174389.fb2 Marea De Pasi?n - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 6

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CAPÍTULO 5

La mañana siguiente el teléfono de Melis sonó a las nueve y treinta.

– Soy Nicholas Lyons, señorita Nemid. Jed está en comisaría y se retrasa un poco. Me ha pedido que la lleve al funeral. Él se reunirá con nosotros allí.

– Lo veré en recepción.

– No. Subiré a recogerla. Hay demasiadas salidas y los ascensores nunca son seguros. A Jed no le gustaría que yo dejara que la secuestraran en nuestras propias narices. Cuando llame a la puerta, mire por el visor. Estoy seguro de que Jed le dio mi descripción. Alto, apuesto, lleno de dignidad y encanto. ¿Es correcto?

– No exactamente.

– Entonces, recibirá una sorpresa placentera. -Y colgó.

Ella echó un vistazo al espejo junto a la puerta. Gracias a dios, se sentía muy mal pero su aspecto no era ése. Estaba pálida pero no demacrada. Y no era que la madre de María se fuera a dar cuenta. Estaría demasiado desconsolada para verlo…

Llamaron a la puerta.

Melis miró por el visor.

– Nicholas Lyons. ¿Lo ve? Jed le mintió. -El hombre sonrió-. Siempre ha tenido celos de mí.

Kelby no había mentido. Lyons medía por lo menos un metro noventa y dos, era corpulento y llevaba su brillante cabello negro atado en una cola. Sus rasgos eran tan duros que podían haber sido descritos como feos si no fueran interesantes.

– Bueno, no acertó cuando dijo que usted se parecía a Jerónimo. – Ella quitó el cerrojo a la puerta-. Las únicas fotos de Jerónimo que he visto se las hicieron cuando era un anciano.

– Hablaba de la versión cinematográfica. Joven, dinámico, inteligente, fascinante. -La sonrisa desapareció-. Siento mucho su pérdida. Jed dice que está atravesando un mal momento. Sólo quiero que sepa que mientras esté conmigo no va a ocurrirle nada.

Qué extraño. Ella le creía. De él irradiaba una fuerza sólida y una resolución tranquilizadoras.

– Gracias. Me gusta saber que tengo a Jerónimo de mi lado. -Y a su lado. -El hombre dio un paso atrás e hizo un gesto-.

Vamos ya. Jed se preocupará y eso siempre lo convierte en una persona difícil.

Melis cerró la puerta y echó a andar hacia el ascensor.

– Usted debe conocerlo muy bien.

Lyons asintió.

– Pero me tomó muchísimo tiempo. Su infancia no lo preparó para ofrecer libremente su confianza o su afecto.

– ¿Y la suya?

– Mi abuelo era temible. A veces la diferencia está en una única persona.

– No me ha respondido.

– Oh, ¿se dio cuenta de eso? -Sonrió -. Es una mujer muy perspicaz…

De repente giró y se colocó delante de ella mientras la puerta de salida se abría junto a ellos. En una fracción de segundo su aspecto cambió de ligero e informal a intimidatorio y amenazante. El camarero portador de una bandeja que había salido de la escalera se detuvo de repente y dio un paso atrás. Melis comprendió por qué: ella también hubiera retrocedido.

Entonces Nicholas sonrió, le hizo un gesto al camarero y le indicó que caminara delante de ellos.

El hombre se apresuró a seguir por el pasillo.

– ¿Qué decía yo? -preguntó Nicholas -. Oh, sí, estaba diciendo que es usted una mujer muy perspicaz.

Y qué hombre más enigmático es usted, pensó Melis. Pero eso estaba bien. El hecho de que los amigos de Kelby fueran tipos peligrosos no la sorprendía. Tal para cual. Y en ese mismo momento no tenía que resolver ningún rompecabezas. Todo lo que estaba obligada a hacer era estar presente en el funeral de María e intentar darle un poco de consuelo a su madre.

Contención. No liberar el dolor y la furia. Dar un paso cada vez.

– La Nemid estuvo presente hoy en el funeral de la secretaria -dijo Pennig tan pronto Archer cogió el teléfono -. No hubo oportunidad de acercarse a ella. Kelby estuvo a su lado todo el tiempo y ella estaba rodeada de policías y amigos de la difunta.

– ¿Te mantuviste a distancia?

– Por supuesto. Ella me vio en Atenas. La zorra me miró fijamente. Podría reconocerme.

– Eso fue por tu chapucería. Debiste de haber sido más cuidadoso.

– Fui cuidadoso. No sé cómo se enteró de que la seguía.

– El instinto. Es algo que te falta, Pennig. Pero tienes otras habilidades que yo admiro. Y he tratado de cultivar esas habilidades. Aunque me sentí decepcionado cuando fallaste con la Muían después de todo lo que te he enseñado.

– Estuve a punto de conseguirlo -dijo Pennig con rapidez-. Y ella no fue fácil. Con frecuencia las mujeres son las más duras.

– Pero me aseguraste que estaba quebrada, de otra manera no le hubiera dejado que llamara a Melis Nemid. Fue un serio error de juicio de tu parte.

– No volverá a ocurrir.

– Lo sé. Porque no voy a permitirlo.

Pennig sintió una súbita ansiedad que acalló al instante.

– ¿Quiere que me quede aquí? No sé cuánto podré aproximarme a ella.

– Quédate ahí un poco más. Uno nunca sabe cuándo podría aparecer la ocasión. Mientras, quiero que averigües todo lo que puedas sobre Kelby y sus socios. Incluyendo su número de teléfono y dónde está atracado su barco. Reúnete conmigo dentro de dos días en Miami si no sale nada ahí en Nassau. Y no dejes que nadie te vea, maldita sea. Dime, ¿tus contactos en Miami consiguieron a los dos hombres que tenían que buscar?

– Sí, son dos de por allí, Cobb y Dansk. De poca monta, pero servirán para vigilar la isla.

– Espero que no sean necesarios. Yo estaría complacido en grado sumo si pudieras llegar hasta Melis Nemid ahí en Nassau.

Pennig se quedó en silencio por un instante.

– ¿Y qué hacemos si no puedo?

– Pues encontraré una manera de herir a Melis Nemid donde más le duela -dijo Archer con voz tranquila-. Y te prometo que no seré tan ineficiente como tú con Carolyn Muían.

Todo es tan rápido, pensó Melis mientras contemplaba cómo las cenizas de Carolyn se deslizaban hacia el mar. Sus restos tardaron segundos en desaparecer bajo las olas.

En ese mínimo espacio de tiempo se esfumó el vestigio de una vida. Pero ella había dejado mucho detrás. Melis tomó el silbato de plata que Carolyn le había dado, lo besó y lo lanzó al mar.

– ¿Qué era eso? -preguntó Kelby.

– Cuando llevé los delfines a casa, Carolyn me lo regaló para que me diera suerte. -Tragó en seco-. Era demasiado bello para ponérmelo pero lo llevaba siempre conmigo.

– ¿No quería conservarlo? La chica negó con la cabeza.

– Quería que lo tuviera ella. Carolyn sabrá lo que significaba para mí.

– Hijos de puta.

Melis se volvió para ver a Ben Drake, el ex marido de Carolyn, de pie a su lado, mirando el agua por encima de la borda de la nave. Sus ojos estaban enrojecidos y húmedos de lágrimas no vertidas.

– Hijos de puta. ¿Por qué coño alguien iba a…? -Se volvió y se abrió camino entre la multitud hasta el otro lado del barco.

– Usted tenía razón, lo está pasando muy mal. -Kelby miró a la gente congregada en cubierta-. Tenía muchísimos amigos.

– Si hubieran dejado que subieran a bordo todos los que deseaban venir, el barco se habría hundido. -Melis volvió a mirar el agua-. Era una persona muy especial.

– Está muy claro que todos pensaban así. -Transcurrieron varios minutos, el barco dio la vuelta y emprendió el regreso al muelle antes de que Kelby volviera a hablar-. ¿Y ahora, qué? -preguntó con serenidad-. Dijo que todo quedaba en suspenso hasta que terminara el funeral de su amiga. No puede permanecer aquí. Es muy peligroso para usted. ¿Va a regresar a su isla?

– Sí.

– ¿Me permitirá que vaya con usted?

Ella sabía que él esperaba una negativa. Melis volvió a mirar por encima del hombro hacia el mar, donde habían dispersado las cenizas de Carolyn.

Adiós, amiga mía. Gracias por todo lo que me diste. No te olvidaré.

Sus labios se pusieron muy tensos cuando se volvió para mirarlo a la cara.

– Sí, Kelby, por supuesto, venga conmigo.

– Buena instalación. -Kelby contemplaba cómo ella bajaba la red -. Y sus amigos delfines, ¿nunca intentan salir?

– No. Pete y Susie son felices aquí. En una ocasión les puse un transmisor e intenté liberarlos, pero todo el tiempo regresaban a la red y me pedían que los dejara entrar.

– ¿No les gusta el ancho mundo?

– Saben que puede ser peligroso. Y han tenido todas las aventuras que han querido. -Tan pronto pasaron flotando al otro lado volvió a tensar la red -. No todo el mundo ama a los delfines.

– Es difícil de creer. Pete y Susie son fascinantes. -Sonrió mientras miraba a los delfines que nadaban jubilosos en torno al bote-. Y parece que la quieren mucho.

– Sí -Melis sonrió -. Me quieren. Soy de la familia. -Echó a andar el motor-. Para los delfines la familia es importante.

– ¿Adoptaron a su amiga Carolyn?

Melis negó con la cabeza.

– Les gustaba. Quizá se le habrían acercado más si ella hubiera sido capaz de pasar más tiempo con ellos. Siempre estaba ocupada. -Hizo un gesto de saludo con la mano -. Ahí está Cal, en el embarcadero. Se sentirá aliviado por mi regreso. Pete y Susie lo ponen nervioso. Ellos se dan cuenta de ello y hacen travesuras. -Llevó el bote hasta el embarcadero y apagó el motor-. Hola, Cal. ¿Todo bien?

– Perfecto. -Cal la ayudó a salir del bote-. En realidad, mientras estabas fuera los delfines se han portado muy bien.

– Te dije que les gustabas. -Hizo un gesto hacia Kelby-. Jed Kelby. Éste es Cal Dugan, su nuevo empleado. Se conocen por teléfono. Cal le mostrará su habitación. Voy a darme una ducha y les daré tiempo para que se conozcan. Los veré a la hora de la cena.

Melis echó a andar por el embarcadero hacia la casa.

– Parece que me han abandonado -murmuró Kelby con los ojos clavados en la chica-. Creo que aquí hay que ser delfín para llamar su atención.

– Más o menos -dijo Cal -. Pero por lo menos lo ha dejado venir. No invita a mucha gente.

– A no ser que tenga algún propósito oculto.

– Melis no oculta gran cosa. Es directa, siempre va de frente. -Hizo una mueca-. Siempre dice exactamente lo que piensa.

– Entonces, todavía no está lista para decirme por qué me ha invitado. – La siguió con una mirada indagadora-. Al menos, aún no.

El sol se ponía cuando Kelby salió a la galería. Melis estaba sentada con los pies metidos en el agua y hablaba tranquilamente con Pete y Susie.

El hombre se detuvo un instante para contemplarla. La expresión de la chica era dulce, radiante. Tenía un aspecto totalmente diferente al de la mujer que había conocido en Atenas y después.

Eso no quería decir que no fuera dura de pelar. No debía olvidarlo, tenía que hacer caso omiso de aquella mujer que parecía una niña mientras hablaba con sus delfines. Las mujeres eran siempre más peligrosas cuando no parecían ser una amenaza. El estaba allí por una sola razón y nada podía interferir en eso.

Sí, sin duda, había muchas cosas que interferían. Pero habían logrado dejar atrás todo aquel horrible lío en Nassau. Ahora podía concentrarse y avanzar hacia el objetivo.

Echó a andar por la galería en dirección a ella.

– Actúan como si la comprendieran.

Melis se puso tensa y levantó la vista hacia Kelby.

– No sabía que estuviera aquí.

– Estaba totalmente absorta. ¿Siempre salen y la saludan después de cenar?

Kelby se sentó en el borde de la galería y contempló cómo Pete y Susie se alejaban nadando a toda velocidad y comenzaban a jugar en el mar.

– Casi siempre. Habitualmente vienen al atardecer. Les gusta darme las buenas noches.

– ¿Cómo los identifica en el agua? ¿O debo decir cómo los identificaría yo? Al parecer, usted tiene un sentido adicional.

– Pete es más grande y tiene en el hocico unas manchas grises más oscuras. Susie tiene una V en el centro de la aleta dorsal. ¿Dónde está Cal?

– Lo envié a Tobago a por provisiones y a recibir a Nicholas. Volverán mañana.

– ¿Nicholas Lyons viene hacia aquí?

– No, a no ser que usted lo diga. La isla es suya. Él puede quedarse en Tobago. Solo lo quería cerca.

– Puede venir. No me importa.

– Eso no fue lo que dijo Cal. Según él, esta isla es muy privada.

– Así es como me gusta. Pero a veces debo hacer caso omiso a lo que me gusta o no. Quizá lo necesite.

– ¿De veras?

– Buenas noches, tíos -le gritó ella a los delfines -. Os veré por la mañana.

Los delfines emitieron una serie de cloqueos y al momento desaparecieron bajo la superficie.

– No volverán, a no ser que los llame.

– ¿Por qué los llama «tíos» si Susie es hembra?

– Cuando los vi por primera vez, no me dejaron aproximarme lo suficiente para determinar cuál era su sexo. Están diseñados para la velocidad y sus genitales están fuera de la vista hasta que tienen que usarlos. Alguna que otra vez los llamo así. – Melis se puso de pie-. He preparado café. Voy a buscar unas tazas y la cafetera.

– Voy con usted.

– No, quédese aquí.

No quería que él la acompañara. Necesitaba estar sola unos minutos. Dios, no quería hacer aquello. Pero lo que ella quisiera o no carecía de importancia. Había tomado una decisión y debía mantenerla.

Cuando regresó, él estaba de pie mirando al crepúsculo.

– ¡Qué belleza! No me sorprende que no quiera abandonar este sitio.

– En el mundo hay muchos lugares hermosos. -Melis dejó la bandeja sobre la mesa-. Y probablemente usted conozca la mayoría.

– Lo he intentado-. Kelby sirvió el café y llevó su taza hasta el borde de la galería-. Pero a veces lo hermoso se vuelve horroroso. Depende de lo que ocurra. Espero que eso no le ocurra nunca a este lugar.

– Ésa es la razón por la que le pedí a Phil que instalara lo necesario para proteger la isla.

– Cal me dijo que usted puede aumentar la tensión en esa red hasta un nivel letal. -Hizo una pausa-. Y que lo instaló antes de que todo esto comenzara. Es obvio que no tiene mucha confianza en las fuerzas del orden.

– Habitualmente los guardacostas aparecen después de un crimen. Si uno quiere mantener su independencia sólo puede confiar en sí mismo, eso es lo que he aprendido. -Lo miró a los ojos -. ¿No lo cree?

– Sí. -Kelby se llevó la taza a los labios -. No la estaba criticando. Sólo era un comentario. -Se volvió para mirarla-. Bien, hemos discutido la belleza del entorno, la seguridad y la independencia. ¿Va a decirme ahora por qué estoy aquí?

– Pues porque voy a darle lo que quiere. Lo que todos quieren. – Hizo una pausa-. Marinth.

Kelby se puso tenso.

– ¿Qué?

– Ya me ha oído. La ciudad antigua, la fortaleza, el cofre del tesoro. El gran premio. -Los labios de la chica se torcieron en un gesto de amargura-. El trofeo por el cual Phil y Carolyn dieron sus vidas.

– ¿Sabe dónde está Marinth?

– Conozco su ubicación aproximada. Está en las Islas Canarias. Hay obstáculos. No va a ser algo fácil. Pero puedo encontrarla.

– ¿Cómo?

– No se lo pienso decir. Es importante que siga necesitándome. -Porque no confía en mí.

– Cuando se trata de Marinth, no confío en nadie. Viví muchos años con Phil y siempre soñaba con encontrar Marinth. Me leyó las leyendas y me habló de las expediciones que habían partido en busca de la ciudad perdida. Hasta bautizó su barco como Ultimo hogar porque Hepsut se refirió a Marinth con esas palabras en la pared de su tumba. Phil no sentía la misma emoción con respecto a la Atlántida. Estaba seguro de que Marinth era un hito superior de desarrollo tecnológico y cultural. Pasó la mitad de su vida siguiendo pistas falsas para hallar la ciudad. -Hizo una pausa-. Y entonces, hace seis años, creyó haber descubierto su localización. Quería que todo fuera un gran secreto para que no aparecieran otros oceanógrafos. Dejó a la tripulación en Atenas y me llevó al sitio.

– ¿Y lo había encontrado?

– Había descubierto una manera de encontrarlo. Y la prueba de que existía. Estaba loco de alegría. – ¿Y por qué no fue al lugar?

– Hubo un problema. Necesitaba mi ayuda y yo se la negué. – ¿Por qué?

– Si quería encontrar la ciudad, que lo hiciera solo. Quizá hay sitios que deben permanecer enterrados en el océano.

– Pero ahora está dispuesta a colaborar.

– Porque es el precio que tengo que pagar. Usted quiere Marinth, igual que Phil.

– ¿Y qué quiere usted?

– Quiero a los hombres que mataron a Carolyn y a Phil. Quiero que sean castigados.

– ¿Los quiere muertos?

– 

Carolyn yaciendo sobre aquella mesa metálica.

– Oh, sí.

– ¿Y no cree que la ley pueda atraparlos?

– No puedo correr el riesgo. Y es posible que pase demasiado tiempo si intento atraparlos yo sola. No tengo dinero ni influencias. La isla es lo único que poseo en el mundo. Usted es mi oportunidad. Tiene tanto dinero como el rey Midas. Sus antecedentes en los SEAL le han enseñado a matar. Ahora tiene un motivo. Acabo de ofrecérselo.

– Pero antes de recibir mi recompensa tengo que darle lo que quiere.

– No soy tonta, Kelby.

– Y yo tampoco. Usted no ayudó a Lontana a encontrar Marinth a pesar de que le tenía cariño. ¿Por qué debo creer que me llevará allí por las buenas?

– No va a creerlo pero está obsesionado como Phil, así que se arriesgará a ver si cumplo mi parte del trato.

– ¿Está segura de eso? -Bastante segura.

– Déme una prueba de que sabe dónde está Marinth. -Aquí no cuento con ninguna prueba que pueda mostrarle. Tendrá que confiar en mí.

– Si no la tiene aquí, ¿dónde entonces? -Cerca de Las Palmas.

– Eso no es muy exacto. ¿Por qué no volamos allí y me lo enseña?

– Si le muestro la prueba, usted podría llegar a la conclusión de que no me necesita.

– Entonces tendría que confiar en mí, ¿no es verdad? -Kelby negó con la cabeza-. Tenemos un empate. Equipar un barco para una expedición de este tipo puede resultar muy caro. Se supone que yo debo gastar todo ese dinero con la esperanza de que me diga la verdad, ¿no? Wilson no aprobaría que siguiera adelante sin pistas.

– ¿Por qué discute? – Melis frunció el ceño -. Eso es lo que quiere de mí desde el momento en que me conoció. Ahora se lo estoy poniendo en las manos.

– Me está diciendo que lo va a poner en mis manos. ¿Sabe cuántas veces a lo largo de mi vida he confiado en personas que después me han pateado el trasero? Hace mucho juré que eso no me volvería a ocurrir. Muéstreme por qué debo pensar que usted es diferente. No veo ningún indicio, ninguna prueba. -Hizo una pausa por un instante-. Lo pensaré.

Melis sintió una sacudida de pánico. No había esperado que él vacilara. Phil no lo hubiera hecho. Todo, lo que fuera, por el sueño.

– ¿Qué más quiere?

– He dicho que lo pensaría.

– No, yo necesito que usted lo haga. Carolyn era… No puedo dejar que se vayan de rositas después de lo… -Respiró profundamente-. ¿Qué quiere de mí? Haré lo que sea. ¿Quiere que me acueste con usted? Lo haré. Es algo tentador, ¿no? Lo que sea para asegurar que…

– Cállese, por Dios. No quiero follármela.

– ¿Nunca le ha pasado la idea por la cabeza? -Los labios de la chica se curvaron-. Claro que sí. Yo… les gusto a los hombres. Desde siempre. Es algo que tiene que ver con mi aspecto. Carolyn solía decir que yo despertaba su instinto de conquistadores, que yo tenía que aceptarlo y acostumbrarme. Como ve, lo acepto, Kelby. ¿Quiere que añada un pequeño extra a Marinth? Puede conseguirlo. Basta con que me dé su palabra.

– Hija de puta.

– Sólo su palabra.

– No voy a darle nada. -Dio un paso hacia ella, con los ojos brillantes en su rostro tenso -. Sí, demonios, quiero acostarme con usted. He querido hacerlo desde el primer momento en que la vi en Atenas. Pero uno no intenta tirarse a una mujer que está herida. Rayos, no soy un animal. No la trataré como a una furcia aunque me ofrezca comportarse como tal. Si he tomado la decisión de buscar Marinth no ha sido porque quisiera meterme en su cama.

– ¿Se supone que debo darle las gracias? No lo entiende. No me importa lo que haga. Eso no significa nada para mí.

Kelby masculló un taco.

– Dios, no me sorprende que vayan a por usted. No conozco a un solo hombre que no quisiera follársela sólo para demostrarle que está equivocada. -Se dio la vuelta y echó a andar en dirección a la puerta de la galería-. Tengo que alejarme de usted. Hablaremos por la mañana.

Había metido la pata, pensó ella con desesperación cuando el hombre desapareció en la casa. Había querido ser fría, diligente, pero le había entrado el pánico al primer asomo de oposición. Le había ofrecido la única mercancía que ella sabía totalmente aceptable.

Pero no lo había sido para él. Por alguna razón eso la hacía indignarse y enojarse.

Y no porque él no hubiera querido. Ella había visto todas las señales. El cuerpo del hombre había estado tenso, preparado, y ella había percibido una sexualidad salvaje.

Y no había retrocedido ante aquello.

Se dio cuenta de ello con asombro. No había percibido el usual rechazo instintivo. Quizá fuera porque aún estaba hundida en un vacío emocional. Aunque había sentido suficientes emociones cuando pensó que él se negaba a ayudarla.

Olvídalo. Intentaría persuadirlo nuevamente por la mañana. El tendría toda la noche para pensar en Marinth y lo que aquello significaría para él. De todos modos, para los hombres el sexo era sólo una tentación temporal. La ambición y el hambre de riquezas eran cosas sólidas y permanentes que echaban todo lo demás a un lado. ¿Quién podría saberlo mejor que ella?

La luna ascendía y su luz era clara y hermosa sobre el agua. Permanecería un rato allí y quizá pudiera calmarse antes de irse a la cama. En ese mismo momento se sentía como si nunca más fuera a dormir. Su mirada se dirigió a la red al otro lado de la rada. Había tanta maldad más allá de aquella red. Tiburones, barracudas y los canallas que habían asesinado a Carolyn. Ella siempre se había sentido segura en la isla, pero en ese momento no.

En ese momento no…

Por Dios, qué duro era.

Y qué estúpido, pensó Kelby disgustado. Estúpido como una roca. ¿Por qué separarse de ella? Habitualmente no renunciaba a nada. Allí había sexo. Tómalo.

Debió ser lo inesperado de la oferta lo que le hizo dar un paso atrás. Ella nunca había dado indicios de que había percibido la tensión sexual subyacente que él detectaba. Demonios, desde el momento en que la había conocido ella había estado sumida en un vuelo en picada emocional.

Ése era el puñetero problema.

Está bien, olvida el sexo y concéntrate en lo que tiene importancia. ¿Podía creerla cuando decía que le podía dar Marinth? La chica estaba obsesionada con la idea de encontrar a las personas que habían matado a su amiga. Podría estar mintiendo al decir que conocía la localización de la ciudad. También podría estar mintiendo cuando aseguraba que cumpliría su parte del trato. Era una situación llena de peligros.

Y que él no podía valorar objetivamente antes de darse una ducha fría.

Mientras caminaba hacia el dormitorio su teléfono comenzó a sonar.

– He descubierto quién alquiló el Sirena -dijo Wilson tan pronto Kelby respondió-. Hugh Archer. Estaba acompañado por Joseph Pennig. No fue fácil. Tuve que gastar una buena cantidad de tu dinero. Spiro, el dueño de la empresa de alquiler, tenía un miedo mortal a hablar.

– ¿Por qué?

– Me imagino que recibió amenazas terribles. Spiro es un tío de cuidado y no le preocupa alquilarle sus barcos a los contrabandistas de drogas de Argel. Por eso creo que las amenazas deben de haber sido horribles. Dijo que Pennig le prometió que le cortaría la polla si no se olvidaba de que los había visto.

– Sí, creo que eso impresionaría a cualquier hombre. ¿Pudiste sacarle a Spiro alguna información sobre Archer?

– Pues no le hizo llenar un formulario de solicitud de crédito -repuso Wilson con sequedad-. Pero anduvo preguntando discretamente después de que Archer le pagó en efectivo.

– ¿Drogas?

– Habitualmente no. Se dedica a compraventa de armas. Juega fuerte. Se dice que ha metido componentes nucleares de contrabando en Irak.

– Entonces no tendría problemas para conseguir el plástico que hizo estallar el Último hogar.

– ¿Pero por qué? A no ser que Lontana estuviera transportando alguna mercancía suya.

– No sé cuál sería la causa. Marinth puede haber sido suficiente. Quizá Lontana estaba ayudando a Archer y después se le atravesó en el camino. Aunque desenterrar una ciudad perdida nunca es un negocio de rédito inmediato. Hay que invertir tiempo y mucho dinero antes de que llegue la bonanza. Pero todavía me inclino por Marinth. Secuestraron a Carolyn Muían porque querían llegar hasta Melis. Y Melis sabe cosas sobre Marinth.

– Y Lontana intentó ponerse en contacto contigo para hablar de Marinth. ¿Quieres que investigue a Archer y averigüe de dónde sale?

– Ya lo sabes. Intenta averiguar si estuvo en las Bahamas la semana anterior. ¿Cuánto crees que te llevará?

– ¿Cómo demonios voy a saberlo? No tengo contactos con la Interpol.

– Entonces, consíguelos. No sé de cuánto tiempo disponemos aún.

– Habla con Lyons -dijo Wilson en tono agrio -. Estoy seguro de que tiene relaciones íntimas con la policía en varios continentes.

– íntimas, quizá. Pero yo no diría amistosas.

– ¿Melis te ha dado alguna pista sobre Marinth? -Sí, algo así. Llámame. -Y colgó.

Archer. El hombre del otro barco ahora tenía nombre y un pasado. Un pasado muy feo. Bueno, si había sido responsable de las muertes de Lontana, María Pérez y Carolyn Muían, su presente sería aún más feo. Si Kelby decidía perseguirlo, no podría esconderse.

¿Sí? Ya había tomado la decisión. ¿Por qué iba a dudar? Desde el momento en que conoció a Melis se había sentido blando como el agua clara y eso lo ponía enfermo. Ya tenía a Archer en el punto de mira. Podía encontrar vías para presionar a Melis y que ella cumpliera su parte del trato. Marinth estaba en el horizonte, esperándolo.

Entonces, haz lo que quieras. Ve en pos de Marinth. Cumple el trato.

Y, sin dudas, disfruta del sexo.