174474.fb2 Mientras Duermes - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 12

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10

El cuerpo golpeó la acera con una violencia tremenda. Cillian, en su garita, oyó el sonido de los huesos al quebrarse por el impacto al otro lado de la puerta de cristal.

Yacía vestido de calle, con los vaqueros oscuros, la camiseta blanca y los zapatos forrados. De la mochila, destrozada a unos metros del cadáver, salían las cajitas de la tienda de animales; centenares de insectos correteaban por la acera en todas direcciones.

La mente de Cillian había vuelto a concebir la alucinación de su muerte. El portero, en el vestíbulo, con su uniforme y su gorra, cerró los ojos, los abrió y miró de nuevo al exterior. En la acera ya no quedaba ni rastro del cuerpo, la mochila y los insectos. Todo estaba limpio y despejado.

Se preguntó por qué su subconsciente le atormentaba con ese engaño precisamente ese día, un día que suponía alegre por la recogida de los frutos de la gran siembra con Clara. Como no creía en los auspicios ni en el destino, descartó que esa visión fuera el vaticinio de nada. Esa alucinación no le decía que fracasaría. Le decía otra cosa que aún tenía que descifrar.

Se conocía bien. Así que no tardó en dar con la clave. Sin duda su subconsciente le recordaba, de una forma teatral e impactante, que una vida sin ruleta rusa no era posible, al menos de momento. Lo que había ocurrido el día anterior sólo había sido un espejismo. Y la visión de ese cuerpo destrozado en la acera se lo confirmaba. No debía hacerse ilusiones: hiciera lo que hiciese con Clara, nunca escaparía del cañón de la pistola apuntando contra su sien cada mañana.

Movimiento en los ascensores. Las 7.20. La hora de Ursula, su padre y su hermano. Respiró hondo para aguantar con estoicismo la nueva provocación del día.

Las puertas del ascensor se abrieron, pero quien salió fue Clara.

Iba en camisón, descalza, despeinada. Estaba pálida, tenía bolsas debajo de los ojos. Parecía alterada. Aun así, al ver a Cillian esbozó una tibia sonrisa.

El portero salió de su garita.

– ¿Ha pasado algo señorita King? ¿Se encuentra bien?

– Sí, sí, estoy bien… pero…

– ¿Pero?

Clara esbozó otra sonrisa; a Cillian no le molestó porque evidentemente era forzada.

– Perdóname, seguro que te parezco una loca…

Cillian señaló el banco que había delante de su garita.

– Siéntese. ¿Necesita un vaso de agua?

Clara negó con la cabeza. Permaneció de pie.

– Es que… esta mañana me ha despertado algo… -le costaba reconstruir lo que había ocurrido-. Uf…

Cillian, en su interior, empezaba a disfrutar. Se hallaba a poca distancia de la chica y vio que el cuello y la mejilla izquierda de Clara estaban enrojecidos, sin duda por el contacto con los cojines del sofá.

– Está muy pálida. ¿Seguro que no quiere un vaso de agua con azúcar?

Clara se armó de valor y lo soltó.

– He sentido algo sobre mi cara… algo vivo…

– Una rata.

– ¡¿Una rata?! -exclamó Clara, horrorizada.

Cillian se había adelantado a los hechos. La emoción le había traicionado. Una vez más, se obligó a no exteriorizar su estado de ánimo.

– Quiero decir… ¿podía ser una rata? -rectificó, muy serio.

Clara sacudió la cabeza para descartar ante sí misma esa opción?

– Si es una rata me muero ahora mismo… -dijo poniendo una cara de asco total-. De verdad que me da vergüenza pero… creo que era algo más pequeño… un bicho.

Cillian permaneció en silencio.

– Ya lo sé -continuó Clara-, montar todo este circo por un bicho es exagerado… pero es que no puedo con los insectos, Cillian, me dan un asco terrible.

Cillian comprendió entonces que había bajado en ese estado sólo por el roce de un insecto no identificado. Al parecer, Clara aún no había visto nada del mar de cucarachas y moscas que pululaban por su piso, ni mucho menos las ratas.

– Me he dado un manotazo en la cara para quitármelo de encima y he huido del apartamento como una histérica… -Volvió a reírse forzadamente de sí misma-. Lo sé, lo sé… pero pensé que era una araña y me asusté. Y ahora no puedo entrar porque he salido sin llave.

Para eso había bajado Clara. Para que Cillian le abriera la puerta de su casa.

– Creo que tengo una copia -contestó Cillian al momento.

– Sí, claro. Hace poco subiste a arreglar el grifo…

– Es verdad -dijo Cillian, como si no hubiera caído en eso hasta ese momento-. Por cierto, siento de nuevo lo de su reloj.

– No te preocupes, de verdad.

Cillian entró en la garita y abrió la caja de metal con la llavecita que llevaba colgada al cuello. En realidad tenía la llave del 8A en su bolsillo, pero escenificó una eficaz pantomima.

– Sí, aquí están.

Subieron juntos en el ascensor. Clara empezó a reírse por la situación.

– Perdona -pero es que si lo pienso… me muero de la vergüenza. -Le miró-. No se lo cuentes a nadie, ¿vale?

– No, no, no debe avergonzarse. Los insectos no son ninguna tontería -subrayó Cillian, muy serio-, son portadores de muchas enfermedades… -Señaló el cuello de Clara-. A ver si van a ser la causa de eso…

Clara no pareció considerar la posibilidad en serio.

– Hombre, no, ya fui al médico. Y sólo he tocado a uno… A lo mejor ahora descubres que no era más que una hormiga grande.

– Veremos -dijo Cillian en tono grave.

Pero no consiguió transmitir más preocupación a Clara.

Avanzaron por el pasillo del octavo piso y, cuando se acercaron a la puerta del 8A, Clara se puso detrás de Cillian, como para protegerse.

– Entra tú y mátalo.

– No. -No estaba dispuesto a que Clara se perdiera todo el tinglado que le había preparado. La réplica le salió del alma. Tuvo que matizarla-: La necesito dentro, para que me indique qué tengo que hacer.

La objeción de Cillian tenía sentido.

– Vale… pero procura ser rápido, no sabes lo mal que lo paso.

Se miraron a los ojos y entraron en el piso con la llave de Cillian. El portero volvió a cerrar inmediatamente la puerta detrás de ellos.

– ¿Por qué? -protestó ella, intentando volver a abrirla.

Pero Cillian puso su mano sobre la de ella y lo impidió, sin violencia pero con energía.

– Si hay una plaga, no quiero que se propague por el edificio. No sería correcto con el resto de los vecinos.

– ¿Una plaga?

– ¡Mire! -fue la respuesta de Cillian.

Señalaba el ficus: estaba rodeado de bichitos voladores. En realidad las moscas de la fruta no eran tan espectaculares como había imaginado. Más que una plaga parecía una reunión bastante triste de unos cuantos mosquitos que en lugar de quedar alrededor de una farola habían elegido la planta. Pero el impacto en Clara fue tremendo.

– ¡Dios mío! -Presionó su espalda contra la puerta de entrada-. Pero… ¿de dónde han salido?

– Parecen moscas de la fruta. -Cillian adoptó tono de experto. Se acercó al ficus-. Sí, moscas de la fruta… Qué raro aquí y en pleno invierno…

– Pero lo que yo he tocado no era uno de ésos. Parecía más grande. -Clara miraba alrededor, preocupada.

Cillian abrió los brazos y se encogió de hombros.

– Tal vez compró fruta tropical podrida y las larvas estaban dentro.

El grito agudo e histérico de Clara le interrumpió. La chica se llevó una mano a la boca y, con los ojos como platos, señaló la encimera de la cocina. Era incapaz de articular una palabra comprensible. Tres cucarachas parecían pelearse en el bordillo de madera. Y, como si Cillian las hubiera amaestrado, una de ellas cayó al suelo y fue directamente hacia Clara.

Cillian observó maravillado cómo el bicho se acercaba corriendo, con una trayectoria sinuosa, y cómo la joven, con el rostro contraído en una mueca de terror, empezaba a dar saltos.

– ¡Mátala! ¡Mátala! ¡Mátala!

Ni en sus sueños había previsto semejante reacción. Pensó que la compra de las cucarachas había sido todo un acierto.

El espectáculo duró poco. Clara, sin pensárselo, abrió la puerta de la casa, salió al pasillo y volvió a cerrar. Cillian se quedó solo, en su piso, con los insectos.

La cucaracha bordeó la puerta cerrada, como si de verdad su objetivo fuera Clara, y una vez que comprobó que por allí no se podía pasar, dio marcha atrás y desapareció debajo del sofá.

El portero aprovechó para mirar alrededor, nervioso. «¿Dónde se han metido esos tres imbéciles?»

Estudió una estrategia para que Clara volviera a entrar. Abrió la puerta. La pelirroja estaba contra la pared opuesta del pasillo, con las dos manos sobre la boca, intentando recuperar la respiración. Pero sonreía. Siempre esa maldita sonrisa.

– ¡Qué asco, por Dios!

Cillian, desconcertado por la sonrisa, resumió la situación como había planeado.

– Están por todas partes. Es una plaga.

– No me lo puedo creer.

– Deberíamos volver dentro para que recoja los objetos que necesita.

– ¿Qué objetos?

– Tendrán que fumigar. Más vale que salve ya lo que pueda.

Clara meditó.

– Necesito que me hagas un favor -dijo por fin. Cillian era todo oídos-. Necesito que vayas a mi dormitorio y cojas algo de ropa.

Cillian sacudió la cabeza.

– Tendrá que venir conmigo y decirme qué prendas quiere. -A la vez que pensaba: «No quiero perderme tu cara cuando abramos el armario y todo lo que hay allí dentro salga volando hacia ti».

Clara fue tajante.

– Con esos bichos no entro ni muerta. -El tono era claro. No había posibilidad de reconsideraciones-. Mira, tráeme, por favor, unos vaqueros que hay colgados a la derecha, una camisa cualquiera, uno de los abrigos de la izquierda y… unos zapatos que peguen.

– Pero yo no entiendo nada de ropa… -protestó Cillian.

– Por favor, Cillian. Es que no puedo, de verdad.

– No pasará nada. Se quedará detrás de mí. Prefiero que me dé instrucciones, si no seguro que le traigo prendas que no combinan bien. Yo no tengo estilo -confesó.

– No voy a entrar.

– Asómese al menos al salón, por si tengo dudas…

– Si tienes dudas, coges el teléfono y me llamas al móvil.

– No sé su número. -Se dio cuenta de que esa respuesta sonaba a intento desesperado.

– Si no lo haces tú, se lo pediré a otro vecino. Pero yo ahí no entro.

Y Cillian entró. Solo. Enfadado. Cruzó el pasillo. Las cucarachas, fieles a su deber, correteaban de un lado a otro como si cada una de ellas tuviera una misión definida y concreta.

Llegó al dormitorio. Sólo le quedaba el placer de imaginar la cara de Clara al ver lo que salía del armario. Lo abrió. Y descubrió que con o sin Clara no habría cambiado nada.

El armario estaba impoluto. Silencioso. Ni rastro de insectos. Cillian miró dentro de la zapatilla de deporte. El albaricoque seguía allí. Pero la bolsa de larvas estaba oscura y más seca. Durante la noche, en esa zapatilla gastada había tenido lugar un aborto natural y colectivo de moscas de la fruta. Tal vez el dependiente de la tienda de animales le había timado. Tal vez había sido un proceso natural en el mundo animal. Tal vez el interior del armario no era un lugar tan cálido como había pensado. Pero ya no importaba. Clara no estaba allí.

El sonido del teléfono rompió el silencio. Regresó al salón.

– ¿Has encontrado todo? -La voz de Clara volvía a parecer tranquila.

– Eh… creo que necesito su ayuda -dijo mientras regresaba al dormitorio.

– A ver. Ponte delante del armario y sigue mis instrucciones.

Cillian obedeció.

– Estoy delante del armario.

– A la derecha del todo hay un pantalón colgado de una percha.

– No lo veo -replicó Cillian, que por el contrario lo veía perfectamente.

– No puedes no verlo, está colgado en el extremo derecho del armario. Unos vaqueros oscuros, de Abercrombie. ¿Los ves?

Tenía razón. Era imposible no verlos.

– Ah, sí… ahora.

– Abajo, dobladas sobre el primer estante. En el centro. Hay varias camisas. ¿Sí?

– Eh… sí, las veo.

– Una cualquiera, blanca.

Cogió una camisa a la que estaba seguro de que le había pasado las hojas de ortiga.

– La tengo.

– Ahora un jersey. Están al lado de las camisas.

– ¿De qué color?

– Oscuro. Creo que hay un par.

– Está el que llevaba el otro día. ¿Va bien?

Al otro lado del hilo hubo un momento de silencio.

– Joder, qué memoria, Cillian. Te fijas en lo que me pongo… ¿Lo haces con todas o sólo conmigo?

Silencio.

– Estoy bromeando, Cillian. Ahora el abrigo. A la izquierda, colgado en una percha.

– Ya está.

– Los zapatos. Unos Blahnik negros, en el zapatero, en el centro.

– ¿Blahnik? Perdón pero no…

– En el centro del zapatero.

Esta vez era cierto: Cillian iba perdido con tantos zapatos como había en el zapatero.

– No… no sé…

– Mira, da igual, olvídalo. Coge los primeros que veas.

Y Cillian fue directo a por las gastadas zapatillas de deporte. Sacó el albaricoque, se lo guardó en el bolsillo y cogió las zapatillas.

– Los tengo.

– Pues ya está.

– Pero… si me lo permite, ¿no necesita ropa interior o alguna camiseta?

– No te preocupes. Con eso es suficiente.

Cillian dejó otra vez en el armario el sujetador, las braguitas y la camiseta que ya había cogido.

– Sólo una cosa, Cillian. Un último favor.

– Dígame.

– Sacude todo muy, muy bien. Que no haya ningún bicho en la ropa, te lo ruego.

En el pasillo, intentó capturar alguna cucaracha para meterla en el bolsillo del pantalón. Pero eran demasiado rápidas. Sólo matándolas podría atraparlas. Y pensó que meter una cucaracha aplastada no tenía sentido porque levantaría sospechas.

Salió del piso con el teléfono al oído. Clara seguía también con el móvil pegado a la oreja.

– Muchas gracias. Vaya show te he montado -dijo Clara con su infalible y fastidiosa sonrisa.

– Están por todos lados. Es una verdadera plaga. ¿Seguro que no había visto insectos en los días anteriores?

Clara negó con la cabeza mientras comprobaba que la ropa que le había traído Cillian estaba limpia.

– Tal como soy para estas cosas, me habría dado cuenta, descuida.

Miró perpleja las zapatillas.

– ¿Algo no va? ¿Quiere que vaya a coger otro par?

– No, no, no te preocupes… -replicó Clara, divertida-. Es cierto de que no tienes ni idea… pero eres un sol. Muchísimas gracias.

Cillian respondió con una sonrisa. Mientras tanto su cabeza daba mil vueltas para encontrar la forma de que Clara volviera a su apartamento y se topara -ojalá- con los ratones.

– ¿Ha cogido todo? ¿La cartera? ¿Las llaves? ¿Sus cosas?

Clara alzó el bolso, lo había cogido cuando entró en el piso con él.

– Bueno, ya está… ¿Qué se hace en estos casos?

– Fumigar. Tendrá que limpiar todo el piso… En algún lugar habrá un foco de la plaga… Digo yo que esos insectos han tenido que llegar de alguna forma…

– ¿Puedes hacerlo tú?

Cillian asintió. Era cierto. Ya lo había hecho una vez, durante un trabajo anterior, cuando era adolescente.

– Bien. Me instalaré en casa de mi madre y no volveré hasta que todo esté limpio.

Eso no se lo esperaba. Intentó de inmediato reconducir la situación.

– Es… es… es mejor que se quede, porque… porque tendré que tirar muchas cosas, puede que haya objetos de valor…

Clara sacudió la cabeza: una vez más encontró el lado positivo del asunto:

– Es una oportunidad para hacer una limpieza a fondo…

– Pero… no quiero asumir esa responsabilidad.

– Confío en tu criterio en cuanto a las cosas de valor. Que no tengas ni idea de moda no significa que no tengas sentido común -bromeó.

Cillian no estaba conforme. Lo último que quería era que Clara se alejara de él.

Algunos vecinos, extrañados por las voces, empezaron a salir al pasillo.

– Insisto. Debe quedarse.

Pero Clara ya no estaba sólo por él.

– Tengo una plaga de insectos en mi apartamento -dijo en voz alta. Hubo cierto alboroto general. Clara volvió a dirigirse a Cillian-: ¿De verdad te puedes encargar?

– Puedo hacerlo, pero necesito que usted esté conmigo… Solo no podré.

Se abrió la puerta del 8B. El padre, listo para llevar a sus hijos a la escuela, se sorprendió al ver a tanta gente en el pasillo.

– ¿Qué ha ocurrido?

Cillian no le prestó atención.

– Por ejemplo… tendrá que decidir si tira o no tira las cortinas y las fundas de los cojines…

– Ponlo todo en una bolsa y yo me encargaré de llevarla a la tintorería.

– ¿Qué ha ocurrido? -volvió a preguntar el padre de Ursula.

Y, de nuevo, Clara y Cillian no le hicieron caso.

– ¿Y el colchón del dormitorio? -preguntó Cillian.

Clara le cogió una mano.

– No te preocupes. Si tienes alguna duda, me llamas. Yo cargaré con la responsabilidad de lo que hagas.

– Pero…

– ¿Qué has hecho, Cillian? -La voz de Ursula sonó calma e inocente. El portero y Clara se giraron hacia ella. La niña lo repitió-: ¿Qué has hecho esta vez, Cillian?

– Él no ha hecho nada, pobre. Es que hay una plaga de insectos en mi apartamento. ¿Vosotros habéis visto algún bicho en el vuestro?

El padre de Ursula negó con la cabeza. Mientras tanto, Cillian aguantaba la mirada de la niña. Ursula, con su pastelillo de chocolate en la mano, le estaba diciendo que ella sabía que el portero tenía algo que ver con esos insectos.

La situación en el pasillo, a los ojos de Cillian, estaba degenerando. Su plan había tomado un camino imprevisto. Los corrillos de vecinos eran cada vez más numerosos. La amenaza de la plaga de insectos parecía provocar más preocupación que la posible derrama por la fuga de agua en el 5B. En esa confusión, la ya difícil tarea de convencer a Clara para que se quedase resultaba más complicada. Las continuas intromisiones de los vecinos recién llegados rompían cualquier posibilidad de conexión con la chica.

Cambió de estrategia. Si no podía retenerla consigo, por lo menos podía crearle problemas con los demás.

Esperó el momento y, cuando estuvo seguro de que la mayoría de los vecinos le oían, preguntó a Clara:

– ¿Hace mucho que tiene esos sarpullidos en la piel?

El volumen de los cuchicheos bajó. Clara le miró sorprendida. Ya habían tenido esa conversación hacía poco, en el ascensor. No entendía a qué venía sacar ese tema de nuevo justo en ese momento.

– Un par de días, pero no es nada grave.

Cillian contraatacó:

– Los insectos son portadores de enfermedades… Debería hacérselo mirar, porque tal vez… -Levantó el tono de voz-: ¿Alguien más tiene la piel irritada? ¿Escoriaciones? Sobre todo los niños…

Los vecinos negaron con la cabeza o con sutiles murmullos, pero la preocupación caló de inmediato en todos ellos. Cillian vio que un par de vecinos se alejaban disimuladamente de Clara.

Entonces la chica intervino con naturalidad y una sonrisa tranquilizadora.

– No tiene nada que ver. Estuve en el dermatólogo ayer… es sólo una alergia a un jabón o a una crema que me he puesto. Está comprobado. -Clara le miró a los ojos y dijo, sincera-: Gracias por preocuparte tanto, Cillian, pero estoy bien. -Rió-. Aunque últimamente llevo una racha…

El cuchicheo alrededor volvió a moderarse. La respuesta de Clara parecía convencer a la mayoría. Por si acaso eso no bastaba, el inoportuno vecino del 8D, médico, confirmó que la patología de la vecina del 8A no tenía vínculos aparentes con una posible enfermedad provocada por insectos, que, además de improbable, no era de tan fácil transmisión como se podía pensar.

Clara se llevó a Cillian aparte y le dio un papelito.

– Aquí está mi móvil y el número de mi madre. Cualquier cosa, me llamas. No sabes cómo te agra…

De repente la chica se puso muy seria. Se llevó la mano a la boca. Tuvo una arcada. Se acercó al padre de Ursula.

– ¿Puedo usar su baño? -Casi sin esperar respuesta, se metió en el 8B y corrió al servicio.

Cillian, dentro de la mala mañana, tuvo una pequeña satisfacción. «Náusea, efecto colateral del narcótico no previsto pero bienvenido», pensó.

Se cruzó de nuevo con la mirada de Ursula. Estaba enseñándole el trocito del pastelillo de chocolate que le quedaba en la mano. No se lo iba a comer. Lo reservaba para él, para el vestíbulo.

El edificio, una vez más, volvía a la normalidad.