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Faltaban cinco minutos.
– Dos hombres en el puente -murmuró Nicholas -. Probablemente uno permanezca al timón aunque el otro corra hacia la explosión. ¿Tú o yo?
– Hazlo tú. Yo iré a los camarotes.
– Eso fue lo que pensé.
Los ojos de Kelby se tensaron mientras examinaba la cubierta. Dios, quería avanzar en ese mismo momento.
Cuatro minutos.
Melis se sentó muy rígida en la cama y se tapó la boca.
– Por Dios, voy a vomitar.
– Qué molestia. -Archer se sentó en la cama-. Cuando estábamos llegando a la parte mejor.
Ella se inclinó a un lado de la cama, con arcadas.
– No, no vas a vomitar. En esta cama, no. Tengo muchos planes para ella. -Se levantó de un salto y la hizo salir de la cama de un tirón-. Al baño, zorra. -La arrastró hacia el cuarto de baño -. De prisa. Y no manches ese vestido.
La metió de un empujón en el baño y cerró la puerta de golpe. Sola.
Ella había temido que él entrara también. Pero la mayor parte de la gente no quiere ver cómo vomitan otras personas. A pesar de eso, era seguro que estaría esperando al otro lado de la puerta.
Mientras se agachaba para arrancar la tira trasera de su zapato derecho hizo los sonidos de quien está devolviendo. Retiró con cuidado el fino dispositivo explosivo y lo dejó encima de la cómoda. A continuación retiró el estilete de su zapato izquierdo.
– ¿Ya terminaste? -preguntó Archer. Ella volvió a carraspear.
– Creo que sí.
– Entonces, lávate la cara y enjuágate la boca como una niña buena. Me has hecho enfadar. Quizá tenga que darte unos azotes.
Ella contempló cómo el agua corría en el lavabo. Respiró profundo varias veces para calmarse. Su mano se cerró sobre la empuñadura del estilete. Tenía que ponerse en marcha. No cierres el grifo. Eso le daría unos segundos de ventaja para sorprenderlo cuando saliera por la puerta.
– Melis.
Abrió la puerta de golpe y salió de un salto. Tuvo una visión momentánea del estupor que apareció en el rostro de Archer mientras el estilete se le clavaba en la parte superior del pecho. El hombre comenzó a caer.
¿Sería suficiente aquella herida?
No tenía tiempo para comprobarlo. Había pasado un minuto más allá del tiempo acordado. Salió a toda prisa del camarote. Cuando la traían había visto que la cocina se encontraba al final del pasillo. Corrió en esa dirección.
No había nadie allí.
Conectó el interruptor.
– ¿Qué está haciendo aquí?
Detrás de ella bajaba por la escalera un hombre con un fusil de asalto.
– Buscaba a Archer. Me dijo que me quedara en el camarote, pero…
Tiró el explosivo a la cocina con todas sus fuerzas y se dejó caer al suelo, tapándose la cabeza.
La cocina estalló con tal violencia que el barco se estremeció y el techo voló. Oyó cómo el hombre de las escaleras gemía de dolor.
Volaban fragmentos como balas en todas direcciones. Sintió que algo se clavaba en su pierna izquierda pero no se descubrió la cabeza para mirar. Mejor la pierna que el cráneo. Unos segundos después levantó la cabeza con precaución. El hombre de la escalera yacía en el suelo hecho un bulto, le brotaba sangre de la frente.
El temblor cesó. Los demás miembros de la tripulación llegarían para investigar. Tenía que esconderse o salir fuera.
Fuera.
La cocina ardía con un rugido. Si se quedaba allí se asaría.
Pero podía oír los gritos y las órdenes de los hombres en cubierta. Si subía la escalera se tropezaría con ellos. Melis no era un comando y quería sobrevivir. Era mejor esconderse, como le había dicho Nicholas.
Está bien, espera. Tomó el fusil de asalto del hombre que yacía en el suelo y se agachó tras los escalones. No sabía de qué le serviría el arma. Demonios, ni siquiera sabía cómo manejar un fusil de asalto.
Pues ése era el momento para descubrirlo.
Dos de los hombres de Archer corrían hacia la escalera que llevaba a la cubierta inferior.
Kelby apuntó y disparó. Cayó uno. El otro giró mascullando un taco, con la pistola en la mano.
Kelby le pegó un tiro entre los ojos.
Quedaba todavía otro tripulante. ¿Dónde demonios estaba?
Dios, por la puerta abierta salía humo negro a borbotones.
Corrió hacia la escalera.
No podía ver nada. El humo le escocía en los ojos.
– ¡Melis! Sin respuesta.
Comenzó a bajar la escalera.
– ¡Melis!
– No bajes. Ahora subo.
– Gracias a Dios. -No era sólo humo lo que le escocía en los ojos -. ¿Necesitas ayuda? Estás…
– Necesito pulmones nuevos. -Melis tosía mientras subía la escalera-. Los míos están ardiendo.
– ¿Y Archer?
– Está muerto.
– Quédate aquí. Me falta otro miembro de la tripulación. Ella negó con la cabeza.
– Está ahí abajo. – ¿Estás segura? Melis asintió y señaló el arma que llevaba en las manos.
– Le quité esto.
– Respira. Tengo que ver si Nicholas está bien. Echó a correr hacia el puente.
¿Respira?
Era más fácil decirlo que hacerlo, pensó Melis mientras se recostaba en el pasamanos. Sentía como si tuviera los pulmones chamuscados. Fue hasta la borda y jadeó varias veces. Eso era mejor. Ahora, intenta respirar profundo…
– Qué niñita más mala.
Giró con rapidez y vio a Archer recostado en el marco de la puerta. Tenía el rostro negro por el humo y estaba cubierto de sangre.
Pero tenía una pistola en la mano.
Ella se echó un lado cuando él apretó el gatillo.
La bala pasó junto a su mejilla.
Levantó el fusil de asalto. Apuntó de prisa, pero con cuidado. Disparó.
Archer gritó cuando las balas se clavaron en su bajo vientre. Mientras caía soltó la pistola.
Ella continuó disparando. Y disparando. Y disparando.
– Creo que ha quedado fuera de servicio, Melis -dijo Kelby en voz baja. Estaba de pie a su lado y le agarraba la mano -. Además, tus balas rebotan como locas en todo lo que hay a su alrededor.
De todos modos había vaciado el cargador pero no bajaba el arma.
– No sabía cómo disparar esto. Así que me limité a mantener apretado el gatillo.
– Ha sido muy efectivo -dijo Nicholas -. Dios mío, creo que le has volado las pelotas.
– Es lo que pretendía. No podía pensar en nada más adecuado. ¿Estás seguro de que ha muerto?
Kelby se apartó y examinó al hombre caído.
– Que me aspen si aún vive.
Los ojos de Archer se abrieron y miraron con odio a Melis.
– Zorra. Puta.
Kelby levantó la pistola.
– Pero creo que ya es tiempo de que diga sayonara.
– No -repuso Melis -. ¿Está sufriendo?
– Muchísimo.
– ¿Las heridas son mortales?
– Sí, varias de las balas le han destrozado el estómago.
– ¿Cuánto tiempo tardará en morir?
– Quizá treinta minutos. Quizá un par de horas. Melis caminó lentamente hasta llegar junto a Archer.
– Zorra -susurró el hombre-, zorra.
– ¿Te duele, Archer? -Melis se agachó y siguió hablando en un susurro -. ¿Crees que te duele tanto como le dolió a Carolyn? ¿Crees que es tan horrible como lo que sentían aquellas niñitas cuando las violabas? Espero que sí.
– Puta. Siempre serás una puta. -La voz del hombre chorreaba maldad-. Y he hecho que te des cuenta. Destruí todo lo que esa Carolyn hizo por ti. Pude verlo esta noche en tu rostro.
– Te equivocas. Me has dado la cura final. Si pude pasar por esa pesadilla, tengo fuerzas suficientes para cualquier cosa.
La duda se insinuó en su rostro.
– Estás mintiendo.
Ella negó con la cabeza.
– Carolyn me decía siempre que la mejor forma para librarme de una pesadilla era afrontarla. -Bajó la vista hasta el pubis sangrante de Archer-. La he afrontado.
Se volvió y se alejó.
Kelby y Nicholas se reunieron con ella a medio camino en la cubierta.
– ¿Estás segura de que no quieres que acabemos con él? -preguntó Nicholas -. Para mí será un placer.
– Quiero que muera lentamente. No es suficiente pero tendrá que bastar. -Echó una mirada al fuego que asomaba de los compartimientos de abajo y lamía ya las tablas de la cubierta principal-. Espero que el barco no se hunda demasiado de prisa.
– Creo que deberíamos largarnos por si acaso. -Kelby caminó hacia la gabarra-. Vámonos.
– Una cosa más. -Melis se despojó del vestido de organdí, quedándose en bragas y sujetador. Después se quitó la cinta rosada del cabello. Lo tiró todo al fuego que avanzaba hacia ellos por la cubierta-. Ahora estoy lista. -Y saltó a la gabarra.
– Jed, déjame en la isla y esperaré hasta que el barco se hunda- dijo Nicholas -. No queremos sorpresas de último momento.
– Le tiró a Melis una manta de emergencia-. Tápate, podrías enfriarte.
– No voy a enfriarme.
Ella se sentía fuerte, completa… y libre.
Archer gritaba de dolor.
Kelby puso en marcha el motor y la gabarra se alejó lentamente del barco.
Archer seguía gritando.
Los primeros tentáculos de fuego habían alcanzado el vestido blanco de organdí. La delicada tela se retorcía y se ennegrecía. Entonces ardió del todo.
En escasos minutos el vestido y la cinta desaparecieron.
Cenizas.
Dos horas más tarde, desde la cubierta del Trina, Melis y Kelby vieron un súbito destello de luz al este.
– Ahí va -dijo Kelby-. El fuego llegó hasta el armamento. Ha tardado más tiempo del que pensaba.
– Me hubiera gustado que tardara todavía más.
– Bruja sedienta de sangre.
– Sí, lo soy.
– ¿Bajarás ahora y te darás una ducha? Desde que llegamos has permanecido junto a la borda.
– Todavía no. Esperaré a Nicholas. Tengo que estar segura Tú puedes irte.
Kelby le dijo que no con la cabeza, se recostó en el pasamanos y siguió mirando al este.
Nicholas llegó treinta minutos más tarde.
– El gran bum -dijo, mientras subía a bordo-. Tenía muchísimo armamento pesado. -Se volvió hacia Melis-. No hubo rescate de último momento. El hijo de puta ha muerto, Melis. Voló hecho pedacitos.
Ella echó otra mirada al este.
Está muerto, Carolyn. No volverá a hacer daño a nadie.
– Melis -la mano de Kelby se posó con gentileza sobre su brazo-. Es hora de olvidarse de todo.
Ella asintió y se volvió. Había terminado. Punto final.
Tiempo de olvidar.
Cuando ella subió a cubierta la mañana siguiente, Pete y Susie se habían marchado.
– ¿Está bien eso? -Kelby se detuvo a su lado -. Dijiste que Pete sabría cuándo estaría bien.
– Creo que ya lo está -Melis se encogió de hombros -. Los delfines, en muchos sentidos, son un misterio para mí. A veces siento que no sé nada sobre Pete y Susie.
– Y otras veces sabes que todos los días estás aprendiendo. Volverán, Melis.
Ella asintió con la cabeza mientras se sentaba sobre cubierta.
– Y yo estaré aquí. ¿Vas a bajar hoy?
Él negó con la cabeza.
– Voy a hacerles una visita a los guardacostas. No se puede hundir un barco sin que haya repercusiones, aunque se trate de uno que se ha utilizado para actividades delictivas. Pero si estaban dispuestos a recibir un soborno de Archer, lo estarán para recibir el mío.
– El dinero no es la respuesta para todo.
– No, pero es muy útil. Llámame si hay problemas con Pete.
– Podré arreglármelas.
Kelby titubeó mientras la miraba.
– Hoy estás a un millón de kilómetros de aquí.
– Me siento… aplastada. Algo vacía quizá. -Sonrió débilmente-. Durante semanas he tenido un único objetivo y ya no existe. Estaré bien tan pronto me adapte. ¿Cuándo regresarás?
– Depende de cuánto dinero y tiempo necesite para convencerlos de que el barco de Archer estalló accidentalmente a causa de las armas que transportaba. Los réditos del pecado. -Caminó hacia la gabarra -. Si tropiezo con algún obstáculo, te avisaré.
– No tienes que rendirme cuentas. -Miró al agua-. Prometí que no sería una carga para ti.
– Es cortesía, maldita sea. -Frunció el ceño -. Quiero llamarte.
– Entonces, hazlo.
– Melis, yo no puedo… -Negó con la cabeza-. A la mierda. No creo que ahora pueda hacer que me entiendas. -Saltó a la gabarra-. Te veré más tarde.
Ella lo miró mientras él aceleraba, alejándose del Trina. A continuación su mirada regresó al océano mientras esperaba el regreso de Pete y Susie.
Salieron a la superficie dos horas después, muy cerca del barco.
Pete tenía un buen aspecto, pensó Melis aliviada. Más que bueno. El y Susie jugueteaban y emitían sonidos como siempre.
– Hola, chicos -les dijo con suavidad-. Podrían haber esperado a que estuviera aquí antes de emprender vuestro viajecito. -Se quitó la camiseta-.Voy con vosotros. Será como en los viejos tiempos. Hoy necesito ser buena.
Se zambulló en el agua. Estaba fría, limpia y era como siempre. Cuando salió a la superficie vio a Nicholas junto al pasamanos. Le hizo un gesto.
– No llevas el tanque de aire -le dijo Lyons -. Y no deberías estar sola en el agua.
– No voy a zambullirme. Solo voy a nadar un poco con los delfines. Eso siempre me aclara la mente.
– A Jed no le va a gustar. Estuvo a punto de volverse loco cuando vio que te subían a bordo del barco de Archer. Todavía está cabreadísimo conmigo.
– Lo siento, Nicholas. -Pero echó a nadar con Pete y Susie haciéndole de escolta. La formación duró un instante hasta que los delfines se impacientaron y, como hacían siempre, se adelantaron nadando para volver periódicamente junto a ella.
Nadar con ellos ese día era diferente. Desde que habían llegado a las Canarias siempre habían estado juntos en el agua con algún propósito. Ahora era casi como cuando nadaban juntos en la isla.
No, eso no era verdad. Ahora tenían otra vida. Antes, ellos le pertenecían. Ahora le daban su tiempo y su afecto pero se habían reunido con los suyos. Habían podido optar. Ella no debía lamentarlo. Era lo correcto y lo natural.
Y así era la vida en ese momento. Correcta, natural y todo en su sito.
Y volviéndose más cristalina a cada minuto que pasaba.
Kelby apagó el motor al aproximarse al Trina.
La otra gabarra no estaba.
No tengas miedo. Nicholas pudo haber ido a Lanzarote a comprar suministros… ¿O qué, maldita sea?
Nicholas no se había llevado la gabarra. Caminaba por la cubierta hacia Kelby.
– ¿Dónde está la otra gabarra? -preguntó Kelby cuando subió a bordo-. ¿Y dónde está Melis?
– La gabarra está en un embarcadero de Lanzarote. Y lo más probable es que Melis esté tomando un avión en Las Palmas.
– ¿Qué?
– Pete ha vuelto. Ella ha ido a nadar con los delfines y cuando ha regresado a bordo ha hecho las maletas y se ha marchado. -No me ha llamado. Y tú tampoco.
– Me ha pedido que no lo hiciera.
– ¿Qué demonios es esto? ¿Una conspiración entre vosotros dos?
– Bueno, creí que no podía estar en peor lugar en tu lista.
– Te equivocaste.
Nicholas se encogió de hombros.
– Ha dicho que necesitaba regresar a la isla. Ha pasado por un infierno. Me doy cuenta de que necesita un tiempo de reposo.
– Entonces, ¿por qué no ha querido hablar conmigo de eso?
– Tendrás que preguntárselo. -Buscó en su bolsillo -. Te ha dejado una nota.
La nota tenía sólo dos líneas.
Regreso a la isla. Por favor, cuida a Pete y Susie.
Melis.
– ¡Cabrona!
Isla Lontana
La puesta de sol era hermosa, pero ella añoraba a Pete y Susie cuando iban a darle las buenas noches.
Pero no solo añoraba aquello.
Melis enderezó los hombros, se dio la vuelta y abandonó la galería. Tenía trabajo que hacer y no había por qué aplazarlo. Había hecho lo que tenía que hacer. Que ocurriera lo que tuviera que ocurrir.
Fue al dormitorio y abrió su maleta. Allí debían estar unas cajas. Seguramente olerían a…
– ¿Qué demonios estás haciendo?
Se quedó inmóvil. Tenía miedo de volverse.
– ¿Kelby?
– ¿Qué otra persona podría atravesar las barreras que eriges en torno a ti? -dijo él con brusquedad-. Me sorprende que no hayas conectado la alta tensión para mantenerme alejado.
– Yo no haría eso. -Le temblaba la voz-. Nunca te haría daño.
– Pues bien que lo has intentado. Vuélvete, maldita sea.
Ella respiró profundamente y se volvió para mirarlo de frente.
– ¿Qué tipo de nota es ésta? -Le tiró una pelota de papel a los pies -. Sin una despedida. Sin una razón. Ni siquiera «me alegro de conocerte». Sólo «cuida a los delfines».
– ¿Ésa es la razón por la que has cruzado medio mundo? ¿Porque estás enfadado?
– Es una razón suficiente. -Dio cuatro pasos y la tomó por los hombros -. ¿Por qué te fuiste?
– Tenía que regresar a la isla y empacar. No puedo seguir viviendo aquí.
– ¿Y adonde pensabas irte?
– Encontraré trabajo en alguna parte. Estoy cualificada. -Pero no regresabas conmigo.
– Eso depende.
– ¿De qué?
– De si me querías lo suficiente. De que me siguieras.
– ¿Es algo así como una prueba? -Las manos de él se tensaron sobre los hombros de ella-. Sí, te quiero lo suficiente. Te seguiría hasta el infierno, ida y vuelta. ¿Eso es lo que querías oír?
La alegría la inundó.
– Sí.
– Entonces, ¿por qué demonios te largaste? Te hubiera dicho eso mismo cuando regresé al barco. Lo único que tenías que hacer era hablar conmigo.
– Tenía que dejarte escoger. Podrías haber leído la nota y decir: «a la mierda con esa zorra grosera». Te di la oportunidad de hacerlo.
– ¿Por qué?
– Prometí que no te ataría.
– Era yo quien estaba muy atado a ti.
– Pero ya no tenías razón para hacerlo. Tienes Marinth. Archer está muerto. Yo tenía que ser esa razón. La única razón. -Lo miró a los ojos -. Porque yo lo valgo, Kelby. Puedo darte más que Marinth, pero tienes que darme lo que yo necesito.
– ¿Y eso es?
– Creo… que te amo. -Melis se humedeció los brazos -. No, es verdad que te amo, sólo que me cuesta trabajo decírtelo. -Se llenó los pulmones de aire. Lo que iba a decir ahora le resultaba más difícil -: Y no quiero seguir estando sola.
– Dios mío. -La apretó contra sí y ocultó la cabeza de ella en su hombro -. Melis…
– No tienes que decir que me quieres. Prometí que no…
– A la mierda tu promesa. Nunca te la exigí. No la quiero. -La besó con fuerza-. Yo tampoco quiero estar solo. Ya me tenías contra las cuerdas antes incluso de que saliéramos de aquí. -Le tomó el rostro entre las manos -. Escúchame. Yo te amo. Te lo habría dicho hace mucho tiempo si no hubiera tenido miedo de que huyeras de mí. Agradecías mucho que lo nuestro fuera tan bello sin implicar compromiso alguno.
– Sólo estaba siendo justa contigo.
– No quiero que seas justa. Quiero que me hagas el amor, que comas conmigo, que duermas conmigo. -Hizo una pausa-. Y cuando estés absolutamente segura de que soy el hombre con el que quieres pasar los próximos setenta años, quiero que nuestro compromiso sea tan fuerte como el acero. ¿Entiendes?
Una sonrisa brillante iluminó el rostro de Melis.
– No tengo que esperar para estar segura.
– Sí, tienes que hacerlo. Porque conmigo no hay marcha atrás. Viste cómo era yo con respecto a Marinth. Multiplica eso por infinito y verás que difícil te lo pondría si quisieras dejarme. – Le rozó la frente con un beso -. Tendrías que irte a vivir con los delfines.
– No tengo los pulmones necesarios. -Entonces, es mejor que te quedes conmigo. Ella reclinó la cabeza sobre el pecho del hombre. -Creo que tienes razón -susurró.
Abandonaron Isla Lontana a la tarde siguiente.
Mientras la lancha aceleraba tras detenerse en las redes, Melis miró atrás a la isla, que resplandecía en la niebla vespertina.
– Es un sitio hermoso -dijo Kelby en voz baja-. Lo vas a extrañar.
– Durante un tiempo.
– Te compraré otra isla. Más grande, mejor.
Ella sonrió.
– Eso es propio de ti. No quiero una isla. Ahora no. Quiero quedarme contigo en el Trina. -Frunció el ceño -. ¿No puedes cambiarle el nombre?
– ¿Ya pretendes dominarme? ¿Le pongo tu nombre? -Por dios, no.
– ¿El de nuestro primer hijo? Los ojos de ella se abrieron más.
– Quizá -dijo con precaución-. ¿Ya estás pensando en un compromiso?
Él sonrió.
– No he dicho nuestro tercer o quinto hijo.
– Quizá Trina sea un buen nombre por un tiempo.
– Cobarde.
– Tienes que hacer que Marinth vuelva a la vida. Yo tengo que estudiar a los delfines que viven allí. Tengo la idea de que van a ser diferentes de todos los que he observado. Vamos a estar muy ocupados.
– Y tienes que cuidar a Pete y Susie. Ella asintió.
– Siempre.
– Pero los dejaste a mi cuidado.
– Si no hubieras venido a buscarme, yo habría regresado y habría encontrado una manera de tenerlos controlados. Son responsabilidad mía.
– Quizá después de todo necesites una isla. Me hablaste de todos los peligros que acechan a los delfines en libertad. ¿Estás segura de que no quieres que tengan un refugio seguro?
– No, no estoy segura. Eso depende de las condiciones. Si tú controlas el proyecto, tendrás poder para proteger a los delfines. – Sus labios se pusieron tensos-. Si no, podríamos reunidos a todos y llevarlos a un lugar seguro.
Él rió entre dientes.
– No me parece que este sitio aguante a todos esos centenares de delfines, pero podríamos intentarlo.
Melis sacudió la cabeza.
– Voy a legarle la isla a la fundación Salvar a los Delfines, en nombre de Carolyn. Eso irritará constantemente a Phil. Estoy segura de que pensó que finalmente se la devolvería. Sin barco. Sin isla. Tendrá que comenzar de cero.
– No lo creo.
– Dios mío. -La apretó contra sí y ocultó la cabeza de ella en su hombro -. Melis…
Hubo una nota en su voz que hizo que ella lo mirara a la cara.
– ¿No?
Kelby negó con la cabeza.
– ¿Está muerto? -susurró Melis.
– Cayó del acantilado.
– ¿Tú?
– No. Y eso es todo lo que pienso decir sobre ese tema.
Entonces, debió de haber sido Nicholas. Ella se quedó en silencio, dejando que la noticia se le asentara. Todos esos años trabajando con Phil, protegiéndolo. Parecía extraño aceptar que hubiera muerto.
– No siento otra cosa que alivio -dijo finalmente-. Tenía tanto miedo. Hubiera seguido intentando quitarte Marinth y yo no habría podido permitir que eso ocurriera. Todo eso es para ti.
Él sonrió.
– Todo, no.
– Es bueno saberlo.
Melis volvió a mirar atrás, a la isla. A esa distancia parecía más pequeña, más sola. Tantos años, tantos recuerdos de Pete y Susie.
Pero vendrían años mejores, surgirían recuerdos más ricos. ¿Qué pasaba por sentirse algo triste? Afróntalo.
Y ella sabía cómo hacerlo exactamente.
Extendió el brazo y cubrió la mano de Kelby con la suya.
Maravilla.