174389.fb2 Marea De Pasi?n - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 8

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CAPÍTULO 7

La llamada de Archer tuvo lugar esa noche a las nueve.

– Siento haberla hecho esperar, Melis. Debe haber sido bastante molesto para usted. Pero quise cerciorarme de que el impacto fuera total. ¿Le gustó la jaula? Me llevó un buen rato pintarla con un pulverizador. Soy muy perfeccionista.

– Fue sádico y estúpido. Y su juego del gato y el ratón no me molestó para nada.

– Está mintiendo. Usted odia esperar. Eso le trae demasiados recuerdos. Lo dijo usted misma. Creo que estaba en la cinta número tres.

– Ya lo superé. He superado muchos de los traumas que le hacen la boca agua.

– En realidad es verdad. Las cintas me parecieron fascinantes. Adoro las niñas pequeñas. Pero creo que la hallaré igual de excitante ahora también. Si me da los papeles de la investigación demasiado de prisa voy a sentirme muy desilusionado.

– No le voy a dar nada.

– Eso fue lo que dijo su amiga Carolyn. ¿Quiere acabar como ella?

– Es usted un hijo de puta.

– No, no acabará como ella. Tengo que adecuar el castigo a la persona. Como le dije, soy un perfeccionista. Creo que usted tiene nostalgia de Estambul. Creo que debo esforzarme en hallar un sitio para usted. Nunca estuve en aquel lugar de Estambul, pero hay otras Kafas en el mundo. Albania, Kuwait, Buenos Aires. He sido cliente de todas.

– No lo dudo. -Melis tuvo que esforzarse para controlar la voz-. Es lo que esperaría de usted.

– Y creo que lo que me gusta más de todo es su nicho particular.

La jaula. El calado dorado semejante a encaje. El retumbar de los tambores.

– ¿Acaso ahora mismo no puede hablar? Sé que esto le resulta muy difícil. ¿Sabía que la doctora Muían estaba muy preocupada por el pronóstico de su enfermedad? Usted se controla demasiado. Ella tenía miedo de que algo la hiciera desequilibrarse. Usted tiene una vida tan placentera… No me gustaría que eso ocurriera. Un asilo psiquiátrico es también una jaula.

– ¿Me amenaza con empujarme más allá del límite?

– Pues sí. En las consultas usted caminaba por una línea muy delgada, estaba hundida en lo más profundo del infierno. Creo que podría volver allí si se remueven viejos recuerdos. Llamadas periódicas que traigan al presente los hechos del pasado. Usted no tiene necesidad de que la torturen así. -Rió para sus adentros-. Por supuesto, yo prefiero hacerlo de verdad, pero esto resultará muy divertido.

– Escúcheme, no voy a dejar que me haga saltar al abismo. No voy a permitir que me mate. -Melis hizo una pausa-. Y Kafas es mi pasado, no mi futuro. Carolyn me enseñó la diferencia.

– Ya lo veremos -dijo Archer-. No creo que sea tan fuerte como usted cree ser. Hubo épocas en las que dormir la asustaba porque tenía mucho miedo de lo que podía soñar. ¿Durmió bien anoche, Melis?

– Como una piedra.

– Eso no es verdad. Y va a ser peor. Porque estaré aquí para recordarle cada detalle. Yo diría que estará a punto de derrumbarse en una semana o algo así. Me implorará que me lleve esas tablillas y los papeles de las investigaciones y que la deje en paz. Entonces iré junto a usted y la libraré de todo eso. Tengo la esperanza de que no sea demasiado tarde para usted.

– Que lo jodan.

– Por cierto, ¿sabe algo Kelby sobre Kafas?

– ¿Qué sabe usted de Kelby?

– Que usted le enseña Marinth como una zanahoria y que en Nassau se alojaron en habitaciones vecinas. Me imagino que le está haciendo pasar un buen rato. Creo que me encantará hablar con él de Kafas.

– ¿Por qué?

– Tiene una reputación exuberante y eso me hace pensar que es un hombre con mucha experiencia. Me imagino que le gusta el tipo de juego que yo llevo a cabo. ¿Qué cree usted?

– Creo que usted es un hijo de puta enfermo. -Y colgó.

Tanta maldad. Melis se sentía como si hubiera tocado algo viscoso. Se sentía sucia… y asustada. Dios, tenía miedo. Los músculos de su estómago estaban hechos nudos y su pecho estaba tan tenso que apenas podía respirar.

Existen otras Kafas en el mundo.

Para ella, no. Para ella, nunca.

Olvidar lo que había dicho el hombre. Quería asustarla. El terror le daba poder.

Dios santo, no podía olvidarlo. El no iba a dejar que ella olvidara ni un solo minuto de los recuerdos que le había confiado a Carolyn.

Enfréntate a ello. Eso es lo que Carolyn le habría dicho.

El teléfono volvió a sonar. Ella no iba a responder. No en ese momento. No antes de tener más fuerzas.

El teléfono seguía sonando cuando salió casi a la carrera del dormitorio a la galería.

Quedó de pie ante las grandes puertas de cristales y respiró profundamente el aire cálido y húmedo. No prestar atención al teléfono. Mientras estuviera aquí, en la isla, él no podría tocarla. Ella estaba a salvo.

Melis se mentía a sí misma. Nunca estaría a salvo. No mientras existieran en el mundo hombres como Archer. Siempre habría riesgos y momentos de terror como ése. Ella tendría que aceptarlo y afrontarlo, como le había enseñado Carolyn. Ella tendría que encontrar la fuerza en su interior. Era la única…

– ¿Va a nadar otra vez con sus delfines?

Melis se puso tensa y se volvió. Kelby atravesaba la galería y se dirigía hacia ella.

– No.

– Qué sorpresa. Esa parece ser la ruta de escape número uno. -La mirada del hombre la sobrepasó y se dirigió al dormitorio-. Su teléfono está sonando. ¿Va a cogerlo?

– No. Se trata de Archer. Ya he hablado con él.

– ¿Quiere que le responda yo? -Los labios de Kelby se endurecieron-. Le aseguro que se sentirá encantada.

– No tiene sentido. -Melis cerró las puertas de cristales para amortiguar el sonido -. Es a mí a quien quiere hacer daño.

– Bueno, y se ve que lo está logrando. La está haciendo pasar por la exprimidora.

– Sobreviviré a eso.

Melis cruzó los brazos con fuerza sobre el pecho. Quería que el sonido del timbre cesara. Debería entrar y bajar el volumen. No, porque así no sabría en qué momento Archer se habría rendido. Se imaginaba cómo el teléfono sonaba y sonaba sin parar…

– ¿Qué piensa obtener mediante el hostigamiento? -Quiere volverme loca. Cree que le daré las tablillas si logra agobiarme lo suficiente -explicó de un tirón-. Quiere roerme hasta que me desangre y muera. Como a Carolyn. Ella murió desangrada. Pero no voy a dejar que me lo haga. No volveré a estar indefensa. Eso es lo que él quiere. Eso es lo que todos quieren. No me volveré loca y no…

– Cállese, por Dios. -Los brazos del hombre se cerraron en torno a ella-. Y no se ponga tan tensa, no voy a hacerle daño. Se trata de que no resisto verla así. Es como contemplar cómo crucifican a alguien.

– Estoy bien. Él no me ha hecho daño. No voy a dejar que me haga daño.

– Cómo que no le ha hecho daño. -La mano de Kelby se levantó y le sostuvo la cabeza por detrás, mientras la acunaba-. Shhh, todo estará bien. Está segura. No permitiré que le pase nada.

– No es su responsabilidad. Tengo que afrontarlo. Carolyn dijo que tenía que afrontarlo.

– ¿Afrontar qué?

– A Kafas.

– ¿Qué cosa es Kafas?

– La jaula. La jaula dorada. Él lo sabe. Por eso me mandó aquella jaula de pájaros. Lo sabe todo sobre mí. Siento sus dedos sucios en mi alma. Aunque él preferiría ponerlos sobre mi cuerpo. Es uno de ellos. Estoy segura. Siempre puedo decir cuándo…

– Melis, está fuera de sí. Va a lamentar…

– ¡No! No he perdido el control. Estoy bien.

– Dios, no he dicho que estuviera perdiendo la chaveta. -La apartó un poco y la miró-. Tiene todo el derecho a estar alterada. Lo que quería decir es que no quería oír nada que después lamentara haberme dicho. No quiero que vaya a opinar de mí lo mismo que opina de ese cabrón de Archer.

– Usted no es como él. De eso estoy segura. Si usted fuera como él, yo no podría soportar que me tocara. ¿Y por qué iba a contarle nada? No es asunto suyo. -Dio un paso atrás -. Lo siento, sé que no tenía mala intención. Yo… tengo que acostumbrarme a ello. Fue como un golpe, me hizo dar vueltas en redondo.

– Todavía está en buena forma. -Kelby desvió la vista-. Archer cree saber algo sobre su pasado que podría herirla. ¿Tiene la posibilidad de chantajearla?

Hubo una nota en su voz que sorprendió a Melis.

– ¿Qué haría si le digo que sí?

– Podría cancelar el trato y perseguir a Archer gratuitamente. -La sonrisa de Kelby era fría-. Odio a los chantajistas.

Ella lo miró sorprendida.

– No puede chantajearme. Hace mucho tiempo que dejó de preocuparme lo que podía pensar el mundo de mí.

– Lástima, tenía verdaderos deseos de romperle el cuello a alguien. – Las miradas se cruzaron-. Y no me diga ahora que es la típica reacción masculina. No estoy de humor para oírlo.

– No iba a decir eso. Estoy con usted en lo de romperle el cuello a Archer. Siempre que no llegue yo primero. -Melis se humedeció los labios-. Él sabe de usted. Cree que somos amantes. Quizá intente llegar a mí a través de usted. Parece creer que a usted le molestará saber lo de Kafas.

– Como no somos amantes, Archer se equivoca.

– Sí, y no me importa lo que piense él, lo que piense usted. No me importa.

– Entonces, lo que más quisiera es que dejara de temblar. -Ahora. -Ella comenzó a volverse-. Siento mucho haberlo preocupado. No lo molestaré…

– Por Dios, ésa no fue mi intención.

– Es mi problema. Tengo que afrontarlo. -Aspiró profundamente. – Pero podría haber algo de bueno en toda la porquería que me lanza. Si logro convencerlo de que está a punto de destrozarme, quizá podamos darle vuelta a la partida.

– ¿Y quiere que yo la ayude a montar la trampa?

– Sí, ahora podría resultar más fácil. Ahora tendrá ganas de hablar conmigo. -Melis sonrió sin alegría -. Quiere ser mi nuevo amigo. Se relame de ganas.

– Por Dios, no me diga que va a escuchar toda esa porquería y dejar que él la vuelva a herir.

– Pues sí, siempre que crea que tiene una oportunidad de hacer que salte por la borda. Ahora soy la que tiene la mano. Pero no puedo atacarlo enseguida o se volverá suspicaz. Tendré que esperar a que crea que ha ganado.

– Si usted puede soportarlo. -La mirada de Kelby se dirigió hacia las puertas de cristal que conducían al dormitorio de ella -. En este momento no parece estar muy bien.

– Tengo que acostumbrarme a ello. Es… duro.

– ¿De veras? ¡Qué sorpresa! -De nuevo la voz del hombre se endureció -. Debe ser algo así como cuando a uno lo arrastran y lo desmembran. Pero estoy seguro de que se acostumbrará perfectamente a eso. Podrá asimilarlo.

– Sí, lo haré. -Los labios de ella se tensaron-. Pero el hecho de que usted se enoje y se ponga sarcástico no me ayuda.

– Por el momento es mi única arma -dijo Kelby con brusquedad-. ¿Qué demonios esperaba? Me siento impotente, y cuando me siento así pierdo los estribos. -Comenzó a alejarse de ella y unos pasos más allá la miró por encima del hombro -. Pero hágame un favor, maldita sea. No responda esta noche a su llamada. Eso sería demasiado para mí.

Ella guardó silencio por un instante.

– Bien, no voy a responder. ¿Quién sabe? Eso podría hacer que mañana estuviera más ansioso por hablar conmigo.

Kelby masculló un taco antes de desaparecer dentro de la casa.

Se había marchado pero ella percibía aún una tensión, explosiva y persistente, que era como el olor acre del relámpago después de golpear. La respuesta de Kelby la había agotado casi tanto como la llamada de Archer.

¿Sonaba de nuevo el teléfono?

Melis suspiró profundamente y abrió las puertas de cristal. El teléfono callaba, pero pronto comenzaría de nuevo. Archer todavía la consideraba una víctima. Quería ponerla de rodillas, utilizarla, destruir todo lo que ella había logrado erigir sobre las ruinas de su vida. Usaría todas las armas que la hoja clínica y las cintas le habían dado.

Ella no se lo permitiría. Tenía la fuerza suficiente para combatirlo y vencer. Melis oiría su basura y le dejaría pensar que la estaba destrozando.

Entonces, cuando llegara el momento, lo destrozaría.

Lyons silbó por lo bajo cuando Kelby entró en el salón.

– Pareces un poco molesto. ¿Tiene relación con Melis y la jaula de pájaros?

– Total. -Kelby pensó con disgusto que había manejado la situación como si fuera un niño. Se había limitado a gritarle, a exponer toda su frustración y después de había marchado -. Y ese hijo de puta de Archer. Está tratando de llevarla hasta el límite. Encantador, verdaderamente encantador.

– ¿Puede hacerlo?

– No, ella es dura. Pero él puede convertir su vida en un infierno y ella va a dejar que lo haga. Melis piensa que puede hacerlo caer en una trampa.

– No es una mala idea.

– Es una mierda. Todo el asunto es una mierda.

– ¿Qué vas a hacer entonces?

– Voy a encontrar Marinth. Voy a convertirme en una leyenda. Y me marcharé navegando hacia el crepúsculo. -Sacó su teléfono -.Pero antes necesito tener un barco. Estoy llamando al Trina, para que la tripulación lo lleve a Las Palmas.

– ¿Ahí es dónde está Marinth?

– ¿Cómo diablos voy a saberlo? Ella dice que se encuentra en esa zona. Por supuesto, podría estar mintiendo. No confía en mí ni un poquito. Y la entiendo. Tengo el palpito de que no ha podido confiar en muchos hombres.

– ¿Y vas a seguir necesitándome?

– Por supuesto. Primero, voy a llamar al Trina, después a Wilson para saber qué ha podido averiguar sobre Archer. -Marcó el número del Trina -. Voy a limpiar las cubiertas antes de partir. Y Archer será lo primero que tire por la borda.

El sol brillaba, el agua que lamía su cuerpo era tersa como la seda y ella avanzó entre las olas. Como siempre, Pete y Susie nadaban delante, pero retornaban a cada rato para cerciorarse de que ella estaba bien. Siempre se había preguntado si los delfines creían que ella sufría de alguna minusvalía leve. Les debía parecer raro que fuera tan lenta cuando ellos, con sus cuerpos esbeltos, estaban maravillosamente equipados para deslizarse por el agua.

Era hora de regresar. Melis podía ver a Kelby de pie al borde de la galería, contemplándolos. Vestía pantalones deportivos, zapatos náuticos y una camiseta blanca. Su aspecto era delgado, potente y vitalmente alerta. Era la primera vez que lo veía desde la noche anterior y percibió una sacudida de inquietud. No esperaba sentir aquella… conexión con el hombre. Era como si el momento de intimidad de la noche anterior hubiera tejido un vínculo entre ellos.

Una locura. Probablemente sólo ella tenía esa sensación. Kelby parecía frío, algo distante incluso.

– Lleva traje de baño. -Se inclinó para tomarla de la mano y subirla a la galería-. Qué decepción. Cal me dijo que usted nadaba desnuda con frecuencia.

– No cuando hay huéspedes cerca. -Tomó la toalla que él le tendía y comenzó a secarse-. Y parece que en estos días he tenido más que suficientes.

– Creí que me había invitado. Aunque tenía un motivo adicional. -Se sentó en la silla de extensión-. ¿Ha hablado con Archer?

– No, le prometí que no lo haría. Desconecté el teléfono. Volveré a conectarlo cuando entre a vestirme.

– Hablé anoche con Wilson y conseguí el perfil de Archer. ¿Quiere saber con qué clase de monstruo está tratando?

– Los monstruos son monstruos. Pero supongo que debo saber todo lo que pueda de él.

– No. Archer entra en una clase especial. Creció en los arrabales de Alburquerque, Nuevo México. A los nueve años vendía drogas y fue arrestado como sospechoso de la muerte de otro alumno de su secundaria con apenas trece años. Fue un asesinato particularmente truculento. Antes de matarlo se tomó mucho tiempo para torturar al otro chico. El fiscal no pudo presentar un buen caso y lo liberaron. Archer desapareció el día siguiente y lo más probable es que fuera a México. Después de eso, la lista de sus enredos parece una enciclopedia. Pasó de los narcóticos a las armas, y eso se convirtió en su especialidad. A los veintidós formó su propio grupo y se introdujo en el mercado internacional. En los últimos veinte años le ha ido muy bien. Tiene inversiones en Suiza y es dueño de un barco, el jolie Filie, que utiliza para sus negocios. Casi siempre está fondeado en Marsella, pero lo usa para transportar cargamentos de armas a Oriente Medio. Al cabrón le gustan el dinero y el poder, y nunca ha perdido su veta de sadismo. Algunas de las historias sobre lo que les hizo a jefes de bandas rivales u otras víctimas hielan la sangre. Creo que le han dado buen resultado. Nadie quiere que lo incluyan en su lista de enemigos.

– Nada de eso me sorprende -dijo Melis -. Sabía lo que era. Vi lo que le hizo a Carolyn. ¿Podemos conseguir una foto de Archer?

– Tan pronto Wilson tenga una a mano. -Hizo una pausa-. ¿Sabe?, esto no es necesario. No acepte las llamadas. No tiene por qué soportar ese tipo de castigo. Cuando salgamos hacia Las Palmas, Archer nos seguirá.

– ¿Nos vamos a Las Palmas?

– Tan pronto me comuniquen que el Trina está en puerto y totalmente equipado.

– ¿Va a ayudarme en serio? ¿No necesita una prueba de que cumpliré mi parte?

– Todo el mundo tiene derecho a tirar los dados una vez. -Hizo una mueca burlona-. Pero quiero forzar las posibilidades. Primero hallaremos Marinth. Después a Archer. Pero quizá podamos cazar dos pájaros de un tiro si él nos sigue a Las Palmas.

– Sigue siendo un empate. Tengo que confiar en usted. El asintió.

– Pero usted sabe que quiero ponerle las manos encima a ese hijo de puta. Lo que usted arriesga es poco. -Calló un momento-. Ah, y algo más. Las tablillas y las traducciones son mías.

– No. Quizá las necesite como carnada para pescar a Archer.

– Puede tenerlas en préstamo, pero desde este momento me pertenecen.

Ella calló unos segundos.

– Es usted muy duro negociando.

– He sido entrenado por expertos. Si usted no juega limpio conmigo, este juego va a ser muy caro.

– Mantendré mi promesa. Le daré lo que quiere.

– Ahora necesito saber una cosa. ¿Qué tipo de equipamiento voy a necesitar? ¿Cuál es la profundidad probable?

– Donde explorábamos el fondo oceánico estaba a sesenta metros. A no ser que haya un descenso en la zona, para la exploración inicial bastará con equipos de buceo.

– Sin sumergibles. Eso recortará bastante los gastos.

– Si puede, consiga uno. Porque llegar hasta allí puede resultar más caro de lo que piensa. Tendrá que encontrar un avión donde pueda instalar dos tanques para transportar a Pete y Susie. Y cuando lleguemos a Las Palmas tendrá que conseguir un tanque mayor.

– ¿Qué? De eso, nada. Sé que quiere mucho a Pete y Susie, pero no voy a pagar la factura para que lleve consigo a sus amigos marinos. ¿Sabe cuánto dinero eso…?

– Tienen que venir.

– Dejaré hombres suficientes en esta isla para protegerlos de cualquier amenaza. Estarán bien.

– Sin ellos no podremos hallar Marinth. Son los únicos que conocen el camino.

– ¿Qué me está diciendo?

– Ya me ha oído. Encontramos a Pete y Susie en aguas cercanas a Cadora, una de las Islas Canarias, mientras Phil buscaba Marinth. Estaban todo el tiempo en nuestro camino, nadaban en la estela del barco y se zambullían con nosotros cuando hacíamos pesquisas bajo el agua. Eran jóvenes, no tenían más de dos años. No es común que los delfines jóvenes se separen de su madre o del grupo elegido, pero Pete y Susie eran diferentes desde el principio. Parecían anhelar el contacto con los humanos. Aparecían junto al Último hogar por la mañana y nos dejaban al atardecer. Nunca pude verlos después del crepúsculo. Quizá a esa hora volvían a casa, con su madre o su grupo. No le importaba. Las horas de luz diurnas eran suficientes para mí. En realidad, yo no quería buscar ciudades perdidas y ésa era mi oportunidad para estudiar de cerca a los delfines salvajes. Pasé más tiempo con ellos bajo el agua que buscando la ciudad de Phil.

– Lo que es probable que no le gustara nada.

– No, pero estuvo encantado cuando seguí a los delfines a una caverna submarina y encontré las tablillas.

– ¿Ellos la llevaron ahí intencionadamente?

– No lo sé. Creo que sí, pero no puedo probarlo. Quizá solo querían jugar en una zona que les resultaba familiar.

– Y Lontana cosechó los beneficios.

Los labios de Melis se tensaron.

– Se volvió loco de emoción. Pensó que los delfines podían llevarlo a la ciudad. Él y los hombres que contrató en Las Palmas se zambulleron diariamente con los delfines durante semanas. Trataban de conducirlos, de asustarlos incluso, para que se alejaran del barco y poderlos seguir. Yo quería estrangular a Phil. Le dije que no siguiera, pero no quiso escucharme. Solo pensaba en Marinth.

– ¿Y consiguió lo que quería?

– No. Un día Pete y Susie no aparecieron. Tres días más tarde oímos que los pescadores habían atrapado en sus redes a dos delfines jóvenes cerca de Lanzarote. Se trataba de ellos, ambos estaban muy enfermos y bastante deshidratados. Me enfurecí con Phil. Le dije que si no nos traíamos a los delfines a la isla y los curábamos, le contaría a todo el mundo la historia de las tablillas.

– Yo diría que eso fue suficiente.

– No le gustó. No tenía mucho dinero y el transporte de delfines no resulta barato. Pero trajimos a Pete y Susie por avión y han permanecido en este lugar.

– Sin embargo, apostaría a que Lontana no quería que se quedaran aquí. ¿Regresó a las Canarias e intentó encontrar Marinth sin ellos?

– Sí, pero el relieve submarino de allí es un laberinto de arrecifes, cavernas y salientes. Allí uno podría pasarse cien años buscando a Marinth, a no ser que se tropezara por casualidad con la ciudad.

– ¿Y él no la presionó para que le permitiera utilizar de nuevo a los delfines?

– Claro que lo hizo. Sobre todo después de conocer la traducción de las tablillas. Parece que los habitantes de Marinth utilizaban constantemente a los delfines en la vida cotidiana.

– ¿De qué manera?

– Eran una comunidad de pescadores y los delfines les ayudaban a pastorear los peces hasta las redes. Les advertían de la presencia de tiburones en la zona. Incluso ayudaban a que los niños aprendieran a nadar. Los delfines fueron parte integrante de sus vidas durante siglos.

– ¿Y entonces? ¿Qué tiene eso que ver con la búsqueda de Marinth?

– Para nosotros los delfines siguen siendo una especie misteriosa. Existe la posibilidad de que haya una memoria genética que pase de generación en generación a los delfines nacidos tras la destrucción de Marinth. O quizá sólo se aferren a un hábitat que les resultó beneficioso. Sea lo que sea, Phil estaba seguro de que debíamos darle otra oportunidad a Pete y Susie para que encontraran Marinth.

– ¿Y usted se negó a considerar la idea?

– Tiene toda la razón. Transportar delfines es algo que les causa mucho estrés. Por culpa de Phil estuvieron a punto de morir en aquellas redes. Podía encontrar Marinth por su cuenta. Ellos ya le habían dado las tablillas.

– Pero usted cree que Pete y Susie podrían encontrar la ciudad, ¿no?

– Si su madre o algún otro delfín que conozcan se mantiene cerca de las ruinas, sí. Cada delfín tiene su propio silbido y ellos deben ser capaces de seguirlo sin problemas.

– Pero Lontana no fue capaz de hacer que ellos la encontraran.

– Los estaba acosando y ellos no conocían lo suficiente a Phil para confiar en él. Sí, creo que hay muchas posibilidades de que nos conduzcan a Marinth. Ellos hallaron las tablillas. Y la gente de Marinth que hizo aquellas inscripciones hablaba de los delfines como de sus hermanitos pequeños. Pues sus hermanitos fueron, con toda probabilidad, la única especie sobreviviente y sus descendientes todavía están allí -añadió con furia-. ¿Cree que quiero llevar conmigo a Pete y Susie? Aquí están seguros y son felices. Si pudiera encontrar alguna manera de no meterlos en esto, lo haría. Así que asuma su parte. Van a viajar en primera clase, Kelby.

– Está bien. Está bien. -Miró a los delfines, que jugaban en el agua-. Pero lo mejor sería que tuvieran un gran sentido de orientación.