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Cassie oyó una serie de detonaciones y supo que se trataba de disparos. Sintió que una descarga eléctrica descendía por los músculos de su espalda.
– ¿Cassie?
Era el susurro urgente de Jodie. Cassie miró hacia el brillo reflejado de la linterna, unos metros más adelante. Jodie estaba aterrorizada. Era imposible determinar el origen de los disparos. Cassie gateó hacia la luz.
Jodie estaba acurrucada contra los barrotes. Enfocó la luz hacia Cassie a medida que ella se acercaba.
– Cassie, he oído ruidos muy fuertes.
– No te preocupes, Jodie. No pasa nada. Ahora voy a dar la vuelta y te iré a buscar. Tú espérate aquí, ¿de acuerdo? Espérame.
– ¡No! No…
Cassie tuvo que taparle la boca y cuando lo hizo sintió lágrimas en las mejillas de la niña.
– No pasa nada, Jodie. Ya casi lo hemos conseguido. Tienes que esperar aquí. Es la única manera. Vendré a buscarte dentro de cinco minutos, te lo prometo. Mira ese reloj y verás lo cortos que son cinco minutos, ¿vale?
– Vale -dijo ella con un hilo de voz-. Me quedaré aquí.
Esta vez Cassie se limitó a pasar una mano entre los barrotes y acariciarle la mejilla a Jodie. Luego empezó a retroceder por el tubo hasta la suite 2001.
Cuando llegó a la rejilla, la empujó con los pies para desencajarla del marco, y ésta se balanceó, colgada del único tornillo que todavía la sostenía. Cassie bajó con los pies por delante y cayó sobre la mesilla del servicio de habitaciones, cargada con la riñonera de las herramientas. Tomó el hecho de que la mesa siguiera en el mismo sitio como una buena señal. Se acercó a la televisión y estaba a punto de apagarla para oír mejor cuando una voz a su espalda la detuvo.
– Tu entrada ha estado bien.
Al volverse, Cassie vio a Karch de pie en la antesala del cuarto de baño, cuya puerta quedaba tapada por el carrito situado bajo la rejilla. En una mano sostenía la bolsa de deporte y con la otra empuñaba una pistola apuntada hacia ella. Vio que el arma llevaba el silenciador puesto. Karch empujó con un pie el carrito y entró en el dormitorio. Cassie retrocedió hasta la televisión, que emitía otro episodio del Correcaminos.
Karch sonrió, pero sin ninguna calidez ni humor.
– El caballo de Troya -dijo-. El enemigo estaba dentro y entró sobre ruedas. Uno de los mejores trucos de magia de la historia.
Cassie siguió sin decir palabra. Se quedó de pie perfectamente quieta y sólo deseó que el ruido de la televisión fuera lo bastante alto para que Jodie no oyera lo que iba a suceder.
– ¿Conocías esos barrotes? -preguntó Karch-. Los pusieron después de tus hazañas con Max hace siete años. En todos los hoteles. Supongo que puedes decir que es tu pequeña contribución a hacer de Las Vegas lo que es hoy. Un lugar seguro para el jugador y su familia. -Sonrió de nuevo-. ¿Dónde está la niña?
Cassie señaló la bolsa que llevaba en la mano.
– Tienes el dinero, Karch. Y me tienes a mí. Déjala marchar.
Karch frunció el ceño como si de verdad estuviera considerando la proposición. Luego negó con la cabeza.
– No puedo. Detesto los cabos sueltos.
– Ella no es un cabo suelto. No tiene ni seis años. No supone ningún peligro para ti.
Karch no hizo caso de Cassie.
– Vamos a la otra habitación. Me gusta más aquella ventana. Es cuestión de simetría. Era la ventana de Max.
Cassie empezó a obedecer mientras consideraba sus opciones. Concluyó que su única oportunidad estaba en la puerta. Tenía qué actuar ahí, aunque Karch lo estaría esperando. Agarró con más fuerza la cinta de la bolsa de herramientas y estaba a unos pasos de la puerta cuando de nuevo una voz la detuvo. Pero esta vez no era la de Karch.
– ¡No le hagas daño!
Al volverse Cassie advirtió que la voz también había sorprendido a Karch, quien se estaba volviendo instintivamente, moviendo la mano que empuñaba la pistola hacia la rejilla del aire acondicionado. Los ojos de Cassie siguieron el movimiento y vio a Jodie en cuclillas en el conducto, mirándoles.
Cassie también actuó por puro instinto. Avanzó hacia Karch y lanzó la bolsa de herramientas en un amplio arco al tiempo que gritaba.
– ¡Atrás, Jodie!
La bolsa de herramientas golpeó la nuca de Karch, las herramientas de acero impactaron pesadamente y derribaron a Karch. Disparó -sonó con fuerza pese al silenciador-, pero la mira estaba demasiado baja y el proyectil dibujó una telaraña en el espejo de la antesala del cuarto de baño.
Cassie se movió con rapidez hacia él mientras seguía doblado y tiró de la chaqueta hacia arriba y por encima de la cabeza. Luego levantó la rodilla y ésta impactó sólidamente en el rostro de Karch.
Karch empezó a revolverse a la desesperada. Un antebrazo golpeó a Cassie en la cara y la apartó. Karch empezó a disparar a ciegas en la dirección del impacto.
Cassie, aturdida por el bofetón, consiguió de todos modos saltar a la cama y rodar por ella para volver a caer al suelo agachada detrás de Karch.
Karch continuó disparando al tiempo que movía el brazo de derecha a izquierda. Las balas acribillaron las paredes e impactaron dos veces en el cristal de suelo a techo, provocando dos telarañas gemelas que agrietaban los cristales. Finalmente consiguió enderezarse y hacer caer la chaqueta. Soltó la bolsa del dinero para lograrlo.
Cuando se quitó la chaqueta de la cara y su visión se aclaró, Karch se sintió confundido por su posición. Estaba mirando hacia la noche de Las Vegas a través de un cristal resquebrajado. No había ninguna señal de Cassidy Black. Se dio cuenta de lo vulnerable de su posición y empezó a darse la vuelta justo cuando algo sólido y duro impactó contra la parte posterior de sus muslos y lo impulsó hacia la pared de cristal.
El cristal debilitado cedió fácilmente y él lo atravesó. Al hacerlo soltó la pistola y pugnó con ambas manos por aferrarse a algo. Su mano izquierda encontró la cortina y se agarró a ella mientras su cuerpo era impulsado a través del cristal hacia el frío aire de la noche.
Karch se vio momentáneamente suspendido en el abismo como un escalador que hace rappel en una pared escarpada, en medio de una lluvia de cristal. Aferrado con ambas manos a la cortina dorada, su cuerpo colgó en la noche y logró reafirmarse apoyando los pies en la repisa de la ventana.
Su peso lo hizo oscilar suavemente hacia la izquierda y la cortina empezó a cerrarse. Rápidamente Karch separó los pies para equilibrarse y la cortina se detuvo a mitad de riel. Miró de nuevo a la habitación y vio a Cassidy Black observándole, con las dos manos en el carrito del servicio de habitaciones con el que le había golpeado. Bajó la mirada al suelo y vio la bolsa del dinero y la pistola. Levantó una mano y empezó a subir de nuevo hacia la suite.
Con el primer tirón oyó una rasgadura y la cortina cedió unos centímetros. Se detuvo y esperó. No ocurrió nada más. Miró a la mujer que lo había dejado en esa posición y sus ojos se encontraron. Karch sonrió y levantó otro brazo.
Esta vez el cambio de presión y peso en la cortina originó una larga serie de desgarrones a medida que, uno a uno, los ganchos de la cortina fueron cediendo. La cortina empezó a desprenderse y Karch comenzó a caer. Conservó la sonrisa y siguió mirando a Cassidy Black hasta que la cortina se soltó por completo y él inició una caída en la oscuridad de la noche.
Karch no gritó. No cerró los ojos. Para él la caída a plomo fue en cámara lenta. Encima de él vio la cortina dorada ondeando como una bandera. Las ventanas fueron pasando, algunas iluminadas, otras no. Vio la luna sobre el edificio, en medio del cielo azul oscuro.
La luna vacía de curso, comprendió.
Su último pensamiento fue para el truco. La saca de correos y la jaula. La cremallera secreta y el doble fondo. Cómo tenía que estirarse y colocar la carta -la jota de picas- en el lugar correcto. Recordó lo orgulloso que estaba su padre. Y los aplausos del público.
El aplauso era atronador en sus oídos cuando golpeó el atrio de cristal. Su cuerpo lo atravesó y aterrizó en la atalaya vacía. Tenía los ojos abiertos y su rostro continuaba mostrando una sonrisa.
El cristal se hizo añicos en el casino y desencadenó gritos de pánico. Pero cuando los jugadores miraron hacia arriba vieron un agujero en el cristal y nada más. El cuerpo de Karch no podía verse desde abajo. La cortina dorada cayó a través del atrio roto como un paracaídas fallido. Pareció abrirse en el último instante, cuando se deslizó por la atalaya y cubrió el cuerpo de Karch como una mortaja.
El silencio se apoderó del casino y todas las miradas permanecieron fijas en el agujero inexplicable que tenían encima. Entonces del oscuro cielo nocturno empezó a caer dinero flotando hacia el casino. Miles y miles de dólares en billetes de cien. Pronto el griterío empezó de nuevo y la gente comenzó a correr a por el dinero con las manos abiertas, saltando y agarrando billetes de cien dólares en el aire. Una mesa de blackjack acabó patas arriba. Hombres con blazer azul corrieron hacia la melé, pero no pudieron hacer nada para contener la multitud. Algunos de ellos se unieron a la lucha por el dinero.
Cassie rasgó el celofán de otro fajo de billetes de cien y lo lanzó al aire. Los quinientos billetes se separaron y empezaron a flotar lánguidamente hacia abajo. Oyó gritos procedentes de muy abajo y vio que algunos de los billetes eran empujados por el viento hacia las fuentes, la entrada e incluso al Strip. Los coches se detenían y hacían sonar las bocinas. La gente corría entre el tráfico y las piscinas, todo el mundo peleaba por el dinero. Cassie necesitaba una distracción para huir y vaya si la tenía.
Se volvió y empujó el carrito del servicio de habitaciones de nuevo junto a la rejilla de la ventilación. Se subió y miró a la oscuridad.
– Jodie. Está bien, soy yo, Cassie. Ya podemos irnos.
Ella esperó y entonces la niña gateó desde las sombras de su escondite y salió a la luz. Cassie metió las manos en el agujero y agarró a la niña por los sobacos. Tiró de ella hacia afuera y la dejó en la mesa. Luego saltó al suelo y ayudó a Jodie a bajar. La abrazó un momento.
– Tenemos que irnos, Jodie.
– ¿Dónde está ese hombre?
– Se ha ido. Ya no podrá hacernos daño.
Al volverse para salir de la habitación con la niña vio en el suelo dos pasaportes de color verde. Los recogió y se dio cuenta de que seguramente se habían caído de la chaqueta de Karch cuando se la había puesto por encima de la cabeza. Abrió uno y vio que su propia imagen le devolvía la mirada. Jane Davis. Había un carnet de conducir de Illinois con el mismo nombre, sujeto con clip.
– ¿Qué es eso? -preguntó Jodie.
– Unas cosas que se me habían caído.
Abrió el otro pasaporte y miró la foto de Jodie durante un instante, luego lo cerró y se guardó ambos documentos en el bolsillo trasero de los vaqueros. Tomó a Jodie de la mano y ambas se dirigieron hacia la salida. Por el camino se agachó y agarró la bolsa de deporte con la otra mano. No había llevado la cuenta, pero estaba segura de que aún quedaban más de veinte fajos. Más de un millón de dólares.
La pistola había quedado en el suelo, junto a la ventana. Se lo pensó un momento, pero decidió dejarla. Nada de pistolas.
– Vamos -dijo, más para sí misma que para Jodie.
Al cruzar el dormitorio, Cassie miró por encima del hombro. En el espejo resquebrajado por las balas captó una imagen partida de la televisión. Era el cerdito Porky, quitándose el sombrero. Dijo: «Esto es todo, amigos».
El alboroto en el casino seguía en pleno apogeo cuando salieron al pasillo de los ascensores y se encaminaron hacia las puertas de salida. Cassie alzó en brazos a Jodie y pasaron junto a dos hombres que se habían caído al suelo peleando por un fajo de billetes que al parecer había descendido sin dispersarse.
– ¿Qué están haciendo? -preguntó Jodie.
– Muestran sus verdaderas almas -respondió Cassie.
Llegaron hasta la salida sin que Cassie viera ni un solo uniforme azul. Cassie se dio la vuelta para empujar las puertas con la espalda porque tenía las manos ocupadas con Jodie y la bolsa de deporte. Echó una última mirada al casino y sus ojos se elevaron desde la piña de hombres y mujeres hasta la atalaya. Divisó una esquina de la cortina dorada colgando del borde. Por lo demás parecía vacía.