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– Tened cuidado. – Melis miraba desesperada cómo los delfines, en sus cabestrillos acolchados, eran bajados a los tanques en el avión -. Por Dios, no los dejéis caer.
– Todo va bien, Melis -dijo Kelby -. Ya están en su sitio.
– Entonces, vámonos de aquí. -La chica se secó el sudor de la frente -. No llegaremos a Las Palmas hasta dentro de siete horas y ya están estresados.
– Los delfines no son los únicos que están estresados -dijo Kelby -. Dile al piloto que despegue, Nicholas.
– Ahora mismo. -Lyons se volvió hacia la cabina-. Todo estará bien, Melis. Ya están cubiertos.
– De bien, nada. -Melis subió los tres escalones del tanque de Pete y acarició delicadamente su nariz -. Lo siento, tío. Sé que esto no es justo. Haré que termine lo más rápido que pueda.
– Parece que Susie se lo está tomando bien -dijo Kelby cuando terminó de inspeccionar a la hembra en el tanque vecino -. Ahora tiene los ojos abiertos. Mientras la transportábamos todo el tiempo los mantuvo cerrados.
– Tenía miedo. -Ella no había notado que Kelby se había dado cuenta. Los últimos cuarenta y cinco minutos él había estado corriendo todo el tiempo de un lado para otro, hablando con el piloto y supervisando el traslado de los delfines -. Pete está enloquecido.
– ¿Cómo lo sabe?
– Lo conozco. Tienen reacciones diferentes ante casi todo.
– Siéntese y ajústese el cinturón. Tenemos que despegar. Melis bajó, ocupó su asiento y se ajustó el cinturón.
– ¿Cuánto tiempo hará falta para llevar a los chicos al tanque en el muelle de Las Palmas?
– Un máximo de veinte minutos. – Kelby se ajustó su cinturón-. He conseguido a varios estudiantes de biología marina para que nos ayuden a llevarlos a los tanques. Están dispuestos a ayudarnos y les encantará vigilarlos. El tanque tiene veinticinco metros de largo y creo que será adecuado para el escaso tiempo que pasarán allí antes de que los soltemos.
– ¿Se cercioró de que las paredes de los tanques tengan abolladuras y salientes?
– Seguimos todas sus instrucciones. ¿Puede decirme por qué todo eso?
– Hay que desviar el sonido. Tienen el sistema auditivo tan desarrollado que si sus silbidos rebotan en superficies lisas, eso les resultaría muy perturbador.
Gracias al cielo, el avión estaba despegando. El ascenso fue suave y gradual como ella había pedido, pero de todos modos Melis podía oír el cloqueo preocupado de Susie. Tan pronto alcanzaron la altura de crucero se quitó el cinturón de seguridad.
– Voy a controlar a Pete -dijo Kelby mientras subía los escalones -. Vaya a ver si puede tranquilizar a Susie.
– Tenga cuidado, podría darle un mordisco.
– Sí, ya me lo dijo. Está enajenado. -Miró a Pete-. Tiene buen aspecto. ¿Qué más podemos hacer?
– Únicamente controlarlo con frecuencia para asegurarnos de que esté mojado y tratar de mantenerlo en calma. Dios, espero que sea un vuelo sin sobresaltos.
– El piloto me dijo que el pronóstico era de buen tiempo. No se esperan turbulencias.
– Gracias a Dios. -Acarició la nariz en forma de botella del delfín hembra-. Quédate ahí, pequeña. No va a ser tan terrible. Vas a regresar al útero materno.
Susie emitió un sonido con tristeza.
– Lo sé. No me crees. Pero te prometo que no te va a pasar nada malo. -Echó una mirada a Kelby-. Y me gustaría estarte diciendo la verdad.
– Le prometí que no ocurriría nada. Melis negó con la cabeza, con gesto cansino.
– Y si ocurre, no tengo derecho a echarle la culpa. Yo soy la responsable de los delfines. -Le hizo una caricia final a Susie y bajó del tanque-. Y yo soy la que acudí a usted para ofrecerle un trato. -Volvió a su asiento. Qué cansada estaba. La noche anterior, preocupada por los delfines, no había sido capaz de dormir-. Y ha resuelto los problemas del transporte de una manera estupenda.
– Puede asegurarlo. -Kelby se sentó frente a ella-. Pero creo que no voy a convertirlo en un hábito. Demasiado traumático. Después de llevar de vuelta a los delfines a su isla pondré punto final. – Calló un instante-. Si los quiere de vuelta. Porque podría decidir dejarlos libres.
– No lo creo. Si se tratara de un mundo prístino, no contaminado por el hombre, habría una posibilidad. Pero hemos creado demasiados peligros para ellos. Polución, artes de pesca que los arrastran y los matan. Hasta los turistas en sus botes se acercan demasiado a las bandadas de delfines.
– De eso me declaro culpable. -Kelby sonrió -. Recuerdo el yate de mi tío cuando yo era un niño. Cada vez que veíamos una gran bandada, le pedía que me dejara acercarme para tocarlos.
– ¿Y le dejaba?
– Claro, me dejaba hacer todo lo que se me ocurría. Mi fideicomiso le pagaba el yate. Quería mantener vigente mi lado bueno.
– Quizá sólo tenía la intención de ser bondadoso.
– Es posible. Pero después de que llegué a la mayoría de edad, seguí recibiendo las facturas de su yate.
– ¿Y las pagó?
Kelby miró por la ventanilla.
– Sí, las pagué. ¿Por qué no?
– ¿Porque le caía bien?
– Porque esos viajes en el yate eran mi salvación. Y la salvación no es gratis. Nada es gratis.
– Creo que le caía bien. ¿Fue entonces cuando llegó a la conclusión de que quería tener un yate como el suyo?
Kelby asintió. -Pero mejor y más grande. -Y lo consiguió, sin la menor duda. ¿Por qué le puso el nombre de Trina?
– Por mi madre.
Melis lo miró, sorprendida.
– Pero yo pensé que…
– ¿Que no le tenía mucho cariño a mi madre? Gracias a los medios. Creo que todo el mundo sabía que no nos hablábamos desde que yo era un mocoso.
– Entonces, ¿por qué le puso su nombre al yate?
– Mi madre era una gran manipuladora, una mujer muy ambiciosa. Se casó con mi padre porque quería ser la anfitriona de sociedad más importante de dos continentes. Me tuvo porque era la única manera para mantener controlado a mi padre. Él era algo voluble y ya se había divorciado en una ocasión.
– ¿Cómo lo sabe?
– Yo estuve presente en uno de los altercados a gritos que tuvo con mi abuela. Ninguna de ellas prestaba gran atención a mis tiernos sentimientos. -Se encogió de hombros -. De hecho, me alegré de haber estado en la habitación. Antes de ese día me tenía engañado. Después de que mi padre falleció en un accidente comenzaron los juicios por la custodia. Él me lo dejó todo y ella estaba furiosa. Pero quien me controlara, controlaba el dinero, y ella se lanzó enseguida a la batalla. Todo niño quiere pensar bien de su madre y ella tenía mucho talento para hacerse la víctima débil e indefensa. Era una verdadera belleza sureña. Toda lágrimas y reproches contra mi abuela. Creo que estaba practicando para comparecer como testigo e intentando influir sobre mí para que testificara en su favor.
– ¿Y su abuela?
– Quería a mi padre y quería el dinero. Odiaba a Trina y yo era un impedimento y un arma en las manos de Trina.
– Qué encanto.
– Pero sobreviví. No estaba como usted en Kafas. La mayor parte del tiempo estaba en internados o en el yate de mi tío Ralph. Los únicos episodios verdaderamente inmundos ocurrían cuando me arrastraban a los tribunales o me obligaban a ir a casa para que Trina me adulara delante de la prensa. Para que eso no ocurriera con mucha frecuencia, yo me comportaba como un salvaje cabrón cada vez que estaba cerca de ella.
– Pero de todos modos, le puso a su yate el nombre de ella.
– Una pequeña broma privada a costa de mi dulce madre. El yate cuesta una fortuna y mamá vive en estos momentos de acuerdo a un presupuesto. Es un presupuesto generoso, pero no lo que a ella le gustaría. -Kelby sonrió -. Y yo controlo totalmente el Trina. Ahí tengo la última palabra, lo mismo que con su presupuesto.
– Debe de odiarla.
– La odié durante un tiempo. Con los años la odio menos. Lo de hacerse pasar por débil y frágil funcionó conmigo. Yo era un niño idealista y quería salir a pelear contra molinos de viento para protegerla. Hasta el día en que descubrí que tenía que protegerme de ella. Fue una experiencia esclarecedora. -Se puso de pie -. Voy atrás, a coger más hielo para los tanques. Me dijo que había que mantenerlos frescos y Pete ha estado moviendo bastante la cola. Melis asintió.
– Voy a controlar a Susie. -Se incorporó y echó a andar hacia el tanque. De repente le vino una idea a la cabeza-. Kelby.
Él la miró por encima del hombro.
– Yo parezco… La mayor parte de los hombres cree que parezco… rompible. ¿Le recuerdo a su madre?
– A primera vista, su aspecto despertó en mí un cierto resentimiento. -Los labios del hombre se torcieron-. Pero le garantizo que nunca me ha recordado a mi madre.
Las Palmas
– Son tan hermosos. -Rosa Valdés contempló admirada a Pete y a Susie en el tanque de veinticinco metros -. Y son una especie magnífica, ¿no es verdad, Melis?
– Son fascinantes -dijo Melis, sin prestarle mucha atención. Susie fue liberada del cabestrillo antes de bajarla al tanque, pero se limitaba a yacer sobre el fondo del depósito. Cuando llegaron al muelle parecía estar en buena forma. ¿Por qué no se movía? Pete también se lo preguntaba. Nadaba en torno a ella con preocupación.
– Para nosotros es un verdadero honor que nos permita ayudarla con los delfines -dijo Rosa con solemnidad-. Los estudiantes colaboramos en el acuario, pero esto es diferente. Esto va mucho más allá.
– Agradezco la ayuda.
Si Susie no comenzaba a moverse ella tendría que saltar al agua a ver…
Pete empujaba suavemente a Susie.
La cola de Susie comenzó a moverse de un lado a otro.
Pete le dio un empujón nada gentil con el hocico.
Susie lo golpeó con la cola, después nadó hasta la superficie y comenzó a cloquearle a Pete con indignación.
Melis suspiró aliviada. No había ocurrido nada. Susie estaba siendo la reina del drama.
– Gracias -dijo, volviéndose hacia Rosa -. No habría podido acomodarlos sin ti y sin Manuel.
– Ha sido un honor -dijo Rosa-. Mi profesor estaba muy entusiasmado porque nos iban a permitir cuidar de los delfines hasta que usted los liberara. Para ganar más créditos llevaremos un registro.
Melís pensó divertida que la chica era muy seria. Seria, diligente y joven. ¿A qué sabía sentirse tan joven?
– ¿Dijiste que mañana vendrían otros estudiantes a ayudar?
– Marco Benítez y Jennifer Montero. Ambos tenían deseos de estar hoy aquí pero no queríamos abrumaría.
– Creo que podría haberlo soportado. -Melis se volvió hacia el depósito con hielo junto a los tanques -. Hay que darles de comer. Con toda intención no los alimenté antes o durante el viaje porque no quería que se marearan o tropezarme con materia fecal de esos pequeños depósitos. ¿Querrías ocuparte de eso junto con Manuel?
– ¿De veras? -Rosa abrió el depósito de hielo antes de que Melis pudiera hacerlo -. ¿Cuánto? ¿Les damos de comer de la mano o simplemente lo tiramos en el tanque?
– Ahora te muestro cómo. -Melis vaciló un instante. También podía enseñarles a proteger los delfines mientras ayudaban. – Pero debes cerciorarte de no darle a los delfines nada que no esté en el depósito de hielo. A veces la gente intenta tirarles a los delfines alimentos para humanos, pero eso no debe ocurrir. ¿Lo entiendes?
Rosa asintió con la cabeza. -Por supuesto.
– Y como se trata de un ambiente nuevo, hay que controlar a Pete y Susie las veinticuatro horas del día. Cada minuto tiene que haber alguien aquí acompañándolos,
– Lo íbamos a hacer de todos modos. Ya hemos organizado turnos de dos personas para poder completar nuestro registro diario.
– Muy bien. -Melis se inclinó sobre el depósito -. Les gustan peces enteros. Solo se los doy en trozos cuando no queda más remedio. Puedes tirarles los peces. Más tarde te enseñaré cómo darles de comer con la mano. Es una experiencia impresionante…
– ¿Satisfecha? -Cuando se apartó del tanque una hora después, Kelby estaba de pie al final del embarcadero -. De todos modos, los chavales son muy listos.
– Más que eso. Tendrán los ojos clavados en los delfines cada minuto del día.
– Y eso es magnífico -dijo Kelby-. No tendrá que preocuparse porque alguien vaya a meterse con ellos mientras trabajamos. He comprobado con la universidad a cada estudiante que aparece en la plantilla para asegurarme que no hay ningún problema, pero también Cal hará de centinela.
Quería decir que Archer no se metería con ellos. ¿Quién otro podía ser? Ese nombre parecía dominar todos los pensamientos en esos días.
– ¿Algún indicio de Archer?
– No. He mandado a Nícholas a que revise las tabernas y hoteles en torno al puerto a ver si puede conseguir alguna información. Pero Archer puede estar en su barco, el jolie Filie.
– Querrá saber qué estamos haciendo en la ciudad. Desde el mar no puede averiguar nada. -Melis miró hacia el horizonte, bañado por la luz crepuscular. ¿Estaba esperándola allí? Habían llegado a Las Palmas hacía cuatro horas y él aún no le había telefoneado-. ¿Cuánto tiempo tendremos que permanecer aquí?
– Probablemente otros dos días. Las nuevas instalaciones del Trina todavía no están listas. Wilson tuvo que ocuparse de arrendar un captador submarino de imágenes de la marina de guerra, pero no llegará hasta mañana.
– Oh, todo de primera.
– Tengo grandes esperanzas. La tecnología no funcionó muy bien cuando los científicos la emplearon para hallar la ciudad perdida de Helike, en Grecia, pero este captador de imágenes está a años luz del que utilizaron allí.
– Pete y Susie son una apuesta más segura.
– Quizá. Si sus madres deciden responder a sus silbidos. ¿Qué tal es la memoria de los delfines?
– Excelente.
– Eso es bueno. ¿Por qué escogió Lontana las aguas en torno a las Islas Canarias para buscar Marinth? Yo habría pensado que estaba más cerca de Egipto.
– Un presentimiento. Se supone que los marinthianos eran excelentes marineros, por lo que las Canarias no les quedarían muy lejos y la topografía de varias de las islas pasó a la leyenda.
– ¿De qué manera?
– Son volcánicas y eso habla de posibilidad de terremotos. Algunos científicos creen que serán azotadas por tsunamis.
– Eso coincidiría con la parte de la leyenda que dice que el mar tomó de vuelta Marinth.
Melis asintió.
– Phil estudiaba las fumarolas en esta zona cuando se le ocurrió que este podría ser el lugar definitivo. ¿Ha hecho reservas en algún hotel?
– Los hoteles son un riesgo. Nos quedaremos en el Trina. Esta atracado a diez minutos de aquí y mientras estemos a bordo puedo controlar la seguridad.
– No me importa dónde paremos. Sólo quiero una cama.
– Correcto. -La expresión de Kelby era sombría -. Ese degenerado no la ha dejado dormir mucho últimamente.
– Hoy tampoco puedo dormir mucho. Lo más, seis horas, y después tengo que volver con los delfines. ¿Podría mandar un mensajero a los chavales para que sepan dónde voy a estar?
– Tan pronto lleguemos al barco. -La tomó del brazo -. Vamos. Le diré a Billy que nos prepare algo de comer y después podrá echarse a dormir.
¿Billy? Oh, sí, el cocinero. Desde aquel día en el Trina le parecía que había pasado un siglo.
– ¿Está toda la tripulación a bordo?
– No, sólo Billy. Y dos centinelas que vigilan el tanque. Les di el día libre a los demás. No sé cuánto tiempo estaremos navegando. Quizá no tenga tanta fe en Pete y Susie como usted.
– Yo nunca dije que estuviera segura. Solo creo que hay muchas posibilidades. -Lo miró de reojo -. Ha mantenido su palabra. Ha hecho todo lo que le he pedido. Sé cuánto ansia todo esto. No lo decepcionaré.
– No me sentiré decepcionado. Si atrapamos a Archer consideraré que hemos ganado. A veces creo que quiero pescar a ese tipo casi tanto como quiero encontrar Marinth.
– La palabra clave es casi. -El Trina apareció delante de ellos, era tan bello como ella lo recordaba-. Nada es tan importante como Marinth. Lo comprendo. Es como una fiebre.
– Hay fiebres y fiebres. -La ayudó a subir por la plancha -. No creo que valga la pena discutir la fiebre en este momento.
– ¿Por qué no? El sueño de Phil fue siempre… -Melis olvidó lo que iba a decir. Qué calor. Apartó la vista y respiró profundo -. Bien, no hablemos de fiebre.
– Cobarde -Kelby la zahirió levemente-. Pensé que aceptaría el reto.
– Entonces, diga lo que tiene en mente. -Melis se obligó a mirarlo de nuevo -. No juegue con las palabras. No soy buena en eso. La sonrisa del hombre desapareció.
– Yo tampoco. Me ha pescado desprevenido. No esperaba que usted se sintiera de la misma manera.
Ella tampoco lo había esperado. Había sido como si la golpeara un rayo: caliente, punzante, intensamente sexual. Aún sentía la sacudida.
– Está bien -dijo él en voz baja -. No voy a aprovecharme de un momento de debilidad. -Señaló con la cabeza la escalera que llevaba a los camarotes -. Le dije a Cal que dejara su maleta en el primer camarote a la derecha. Creo que ahí tendrá todo lo que necesita.
Asombrada, Melis se dio cuenta de que no quería apartarse de él.
– Gracias.
Avanzó lentamente hacia la escalera. Dios, ¿qué le ocurría?
Ella no era estúpida ni inocente. Sabía lo que le ocurría. Sólo que no le había ocurrido nunca antes.
Cuando llegó al primer escalón miró atrás por encima del hombro. Él estaba allí, observándola. Fuerte, vital y sensualmente masculino.
Qué calor.
Se apresuró a bajar.
Melis respiró profundamente y abrió la puerta del camarote de Kelby.
– Mire, siento entrar así, pero…
El no estaba allí. Aunque habían transcurrido más de dos horas desde que ella lo había dejado en la cubierta.
Echó a andar por el pasillo y subió lentamente la escalera hasta la cubierta superior. El estaba de pie junto al pasamanos, mirando al mar.
– Kelby.
Se volvió y la miró.
– ¿Algún problema?
– Sí. -La voz de Melis temblaba-. Y no sé qué hacer al respecto. No puedo dormir y me siento… -Avanzó hasta detenerse frente a él -. Pero no creo que se me vaya a pasar, así que tengo que afrontarlo. -Puso las manos sobre el pecho del hombre. Sintió el latido de su corazón y cómo los músculos se le ponían tensos bajo sus dedos -. Carolyn diría que es un buen avance.
– Y usted respeta su opinión. No me importa por qué o cómo, lo que importa es que ocurra. -Kelby le puso la mano en la garganta-. Eres tan delicada. Yo no soy el hombre más gentil del mundo. Me dejaré llevar y lo haré demasiado rápido, temo hacerte daño.
– A la mierda. No soy delicada. Soy fuerte, y no lo olvides. El rió para sus adentros.
– Prometo no olvidarlo.
La mano del hombre bajó hasta los pechos de la chica. Ella inspiró con brusquedad.
– ¿No? -Kelby la miró a los ojos.
– Demonios, no te estoy rechazando. Si sigues tratándome como a una inválida no vamos a llegar a ninguna parte. Es que me sentí… excitada. Todo está conectado, ¿no es así? Me tocas ahí y yo lo siento… por todo el cuerpo.
– Así funciona. – La voz del hombre era ahora ronca -.Ya veces funciona muy de prisa. Así que creo que lo mejor es que bajemos a mi camarote.
Kelby intentó recuperar el aliento.
– ¿Te he hecho daño?
– No me acuerdo. -Él había sido apasionado hasta el extremo y quizá llegara hasta la rudeza. Ella no tenía derecho a quejarse. Tras los primeros minutos se habían comportado casi como anímales. Melis tenía un vago recuerdo de sus uñas clavándose en los hombros de él -. ¿Te he hecho daño?
– No, pero me sorprendiste muchísimo.
– Yo también me sorprendí. No fue como con los hombres que Carolyn me eligió. Ella hizo todo lo que pudo, pero fue algo… clínico.
– Apuesto a que quedó decepcionada.
– Sí, me dijo que lo intentaríamos de nuevo más tarde. Lo evité constantemente, pero si hubiera sabido que era tan delicioso le habría hecho caso.
– Creo que debes quedarte conmigo. Soy un producto probado. – La hizo pegarse a él -. ¿Alguna mala vibración?
– Al principio, algo hubo. Pero después desaparecieron. Creo que fue porque éramos como dos osos tratando de despedazarse. Parecía algo muy… natural. Si hubo una víctima en esta cama, ese fuiste tú, Kelby.
– Y con gusto volveré a sacrificar mi cuerpo. Me alegra haberte dado placer.
Ella permaneció callada un instante.
– Fue interesante.
Kelby rió para sus adentros.
– No es el comentario más entusiasta que haya oído sobre mi desempeño sexual. -Le frotó la sien con los labios -. Y creo que para ti fue algo más que interesante. Estabas muy cachonda.
– Y eso también resultó interesante. -Melis se pegó al cuerpo del hombre -. Cómo duró. Creo que debes ser como Pete. -¿Qué?
– Dijiste que eras muy sexual, como Pete. Creo que tienes razón.
– ¿Me estás insinuando algo? Estoy listo.
Oh, sí, estaba listo. Y ella también. Era increíble que pudiera desearlo de nuevo tan pronto. Los años y Carolyn la habían curado. A ella le habría encantado…
Kelby se levantó, apoyándose en un codo.
– ¿A dónde demonios vas?
– A mi camarote, para tomar una ducha y vestirme. -Melis vaciló-. Quiero que sepas que me doy perfecta cuenta de que esto no significa nada para ti. Te lo iba a decir antes pero me distraje.
– Yo también me distraje un poco, pero para mí sí significó algo.
Ella sonrió.
– Un rato más que bueno. Pero sé que no tienes ninguna razón para confiar en las mujeres y hasta esta noche no me había dado cuenta de que un hombre también puede ser vulnerable. Sólo quería decirte que no voy a demandarte ni a verter cubos de lágrimas cuando leves anclas y te largues. Sin compromisos. Eso es lo mejor de lo que ha ocurrido aquí esta noche.
– ¿De veras? -Kelby quedó en silencio un instante -. Entonces, ¿por qué no regresas y nos regalamos un poco más de sexo sin compromisos?
Ella negó con la cabeza.
– Tengo que controlar a Pete y Susie,
Kelby retiró las sábanas.
– Voy contigo.
– ¿Por qué? Seguro que tienes cosas que hacer aquí. -Le hizo una mueca-. Como dormir. No hemos dormido mucho.
– Nicholas está aún en la ciudad y no quiero que vayas sola a ninguna parte.
Archer. ¿Cómo había podido olvidarse de él?
– Aún no me ha llamado.
– Gracias a Dios. No creo que pueda ocuparme de eso en este momento.
– No puedes tener a alguien que me vigile todo el tiempo. -Melis se humedeció los labios -. Consígueme un arma, Kelby.
– Está bien, pero un arma no soluciona todos los problemas. Necesitas un guardaespaldas y lo tendrás. Seré yo o alguien en quien confíe. -Caminó hacia la ducha -. A Archer le encantaría ponerte las manos encima y aquí no estás tan protegida como en la isla. No voy a correr el riesgo de tener que ir a la morgue a identificar tu cadáver sólo porque seas terca.
La puerta de la ducha se cerró a sus espaldas.
Carolyn, muerta y torturada, yaciendo sobre la fría mesa de metal.
Melis se estremeció al abrir la puerta del pasillo. Aquel recuerdo era como zambullirse en profundas aguas heladas. Llevaría guardaespaldas. Esas últimas horas le habían reafirmado cuánto le debía a Carolyn. No estaba curada del todo pero iba por buen camino. Había que pagar las deudas.
Y para pagarlas, tenía que mantenerse con vida.
Archer no la llamó hasta una hora después de que ella llegó al tanque.
– Ha pasado mucho tiempo, Melis. ¿Me añora?
– Tenía la esperanza de que alguien le hubiera dado un pisotón y lo hubiera matado como la cucaracha que es.
– ¿Sabe que se da por seguro que las cucarachas heredarán el planeta? ¿Qué tal toleraron el viaje los delfines?
– Están bien. Y muy bien custodiados.
– Lo sé. He controlado la situación. Pero eso no quiere decir que, en caso de que quiera acercarme a ellos, no pueda hacerlo.
– ¿Está aquí en Las Palmas?
– Estoy donde quiera que usted se encuentre. ¿Es que aún no se ha dado cuenta? -Hizo una pausa-. Hasta que me dé lo que quiero. No debe ser difícil para usted. Tiene mucha experiencia en eso de darle a los hombres lo que desean. Dicen que los niños absorben los conocimientos más de prisa y de manera más permanente que los adultos. ¿No es maravilloso tener para siempre ese talento y esos recuerdos? Envidio a Kelby. Seguro que le está proporcionando muy buenos ratos. Pero quizá no me limite sólo a envidiarlo. Quizá decida probarlo por mí mismo. Le pondré un vestido blanco cortito y…
– ¡Cállese!
Hubo silencio por un instante.
– ¿Otra grieta en la armadura? Se está desmoronando poco a poco, ¿no es verdad? Entrégueme las investigaciones de Lontana, Melis.
– Maldito sea.
– Si no lo hace, estaré por el resto de su vida. Eso no es un problema para mí. Lo estoy disfrutando. – La voz del hombre se suavizó -. Pero las mujeres no duran mucho tiempo en lugares como Kafas y si me vuelvo impaciente encontraré la manera de enviarla a un sitio así. Creo que si lo hago tardará muy poco en decirme lo que quiero saber.
No hables. No le repliques. Haz que crea que estás tan aterrorizada que por eso guardas silencio.
– Pobre Melis. Está peleando duro. No vale la pena.
– No puedo decir… Usted mató…
– ¿Y qué importancia tiene eso? Están muertas. No querrían que usted sufriera de esta manera. Démelo.
– No.
– Pero ese no cada vez suena más a sí. Percibo una nota de desesperación.
– No soy responsable de lo que pueda oír. -Deliberadamente, Melis dejó que se le quebrara la voz -. No puedo… evitarlo. Largúese.
– Oh, me largaré. Porque usted necesita pensar en lo que acabo de decirle. La llamaré otra vez esta tarde. Creo que estudiaremos la cinta número uno. Fue el primer día que la metieron en el harén. Estaba muy asustada. No entendía lo que le ocurría. Todo era reciente, muy doloroso. ¿Lo recuerda? -Y colgó.
Melis recordaba todo el dolor. Pero por alguna razón estaba menos impresionada que tras las primeras llamadas de Archer. Había asumido que ya no era aquella niña pequeña pero quizá no lo creyera realmente. Quizá al ahogarla en aquel horror de tanto tiempo atrás Archer había embotado el filo de aquellos recuerdos. Cuan frustrado se sentiría en caso de que eso fuera verdad.
– Están muy bien. -Rosa Valdés se detuvo junto a ella-. La hembra me permitió acariciarla esta mañana.
– Es muy amistosa. -Melis intentó espantar cualquier pensamiento sobre Archer mientras guardaba el teléfono en el bolsillo de su chaqueta. No podía dejar que aquel miserable la perturbara más de lo necesario, tenía trabajo que hacer-. ¿Alguien se ha acercado al tanque desde que metimos a los delfines?
– Sólo los otros estudiantes del equipo. -Rosa frunció el ceño -. Les dije a todos que las instrucciones eran ésas. ¿Algo va mal?
– No, era sólo una pregunta. -Se volvió y echó a andar hacia el tanque -. ¿Les diste sus juguetes?
– Sí. Al parecer, después de eso se sintieron mejor. ¿Siempre lleva Susie esa boa plástica en torno al cuerpo? Parece muy coqueta.
– Es muy femenina. La vi hacer lo mismo con una tira de algas y pensé que necesitaba algo más duradero. -Pero era evidente que Pete no había jugado con su boya plástica de la manera habitual, o Rosa se lo habría contado sin lugar a dudas -. Pensé que los juguetes podrían ayudar. No tienen suficiente espacio en el tanque para jugar y combatir el aburrimiento. Es una ten…
– ¡Madre de Dios! -Rosa abrió desmesuradamente los ojos mientras observaba a Pete -. ¿Qué hace?
– Lo que crees que está haciendo. Le encanta dar vueltas nadando con la boya.
– Pero la lleva en el pene.
– Sí, a veces lo hace durante horas. -Los labios de Melis se curvaron mientras hablaba-. Debe pensar que es una sensación muy agradable.
– Me imagino que sí -dijo Rosa en voz baja, sin apartar la vista de Pete -. Estoy impaciente por documentar esto en el registro.
– Es un barco rápido con una tripulación de seis hombres y armas pesadas -dijo Pennig-. Por esa razón puede ser difícil de abordar cuando estén en alta mar.
– Difícil no significa imposible. ¿Cuánto les falta para tener listo el Trina? -preguntó Archer.
– Uno o dos días. Esperan un aparato o algo así.
– Uno o dos días -repitió Archer.
Eso no le daría mucho tiempo para trabajar a Melis. Pero podría ser suficiente. La última vez que había hablado con ella, la chica había dado señales de que se desmoronaba. No le gustaba la idea de tener que llamarla cuando estuviera con Kelby en alta mar. La chica se sentiría más libre, más segura, aislada con él en el barco.
¿Debía incrementar el número de llamadas para presionarla más?
Quizá.
Pero le molestaba cambiar el ritmo. Podía imaginársela esperando, temiendo el momento en que sonara el teléfono.
– Al Hakim lo llamó anoche, ¿no? -La voz de Pennig era indecisa-. ¿Se está impacientando?
– ¿Tienes la audacia de sugerir que no estoy manejando esto de forma adecuada?
– No, por supuesto que no -respondió Pennig con presteza-Sólo preguntaba.
Al Hakim estaba impacientándose. Y lo último que Archer quería que hiciera era enviar a alguno de sus amigos terroristas para evaluar la situación y correr el riesgo de que asumieran el mando.
– Entonces pregúntatelo en silencio, Pennig. Yo sé lo que hago.
Trabajar a Melis con lentitud y paciencia era un placer exquisito. Pero la paciencia podía convertirse en algo peligroso.
Tendría que considerar la posibilidad de subir la apuesta.