174389.fb2 Marea De Pasi?n - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 18

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CAPÍTULO 17

Las esperanzas de Melis recibieron respuesta. Cuando Archer llamó a Kelby a las ocho de la mañana siguiente, la conversación duró escasos minutos. Kelby fue breve, salvo por un torrente de obscenidades muy convincente.

– Si lo haces no te vas a ir de rositas. Llamaré a los guardacostas.

Quedó en silencio otra vez, escuchando.

– Lo pensaré -dijo finalmente y colgó. La miró -. Tenías razón. Me amenazó con volar el barco si no te entregaba a ti junto con los papeles de Lontana. Cuando le mencioné a los guardacostas dijo que podía llamar a quién quisiera, que no vendría nadie. Los tiene en el bolsillo.

– Eso era lo que sospechaba Nicholas. Kelby asintió.

– Y no dije nada de lo que quería decir. ¿Satisfecha?

– No se podía esperar nada mejor. ¿Te dio un límite de tiempo?

– No le di esa oportunidad. -Kelby se levantó de la cama y comenzó a vestirse-. Si hubiera hablado un minuto más con ese asqueroso gilipollas, habría sido muy diferente.

– ¿Adonde vas?

– No puedo quedarme aquí. Estoy a punto de estallar. Voy a cubierta, a esperar a que Nicholas regrese de su vigilancia.

Melis vio cómo el hombre cerraba de un tirón la puerta a sus espaldas.

No la quería a su lado. Estaba enfadado, se sentía protector e intentaba alejarla de Archer. Nunca lo había visto tan decidido. No podía permitirlo. Tenía que estar allí cuando Nicholas regresara.

Se levantó de la cama y comenzó a vestirse.

– Por lo que he podido ver, Archer tiene a cuatro hombres a bordo -dijo Nicholas cuando regresó a mediodía-. Y son buenos. Se mueven, vigilan en busca de embarcaciones o de nadadores. Tienen reflectores constantemente enfocados al agua en torno al barco. Es difícil colocar un explosivo en el casco. Y sin una distracción sería muy difícil abordarlo.

– ¿Qué tipo de distracción? -preguntó Melis. Nicholas se encogió de hombros.

– Diseñaremos una. -Miró a Kelby-. Vi a Archer. Y anoche recibió un cargamento. Cuatro cajas, de dos por dos metros y medio.

– ¿Sin refuerzos adicionales? Esos cuatro hombres sólo pueden servirle para la defensa.

Nicholas movió la cabeza de un lado a otro.

– Pero en cualquier momento podrían venir más.

– Entonces, tenemos que movernos de prisa. Si no podemos colocarle explosivos en el casco, probablemente necesitemos un lanzacohetes.

Melis se puso rígida al oír aquello.

– ¿Qué?

Kelby no le prestó atención.

– ¿En cuánto tiempo podemos conseguir uno?

– En veinticuatro horas. Quizá un poco más. Mi suministrador más cercano está en Zurich. ¿Tenemos tanto tiempo?

– Es posible. -Kelby miró a Melis -. Hemos conseguido algo de tiempo. Antes de venir a por nosotros es probable que espere hasta estar seguro de que no le voy a dar lo que quiere.

– Eso no me gusta -dijo Nicholas -. En el momento en que actuemos, nos pondremos en evidencia. Si le han traído algo bien grande, puede hundirnos.

– Entonces, tenemos que encontrar la manera de no ponernos en evidencia. Piensa.

Nicholas asintió.

– Ahora me pondré al teléfono para hacer algunas compras. -Echó a caminar por la cubierta-. Pero debemos seguir vigilando el jolie Filie para cerciorarnos de que la situación no haya cambiado.

– Me llevaré la gabarra y vigilaré. Duerme un poco y relévame al amanecer.

– Correcto.

Melis esperó a que Nicholas bajara para hablar con Kelby.

– ¿Lanzacohetes? Eso suena como si fuéramos a la guerra.

– Sólo nos preparamos para cualquier eventualidad -le explicó Kelby-. No quiero utilizar ese poder de fuego si no me veo obligado a hacerlo. Es muy sucio.

– Y ellos responderán el fuego. Nicholas tiene razón, es más peligroso.

– Quizá llegue a la conclusión de que Nicholas estaba equivocado en lo de los explosivos en el casco. Ya veremos.

– Dijo que si había una distracción era posible abordarlo.

Los labios de Kelby se tensaron.

– No, Melis, estás fuera de todo esto.

– Y una mierda.

– Escúchame. Entiendo por lo que has tenido que pasar. Por eso te dejé que me convencieras de tenderle una trampa a Archer y casi te matan. No quiero tener que pasar nunca más por esto. -La voz de Kelby era dura-. Puedes discutir hasta quedarte sin aire. No y no.

Se volvió y se alejó.

Lo decía en serio. No había duda alguna de que estaba decidido a mantenerla lejos de cualquier acción contra Archer.

Y no había duda de que ella no le iba a permitir eso.

Melis vio cómo la gabarra de Kelby desaparecía más allá del horizonte y fue en busca de Nicholas. El hombre acababa de colgar el teléfono.

– Parece que está resuelto lo del lanzacohetes. Pero no lo tendremos antes de…

– Necesito tu ayuda -dijo Melis.

Nicholas la miró, precavido.

– Me parece que esto no me va a gustar.

– Ninguno de nosotros quiere usar ese lanzacohetes. Tú y Kelby necesitáis una distracción. Yo os la puedo proporcionar. Pero Kelby no quiere ni oír hablar de eso.

– ¿Y por qué crees que yo sí?

– Porque es algo lógico y no hay tiempo para buscar otra. No quiero que disparen cohetes contra el Trina. Kelby ama este barco.

– A mí tampoco me gusta mucho la idea. -A continuación sacudió la cabeza-. Es demasiado arriesgado. Archer te odia a muerte.

– No me hará daño en el primer momento.

– Eso no puedes asegurarlo.

– Lo conozco. Puedo ver todos los recovecos sucios de su mente. No soy ninguna mártir. Puedo hacerlo, Nicholas. Sólo necesito un poquito de ayuda para distraer la atención de Archer en el momento crítico. ¿Qué tipo de distracción tenías en mente?

– Una explosión que aparte a los centinelas de la borda.

– ¿Puedes conseguirme una granada? Nicholas asintió.

– Tengo algo más sofisticado. Pequeño y fácil de ocultar.

– Entonces dime dónde y cuando quieres la explosión. Nicholas vaciló.

– Kelby me matará.

– ¿Vas a hacerlo?

– ¿Y qué harías tú si me niego a ayudarte?

– Buscar otra manera de llevarlo a cabo, sin ti o sin ese explosivo.

– Eso fue lo que creí. -Quedó callado un momento más-Déjame pensarlo.

Nicholas se volvió y se alejó de ella.

– No queda mucho tiempo -le dijo Melis.

Nicholas la miró por encima del hombro y su expresión era tan dura que la sorprendió.

– No me presiones, Melis. En este momento no estoy haciendo el payaso. No puedes obligarme a hacer algo que no quiera. Si colaboro contigo es porque pienso que es lo más inteligente que podemos hacer todos. Y no es porque estés loca por atrapar a Archer. No le haría eso a Jed. Y tampoco me lo haría a mí mismo.

Ella lo siguió con la vista, sorprendida e inquieta, mientras él atravesaba la cubierta mirando al mar. Melis había vislumbrado pocas veces a aquel Nicholas más tenebroso y peligroso, que él escondía tan bien bajo su aspecto ligero. Hubiera querido seguirlo, convencerlo, pero sabía que sería inútil. La expresión del hombre había sido remota e intimidatoria. Tendría que esperar a que él viniera en su busca.

Se sentó en una silla de extensión, sin apartar la vista del perfil feo y fascinante de Nicholas. Chamán. El título que él utilizaba en broma no parecía nada cómico en ese momento. Exudaba una fuerza callada, una potencia tal que se preguntó en qué medida lo conocía. El hombre que había pintado los ojos del pájaro dodo no era ése.

Transcurrieron más de treinta minutos antes de que Lyons se apartara del pasamanos y fuera hacia ella.

– Está bien, lo haremos -dijo en tono cortante-. Hay algunas posibilidades de que resulte, pero estarás más segura si Kelby y yo participamos. Me haré responsable.

Melis se sintió aliviada.

– ¿Dónde quieres que ponga el explosivo?

– En la sala de máquinas o en la cocina. En ambos sitios habrá suficiente combustible para que ocurra una buena explosión.

– ¿Y cómo se supone que llevaré el explosivo?

– En la suela de tu zapato náutico derecho. Tendrás que apretar un interruptor y contarás con quince segundos para lanzarlo. Así que lo mejor será que estés bien preparada. Sólo tenemos que rezar para que no te registren con demasiada minuciosidad.

– Creo que sé cómo evitar eso. -Melis sonrió sin alborozo-. Tengo en mente una distracción de mi propia cosecha-. Se quitó los zapatos náuticos -. Ponte manos a la obra, Nicholas. – Se volvió para marcharse -. Voy a mi camarote para hacer algunos preparativos.

– Y no sería mala idea que rezaras. Tus probabilidades de salir viva de esto son cincuenta -cincuenta.

La voz de Lyons era fría e inexpresiva, y ella volvió a mirarlo.

– Esto te preocupa mucho.

– Si te mata, me preocuparé. Estaré tan preocupado que tendré que matarlo yo mismo para justificar que te haya dejado ir a por él. Pero como he llegado a una decisión no dejaré que la emoción interfiera. Sólo tenemos que completar el trabajo e intentar sobrevivir. -Recogió los zapatos náuticos blancos -. Te los prepararé. Buenas suelas, gruesas. Es una suerte. -Echó a andar hacia su camarote-. Necesitamos toda la suerte que podamos conseguir.

Melis se sentía enferma.

No te mires en el espejo. No pienses en ello. Limítate a subir a cubierta y buscar a Nicholas.

Lyons estaba de pie junto a la gabarra.

– Te he limpiado los zapatos náuticos. Nadie se daría cuenta… Por dios. -Sus ojos se abrieron más -. ¿Para qué te has disfrazado? ¿Halloween?

Ella tocó el vestido blanco de organdí con mano temblorosa.

– No, pero tiene un elemento de horror. Es un regalo de Archer. Lo describí en una de mis cintas y él lo ha copiado exactamente. Un vestido de niña en talla de adulto. Me atarás las manos y engancharás con un alfiler a la pechera de esta abominación la nota que escribimos, y me enviarás a Archer con saludos de Kelby. -Tragó en seco -. Él sabe cuánto daño me hará ponerme este vestido. No creerá que me lo haya puesto yo misma. Entonces llegará a la conclusión de que ha sido Kelby.

– Dios mío.

– Uno, dará más veracidad a mi entrega. Dos, verme con esta ropa distraerá totalmente a Archer. Se sentirá triunfante. Se excitará. Le gustan las niñitas. -Respiró muy hondo y comenzó a ponerse los zapatos que le había dado Nicholas -. Ahora, larguémonos de aquí. Quiero quitarme este vestido lo antes posible.

– No podemos acercarnos más sin que nos vean -dijo Nicholas cuando apagó el motor. Permaneció sentado, contemplando las luces del barco de Archer más adelante en la oscuridad-. La última oportunidad. ¿Estás segura de que quieres hacerlo?

– Estoy segura. -Melis le presentó las muñecas -. Átame bien fuerte. Pero cerciórate de que pueda ver mi reloj.

Nicholas tomó la cuerda que habían traído y le ató las muñecas.

– Esto es horrible, Melis.

– El es horrible.

Dios, cuanto miedo sentía al contemplar el barco. El vestido de organdí, las manos atadas, la sensación de indefensión. Casi podía oír el redoble de los tambores de Kafas. Quería gritar o lloriquear.

Pero no estaba indefensa. Lo hacía por propia y libre voluntad. Así que adelante.

– Una cosa más, Nicholas. Déjame inconsciente.

– ¿Qué?

– Dame un golpe. Asegúrate de que me deje un moretón, pero te agradecería que no me partieras la mandíbula. Quiero que cuando Archer me vea con sus binoculares crea que estoy totalmente indefensa.

– No me gusta…

– Me importa un comino lo que te guste o no. Sabes que debes hacerlo. Pégame, maldita sea.

– Entonces, no me mires.

– Vaya chamán. -Melis desvió la vista hacia el barco.

– Los chamanes eran magos, no guerreros. Aunque oficiaban cuando quemaban a alguien en la hoguera. Y ahora, así es precisamente cómo me siento…

El dolor estalló en la quijada de Melis cuando él le propinó un gancho de derecha.

Nicholas contempló a Melis, caída sobre el asiento. Con aquel vestido parecía una niña pequeña durmiendo.

Y él se sentía como un hijo de puta. Tuvo la tentación de dar vuelta al bote y regresar al Trina.

No podía hacerlo. Era un hombre entregado a su trabajo y en situaciones semejantes casi siempre era un suicidio cambiar de idea. Además, Melis había llegado demasiado lejos para engañarla. Le acarició la mejilla.

– Buena suerte.

Conectó el temporizador para que la bengala de salvamento se disparara dentro de tres minutos, dejó caer su bulto impermeable por la borda y después saltó él mismo. Avanzó por el mar dando larguísimas brazadas. Le tomaría no menos de veinte minutos nadar hasta la isla desde donde Kelby vigilaba el barco. No tendría una bienvenida amistosa. Para ese momento habrían llevado a Melis al barco de Archer y Kelby probablemente se habría enterado.

Un silbido estridente sacudió el aire a sus espaldas.

Miró atrás por encima del hombro para ver la bengala de salvamento que estallaba en la oscuridad del cielo.

– ¿Qué demonios es eso? -Archer salió corriendo a cubierta con los ojos clavados en la bengala-. Destrex, enciende los reflectores.

Cogió los binoculares que le tendía el primer oficial. Al principio creyó que estaban siendo atacados pero Kelby no habría llamado la atención hacia su persona de una manera tan escandalosa. Y la posibilidad de que se tratara de un salvamento auténtico era mínima.

Su mirada barrió las aguas en la zona donde apareció la bengala. Nada.

– ¿Dónde están esos reflectores, maldita sea?

Los dedos de luz registraron la superficie del agua. Un bote de motor se balanceaba sobre las olas con el motor apagado.

– Está demasiado lejos para hundirlo -dijo Destrex-. Además, creo que está vacío.

Archer enfocó el bote.

Un destello blanco… Ajustó de nuevo el foco.

Una niñita de cabello dorado, sus delicadas muñecas atadas con una cuerda.

¡Melis!

Sí.

La excitación lo estremecía. Kelby había cedido. Era tan claro. La tenía.

Se volvió hacia Destrex.

– Ve y tráela. Revisa la gabarra, cerciórate de que no hay trampas cazabobos, pero tráemela.

Vio cómo Destrex y otros dos hombres bajaban un bote y partían, deslizándose sobre el agua. Y enseguida volvió a enfocar los binoculares sobre Melis. Era obvio que estaba inconsciente. ¿La habrían drogado? Para obligarla a ponerse ese vestido habían tenido que inmovilizarla de alguna manera. Eso habría despertado demasiados recuerdos de pesadilla.

Pero si Kelby la había obligado a ponérselo, eso quería decir sin lugar a dudas que se rendía en todos los frentes. No sólo entregaba a Melis, sino que la envolvía en el embalaje que Archer había escogido. En lo que sentía hacia ella no había definitivamente nada, ni una pizca de aprecio.

Destrex había llegado a la gabarra y la examinaba. Después levantó a Melis y se la entregó a uno de los dos hombres del bote. Regresaron a toda velocidad.

El corazón de Archer latía dolorosamente mientras veía cómo el bote se aproximaba a él. No estaba seguro de que fuera odio, lujuria o expectación lo que hacía que la sangre circulara como un torrente por sus venas. Y no tenía importancia. Ella llegaba.

Cuando vio cómo subían a Melis al barco, las manos de Kelby se cerraron con fuerza sobre los binoculares hasta que las venas comenzaron a hinchársele. En el bote estaba sin sentido, pero en ese momento comenzaba a agitarse.

Y cuando llegó a cubierta ya podía ponerse de pie.

Pero sólo por un instante. La mano de Archer golpeó con inquina y la derribó sobre cubierta.

– Jed.

Era Nicholas a sus espaldas.

Kelby no bajó los binoculares.

– Ahora no, hijo de puta.

Uno de los hombres levantó a Melis y la empujó hacia la escalera que conducía a los camarotes. La chica desapareció de su vista.

Kelby se volvió con celeridad hacia Nicholas. La furia que lo invadía apenas le permitía hablar.

– Hijo de puta, ¿qué has hecho?

– Lo que Melis quería. Desde el inicio el plan fue suyo. No ibas a dejar que participara, así que se lanzó ella misma.

– Con tu ayuda, maldita sea.

– Hubiera hallado la vía para ir sola. Te equivocaste, Jed. No hay forma de mantenerla fuera de esto.

– No me diste la menor oportunidad.

– No, porque si estuviera en el lugar de ella, sentiría lo mismo. Tiene que hacerlo. Tiene que cobrársela. En Cadora se sintió timada. Además, necesitábamos esa distracción.

La imagen de Melis caída sobre cubierta apareció de nuevo ante Kelby.

– Él la tiene.

– Entonces, vamos a rescatarla antes de que le haga mucho daño. Te he traído el traje de inmersión y el equipo -dijo Nicholas-. Melis hará estallar los explosivos a la una y cuarenta y cinco. Eso nos da algo más de una hora para llegar nadando hasta allí y ponernos en posición. Cuando tenga lugar la explosión todo el mundo correrá hacia la cocina. Ésa será nuestra oportunidad de subir a bordo. Después, todo depende de nosotros. Le dije a Melis que se escondiera después de lanzar los explosivos y que permaneciera oculta.

– Si todavía está viva.

– Es muy lista, Jed. No va a hacer ninguna tontería.

Kelby lo sabía pero eso no hacía desaparecer el miedo que lo devoraba. Tenía que sobreponerse o no podría actuar.

– Bien, ¿dónde están los explosivos?

– En su zapato derecho -sonrió Nicholas -. En el izquierdo puse uno de mis estiletes favoritos y una llave maestra.

– ¿El acceso es fácil?

– Lo único que debe hacer es arrancar la tira trasera y arrancar la suela. Puede hacerlo con una sola mano.

– Pero tiene las dos atadas. ¿Fue idea tuya?

– Ya te dije que todo había sido idea de Melis. Si él no la desata, ella podrá usar el estilete. Será horrible pero podrá hacerlo.

– Si tiene la oportunidad.

– Sí. Si tiene la oportunidad.

– Pudiste impedírselo.

– Preferí no intentarlo. -Miró a los ojos de Kelby-. Puedes recriminarme todo lo que quieras. Eso no va a cambiar nada. Ya está hecho.

Tenía razón. Ya estaba hecho. Y no había manera de que Kelby pudiera dar marcha atrás en el tiempo.

El rostro de Nicholas se ablandó al ver la desesperación en la expresión de su amigo.

– Siento mucho que tuviera que ser así. Yo tampoco me siento bien con respecto a todo esto, Jed. Estoy muy preocupado.

– ¿Preocupado? No tienes ni puta idea. -Se volvió-. Vamos ya. ¿Dónde está mi traje de inmersión?

En las paredes del camarote había paneles dorados, calados, semejantes a encaje.

La cama estaba cubierta con un tapiz de terciopelo.

Melis, mareada, se recostó a la pared después de que el tripulante la empujara dentro del camarote de Archer. Era su pesadilla materializada. Había hasta lámparas marroquíes colocadas en el suelo a ambos lados de la cama.

¿Había oído el sonido de tambores? No, se trataba de su imaginación. Cerró los ojos para liberarse de la visión. Pero eso no eliminaba los recuerdos.

Entonces, apela a toda tu voluntad y bórralos. Ésa era la respuesta que Archer esperaba de ella. No permitas que se cumpla nada de lo que él quiera.

¿Qué hora era? Se obligó a abrir los ojos y miró el reloj de pared, en un marco dorado. Faltaban cincuenta minutos. Cincuenta minutos que tenía que pasar en aquel agujero infernal. Si se quedaba muy quieta y sólo miraba al techo podría soportarlo.

La puerta se abrió y allí estaba Archer, sonriéndole.

– Pareces un ratón encogido. ¿Dónde está tu dignidad, Melis?

Ella se enderezó trabajosamente.

– Te ha costado mucho trabajo. ¿Cuándo lo hiciste?

– Cuando llegué aquí desde Miami. No tenía la menor duda de que al final vendrías a este camarote. Era sólo cuestión de tiempo. Me divertí mucho seleccionando, combinando. Oía las cintas y después buscaba la mercancía. Eso hacía que no me aburriera. -Sacudió la cabeza-. Es una lástima que no haya podido contemplar tu cara cuando viste esto por primera vez. Estaba algo enfadado o no lo habría olvidado. Tenía la intención de hacerlo. -Se desplazó hasta quedar frente a ella y le tocó el moretón en la quijada-. Kelby no fue tan suave contigo como habías esperado, ¿no es verdad?

– Es un hijo de puta. -Miró a Archer a los ojos-. Como tú.

– Tal para cual, ¿no? -Acarició con un dedo la cinta de satén rosado que tenía en el cabello -. Pero no debes echarle la culpa. Tú misma me dijiste que estaba enamorado de ese barco.

– No creí que me vendería de esta manera.

– ¿Aún no has aprendido que las putas son material gastable? Siempre hay otra. Pero tú eres muy especial. Noto que tengo un vínculo contigo. -Retrocedió un paso -. Y luces tan bien. Date la vuelta para que te vea.

– Vete al diablo. Archer la abofeteó.

– ¿Lo has olvidado? La desobediencia siempre se castiga. -Inclinó la cabeza a un lado -. Pero también te drogaban, ¿no es verdad? Para comenzar no quiero que estés llena de moretones. Quizá siga ese camino.

– ¡No! -Si la drogaban no podría actuar. Cuarenta y cinco minutos.

Ella giró en redondo.

– De nuevo. Más despacio.

Melis se mordió el labio inferior y obedeció.

– Niñita buena. -Miró hacia abajo, a los zapatos náuticos-. ¿Dónde están los zapatitos de charol que te mandé?

Melis logró que su expresión no mostrara el pánico que la había invadido.

– Para ponerme este vestido tuvieron que sujetarme. Cuando le di una patada en las pelotas, Kelby decidió que no me cambiaría los zapatos.

Archer rió entre dientes.

– Es obvio que no sabe cómo manejar a las niñas traviesas. Eso requiere cierta experiencia. -La sonrisa desapareció -. Pero no me mandó el cofre contigo.

– Él no lo tiene. ¿Crees que lo iba a compartir con él? Es mío. Archer la miró con atención.

– Claro, veo que necesitabas contar con un seguro. Y, después de todo, él tiene Marinth.

– Y ese maldito barco.

– Qué amargura. Discutiremos después lo del cofre. Ahora ve a la cama y tiéndete.

Ella negó con la cabeza.

– Vaya, te has puesto pálida. Es una cama blanda, encantadora. ¿Y sabes qué vamos a hacer ahí? Vamos a tendernos juntos y a oír las cintas. Y yo voy a contemplar tu cara. Me resulta difícil decirte cómo añoraba eso cuando te telefoneaba. Quería ver todas tus expresiones.

– Yo… yo no puedo hacerlo.

– No me obligues a utilizar las drogas. Eso podría debilitar tus emociones. Mira la cama.

Terciopelo rojo y cojines.

– Ahora, ve hacia allí y siéntate. Iremos lentamente, me gusta la lentitud.

Pero cada momento sería un siglo. Melis atravesó el camarote y se sentó a un lado de la cama.

– Odias que ese terciopelo entre en contacto con tu piel, ¿no es verdad?

– Sí. -Habían transcurrido solo dos minutos -. No puedo soportarlo.

– Te sorprenderá lo que puedes soportar. Exploraremos eso tras oír las cintas. -Archer se acostó y dio unas palmadas sobre la cama-. Acuéstate junto a papaíto, querida. ¿Eso era lo que te decían muchos de ellos?

Ella asintió, con movimientos espasmódicos.

– Te… te daré los papeles si me dejas salir de aquí.

– A su tiempo. Acuéstate, Melis.

Habían transcurrido otros dos minutos.

– Desátame.

– Pero te prefiero así. Di por favor.

– Por favor.

Archer sacó una navaja de bolsillo y cortó las cuerdas.

– Acuéstate o volveré a atarte.

Ella se reclinó lentamente sobre las almohadas.

Oh, dios, iba a ocurrir de nuevo.

Iba a gritar.

No, ella podía controlarse. No iba a ocurrir. Sólo tenía que resistir.

Que afrontarlo.

¿Aquella era la voz de Carolyn?

– Tu expresión no tiene precio -dijo Archer con voz ronca, su mirada hambrienta clavada en el rostro de ella-. Me encantaría tener a mano una cámara. Tendré que acordarme de eso la próxima vez. -Estiró el brazo y encendió la grabadora sobre la mesa de noche-. Pero ahora estoy demasiado impaciente. Tengo que contemplarte…

Entonces ella oyó su propia voz en la cinta.