174389.fb2 Marea De Pasi?n - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 5

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CAPÍTULO 4

– ¿Señorita Nemid? ¿Señor Kelby? -Un hombre robusto que llevaba un traje marrón los esperaba en el hangar cuando bajaron del jet-. Soy el detective Michael Halley. ¿Fue con ustedes con quienes hablé por teléfono? Melis asintió.

– ¿Han encontrado a Carolyn? El hombre negó con la cabeza.

– Aún no, pero estamos haciendo un gran esfuerzo para encontrarla.

Las esperanzas de la chica cayeron en picado.

– La isla es pequeña. Casi todo el mundo conoce a Carolyn. Alguien debe de haberla visto o debe de haber oído algo sobre ella. ¿Qué hay de María Pérez?

El hombre vaciló un instante.

– Por desgracia, hemos hallado a la señorita Pérez.

Melis se puso tensa.

– ¿Por desgracia?

– Fue encontrada en la playa por un grupo de chavales. Le habían cortado la garganta.

Melis sintió algo parecido a un puñetazo en el estómago. Apenas percibió la mano de Kelby, que le apretó el brazo en un gesto silencioso de apoyo.

– ¿Y cómo…?

– No creemos que fuera asesinada en la playa. Había rastros de sangre en el recibidor de la consulta, la consulta de la doctora Muían, así como en el pasillo trasero del edificio. Los otros inquilinos salen a las seis, así que lo más probable es que se llevaran el cuerpo al oscurecer y lo tiraran en la playa.

Lo tiraran. El detective hizo que pareciera un montón de basura en lugar de la chica alegre, la María de lengua suelta que Melis había conocido durante años.

– ¿Está seguro de que se trata de María? ¿No es un error? Halley negó con un gesto de cabeza.

– Llevamos a su compañera de piso a la morgue. La identificación fue positiva. Quisiéramos que usted nos acompañara a comisaría para declarar.

Ella asintió, aturdida.

– Haré cualquier cosa para ayudar a que encuentren a Carolyn. Pero no sé por qué alguien querría matar a María.

– ¿Chantaje? -Halley se encogió de hombros -. Es una posibilidad. Uno de los archivadores estaba medio vacío y se habían llevado los archivos.

– ¿Qué archivos? -intervino Kelby.

– De la M a la Z. -El detective hizo una pausa-. ¿La doctora tenía su hoja clínica en la consulta, señorita Nemid?

– Por supuesto. Era un lugar seguro. El archivador siempre se cerraba con llave.

– Obviamente, no tanto. A juzgar por las llamadas de preocupación que hemos recibido, parece que la doctora Muían tenía pacientes en todos los niveles del gobierno. Si esas hojas clínicas se hacen públicas tendremos un problema terrible.

– ¿Terrible? -Su aturdimiento se esfumó en un estallido de ira-. Lamento que sus políticos tengan que avergonzarse. No me importa cuáles eran los expedientes robados. Carolyn ha desaparecido, maldita sea. Encuéntrela.

– Tranquila, Melis. -Kelby se adelantó un paso e hizo una seña con la cabeza a un Mercedes aparcado junto al hangar-. Tengo un coche esperando, detective. Lo seguiremos a comisaría.

Halley asintió con un gesto.

– Lo siento. No quería ser insensible. El problema es que este crimen nos plantea problemas a diferentes niveles. -Se volvió y echó a andar hacia un sedán marrón-. Les estaré esperando.

– Vamos -Kelby le señaló el Mercedes a Melis -. Terminemos con esto. -Cogió la llave de una caja magnética bajo el parachoques trasero y abrió las puertas del coche -. O puedo hacer que Halley espere hasta que usted se serene.

– No voy a serenarme. Al menos hasta que encontremos a Carolyn. -Melis se acomodó en el asiento del pasajero-. Yo esperaba… Es peor de lo que pensé. María… han matado a María.

– ¿La conocía bien? Ella asintió.

– Desde que soy paciente de Carolyn, ella trabaja en la consulta. Vino con nosotras en algunos de nuestros viajes. Carolyn pensaba que ella me hacía bien.

– ¿Por qué?

– Ella era… diferente. Era todo lo contrario que yo. Pero… a mí me gustaba. Siempre era… -Miró sin ver por la ventanilla mientras él ponía el motor en marcha-. Le cortaron la garganta. Dios mío, le cortaron la garganta. ¿Por qué?

– El cuchillo es silencioso y rápido.

Sí, él sabría mucho de esas cosas, pensó. Recordó haber leído en alguna parte que Kelby había estado en los SEAL, y ellos estaban habituados a matar silenciosa y rápidamente.

– Ella nunca hizo daño a nadie. Solo quería pasárselo bien y que cada minuto le resultara divertido.

– Entonces, seguro que era un obstáculo en el camino. -Kelby puso el coche en marcha-. Es así como los inocentes se convierten en víctimas.

– ¿En el camino de alguien que quería llegar hasta Carolyn?

– O conseguir las hojas clínicas. Halley parece pensar que no era usted la única que interesaba.

– ¿Y usted qué cree?

– A no ser que su amiga hiciera más de una llamada anoche a otras personas de su lista de pacientes, creo que usted es el blanco y los demás expedientes han sido robados para despistar.

– Y Halley nos hubiera dicho si había alguien que hubiera oído algo sobre Carolyn.

Kelby asintió.

– Pero si esos expedientes eran comprometedores, nadie habría contado nada. Me limito a decirle lo que percibo intuitivamente.

Y eso mismo era lo que ella sentía.

– Carolyn quería ir a la isla para verme allí. Yo sabía que estaba muy ocupada y le dije que esperara hasta el fin de semana. Por dios, si le hubiera dicho que fuera.

– Sí, claro. Pero, ¿cómo podía saber usted que iba a ocurrir todo esto? -Estiró el brazo y le tocó la mano que ella tenía sobre la rodilla-. Es fácil pensar a posteriori. No puede echarse la culpa por no predecir el futuro. Para usted, yo era la única amenaza en todo el escenario. Y no creo que me considere sospechoso de asesinato.

– En Atenas me siguieron desde mi hotel hasta los muelles. Y yo no quise pensar en nada que tuviera relación con Phil hasta que lograra hacerme a la idea. Pensé que la única persona amenazada era yo.

– ¿Tiene alguna idea…? -Kelby negó con la cabeza-. Lo siento. En este preciso instante usted no necesita que le hagan más preguntas. Cuando lleguemos a la estación, Halley se ocupará de eso.

– Nunca había visto a aquel individuo. -Ella no había retirado la mano de debajo de la del hombre y se dio cuenta. No le gustaba que la tocaran pero había aceptado el contacto físico con Kelby sin preguntarse nada-. Pero no podía estar segura de que aquel hombre tuviera algo que ver con Phil. Yo era una mujer sola y ahí fuera hay muchos depredadores sexuales.

– Y puedo darme cuenta de que usted sería una presa preferente.

Ella se tensó e intentó retirar la mano. Pero él la agarró con más fuerza.

– Maldita sea, no para mí. No ahora. Sería como patear a un cachorrito.

– Un cachorrito está indefenso. Yo nunca estaré indefensa.

– ¡Dios nos libre! Pero como estamos juntos en esto y no soy ahora una amenaza, no hay nada malo en que me permita estar a su lado en una situación difícil. -Los labios de Kelby se tensaron-. Y yo diría que esta situación es más que difícil.

– No lo necesito.

«Difícil» no era la palabra que describía el horror que se arremolinaba en torno a ella. Se sentía como sumida en una niebla gélida, asfixiante. Pero Kelby era fuerte, estaba lleno de vida, y le había prometido que no sería una amenaza.

No retiró la mano.

– ¿Café?

Melis levantó la vista y descubrió a Kelby de pie frente a ella con una taza de poliespuma en la mano.

– Gracias. -Ella aceptó la taza y tomó un sorbo del líquido humeante -. ¿Ya ha terminado?

– Me pareció largísimo. Halley es minucioso. Yo no tenía ninguna relación con su amiga, aparte de pedirle a Wilson que intentara verla. No tenía nada que contarle al detective.

– O quizá él no quería ofenderlo. Usted ha hecho grandes inversiones en el complejo Atlantis, ¿no es verdad?

– Sí, pero eso no impediría que Halley me tratara con la misma minuciosidad con la que la trató a usted. Es evidente que la doctora Muían es muy importante. -Se sentó al lado de ella-. Usted lleva casi seis horas en comisaría y esta sala de espera no es nada cómoda. ¿Y si me deja llevarla a un hotel? Me quedaré aquí y la llamaré si algo… -Ella negó con la cabeza-. Bueno, es lo que pensaba. -Tomó un sorbo de café -. Bien, al menos el café de la máquina es decente. He estado en algunas cárceles donde sabía a fango.

– ¿De veras?

– Parece sorprendida. Es verdad, Wilson ha impedido que la prensa eche mano a mi pintoresco pasado. Es una de las escasas cosas que ha podido escamotearle.

– ¿Por qué estuvo en la cárcel?

– Por nada demasiado terrible. Cuando salí de los SEAL andaba de correrías. No tenía nada que hacer y no sabía qué dirección tornar. Iba de país en país, tratando de decidirme.

– Y optó por la oceanografía.

– Yo diría que ella optó por mí. Desde que era niño me encantaba navegar, y resultó algo natural. -Tomó otro sorbo de café -. ¿Siempre ha sabido lo que quería hacer?

– Sí, desde que tenía doce años. Vi el océano, vi los delfines y supe que no querría separarme de ellos nunca. Ellos me trajeron la paz.

– ¿Y eso era importante para una niña de doce años?

– Para esta niña de doce años. -Echó un vistazo a Halley, al otro lado de la pared de cristales que separaba su oficina de la sala de espera. Hablaba por teléfono -. ¿Por qué tarda tanto? ¿Cree que sabe lo que está haciendo?

– Parece bastante eficiente. Y quiere encontrarla, Melis. Entonces, ¿por qué no lo hacía? Durante las horas que habían pasado allí no habían oído nada.

– Es imposible que no haya testigos que vieran cómo se llevaban de la consulta a María y a Carolyn.

– Estoy seguro de que aún no han entrevistado a todo el mundo. Todavía es posible que… Mierda. -Miraba directamente a Halley, que acababa de colgar el teléfono -. No me gusta su lenguaje corporal.

Melis se puso tensa. Halley estaba de pie, avanzando hacia la puerta que llevaba a la sala de espera. Caminaba muy erguido, con los hombros derechos y su expresión…

– Señorita Nemid, lo siento. -Su voz era muy suave -. El mar ha dejado un cuerpo en la orilla, cerca del hotel Castle. Una mujer de cincuenta años, alta, de cabello gris. Pensamos que podría tratarse de Carolyn Muían.

– ¿Piensan? ¿Por qué no lo saben a ciencia cierta?

– El cuerpo está… algo dañado. Ahora lo llevan a la morgue, para la identificación.

– Quiero verla, puedo decirle si se trata de Carolyn.

– Quizá no pueda hacerlo. Su rostro está… muy lacerado. Melis apretó las manos con tanta fuerza que se clavó las uñas en las palmas.

– La conozco hace años. Era más que una hermana para mí. Puedo decirle si es ella.

– No querrá ver su cuerpo, señorita Nemid.

– ¡Por supuesto que sí! -La voz le temblaba-. Quizá no sea ella. No quiero que dejen de buscarla mientras toman muestras de ADN o analizan la dentadura de esa mujer. Quiero verla con mis propios ojos.

Halley miró a Kelby.

– Si ella cree que puede darnos una identificación positiva, no puedo negarme. En los casos de asesinato el tiempo siempre es muy importante. Pero le aseguro que no me gusta. ¿Podría convencerla de que no lo hiciera?

Kelby negó moviendo la cabeza.

– Me gustaría poder hacerlo, pero no hay manera.

– Probablemente no sea ella. – Melis se humedeció los labios-. Ustedes no la conocen. Es tan fuerte, es la mujer más fuerte que he conocido. No permitiría que le pasara nada. Estoy segura de que se trata de otra persona.

– Entonces, ¿por qué pasar por todo esto? -preguntó Kelby con brusquedad -. Unas horas, un día, no pueden…

– ¡Cállese, Kelby! Yo tengo que… -Melis se volvió hacia Halley-. ¿Me llevará usted a… la morgue?

– Yo la llevaré. -Kelby la tomó de la mano -. Vamos a terminar con esto, Halley.

El recinto era frío.

El brillo de la mesa de acero inoxidable donde yacía el cuerpo cubierto por una sábana blanca era más frío todavía.

Todo el mundo era frío. Ésa debía de ser la razón por la que ella no podía dejar de temblar.

– Puede cambiar de idea -murmuró Kelby-. No tiene que hacer esto, Melis.

– Sí, lo haré. -Dio un paso hacia la mesa-. Tengo que saber… Respiró profundamente y después se dirigió a Halley-: Muéstreme su cara.

Halley vaciló un instante y a continuación retiró lentamente la sábana.

– ¡Oh, por Dios! -Retrocedió hasta pegarse a Kelby-. ¡Por Dios, no!

– Vamos fuera. -Kelby la rodeó con el brazo -. Vámonos de aquí, Halley.

– No. -Melis tragó en seco y se acercó un poco más -. Aunque… quizá no… Ella tiene un lunar bajo el cabello, en la sien izquierda. Siempre decía que se lo haría quitar, pero nunca se decidía a hacerlo. -Apartó delicadamente el cabello del rostro destrozado de la mujer.

Por favor. Dios, que no lo tenga. Que esta pobre mujer destrozada no sea Carolyn.

– ¿Melis? -pronunció Kelby. -Me siento… mal.

Apenas tuvo tiempo de atravesar el recinto hasta el fregadero de acero inoxidable, donde vomitó. Se agarró con desesperación al borde romo de metal para no caer al suelo.

Kelby estuvo enseguida a su lado, sosteniéndola. Melis podía oír los latidos del corazón del hombre junto a su oreja. La vida. El corazón de Carolyn nunca más volvería a latir de esa manera.

– ¿Es su amiga? -preguntó Kelby suavemente. -Es Carolyn.

– ¿Está segura? -preguntó Halley.

Desde el instante en que el detective apartó la sábana, ella había estado segura, pero no había querido admitirlo.

– Sí.

– Entonces, largúese de aquí.

Halley se volvió y comenzó a cubrir el rostro de Carolyn con la sábana.

– No. -Melis se liberó del abrazo de Kelby y atravesó nuevamente el recinto -. Todavía no. Tengo que… -Quedó allí de pie, mirando el rostro de Carolyn-. Tengo que recordarla…

El dolor la quemaba, se retorcía con furia dentro de ella, fundiendo el hielo y dejando únicamente la desesperación.

Carolyn…

Amiga. Maestra. Hermana. Madre.

Dios que estás en los cielos, ¿qué te han hecho?

– Ésta es su habitación. – Kelby abrió la puerta y encendió la luz de la habitación de hotel-. Estoy al lado, en la habitación vecina. Mantenga esa puerta entreabierta. Si me llama, quiero oírla. No abra la puerta del pasillo para nada.

Carolyn tendida allí, fría e inmóvil.

– Muy bien.

Kelby maldijo para sus adentros.

– No me está escuchando. ¿Ha oído lo que le he dicho?

– Que no abra la puerta. No voy a hacerlo. No quiero dejar que nadie entre. -Solo quería estar sola. Dejar el mundo fuera. Dejar el dolor fuera.

– Creo que no se puede esperar otra cosa. Recuerde, si me necesita estoy aquí.

– Lo recordaré.

Kelby la miró con frustración.

– Demonios, no sé qué hacer. De esto no… Dígame qué puedo hacer por usted.

– Márchese -dijo ella con sencillez -. Simplemente márchese.

El no se movió, en su rostro se reflejaron diversas emociones.

– Oh, qué diablos…

La puerta se cerró a sus espaldas y un segundo después ella oyó cómo él controlaba que la puerta tuviera pasado el cerrojo.

Distraída, se dio cuenta de que él no había confiado en que ella cerrara bien la puerta. Quizá tenía razón. Parecía incapaz de hilvanar dos pensamientos.

Pero no tenía problemas con los recuerdos. El recuerdo de Carolyn cuando la conoció. El recuerdo de su amiga al timón de su barco, riendo con Melis por encima del hombro.

El recuerdo de Carolyn destrozada, hecha pedazos, tendida sobre aquella mesa en la morgue.

Apagó la luz y se dejó caer en el butacón junto a la ventana. No quería luz. Quería arrastrarse a una caverna y estar sola en la oscuridad.

Quizá los malos recuerdos no la siguieran hasta allí.

– Por Dios que eres un tío difícil de encontrar, Jed.

Kelby se volvió y vio a un hombre gigantesco que se le acercaba por el pasillo.

Se relajó al reconocer a Nicholas Lyons.

– Cuéntale eso a Wilson, Nicholas. Ha tenido que peinar San Petersburgo para hallarte.

– Tuve algunas dificultades, pero no dejé un rastro de cadáveres a mis espaldas. Wilson me dice que aquí te has metido en un enredo de primera. -Miró a la puerta-. ¿Es ésa la habitación de ella?

Kelby asintió.

– Melis Nemid. -Dio unos pasos por el pasillo y abrió la puerta de su propia habitación-. Ven conmigo, te invito a un trago y te pongo al día.

– Estoy impaciente. -Nicholas hizo una mueca burlona mientras lo seguía-. Creo que estaré más seguro si vuelvo a Rusia.

– Pero será menos rentable. -Kelby encendió la luz -. Si vas a correr el riesgo de que te maten, que sea por una causa que valga la pena.

– ¿Marinth?

– ¿Wilson te lo dijo?

– Es la carnada que me ha traído aquí -Lyons asintió -. He decidido que necesitas los servicios de un chamán de primera como yo si vas a dedicarte a Marinth.

– ¿Un chamán? Eres un mestizo de apache que creció en los barrios bajos de Detroit.

– No me molestes con la verdad cuando estoy preparando una mentira tan grandiosa. Además, paso los veranos en la reserva. Te sorprenderías de todo lo que aprendí sobre magia cuando me dediqué a ello.

No, Kelby no se sorprendería. Se había dado cuenta de que Lyons era polifacético desde el momento en que lo conoció en el campo de entrenamiento de los SEAL en San Diego. En la superficie era pura amistad, carisma informal, pero Kelby nunca había encontrado a nadie tan salvaje, tan gélidamente eficiente cuando entraba en acción.

– ¿Qué clase de magia?

– Magia blanca, por supuesto. En estos tiempos, nosotros los indios tenemos que ser políticamente correctos. -Sonrió-. ¿Quieres que te lea la mente?

– Rayos, no.

– Qué aguafiestas. Nunca me has permitido mostrarte mis habilidades. De todos modos, te lo voy a decir. -Cerró los ojos y se llevó la mano a la frente -. Estás pensando en Marinth.

Kelby resopló, burlón.

– Es una suposición muy sencilla.

– Cuando se trata de Marinth no hay nada sencillo. -Abrió los ojos y la sonrisa se desvaneció -. Porque es tu sueño, Jed. Los sueños nunca son sencillos. Hay demasiadas interpretaciones.

– También es tu sueño o no estarías aquí.

– Sueño con el dinero que podría traer. Demonios, con lo que sé sobre Marinth no puedo pensar otra cosa. Ni querría saber nada. Pero parece que ahora vas a tener que ponerme al día.

– Bien, debes saber que la primera vez que se habló de Marinth fue a finales de los cuarenta.

– Sí, vi ese viejo ejemplar de National Geographic que tenías en el Trina. Había un desplegable sobre el descubrimiento de la tumba de un escriba en el Valle de los Reyes.

– Hepsut, escriba de la corte real. Fue un gran hallazgo porque había cubierto las paredes de su futura tumba con la historia de su época. Y había toda una pared dedicada a Marinth, la isla ciudad destruida por una enorme ola. En la época del escriba ya era un relato antiguo. Marinth era fabulosamente rica. Tenía de todo. Fértiles tierras de cultivo, una marina, una próspera industria pesquera. Y tenía la reputación de ser el centro tecnológico y cultural del mundo entero. Entonces, una noche, los dioses se llevaron lo que habían creado. Enviaron una enorme ola que barrió la ciudad de vuelta al mar de donde había salido.

– Tiene un sospechoso parecido con la Atlántida.

– Ése era el consenso general. Que Marinth era simplemente otro nombre para la leyenda sobre la Atlántida. -Hizo una pausa-. Quizá lo fuera. Eso no importa. Lo que importa es que este escriba dedicó una pared entera de su última morada a Marinth. Todo lo demás que había en la tumba hablaba de la historia del Antiguo

Egipto. ¿Por qué iba a cambiar de opinión para contar un cuento de hadas?

– Entonces, ¿no crees que sea una leyenda?

– Quizá haya una parte de leyenda. Pero si al menos la décima parte es verdad, las posibilidades son emocionantes.

– Como dije, es tu sueño. -Su mirada se deslizó hasta la puerta adyacente-. Pero no es su sueño, ¿no es verdad? Después de todo lo ocurrido tiene que ser más bien una pesadilla.

– Me ocuparé de que obtenga beneficios de todo esto.

– «Beneficios» puede interpretarse de muchas maneras. -Dios, cuando te vuelves filosófico no te aguanto. -Estaba siendo más enigmático que filosófico. Kelby se dirigió al teléfono.

– Te pediré un trago de bourbon. Quizá eso difumine tu…

– No te molestes. Sabes que nosotros, los indios, no podemos beber agua de fuego.

– No tenía idea de semejante cosa. Me has hecho beber hasta caer bajo la mesa muchas veces.

– Sí, pero si vas a hacer que te vuelen la cabeza, yo debo mantener la mía clara. Además, no creo que estés de humor esta noche para divertirme. Mis poderes chamánicos perciben un declive emocional bien marcado. -Se dio la vuelta y echó a andar hacia la puerta-. Tengo que registrarme en el hotel. Te llamaré cuando tenga un número de habitación.

– No me has preguntado qué quiero que hagas.

– Quieres hacerme rico. Quieres que te ayude a conseguir tu sueño. -Hizo una pausa para mirar de nuevo la puerta que daba a la habitación de Melis -. Y quieres que te ayude a mantenerla con vida mientras hacemos todo eso. ¿Algo más?

– Eso es todo.

– Y eso que, según tú, no soy un chamán auténtico.

La puerta se cerró a sus espaldas.

Kelby pensó con cansancio que Nicholas tenía razón. Estaba agotado y descontento, y su estado de ánimo era indudablemente sombrío. Era bueno tener allí a Nicholas, pero en ese preciso instante no tenía ganas de tratar con él. No podía espantar el recuerdo de la cara de Melis Nemid al contemplar el horror de lo que una vez fue su amiga. Querría haber blasfemado, gritar de ira, tomarla en brazos y llevársela de allí.

Era una reacción poco habitual para él. Pero desde que conociera a Melis todas sus reacciones habían sido poco habituales. Generalmente podía transformar cualquier relajamiento en lo que sentía hacia ella concentrándose en un elemento diferente, como su sexualidad. Eso había hecho en el hospital de Atenas. Pero no había podido hacerlo desde que la vio en el aeropuerto de Tobago. Sí, su percepción sexual de la chica estaba allí, pero había muchas otras cosas. Al parecer ella era capaz de hacer brotar emociones que él ni siquiera sabía que aún estaban allí.

Y la chica no había abierto la puerta entre las habitaciones, como él le había dicho que hiciera.

Kelby atravesó la habitación y entreabrió ligeramente la puerta. En la habitación de Melis no había luz pero él podía percibir que estaba despierta y sufriendo. Era como si los dos estuvieran conectados de alguna manera. Qué locura.

Se alegraría cuando ella dejara de ser tan vulnerable y él pudiera ver la situación con más perspectiva.

No pensar en ella. Llamaría a Wilson para ver si había logrado hallar la pista de aquel otro barco. A continuación llamaría a Halley para darle el número de su habitación en caso de que hubiera alguna información nueva.

No pensar en Melis Nemid, sentada en la habitación adyacente. No pensar en su dolor. No pensar en su coraje. Mantenerse ocupado y trabajar para lograr el objetivo. El sueño. Marinth.

Kelby llamó a la puerta que daba a la habitación de al lado y después la abrió del todo al no obtener respuesta.

– ¿Está bien?

– No.

– Bien, de todos modos voy a entrar. Decidí dejarla sola con su dolor durante un tiempo pero lleva veinticuatro horas sentada ahí en la oscuridad. Tiene que comer.

– No tengo hambre.

– No es mucho. -Encendió la luz al entrar en la habitación-.Sólo lo suficiente para luchar contra el dolor. He pedido sopa de tomate y un bocadillo. -Hizo una mueca-. Sé que no me quiere aquí, pero tendrá que decirme si hay algo más que necesite. Ella negó con la cabeza.

– ¿Han concluido la autopsia?

– No querrá hablar de ello.

– Sí. Cuénteme.

Kelby asintió.

– La llevaron a cabo de prisa, así como la prueba del ADN. Querían una confirmación total por varias razones.

– La gente cuyos expedientes desaparecieron.

– A Halley lo están presionando bastante. Es… -Se cortó al oír un golpe en la puerta-. Aquí está su comida. -Atravesó la habitación y ella lo oyó hablar con el camarero. A continuación cerró la puerta y regresó empujando un carrito -. Siéntese y coma algo. Cuando termine responderé a todas las preguntas que quiera.

– Yo no… -Ella lo miró a los ojos. Él no iba a transigir y ella necesitaba información. Tendría que pagar aquel precio mínimo. Melis se sentó y comenzó a comer. Terminó el bocadillo, dejó la sopa y apartó el carrito-. ¿Cuándo podrán entregar el cuerpo de Carolyn?

El le sirvió una taza de café.

– ¿Quiere que le pregunte a Halley? Melis asintió.

– Carolyn quería que la incineraran y que lanzaran sus cenizas al mar. Quiero estar aquí para hacerlo. Tengo que despedirme de ella.

– Ben Drake, su ex marido, se está ocupando de todo eso. Lo único que falta es que le entreguen el cadáver.

– Ben debe estar destrozado. Él la amaba todavía. No podían vivir juntos pero eso no quería decir nada. Todo el mundo quería a Carolyn.

– Usted más que nadie. -Kelby la examinó -. Está más serena de lo que pensé. Más pálida que un fantasma, pero cuando la traje aquí esperaba que se derrumbara. Estaba a punto de ello.

Todavía estaba a punto de derrumbarse. Melis se sentía como si estuviera caminando por el borde de un acantilado, colocando un pie delante del otro, temiendo siempre que la cornisa cayera a sus espaldas.

– Yo no le haría eso a Carolyn. -Le costó trabajo pero mantuvo la voz serena-. Se decepcionaría conmigo si me permitiera una crisis nerviosa. Ella se sentiría como si hubiera fallado.

– Si ella era tan bondadosa como me dice, no creo que le importara que usted…

– Me importaría a mí. -Se levantó y caminó hacia la ventana que daba al mar-. ¿Han descubierto algo más sobre la muerte de Carolyn?

– El certificado oficial dice que murió por hipovolemia.

Melis hizo acopio de fuerzas.

– La torturaron, ¿no es verdad? Su pobre cara…

– Sí.

– ¿Qué… le hicieron? Él quedó en silencio.

– Cuéntemelo. Tengo que saberlo. – ¿Para sentirse peor todavía?

– Si la torturaron es porque querían que ella me hiciera venir aquí. Estuvieron a punto de conseguirlo y eso significa que deben haberle hecho mucho daño. -Cruzó los brazos sobre el pecho. Aguanta. Métete en tu concha y las palabras no harán tanto daño -. Si no me lo dice, le preguntaré a Halley.

– Usaron un cuchillo en su cara y sus pechos. Le arrancaron dos molares traseros de raíz. ¿Está satisfecha?

El dolor. Aguanta. Aguanta. Aguanta.

– No, no estoy satisfecha, pero ahora sé cómo van las cosas. – Tragó en seco -. ¿Halley tiene alguna pista? ¿No hay testigos?

– No.

– ¿Y el nombre que pronunció? ¿Cox?

– En Inmigración aparece un Cox que llegó recientemente. Pero es un ciudadano responsable, un filántropo con más de setenta años. Además, no creo que el canalla que vigilaba la conversación de la doctora Muían le habría, permitido que mencionara su nombre. Quizá ella se confundió.

– ¿No hay nombres en su agenda?

– No hay agenda. Desapareció con las hojas clínicas.

– ¿Cuándo se va a celebrar el funeral de María?

– Mañana a las diez. Su madre llega esta noche de Puerto Rico. ¿Piensa asistir?

– Por supuesto.

– Aquí no se da nada por supuesto. En las últimas cuarenta y ocho horas ha habido aquí dos asesinatos relacionados con usted. Alguien está desesperado por ponerle las manos encima. Pero usted piensa ir a ese funeral como si nada hubiera ocurrido.

– ¿Por qué no? – Melis sonrió con un gesto torcido -. Usted me protegerá. No quiere que nadie más averigüe nada sobre Marinth. ¿No es ésa la razón por la que está aparcado ante mi puerta?

Kelby se puso tenso.

– Seguro. Si no fuera por eso dejaría que la gente que destrozó a su amiga se ocupara de usted. ¿Qué demonios me importa?

Estaba molesto. Quizá se sentía herido. Melis no lo sabía y no estaba de humor para analizar los sentimientos de Kelby. Apenas lo conocía.

No, eso no era verdad. Después de lo que habían pasado juntos ella se daba cuenta de que Kelby no era el hombre consentido y ambicioso que había imaginado. Era duro pero no implacable del todo.

– Lo dije sin pensar. Creo que soy suspicaz por naturaleza.

– Sí, lo es. Pero tiene razón. Simplemente, me ha cogido desprevenido. – Kelby caminó hacia la puerta-. Vendré mañana por la mañana a recogerla y llevarla al funeral. Ahora voy a comisaría, a presionar a Halley para que me dé más información. Tengo un amigo en el pasillo que la protege. Se llama Nicholas Lyons. Es enorme, feo, tiene el cabello negro y largo y se parece a Jerónimo. Mantenga la puerta cerrada con llave.

La puerta se cerró con fuerza a sus espaldas.

Melis se alegraba de que se hubiera marchado. Era demasiado fuerte, demasiado vibrante. No quería dispersar su concentración, lo que le ocurría siempre que Kelby estaba cerca. Tenía que dedicar toda su atención y sus esfuerzos a dejar pasar las próximas horas, los próximos días.

Y a decidir cómo igualar la partida.