el número. En voz baja, pidió a la operadora por Vincent Grimaldi. La llamada fue transferida y alguien que no era el director de operaciones del casino le dijo a Cassie que Grimaldi estaba demasiado ocupado para atender una llamada en ese momento y que dejara el mensaje.
– Él querrá hablar conmigo.
– ¿Cómo es eso, señora?
– Sólo dígale que tiene dos millones y medio de razones para hablar conmigo.
– Espere un momento, por favor.
Cassie aguardó durante un tenso minuto, preguntándose cuánto tardaría Karch en regresar a controlar a Jodie, ver la cama vacía y acercarse a la puerta del cuarto de baño. Finalmente, otra voz ocupó la línea. Era una voz calmada, suave y profunda.
– ¿Quién es?
– ¿Señor Grimaldi? ¿Vincent Grimaldi?
– Sí, ¿quién es?
– Sólo quería darle las gracias.
– ¿Por qué? No sé de qué está hablando. ¿Dos millones y medio de razones? ¿De qué razones está hablando?
– Bueno, supongo que Jack todavía no se lo ha entregado.
La frase fue recibida con un largo silencio. Cassie levantó la toalla y miró a través del cristal de la mampara. Jodie seguía donde la había dejado. Estaba desenrollando todo el papel higiénico.
– ¿Dice que Jack Karch tiene el dinero?
Cassie volvió a bajar la toalla. Advirtió que Grimaldi utilizaba por primera vez en la conversación la palabra «dinero» y el nombre de Karch. Estaba mordiendo el anzuelo.
– Bueno, sí, yo se lo he dado tal como acordamos. Sólo llamaba para darle las gracias, porque me dijo que usted había dado el visto bueno al trato.
La voz de Grimaldi adoptó un tono urgente. Cassie se estaba animando, porque veía que su plan funcionaba.
– ¿No entiendo muy bien qué…? ¿Puede hablar más alto? Apenas la oigo.
– Lo siento, estoy en el coche con el móvil y mi hija está durmiendo. No quiero despertarla. Además aquí en el desierto, creo que estoy perdiendo la conexión.
– ¿Qué dijo exactamente Karch que aprobaba yo? ¿Qué trato?
– Ya sabe, el trato. Mi hija y yo a cambio del dinero. Ya le dije que no sabíamos nada del soborno ni de Miami, ni de nada de eso. No queríamos ser avariciosos. En cuanto abrimos el maletín y vimos todo ese dinero supimos que habíamos cometido un error. Queríamos devolverlo y estoy contenta de que hayamos podido…
– ¿Está diciendo que Karch tiene ahora el dinero?
Cassie cerró los ojos. Ya lo tenía.
– Bueno, creo que iba a bajárselo. Pero dijo que tenía que hacer algunos arreglos antes. Estaba al teléfono cuando nosotras nos fuimos. Estaba en…
La línea quedó muda. Grimaldi había colgado. Cassie cerró el teléfono y lo deslizó en el bolsillo. Dejó caer la toalla y salió de la ducha. Se acercó a Jodie y se arrodilló delante de ella para empezar a desatarle las zapatillas de deporte.
– Nos vamos, Jodie. Tienes que quitarte las zapatillas para no hacer ruido.
– ¿Cómo?
– Vamos a subir por la pared y nos meteremos en un túnel que nos llevará hasta el ascensor.
– Me dan miedo los túneles.
– No tienes que asustarte, Jodie. Yo estaré justo detrás de ti todo el rato. Te lo prometo.
– No, no quiero hacerlo.
La niña bajó la mirada hacia el regazo: parecía a punto de romper a llorar. Cassie le puso un dedo debajo de la barbilla y le levantó la cara.
– Jodie, no pasa nada. No hay motivo para tener miedo.
– No…
La niña negó con la cabeza. Cassie no sabía cómo convencerla. Si la amenazaba sólo conseguiría asustarla, y tampoco quería mentirle.
Se agachó y colocó su frente contra la de su hija.
– Jodie, no puedo quedarme aquí. Si ese hombre entra y me encuentra aquí, se enfadará mucho. Así que tengo que irme. Me gustaría que me acompañaras porque quiero que estés conmigo, pero tengo que irme ahora.
Besó a Jodie en la frente y se levantó.
– No, no me dejes -protestó la niña.
– Lo siento, Jodie, tengo que irme.
Cassie agarró la bolsa de deporte y se dirigió hacia la puerta del cuarto de baño. Apartó la toalla con el pie y puso la mano en el pomo. Jodie susurró tras ella:
– ¿Si te acompaño no tendré que volver a ver a ese hombre?
Cassie se volvió y miró a la niña.
– Nunca más.