174389.fb2 Marea De Pasi?n - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 10

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CAPÍTULO 9

– ¿Ha ido todo bien hoy? -le preguntó Melis a Kelby-. Parece tenso.

– No estoy tenso.

– ¿Ha podido conseguir los tanques?

– ¿Los tanques? Ah, sí, ya me he ocupado de eso. -Se volvió para mirarla-. ¿Quiere café?

– Ahora mismo no. El sol se va a poner. Los chicos vendrán a darme las buenas noches.

– Creo que me prepararé una taza.

Ella lo contempló mientras caminaba hacia la casa. Si Kelby no estaba tenso, sin duda tenía los nervios a flor de piel. Había regresado después de la comida cargado de energía. Pero ella no lo conocía bien. Quizá cuando estaba en acción, ése era su estado natural.

Pero ella se dio cuenta de que aquello no la hacía sentirse incómoda. Se estaba habituando a él e incluso había surgido algo parecido a la confianza.

El teléfono que reposaba sobre la mesa comenzó a sonar.

Melis se puso tensa y respondió sin prisa.

– ¿Por qué no me llamaste para decirme que habían matado a Lontana?

– ¿Kemal? -La inundó una sensación de alivio -. Me encanta oír tu voz.

– Lo único que tienes que hacer es levantar el teléfono. Tú eres la que te has alejado. Yo siempre estoy aquí, a tu disposición.

– Lo sé. – Melis cerró los ojos y casi logró visualizar los ojos picaros de su amigo y aquella sonrisa franca que había dado calor a su corazón cuando ella pensaba que estaría gélido y árido para siempre-. ¿Cómo está Marissa?

– Estupendamente. -Vaciló un instante-. Quiere tener un niño.

– Serás un padre de primera.

– Es verdad. Pero eso sólo le haría la vida más difícil. Y no quiero. Esperaremos. Aunque no te llamo por eso. Apenas hoy me he enterado de lo de Lontana. ¿Cómo estás? ¿Necesitas que vaya?

– No.

– Sabía que ésa sería tu respuesta. Melis, déjame ayudarte. -No necesito ayuda. ¿Cómo te enteraste de lo de Phil?

– ¿Pensaste que no me mantendría al tanto de vosotros? Yo no soy así por naturaleza.

No, por naturaleza él protegía a todos los que quería, los rodeaba de calor y cariño. Gracias a Dios que no se había enterado de lo de Carolyn.

– Al principio fue duro pero lo he aceptado. Sería una tontería que vinieras a rescatarme cuando no lo necesito. Pero gracias por llamar.

– Entre nosotros no tenemos que darnos las gracias. Somos de la misma carnada. -Hizo una pausa-. Ven a San Francisco.

– Estoy bien aquí.

– ¿Necesitas dinero?

– No.

Kemal suspiró.

– No me apartes, Melis. Eso me hiere. Y ella no iba a herirlo de ninguna manera. -De veras que no necesito nada, Kemal. Cuida a Marissa. Estoy acostumbrada a estar sola. Eso no me molesta.

– Claro que te molesta. No me mientas. Hace demasiado tiempo que nos conocemos. Nunca has aprendido a abrirte y dejar que la gente se te acerque.

– Salvo tú.

– Yo no cuento. Pero tu amiga Carolyn, sí. ¿Cómo está?

– Hace tiempo que no la veo -dijo Melis, precavida.

– Bien, al menos intenta mantenerte en contacto con ella. -El tono de Kemal se hizo más ligero-. O ven aquí y déjame seguir trabajando contigo. Siempre has sido una de mis obras maestras inconclusas.

– Y eso me hace más exclusiva todavía. No te preocupes por tía.

– Eso es imposible.

– Iré si te necesito. Adiós, Kemal. Dale un beso a Marissa de mi parte.

Al otro lado del teléfono hubo un momento de silencio.

– Siempre pienso en ti con amor. Acuérdate de eso, Melis. -Yo también te quiero, Kemal -susurró ella y colgó.

Los ojos le ardían al mirar el teléfono. La voz del hombre había traído a su mente muchos recuerdos amargos, pero por nada del mundo se hubiera perdido aquella llamada.

– Melis.

Levantó la vista para encontrar a Kelby de pie en el umbral con una bandeja en la que había una jarra de café y dos tazas. Tragó en seco para aliviar la tensión que le oprimía la garganta.

– Qué rápido. Creo que ahora me vendría bien una taza de café. -No he sido rápido. Llevo aquí parado cinco minutos. -Se le acercó y colocó la bandeja sobre la mesa con un sonido retumbante-. ¿Archer?

Ella negó con la cabeza.

– No me mienta -dijo bruscamente-. La ha destrozado.

– No estoy mintiendo. -Melis calló unos segundos -. Se trataba de Kemal, un viejo amigo.

– ¿Y por eso parece que va a…? ¿Quién demonios es él? -Ya le dije que es mi amigo. No, es más que eso. Es mi salvador. Me sacó de Kafas. ¿Sabe lo que significa eso para mí?

– No, y no estoy seguro de que quiera saberlo.

– ¿Por qué no? -Melis puso una sonrisa torcida-. ¿No siente curiosidad?

– Claro que sí. -Kelby se quedó un momento en silencio -. He pensado en ello. Pero no quiero saber tanto como para que me acusen de manchar el alma de nadie. Eso es algo muy serio.

– Dios mío, ¿he dicho semejante cosa? Qué melodramático. – Inspiró profundamente -. Esto es diferente. No va a robarme nada. No me importa que sepa lo de Kafas. Carolyn me dijo una vez que sólo los culpables debían sentir vergüenza. Me niego a sentirme avergonzada. De todos modos, en cualquier momento Archer lo llamará y dejará caer un poco de veneno en su oído.

– Para usted no es suficiente que no le importe. ¿Quiere contármelo?

Melis se dio cuenta de que quería contárselo a alguien. La conversación con Kemal había hecho aflorar a primer plano demasiados recuerdos. Se asfixiaba con ellos y ya no tenía a Carolyn para ayudarla a liberarse.

– Sí… creo que sí. Kelby apartó la vista. -Bien. Cuénteme sobre Kafas.

– Quiere decir jaula dorada. Era algo así como un club especial en Estambul. -Melis se puso de pie y caminó hasta el borde de la galería-. Y allí había un sitio aún más especial: el harén. Sofás de terciopelo. Paneles calados como encajes, de color dorado. Era muy lujoso porque los clientes eran gente importante o muy rica. Se trataba de un burdel que satisfacía todo tipo de apetitos sexuales. Estuve recluida allí durante dieciséis meses.

– ¿Qué?

– Me parecieron dieciséis años. Los niños viven tanto en el presente que no pueden imaginar que la vida cambia. Por eso, si viven en el infierno, creen que eso será para siempre.

– ¿Niños? -repitió Kelby lentamente.

– Cuando me vendieron al harén yo tenía diez años. Cuando escapé, tenía once.

– Por dios. ¿La vendieron? ¿Cómo?

– El negocio habitual en la trata de blancas. Mis padres murieron en un accidente de tráfico cuando yo apenas gateaba. No tenía otros parientes, por lo que me llevaron a un orfanato en Londres. Era un lugar bastante bueno, pero por desgracia el administrador necesitaba dinero para pagar sus deudas de juego. Y periódicamente declaraba fugitivo a alguno de los niños. Terminaban en Estambul -No pienses. Limítate a pronunciar las palabras. Cuéntalo hasta el final-. Por supuesto, para conseguir el dinero que necesitaba los niños tenían que ser de un tipo especial. Ellos pensaron que yo era perfecta. Rubia, con la piel fresca de los niños, yo tenía además una cualidad que apreciaban mucho. Yo parecía… rompible. Eso era importante. A los pedófilos les encanta devorar niños frágiles. Los hace sentirse más poderosos. El propietario del burdel pensó que cuando tuviera más edad sería un buen plato para los clientes habituales. Y me convertí en un buen premio.

– ¿Cómo se llamaba el propietario?

– No tiene importancia.

– Claro que sí. Voy a librar al mundo de semejante hijo de puta. ¿Cómo se llamaba?

– Irmak. Pero ya está muerto. Fue asesinado antes de que Kemal me sacara del harén a mí y a los demás niños.

– Muy bien. ¿El Kemal que la llamó?

– Kemal Nemid. -Ahora le resultaba más fácil hablar. Kemal formaba parte tanto de las pesadillas como de los buenos tiempos-. Es el hombre que me llevó de Turquía a Chile. Para mí era más que un hermano. Viví con él casi cinco años.

– Pensé que vivía con Luis Delgado.

– ¿Cómo sabe que yo…? -Los labios de Melis se torcieron-. Claro, usted ha tratado de encontrar algo a lo que poder agarrarse. ¿Le estoy contando algo que no sepa?

– Wilson no descubrió ese Kafas -se limitó a decir Kelby-. Sólo supo de su vida en Chile con Luis Delgado.

– Delgado era Kemal. Sus antecedentes eran algo nebulosos y creyó que lo mejor sería que compráramos nuevas identidades. Me llamaba Melisande…

– ¿Y después la dejó tirada y usted tuvo que irse a vivir con Lontana? Qué buen hombre.

Ella se volvió súbitamente hacia Kelby.

– Es un gran hombre -dijo con fiereza-. Usted no sabe nada. Nunca me habría abandonado. Fui yo la que huí de él. Kemal se iba a los Estados Unidos y quería que yo lo acompañara. Iba a iniciar una nueva vida.

– Entonces, ¿por qué cortó con él y huyó?

– Yo habría sido un obstáculo. Kemal llevaba cinco años atado a mí. Lo había hecho todo por ayudarme. Cuando dejé Kafas estaba al borde de la locura. El me consiguió un médico, me mandó a la escuela y cada vez que lo necesitaba estaba allí. Era el momento de liberarlo.

– Por Dios, usted tenía dieciséis años. Yo no la habría dejado partir con Lontana.

– Usted no lo entiende. Mi edad no tenía importancia. Hacía mucho tiempo que no era una niña. Yo era como la pequeña de Entrevista con el vampiro, una adulta encerrada en el cuerpo de una niña. Kemal siempre supo que yo era así. – Melis se encogió de hombros -. Phil había terminado la investigación de las fumarolas marinas frente a las costas de Chile e iba a emprender un viaje de exploración a las Azores. Fui a verlo al Último hogar y le pedí que me llevara consigo. Yo lo conocía desde hacía años. Kemal y él se llevaban muy bien después de que Phil comenzó a alquilarle el Último hogar a la fundación Salvar a los delfines para sus viajes de observación. Phil y yo nos llevábamos bien y él necesitaba que alguien se encargara de su contabilidad, tratara con sus acreedores y lo ayudara a mantener los pies en el suelo.

– ¿Y Kemal no fue a buscarla?

– Lo llamé y hablamos. Me hizo jurarle que lo llamaría si alguna vez me metía en problemas.

– Lo que, con toda probabilidad, nunca ha hecho.

– ¿Qué sentido tiene liberar a una persona si después la obliga a regresar a cada rato? También me convenció de que le permitiera pagar mi educación, así como la consulta de un psicoanalista. En realidad, yo no quería seguir aquellas sesiones. No creía que me estuvieran ayudando mucho, aún tenía las pesadillas.

– Pero entonces conoció a Carolyn Muían.

– Entonces conocí a Carolyn. Sin trucos de magia, sin piedad. Me dejó hablar. Al final me dijo que sí, que era horrible. Sí, me dijo, puedo entender que te despiertes gritando. Pero ya terminó y tú aún estás de pie. No puedes dejar que te aplaste. Tienes que afrontarlo. Era su frase favorita. Basta con que lo afrontes.

– Fue muy afortunada por tenerla a su lado.

– Sí, pero ella no lo fue tanto. Si no me hubiera conocido, aún viviría. -Negó con la cabeza-. Ella odiaba que yo me sintiera culpable. Ése era uno de mis problemas. Enseñar a los niños a que se sientan culpables es fácil. Si yo no era mala, ¿por qué me castigaban?

Algo dentro de mí me decía que yo era la culpable de haber terminado en Kafas.

– Entonces, estaría totalmente loca. Es como decir que una persona atada a los rieles del ferrocarril tiene la culpa de que el tren le pase por encima.

– Carolyn estaba de acuerdo con usted. Nos llevó mucho tiempo que lograra sobrepasar ese obstáculo. Ella decía que la culpa no era saludable, que debía afrontarlo. Y lo afronté. -Ella le miró a los ojos -. Pero también me enfrentaré a Archer. No merece vivir. Es peor que los hombres que acudían allí a follarse a una niña pequeña con un vestidito de organdí blanco. Me recuerda a Irmak. Se lucra tanto de la muerte como del sexo.

– Y usted está dispuesta a encargarse sola de él. Va a dejar que ese pervertido le susurre al oído y entonces le pondrá la mano encima. ¿No es algo encantador?

Kelby había hablado con tanta calma que ella no se dio cuenta de la furia que hervía en su interior. Pero en ese momento la percibió. Cada músculo del cuerpo del hombre estaba tenso.

– No tendré que hacerlo sola. Usted me va a ayudar. – Qué gentil, me permite tener un pequeño papel. -Se le acercó un paso -. ¿Tiene la menor idea de lo que siento en este momento? Me cuenta una historia que me impulsa a salir corriendo para cortarle el gaznate a todo el que se folló a esa niña en el harén. A continuación me dice que tengo que echarme a un lado y contemplar cómo Archer vuelve a hacerle daño.

Estaba molesto. Ella podía percibir la ira que lo hacía vibrar.

– Yo también odio estar indefensa. Pero esa niña ya no existe.

– Yo creo que sí. ¿Y qué quiere decir cuando se ofrece a acostarse conmigo? ¿Y cómo demonios cree que me sentiría cuando descubriera que me he follado a una víctima de ese maldito lugar?

– No soy una víctima. Desde aquella época he practicado el sexo. Dos veces. Carolyn pensó que sería bueno para mí.

– ¿Y lo fue?

– No fue desagradable. -Melis apartó la vista-. ¿Por qué estamos hablando de esto? De todos modos, me ha rechazado.

– Porque en mi cabeza no existe la menor duda de que habría ocurrido. Yo soy como todos esos hijos de puta que querían follársela. Mierda, todavía quiero hacerlo. -Se volvió abruptamente y echó a andar hacia la puerta de cristal-. Lo que, considerando lo que me ha contado, me hace sentirme bien conmigo mismo. Como le diría su amiga Carolyn, lo afrontaré.

– ¿De qué habla? Usted no es como aquellos hombres de Kafas.

– ¿No? Al menos tenemos una cosa en común, y seguro que no es nuestra autocontención.

Ella contempló cómo la puerta se cerraba con fuerza detrás de él. Otra vez Kelby la había sorprendido. Melis no estaba segura de cuál era la reacción que esperaba, pero sólo sabía que no era ésa, compuesta de simpatía, rabia y frustración sexual. Aquello la había arrancado del pasado y la había traído de vuelta a un presente turbulento.

Pero también se dio cuenta de que se sentía aliviada. Nunca le había contado su pasado a otra persona que no fuera Carolyn, y hablarle a Kelby de Kafas había sido extrañamente catártico. Se sentía más fuerte. Quizá era porque Kelby no tenía preparación médica y era sólo una persona común y corriente. Quizá se había librado totalmente de aquel resto de culpa que Carolyn se había esforzado tanto por erradicar. Kelby no la había culpado de nada. Toda la culpa se la había echado a los hombres que habían abusado de ella. Había sido protector, había mostrado su ira… y su lujuria. De una forma tal que la lujuria había sido bienvenida. El tiempo que había pasado en Kafas no había disminuido el deseo del hombre hacia ella. No lo había retorcido ni destruido. El aceptaba que aquel período era parte de la vida de ella. Hasta su ira le había resultado reconfortante porque era una demostración de que él pensaba que ella sería capaz de sobreponerse. ¿Quién hubiera podido decir que la llamada de Kemal le traería esa sensación de paz y fortaleza?

¿Kemal o Kelby? Kemal le había dado ternura, y Kelby rabia, y ella no podía asegurar cuál de las dos era más valiosa.

Solo sabía que cuando sonara el teléfono y oyera la voz de Archer, estaría más preparada para enfrentarse a él.

– Halley ha recogido a Dansk y Cobb hace pocos minutos -dijo Nicholas cuando Kelby contestó el teléfono -. ¿Quieres que haga algo en la ciudad o que regrese? -Ven aquí. Tengo que salir. -Pareces nervioso. ¿Algo anda mal?

– ¿Por qué no? El mundo es brillante, hermoso, lleno de personas amables y bondadosas. Eso basta para que cualquier persona se eche a llorar de alegría.

Nicholas soltó un silbido quedo. -Estaré de regreso en una hora. ¿Es suficiente? -Tendrá que serlo.

Kelby colgó, salió de la casa y echó a andar hacia el embarcadero. Para él, Nicholas llegaría demasiado tarde. Rebosaba de lástima, rabia y frustración, y estaba a punto de estallar. Necesitaba salir a navegar, atravesar las olas y dejar que el viento se llevara bien lejos una parte de esas emociones.

Si no podía controlarlas, tenía que deshacerse de ellas. Nadar hacia la arcada…

No, eso no funcionaría. No debía identificar a Melis con Marinth. Ella era la clave, no el objetivo.

Así que siéntate en el embarcadero y espera a Nicholas. E intenta no pensar en una niña pequeña de cabello dorado con un vestido de organdí blanco.

– Sé que no me entendéis -susurró Melis, mirando a Pete y Susie metidos en los corrales. Sin duda se sentían infelices. Los delfines odiaban los espacios cerrados que Cal había contribuido a erigir días antes junto a la galería-. Me gustaría poder explicároslo.

– ¿Y no puede? -dijo Kelby a sus espaldas.

Ella levantó la vista y lo vio acercarse. Había estado fuera todo el día pero era evidente que acababa de darse una ducha porque aún tenía el cabello mojado. Iba descalzo, sin camisa, y tenía un leve aspecto libertino.

– ¿Qué quiere decir?

– Comenzaba a creer que usted podía conversar con ellos. No hay dudas de que existe un vínculo.

Ella negó con la cabeza.

– Aunque a veces siento como si pudieran leerme la mente. Quizá sean capaces de hacerlo. Los delfines son criaturas extrañas. Mientras más sé sobre ellos, más claro tengo que no entiendo nada. – Lo miró con atención-. ¿Consiguió la máquina para hacer hielo?

– En este momento la están instalando en el avión. -Sonrió-. El piloto no entendía bien para qué la necesitábamos. Tuve que convencerlo de que no estábamos preparando una fiesta gigante con bebidas alcohólicas.

– Tenemos que mantenerlos frescos en el tanque. Es totalmente necesario. Frescos, mojados y con apoyo.

– ¿Con apoyo? ¿Es por eso que va a mantener a los delfines en esos cabestrillos cubiertos de poliespuma?

Melis asintió.

– Los cuerpos de los delfines están hechos para flotar en el agua. Cuando uno los saca de ahí, su propio peso corporal ejerce presión sobre órganos vitales y los daña. En esos tanques no habrá agua suficiente para que se apoyen.

– Deje de quejarse. He hecho todo lo que me ha dicho para que tengan un viaje seguro. Cuando mañana metamos a esos delfines a bordo van a estar más cómodos que nosotros. Van a estar muy bien, Melis. Se lo prometo.

– Es que… están indefensos. Confían en mí.

– Y deben. Usted es una mujer en la que se puede confiar.

Ella lo miró, sorprendida.

– Si uno es un delfín -añadió él con una media sonrisa.

– Nunca pensé que haría una declaración como esa sin añadir algo.

– Claro que no. – Kelby se sentó a su lado y metió los pies en el agua-. Porque usted pensaría que me he ablandado.

– Imposible. -En los últimos días ella había descubierto que él era dinámico y convincente, pero no inflexible si se le demostraba que estaba equivocado-. Usted es demasiado terco para cambiar.

– Dijo la sartén al cazo… -El hombre sacó un pez del cubo que reposaba en la galería y se lo lanzó a Susie. -No ha perdido el apetito. – Kelby le lanzó otro pez a Pete, pero el macho agitó la cola y lo desdeñó -. Podemos tener problemas con él.

– No hay manera de sobornarlo.

La mirada de Melis examinaba las manos de él que ahora reposaban sobre sus rodillas. Unas manos hermosas, bronceadas, fuertes, con dedos largos y hábiles. Siempre había sentido fascinación por las manos. Las de Kelby eran excepcionales. Melis podía imaginárselas haciendo un duro trabajo físico o tocando el piano. Él era muy táctil. Ella había visto cómo la punta de sus dedos acariciaban el borde de un vaso o palpaban la tela de yute en el brazo de la silla de extensión. Era obvio que le gustaba tocar, acariciar, explorar…

– ¿Él está bien?

Ella lo miró rápidamente a la cara. ¿Qué había preguntado? Algo sobre Pete.

– Es un macho y habitualmente son más agresivos. Pero Pete siempre ha sido más suave de lo habitual. Probablemente se debe a que no ha tenido la oportunidad de viajar con un grupo de machos como hace la mayoría de los delfines.

– ¿No andan juntos?

– No, por lo general las hembras se van con las hembras y los machos van a unirse a un banco de machos. Los machos se vinculan a otros machos como compañeros y esas relaciones generalmente duran toda la vida. Ésa es la razón por la que la relación entre Pete y Susie es totalmente única. Como dije, Pete es diferente.

– Y usted lo ha convertido en una mascota.

– Yo no lo he convertido en una mascota. Me he cerciorado de que los dos puedan sobrevivir por sí solos. Pero espero haberlos hecho mis amigos.

– ¿Algo así como Flipper?

– No, es un error pensar que los delfines son como nosotros. No son como los humanos. Viven en un mundo extraño en el que no podríamos sobrevivir. Sus sentidos son diferentes. Su cerebro es diferente. Debemos aceptarlos como son.

– ¿Pero pueden ser amigos de los humanos?

– Desde hace miles de años hay historias sobre interacciones entre delfines y humanos. Delfines que salvan vidas humanas. Delfines que ayudan a los pescadores en su trabajo. Sí, creo que puede haber amistad. Sólo tenemos que aceptarlos de la forma que son, no intentar verlos a nuestra imagen y semejanza.

– Qué interesante. – Kelby le lanzó otro pez a Susie -. ¿Son hermanos? ¿O podemos esperar en un futuro que haya delfincitos?

– No son hermanos. Cuando los traje a la isla hice que les tomaran muestras de ADN. Y aún no han llegado a la madurez sexual,

– ¿Con más de ocho años?

– Los delfines viven mucho. Cuarenta, cincuenta años. A veces no maduran sexualmente hasta los doce años, incluso los trece. Pero tampoco es raro que lo hagan a los ocho o nueve. Por lo tanto, a Pete y Susie no les falta mucho.

– ¿Cómo se siente al respecto?

– ¿Qué quiere decir?

– Ahora parecen estar inmersos en una infancia jubilosa. Las cosas van a cambiar.

– ¿Y cree que eso va a importarme? -Los labios de Melis se pusieron tensos -. No soy una inválida. He tratado con delfines y sus impulsos sexuales durante años. Los delfines son una especie con fuertes impulsos sexuales. Por la forma en que Pete actúa con sus juguetes colijo que va a ser un individuo particularmente sexual. El sexo en la naturaleza no tiene nada de obsceno. Me encantará ver sexualmente satisfechos a estos delfines.

– No creo que usted sea una inválida -replicó Kelby con serenidad-. Es más fuerte que cualquier mujer que haya conocido. Ha sobrevivido a algo que habría quebrado a la mayoría de las personas. Demonios, hasta ha mantenido ocultas sus cicatrices la mayor parte del tiempo.

– Porque nadie quiere pensar en que a los niños puedan ocurrirles cosas malas. Eso hace que la gente se sienta incómoda. -Melis levantó la vista hasta el rostro del hombre -. ¿Acaso no lo alteró a usted?

– Pero no me puso incómodo. -Kelby sonrió -. Me volvió loco de ira. Por usted y con usted. Yo estaba listo para un magnífico revolcón y usted me puso el freno.

Melis se humedeció los labios.

– No quería atormentarlo. Estaba alterada y fue por puro instinto. Un retorno a Kafas. Sabía que era algo que un hombre podría valorar.

– Puede asegurarlo. Pete no es el único muy sexual que hay por aquí. -Se incorporó -. Pero sólo quería decirle que no tiene que preocuparse. No puedo prometerle que siempre esté tranquilo, pero habitualmente lo estoy.

– ¿De veras? Y entonces, ¿de qué estamos hablando?

– Vamos a pasar mucho tiempo juntos. No quiero que esté tensa.

– No estoy tensa. -Mientras él la miraba con escepticismo, ella añadió -: No estoy nerviosa ni le tengo miedo. Es solo que a veces me inquieta.

– ¿La inquieto? -Los ojos del hombre se centraron en el rostro de ella -. ¿Cómo?

– No lo sé. -Eso no era verdad, ella lo sabía demasiado bien. Estaba demasiado pendiente de él, que dominaba cada recinto en donde entraba. Melis se puso en pie de un salto -. Tengo que ir a comprobar el grueso del recubrimiento de los cabestrillos. Lo veré a la hora de cenar.

– Muy bien. – Kelby se irguió -. Hoy cocina Nicholas, así que no espere gran cosa. Dice que eso no forma parte del contenido de trabajo de un chamán.

– Estaré demasiado ocupada para…

El teléfono comenzó a sonar y ella se puso rígida. Ahora no. Tenía demasiadas cosas pendientes y después de hablar con Archer por teléfono los nervios de Melis eran un trapo.

– No responda, maldita sea. -Kelby estaba tan tenso como ella misma -. Me dijo que si no hablaba con él, le haría daño a los delfines. Pero ellos están a salvo en el corral.

– No van a estar siempre en el corral Además, ese hombre tiene que creer que tengo miedo, que estoy cediendo. -Apenas lo oyó mascullar una maldición mientras ella pulsaba el botón-. Llama temprano, Archer.

– Es porque voy a tomar un avión dentro de pocas horas y no podía hacerlo sin hablar con usted. Disfruto tanto de nuestras conversaciones.

– ¿Adonde va?

– A donde ustedes. A Las Palmas. Tengo entendido que el Trina llegó allí anoche.

– ¿Y qué tiene que ver eso conmigo?

– ¿Cree que no la he tenido estrechamente vigilada? Kelby puede haber pescado a Cobb y a Dansk, pero no me resultó difícil contratar a más hombres. Y él no ha intentado hacer un secreto del alquiler de ese avión Delta de carga. Llevar a esos delfines debe de haberle causado todo tipo de problemas. Para aceptar eso Kelby debe estar totalmente fascinado con usted. ¿Qué ha tenido que hacer para convencerlo?

– Nada.

– Cuéntemelo.

– ¡Que lo jodan! -Calló un momento -. ¿Cobb y Dansk?

– ¿Me va a decir que no sabe que él atrapó a dos de mis hombres que vigilaban la isla? Por supuesto, eran unos aficionados o él no hubiera podido…

– Es probable que no lo considerara suficientemente importante para contármelo.

– O quizá sabe lo débil que es usted. Que sólo sirve para una cosa.

– Él no piensa eso de mí.

– Le tiembla la voz. Puedo decirle que ayer, antes de que yo colgara, usted lloraba. ¿Por qué no me da los planos y me deja seguir mi camino?

Melis permaneció un momento en silencio. Déjalo que piense que intentas recuperar tu compostura.

– No lloraba. Se lo imaginó. Yo no lloro.

– Pero estuvo a punto. En los últimos días ha estado varias veces a punto de llegar al límite de sus fuerzas. Usted sabe que esto no va a terminar. La estaré esperando en Las Palmas.

– Muy bien. -Ella no intentó disimular el temblor de su voz. Que piense que es por miedo y no por rabia -. Le diré a la policía que va para allá. Quizá lo arresten y lo pongan a buen resguardo por lo que le queda de vida.

– Tengo demasiadas relaciones para permitir que ocurra semejante cosa. No está hablando con un aficionado. Y hay un líder muy influyente en Oriente Medio que puede hacer que yo consiga todo lo que necesito. Le encanta la idea de un cañón sónico.

– Pero no va a conseguirlo.

– Claro que sí. Usted se está comportando muy bien. Ahora voy a poner la cinta número dos y usted va a escucharla. Podía ser la que más me gusta de todas. Cuando termine le haré unas preguntas, así que no intente apartar el oído.

A continuación ella escuchó su propia voz, proveniente de la cinta.

Podía sentir la mirada de Kelby sobre el rostro y percibir la furia que electrizaba cada músculo de su cuerpo. Se volvió de espaldas a él y caminó hasta el borde de la galena.

Apenas se dio cuenta de que Kelby se marchaba. Podía entender por qué esa cinta era la preferida de Archer. Estaba llena de dolor, de tormentos, de detalles gráficos destinados a revivir recuerdos odiosos.

Aguanta. Ella ya no era aquella niña. No lo dejes que te venza.

Kelby estaba en la cocina, troceando con furia unas zanahorias sobre la tabla de cortar la carne cuando ella entró. No levantó la vista.

– ¿Acabó?

– Sí, él sabe que nos vamos a Las Palmas. Ha puesto vigilancia al Trina. También lo vigila a usted. Sabe que nos llevamos a los delfines.

– No traté de ocultarlo. -El cuchillo de carnicero que Kelby tenía en la mano se clavó profundamente en la madera -. Tenía la esperanza de que apareciera para poder ponerle la mano encima.

– No debe utilizar un cuchillo de carnicero para trocear zanahorias. Se va a arrancar un dedo.

– No, de eso nada. Archer no es el único que sabe cómo utilizar un cuchillo.

– Creí que quien iba a cocinar hoy era Nicholas.

– Necesitaba ayuda y a mí me venía bien la terapia. Quería tener un arma en mis manos. -Kelby no había dejado de mirarla-. ¿Una buena llamada?

– No fue de las peores. -No me mienta. Vi su cara.

– Está bien, no fue mi mejor momento. ¿Por qué no me contó lo de Cobb y Dansk?

– ¿Para qué? No logré pescar a Archer.

– Pues porque quiero estar al tanto. Además, Archer lo usó contra mí.

– Bien, la próxima vez que elimine a uno de esos hijos de puta se lo diré. ¿De qué otra cosa conversaron?

– Puso una de las cintas de Carolyn.

– Ella debió quemarlas.

– ¿Y cómo iba a saberlo?

– Ahora nosotros lo sabemos. Las quemaré. Y cuando agarre a Archer quizá lo queme también a él. A fuego lento, muy lento, como el cerdo que ha demostrado ser. En este momento creo que el cuchillo sería demasiado limpio para él.

Ella intentó sonreír.

– ¿Me deja meterle una manzana en la boca?

Kelby levantó la vista y ella retrocedió ante la carga de ferocidad que había en su expresión.

– No estoy bromeando, Melis. Quizá usted sea capaz de resistir toda la mierda sádica de Archer, pero yo no estoy dispuesto a seguir con esta basura. No resisto ver cómo sufre.

– Ha sido decisión mía.

– Hasta que le eche el lazo a Archer. Entonces todo habrá terminado. Usted quería que la ayudara a acabar con él. Lo tendrá.

– Escúcheme, Kelby. Quiero ayuda, no protección. No me va a dejar fuera de esto. Yo soy la que… Oh, mierda. -El pulgar de Kelby estaba sangrando -. Le dije que cogiera otro cuchillo. -Arrancó varias hojas de papel de cocina, le envolvió el pulgar con ellas, presionó un poco y le levantó la mano por encima del corazón para detener la hemorragia-. Claro, usted sabe mucho de cuchillos. Me sorprende que no se haya cortado hasta el hueso.

– No fue por el cuchillo. -El tono de Kelby era hosco -. Me distraje.

– Por andar amenazando. Lo tiene bien merecido. -Cuando la hemorragia se contuvo, Melis le lavó la mano y se la secó, aplicó un poco de Neosporin en el corte y le puso una tirita -. Ahora dígale a Nicholas que termine de preparar la cena. Tendrá que hacerlo mejor que usted.

– A la orden.

Ella levantó la vista al detectar una nota extraña en la voz del hombre. El la miraba y eso la hizo estremecerse. De repente percibió su cercanía física, el calor de su cuerpo, la dureza de la mano que aún sostenía. Dio un paso atrás y le soltó la mano.

– Eso está bien, Melis. -Kelby volvió a la tabla de cortarla carne-. Es mejor no tocarme.

Ella permaneció allí un instante sin saber qué hacer y después se volvió para marcharse.

– O quizá me equivoco. -Su voz suave la persiguió -. Al menos, ya no está pensando en esa maldita cinta, ¿no es verdad?