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Persuadir a Pete de que dejara en paz el captador de imágenes les tomó más de una hora. Melis lo intentó todo, desde colgarse del dodo hasta que Susie nadara a su lado. Pete siguió tan terco como siempre y se negaba a ceder. Finalmente Nicholas maniobró con la gabarra hasta colocarse junto al dodo y desde allí les tiró pescado a los delfines hasta que el macho comenzó a asociar el captador de imágenes con algo placentero.
– De nuevo el pescadero -dijo Nicholas mientras ayudaba a Melis a subir a la gabarra-. Iba a traer el compacto de Stevie Wonder. Ya conoces la cita: la música tiene encanto para amansar a las bestias salvajes.
– Vaya con el poeta -dijo Kelby-. Y creo que a Melis no le gustará que llames salvaje a Pete. Simplemente es un incomprendido.
– Bueno, de todos modos creo que el pescado funcionó mejor dijo Nicholas mientras contemplaba cómo Pete y Susie jugaban en el agua-. Parece que ha olvidado el dodo letal. ¿Crees que habrá sobrevivido al ataque de Pete?
– Se supone que es muy resistente -explicó Kelby-. Lo veremos al regresar a bordo, cuando controlemos los instrumentos.
En el panel de control el indicador verde aún estaba encendido cuando volvieron al Trina diez minutos después.
– Por San Jorge, todavía vive -murmuró Nicholas -. Definitivamente, ese dodo no está extinto. Lo has salvado, Melis.
– ¿Por qué no vas a decirle a Billy que prepare la comida? -la mirada de Kelby estaba clavada en el panel-. Y después, tráenos dos toallas.
– ¿Estás intentando librarte de mí? Primero, pescadero, y después botones. -Nicholas echó a andar cubierta abajo -. Tienes que prometer que no harás nada que me divierta mientras me ausento.
– Me sorprende que todavía funcione. -Melis se acercó un paso al panel de control-. Si es tan sensible como dices.
– El captador es sensible pero la caja ha sido construida como un tanque y debe resistir la mayoría de las cosas. -Kelby se inclinó y ajustó uno de los diales -. Y eso incluye, sin la menor duda, a un delfín que intenta hundirlo.
– ¿Me estás diciendo que no salvé al dodo?
– Que dios me perdone. No se me ocurriría semejante cosa. Eres más rápida que una bala… -Se aproximó al gráfico -. Solamente tuviste una ayudita del fabricante… Demonios…
– ¿Qué pasa? -Caminó hasta detenerse al lado del hombre y echó un vistazo al gráfico -. ¿Hay algo?
– Todo el tiempo que gastamos en convencer a Pete de que dejara tranquilo al dodo estábamos sobre esta zona. -Señaló una línea dentada sobre el papel-. Allá abajo hay algo. -Tiró del papel para examinarlo -. A no ser por un par de minutos en los que el dodo dio vueltas como una peonza, el captador muestra las mismas irregularidades. Hacia el oeste son más grandes y pronunciadas.
– Te estás entusiasmando. Podría ser otro…
– O podría ser el premio gordo. -La mirada de Kelby no se apartaba del gráfico -. Baja y cámbiate, Melis. Vamos a darle un paseíto al dodo hacia el oeste y veamos que encuentra.
Tres kilómetros al oeste la línea dentada del gráfico se hizo mas abrupta y aparecieron líneas horizontales.
Otros ochocientos metros y allí estaban los delfines.
Cientos y cientos de ellos, cuerpos esbeltos brillando al sol del atardecer mientras nadaban, saltaban y jugaban. Alegría. Gracia. Libertad.
– Dios mío -susurró Melis -. Eso me hace pensar en el inicio de la creación.
– ¿El Ultimo hogar? -preguntó Kelby.
– Podría ser -contestó Melis. La visión de los delfines sobrecogía. No podía apartar los ojos de ellos. Rayos de luz solar se filtraban entre las nubes de un gris azulado y tocaban el mar en toda su intensidad. Los delfines la habían impresionado bajo el agua, pero aquel despliegue era verdaderamente notable. La emoción le producía un nudo en la garganta-. Creo que tendremos que esperar a mañana cuando bajemos con Pete y Susie.
– Si esos otros delfines nos permiten acercarnos.
– No tenemos que utilizar a Pete y Susie. -Melis no lo miraba-. Puedes usar una campana de inmersión o alguno de tus sumergibles modernos para explorar la zona.
– No, no puedo. No sería lo mismo. Cuando vea Marinth por primera vez no quiero estar metido en una jaula metálica.
Melis sonrió.
– ¿El sueño?
– ¿Y qué otra cosa? -La voz del hombre vibraba de intensidad-. Dios mío, está aquí, Melis.
– Eso espero.
Kelby estaba feliz. Su expresión era radiante, y mientras lo miraba la recorría una corriente cálida. No podía compartir el sueño pero podía compartir su júbilo. Un júbilo que brotaba de él y la abrazaba, la envolvía. Ella dio un paso, se le acercó y le tomó la mano.
Kelby bajó la vista para mirarla inquisitivamente.
– Nada -sonrió ella-. Sólo quería tocarte.
– Eso es algo grande.
– Ahora mismo, no. -Ella volvió a mirar al mar y los delfines se unieron, formando un círculo eterno de vida y renovación-. Y aquí no. Pero es magnífico.
– Nuestro observador utiliza una gabarra monocasco Ballistic de 7’6 metros -le informó Nicholas a Kelby cuando regresó esa noche al barco -. En realidad, deben ser dos centinelas.
– ¿Dos?
– Vi otro bote de motor a escasos metros de distancia, pero se fue antes de que pudiera acercarme. Tiene sentido que sean dos en caso de que necesiten vigilar las veinticuatro horas.
– ¿Te vieron?
– No lo sé. Pero si me vieron, no tiene importancia. Sería natural que nosotros también vigiláramos. -Hizo una mueca-. No creo haber espantado a nadie. Esa gabarra tiene tanta potencia y autonomía como la tuya, Jed. Si salen con ventaja, se perderán de vista.
– ¿Podrías seguir a una de ellas hasta el jolie Filie?
– Quizá. Pero, de todos modos, voy a organizar mi propia búsqueda. Tan pronto regreses de tu inmersión al final del día, saldré hacia allá.
Melis apenas podía divisar a Pete y Susie nadando delante de ella en el agua llena de légamo.
Llevarlos como parachoques no había tenido la menor importancia, pensó con arrepentimiento. Desde que ella y Kelby se habían zambullido por la mañana, los delfines no les habían prestado la menor atención.
No, eso no era verdad. Porque se movían con un propósito. Iban hacia alguna parte, tenían un destino. Mostraban la misma actitud del otro día cuando Melis pensó que la llevaban en una cierta dirección. Y ahora, al percibir aquella intensidad, se sintió llena de esperanzas.
Kelby, que se le había adelantado, volvió nadando hacia ella y movió la cabeza.
¿Qué ocurría?
El hombre hizo un gesto con la mano, indicando un pez.
¿Tiburones?
Entonces ella misma lo vio. Delfines. Un banco tan numeroso como el que habían visto allí, en las profundidades, el día anterior por la tarde.
Y estaba a pocos metros de ellos. La enorme cantidad intimidaba.
Y pasaba lo mismo con el interés poco amistoso que mostraba uno de los machos mientras nadaba hacia ellos. Por Dios.
El macho embistió con fuerza a Kelby y después nadó hacia ella.
Kelby se descolgó su escopeta contra tiburones.
Melis negó con énfasis. Un minuto después el macho la golpeó en las costillas.
Qué dolor.
Después el delfín se marchó.
Pero podría regresar, quizá con refuerzos.
Kelby le hacía señales de que debían salir a la superficie.
Podía ser lo más inteligente. Ellos podrían regresar el día siguientes, después de pensar cómo…
Pete y Susie habían regresado.
Pete nadaba en torno a ellos, trazando un círculo protector mientras Susie nadaba junto a Melis.
Melis estiró la mano y le acarició el morro. Era hora de que vinieras, jovencita.
Como en respuesta, Susie se le acercó y se frotó contra ella.
Melis dudó un momento y después le hizo un gesto a Kelby para que siguieran adelante. El hombre iba a decir que no con la cabeza, pero finalmente se encogió de hombros y siguió adelante.
¿Se quedarían con ellos Pete y Susie?
Y si lo hacían, ¿significaría algo para los demás delfines? Melis nadó lentamente hacia el banco de delfines.
Pete continuó trazando sus círculos protectores y Susie permaneció nadando a la izquierda de Melis.
Entonces se metieron en medio de la multitud de delfines. Era increíble.
Y daba un miedo tremendo.
Por favor, chicos, no nos dejéis, rezó. Pete y Susie seguían con ellos.
Una hembra se separó del perímetro exterior del banco y nadó hacia ellos.
Al momento Pete se le aproximó y la hizo apartarse de Kelby y Melis. Entonces siguió describiendo círculos.
Diez minutos después el banco de delfines comenzó a perder el interés por ellos.
Cinco minutos más tarde Pete ensanchó sus círculos, como si se diera cuenta de que estaban seguros.
Pero Susie y él permanecieron con ellos mientras se desplazaban lentamente a través de los delfines.
Entonces llegaron al otro lado, siguiendo a Pete y Susie por una gruta y luego de regreso al mar abierto.
Pero no vieron nada.
El agua estaba turbia, pero se podía ver el fondo. El fondo era de légamo. Sin columnas, sin ruinas. No había ninguna ciudad. Légamo.
Dios, qué desilusión para Kelby, pensó Melis.
Pero él no mostraba la menor señal de desencanto. Nadaba con más fuerza, más de prisa, bajaba cada vez más pegándose al fondo. Estaba buscando, revisando. Finalmente se volvió y regresó nadando hacia ella. Apuntó a la superficie con el pulgar para indicar que debían salir.
Kelby no habló hasta que estuvieron de vuelta a bordo del Trina, pero ella podía percibir su entusiasmo.
– Creo que está ahí -dijo Kelby mientras Nicholas los ayudaba a quitarse los tanques -. Marinth. Estoy seguro de que está ahí.
– Lo único que he visto es légamo -dijo Melis, negando con la cabeza.
– Yo también, hasta que me aproximé. Vi destellos de fragmentos de metal que brillaban a través del légamo. Dijiste que las tablillas eran de bronce. Es posible que hayan utilizado metales para otras cosas.
– Microondas y lavadoras -asintió Nicholas.
Kelby no prestó atención a la broma.
– Quizá. No lo sabremos hasta que no retiremos todo ese légamo de Marinth.
– Suponiendo que sea Marinth y no los restos de un submarino de la Segunda Guerra Mundial – intervino Nicholas -. Aún no estás seguro.
– Podré hacerme una idea después de que vuelva a bajar y recoja un poco de ese metal. Quiero que bajes conmigo tan pronto rellenemos los tanques.
– Pensaba que nunca me lo pedirías -dijo Nicholas.
– No -dijo Melis -, yo bajaré contigo.
Kelby negó con la cabeza.
– No sabemos si el banco de delfines será tan tolerante como después de que Pete y Susie aparecieron.
– Y quizá volvamos a necesitar a Pete y a Susie. No conocen bien a Nicholas.
– Pues me conocen mejor de lo que me gustaría -dijo Nicholas.
– Iré -repitió Melis -. Alguien tiene que quedarse a bordo en caso de que tengamos problemas con los equipos. Después de que nos cercioremos de que éste es el sitio y los delfines nos toleran, Nicholas podrá bajar.
Kelby dudó.
– ¿Cómo están tus costillas? -Doloridas, pero bajaré.
Kelby miró a Nicholas y se encogió de hombros. -Viene ella.
Se zambulleron dos veces más, pero solamente sacaron pedazos de bronce y de otro metal no identificado.
La tercera vez, Kelby encontró un cilindro largo y fino, hecho del mismo metal.
Cuando volvieron al Trina, Nicholas y toda la tripulación los estaban esperando.
– ¿Algo interesante? -Nicholas se inclinó para contemplar el objeto en la red-. No parece muy corroído. ¿Bronce?
– Es algún tipo de aleación metálica. -Kelby se arrodilló junto al cilindro -. Y a mí me parece una pieza de un submarino de la segunda guerra. Ven un momento, Melis.
Ella se aproximó de inmediato.
– ¿Qué?
– Echa un vistazo a la inscripción que hay junto al borde del cilindro.
Melis inhaló profundamente. No había detectado las pequeñísimas marcas.
– ¿Jeroglíficos? -preguntó Kelby-. ¿Los mismos de las tablillas?
– Parecen iguales -asintió ella.
– Maldita sea. -La sonrisa de Kelby iba de oreja a oreja-. Lo sabía. ¡La hemos encontrado!
La tripulación soltó un «hurra».
– Abre la caja de champán, Billy. -Kelby seguía examinando el cilindro -. Me pregunto de qué se trata.
– ¿Un tarro de especias? -Nicholas señaló uno de los jeroglíficos-. Creo que aquí dice «chile en polvo»
Kelby soltó la carcajada.
– Demonios, es probable que tengas razón. Estoy tratando de leer ahí algo importante. Creo que en ese mismo momento estoy un poco mareado.
– Pues yo iré a ayudar a Billy a elegir el champán. Tiene que ser algo muy especial para esta ocasión. -La expresión de Nicholas se suavizó cuando se dirigió a Kelby por encima del hombro -. Diría que tienes derecho a estar un poco mareado. Enhorabuena, Jed.
– Gracias. -Kelby miró a Melis -. Y gracias a ti. Ella negó con la cabeza.
– No tienes que agradecerme nada. Yo hice una promesa. ¿De veras consideras que ésta es la prueba?
– Creo que es lo más parecido. Si mañana sacamos otros objetos, apuesto a que la hemos encontrado.
– ¿Y después, qué?
– Ahora mismo llamaré a Wilson y lo mandaré a Madrid para conseguir los derechos de salvamento o cualquier cosa que se requiera para preservar mis derechos de exploración. Porque si hay alguna filtración, toda la zona se llenará de barcos de salvamento con todo tipo de individuos que intentarán hacerse ricos.
– ¿Eso le llevará bastante tiempo?
– No, si unta a las personas adecuadas. Wilson es un experto. – La sonrisa desapareció de su rostro -. Me he olvidado de Archer. Dame un día más aquí, Melis. Es todo lo que necesito.
– No te estaba presionando. -Ella sonrió con gesto torcido-. Desearía poder olvidarme de Archer. No puedo. No me lo permitirá. Y yo tampoco. -Hizo una pausa-. Marinth no es lo que pensaste, ¿verdad? Yo esperaba columnas rotas y ruinas. No légamo solamente.
Kelby movió la cabeza de un lado a otro.
– Cuando era niño, soñaba con una arcada que conducía a una hermosa ciudad.
– Pero no pareces decepcionado.
– Eso era un sueño. Esto es la realidad, y la realidad siempre es más emocionante. Puedes tomarla en tus manos, tocarla, moldearla. -Se encogió de hombros -. Entonces quizá necesitaba el sueño, pero ahora no. -Sonrió -. Y quién sabe lo que hay bajo todo ese légamo. Podría ser una arcada. -La tomó del brazo -. Vamos, pongámonos ropa seca y bebamos un poco de champán.
Kelby no estaba en el lecho a su lado.
Melis echó un vistazo al reloj. Eran un poco más de las tres de la madrugada y Kelby rara vez se levantaba antes de las seis.
A no ser que algo anduviera mal.
Los delfines.
Se sentó, bajó los pies de la cama y buscó su bata. Un segundo después subía la escalera que llevaba a la cubierta superior.
Kelby estaba de pie junto al pasamanos con la cabeza levantada y los ojos clavados en el cielo nocturno.
– ¿Kelby?
El se volvió y le sonrió.
– Ven.
Nada andaba mal. El no podría haber sonreído así si en su mundo no estuviera todo en orden. Ella se le acercó.
– ¿Qué haces aquí fuera?
– No podía dormir. Me sentía como un niño en vísperas de Navidad. – Le pasó el brazo por encima de los hombros -. Y abriré mis regalos dentro de pocas horas.
Su expresión tenía el mismo entusiasmo luminoso que había aparecido en su rostro desde que encontró el cilindro.
– Quizá no sean tan excitantes como el que hallaste hoy.
– O quizá sean mejores. -Su mirada volvió al cielo -. ¿Sabes?, se trata de un metal extraño. Me pregunto si procederá de meteoritos.
Ella se echó a reír.
– O quizá lo trajeron viajeros del espacio.
– Bueno, todo es posible. Nadie habría pensado que una sociedad fundada hace milenios pudiera ser tan avanzada como eran ellos. -Sus brazos se cerraron en torno a ella-. Y está aquí, esperándonos, Melis. Todas esas maravillas…
– ¿Maravillas? Kelby asintió.
– Quedan muy pocas maravillas. Los niños son los únicos que las reciben con naturalidad, y las pierden al crecer. Pero una vez cada muchos años aparece algo que nos recuerda que si abrimos los ojos y nos esforzamos en buscar, todavía las podemos encontrar.
Ella lo miró y sintió que se le hacía un nudo en la garganta. Algo… o alguien.
– ¿Qué crees que hay todavía allá abajo?
– Hepsut fue muy descriptivo. Estoy impaciente por tener esas tablillas en mis manos. Podrían darme una idea de dónde buscar, de cuáles son las expectativas.
Ella rió y negó con la cabeza.
– No quieres saber cuáles son las expectativas. Eso te lo chafaría todo.
Kelby asintió con cierto arrepentimiento.
– Tienes razón, se perdería una parte de la magia. Y la magia es importante. – La miró -. Es tarde, no tienes que quedarte aquí conmigo. Esta noche estoy loco como una cabra.
Ella quería quedarse. Estaba segura de que él quería conversar ella quería estar ahí para él. Y estar junto a Kelby en ese momento triunfal tenía su propia magia.
Magia y maravilla.
– No tengo ganas de dormir. Hablaste de arcadas. Si existieron, ¿cómo crees que eran?
– ¿Quieres que juegue a eso? -Volvió a mirar al mar-. Totalmente talladas. Quizá con incrustaciones de oro y madreperla, cuando uno las atraviesa, se ven calles perfectamente simétricas.
Eran como los radios de una rueda que conducían a un gran templo en el centro de la ciudad…
– Anoche encontré el jolie Filie -le dijo Nicholas a Kelby en voz baja a la mañana siguiente, cuando ajustaba su tanque de aire comprimido-. Está anclado a unos cincuenta kilómetros al sur.
Kelby lo miró a la cara.
– ¿Pudiste echarle un buen vistazo?
– Es grande, probablemente rápido. Y lleno de centinelas. Durante el poco tiempo que estuve allí conté cuatro en las cubiertas. Archer no corre el riesgo de que lo sorprendan. -Hizo una pausa-. Y vi una lancha de guardacostas que subían a bordo del Jolie Filie cuando me marchaba.
– ¿Un registro? -Parecía algo más amistoso.
– ¿Soborno? -Apostaría a que era eso.
– Entonces, es improbable la ayuda por ese lado.
– No perdemos nada. Por lo general los extraños se atraviesan.
– Buen trabajo, Nicholas.
– Es lo que esperabas de mí. Ahora tenemos algo para trabajar. Aunque ahora mismo no esté en el primer lugar de tu agenda. -Sonrió mientras cruzaba la cubierta para ayudar a Melis-. Buena suerte allá abajo, Jed.
A la mañana siguiente Kelby y Melis subieron cuatro redes llenas de artefactos recogidos en el fondo del océano. Algunos eran mundanos, otros irreconocibles, pero uno de ellos hizo que Kelby, entusiasmado, abriera mucho los ojos.
– Melis -levantó cuidadosamente el objeto en su mano -. Mira.
Ella se aproximó.
– ¿De qué se trata?
Era un cáliz. El oro era mate y el légamo había oscurecido parcialmente el lapislázuli y los rubíes, pero el trabajo artesanal era magnífico. Aunque la causa de que lo mirara como embrujada no era ésa. Melis extendió un dedo y tocó el borde. Miles de años atrás un hombre o una mujer habían bebido de aquel cáliz. Sus labios habían tocado aquel borde. Habían reído, sollozado y amado en aquella antigua ciudad que estaba debajo de ellos. Qué extraño, lo habían sacado del mar pero era cálido al tacto…
Ella levantó la vista y miró a los ojos de Kelby. El hombre sonrió y asintió, entendiendo perfectamente sus sentimientos.
Maravilla.
El botín vespertino no había sido tan rico, pero había lo bastante para hacer que siguieran zambulléndose.
Al final de la tarde Kelby hizo la señal de que debían ascender. Ella asintió y braceó hacia arriba en el agua turbia. Dios, qué cansada estaba. Los brazos le pesaban como si fueran de plomo y el tanque de aire era una carga que ella no…
Pete se interpuso en su camino, nadando de un lado a otro. Ahora no, Pete. En ese momento no tenía ningún deseo de jugar. Se desplazó en el agua, esperando a que el delfín… Algo duro y grande pasó rozándola. ¿Otro delfín? No, ella no había visto señales de… Delante apareció el brillo de algo negro y reluciente. Un traje de inmersión. No era Kelby. Él tenía un traje azul, de la marina, y además se encontraba a sus espaldas. ¡Una escopeta de arpones!
Pete hacía ruidos enloquecido mientras intentaba colocarse entre ella y el hombre del traje de inmersión negro. Sangre en el agua.
Oh, dios, le había disparado a Pete. Podía ver cómo el arpón sobresalía de su costado. Nadó hacia él.
Y Kelby nadaba hacia el hombre de la escopeta de arpones. Melis vio un destello acerado en la mano de Kelby al acercarse al intruso. Su cuchillo.
Pelearon dando vueltas en el agua. Todo terminó en un instante. Más sangre en el agua.
Kelby apartó al hombre de sí. No, ya no era un hombre: era un cuerpo que se hundía.
Kelby regreso nadando junto a Melis. Le hizo la señal de que debía ascender, pero Melis negó con la cabeza. Pete se movía pero con torpeza. Ella tenía miedo de arrancarle el arpón del costado pero no iba a abandonarlo. Melis intentó empujarlo hacia arriba, pero el delfín no se movió.
A continuación, Susie se colocó a su lado, comenzó a empujarlo, a nadar en torno suyo, emitiendo sonidos con preocupación.
Un momento después Pete se movió lentamente hacia arriba, hacia la superficie.
Dios mío, la sangre…