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Archer no llamó hasta después de medianoche.
– ¿Qué ha hecho con el pobre Angelo, Melis?
– Hijo de puta. -La voz le temblaba de ira-. Ha matado a Pete. No le había hecho ningún daño. ¿Por qué tuvo que matarlo?
– Le advertí que lo haría si no cooperaba. ¿Angelo mató también a la hembra?
– No.
– Entonces, será la próxima, ¿no es verdad?
– ¡No! -Melis levantó la voz -. Kelby mató al tal Angelo. Matará a cualquiera que intente hacer daño a Susie. No podrá acercarse a ella.
– Tengo otros empleados y el océano es muy grande. La mataré. Dígame, ¿sufrió mucho su delfín?
– Sí -susurró Melis.
– Pensé que sufriría. Le dije a Angelo que se cerciorara de ello. La hembra sufrirá más.
– Por dios -gimoteó ella-, no mate a Susie, por favor.
– Pero tengo que hacerlo. No me da los papeles. En realidad es usted la que los mata, Melis. Recuerde eso cuando la vea morir. Buenas noches.
– No, no cuelgue -la voz de ella era de pánico -. Le daré los malditos papeles. Le daré todo lo que quiera. Pero no mate a Susie.
– Ah, por fin. -Hubo un momento de silencio -. Y todo lo que hizo falta fue un delfín muerto. Debí haberlo hecho antes.
– No la mate. Dígame qué tengo que hacer. Dijo que se largaría si le daba los papeles.
– Basta de sollozar. No entiendo lo que dice.
Melis respiró profundo.
– Lo siento. Pero no cuelgue. Dígame lo que quiere.
– ¿Era eso lo que le decía a los hombres que iban a verla a Kafas?
– No.
– Ésa no es la respuesta correcta. Dígame lo que quiero oír.
– Sí, les rogaba. Les decía… cualquier cosa… lo que usted quiera. Lo haré.
– Buena chica. -La voz de Archer estaba henchida de satisfacción-. Después de todo quizá pueda salvar a su delfín.
– No me haga pasar por esto. Déjeme darle esos malditos papeles.
– La dejaré. Pero lo hará a mi manera, según mis reglas.
– Se los daré y usted nos dejará en paz a Susie y a mí, ¿de acuerdo?
– Por supuesto. -Hizo una pausa-. Pero usted sabe cuánto voy a extrañar esto.
– ¿Dónde se los puedo entregar?
– ¿Dónde están?
– En Cadora, en la ladera del volcán extinto.
– Entonces, iremos juntos allí. Estoy impaciente. Mañana por la noche me reuniré con usted en el muelle de Cadora. No me verá hasta que yo lo decida. Si hay alguien con usted, desapareceré y daré la orden de que maten al delfín hembra.
– No habrá nadie conmigo.
– Claro que no, creo que ha recibido suficiente castigo y por eso puedo creerla. Buenas noches, Melis. Sueñe conmigo.
Probablemente ella soñaría con él, con la muerte, con lo horrible de la hemorragia de Pete…
– ¿Bien?
Se volvió hacia Kelby que estaba sentado al otro lado del camarote.
– Mañana por la noche, a las diez. Se reunirá conmigo en el muelle. Si hay alguien conmigo no se presentará y matará a Susie.
– Me parece que creyó que estabas contra las cuerdas. -Los labios de Kelby se tensaron-. Yo mismo estuve a punto de creerlo. El hijo de puta te está sacando las vísceras. No me resultó fácil quedarme aquí sentado mientras hablabas.
– ¿Y crees que a mí me resultó fácil? -Aún temblaba de asco, y cruzó los brazos sobre el pecho para intentar parar-. Tenía que hacerlo. Este es el momento. No quiero que lo que le ha ocurrido a Pete haya sido en vano. Tenemos que aprovecharlo.
– Bueno, tú lo has hecho. -Se reclinó en la silla-. Y si crees que voy a dejarte ir sola a Cadora, estás loca. Hicimos un trato: yo eliminaría a Archer si tú me dabas Marinth. Quédate aquí y déjame hacer mi trabajo.
Ella dijo que no con la cabeza.
– Yo soy la carnada. Yo soy la persona que puede llevarlo hasta las tablillas.
– Aunque él crea que te ha acosado lo suficiente como para saltar al abismo, seguro que va a subir la apuesta -dijo Kelby-. Se va a asegurar de que estés indefensa. Como él te quiere.
Kafas. Quería encerrarla en un sitio como Kafas. No pienses en eso. Eso no va a ocurrir.
– Entonces, tenemos que asegurarnos de que no estoy indefensa, ¿no es así? -Ella atravesó el camarote para mirar por la ventana-. No te estoy apartando de esto. Eso sería estúpido. Fui yo quien te metió en esto. Pero tengo que ser yo la que accione la trampa.
Kelby masculló un taco.
– No tienes que ser la que lo haga. No nos hacen falta esos malditos papeles de la investigación para atraparlo. Ya te dije que Nicholas descubrió dónde está su barco.
– Eso no es totalmente seguro. Se te escapó en Tobago. Podría levar anclas y largarse mañana mismo. -Ella podía percibir la ira de Kelby, su frustración, y por eso hablaba de prisa, sin mirarlo -. El cofre está en un claro, en la ladera occidental de la montaña. Está bajo la única roca de lava en el claro. Hay que cavar un metro entre rocas y arena, por lo que Archer podrá sacar el cofre en tres minutos, después de que retiren la roca. Creo que tú y Nicholas debéis esperar allí entre los árboles hasta que terminen de cavar. Tienes razón, Archer querrá estar seguro. Me registrará para ver si llevo armas o si alguien me ayuda en caso de que no sea la idiota atontada que cree que soy. ¿Puedes ocultarte en caso de que registren el bosque?
– Sí, demonios. ¿Para qué crees que nos entrenaron? Pero no quiero esconderme en el bosque. Quiero apoderarme del barco de Archer.
Ella no prestó atención a las últimas dos frases.
– Cuando encuentren el cofre y se pongan a revisar los papeles, olvidarán cualquier otra cosa. Ése es el momento de echarle mano a Archer.
– ¿Contigo allí, a su lado? Lo primero que hará es pegarte un tiro. Estarás indefensa.
– No lo estaré porque vas a ocultar mi revólver a unos pasos del escondrijo. Al norte del claro hay dos pinos. Cubre el revólver con hojas y déjalo en la base del pino de la izquierda. Cuando avances, estaré lista y correré hacia los árboles.
– Dejemos esto bien claro. No eres más rápida que una bala. Lo que te dije era un chiste. Existen muchas posibilidades de que te pegue un tiro antes de que llegues a esos árboles.
Ella negó con la cabeza.
– Son unos pocos metros. Si me cubres, quizá no me pase nada.
– ¿Quizá? No me gusta esa palabra. -No me pasará nada. ¿Así está mejor?
– No. -Kelby se puso de pie-. Es una mierda. Lo tienes todo planeado. Llevas mucho tiempo planeando esto, ¿no es verdad?
– Desde la noche en que hallaron el cuerpo de Carolyn. -Se volvió para mirarlo -. Tiene que morir, Kelby. Es una abominación sobre la faz de la tierra.
– Y quieres hacerlo con tus propias manos.
– Es un asesino -hizo una pausa-. Es más que eso. Es Irmak y todos los hombres asquerosos y retorcidos que fueron a Kafas a violarme y hacerme daño. Nunca tuve la oportunidad de castigar a ninguno de ellos pero puedo castigar a Archer. Necesito castigarlo, Kelby.
Por un momento él se mantuvo callado, pero el silencio vibraba con la emoción.
– Puedo entenderlo. -Se alejó de ella-. Y que Dios me ayude, voy a dejar que lo hagas.
Nicholas estaba tirado en la cama cuando Kelby entró en su camarote.
– ¿Ha llamado? Kelby asintió.
– ¿El barco de Archer?
– No, Cadora -dijo brevemente-. No pude convencerla de otra cosa. Mañana por la noche, a las diez. Ella es la carnada. Nosotros somos la trampa. Si ella nos permite accionarla.
– Estás muy rabioso.
– No, me estoy muriendo de miedo.
– Podemos ir esta noche a por el barco y acabar con el problema. Mientras nadabais en Marinth cogí la gabarra, fui a Lanzarote e hice algunas compras vitales. Puedo preparar un par de bombas en cuestión de minutos.
– No, ella tiene que tomar parte en eso. No voy a hacerle trampas.
– Entonces, ¿por qué estás aquí, hablando conmigo? No creo que sea para soltar presión.
– Es para que levantes tu culo de la cama. Esta noche nos vamos a Cadora.
Melis vio cómo la gabarra partía con estruendo hacia el norte, para girar después al este.
Kelby iba a Cadora.
El cofre.
Fue su primera idea. Le había dado tanto la dirección como la ubicación. No había nada que pudiera impedirle hacerse con el cofre. Ni siquiera la conciencia. Ella le había dicho que se lo daría después de acabar con Archer.
Pero no habían acabado con Archer. Y si Archer descubría que el cofre había desaparecido, no se distraería, se pondría furioso y atacaría como la cobra que era.
Y que dios me ayude, voy a dejar que lo hagas. Las palabras de Kelby habían sido demasiado intensas, demasiado apasionadas para ocultar un cálculo frío.
Él no tocaría el cofre. Probablemente iba de reconocimiento, a esconder el arma. Pero no importaba qué fuera a hacer a Cadora, no iba a robar las tablillas. Melis estaba ahora demasiado cerca de él como para no saber cuándo decía la verdad.
Se puso rígida. Por dios, estaba demasiado cerca. Amigo, compañero, colega, amante. En las semanas anteriores él se había convertido en todas esas cosas para ella. Sintió una sacudida de pánico. ¿Cómo había ocurrido? ¿Y cómo sobreviviría ella después de dejarlo?
Vacío. Soledad.
Sabía cómo afrontar ambas cosas. Estaría bien. Toda su vida había sido una solitaria.
Pero ahora no quería seguir siéndolo. Había encontrado algo diferente, mejor.
Entonces, ¿qué debería hacer? ¿Agarrarse a él como una de esas mujeres que Kelby había aprendido a odiar? Le había prometido que nunca sería como ellas.
Y no lo sería. Se marcharía cuando fuera necesario. No quería dar lástima o estar indefensa. Lo quería pero no lo necesitaba. Tenía una vida que vivir y sería una buena vida.
Pero, por Dios, deseaba no haber sido tan estúpida, no haber abierto su mente y su cuerpo, no aprender lo que luego añoraría. Los deseos no le hacen bien a nadie. Intenta olvidar. Recuerda a Archer. Recuerda mañana.
No había nadie en el muelle.
En realidad, Melis no esperaba que Archer estuviera allí.
Pero allí estaba, en la oscuridad, vigilándola. Ella lo habría sabido aunque él no se lo hubiera dicho.
Saltó de la gabarra y la ató antes de echar a andar por el embarcadero hacia el muelle. A lo largo del muelle había almacenes y sólo se veían dos farolas en doscientos metros, pero gracias al cielo había luna llena. Ella podía oír los sonidos del tráfico, pero le llegaban de lejos.
Vamos, Archer. Estoy aquí. Pobrecita, doy lástima. Ven y recógeme.
Se detuvo al final del embarcadero. Que te vea aplastada. Que te vea rota. Nerviosa.
Miraba de un lado a otro. Sus ojos revisaban la calle con frenesí y después se paseaban por los almacenes.
– Hola, Melis. Qué bueno volver a verla.
La mirada de ella voló hasta la puerta del segundo almacén a su derecha.
Archer.
Sonreía con gentileza al acercarse. Cox. Pequeño, el cabello ralo, peinado hacia atrás. La frente alta. Sólo lo había visto una fracción de segundo en aquel coche en Las Palmas, pero sin duda era él. Se humedeció los labios.
– Aquí estoy.
– Y tan asustada. No debe tenerme miedo. Ahora somos íntimos. Como el esclavo y el amo. ¿No es verdad?
– Lo que usted diga. Déjeme entregarle los papeles.
– ¿Conoce el juego del esclavo y el amo? Es uno de mis favoritos. Con mis pequeñas, en mi casa favorita de Buenos Aires.
– Por favor. Vámonos.
– Oh, está tan dispuesta. Pennig -dijo, por encima del hombro-, creo que vamos a tener que dejar que me dé los papeles.
– Es la hora. -Pennig salió de las sombras. Era la misma persona que ella había visto en Atenas, pero ahora llevaba la garganta vendada y su expresión era más horrible -. Zorra terca.
– Tranquilo, no debes enfadarte con ella. Las niñas pequeñas se asustan cuando uno se enfada.
– Ella me disparó, maldita sea.
– Pero ahora quiere arreglarlo todo y debemos ser generosos. Regístrala.
Las manos de Pennig fueron violentas, duras, mientras se desplazaban por todo su cuerpo, desde los hombros hasta los pies.
– Está limpia.
– No creí que pudiera ocultar nada en esos pantaloncitos y esa camisa. -La mirada de Archer recorrió el muelle desierto -. ¿Fue difícil hacer que Kelby la dejara venir sola?
– Ya consiguió lo que buscaba. Marinth. Ahora no soy más que un estorbo.
– Pero un estorbo fascinante. Lo envidio. Estoy seguro de que hizo muy agradable la búsqueda. -Sonrió -. Pero cada minuto está más asustada, ¿no es verdad? Seré bondadoso y pondré punto final a su sufrimiento. -Habló por su teléfono -. Está bien. Trae el coche, Giles. -Colgó -. ¿Qué distancia podemos recorrer en coche?
– Hasta más allá del pie de las colinas. El escondrijo está a kilómetro y medio de ese punto.
Un Mercedes negro dobló por una esquina a dos manzanas de distancia y avanzó como un bólido hacia ellos.
– El cofre está enterrado bajo una roca de lava en un claro de la ladera de la montaña.
La mirada de Melis estaba clavada en el Mercedes. Al parecer había tres hombres más en el coche, con Archer y Pennig serían cinco.
– Oh, casi lo olvidaba. -Archer se volvió hacia Pennig-. Toma la caja y ponía en su gabarra.
¿La caja?
Pennig sacó de las sombras una gran caja envuelta para regalo y echó a correr con ella muelle abajo.
– ¿Qué es?
– Solo un pequeño regalo de despedida. Es una sorpresa.
El Mercedes se detuvo y Archer le abrió la puerta trasera.
– Entonces sería mejor que nos pusiéramos en marcha, ¿verdad?
Puso cara de susto al ver a los hombres del coche. No le resultó difícil. Estaba asustada. Ahora, sería razonable protestar.
– Puedo decirle dónde está. No tengo que enseñárselo. Dijo que me dejaría marchar.
– Cuando tenga los papeles -dijo Archer-. Entre en el coche, Melis.
Ella vaciló un instante y después montó en el Mercedes.
– ¿Cuánto tiempo? -preguntó Archer cuando se sentó en el asiento del pasajero.
Pennig llegó corriendo al vehículo y se sentó junto a su patrón-
– Quizá quince minutos – susurró mientras el chofer ponía en marcha el coche.
Los dos hombres que se sentaban junto a ella estaban callados, pero su presencia era inmediata, sofocante.
Iban a ser quince minutos largos, muy largos.
– Se ha detenido un Mercedes al final de la carretera -dijo Nicholas cuando regresó corriendo entre los árboles -. Cinco hombres y Melis. Archer y Melis esperan junto al coche. Los otros cuatro están subiendo.
Era lo que Kelby había esperado. Archer no correría ningún peligro hasta cerciorarse de que la zona era segura. Comenzó a trepar al árbol que había escogido.
– Los dejamos pasar cuando vengan de exploración. Seguramente dejarán a un hombre para que vigile la carretera y a uno o dos entre los árboles. No los liquidaremos hasta que Melis y Archer estén aquí.
– Es una tremenda tentación -murmuró Nicholas mientras trepaba a otro árbol a escasos metros del de Kelby-. Pero intentaré contenerme. Yo estoy más cerca de la carretera. Me toca a mí eliminarlo.
– Yo tocaré de oído. Pero quiero que cuando desentierren ese cofre haya la menor cantidad posible de centinelas.
– ¿El pajarito llama?
– Eso. El búho. Vi uno entre los árboles.
Kelby se metió entre las ramas que había elegido como enmascaramiento, en un segundo nivel. Desde su punto de observación podía ver tanto la carretera como la roca en el centro del claro. Melis estaba de pie junto al parachoques delantero del Mercedes y a esa distancia parecía pequeña e infinitamente frágil.
No pienses en ella.
Piensa en la tarea que tienes por delante.
Los cuatro hombres que Archer había enviado a explorar se acercaban. En pocos momentos llegarían a los árboles.
Silencio. Respira lentamente. No muevas ni un solo músculo.
El hombre que conducía el Mercedes estaba de pie al final del sendero y los alumbraba con una linterna.
Archer masculló una maldición. Melis lo miró, sorprendida.
– ¿Algo va mal?
– Nada. Giles está haciendo la señal de que todo está limpio -le explicó Archer-. Vamos, Melis.
Ella intentó no mostrar su alivio. Desde el momento en que Archer había mandado a sus hombres a registrar la zona había estado muy tensa. No debería de preocuparse. Kelby había dicho que ni él ni Nicholas tendrían problema alguno. Pero eso no tenía importancia respecto a lo que ella sentía o no. El miedo estaba allí y la razón no podía espantarlo.
– Déjeme volver a la ciudad. Ya ha visto que no le he tendido ninguna trampa.
– Basta ya de lloriqueos. -La tomó por el codo y la empujó sendero arriba-. Es de muy mal gusto. Ha sido muy buena, no quiero verme obligado a castigarla.
Ella tomó aire entrecortadamente.
– ¿No le hará daño a Susie? He hecho todo lo que usted me ha dicho.
– Ha tenido un buen comienzo. -La mirada impaciente de Archer estaba clavada en los árboles y su tono era distraído -. No me hable. En este momento usted carece de importancia. Más tarde me ocuparé de usted.
Habían apartado la roca a un lado y Pennig cavaba. Melis y Archer estaban de pie, juntos, a pocos pasos de distancia.
Kelby sabía que ya no contaban con mucho tiempo.
Un hombre en la carretera.
Otro hombre a seis metros del árbol donde se ocultaba Kelby.
Otro más a unos veinte metros al otro lado del claro. Ese era el blanco difícil. Tendrían que eliminar a los hombres de este lado y después abrirse camino hasta el lado opuesto. La cobertura era escasa y el hombre portaba una Uzi. La gente de Archer de este lado del claro sólo llevaba armas cortas.
Kelby aspiró profundamente, se llevó las manos a la boca y emitió el sonido de un búho.
El hombre más cercano a él hizo girar el rayo de su linterna, alumbrando los árboles. Iluminó los ojos amarillos del búho posado en la rama del árbol vecino del de Kelby. El súbito destello de luz hizo que el búho emitiera un grito y abandonara volando la rama.
La linterna se apagó.
Kelby aguardó.
Un minuto.
Dos.
El suave ulular del búho. Otra vez.
Nicholas había eliminado al hombre de la carretera.
Era su turno.
Lanzó la piedra que tenía en la mano a la maleza, varios metros a la izquierda de donde se había detenido el hombre que estaba debajo.
El centinela giró rápidamente y caminó hacia la maleza.
Rápido.
En silencio.
Kelby había bajado del árbol y estaba a menos de un metro del hombre antes de que éste supiera que estaba allí. El hombre comenzó a girar y abrió la boca para avisar.
Demasiado tarde. La cuerda se cerró en torno a su cuello cortando la carne, y sólo un jadeo escapó de sus labios. En pocos segundos estaba muerto.
Kelby dejó caer el cuerpo y ululó tres veces para avisar a Nicholas. Miró hacia Melis y Archer. Pennig había cavado por lo menos medio metro.
Mierda.
Tenía que eliminar a un centinela más, al otro lado del claro, antes de que fuera seguro ir a por Pennig y Archer.
Comenzó a avanzar agachado, rápido, rodeando el claro hacia el hombre con la Uzi.
– Creí que había dicho que estaba a medio metro -dijo Archer-. Estamos a punto de tropezar con él.
– En cualquier momento. -Melis se humedeció los labios. Desde los árboles donde Archer había dispuesto a sus hombres solo llegaba silencio. Eso podía no querer decir nada. O podía ser señal de fracaso-. Solo le he dicho lo que Phil me contó. Phil odiaba el trabajo físico. Me dijo que era una estupidez cavar un agujero profundo cuando teníamos una roca que colocarle encima.
– A mí tampoco me gusta -dijo Pennig entre dientes mientras clavaba profundo la pala-. Si hubiera querido ser excavador, no habría… – Calló -. Creo que he topado con algo.
Archer se le acercó.
– Sigue cavando, maldita sea.
– Eso es lo que estoy haciendo.
Se puso a trabajar más deprisa.
Y dejaron de prestarle atención.
Melis retrocedió mínimamente hacia los dos pinos. A continuación dio otros dos pasos.
Los hombres sacaban el cofre y rompían la cerradura.
Retrocedió otros dos pasos.
Tan pronto abrieran el cofre y comenzaran a revisar el contenido, ella se daría la vuelta y echaría a correr.
De los árboles en torno a ellos sólo llegaba silencio.
Se oía únicamente la respiración jadeante de Pennig y Archer mientras abrían la tapa.
– Pero, ¿qué demonios…?
Estaba vacío. Incluso desde donde estaba ella podía ver que el cofre estaba vacío.
Archer maldecía mientras se volvía hacia ella.
Melis echó a correr en zigzag hacia los pinos.
Una bala silbó junto a su oreja.
Otro metro. Se sentía como corriendo a cámara lenta.
Un dolor penetrante en su costado izquierdo. La fuerza de la bala la hizo llegar trastabillando a los pinos.
El revólver. Tenía que coger el revólver. Buscó enloquecida entre los matorrales debajo del árbol.
Archer vomitaba veneno mientras llamaba a gritos a sus hombres.
Una figura oscura a pocos metros de ella. ¿Otro centinela?
¿Dónde estaba el revólver? Había tanta oscuridad allí en las sombras que no podía distinguir nada.
Entonces lo encontró.
Pero el centinela había caído y Kelby estaba encima de él, partiéndole el cuello.
Archer. Tenía que darle a Archer.
No podía verlo. Pero Pennig estaba allí, avanzando hacia ella. Su rostro estaba crispado por la ira.
Melis levantó el arma y apretó el gatillo.
Pennig dio un paso atrás.
Volvió a disparar.
El hombre cayó a tierra.
Kelby se arrodilló junto a ella y le quitó el arma.
Melis dijo que no con la cabeza.
– Archer. Tenemos que atrapar a Archer.
– No, tenemos que parar esa hemorragia. -La mano de Kelby le desabotonaba la camisa-. Maldita sea, te dije que era demasiado arriesgado.
– Archer…
– Cuando llamó a sus hombres y ninguno apareció, salió huyendo. Quizá Nicholas pueda atraparlo, pero llevaba mucha ventaja. Nicholas estaba conmigo, a este lado del claro. -Hablaba con voz ronca mientras improvisaba una compresa y la apretaba sobre la herida-. Tenemos que llevarte a un médico. Te dije que…
– Calla… -Por Dios, estaba mareada-. Deja de repetir que me lo habías dicho. Hubiera funcionado si el cofre no hubiera estado… vacío. No debió de haber estado vacío.
– Esta maldita sangre… -Kelby soltaba tacos para sus adentros-. ¿Dónde demonios está Nicholas? Lo necesito para que mantenga ahí la compresa mientras te llevo al coche. Que Archer se vaya a la mierda. Después nos ocuparemos…
Ella no oyó nada más.
Cortinas a cuadros rojos.
Fue lo primero que vio cuando abrió los ojos. Cortinas a cuadros rojos y un cómodo sillón de piel en el rincón de la habitación.
– ¿Está de vuelta con nosotros? -Un cincuentón que llevaba un jersey de punto le sonrió mientras le levantaba la muñeca para tomarle el pulso -. Soy el doctor González. ¿Cómo se siente?
– Algo mareada.
– Recibió una herida de bala en el costado izquierdo. La bala no tocó ningún órgano vital pero perdió un poco de sangre. -Sonrió-. Aunque no tanta como creyó su amigo, el señor Kelby. Fue grosero y me amenazó. Entró en mi casa gritando e intimidando. Estuve a punto de echarlo. En Cadora no estamos habituados a eso. Es una isla muy pacífica. Por eso me establecí aquí.
– ¿Dónde está?
– Fuera. Le dije que podía quedarse en su coche hasta que usted volviera en sí. Es un hombre muy inquietante.
– Y ésta es una isla muy pacífica – Melis repitió las palabras del hombre -. Tengo que verlo.
– Unos minutos no le harán daño. Le he dado a Kelby antibióticos para usted, pero si ve señales de infección acuda directamente a un médico. -Hizo una pausa-. ¿Sabe que tengo que informar sobre esta herida de bala?
– No me importa. Haga lo que deba hacer. ¿Qué hora es?
– Son más de las tres de la madrugada.
Y había sido herida alrededor de la medianoche.
– ¿Estuve tres horas sin conocimiento?
– Iba y venía, pero le di un sedante para limpiar y coser la herida.
Archer.
Y tres horas era demasiado tiempo.
– Necesito de veras ver a Kelby, doctor. El médico se encogió de hombros.
– Si insiste. Aunque odio satisfacer ninguna de sus exigencias. Debe aprender a ser paciente. -Caminó hacia la puerta-. No deje que la altere.
Ya estaba alterada. Esa noche había matado a un hombre, estaba totalmente desconcertada a causa del cofre vacío y no sabía que le había ocurrido a Archer.
El cofre. Trata de pensar qué ha pasado con los papeles de la investigación.
Pero la pregunta que le había hecho a Kelby cuando entró en la consulta fue:
– ¿Y Archer?
– Debí darme cuenta de que ese sería tu primer pensamiento. -Negó con la cabeza-. Cuando Nicholas llegó a la carretera ya estaba en el coche y acelerando.
– Entonces, no sirvió para nada. -Melis cerró los ojos mientras el desencanto se apoderaba de ella-. He arriesgado las vidas de todos nosotros y él todavía está vivo.
– No será por mucho tiempo -dijo Kelby, sombrío -. Tendremos nuestra oportunidad. No puede meterse en un agujero. Estará loco de furia y querrá vengarse de nosotros. Eliminamos a cuatro cerdos que apestaban el ambiente.
Melis abrió mucho los ojos.
– ¿Tendremos problemas con la ley?
– No lo creo. Las autoridades españolas son muy duras con los traficantes de armas que tratan con terroristas, como hace Archer. He llamado a Wilson a Madrid para que venga aquí a entregar informes y fotografías y a hacernos la vida más llevadera. Por supuesto, no va a decirles que hemos tenido algo que ver en todo eso. Pero apuesto a que cuando descubran la clase de escoria que yace en la ladera de esa montaña buscarán la manera de olvidarse de su existencia. -Sonrió con gesto malévolo -. Porque ésta es una isla muy «pacífica».
– El doctor González parece muy buena persona.
– Apenas conversamos pero sabe lo que hace. Dice que puedo llevarte conmigo si prometes reposar los próximos dos días. Supongo que no querrás quedarte aquí.
Ella dijo que no con la cabeza.
– ¿Me ayudas a levantarme? -Se miró -. ¿Dónde está mi camisa?
– Demasiado ensangrentada para conservarla. -Se quitó su camisa negra-. Ponte esto. -La ayudó a sentarse y le metió con cuidado los brazos por las mangas -. ¿Estás bien?
La habitación le daba vueltas y su costado latía dolorosamente.
– Sí.
– Mentirosa. -La tomó en brazos y la llevó hacia la puerta-. Pero cuando te lleve a casa estarás mejor.
¿A casa? Oh, si, el Trina. Ésa era la casa de Kelby, y en los últimos días también había sido la suya. Qué extraño…
– ¿Peso mucho? Puedo andar.
– Sé que puedes. Pero soy partidario de la eficiencia. Así es más rápido. -Se detuvo ante la puerta al ver al doctor González, y dijo con brusquedad -: Me la llevo. Gracias por su trabajo.
– Gracias por marcharse. -González miró a Melis y le sonrió-. No se quite los puntos y manténgase alejada de personas violentas como ese Kelby. No son buenas para usted.
La última frase fue para la espalda de Kelby, que pasó a un lado del médico en dirección al coche aparcado en el camino de gravilla. Nicholas salió de un salto y abrió la puerta trasera.
– ¿Por qué no te estiras? Podrías echar una siesta.
Melis rechazó la idea con un gesto de la cabeza mientras Kelby la colocaba con cuidado en el asiento trasero. No quería dormir. Había algo que no encajaba y tenía que pensar.
– Estoy mejor sentada.
– No lo creo -dijo Kelby mientras ocupaba el asiento del pasajero-. Pero no voy a discutir. Quiero llevarte a la orilla meridional, donde dejamos nuestra gabarra. Dejaremos la tuya en el embarcadero y Nicholas podrá recogerla mañana.
Mientras Nicholas ponía el coche en marcha, ella se sentó muy derecha, intentando bloquear el dolor sordo en el costado. Piensa. Falta una pieza. Y una pregunta que no quería hacerle a Kelby.
No tenía otra opción. Tenía que hacérsela.
– El cofre estaba vacío, Kelby.
– Lo sé, maldita sea.
Ella se humedeció los labios.
– ¿Lo hiciste tú?
Vio cómo se endurecían sus hombros y él se volvía lentamente para mirarla.
– ¿Qué me decías?
– Anoche viniste a Cadora.
Kelby guardó silencio un instante y cuando habló cada palabra fue muy precisa.
– Los dos sabemos que era crucial distraer a Archer de ti. Casi te mata porque no se distrajo. ¿Me preguntas si vine aquí a robar esos malditos papeles?
Nicholas silbó por lo bajo.
– Ooops.
Melis apenas lo oyó.
– Tenía que preguntar. Respóndeme simplemente: sí o no.
– No, rayos, no cogí esos papeles. -Se volvió para mirar al frente-. Es mejor que te calles hasta que lleguemos al muelle, o quizá termine el trabajo que Archer comenzó de forma tan chapucera.
Ella podía percibir la rabia que brotaba de él. Rabia y dolor. No podía culparlo de nada. Ella se hubiera sentido igual.
Pero no podía preocuparse por Kelby en ese momento. Tenía que pensar. Comenzaba a percibir una horrible sensación…