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Como siempre, Susie y Pete recibieron a Melis junto a la red.
Ella nunca había logrado imaginarse cómo se enteraban los delfines de su llegada. Por supuesto, tenían un oído extraordinario, pero con frecuencia hacían caso omiso a la llegada de la lancha del correo o a los barcos de pesca que pasaban. Pero cuando ella volvía de un viaje ellos siempre estaban allí. Melis había llegado a hacer experimentos con la intención de confundirlos. En una ocasión dejó la lancha a kilómetro y medio de la red y recorrió nadando el resto del camino. Pero el instinto de los delfines era infalible. Siempre estaban allí esperando, emitiendo sonidos, silbando, zambulléndose, nadando alegremente en alocados círculos.
– Bien, bien, yo también os he echado de menos. -Hizo que el bote pasara flotando por encima de la red antes de volverla a colocar-. ¿Le habéis dado a Cal demasiado trabajo mientras estuve fuera?
Susie le dedicó un graznido alto, cloqueante, que recordaba una carcajada.
Dios, qué bueno era estar en casa. Tras el horror y todo lo desagradable que había tenido que sufrir en Atenas, estar allí con Pete y Susie era como si una mano cariñosa la acariciara, la serenara.
– Eso es lo que pensé. -Volvió a encender el motor-. Vamos, comeremos algo y podréis decirle a Cal que lo lamentáis.
De nuevo aquella risa jubilosa mientras los delfines la adelantaban, nadando raudos hacia el chalet.
Cal la recibió en el atracadero, su expresión era de sobriedad.
– ¿Estás bien?
No, no estaba bien. Pero ahora que estaba en casa se sentía mejor.
– ¿Gary te llamó?
El hombre asintió mientras ataba la lancha.
– No sabes cuánto lo siento, Melis. Todos lo vamos a echar mucho de menos.
– Sí, seguro. -Melis salió de la lancha-. ¿Te importa si ahora mismo hablamos sobre Phil? Tengo que sobreponerme a ello, pero a mi manera.
– Claro que sí -dijo Cal, caminando a su lado -. Y después, ¿podemos hablar sobre Kelby?
Ella se puso tensa.
– ¿Por qué?
– Porque Kelby le ofreció a Gary trabajar a bordo del Trina.
Ella se detuvo y lo miró.
– ¿Qué?
– Buen salario. Trabajo interesante. No será como formar parte de la tripulación del Último hogar, pero tenemos que ganarnos el pan.
– ¿Tenemos?
– Gary dijo que también había trabajo para mí y para Terry. Me dio el número del teléfono móvil de Kelby. Dijo que lo llamáramos si queríamos el puesto. -Apartó la vista de Melis-. Y si tú no tienes nada en contra.
Ella no tenía nada en contra. La idea de perder a aquellos hombres junto a los cuales había crecido la hacía sentirse algo perdida.
– ¿Crees que serás feliz trabajando para Kelby?
– A Gary le cae bien y ha conversado con la tripulación del Trina. Dicen que Kelby juega limpio, y que siempre que uno sea honesto con él, responde de la misma manera. -Hizo una pausa-. Pero no estamos obligados a aceptar ese puesto. Si no te gusta la idea, no. Sé que Phil y tú no estabais de acuerdo con respecto a Kelby. Pero tiene muy buena reputación.
Su reputación era más que buena. Kelby era la estrella en ascenso en la profesión que tanto había amado Phil. Ya había descubierto dos galeones en el Caribe. Era una de las razones por las que ella estaba resentida con él. Durante el tiempo relativamente corto que había estado en el negocio, había superado los logros de Phil sin demasiado esfuerzo.
Estaba siendo egoísta. Se había sentido tan segura al llegar a la isla que le dolía saber que la mano de Kelby llegaba hasta allí para llevarse a sus viejos amigos.
– Lo que yo crea no tiene importancia. Haced lo que sea mejor para vosotros.
– Nos sentiríamos mal si tú…
– Cal, no hay nada de malo en ello. Llama a Kelby y acepta el puesto. No se trata de que vayas a trabajar con un grupo terrorista. De todos modos, me habría visto obligada a buscaros trabajo a todos vosotros. No puedo manteneros trabajando aquí, así que lo mejor es que vayáis donde podáis conseguir trabajo. -Aún tenía el ceño fruncido y se obligó a sonreír-. A no ser que quieras que te contrate para cuidar de Pete y Susie, ¿no?
– ¡Por dios, no! -dijo él, horrorizado -. ¿Sabes lo que me hicieron? Me robaron los pantalones. Yo estaba dándome un baño matutino y esa hembra vino desde abajo y me los arrancó. Creí que me atacaba. Hay que respetar las partes íntimas de un hombre.
Ella contuvo a duras penas una sonrisa.
– Era una pequeña travesura. No entienden el vestido. Para ellos no es más que otro juguete.
– ¿Sí? Bien, no entiendo eso de que me desnuden y me dejen en pelotas.
Estaba tan indignado que ella no pudo resistirse. -Deben haberte considerado atractivo. Los delfines son muy sexuales, ¿sabes?
– ¡Oh, Dios mío!
Ella rió para sus adentros y negó con la cabeza.
– Simplemente jugaban. Ellos todavía no han alcanzado la madurez sexual. Solo tienen ocho años y para eso les falta uno o dos todavía.
– Recuérdame que no me acerque. Y eso no fue lo único que hicieron. Cada vez que me metía en el bote, lo volcaban.
– Veo que has sufrido. Hablaré con ellos sobre ese asunto. -Melis abrió la puerta del frente-. Prometo que haré que se disculpen después de la comida.
– No quiero una disculpa, de todos modos no va a ser sincera. -Hizo una mueca-. Solo te pido que no vuelvas a dejarme solo con ellos.
– No lo haré si no es por causa de fuerza mayor.
Los ojos de Cal se estrecharon.
– ¿Qué se supone que significa eso? Nunca sales de la isla a no ser que no te quede más remedio.
– Pasan cosas. No quería dejarte aquí cuando me trajiste los documentos que me enviaba Phil, pero lo hice. -Melis se dirigió a la cocina-. Además, si aceptas ese trabajo con Kelby no vas a estar aquí para que yo pueda contar contigo.
– Nunca abandono a un colega en apuros.
Ella se sintió emocionada.
– Gracias, Cal. Espero que no tenga que hacerte sufrir otro de los trucos de los delfines.
– No te preocupes, puedo ocuparme de ellos. -Cal dudó un instante-. Quizá.
– Les gustas de verdad, o no jugarían contigo. Debes sentirte halagado. Es una compañía mará…
– No quiero que me halaguen. Solo quiero que no me quiten los pantalones. -Hizo un gesto con la cabeza y señaló hacia la galería-. Pareces cansada. Ve y siéntate, yo prepararé la comida. -Dudó un momento-. Me preguntaba… ¿Debo hablar con alguien sobre lo de Phil? ¿Tenía otros parientes, eh?
– Nadie con quien hubiera mantenido contacto a lo largo de estos años. Tú y los demás significabais más para él que cualquier pariente-. Pero había una persona a la que debía llamar. No a causa de Phil, pero Carolyn se preocuparía si después se enteraba de que Melis no se lo había dicho -. Quizá tenga que hacer un par de llamadas.
– ¿Me necesitas? -preguntó Carolyn discretamente-. Dilo y alquilaré un hidroplano en Nassau. Estaré ante tus redes en un santiamén.
– Estoy bien. -Melis echó un vistazo fuera, al mar, donde Pete y Susie jugaban-. En realidad no estoy bien. Pero aguanto.
– ¿Qué sientes? ¿Rabia? ¿Tristeza? ¿Culpa?
– Aún no lo sé. Todavía estoy atontada. Sé que me alegró volver a casa. Me siento como si todo estuviera revuelto dentro de mí y no pudiera librarme.
– Voy para allá.
– No, sé lo complicada que es tu agenda. Tienes clientes, por Dios.
– Y tengo una amiga que me necesita.
– Mira, lo estoy sobrellevando. Si quieres venir este fin de semana, me encantará verte. De todas maneras, hace tiempo que no ves a Pete y Susie.
Hubo un silencio al otro extremo de la línea y Melis casi podía visualizar el ceño fruncido y la expresión intrigada en el rostro color café con leche de Carolyn.
– ¿Estás sola?
– No, aquí está Cal. Y si no, nunca estoy sola, Carolyn. Tengo a los delfines.
– Sí, es magnífico que puedas confiar en ellos.
– Lo es. Nunca replican.
Carolyn rió para sus adentros.
– Está bien, esperaré hasta el fin de semana. Y dejaré libres varios días la semana próxima para que podamos irnos en mi barco a Isla Paraíso. Nos tumbaremos en la orilla, beberemos pina colada y nos olvidaremos del mundo.
– Eso suena muy bien.
– Sí, y no tiene nada de realista. Pero eso también está bien. -Calló por un momento-. Si me necesitas, llámame. Sabes que llevas mucho tiempo aguantando. Si esa presa revienta, quiero estar ahí para ayudarte.
– Estoy bien. Te espero el viernes por la tarde. -Hizo una breve pausa-. Gracias, Carolyn. ¿Te he dicho alguna vez lo que significa para mí tener una amiga tan buena como tú?
– Seguro que me lo contaste en uno de tus momentos más sentimentales. Te veré el viernes. -Colgó.
Y ese día era martes. Melis sintió una oleada de soledad y de repente aquel fin de semana le pareció muy lejano. Sintió el impulso de volver a llamar a Carolyn y…
Detente. ¿Qué haría si llamaba nuevamente a su amiga? ¿Gemir y decirle que había cambiado de idea? No podía depender de nadie, ni siquiera de Carolyn.
Limítate a mantenerte ocupada con los delfines. Deja que la isla te calme y cure tus heridas.
Si esa presa revienta, quiero estar ahí para ayudarte.
Ninguna presa iba a reventar. Ella tenía el control, como siempre.
Y el viernes no estaba tan lejos.
Quince minutos después de que Kelby bajara del avión en Tobago, su teléfono comenzó a sonar.
– ¿Es demasiado pronto para el primer informe? -preguntó Wilson-. No quería que tuvieras que esperar.
– ¿Alguien te ha dicho que eres un tipo que rinde más de lo esperado?
Mientras montaba en el taxi le pagó al porteador de las maletas.
– A los muelles -le dijo al chofer y se reclinó en el asiento-. ¿Qué tienes para mí?
– No tanto como quisiera. Ya conoces los antecedentes profesionales de Lontana.
– Nada sobre el último año.
– Eso es porque se escondió hace unos dos años. Nadie sabía dónde estaba o qué hacía.
– ¿Algo así como una exploración?
– Su barco estuvo anclado en la bahía de Nassau hasta hace cosa de un año. Después llegó él y salió a navegar en el Último hogar de forma precipitada. No le dijo a nadie a dónde iba o cuándo regresaría.
– Muy interesante.
– Y tan pronto levó anclas, unos tipos duros comenzaron a buscarlo en Nassau, haciendo preguntas de una manera bien desagradable.
– Y en todo este tiempo, ¿dónde estaba Melis?
– En su isla, cuidando a sus delfines.
– ¿Ella sabía dónde estaba él?
– Si lo sabía, no lo comentaba.
– Háblame de Melis Nemid.
– Muchos espacios en blanco. Parece que conoció a Lontana cuando era una niña, con dieciséis años. Él estudiaba corrientes térmicas oceánicas junto a la costa de Santiago de Chile y ella se encontraba bajo la custodia de un tal Luis Delgado. Iba a la escuela y trabajaba para la fundación Salvar a los Delfines. Según Gary St. George, era una niña tranquila, callada, y toda su vida parecía dedicada a los estudios y a trabajar con los delfines. Obviamente era una chica muy lista. La mayor parte de su educación fue mediante Internet, educación en casa y entrenamiento laboral. Pero la aceptaron en la universidad a los dieciséis y con los años ha conseguido un título en biología marina.
– Muy inteligente.
– Y al parecer le gustan los delfines más que la gente. La mayor parte del tiempo está sola en esa isla. Por supuesto, la abandonó hace unos seis meses para viajar a Florida. Pero eso tuvo como objeto protestar contra la burocracia que obstaculizaba la salvación de delfines varados en bancos de arena.
– ¿Y qué ha sido del tal Luis Delgado?
– Cuando ella tenía dieciséis años, él se mudó a San Diego.
– ¿Y la abandonó?
– Ésa es una de las páginas en blanco. Solo sé que ésa fue la misma semana en que ella partió de Santiago con Lontana, y desde entonces ha permanecido a su lado. Ha estado presente en el Último hogar durante varias de sus exploraciones, pero en general parece que cada uno vive su propia vida.
– ¿Y qué me dices de esa isla donde vive ella?
– Lontana la compró con el dinero que ganó en el rescate de aquel galeón español. Si estás pensando en visitarla, yo en tu lugar no lo haría sin una invitación. El único acceso es una cala en la orilla sur de la isla, y está cerrada con una red electrificada para proteger a los delfines. La vegetación es tan tupida que no es posible aterrizar con un helicóptero.
– No iba a visitarla todavía. Voy a alquilar un barco y me quedaré aquí hasta que me des algo que pueda aprovechar. Creo que necesita cierto tiempo para sobreponerse a la muerte de Lontana.
– Entonces, ¿por qué estás ahí?
Kelby hizo caso omiso a la pregunta.
– ¿Qué pudiste averiguar del barco que vimos cuando buscábamos a Lontana?
– Todavía estoy trabajando en eso. Si es de alquiler, existe una posibilidad de que podamos averiguar algo. El Sirena es propiedad de una compañía británica de alquiler de barcos con sede en Atenas. En los registros hay muchos otros Sirena, pero todos tienen además un adjetivo. Por supuesto, puedo estar totalmente equivocado. – Hizo una pausa-. ¿Crees que alguien podría haberla seguido?
– Es posible. Consígueme nombres y descripciones tan pronto puedas.
– Mañana.
– Hoy.
– Eres un tipo difícil, Kelby. ¿Alguna otra cosa?
– Sí. Intenta localizar a Nicholas Lyons y haz que venga aquí.
– Mierda.
Kelby rió para sus adentros.
– No pasa nada, Wilson. Lo último que oí de él es que se había vuelto muy circunspecto y legal, con buenos motivos.
– Lo que no significa gran cosa. Supongo que tendré por delante la tarea de sacarlos nuevamente a los dos de la cárcel.
– Solo tuviste que hacerlo en una ocasión. Y esa prisión en Argel era muy segura, porque no pudimos salir nosotros solos.
– Creo que cuando estabas en los SEAL elegiste como amigo al peor elemento de todos.
– No, Wilson. Yo era el peor elemento de todos.
– Pues gracias a Dios que decidiste crecer y dejar de jugar a los comandos. Hacer que te mataran y dejarme con todo el papeleo para que pusiera orden hubiera sido algo propio de ti.
– No te haría semejante cosa.
– Sí, claro que lo harías. -Wilson suspiró -. ¿Tienes idea de dónde está Lyons?
– En San Petersburgo.
– ¿Puedes llamarlo?
– No. Cambia de número telefónico con frecuencia.
– Eso es lo que hacen todos los ciudadanos circunspectos y legales.
– Wilson, encuéntralo. Haz que me llame.
– Eso va en contra de mi sentido común. -Hizo una pausa-. Gary St. George me dijo otra cosa sobre Melis Nemid. Durante los dos primeros años que estuvo con Lontana visitó regularmente a la doctora Carolyn Muían, una loquera de Nassau.
– ¿Qué?
– Ella no lo mantuvo en secreto. Hablaba de sus visitas a la doctora Muían como de algo sin importancia. Hasta hacía bromas al respecto. Él cree que también había estado al cuidado de un psiquiatra en Santiago de Chile.
– Eso me sorprende. Yo la considero una de las personas más equilibradas con las que me he tropezado.
– ¿Quieres que intente ponerme en contacto con esa doctora a ver si puedo averiguar algo?
– Existe algo llamado confidencialidad en la relación médico-paciente.
– Un pequeño soborno en el sitio correcto puede superar esa barrera.
Kelby sabía eso mejor que Wilson. El dinero hablaba; el dinero podía convertir lo negro en blanco. Había convivido con esa verdad desde que era un niño. ¿Por qué estaba tan renuente a dejar las manos libres a Wilson respecto a la hoja clínica de Melis Nemid? Era algo repugnante. Probablemente ella había desnudado su alma ante aquella loquera y revolver sus secretos sería equivalente a quitarle la ropa a tirones.
Pero también era posible que le hubiera hablado de Marinth a aquella doctora.
– Mira a ver qué puedes descubrir.
Nassau
Dios, qué calor hacía ese día.
Carolyn Muían se pasó el pañuelo por la nuca antes de caminar hasta la ventana para echar un vistazo a la calle Parliament. El aire acondicionado del edificio se había estropeado de nuevo y ella anhelaba salir de la oficina y conducir hasta la playa para darse un chapuzón. Quizá saliera a navegar en el velero e iría a Isla Paraíso. No, esperaría hasta poder hacerlo con Melis. Con un poco de suerte sería capaz de convencerla de que se separara de los delfines la próxima semana.
Un paciente más y estaría libre.
Hubo un toque en la puerta y ésta se abrió.
– ¿Doctora Muían? Siento irrumpir así, pero parece que su secretaria ha tenido que salir.
La voz del hombre era vacilante, como sus maneras. Tenía unos cuarenta años, era bajito y pálido y vestía un elegante traje azul. Le recordó vagamente a un tópico personaje vacilante de algún programa clásico de la tele. Pero ella había aprendido que no existían personajes tópicos. Cada paciente era un individuo y merecía ser tratado como tal.
– ¿Ha salido? Qué impropio de María. Seguro que regresará enseguida. -La doctora sonrió -. Entre, por favor. Lo siento, no recuerdo cómo se llama.
– Archer, Hugh Archer. -El hombre entró y cerró la puerta-. Y no se disculpe. Estoy acostumbrado a ello. Sé que soy uno de esos hombres que se confunden con la multitud.
– Tonterías. Es que habitualmente tengo delante las notas de Maria. -Echó a andar hacia la puerta-. Recogeré los formularios para pacientes nuevos del escritorio de María y entonces podremos hablar.
– Estupendo. -El hombre no se movió de su sitio delante de la puerta-. Me cuesta trabajo decirle cuántas esperanzas tengo puestas en nuestra conversación.
El teléfono de Kelby sonó poco después de las tres de la madrugada. -He localizado a Lyons -dijo Wilson-. Va camino a Tobago. Creo que se alegró de salir de Rusia.
– ¿Por qué no? Las Antillas son más placenteras.
– Sí, y la policía no persigue el contrabando con tanto ahínco. -Eso es verdad.
– Y es posible que yo tenga que tomar un avión y viajar a Nassau.
– ¿Por qué?
– No puedo comunicarme con Carolyn Muían. Seguiré llamándola por teléfono pero quizá tenga que ir a buscarla personalmente.
– ¿Has llamado a su consulta?
– Sale una grabación. Tiene una secretaria, María Pérez, pero tampoco he podido hablar con ella. -Eso no es bueno.
– Es frecuente que no duerma en casa. Según su compañera de piso, María tiene tórridas y saludables relaciones con varios hombres en la ciudad.
– ¿Y Carolyn Muían?
– Está divorciada y tiene más de cincuenta años. Por el momento no tiene compañía. Cuando no está en la consulta, vive prácticamente en su barco.
– Avísame tan pronto entres en contacto con ella.
Kelby colgó y salió a cubierta. Hacía calor, había humedad y el mar se extendía ante él como una alfombra oscura y plácida. Demonios, no le gustaba el desarrollo de la situación con respecto a Carolyn Muían. Si él consideraba que la médico de Melis podía ser de utilidad, alguien más podría haber llegado a la misma conclusión.
Se sintió tentado a encender los motores y salir hacia la isla de Melis. Estaba cansado de girar los pulgares y esperar. Nunca había sido un hombre paciente y ahora que estaba tan cerca de Marinth la inquietud lo abrumaba.
Estaba actuando como un niño. Wilson podía buscar a Carolyn Muían. Y si no lograba establecer la relación adecuada con Melis Nemid podía echarlo todo a perder. No, haría lo más inteligente y aguardaría.
A las dos y treinta y cinco de la madrugada, el timbre del teléfono sacó a Melis de un profundo sueño.
– ¿Melis?
La voz era tan ronca que por un momento Melis no la reconoció.
– Melis, necesito que vengas aquí.
Carolyn.
Se sentó en la cama.
– ¿Carolyn, eres tú? ¿Qué pasa? Hablas como…
– Estoy bien, necesito que tú… -su voz se quebró -. Lo siento, por dios, lo siento. Cox. Yo no quería… No vengas. Mentiras. Te lo pido por dios, no vengas.
La conexión se cortó.
Melis buscó su agenda telefónica y un segundo después marcaba el número del teléfono móvil de Carolyn.
Sin respuesta.
La llamó a la consulta y a su casa. En los dos sitios le respondieron grabaciones. Permaneció allí sentada, inmóvil, tratando de aclararse la mente.
¿Qué demonios ocurría? Conocía a Carolyn desde que era una adolescente, había sido su médico y su amiga. Melis siempre la había considerado fuerte como una roca, pero esta noche no lo había sido. Su voz sonaba… como rota.
Sintió un ataque de pánico.
– Dios mío. -Bajó los pies al suelo y echó a correr por el pasillo hasta la habitación de invitados -. Cal. Despierta. Tengo que llamar a la policía y viajar a Nassau.
De prisa. Tenía que apurarse.
Melis saltó del taxi en la pequeña terminal y se apresuró a pagarle al taxista. Se dio la vuelta y echó a andar hacia la entrada principal.
– Melis.
Kelby la esperaba al otro lado de la entrada. Ella se detuvo.
– Dios, lo único que me faltaba. -Pasó por delante de él y se dirigió al mostrador de pasajes -. No me moleste, Kelby, tengo que tomar un avión.
– Lo sé. Pero tendrá que cambiar de avión en San Juan para llegar a Nassau en un vuelo comercial. He alquilado un jet privado y un piloto. -La tomó por el codo -. Llegaremos dos horas antes.
Ella se apartó de él.
– ¿Cómo sabía que yo iba a volar esta noche?
– Cal. Estaba preocupado por usted y porque no le permitió que la acompañara.
– Entonces, ¿lo llamó?
– La noche en que llamó para aceptar mi ofrecimiento de trabajo, le pedí que estuviera atento a cualquier problema que usted pudiera tener.
– Por Dios, no puedo creer que él le haya telefoneado.
– No la estaba traicionando. Intentaba ayudar.
– Y hacerle un favor a su nuevo jefe -dijo ella, torciendo los labios en una mueca.
Kelby negó con la cabeza.
– Es leal con usted, Melis. Simplemente está preocupado. No le gustó la llamada de Carolyn Muían. A mí tampoco.
A Melis tampoco. Se asustó al recibir la llamada y su miedo había seguido creciendo.
– Eso no es asunto suyo. Yo no soy asunto suyo.
– Pero Marínth es asunto mío porque yo lo he decidido así. Y usted forma parte de todo eso. -La miró a los ojos -. Como Carolyn Muían. Wilson ha estado intentando contactar con ella durante los últimos dos días. Alguien puede haberse dado cuenta de que estábamos tratando de hablar con ella y quizá la persigan. O es posible que hayan llegado ellos primero y ésa sea la razón por la que no podemos encontrarla.
– ¿Y quién puede ser ese «alguien»?
– No lo sé. Si lo supiera, se lo diría. Mientras buscábamos a Lontana había otro barco recorriendo la zona. Pudo ser algo totalmente inocente pero estoy tratando de averiguar quién era. Puedo estar siguiendo una pista falsa. Quizá la desaparición de Carolyn Muían no tenga nada que ver con la muerte de Lontana -añadió muy serio -. Pero no me gusta el hecho de que la están forzando a atraerla a usted a Nassau. Eso no pinta nada bien.
– ¿Nada bien? Es terrible. No se imagina lo difícil que es hacer que Carolyn…
– Pero usted viaja a Nassau y eso es lo que ella le dijo que no hiciera.
– No puedo hacer otra cosa. Antes de salir de la isla llamé a la policía de Nassau y ahora ellos la están buscando.
Kelby asintió.
– Yo también los llamé. Pensé que podía servir de ayuda. De todos modos, venga usted conmigo o no, me voy a Nassau esta noche para encontrarla. Simplemente le ofrezco que viaje conmigo.
Las manos de Melis se cerraron con fuerza a los lados de su cuerpo. Carolyn estaba atrapada en medio. Carolyn, arañando las paredes de una jaula, indefensa. Una pesadilla. Una pesadilla. Maldita sea. Malditos sean todos.
– ¿Su avión está preparado para despegar?
– Sí.
Ella volvió el rostro con un gesto brusco.
– Entonces, vámonos de aquí.
Melis no volvió a hablar hasta que estuvieron a punto de llegar a Nassau.
– ¿Por qué? ¿Por qué intentaba ponerse en contacto con Carolyn?
– Usted no quiere hablar conmigo. Tenía la esperanza de que ella sí.
– ¿Sobre Marinth? Ella no sabe nada. Nunca le dije nada sobre Marinth.
– No lo sabía.
– Y, de todos modos, ella tampoco se lo habría dicho. Nunca le revelaría nada de lo que le conté en nuestras sesiones. Cree en la confidencialidad de la relación médico-paciente. Además, es mi amiga.
– No tenía la menor idea. Pensé que podía equilibrar la balanza con un pequeño soborno.
– Nunca -repuso con fiereza-. Ella es una de las personas más honorables que he conocido. Es lista, bondadosa, y nunca se rinde. Dios sabe que nunca me abandonó. Si tuviera una hermana, quisiera que fuera como Carolyn.
– Eso dice mucho de ella. ¿Le gustaba a Lontana?
– El no la conocía muy bien. La buscó para que me tratara pero no tenía mucha relación con ella. Siempre se sentía algo turbado en presencia de Carolyn. Los psiquiatras eran ajenos a su círculo. Pero él lo prometió, así que se aseguró de que yo siguiera viéndola.
– ¿Se lo prometió a usted?
– No, a Kem… -estaba hablando de más. Aquello no le incumbía a él en absoluto. Aquella conversación era una prueba de su pánico desesperado -. La policía estaba muy preocupada. Ella es una ciudadana notable. Quizá la encuentren para cuando lleguemos.
– Es posible.
– Ella hablaba… no era ella misma. -Le temblaba la voz y calló para serenarse -. No puedo decirle lo fuerte que es. La primera vez que fui a su consulta me sentí como… Nunca antes me había permitido apoyarme en alguien. Ella podía haber dejado que me volviera dependiente, pero no lo hizo. No me permitía que me apoyara. Simplemente me daba su mano y me decía que siempre sería mi amiga. Nunca rompió su palabra.
– Entiendo que la relación entre el psiquiatra y el paciente puede convertirse en algo muy íntimo.
– No era nada por el estilo. Cuando pasaron los primeros años, ella se convirtió en mi mejor amiga. -Se recostó en el asiento y cerró los ojos -. Cuando llamó… su voz… creo que le habían hecho daño.
– No lo sabemos. Lo descubriremos. -Su mano se cerró sobre la de ella, que reposaba sobre el brazo del asiento -. No imagine más problemas.
El no negaba ni confirmaba ninguna posibilidad. Si lo hubiera hecho, ella no lo habría creído. Pero su contacto era cálido y reconfortante, y ella no trató de liberar su mano. En ese preciso instante necesitaba consuelo y lo aprovecharía sin importar de dónde viniera.
Dios, esperaba que la policía hubiera hallado a Carolyn.