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Toda la atención de Cassie se concentraba en llegar al coche y salir de Las Vegas. Por eso ella y Jodie no hablaron hasta que el Boxster estuvo en la autovía, camino de Los Angeles.
Era como si Cassie no pudiera respirar hasta que estuviera lejos del brillo de neón del Strip. Cuando hubo puesto el Boxster en quinta y comenzó a circular a una velocidad constante de ciento veinte por hora, finalmente miró a la niña que estaba sentada a su lado, con el cinturón de seguridad puesto.
– ¿Estás bien, Jodie?
– Sí, ¿y tú?
– Yo estoy bien.
– Tienes un morado en la mejilla, donde te ha pegado ese hombre. Yo lo vi, fue cuando me escondí en el túnel.
– Los morados se van. ¿Estás cansada?
– No.
Pero Cassie sabía que sí lo estaba. Estiró un brazo y reclinó al máximo el asiento de la niña para que pudiera dormir. Introdujo el cedé de Lucinda Williams en el reproductor y lo puso en volumen bajo. Estaba escuchando las letras y pensando en la elección que debía hacer en algún punto del camino hasta Los Angeles cuando Jodie habló otra vez.
– Sabía que vendrías a buscarme.
Cassie la miró. El brillo del salpicadero mostraba la cara de su hija devolviéndole la mirada.
– ¿Cómo lo sabías?
– Mi mamá me dijo que tenía un ángel guardador que me cuidaba. Creo que eras tú.
Cassie volvió a mirar a la carretera. Sentía que las lágrimas le ardían en los ojos.
– Un ángel de la guarda, pequeña.
– No soy pequeña.
– Ya lo sé, lo siento.
Circularon en silencio durante medio minuto. Cassie pensó en su decisión.
– Ya lo sé -repitió.
– ¿Por qué estás llorando? -preguntó Jodie.
Cassie se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano. Luego apretó con fuerza el volante y se prometió a sí misma no volver a verter ni una sola lágrima delante de la niña.
– Porque soy feliz -contestó.
– ¿Por qué?
Cassie miró a Jodie y sonrió.
– Porque estoy contigo. Y porque hemos salido de ahí.
Una mirada de perplejidad cruzó el rostro de Jodie en la tenue luz.
– ¿Me llevas a casa?
Cassie asintió lentamente.
– Jodie, yo soy… De ahora en adelante vas a estar con tu madre.
Jodie no tardó en caer dormida y soñó durante todo el camino hasta Los Angeles. Cassie la miraba dormir y pensó que se parecía tanto a Max como a ella misma. Eso la hizo quererla más todavía.
– Te quiero, Jane -dijo, utilizando el nombre que a ella le hubiera gustado ponerle.
A las cinco, el oscuro túnel del desierto empezó a dar paso a un gris amanecer y el desolado paisaje fue sustituido por la gradual concentración urbana de la periferia de Los Angeles. Cassie se tragó lo que quedaba de un café frío que había comprado en Barstow, en la ventanilla de un McDonald’s abierto las veinticuatro horas. Iba por la autovía 10 en dirección al intercambiador de la Golden State, la ruta norte-sur que la llevaría a México en tres horas.
Puso la radio con el volumen bajo y sintonizó la KFWB, la cadena de noticias que repetía los titulares cada veinte minutos. Oyó el final de un reportaje sobre el acaparamiento de champaña para el final de milenio y luego el presentador pasó a un informe del tráfico antes de empezar con las noticias.
La suya era la primera. Miró a Jodie para asegurarse de que continuaba dormida y se inclinó hacia el altavoz del salpicadero para escuchar mejor. El presentador tenía una voz suave y profunda.
Esta mañana las autoridades estaban buscando a una ex presidiaría a la que se cree responsable de una ola de crímenes que incluyen dos asesinatos, un intento de asesinato y un secuestro. El portavoz del Departamento de Policía afirmó que se buscaba a Cassidy Black, una mujer de treinta y tres años que cumplió una condena de cinco años en una prisión de Nevada por homicidio, como principal sospechosa del doble asesinato de dos compañeros de trabajo ayer por la mañana. Los asesinatos en Hollywood Porsche, donde Black había trabajado como vendedora durante menos de un año, fueron seguidos por un incidente en el domicilio de Black en Hollywood, donde disparó a su agente de la condicional, identificada como Thelma Kibble, de cuarenta y dos años y residente en Hawthorne. Kibble, según las autoridades, había ido a casa de Black en una visita de rutina y al parecer desconocía los hechos que se habían producido antes en el concesionario. Los investigadores creen que se produjo una confrontación y Black desarmó a Kibble y le disparó en el pecho con su propia arma. Anoche Kibble permanecía en estado crítico pero estable en el centro médico Cedars-Sinaí. Los médicos confían en su recuperación.
Cassie se inclinó hacia adelante, cerró los ojos y dejó escapar un suspiro de alivio. Thelma Kibble lo había logrado. Abrió los ojos y se fijó una vez más en Jodie. La niña continuaba dormida. Cassie se concentró en el resto del informe de la radio.
Las autoridades aseguraron que Kibble todavía no había sido interrogada a causa de su estado. El viernes a última hora, los investigadores confirmaron que Black también estaba relacionada con el secuestro de una niña de cinco años y medio que estaba jugando en el jardín delantero de su casa en Laurel Canyon. Las autoridades dijeron que Black es la madre biológica de Jodie Shaw y que la entregó en adopción poco después de dar a luz en la institución penitenciaria de High Desert, en Nevada. Se cree que Black secuestró a la niña con un coche Lincoln o Chrysler modelo antiguo, de color negro y con vidrios tintados. Los detectives del Departamento de Policía de Los Angeles inicialmente trataron el secuestro como una investigación separada, hasta que descubrieron que la niña desaparecida había sido adoptada y que la madre biológica era Black. Hoy se conocerán más datos de la evolución de las investigaciones.
Cassie apagó la radio. Ya divisaba los rascacielos del centro de la ciudad. Pensó en el boletín informativo. La policía estaba siguiendo el plan de Karch al pie de la letra. Se dio cuenta de que incluso después de muerto podía tener éxito.
– Thelma -dijo en voz alta.
Sabía que la clave era Thelma Kibble. Si se recuperaba contaría lo que sabía y se desvelaría la verdad.
De todos modos eso no la absolvía, y ella lo sabía. Sus deseos habían causado muchas muertes.
Trató de apartar los pensamientos y el sentimiento de culpa. Sabía que iban a acecharle y que algún día tendría que dar una respuesta, pero por el momento debía apartarlos.
Buscó los pasaportes en el bolsillo trasero. Encendió la luz de encima del retrovisor y los abrió sobre el volante, de modo que su foto quedó junto a la de Jodie. Sus ojos se fijaron en la casilla marcada «empleo». Decía «ama de casa». Sonrió, una última broma de Leo.
Cerró los pasaportes, uno dentro del otro, y se los llevó al corazón. Pasó junto a un cartel que anunciaba el intercambiador de la autovía Golden State a tres kilómetros. Tres kilómetros, pensó. Dos minutos para decidir el futuro de dos vidas.
Miró la bolsa de deporte que estaba en el suelo, entre los pies descalzos de Jodie: las zapatillas se habían quedado en el lavabo de la habitación del Cleo. La bolsa contenía más dinero del que jamás había soñado. Más que para un nuevo comienzo. Sabía que podía abandonar el Boxster en el sur de la ciudad, donde en un día quedaría convertido en un esqueleto, tomar un taxi hasta un concesionario del condado de Orange y pagar en efectivo como Jane Davis. No habría ninguna conexión, ninguna pista. Luego cruzaría la frontera y tomaría un avión de Ensenada a Ciudad de México. Y desde allí podía elegir su destino.
– Al lugar donde el desierto es océano -dijo en voz alta.
Volvió a guardarse los pasaportes en el bolsillo y apagó la luz. Al hacerlo su mano tocó las monedas del I Ching que colgaban del espejo. Las monedas de la buena fortuna de Leo. Se balancearon y captaron su mirada como el reloj de oro de un hipnotizador.
Finalmente apartó la mirada y se fijó en su hija dormida. Los labios de Jodie estaban ligeramente separados y revelaban sus dientecitos blancos. Cassie sintió ganas de tocarlos. Quería conocer cada parte de su hija.
Estiró un brazo y le recogió un mechón de pelo detrás de la oreja. La niña no se despertó.
Cassie volvió a mirar a la carretera justo cuando el Porsche se aproximaba a un cartel con flechas que indicaban los carriles adecuados para el tráfico que se dirigía hacia el sur.