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Seis horas y nada. Ni rastro de Henry Parker. Ni rastro de la chica. Era como si se hubieran esfumado. Los controles de carreteras no se habían instalado lo bastante rápido. No tenían modo de saber si Parker seguía en San Luis, si había cruzado a otro estado o si estaba escondido entre los arbustos, al lado de aquella misma casa.
Tenía la cabeza atiborrada de dolor y mala conciencia, y entre todas esas cosas el agente Joseph Mauser oía la voz de Linda.
«Estás dejando que se escape. El hombre que mató a mi marido. ¿Qué se siente, agente? ¿Qué se siente al saber que a mi familia le falta uno y que no haces nada?».
Len y él estaban sentados a la mesa de la cocina de Amanda Davies. Habían conseguido localizar a Lawrence y Harriet Stein en Santorini, donde estaban de vacaciones. Les habían dicho que su hija había sido secuestrada. Iban a tomar el primer vuelo que saliera hacia Estados Unidos, pero no tenían ni idea de dónde podía estar su hija.
– ¿Quiénes son sus amigos? -había preguntado Mauser.
– Eh… no estamos seguros.
– ¿Antiguos compañeros de clase, novios, alguien con quien pueda contactar para que la ayude?
– Mi hermana, quizá -había sugerido Lawrence Stein-. O el ex marido de Harriet, quizá. Siempre me ha parecido que Barry y ella se llevaban bien.
Estaba claro que no conocían muy bien a su hija. No pudieron darles ningún nombre. No sabían el nombre de ningún amigo al que Amanda hubiera visto en el último año. Era como preguntar a un desconocido por la calle si sabía dónde podía estar Amanda Davies. Linda se habría quedado espantada. Se enorgullecía tanto de ser una buena madre que no sabía lo ineptos que podían ser algunos padres.
Habían descubierto un baúl lleno de cuadernos viejos en el cuarto de Amanda, una de las cosas más raras que Mauser había visto nunca. Estaban todos llenos de descripciones de gente con la que Amanda se cruzaba. Los estaban peinando en busca de pistas, pero había literalmente miles de nombres que buscar, y casi todas las entradas eran antiguas.
Denton estaba bebiéndose una botella de agua, daba golpecitos con el dedo sobre la mesa del comedor. La policía de San Luis llevaba toda la noche entrando y saliendo de la casa de los Stein. Seguían buscando pruebas forenses que les dieran alguna pista. Habían embolsado y etiquetado todo lo que había en el cuarto de Amanda. Joe esperaba que la pobre chica volviera a dormir en aquella cama.
– ¿Y si Parker ha conseguido pasar a otro estado? -dijo a medias para sí mismo-. Odio hacerlo, pero puede que tengamos que ampliar la búsqueda a las ciudades cercanas.
Denton lo miró. Parecía saber que Mauser se había resignado a hacerlo. Lo último que quería era permitir que las autoridades locales encontraran a Parker antes de que ellos le echaran el guante. Pero cuanto más esperaran más posibilidades había de que lo atraparan otros. O de que no lo atraparan.
– Sé que estás deseando atraparlo, Joe. Todos lo estamos deseando -dijo Denton.
Mauser asintió con la cabeza. Llevaba despierto casi cuarenta y ocho horas seguidas. Le pesaban los ojos. Y seguramente había desarrollado tal tolerancia a la cafeína que el café ya no le hacía efecto.
Joe se metió la mano en el bolsillo, sacó su móvil. Apesadumbrado, marcó el número del Departamento de Justicia.
Cuando contestó la operadora, Mauser pidió que le pasara con la Brigada Criminal. Ray Hernández era un viejo amigo. Trabajaba de sol a sol. No tenía familia, ni hijos, ni vida. Quizá por eso se llevaban tan bien.
– Departamento de Justicia, Brigada Criminal. Soy Hernández.
– Hola, Ray, ¿qué tal está mi bandolero preferido?
Al otro lado de la línea sonó una risa sincera.
– ¡Joe, campeón! ¿Qué tal te va? Oye, me enteré de lo de tu hermana. Lo siento muchísimo, hombre. Dale un abrazo a Lin de mi parte, por favor. ¿Vais a atrapar pronto a ese capullo de Parker?
– Anoche estuvimos a punto, pero se armó un lío muy gordo con el que no voy a aburrirte. El caso es que necesito tu ayuda, Ray. Necesito que me busques todos los delitos con violencia que se hayan producido en los estados colindantes con Misuri en las últimas seis horas.
– Eso son muchos delitos, amigo mío. ¿No puedes concretar un poco más?
Joe se quedó pensando un momento.
– Está bien, limita la búsqueda a robo de vehículos a mano armada y atraco a mano armada.
– De acuerdo. Voy a buscar en Misuri, Nebraska, Iowa, Kansas, Oklahoma, Arkansas, Tennessee, Kentucky e Illinois.
– Y coteja los datos de las víctimas y los delincuentes para ver si tienen residencia o negocios en San Luis o en los condados vecinos.
– De acuerdo. Luego te llamo.
– Y, Ray…
– ¿Sí?
– Mira también los homicidios.
– Hecho.
Media hora después sonó el teléfono de Mauser. Era Hernández.
– Muy bien, ahí va. En esos nueve estados, en las últimas seis horas, se han denunciado tres robos de coche a mano armada, siete atracos a mano armada y tres homicidios. Ningún sospechoso de los robos de coches y los atracos coincide con ese tal Parker.
– ¿Y los homicidios?
– El primero fue anoche, en Little Rock, hace cuatro horas. Un ladrón entró en casa de Bernita y Florence Block, estranguló al señor Block con una manguera y se llevó su colección de monedas antiguas y las joyas de su mujer. Lo detuvieron a dos kilómetros de allí. Todavía llevaba la manguera.
– El criminal más tonto de América. Continúa.
– Los otros dos son un par de muertes por arma blanca en Chicago. David y Evelyn Morris. No ha habido ninguna detención. Pero escucha esto -dijo Ray-. Según su declaración de la renta, Morris trabaja en la construcción en San Luis, además de hacer chapuzas por el barrio. Parece que completaba sus ingresos reparando porches y vallas. He revisado los cargos de su tarjeta de crédito y lo tenemos en tu franja temporal.
– ¿Dónde?
– Morris compró un paquete de cigarrillos en una tienda a menos de un kilómetro y medio de la dirección en la que estás ahora.
– Dios mío -dijo Joe-. ¿Y dices que vive en Chicago?
– Vivía en Chicago hasta anoche. Tenía dos hijos. Un desastre.
«Dos niños más sin esperanza».
Mauser se levantó de un salto de su silla y se puso la chaqueta. Denton lo siguió, extrañado.
– Gracias, Ray, te invito a una cerveza la próxima vez que vayas a Nueva York -colgó.
– ¿Qué ocurre? -preguntó Denton. Mauser corrió a su coche. Denton lo siguió a toda prisa-. ¿Qué ha pasado, Joe?
– Llama a la policía de Chicago. Diles que paren todos los transportes que hayan salido de la ciudad en las últimas seis horas. Quiero que registren todos los trenes y los autobuses. Que manden hombres a la estación de O’Hare y a todas las terminales de autobuses y trenes. Yo voy a llamar al aeropuerto de Lambert para que retengan un avión hasta que lleguemos.
– ¿Te importaría darme una pista de qué está pasando?
– Hemos encontrado a Parker -dijo Joe mientras ponía en marcha el motor-. Y ahora lo buscamos por tres asesinatos.