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Jodie se despertó lentamente cuando Cassie la acarició con suavidad. Abrió los ojos y parecía preocupada cuando miró el coche, pero al ver el rostro de Cassie la preocupación dejó paso a la confianza. Era casi imperceptible, pero estaba allí y Cassie lo notó.
– Ya estás en casa, Jodie.
La niña se enderezó en el asiento y miró por la ventanilla. Estaban ascendiendo por Lookout Mountain Road, a punto de pasar junto a la escuela Wonderland.
– ¿Están en casa mamá y papá?
– Estarán dentro esperándote, estoy segura.
Cassie levantó la mano y desenredó del retrovisor el cordel con las monedas del I Ching. Se las entregó a la niña.
– Quédatelas. Dan buena suerte.
Las niña aceptó las monedas, pero la preocupación asomó de nuevo a su rostro.
– ¿Vas a entrar a conocer a mamá y papá?
– No, cariño.
– Bueno, ¿y adonde vas?
– Lejos, muy lejos.
Cassie esperó. Todo lo que la niña tenía que decir era «llévame contigo» y habría cambiado de opinión, y girado el coche. Pero estas palabras no salieron de la boca de la niña, y tampoco las había esperado.
– Pero quiero que recuerdes algo, Jodie. Aunque no me veas, yo estoy contigo. Siempre te estaré cuidando, te lo prometo.
– Vale.
– Te quiero.
La niña no dijo nada.
– Y, ¿puedes guardar un secreto?
– Claro, dime.
Estaban a sólo unas manzanas de la casa.
– El secreto es que tengo a alguien más que me ayuda a cuidar de ti. Siempre, aunque no puedas verlo.
– ¿Quién es?
– Se llama Max y también te quiere mucho. -Cassie sonrió a la niña y se recordó que se había hecho la promesa de no llorar delante de ella-. Así que ahora tienes dos ángeles guardadores. Es mucha suerte para una sola niña, ¿no te parece?
– Ángeles de la guarda. Me lo has dicho antes.
– Sí, ángeles de la guarda.
Cassie levantó la mirada y vio que ya habían llegado. A pesar de que eran poco más de las cinco de la mañana, las luces estaban encendidas tanto dentro como fuera de la casa. No había vehículos de la policía en las inmediaciones, sólo el Volvo familiar blanco en el sendero de entrada. Cassie suponía que el último sitio en el que la buscaría la policía sería en la casa de Jodie. Aparcó junto al bordillo y dejó el motor en marcha. Inmediatamente se inclinó por encima de la niña y abrió la puerta de la derecha. Sabía que tenía que hacerlo deprisa, no porque pudiera haber policías ocultos en la casa, sino porque su decisión era tan frágil que en cinco segundos podía cambiar de opinión.
– Dame un abrazo, Jodie.
La niña hizo lo que le pidió y durante diez segundos Cassie la apretó con tanta fuerza que temió lastimarla. Luego se retiró y sostuvo la cara de su hija entre sus manos y la besó en ambas mejillas.
– Serás una buena niña, ¿eh?
Jodie empezó a separarse.
– Quiero ver a mamá.
Cassie asintió y la dejó marchar. Observó mientras Jodie bajaba del Porsche y corría en dirección a la cerca y luego por el césped hacia la puerta iluminada.
– Te quiero -susurró mientras veía alejarse a la niña.
La puerta de entrada no estaba cerrada con llave. La niña la abrió y entró. Antes de que la puerta se cerrara, Cassie oyó que gritaban el nombre de Jodie en un grito desgarrador de alivio y dicha. Cassie se estiró para cerrar la portezuela del pasajero. Cuando se enderezó de nuevo, miró hacia la casa y vio a Jodie en los brazos de la mujer a quien la niña creía su madre. La mujer estaba completamente vestida y Cassie supo que no había dormido ni un minuto en toda la noche. Acunó la cabeza de Jodie en el hueco de su cuello y la apretó con tanta fuerza como Cassie hacía sólo un momento. A la luz del porche, Cassie vio que corrían lágrimas por las mejillas de la mujer. También vio que articulaba la palabra «Gracias» mientras miraba hacia el Porsche.
Cassie asintió, aunque sabía que en la oscuridad del coche, el gesto probablemente no podría verse. Puso la primera, soltó el freno de mano y se alejó del bordillo.