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Paulina dejó la copia y miró a Wallace Langston. Él la tomó, le echó una ojeada y se la devolvió.
– No voy a publicar esto.
Paulina frunció los labios, aquella mueca que había perfeccionado con los años. La que parecía decir «¿a ti qué te pasa?».
– Disculpa mi insolencia, Wally, pero eso es una idiotez. Todos los periódicos de esta ciudad están haciendo su agosto con nosotros. Henry Parker está haciendo correr ríos de tinta. Estamos hablando de asesinato, Wally. No es un caso de plagio que podamos pasar por alto.
– Lo sé -Wallace se sentía fatal, y se le notaba. Los últimos dos días habían sido los más largos de su carrera. Aún no podía creerlo, ni quería. Parker tenía tanto potencial… Era un reportero que podía haber estado décadas en la Gazette. Tenía el talento y la capacidad de trabajo de un león, la integridad del hombre al que idolatraba. Al menos, eso había creído Wallace-. Pero el editorial que has escrito es una barbaridad. Sé que tenemos que informar sobre la búsqueda de Parker, pero no tenemos por qué clavarnos una estaca en el corazón.
– ¿En el corazón? -dijo Paulina, cada vez más enfadada-. ¿Qué corazón? Ese chico tiene veinticuatro años. ¿Sabes cuántos como él hemos visto quemarse en estos años? Si Parker nunca hubiera trabajado aquí, ¿quién lo habría notado?
– Yo -respondió Wallace-. Y Jack.
– Sí, ya… Jack -Paulina bajó la voz-. Tiene gracia que toda esta historia empezara por un reportaje de Jack.
– No empieces, Paulina.
– Yo sólo digo que se está haciendo viejo. No las tiene todas consigo. ¿Quién sabe cuáles fueron sus motivos para mandar allí a Henry?
– Ahora mismo no lo sé ni me importa. Pero vamos a enfrentarnos a este escándalo como profesionales. Y no hay más que hablar.
Paulina volvió a dejar el editorial sobre la mesa de Wallace.
– Entonces publica mi columna. Sé profesional. No te salgas por la tangente. ¿Hablas de integridad? Mi artículo es lo que siente mucha gente. Puedes echar tierra sobre el asunto y admitir que la Gazette toma atajos. O puedes publicarlo. Que todo el mundo sepa que este periódico no teme golpear fuerte.
Wallace suspiró. Volvió a leer el artículo. Paulina había hecho pedazos a Parker y ahora le pedía que la ayudara a esparcir públicamente sus cenizas.
– Mándalo a maquetar -dijo-. Acorta el primer párrafo. Pero saldrá en la edición matinal.
Paulina sonrió, le dio las gracias y salió de su despacho con paso brioso.