174404.fb2 Matar A Henry Parker - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 42

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Capítulo 38

El avión tomó tierra pocos minutos después de las dos de la mañana. Joe Mauser bajó tambaleándose las estrechas escaleras. Todavía notaba los efectos de las turbulencias que el aparato había atravesado media hora antes. Cerró los ojos, pensó en los millones de lucecitas dispersas por el paisaje de Nueva York. Pronto volvería a estar en el corazón de la ciudad y con un poco de suerte podría arrancarle el corazón a Henry Parker.

Mientras intentaba sofocar una náusea, vio a Louis Carruthers, el jefe de policía, en la pista con dos tazas de café humeante en las manos.

– Agente Mauser -dijo, ofreciéndole el café-. Agente Denton.

– Lou -dijo Joe. Se estrecharon las manos, un gesto solemne.

Mauser hizo una mueca al probar el café. Louis parecía haberle puesto una lechería entera. Sabía más a leche que a café. Mientras caminaban hacia el Crown Victoria aparcado junto al hangar, sonó su teléfono móvil. Joe lo sacó y vio parpadear el icono del buzón de voz. Debía de haber perdido llamadas mientras estaba en el aire. Echó un vistazo a la lista de llamadas y le dio un vuelco el corazón.

Seis llamadas de Linda. Su hermana le había dejado tres mensajes. Joe no tuvo valor para escucharlos. Se imaginó a su hermana en casa, esperando buenas noticias, algún indicio de que la muerte de su marido no quedaría impune. Pero Joe no podía darle esa esperanza de momento, y aquello lo corroía como corroía el ácido las tuberías.

– ¿La viuda de Fredrickson? -preguntó Denton.

Joe sólo pudo asentir con la cabeza.

– Es tan duro para ella… -dijo-. Ojalá tuviéramos algo. Si pudiera, colgaría a ese Parker por los pulgares y le daría a mi hermana la llave de la habitación. Estoy deseando echarle el guante.

– Vamos a atraparlo, Joe. Esto ya casi ha acabado -dijo Louis-. Tenemos la ciudad sellada. Si está aquí, no va a ir a ninguna parte.

– ¿Sabes cuántos putos agujeros negros hay en esta ciudad? -replicó Mauser, y se obligó a tragar otro sorbo del presunto café. Sintió que la cafeína se introducía en su flujo sanguíneo y que una efusión de adrenalina lo atravesaba-. ¿Sabes lo fácil que es desaparecer? Parker no es tonto, pero sólo tiene que cagarla una vez. Usar una tarjeta de crédito. Hacer una llamada. Cruzar la calle con el semáforo en rojo. Lo que sea.

Otro agente, tan joven que podría haber sido hijo de Denton, se acercó corriendo a ellos. Sostenía un portafolios y un walkie-talkie y hablaba como si el mundo fuera a acabarse si no soltaba cien palabras por minuto.

– Calma -dijo Mauser-. No he entendido nada de lo que ha dicho.

– Lo siento, señor -dijo el chico, sonriendo de oreja a oreja-. Pero lo tenemos.

– ¿A Parker? -Joe sintió un vuelco en el estómago.

El chico dijo que sí y sonrió al jefe Carruthers. La dichosa policía estaba repleta de hombres que no parecían psicológicamente preparados ni para tener hijos.

– ¿Cómo ha sido?

– Una llamada telefónica, agente Mauser. Parker utilizó un teléfono público y cargó la llamada a la misma tarjeta por la que lo localizamos antes.

Joe sonrió, dio un codazo a Denton.

– ¿Quién hizo la llamada? -preguntó Denton. El chico miró su portafolios. La radio emitió un chisporroteo eléctrico. Mauser no entendió una palabra, pero el chico apretó un botón y respondió «diez, cuatro».

– Parker llamó a sus padres a Bend, Oregón -dijo-. Hemos rastreado la llamada hasta un teléfono público de la calle 80 Este, junto al río. Llamó hace nueve minutos.

– Ya era hora de que tuviéramos una pista -dijo Mauser-. ¿Han grabado la llamada?

– Claro.

– Quiero oírla -dijo Mauser, y se fue derecho al Crown Victoria-. Lou, diles que me la pasen por el móvil. Quiero oír la voz de Parker, quiero oír esa llamada.

– Hecho. Ya lo ha oído -dijo Carruthers.

El joven agente volvió a pulsar la radio.

– ¿Eh, operador? ¿Pueden pasar la llamada de Henry Parker al teléfono móvil del agente Mauser?

Joe le dio el número. Denton seguía allí de pie, mascando chicle y jugueteando con las manos. Mauser inclinó la cabeza levemente para darle la razón. Aquello acabaría pronto. La rata ya no tenía dónde huir.

– Cuidado, Joe -dijo Louis-. Ándate con ojo.

Mauser dio una palmada en el hombro a su amigo y Denton y él corrieron al coche. Denton montó en el asiento del conductor y Mauser agarró el teléfono y esperó la llamada. Dejó la puerta abierta y le gritó al joven que les había dado el mensaje:

– Eh, chico, ¿podrías conseguirme un altavoz para conectarlo al teléfono?

El chico le hizo una seña levantando el pulgar y corrió a una furgoneta aparcada al borde de la pista. Un minuto después volvió a aparecer con un pequeño altavoz negro. Tomó el móvil de Joe y se aseguró de que la conexión encajaba. Pulsó un par de botones y Mauser oyó el tono de llamada alto y claro. Dio las gracias al chico y cerró la puerta.

Tomaron la salida de Grand Central Parkway y un minuto después sonó el teléfono de Mauser. Joe agarró el altavoz y miró a Denton inclinando la cabeza.

– Vamos a ver qué dice nuestro chico.

Mientras se incorporaban a la autopista, Mauser sorprendió a Denton recolocándose los pantalones con avidez.

– ¿Tienes algún cangrejo ahí dentro o qué? -preguntó.

– Es que se me han subido un poco.

Mauser asintió con la cabeza y apretó el botón.

– Aquí Mauser.

– ¿Agente Mauser? Soy el agente Pratt, de la central. Voy a pasarle la llamada de Henry Parker.

– Estamos esperando -Joe sintió que el sudor le mojaba las palmas de las manos. Se agarró al reposabrazos. Tenía las manos resbaladizas. Denton parecía extrañamente tranquilo. Mauser casi notaba el cuello de Parker entre las manos, casi sentía cómo lo estrangulaba.

Se oyeron varios chasquidos y luego una voz rasposa. La persona que hablaba parecía haber pasado muchos años con su buen amigo Marlboro.

– ¿Sí? ¿Diga? -dijo.

– ¿Papá?

Era Parker. Mauser habría reconocido aquella voz en medio de una tormenta. El otro era su padre.

– ¿Quién es? ¿Henry? ¿Eres tú?

– Soy yo, papá.

– Joder, hacía mucho que no oía tu voz. La policía ha llamado un par de veces, esos idiotas creían que yo sabía dónde estabas. ¿Estás en un lío, chico?

– Supongo que podría decirse así. Ya sabes que hablé con mamá el lunes pasado. Le pregunté cómo estabas, me dijo que esa noche habías salido. Me extrañó.

– Ahora tengo partida de bolos todos los lunes. Estamos jugando una liguilla.

– Me alegra saber que estás haciendo un poco de ejercicio.

– Sí, ya -dijo Parker padre-. Bueno, ¿por qué llamas, Henry? Ya te dije que no tenía dinero. ¿Y por qué me llaman a mí esos polis? ¿Debes dinero?

– No, no necesito dinero, ni le debo nada a nadie, papá. Tengo trabajo. Un buen trabajo. El que quería, en el periódico, en la Gazette.

– ¿Ah, sí? ¿De verdad te han contratado? -el padre se rió desdeñosamente.

– He trabajado muy duro, papá. Mucho más duro de lo que has trabajado nunca tú.

– Lo que tú digas. ¿Por qué llamas tan tarde? Es casi medianoche.

Un momento de silencio. Mauser temió que se hubiera perdido la conexión, pero luego oyó un sollozo a través de la línea. Miró a Denton, que parecía imperturbable. Mauser se recostó y prestó atención.

Henry dijo:

– Sólo quiero que sepas que no te guardo rencor por cómo te portaste conmigo cuando era pequeño -le tembló la voz, pero siguió hablando con energía-. No estoy enfadado. De hecho, quiero darte las gracias por haberme hecho más fuerte.

– ¿De qué demonios estás hablando, chico? Tú no estás en tu sano juicio.

– ¿Sabes?, a veces tienen gracia las cosas que uno recuerda. Recuerdo casi cada palabra que me has dicho. Aunque, créeme, no fueron muchas. Recuerdo que siempre me decías que no valía nada porque nadie en nuestra familia valía nada. Recuerdo que la noche que me gradué en el instituto me dijiste que más valía que me largara de casa porque sólo iba a traeros desgracias a mamá y a ti.

– Yo nunca he dicho eso -contestó Parker padre, pero su voz no sonaba convincente.

– Ya no importa -continuó Henry-. Porque quiero darte las gracias. Fui capaz de convertir toda esa mierda que echaste encima de mí en algo bueno. Te utilicé, papá. Utilicé tu puto odio como combustible.

– ¿Se puede saber a qué viene todo esto? -bramó Parker padre-. ¿Es que sólo llamas para quejarte y darme la paliza? Estoy muy cansado. Bastante tengo ya con tu madre.

– No, no llamo por eso. Quería que mamá y tú supierais que tengo problemas. Problemas graves, y no sé si podré salir de ellos. La gente piensa que he hecho algo que no he hecho. Algo terrible. Pero no quiero tu ayuda, al menos como piensas.

– ¿Y qué quieres entonces, Henry? Ya te he dicho que no voy a darte dinero.

Hubo una pausa. Mauser esperó, clavándose las uñas en la piel.

– Quiero que me odies -dijo Henry en voz baja-. Quiero oír otra vez ese veneno de tu boca. Quiero que me digas todo lo que me has dicho estos años, porque yo también estoy cansado, papá, y necesito algo que me obligue a seguir adelante. Necesito saber que vale la pena intentar salir de este agujero. Quiero que me digas todo lo que piensas, sin barreras, sin contenerte, porque para eso es para lo único que me sirves ahora.

– ¿Quieres que diga que te odio? -dijo su padre-. Muy bien. Te odio. Arruinaste mi vida. Tuve que dejarme la piel trabajando para mantener esta familia. Hemos tenido que servirte como esclavos desde que eras un maldito bebé ¿y qué he obtenido a cambio? Miseria y preocupaciones, nada más.

– Sigue -dijo Henry suavemente.

– Tuve que abandonar la vida que quería cuando tú naciste. ¿Crees que eso tiene gracia? No pude decidir. ¿Crees que cuando tu madre se quedó embarazada me dijo: «cariño, ¿estás seguro de que quieres tenerlo»? No. No dijo ni una palabra. Nueve meses después llegaste tú, y desde entonces nada ha sido igual.

– Más -dijo Henry con voz más fuerte.

Mauser sentía reverberar a través del altavoz el veneno de la voz del padre. Había en ella un odio inmenso, casi inconcebible tratándose del propio hijo, aunque fuera camino del infierno.

– Se acabó, Henry. Estoy cansado y me tienes aquí despierto. ¿Qué más quieres?

– Nada, papá, eso era lo único que quería -Henry hizo una pausa-. Pero por si acaso a mamá o a ti, o a alguien más, os interesa, estoy en Nueva York.

– ¿En Nueva York, eh?

– Sí, la gran ciudad. De hecho, ahora mismo estoy en un edificio en la esquina de la calle 80 con East End. Un edificio grande y marrón que parece abandonado. Estoy en el tercer piso. Han tirado los tabiques, así que el espacio es diáfano. Estoy aquí sentado. La vista del agua es asombrosa. Me alegro de haber venido aquí, papá, porque no habría podido ver esto si hubiera dejado que mis genes decidieran mi destino.

– Qué maravilla -contestó su padre sarcásticamente.

– Sí, lo es. En fin, hay una cosa que todo el mundo cree que he robado. No la robé, pero la encontré. Ahora mismo la estoy mirando y entiendo por qué la quería la gente. Y si alguien la quiere, ya saben dónde estoy.

– A mí puedes esperarme sentado.

– No lo haré, papá. No lo haré.

Mauser oyó un clic y luego el pitido de la línea.

– Dios -dijo Denton-. El chico acaba de decirnos dónde está.

Mauser se rascó la barbilla.

– Podría ser una trampa -dijo Denton-. Puede que nos esté esperando con un rifle o algo así. Mierda, y lleva encima el paquete de droga que le robó a Guzmán.

Mauser lo miró. Ambos sabían que era improbable que Parker estuviera armado. Denton volvió a tirarse vigorosamente de los pantalones.

– Te están sacando de quicio, ¿eh? -dijo Mauser.

– No sabes cuánto.

Dejaron la autopista zigzagueando entre coches que excedían el límite de velocidad. Era más de medianoche y las calles de Nueva York seguían atestadas. Increíble.

Se desviaron en la calle 96, giraron a la izquierda y bajaron hacia la avenida East End. Mauser vio a qué se refería Parker: el río estaba precioso. De un azul oscuro, su superficie brillaba como si en su fondo descansara un millón de dólares de plata. Un escalofrío de temor le recorrió el cuerpo, pero no supo a qué obedecía. La caza casi había acabado. Estaba a punto de vengar la muerte de John. Parker los estaba esperando. Y sin embargo sentía en la boca un regusto amargo.

– No quiero que llegue la policía antes que nosotros -dijo-. Quiero quince minutos de ventaja. Llama a Louis, dile que necesitamos refuerzos a las dos y media. Así tendremos tiempo. No quiero que detengan a Parker antes de que lo hayamos visto.

– No van a querer esperar, Joe. Tienen tantas ganas de sangre como tú.

– Dile a Carruthers que no tiene elección -replicó Mauser.

– No servirá de nada -respondió Denton-. Van a venir, se lo digamos o no. Estamos en su jurisdicción.

– Pues pisa el puto acelerador. Tenemos que llegar antes.

– Está bien, Joe -Denton marcó el número. Oyó la voz de Louis diciéndole que sí. Colgó el teléfono.

– Tenemos un cuarto de hora. A las dos y media tendrán listo un ejército. Ni un segundo antes. Lou lo entiende. Dice que si fuera tú él también pediría un cuarto de hora.

No hacía falta tanto, pensó Mauser. Le bastaba con un momento.

El coche aceleró, las luces se fundieron en una sola estela luminosa. Miró a Denton, que sonrió y dijo muy serio:

– Yo también quiero cazarlo, Joe -sonrió-. Atrapar a Parker puede ser mi gran oportunidad.

Mauser asintió con la cabeza mientras el coche volaba en medio de la oscuridad, dejando a su paso una nube de humo.