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Una vulgar noche de sábado acabó contigo. Moriste de manera estúpida y violenta, y no tuviste los medios para defender tu vida.
Tu huida a la seguridad fue un breve respiro. Me llevaste a tu escondite como un amuleto de la buena suerte. Te fallé como talismán; por eso, ahora me presento como tu testigo.
Tu muerte define mi vida. Quiero encontrar el amor que nunca tuvimos y explicarlo en tu nombre.
Quiero hacer públicos tus secretos. Quiero borrar la distancia que nos separa.
Quiero darte aliento.
La encontraron unos chicos.
Eran jugadores de la liga Babe Ruth, que habían salido a lanzar unas cuantas bolas. Tres entrenadores adultos caminaban detrás de ellos.
Los chicos vieron un bulto en la franja de hiedra que llegaba hasta el bordillo. Los hombres vieron unas perlas en la acera. Se produjo un ligero sobresalto telepático.
Clyde Warner y Dick Ginnold hicieron que los niños se retiraran un poco para evitar que mirasen demasiado de cerca. Kendall Nungesser cruzó Tyler Avenue a la carrera en dirección a una cabina de teléfonos que había junto a la lechería.
Llamó a la Oficina del Sheriff de Temple City y dijo al sargento de guardia que había descubierto un cuerpo. Estaba allí mismo, en la carretera junto al campo de entrenamiento de béisbol del instituto Arroyo. El sargento le dijo que se quedara allí y que no tocase nada.
Se produjo el aviso por la radio: 10.10 del domingo 22 de junio de 1958. Cadáver en King's Row con Tyler Avenue, El Monte.
Un coche patrulla del sheriff llegó al lugar en menos de cinco minutos. Segundos después, se presentó una unidad de la policía de El Monte.
El agente Vic Cavallero reunió a los entrenadores y a los niños. El agente Dave Wire inspeccionó el cuerpo.
Se trataba de una mujer, de raza caucásica. Tenía la piel muy clara y era pelirroja. Debía de rondar los cuarenta años. Se hallaba tendida boca arriba en un macizo de hiedra a pocos centímetros del bordillo.
El brazo derecho estaba vuelto hacia arriba. La mano descansaba en el suelo, pocos centímetros por encima de la cabeza. El brazo izquierdo estaba doblado por el codo y cruzaba el cuerpo a la altura de la cintura. La mano se veía crispada; las piernas, extendidas y abiertas.
Llevaba puesto un vestido azul marino de escote generoso, sin mangas y ligero. Un gabán azul oscuro con forro a juego cubría la mitad inferior de su cuerpo.
Los pies y los tobillos quedaban a la vista. El pie derecho estaba descalzo. En torno al tobillo izquierdo tenía enrollada una media de nailon.
El vestido estaba ajado y tenía los brazos cubiertos de picaduras de insectos. La lengua asomaba entre los labios y el rostro presentaba varias magulladuras. El sujetador estaba desabrochado y subido por encima de los pechos. Alrededor del cuello tenía una media de nailon y un cordel de algodón, ambos firmemente anudados.
Dave Wire habló por radio con el agente de guardia del Departamento de Policía de El Monte.
Vic Cavallero llamó a la oficina de Temple. Se dio la alerta para la recogida del cuerpo:
Que venga el forense del condado de Los Ángeles. Que vengan los del Laboratorio de Criminología de la Oficina del Sheriff y el fotógrafo. Llamad a la Brigada de Homicidios y decidles que manden un equipo.
Cavallero se detuvo ante el cuerpo. Dave Wire se acercó a la lechería y pidió un trozo de cuerda. Cavallero lo ayudó a extenderla para establecer una zona despejada en torno a la escena del crimen.
Comentaron la extraña posición del cuerpo. Parecía caído al azar y, a la vez, depositado con cuidado.
Empezaron a llegar espectadores. Cavallero los obligó a retirarse hasta la acera de Tyler Avenue. Wire observó algunas perlas en la calzada y trazó un círculo de tiza en torno a cada una de ellas.
Unos coches oficiales se detuvieron ante el cordón de seguridad. Varios agentes, uniformados y de paisano, pasaron por debajo de la cuerda.
Del Departamento de Policía de El Monte: el jefe Orval Davis, el capitán Jim Bruton y el sargento Virg Ervin. De la Oficina del Sheriff de Temple: el capitán Dick Brooks, el teniente Don Mead y el sargento Don Clapp. Los agentes de Temple llamados para contener a los curiosos eran policías de servicio o fuera de él.
Dave Wire midió la posición exacta del cuerpo: veintiún metros al oeste de la primera verja cerrada de los patios del instituto y medio metro al sur del bordillo de King's Row. Llegó el fotógrafo policial y tomó unas fotos en perspectiva de King's Row y del campo de juegos.
Era mediodía y el sol caía en un ángulo de noventa grados.
El fotógrafo tomó instantáneas del cuerpo desde arriba y desde los lados. Vic Cavallero le aseguró que los tipos que lo habían encontrado no lo habían tocado. Los sargentos Ward Hallinen y Jack Lawton llegaron al lugar y se dirigieron de inmediato hacia el jefe Davis. Éste les dijo que se encargaran del asunto, en virtud del protocolo que comprometía a poner todos los asesinatos cometidos en la ciudad de El Monte en manos de la Brigada de Homicidios de la Oficina del Sheriff de Los Ángeles.
Hallinen se acercó al cuerpo. Lawton dibujó un plano de la zona en su libreta de notas.
Tyler Avenue iba de norte a sur. King's Row la cortaba en el extremo sur de los terrenos escolares. King's Row continuaba hacia el este unos ciento setenta metros y desembocaba en Cedar Avenue, que marcaba el límite oriental de los terrenos del instituto. No era más que una vía de acceso pavimentada. El extremo de Cedar Avenue estaba cerrado por una verja. Otra valla interior resguardaba unos bungalós cerca de los edificios principales del instituto. La única manera de acceder a King's Row era por Tyler Avenue.
King's Row medía cinco metros de anchura. El campo de deportes se extendía a lo largo del límite norte. Tras el bordillo de la acera sur había una valla de alambre cubierta de maleza y una mata de hiedra de un metro de altura. El cuerpo estaba situado a setenta y cinco metros al este de la esquina de Tyler y King's Row.
El pie izquierdo de la víctima quedaba a cincuenta centímetros del bordillo. El peso del cuerpo había aplastado la hiedra.
Lawton y Hallinen contemplaron el cadáver. Empezaban a aparecer los primeros síntomas del rigor mortis: la mano cerrada de la víctima había quedado rígida.
Hallinen observó un anillo con una perla falsa en el dedo corazón. Lawton comentó que quizá los ayudase a identificarla.
El rostro había tomado un ligero tono morado. Tenía todo el aspecto de un cuerpo abandonado a altas horas de la noche.
Vic Cavallero dijo a los entrenadores y a los chavales del equipo de béisbol que se fueran a casa. Dave Wire y Virg Ervin se mezclaron con los curiosos. Se presentó en el lugar el sargento Harry Andre, un tipo de Homicidios impaciente por echar una mano.
Llegaron los miembros de la prensa. Algunos agentes de Temple se acercaron en los coches patrulla para echar un vistazo a la escena del crimen. Pasó por allí la mitad de los veintiséis hombres del Departamento de Policía de El Monte. Las mujeres blancas muertas constituían una especie de cebo.
Apareció el ayudante del forense. El fotógrafo le dijo que podía examinar a la víctima.
Hallinen y Lawton se abrieron paso hasta la primera fila para mirar. El ayudante del forense levantó el gabán y dejó al descubierto la mitad inferior del cuerpo.
No llevaba bragas, liguero ni pantis. El vestido estaba subido por encima de las caderas. No llevaba pantis ni zapatos. Esa media enrollada en torno al tobillo izquierdo. Magulladuras y pequeñas escoriaciones en la cara interna de los muslos. Unas marcas en la cadera izquierda revelaban que había sido arrastrada por el asfalto.
El ayudante del forense le dio la vuelta al cuerpo. El fotógrafo sacó algunas tomas de la parte posterior de la víctima. La espalda estaba húmeda de rocío y mostraba señales de lividez postmortem.
El ayudante del forense dijo que probablemente llevase muerta entre ocho y doce horas. La habían tirado allí antes del amanecer; el rocío en la espalda era un claro indicio de ello.
El fotógrafo sacó unas cuantas placas más. El ayudante del forense y su colaborador levantaron el cuerpo. Estaba flácido, todavía lejos del rigor mortis completo. Llevaron a la víctima al furgón y la colocaron en una camilla.
Hallinen y Lawton investigaron el macizo de hiedra y el bordillo cercano.
Encontraron una antena de coche rota en la calzada, así como una ristra de perlas en la hiedra aplastada, cerca de donde estaba el cuerpo. Recogieron las perlas rodeadas por círculos de tiza y las pasaron por el hilo del collar. Comprobaron que tenían el juego completo.
El cierre estaba intacto. El hilo aparecía roto por la mitad. Guardaron las piezas del collar en una bolsa para pruebas.
No encontraron las bragas, los zapatos ni el bolso. No vieron marcas de neumáticos en la grava junto al bordillo, tampoco había marcas que indicasen que algo había sido arrastrado en ningún punto de King's Row. La hiedra que rodeaba el lugar donde estaba el cuerpo no presentaba señales de pisadas.
Era la una y veinte de la tarde. La temperatura había subido hasta los treinta y cinco grados.
El ayudante del forense tomó muestras de los cabellos y del vello pubiano de la víctima. A continuación le cortó las uñas y las guardó en un sobrecito.
Él y su colaborador desnudaron el cuerpo y lo colocaron boca arriba en la camilla.
Había una pequeña mancha de sangre seca en la palma de la mano derecha de la víctima, así como una pequeña escoriación cerca del centro de la frente.
A la víctima le faltaba el pezón derecho. Por el tejido cicatrizal blanquecino que coronaba la areola parecía tratarse de una antigua amputación quirúrgica.
Hallinen le quitó el anillo a la víctima. El ayudante del forense midió el cuerpo, un metro sesenta y siete, y calculó su peso en sesenta y dos kilos. Lawton se marchó a dar los datos a la Central y a la Brigada de Personas Desaparecidas de la Oficina del Sheriff.
El ayudante del forense cogió un bisturí y efectuó una profunda incisión de quince centímetros de longitud en el abdomen de la víctima. Abrió la incisión con los dedos, introdujo un termómetro en el hígado y midió una temperatura de treinta y cinco grados. Calculó que la muerte se había producido entre las tres y las cinco de la madrugada.
Hallinen examinó las ligaduras. La media y el cordón de algodón estaban atados al cuello de la víctima por separado. El cordón parecía el de una persiana veneciana, o tal vez se tratase de una cuerda de colgar la ropa.
El cordón había sido anudado en la parte posterior del cuello de la víctima. El asesino lo había atado tan fuerte que uno de los extremos se había roto; el cabo deshilachado y la diferencia de longitud entre ambas puntas demostraban el hecho de forma concluyente.
La media que rodeaba el cuello de la víctima era idéntica a la que tenía en torno al tobillo izquierdo.
El ayudante del forense cerró el furgón y se llevó el cuerpo al depósito del condado de Los Ángeles. Jack Lawton emitió un anuncio por la banda policial:
Alerta a todas las unidades del valle de San Gabriel: varones sospechosos con cortes y arañazos recientes.
Ward Hallinen reunió a varios reporteros de radio. Les dijo que lo emitieran por las ondas locales:
Encontrada muerta mujer blanca. Cuarenta años. Pelirroja. Ojos azulados. Un metro sesenta y siete. Sesenta y dos kilos. Dirigir a los posibles informadores al Departamento de Policía de El Monte o a la Oficina del Sheriff de Temple City.
El jefe Davis y el capitán Bruton se dirigieron hacia la Central de la policía de El Monte. Allí se unieron a ellos tres hombres de Homicidios: el inspector R.J. Parsonson, el capitán Al Etzel y el teniente Charles McGowan.
Se aprestaron para una sesión de reflexión. Bruton llamó a los departamentos de Policía de Baldwin Park y Pasadena, a la Oficina del Sheriff de San Dimas y a la Policía de Covina y de West Covina. Repasó con ellos los datos de la víctima y obtuvo idéntica respuesta: no encajaba con la descripción de ninguna de las mujeres cuya desaparición había sido denunciada últimamente.
Agentes uniformados y policías de El Monte rastrearon los patios del instituto Arroyo. Hallinen, Lawton y Andre hicieron lo propio en el vecindario más próximo.
Hablaron con la gente que paseaba y con quienes tomaban el sol en sus jardines. Hablaron con una larga serie de clientes en la lechería. Los agentes describieron a la víctima y en todas las ocasiones recibieron la misma respuesta: No sé de quién me habla. La zona era residencial y medio rural. Casas pequeñas intercaladas con parcelas vacías y manzanas de terreno baldío. Hallinen, Lawton y Andre consideraron que era inútil continuar con las averiguaciones.
Se dirigieron en el coche patrulla hacia el sur, en dirección a las autovías principales de El Monte: Ramona, Garvey, Valley Boulevard. Recorrieron una serie de cafés y algunos bares. Hablaron de la pelirroja y recibieron una serie de respuestas negativas.
El examen inicial resultó inútil.
El rastreo de la zona resultó inútil.
Ninguna patrulla informó acerca de varones sospechosos que presentasen cortes y arañazos.
En el Departamento de Policía de El Monte se recibió una llamada. El comunicante dijo que acababa de oír un boletín por la radio. La mujer que habían encontrado en el instituto le recordaba a su inquilina.
El encargado de la centralita llamó por radio a Virg Ervin y le dijo que fuese a ver a la mujer al 700 de Bryant Road.
La dirección estaba en El Monte, a un kilómetro y medio al sudeste del instituto Arroyo. Ervin se dirigió hacia allí y llamó a la puerta.
Abrió una mujer. Se identificó como Anna May Krycki y declaró que la descripción de la muerta encajaba con la de su inquilina, Jean Ellroy. Jean había salido de su casita en la propiedad de los Krycki la noche anterior, alrededor de las ocho. Había pasado toda la noche fuera y aún no había regresado.
Ervin describió el gabán y el vestido de la víctima. Anna May Krycki dijo que le recordaban la ropa favorita de Jean. Ervin describió la cicatriz en el pecho derecho de la víctima. Anna May Krycki dijo que Jean le había enseñado la marca.
Ervin volvió al coche y radió la información a la centralita de El Monte. El oficial de guardia envió un coche patrulla a buscar a Jack Lawton y a Ward Hallinen. El coche los encontró en menos de diez minutos. Luego, los llevó directamente a casa de los Krycki.
Hallinen mostró de inmediato el anillo de la víctima. Anna May Krycki lo identificó como perteneciente a Jean Ellroy.
Lawton y Hallinen se sentaron con ella y la interrogaron. Anna May Krycki dijo estar casada. Su marido se llamaba George, y tenía un hijo de doce años, llamado Gaylord, de un matrimonio anterior. Jean Ellroy también era, técnicamente, «señora de», pero llevaba varios años divorciada de su esposo. El verdadero nombre de Jean era Geneva. El segundo nombre, Odelia, y su apellido de soltera, Hilliker. Jean era enfermera diplomada. Trabajaba en una fábrica de piezas para aviones en el centro de Los Ángeles. Ella y su hijo de diez años vivían en el pequeño bungaló de piedra que se alzaba en el jardín trasero de los Krycki. Jean conducía un Buick rojo y blanco del 57. El hijo pasaba el fin de semana con su padre, en L.A., y volvería en unas horas.
La señora Krycki les enseñó una foto de Jean Ellroy. El rostro encajaba con el de la víctima.
La señora Krycki dijo que la noche anterior, hacia las ocho, vio a Jean salir del bungaló. Iba sola. Se marchó en su coche y no volvió. El coche no estaba en el garaje ni en el sendero de entrada de la casa. La señora Krycki declaró que la víctima y su hijo se habían trasladado al bungaló hacía cuatro meses. Dijo que el chico pasaba los días laborables con la madre y los fines de semana con el padre. Jean procedía de un pueblecito de Wisconsin. Era una mujer trabajadora y callada que no hablaba de sí misma. Tenía treinta y siete años.
El padre del chico había pasado a recoger a éste en taxi el sábado por la mañana. El día anterior, por la tarde, la señora Krycki había visto a Jean ocuparse del jardín. Hablaron un poco, pero Jean no le comentó qué planes tenía para la noche.
Virg Ervin preguntó por el coche de la víctima. ¿Dónde ponía gasolina, normalmente?
La señora Krycki le dijo que averiguara en la estación de servicio de Union, 76. Ervin pidió el número a Información, llamó a la gasolinera y habló con el propietario. El hombre repasó sus registros y volvió al aparato con un número de matrícula: California/KFE 778.
Ervin facilitó el número a la centralita del Departamento de Policía de El Monte. La centralita difundió el dato a todas las unidades de la policía local y de la Oficina del Sheriff.
La entrevista continuó. Hallinen y Lawton insistieron en un tema: la víctima y los hombres con quienes se relacionaba.
La señora Krycki dijo que la vida social de Jean era limitada. No daba la impresión de que tuviese novios. Salía sola en ocasiones, y, por lo general, regresaba temprano. No acostumbraba beber mucho. A menudo decía que quería dar buen ejemplo a su hijo.
Se presentó George Krycki. Hallinen y Lawton le preguntaron qué había hecho el sábado por la noche.
El hombre les contó que hacia las nueve Anna May había ido a ver una película. Él se había quedado en casa, mirando un programa de lucha libre que daban en televisión. Había visto a la víctima salir con el coche entre las ocho y las ocho y media, y no la vio ni oyó volver.
Ervin pidió a los Krycki que lo acompañaran al depósito de cadáveres del condado de Los Ángeles para hacer una identificación concluyente del cuerpo.
Hallinen llamó al Laboratorio de Criminología y les dijo que enviaran un agente al 700 de Bryant, El Monte, a tomar huellas en la casa pequeña situada detrás de la grande.
Virg Ervin llevó a los Krycki al Palacio de Justicia de Los Ángeles, un trayecto de veinte kilómetros por la autovía de San Bernardino. El despacho del forense y el depósito de cadáveres estaban en el sótano, bajo la Brigada de Homicidios de la Oficina del Sheriff. La víctima estaba guardada, sobre una plancha, en una cámara refrigerada. Los Krycki la vieron por separado. Ambos la identificaron como Jean Ellroy.
Ervin les tomó una declaración formal y envió a los Krycki de regreso a El Monte.
El agente que se ocupaba de las huellas se reunió con Hallinen y Lawton a la puerta del bungaló de Ellroy. Eran las cuatro y media de la tarde y el día continuaba siendo caluroso y húmedo.
El bungaló era pequeño, de madera de color marrón y rocas de río. Se levantaba detrás de la casa de los Krycki, en el extremo de un jardín compartido. El jardín tenía palmeras, de sombra y bananeras, altas, y en el centro había un estanque de piedra y mortero. Las dos casas estaban situadas en la esquina sudeste de Maple Avenue y Bryant. La vivienda de Jean Ellroy tenía una puerta que daba a Maple.
La entrada principal daba al estanque y a la puerta trasera de los Krycki. Era de cristal, con parteluces y marco de madera. Cerca de la cerradura faltaba uno de los vidrios. La puerta no podía cerrarse con pasador desde dentro ni desde fuera.
Hallinen, Lawton y el agente encargado de tomar las huellas entraron en la casa. Distaba mucho de ser espaciosa. Dos pequeños dormitorios frente a una angosta sala de estar. Una cocina de pie, una mesilla de desayuno en un rincón y un cuarto de baño.
La vivienda estaba limpia y ordenada. No se veía nada fuera de lugar. Las camas de la víctima y de su hijo estaban hechas. Nadie había dormido en ellas.
En la cocina encontraron un vaso con un poco de vino. Registraron los cajones del dormitorio de la víctima y encontraron algunos documentos personales. Averiguaron que la víctima trabajaba en Airtek Dynamics, en el 2.222 de South Figueroa, L.A.
Averiguaron que el ex marido de la víctima se llamaba Armand Ellroy. Vivía en el 4980 de Beverly Boulevard, L.A. Su número de teléfono era Hollywood 3-8700.
Comprobaron que la víctima no tenía teléfono.
El agente encargado de tomar las huellas empolvó el vaso y varias superficies más, pero no encontró ninguna impresión dactilar.
Hallinen regresó a la casa de los Krycki y telefoneó al número del marido. Dejó que sonara largo rato, pero no obtuvo respuesta.
Virg Ervin entró en la casa. Dijo que Dave Wire había encontrado el coche de la víctima aparcado detrás de un bar, en Valley Boulevard.
El bar se llamaba Desert Inn. Estaba en el 11.721 de Valley Boulevard, a tres kilómetros del lugar donde había aparecido el cuerpo y a uno y medio de la casa de la víctima. Era un edificio achaparrado de una planta, con techumbre de tejas rojas de arcilla y toldos en las ventanas delanteras.
El aparcamiento trasero se extendía hasta una hilera de bungalós baratos de paredes estucadas. Una franja gris cubierta de sicomoros separaba un aparcamiento para cuatro coches. Una cadena baja cerraba el recinto por los lados.
Junto a la verja del costado oeste había aparcado un Buick blanco y rojo. A su lado estaba Dave Wire. Jim Bruton y Harry Andre se encontraban apoyados en un coche patrulla de la Oficina del Sheriff.
Estaba allí Al Etzel, y también Blackie McGowan.
Hallinen y Lawton entraron con el coche en el aparcamiento. Virg Ervin y el agente encargado de tomar las huellas llegaron en coches separados.
Dave Wire se acercó y expuso todo lo averiguado.
Tras tomar nota del número de matrícula emitido por radio, había empezado a buscar en calles secundarias y aparcamientos. Encontró el coche de la víctima a las 15.35. No habían echado el seguro y no parecía que lo hubieran forzado. Inspeccionó los asientos delanteros y el trasero y no encontró las llaves, el bolso, la ropa interior ni los zapatos de la víctima. Lo que sí encontró fue media docena de latas de cerveza vacías, envueltas en papel marrón y atadas con un cordel.
Hallinen y Lawton examinaron el coche. Estaba perfectamente limpio tanto por dentro como por fuera. El agente del laboratorio sacó fotografías del interior y del exterior y empolvó las puertas y el salpicadero, pero no encontró huellas latentes viables.
Llegó un agente de Temple, que procedió a confiscar el coche y llevárselo a un concesionario Ford para que lo guardaran.
En la franja de hierba de la acera empezaba a formarse un grupo de mirones. Wire señaló a Roy Dunn y Al Manganiello, dos camareros del Desert Inn.
Andre y Hallinen hablaron con ellos. Dunn dijo que la noche anterior estaba trabajando; Manganiello dijo que sólo trabajaba algunos días. Hallinen les mostró la fotografía de la víctima que le había dado la señora Krycki. Los dos camareros afirmaron que nunca habían visto a esa mujer.
Nunca habían visto el Buick blanco y rojo. Dunn estaba a cargo del bar la noche anterior, pero se encontraba detrás de la barra, en una esquina, y desde ahí no podía ver salir y entrar a los clientes. Los dos calcularon que el Buick llevaba aparcado detrás del bar todo el día. Quizás incluso toda la noche anterior.
Andre les preguntó quién más había trabajado con ellos. Dunn respondió que hablara con Ellis Outlaw, el gerente.
Hallinen y Andre entraron en el local. El capitán Etzel y el teniente McGowan los siguieron.
El Desert Inn era estrecho y tenía forma de ele, con reservados de plástico imitación cuero. Una barra baja dominaba tres filas de mesas y la puerta principal; detrás de ella había un mostrador para las copas y una cocina. El brazo corto de la ele estaba ocupado por una pista de baile y un escenario elevado.
Andre y Hallinen llamaron a Ellis Outlaw y le mostraron la foto de la víctima. Outlaw dijo que nunca la había visto. Y tampoco el Buick del 57 aparcado detrás del bar. La noche anterior no había trabajado, pero sabía quién lo había hecho.
Les dio algunos nombres:
Su esposa, Alberta Bert Outlaw. Su hermana, Myrtle Mawby. Las dos se encontraban en su casa en ese momento. Vivía en los apartamentos Royal Palms, en el 321 de West Mildred Avenue, West Corvina. Podían probar también con Margie Trawick, en el teléfono Gilbert 8-1136. Era camarera eventual en el Desert Inn y según había oído Outlaw, la noche anterior estaba en el local.
Hallinen anotó la información y salió del Desert Inn tras los demás agentes. En el aparcamiento había un número considerable de miembros del Departamento de Policía de El Monte pendientes de lo que sucedía.
Un segundo grupo estaba apostado en Bryant y Maple a la espera de que apareciesen el ex esposo de la víctima y su hijo.
Eran las seis y media de la tarde y había refrescado. Se hallaban a principios de verano y aún faltaba bastante para que oscureciese.
Varias autorradios empezaron a parlotear a la vez.
El niño y el ex habían vuelto. En aquellos momentos eran trasladados a la comisaría de El Monte en unidades separadas.
Al ex marido de la víctima le faltaba una semana para cumplir los sesenta. Alto y de constitución atlética, parecía controlar sus emociones.
El hijo de la víctima era regordete y de mayor estatura que la mayoría de los niños de su edad, diez años. Estaba nervioso, pero no se lo veía perturbado.
El chico llegó a casa en taxi, solo. Se le informó de la muerte de su madre y encajó la noticia con calma. Dijo a un agente que su padre estaba en la estación de autobuses de El Monte, esperando un vehículo de la compañía Freeway Flyer que lo llevara de regreso a Los Ángeles.
La dotación de un coche patrulla recibió la orden de desplazarse hasta allí para recoger a Armand Ellroy. Padre e hijo no habían estado en contacto desde su despedida en la estación. Ahora, los retenían en habitaciones separadas.
Hallinen y Lawton hablaron primero con el ex marido. Ellroy declaró que llevaba divorciado de la víctima desde 1954 y que aquel fin de semana estaba ejerciendo su derecho a visitar a su hijo, según lo establecido. Había recogido al chico en un taxi a las diez de la mañana del sábado, y no había visto a su ex esposa. Él y el chico tomaron un autobús hasta Los Ángeles, donde vivía. Almorzaron y fueron al Fox-Wilshire Theatre a ver una película titulada Los vikingos. La sesión terminó a las cuatro y media. Después, hicieron unas compras en la tienda de comestibles y regresaron al apartamento. Cenaron, miraron la tele y, entre las diez y las once, se acostaron.
Por la mañana, despertaron tarde. Tomaron un autobús en dirección al centro y almorzaron en la cafetería Clifton. Pasaron varias horas mirando escaparates y regresaron, también en autobús, a El Monte. En la estación, el padre puso al chico en un taxi y se sentó a esperar el autocar que lo devolvería a Los Ángeles. Un policía se acercó a él y le dio la noticia.
Hallinen y Lawton preguntaron a Ellroy qué tal se llevaba con su ex. Respondió que se habían conocido en el 39 y se habían casado en el 40. Se divorciaron en el 54; las cosas salieron mal y terminaron por aborrecerse. Los trámites del divorcio fueron reñidos y plagados de desacuerdos.
Hallinen y Lawton preguntaron a Ellroy por la vida social de su ex esposa. Respondió que Jean era una mujer reservada que se guardaba las cosas para sí. Mentía cuando le convenía, y, en realidad, no tenía los treinta y siete años que declaraba, sino cuarenta y tres. Era promiscua y alcohólica. Su hijo la había sorprendido en la cama con desconocidos en varias ocasiones. Su reciente traslado a El Monte sólo podía deberse a que huía de algún degenerado con el cual salía, o bien a que iba al encuentro de éste. Jean se mostraba reservada acerca de su vida privada porque sabía que él quería demostrar que era una madre incompetente y conseguir con ello la plena custodia de su hijo.
Hallinen y Lawton preguntaron a Ellroy el nombre concreto de los amigos de su ex esposa. Respondió que sólo conocía uno: Hank Hart, un tipo gordo, oficinista, al que le faltaba un pulgar.
Hallinen y Lawton agradecieron a Ellroy su colaboración y se dirigieron hacia una sala de interrogatorio situada al fondo del pasillo. Unos agentes fuera de servicio hacían compañía al hijo de la víctima.
El chico estaba bastante animado. Se mantuvo serio y sereno durante toda la entrevista.
Hallinen y Lawton lo trataron con delicadeza. El muchacho confirmó hasta el menor detalle el relato de su padre sobre el fin de semana. Dijo que sólo conocía el nombre de dos de los hombres con quienes su madre se veía: Hank Hart y un maestro de su escuela llamado Peter Tubiolo.
Eran las nueve de la noche. Ward Hallinen dio un caramelo al chico y lo acompañó por el pasillo a ver a su padre.
Armand Ellroy abrazó a su hijo, que le devolvió el abrazo. Los dos parecían aliviados y extrañamente felices.
Armand Ellroy obtuvo la custodia del chico. Un agente los llevó a la estación de autobuses de El Monte. Tomaron el Freeway Flyer de las 9.30 de regreso a Los Ángeles.
Virg Ervin condujo a Hallinen y a Lawton de vuelta a los apartamentos Royal Palms. Mostraron la fotografía y sometieron a Bert Outlaw y a Myrtle Mawby a la serie de preguntas habituales.
Las dos mujeres reconocieron a la víctima. Las dos afirmaron que no era una habitual del Desert Inn, aunque había estado en el local la noche anterior. Se había sentado con un hombre menudo, de cabello negro liso y rostro delgado. Fueron los últimos clientes en marcharse, a la hora de cerrar, las dos de la madrugada.
Ambas mujeres declararon que nunca habían visto al hombre menudo.
Myrtle Mawby dijo que a quien debían llamar era a Margie Trawick. Margie estaba en el bar antes de que ellas llegasen y quizá pudiera añadir algo. Jack Lawton marcó el número que les había dado Ellis Outlaw. Margie Trawick respondió en el otro extremo de la línea.
Lawton le hizo algunas preguntas preliminares. Margie Trawick fue muy rotunda; en efecto, la noche anterior había visto a una atractiva pelirroja sentada con un grupo de gente. Lawton le dijo que se reuniera con él en la comisaría de El Monte media hora más tarde.
Ervin condujo a Lawton y a Hallinen de vuelta a la comisaría. Margie Trawick estaba esperándolos. Se la veía muy tensa e impaciente por colaborar.
Hallinen le enseñó la fotografía de Jean Ellroy. Margie la identificó al instante.
Ervin salió hacia el Desert Inn para enseñar la foto. Lawton y Hallinen hicieron que Margie Trawick se sintiera cómoda y la dejaron hablar sin interrupción.
Margie dijo que no era empleada del Desert Inn, pero que desde hacía nueve meses ayudaba a servir mesas de vez en cuando. Recientemente había sufrido una intervención quirúrgica y disfrutaba yendo al local, ya que allí se entretenía.
La noche anterior había llegado hacia las 22.10. Se había sentado a una mesa cerca de la barra y había tomado unas copas. La pelirroja había entrado hacia las 22.45 o las once. Iba acompañada de una corpulenta rubia con cola de caballo. Ambas debían de tener unos cuarenta años.
La rubia y la pelirroja se sentaron a una mesa. Enseguida entró un hombre, que por el aspecto debía de ser mexicano, y ayudó a la pelirroja a quitarse el abrigo. Se dirigieron hacia la pista y se pusieron a bailar.
El hombre tendría treinta y cinco o cuarenta años y debía de medir uno setenta y cinco o uno ochenta. Era delgado y tenía el cabello oscuro peinado hacia atrás, con tupé. Su tez era morena. Llevaba traje oscuro y camisa blanca con el cuello abierto.
Parecía conocer a las dos mujeres.
Otro hombre se acercó a Margie y la invitó a bailar. Tenía veinticinco aproximadamente, cabello claro, estatura y constitución medianas. Iba desaliñado y llevaba zapatillas de tenis. Estaba bebido.
Margie declinó la invitación. El borracho se alejó, irritado. Al cabo de un rato, lo vio bailar con la rubia de la coleta.
Otras cosas distrajeron su atención. Se presentó un amigo y decidió dar una vuelta en coche con él. Se marcharon a las once y media. En ese momento el borracho estaba sentado con la rubia, la pelirroja y el mexicano.
Margie no había visto a la pelirroja ni a la rubia hasta esa noche. Tampoco al mexicano. Quizás al borracho; le sonaba de algo.
Lawton y Hallinen dieron las gracias a Margie Trawick y la condujeron de regreso a su casa. La mujer accedió a someterse a un interrogatorio en los días siguientes para corroborar lo expuesto. Era casi medianoche; buena hora para sondear a los habituales de los bares.
Volvieron a pasar por el Desert Inn. Jim Bruton estaba allí, cosiendo a preguntas a los parroquianos. Lawton y Hallinen lo llevaron aparte y le soltaron la historia de Margie Trawick.
Ahora tenían más información útil. Fueron de mesa en mesa, transmitiéndola. Enseguida obtuvieron respuesta.
Alguien pensaba que el borracho tal vez fuese un patán llamado Mike Whittaker; trabajaba en la construcción y vivía en un tugurio de South San Gabriel.
Bruton salió en dirección al coche y mandó por radio una petición al Departamento de Vehículos a Motor del estado de California. La respuesta fue positiva:
Michael John Whittaker, varón, blanco, nacido el 1 de enero de 1934, un metro setenta y cinco de estatura, ochenta y cinco kilos de peso, cabellos castaños, ojos azules, 2.759 South Gladys Street, South San Gabriel.
La dirección correspondía a una pensión de mala muerte. La propietaria era una mujer mexicana llamada Inez Rodríguez. Hallinen, Lawton y Bruton le enseñaron la placa en la puerta. Dijeron que buscaban a Mike Whittaker como posible sospechoso de asesinato.
La mujer dijo que la noche anterior Mike no había regresado. Quizá lo hubiese hecho durante el día y hubiera vuelto a marchar, no lo sabía. El hombre era un gran bebedor. Se pasaba la mayor parte del tiempo en el Melody, en Garvey Boulevard.
Su alusión a las «sospechas de asesinato» espantó a Inez Rodríguez.
Hallinen, Lawton y Bruton fueron al bar Melody. Un hombre que coincidía con la descripción de Mike Whittaker estaba sentado a la barra.
Lo rodearon y le mostraron las placas. El hombre admitió que, en efecto, era Michael Whittaker.
Hallinen dijo que tenían que hacerle algunas preguntas en relación con sus movimientos de la noche anterior. Lawton y Bruton lo registraron, lo esposaron y lo metieron en el coche.
Whittaker se tomó con paciencia el que lo detuvieran.
Lo condujeron a la comisaría de El Monte. Lo arrojaron a una sala de interrogatorio y le apretaron las tuercas.
Whittaker apestaba. Estaba tembloroso y medio borracho.
Reconoció haber ido al Desert Inn la noche anterior. Dijo que buscaba una mujer. Estaba bastante colocado, de modo que algunas cosas quizá no las recordase demasiado bien.
«Dinos qué recuerdas, Michael.»
Recordaba haber ido al bar. Recordaba haber preguntado a una chica si quería bailar y que ella le había rehusado. Recordaba haber conocido a un grupo. El grupo estaba formado por una pelirroja, otra chica y un tipo con pinta de italiano. Nunca los había visto y no sabía cómo se llamaban.
Lawton le soltó que a la pelirroja la habían asesinado. Whittaker reaccionó con sorpresa, aparentemente genuina.
Dijo que había bailado con la pelirroja y con la otra chica. Había propuesto a la pelirroja una cita para el domingo por la noche. Ella había contestado que no y había añadido algo acerca de que su hijo volvía de pasar el fin de semana con su padre. El tipo con aspecto de italiano también bailaba con la pelirroja. No lo hacía nada mal. Dijo llamarse Tommy, o algo así, Michael no estaba seguro.
«Cuéntanos lo que recuerdes, Michael.»
Michael recordó que se había caído de la silla. Michael recordó que se había quedado en el bar más tiempo que el grupo. Michael recordó que los tres se marcharon juntos del local para librarse de él.
Él se quedó en el bar y siguió dándole a la botella. Luego se acercó al Stan's Drive-In para tomar un último bocado. Una patrulla de la Oficina del Sheriff lo detuvo en Valley Boulevard, a unas cuantas manzanas de allí. Lo empapelaron por ebriedad y se lo llevaron a la comisaría de Temple City.
La celda de los borrachos estaba llena, de modo que los agentes lo condujeron a los calabozos del Palacio de Justicia y le hicieron firmar el registro. Unos cabroncetes le robaron los zapatos y los calcetines mientras dormía.
Por la mañana lo soltaron. Regresó a South San Gabriel a pie, descalzo. Casi veinte kilómetros. Era un día muy caluroso. La calzada era áspera y le produjo grandes ampollas en los pies. Una vez en su habitación, cogió un poco de dinero, se puso calcetines y zapatos, y volvió a salir; fue al Melody, donde se acurrucó en un rincón a beber.
Bruton dejó la sala de interrogatorios y llamó a la Oficina del Sheriff de Temple City. Un agente confirmó la historia de Whittaker: el hombre había estado bajo custodia a partir de las 0.30. Tenía una coartada perfecta para la hora probable de la muerte de la víctima.
Bruton regresó a la sala e informó acerca de las novedades. Whittaker se mostró encantado y preguntó si ya podía marcharse a casa.
Bruton le dijo que tenía que hacer una declaración formal en las siguientes cuarenta y ocho horas. Whittaker asintió. Jack Lawton se disculpó por haberlo tratado con rudeza y se ofreció a llevarlo a la pensión en que vivía.
Whittaker aceptó. Lawton lo condujo hasta allí y lo dejó frente a la puerta.
La casera mexicana ya había sacado sus cosas al patio delantero; no quería a ningún jodido sospechoso de asesinato bajo su techo.
Eran las dos y media de la madrugada del lunes 23 de junio de 1958. El caso Jean Ellroy -expediente número Z-483-362 del Servicio de Archivos de la Oficina del Sheriff- acababa de cumplir dieciséis horas de vida.
El valle de San Gabriel era la cola de rata del condado de Los Ángeles, una extensión de casi cincuenta kilómetros de poblaciones rurales que se sucedían hacia el este de la ciudad propiamente dicha.
Los montes de San Gabriel formaban el límite septentrional. La sierra Puente-Montebello cerraba el valle por el sur. Cauces fangosos y vías de ferrocarril atravesaban su centro.
El extremo oriental quedaba ambiguamente indefinido. Cuando la visión mejoraba, era que uno había salido del valle.
El valle de San Gabriel era llano y tenía forma de caja. El flanco montañoso atrapaba la nube de contaminación. Las poblaciones -Alhambra, Industry, Bassett, Puente, Covina, West Covina, Baldwin Park, El Monte, Temple City, Rosemead, San Gabriel, South San Gabriel, Irwindale, Duarte- sólo se distinguían unas de otras por los rótulos del Kiwanis Club.
El valle de San Gabriel era caluroso y húmedo. El viento levantaba de las colinas septentrionales nubes de polvo y piedrecillas que cubrían las aceras y hacían escocer los ojos.
Allí las tierras eran baratas. La topografía llana resultaba ideal para levantar urbanizaciones e incluso para el trazado de una autovía. Cuanto más remota era una zona, más tierras podían comprarse por el mismo dinero. Uno podía cazar mapaches a pocas manzanas de la calle principal sin que nadie se lo recriminase. Podía vallar el patio de su casa y criar cabras y gallinas. Los niños pequeños podían correr por la calle con los pañales sucios.
El valle de San Gabriel era el paraíso de los blancos pobres.
Los exploradores españoles descubrieron el valle en 1769, expulsaron a la población indígena y fundaron una misión cerca del actual cruce de la autopista de Pomona y Rosemead Boulevard. La misión del Santo Arcángel San Gabriel de los Temblores antecedió en diez años al primer núcleo de Los Ángeles.
Los merodeadores mexicanos se adueñaron del valle en 1822. Expulsaron a los españoles y se apropiaron de las tierras de la misión. Estados Unidos y México libraron una breve guerra en 1846. Los mexicanos perdieron California, Nevada, Arizona, Utah y Nuevo México y toda posibilidad de reclamarlos.
El Hombre Blanco tenía negocios en marcha. El valle de San Gabriel disfrutaba de una larga época de bonanza agrícola. Muchos simpatizantes de los confederados se trasladaron al Oeste después de la guerra de Secesión y adquirieron gran parte de las tierras del valle.
El ferrocarril llegó en 1872 y provocó un rápido auge del negocio inmobiliario. La población aumentó en un mil por ciento. Los Ángeles empezó a crecer. El valle sacó provecho de ello.
Los especuladores inmobiliarios convirtieron la región en una serie de pequeños pueblos. A esto siguió un rápido desarrollo urbano, que continuó a lo largo de los años veinte. La población aumentó en progresión geométrica.
Se restringió en todo el valle la construcción de viviendas. Los mexicanos fueron confinados en barrios marginales y poblados de chabolas. A los negros no les estaba permitido caminar por las calles después de la puesta del sol.
Las cosechas de avellana eran enormes. Las de cítricos, también. Las granjas se convirtieron en auténticas máquinas de hacer dinero.
La Depresión puso freno a todo aquello. La Segunda Guerra Mundial lo resucitó. Los soldados repatriados tomaron la costumbre de establecerse en el Oeste. Los promotores inmobiliarios se apresuraron a ponerse al día.
Surgieron lindes y subdivisiones. Los campos de avellanos y los huertos fueron arrasados para dejar espacio a una urbanización tras otra. Los límites de la ciudad se expandieron.
Durante los años cincuenta, el crecimiento de la población se disparó. El sector agrícola entró en declive y florecieron las manufacturas y la industria ligera. La autovía de San Bernardino se extendió desde el centro de Los Ángeles hasta el sur de El Monte. Los automóviles se convirtieron en una necesidad.
Llegó la contaminación. Se levantaron nuevas urbanizaciones. El auge económico dio un nuevo aspecto al valle, pero no alteró en nada su carácter de Salvaje Oeste.
Había refugiados procedentes de las regiones azotadas por la sequía, con sus hijos adolescentes. Había chicanos repeinados con tupé, camisas Sir Guy y pantalones de faena con botones en la bragueta. Los braceros blancos odiaban a los hispanos como los viejos vaqueros aborrecían a los indios.
Había una gran afluencia de hombres jodidos por la Segunda Guerra Mundial y por la guerra de Corea. Había barrios residenciales abarrotados, intercalados con grandes zonas rurales. Se podía andar por el cauce del río Hondo Wash y capturar peces con las manos. Se podía saltar a los establos de ganado de Rosemead, matar un becerro y llevárselo. O cortar allí mismo un buen filete fresco.
Se podía beber. Se podía ir al Aces, al Torch, al Ship's Inn, al Wee Nipee, al Playroom, a Suzanne's, al Kit Kat, a The Hat, al Bonnie Rae o al Jolly Jug. Se podía ver qué ambiente había en el Horseshoe, el Coconino, el Tradewinds, el Desert Inn, el Time-Out, el Jet Room, el Lucky X o el Alibi. El Hollywood East estaba bien. El Big Time, el Off-Beat, el Manger, el Blue Room y el French Basque no estaban mal. Lo mismo podía decirse del Cobra Room, el Lalo's, el Pine-Away, el Melody Room, el Cave, el Sportsman, el Pioneer, el 49-er, el Palms y el Twister.
Se podía ir de copas. Para conocer a alguien. El boom del divorcio de los años cincuenta estaba en su punto álgido. Se podía escoger entre una amplia gama de mujeres bien dispuestas.
En 1958 El Monte era el centro del valle. Los primeros pobladores lo llamaban «el final del ferrocarril de Santa Fe». Era una población de paso y un buen lugar para divertirse. Los vecinos recién instalados la llamaban «la ciudad de las divorciadas». Era un lugar de encuentro y de contacto con una atmósfera más que intensa a Costa Oeste.
La población rondaba en torno a los diez mil habitantes. El noventa por ciento blancos y el diez por ciento mexicanos. La ciudad medía algo más de doce kilómetros cuadrados y la rodeaba una extensión de terrenos sin calificar.
Los sábados por la noche, la población aumentaba. La gente de fuera acudía a rondar los bares de cócteles del valle y de Garvey. En el Legion Stadium de El Monte actuaba Cliffie Stone y Hometown Jamboree, retransmitido en directo por KLTA-TV.
El público llevaba indumentaria vaquera: los hombres, sombrero tejano y pantalones acampanados; las mujeres, faldas almidonadas. El Stadium ofrecía bailes italianos con el grupo de Cliffie en sábados alternos. Con regularidad, hispanos y blancos pobres se aporreaban mutuamente en el aparcamiento.
La autovía de San Bernardino atravesaba El Monte. Los conductores salían de ella y tomaban Valley Boulevard hacia el este. Se detenían a comer en el Stan's Drive-In y en el Hula-Hut. Se detenían a beber en el Desert Inn, el Playroom y el Horseshoe. Valley era la avenida principal el sábado por la noche. Los conductores que se dirigían al este terminaban perdiendo el tiempo allí, tanto si habían pensado hacerlo como si no.
La zona de bares concurridos terminaba en Five Points, en el cruce de Valley con Garvey. Stan's y el Playroom se hallaban en la privilegiada esquina nordeste. El gran mercado agrícola Crawford's quedaba al otro lado de la calle. En el cruce se amontonaba una decena de restaurantes y pequeños locales de comidas.
Al norte, al sur y al oeste de allí se extendía la parte residencial de El Monte. Las casas eran pequeñas y construidas en dos estilos: falso rancho y cubo de estuco. Los mexicanos quedaban aislados en una calle llamada Medina Court, y en Hicks Camp, una zona de chabolas.
Medina Court tenía tres manzanas de longitud. Allí, las casas eran de ladrillo de cenizas y tablones. Hicks Camp quedaba justo enfrente de las vías del Pacific-Electric. Allí, las casas tenían el suelo sucio y se levantaban con listones de madera arrancados de viejas furgonetas.
La película Carmen Jones fue filmada en Hicks Camp en 1954. Un gueto de hispanos pasó a ser un gueto de negros. Los encargados de los decorados no tuvieron que cambiar un solo detalle.
Medina Court y Hicks Camp estaban llenos de borrachos y toxicómanos. Una de las formas de asesinato que se practicaba en Hicks Camp consistía en emborrachar a la víctima y tumbarla sobre los raíles para que algún tren de carga la decapitase.
El Departamento de Policía de El Monte se encargaba de las llamadas a las patrullas y de investigar toda clase de delito que no incluyese el asesinato. La nómina constaba de veintiséis agentes, una matrona y un vigilante de parquímetros. El departamento tenía fama de estar relativamente limpio. Los comerciantes de la zona mantenían bien cebados a los muchachos con productos alimenticios y licores. Los agentes de El Monte siempre iban de compras uniformados.
Los hombres patrullaban en solitario en sus coches. El ambiente de trabajo era amistoso: capitanes y tenientes bebían con viejos agentes de uniforme sin galones. El de policía era un trabajo vocacional: uno podía dedicarse a ayudar a la gente, o a dar palizas a los inmigrantes ilegales o a tutelar a un montón de chicas de la calle, según la inclinación de cada cual.
Todos llevaban uniforme caqui completo y conducían sendos Ford Interceptator del 56. Recuperaban coches para los vendedores locales y se quejaban al sheriff por cualquier nadería. La mitad de los agentes se habían alistado bajo un sistema de patrocinio. La otra mitad procedía de la administración.
El Departamento de Policía cedía los casos de asesinato a la Brigada de Homicidios de la Oficina del Sheriff. Para ser una población de paso y a la que la gente iba a divertirse, había muy pocos muertos.
El 30 de marzo de 1953 dos mujeres con pinta de lesbianas mataron en El Monte a un pintor de paredes llamado Lincoln F. Eddy.
Eddy y Dorothea Johnson pasaron ese día bebiendo en varios bares de El Monte. Avanzada la tarde, fueron a la casa de Eddy, quien obligó a la señorita Johnson a hacerle una mamada. Ella regresó a su propia casa y trató el asunto con su compañera de cuarto, la señorita Viola Gale. Las mujeres consiguieron un rifle y volvieron a donde vivía Eddy.
Mataron a tiros a Lincoln Eddy. Dos chicos que jugaban a catch en la calle las vieron entrar y salir. La mañana siguiente, fueron detenidas. Juzgadas y declaradas culpables, se las sentenció a largas penas de cárcel.
El 17 de marzo de 1956, el señor Walter H. Depew embistió con su coche la pared delantera del bar Ray's Inn, en Valley Boulevard. A causa de ello dos hombres resultaron muertos. El automóvil del señor Depew abrió un boquete de cinco metros en la pared delantera y otro de seis en la trasera. Varios parroquianos más sufrieron heridas de gravedad.
El señor Depew había estado bebiendo en Ray's Inn ese mismo día. Su mujer trabajaba de camarera en el local. Horas antes del incidente el señor Depew había tenido una discusión con el propietario, quien acabó por echarlo.
El señor Depew fue detenido de inmediato. Juzgado y condenado, cumplió una breve pena de cárcel.
La Brigada de Homicidios de la Oficina del Sheriff se encargó de ambos casos. Los tres últimos asesinatos de El Monte se habían resuelto en tiempo récord.
Con el caso de Jean Ellroy no parecía que fuera a ocurrir lo mismo.
El Times, el Express y el Mirror le dedicaron un espacio en la página veintidós. El telediario de la televisión local, apenas cinco segundos.
El caso de la pelirroja no tuvo ninguna repercusión. La auténtica noticia era el asesinato de Johnny Stompanato. La hija de Lana Turner se había cargado a Johnny en abril. La historia todavía era noticia caliente.
El Mirror publicaba una foto de la sonriente pelirroja. El Times publicaba una del niño instantes después de que los policías le contasen lo sucedido. Jean Ellroy era la duodécima víctima de asesinato en el condado en 1958.
Armand Ellroy bajó a la oficina del forense a primera hora de la mañana del lunes. Identificó el cuerpo y firmó un impreso del código de Sanidad y Seguridad para entregarlo al depósito de cadáveres de Utter-McKinley. El doctor Gerald K. Ridge llevó a cabo la autopsia: expediente del forense número 35.339 del 23/6/58.
El médico atribuyó la causa de la muerte a «asfixia debido a estrangulamiento con ligaduras». En su informe señaló la presencia de una «doble atadura totalmente oclusiva» alrededor del cuello de la víctima. Mencionó que la víctima estaba en su período menstrual. El frotis en busca de espermatozoides dio positivo. Encontró un tampón en el fondo del conducto vaginal.
Tomó nota de la «ausencia quirúrgica» del pezón derecho de la víctima. Hizo un diagrama de los arañazos que aparecían en caderas y rodillas y de las escoriaciones en la cara interna de los muslos. Describió el cuerpo como el de una «mujer blanca bien desarrollada y nutrida, sin embalsamar». Las observaciones sobre el examen externo se ceñían directamente a los dos garrotes:
Se advierte una ligadura doble en torno al cuello, apretada con fuerza, que ocluye los conductos y produce profundos surcos en los tejidos blandos. La ligadura se compone de un cordón similar a los usados para tender la ropa. Al parecer, fue el primero en ser colocado alrededor del cuello y en ser atado firmemente en la zona posterior izquierda. Los extremos del cordón están sueltos; uno es sumamente corto y tal vez se haya roto al hacer el nudo, mientras que el otro tiene una longitud regular y se extiende por debajo. Situada sobre esta primera ligadura hay una media de nailon firmemente apretada, cuyo nudo también se localiza en la zona lateral posterior izquierda del cuello. En ese punto, la media de nailon cubre el extremo más largo del cordón. Presenta dos ataduras; la primera, el habitual medio nudo, y, la segunda, un lazo muy estrecho por debajo de un nudo corredizo parcial.
El doctor Ridge deshizo las ligaduras y anotó que en torno al cuello se veía un «surco profundo y pálido». Rasuró a la víctima hasta dejarla calva por completo, y describió los tejidos de la cabeza como «sumamente cianóticos y bañados en una decoloración púrpura amoratado». Cortó en semicírculo el cuero cabelludo y retiró los colgajos. Anotó once heridas y las catalogó de «profundas equimosis craneales de color encarnado intenso».
A continuación serró la tapa craneal y examinó el tejido cerebral de la víctima. Lo pesó y no encontró «indicios de lesiones u otras anormalidades intrínsecas». Abrió el estómago de la víctima y encontró frijoles enteros, hebras de carne, una sustancia anaranjada que tal vez correspondiese a zanahorias y otra amarillenta y pastosa que parecía queso.
Examinó el resto del cuerpo y no encontró más indicios de traumatismos. Tomó una muestra de sangre para efectuar análisis químicos y extrajo partes de los órganos destinados a posibles observaciones al microscopio.
Extrajo partículas de comida del estómago para estudiarlas. Congeló la muestra de espermatozoides a fin de conservarla y averiguar su grupo sanguíneo.
Un toxicólogo tomó otra muestra de sangre y analizó el contenido en alcohol. La lectura era baja: 0,8 por 1.000.
Un químico forense llevó a cabo una exploración del cuerpo. Bajo la uña del dedo corazón derecho de la víctima encontró unas pequeñas fibras blancas, pertenecientes, al parecer, a una moqueta, y las guardó en una bolsa para pruebas. Cogió las dos ligaduras, el vestido de la víctima, la media derecha y el sujetador y los llevó al Laboratorio de Criminología de la Oficina del Sheriff. Anotó que el cordón con que se había procedido al estrangulamiento, extendido, medía casi medio metro; sin embargo, se había apretado hasta menos de diez centímetros en torno al cuello de la víctima.
El doctor Ridge llamó a Ward Hallinen y le hizo un resumen de sus hallazgos. Confirmó que la causa de la muerte había sido la asfixia y añadió que la víctima había recibido al menos seis golpes en la cabeza. Quizás estuviera inconsciente en el momento de ser estrangulada. Había mantenido relaciones sexuales hacía poco. Era probable que hubiese tomado una cena completa un par de horas antes de producirse el deceso. Presumiblemente, se trataba de comida mexicana, pues en el estómago se hallaron frijoles, y restos de carne y queso parcialmente digeridos.
Hallinen anotó la información y llamó a la Oficina del Sheriff. Expuso el caso al teniente de guardia y pidió dos hombres para que se ocuparan de investigar en bares y restaurantes de la zona de El Monte-Rosemead-Temple City. El teniente contestó que ya había enviado a Bill Vickers y a Frank Godfrey. Hallinen dijo que debían considerar tres cosas:
La víctima había tomado comida mexicana el sábado por la noche o en la madrugada del domingo. Quizás hubiese salido con un hombre mexicano o hispano de rasgos caucásicos, cuyo nombre tal vez fuera Tommy. La víctima era pelirroja; probablemente, ninguno de los dos hubiese pasado inadvertido.
El teniente prometió que daría prioridad al caso. Hallinen dijo que haría averiguaciones personalmente.
Lawton y Hallinen se encontraron en la comisaría de El Monte. Luego, por separado, comenzaron la pesquisa por diversos locales.
Jim Bruton formó equipo con el capitán Al Etzel. Se acercaron en coche al 700 de Bryant e interrogaron de nuevo a George y a Anna May Krycki. La señora Krycki reiteró que Jean no bebía ni salía con hombres. Declaró que Jean había contestado a un anuncio en un periódico y había alquilado la casita sin pensárselo dos veces. Le había gustado el jardín vallado y el tupido follaje. El lugar, observó, parecía seguro para ella. Los Krycki tenían la corazonada de que aquella mujer se ocultaba de algo o de alguien.
Jean no tenía teléfono. Para llamadas locales utilizaba el de los Krycki, y hacía las demás desde el trabajo. Los Krycki recibían pocas para ella y todas estaban estrictamente relacionadas con su actividad laboral.
Bruton preguntó a la señora Krycki si tenía más fotos de Jean. La mujer le entregó seis instantáneas Kodachrome. Etzel le pidió que los acompañara a registrar el bungaló. Necesitaban efectuar un inventario de las cosas de Jean y determinar qué zapatos y qué bolso llevaba el sábado por la noche.
La señora Krycki fue con Bruton y Etzel a la casita y examinó con ellos las pertenencias de la víctima. Del bolso no supo decir nada, pero indicó que faltaban unos zapatos de plástico de tacón alto y color claro.
Bruton y Etzel regresaron a la comisaría de El Monte y dejaron allí las fotografías para que las reprodujeran.
Hallinen se reunió con Lawton.
Sus respectivas pesquisas por diversos locales habían resultado infructuosas. Habían entrado en numerosos bares y clubes nocturnos, pero nadie recordaba haber visto a una pelirroja en compañía de un hombre moreno el sábado por la noche.
Fueron en coche a la empresa donde trabajaba Jean, Airtek Dynamics. Quedaba justo al sur del centro urbano de Los Ángeles y era un gran edificio de seis plantas. La jefa de personal se llamaba Ruth Schienle.
La mujer estaba al corriente de la muerte. Dijo que en la empresa nadie hablaba de otra cosa. Declaró ser amiga de Jean, quien estaba considerada una buena empleada.
Airtek era una división de la Packmeyr Gun Company, que fabricaba marcos de ventanillas para aviones militares. El puesto de Jean era de enfermera. Había sido contratada en septiembre del año 1956.
La señora Schienle añadió que sabía muy poco de la vida privada de Jean. Hallinen y Lawton insistieron sobre el tema.
La mujer dijo que Jean tenía muy pocos amigos íntimos. No se trataba de una persona demasiado sociable y sólo bebía esporádicamente. Sus amistades eran, sobre todo, parejas mayores que ella, y se remontaban a su época de casada.
Hallinen y Lawton describieron a la rubia y al hombre moreno. La señora Schienle dijo que no le parecían gente de Airtek ni le recordaban a ninguno de los amigos de que Jean le había hablado. El nombre de Tommy no le sugirió nada.
Hallinen y Lawton le dejaron una tarjeta y dijeron que se mantendrían en contacto. Le pidieron que llamase si se enteraba de algo sospechoso.
La señora Schienle les aseguró que colaboraría. Hallinen y Lawton regresaron a El Monte.
El Destacamento Metropolitano era una unidad cuya única función consistía en echar una mano a la Brigada de Detectives de la Central cuando se presentaba una investigación importante. Los agentes adscritos a ella iban de paisano y eran expertos en recoger información.
Frank Godfrey empezó a dedicarse al caso Ellroy el lunes por la tarde. Bill Vickers tenía previsto hacerlo muy pronto.
Godfrey fue de local en local con una foto de la víctima. Preguntó a camareros y dueños de restaurantes y bares. Mencionó a la pelirroja, a la rubia y al hombre moreno cuyo nombre tal vez fuese Tommy. Dijo que la pelirroja había pedido comida mexicana: enchilada con queso.
Entró en el Staat's Cafe, en la esquina de Meeker y Valley. Una camarera comentó que la pelirroja le resultaba familiar. Dijo que el sábado por la noche había entrado un grupo de cuatro y habían pedido enchiladas con queso. Pearl Pendelton había atendido la mesa.
Pearl tenía el día libre. Godfrey pidió su teléfono al dueño y la llamó. Pearl escuchó sus preguntas y declaró que ninguno de sus clientes del sábado por la noche respondía a la descripción que Godfrey le daba.
Godfrey se dirigió a continuación al Rick's Drive-In, en Rosemead con Las Tunas. No encontró a nadie que hubiese trabajado el sábado por la noche. El encargado no estaba en el local.
Una de las chicas que llevaban los pedidos a los coches le dio algunos nombres: Marlene, Kathy, Kitty Johnson y Sue, la cajera. Todas ellas trabajaban la noche del sábado al domingo, y su siguiente turno era el miércoles.
Godfrey cruzó la calle y preguntó en el Clock Drive-In. El encargado le dijo que ningún miembro del personal de servicio en aquel momento estaba de turno el sábado por la noche. Repasó su listado de asistencias y soltó algunos nombres y números: dos chicas del comedor, una camarera, una cajera y cuatro repartidoras de pedidos.
Godfrey se dio una vuelta por el Five Points y por el Stan's Drive-In. El encargado de éste le informó de que todas las chicas del turno del sábado por la noche tenían el día libre. Godfrey anotó los nombres y las señas:
Eve McKinley: ED3-6733; Ellen Nicky Nichols: ED3-6442; Lavonne Pinky Chambers: ED7-6686.
Eran las cuatro de la tarde. Godfrey tomó hacia el sur por Garvey y se detuvo en el Melody Room.
El propietario se presentó a sí mismo como Clyde. Escuchó las preguntas de Godfrey y le sugirió que contactara con Bernie Snyder, el encargado del turno de noche. Los domingos, Bernie cerraba el local a las dos de la madrugada. «Llame a Bernie y hable con él.»
Un cliente que oyó la conversación se acercó y dijo que él estaba allí el domingo por la mañana y que había visto a una rubia de coleta acurrucada con un tipo de cabello oscuro. El tipo tenía entre treinta y treinta y cinco. Tanto a la mujer de coleta como al hombre se los veía muy nerviosos.
Clyde explicó que la descripción de la rubia coincidía con la de una cliente habitual, una tal Jo, que trabajaba en Dun & Bradstreet, en Los Ángeles. Calificó a la mujer de «parásito». El hombre de cabellos oscuros no le sonaba de nada.
Godfrey anotó el nombre y el número de teléfono del cliente. Clyde insistió en que hablase con Bernie Snyder. Bernie tenía una memoria fenomenal cuando de caras se trataba.
Godfrey le telefoneó desde el bar. Atendió la mujer de Bernie. Dijo que su marido no estaría de regreso hasta las cinco y media y que llamase otra vez a partir de esa hora.
Eran las cuatro y media de la tarde. La mayor parte de locales nocturnos no abría hasta las seis o las siete. Godfrey tenía una larga lista de llamadas por hacer.
El Desert Inn era un tugurio de blancos pobres. Anteriormente el local había tenido otros nombres, como The Jungle Room y Chet's Rendevouz. Myrtle Mawby lo había comprado para su hermano pequeño, Ellis Outlaw, quien lo había rebautizado como Outlaw Hideout.
Ellis siempre andaba metido en problemas con la policía y con el jodido Servicio de Inspección Fiscal. Los federales le cerraron el local por defraudar a sus empleados quedándose con parte de su dinero; después, le permitieron que volviese a abrir para de ese modo satisfacer la deuda. En el 55, Ellis le había roto la crisma a Al Manganiello con una botella y se había librado por los pelos de pasar una temporada a la sombra. En resumidas cuentas, era incapaz de convertir el Hideout en un negocio rentable.
Se lo vendió a Chet Williamson, quien le cambió el nombre por Desert Inn y dejó que Ellis lo llevara.
Ellis procedía de una familia de taberneros. Su hermana, Myrtle, le había pegado un tiro en la oreja a su marido en cierta ocasión, y en el acuerdo de divorcio que siguió logró quedarse con dos bares.
Ellis era propietario de los bungalós situados detrás del aparcamiento del Desert Inn. Su socio, Al Manganiello, le alquiló uno de ellos. Ellis llevaba un pequeño negocio de apuestas aparte del bar. Apostaba en todas las carreras de Hollywood Park y de Santa Anita.
En mayo de 1957 Ellis fue detenido por conducir en estado de ebriedad. Dos agentes de El Monte declararon que había intentado sobornarlos: buena pasta si se olvidaban de dar parte a sus superiores. Un par de compinches de Ellis les ofrecieron más dinero para convencerlos.
La proposición de soborno era una acusación relativamente escandalosa, y en una población pequeña como aquélla el asunto creció hasta estar en la boca de todos.
Ellis fue condenado por conducir borracho. Las diversas apelaciones lo mantuvieron fuera de la cárcel durante más de un año. En cuanto a las acusaciones de intento de soborno, Ellis y sus compinches salieron bien librados.
El 19 de junio se agotaron todas las instancias. Un juez confirmó la condena y ordenó que el 27 del mismo mes Ellis se presentara para oír el fallo.
El Desert Inn era un venerable reducto de blancos, y de mucha clase para lo habitual en El Monte.
Spade Cooley tocaba allí cada vez que se presentaba en la televisión local. Los Ink Spots, o lo que quedaba de ellos, habían actuado allí después de hacerlo en Las Vegas.
Los clientes negros eran ahuyentados enérgicamente. Los hispanos recibían una acogida no exenta de recelo, siempre que acudiesen en grupos reducidos.
El Desert Inn era un buen lugar para beber y buscar compañía. El Desert Inn era seguro y civilizado para lo habitual en El Monte en 1958.
Jim Bruton se reunió con Hallinen y Lawton en el bar. Eran las seis y media de la tarde.
Pidieron a Al Manganiello el libro de huéspedes del Desert Inn. Al les enseñó un registro lleno de nombres y direcciones. Los agentes lo repasaron y descubrieron que había dos Tom.
Tom Downey: Azusa Canyon Road, 4.817, Baldwin Park. Tom Baker: North Larry Street, 5.013, Baldwin Park.
Al dijo que no conocía a Tom Baker. Tom Downey correspondía mejor a la descripción: un tipo de cabellos oscuros lisos, como el que al parecer había bailado con la pelirroja.
Hallinen, Lawton y Bruton se presentaron en casa de Downey. Una mujer salió a la puerta y se identificó como la señora Downey.
Explicó que Tom aún estaba en el trabajo. Era vendedor de El Monte Motors, un concesionario Ford. Llegaría en pocos minutos.
Le dijeron que volverían más tarde y vigilaron la casa desde el coche de Bruton. Los «pocos minutos» se prolongaron nueve horas y media. A las cinco de la madrugada, decidieron abandonar la vigilancia. Bruton llamó por radio a la comisaría y dijo que enviaran una unidad para relevarlos.
Los agentes de la unidad de relevo vigilaron la casa de Downey. Tom apareció cuando llevaban veinte minutos de guardia. Lo detuvieron. Llamaron por radio a la centralita de El Monte y dijeron al agente de guardia que avisara al capitán Bruton.
Tom Downey estaba furioso y desconcertado. Los agentes lo condujeron a la comisaría de El Monte y lo encerraron en una sala de interrogatorios.
Jim Bruton entró en la habitación. Su primera impresión de Tom Downey fue: «Este tipo es demasiado grueso para ser nuestro sospechoso.»
Bruton lo interrogó. Downey dijo que había ido de putas… y que estaba cansado. Bruton le preguntó qué había hecho el sábado por la noche.
Downey respondió que había pasado dos veces por el Desert Inn. La primera, entre las ocho y las nueve. Se había sentado a la mesa con Ben Grissman y otro tipo, mientras éstos cenaban.
Cuando Ben y el otro tipo se marcharon él todavía se quedó unos diez minutos más. Luego entró en varios locales, regresó al Desert Inn y tomó un par de copas. Pagó al barman con un billete de veinte dólares y se marchó justo antes de medianoche. Después, en otro bar, se encontró con un amigo y decidieron ir a cenar a un restaurante de Covina, un asador que servía comidas hasta muy tarde.
Bruton describió a la víctima, a la rubia y al hombre moreno y los situó en el Desert Inn aproximadamente a las horas en que Lowney había visitado el local. Downey declaró que no había visto a nadie parecido.
Bruton anotó «Ben Grissman» y consiguió el nombre del otro tipo. Le dijo a Downey que alguno de los hombres del sheriff tal vez quisiera hablar con él.
Downey le aseguró que colaboraría. Bruton lo envió a su casa en un coche patrulla.
El martes por la mañana llegó a la comisaría de El Monte una carta. Estaba redactada en el dorso de un comprobante de depósito bancario y de una ficha de control de asistencia de empleados.
Al jefe de Policía de El Monte
23 de junio de 1958
Apreciado señor:
En relación con su último caso de asesinato con violación (del cual he tenido noticia en los periódicos de hoy), le sugiero que interrogue a E. Ponce, un reparador de televisores que trabaja en Dorn's y vive en Monterrey Park. Esto queda bastante cerca de El Monte y mi esposa lo acusa de violarla en abril del año pasado, en mi casa. En esa ocasión, el hombre también la amenazó a ella y al resto de la familia. En este momento el asunto está en manos de abogados. Ese hombre es un mexicano alto y delgado, con un acento muy pronunciado. Haga que responda por sus actos y/o por cualesquiera otros similares.
Pregunte a Ponce si conocía a la enfermera violada y asesinada. Averigüe si ella compró alguna vez un televisor o tuvo cualquier otro trato con Dorn's y si Ponce le había reparado alguna vez un aparato, del tipo que fuese. Haga que le explique sus movimientos la noche del crimen. Con pruebas. Pídame que lo identifique, como si yo lo hubiera visto con esa mujer. Déjeme echarle una ojeada.
La carta venía firmada por Lester A. Eby, Cires Avenue, 17.152, Fontana, California. La secretaria del jefe de Policía llamó a Información y pidió el número de teléfono correspondiente a esa dirección. VA2-7814. Lo anotó al pie de la ficha de control de asistencia y llamó otra vez a Información.
Pidió la lista de los «E. Ponce» de Monterey Park. La telefonista le dio el único que había: Emil Ponce, East Fernfield Drive, 320, PA1-3047. La secretaria del jefe anotó la información debajo del nombre del informante y puso la carta en la bandeja de correspondencia del capitán Bruton.
Ruth Schienle telefoneó a la Brigada de Homicidios de la Oficina del Sheriff el martes por la mañana. Dejó un mensaje detallado para Ward Hallinen y Jack Lawton. El hombre que atendió la llamada lo anotó en el dorso de una hoja de teletipo.
La señorita Schienle informa que Henry Kurtz, Irving Pl., 4.144, Culver City, EN-85888, no se presentó a trabajar anoche y ha avisado que tampoco irá hoy (24/6/58). Henry F. Kurtz, varón blanco, 39 a 42, 1,75 m, cabello castaño.
Luego dejó la nota en la bandeja de correspondencia de Jack Lawton.
Jim Bruton telefoneó a Frank Godfrey el martes por la mañana. Le dijo que se acercara a Brea y hablara con una chica mexicana de nombre Carmen Contreras. Habían tenido noticia de que conocía a un cliente del Desert Inn llamado Tommy. La chica vivía en el 248 de South Poplar.
Godfrey se trasladó al condado de Orange y buscó la dirección. La madre de Carmen lo envió al lugar donde ésta trabajaba, la Beckman Instrument Company.
Godfrey habló con Carmen, quien le dijo que, en efecto, conocía a un hombre llamado Tommy, pero que no sabía el apellido. Era de raza caucásica, de entre treinta y cuarenta años y aproximadamente un metro ochenta de estatura. Su tez era morena, y tenía los ojos castaños y el cabello oscuro y rizado.
A Carmen le parecía que vivía en Baldwin Park. Estaba casado, pero tramitando el divorcio. Conducía un Mercury cupé del 57, rosa y blanco. Le había contado que antes tenía un Oldsmobile del 52. Trabajaba en Temple City para una empresa de instalación de suelos. Frecuentaba el Ivanhoe, de Temple City, y el Desert Inn, de El Monte. Le gustaba sentarse a la barra o ir de mesa en mesa. Un par de veces la había llevado a un local italiano en el Valley. Hacía cierto tiempo que no lo veía.
Godfrey le dio una tarjeta y le pidió que se pusiese en contacto con él si recordaba o averiguaba el apellido de Tommy. Carmen le aseguró que lo haría.
Godfrey llamó a Jim Bruton y le resumió la entrevista. Bruton dijo que iría a preguntar al Ivanhoe.
Un comunicante anónimo telefoneó a la Oficina del Sheriff de Temple City el martes por la mañana. Dijo que un tal Johnny podía ser el que había estrangulado a la enfermera.
El comunicante añadió que Johnny iba a menudo al Desert Inn, conducía un Oldsmobile Holiday rosado y blanco y se consideraba un «mujeriego». Era blanco, de entre treinta y treinta y cinco años, medía casi un metro ochenta de estatura y era de constitución mediana. Tenía una ex novia llamada Patricia Fields.
El sargento de guardia transmitió la información a Bill Vickers. Vickers encontró el número de Patricia Fields en el listín telefónico y la llamó.
La señorita Fields le dijo que Johnny llevaba desde diciembre en el extranjero, por asuntos de trabajo. Se comunicaban por carta. Vickers le preguntó si podía demostrarlo. La señorita Fields le dijo que llamara a Peggy Narucore. El teléfono era GI3-2638.
Vickers llamó. Peggy Narucore confirmó lo que había contado la señorita Fields.
Era media tarde.
Frank Godfrey y Bill Vickers seguían preguntando en bares y restaurantes. Ward Hallinen y Jack Lawton volvían a interrogar al ex marido de la víctima y a su hijo.
El apartamento era pequeño y caluroso. Estaban sentados en torno a una pequeña mesa de cocina.
Armand Ellroy mencionó que el funeral se celebraría la semana siguiente. El entierro y el servicio religioso tendrían lugar en el cementerio de Inglewood. La hermana de Jean y su marido llegarían en avión desde Madison, Wisconsin. El lunes, llevaría al chico a la casa de El Monte para que recogiese sus cosas.
Hallinen y Lawton hicieron algunas preguntas al chico.
«¿Tu madre conocía a una mujer rubia que solía usar coleta? ¿La viste alguna vez con un hombre mexicano o con un blanco de piel morena? ¿Había hecho amistades en el trabajo? ¿Había hecho amistades desde que os instalasteis en El Monte? ¿Por qué decidió trasladarse a El Monte?»
El chico respondió que su madre mentía sobre los motivos por los que se habían mudado. Según ella, quería que él viviese en una casa, no en un apartamento. Pero el chico estaba seguro de que mentía.
A él le gustaba Santa Mónica. El Monte le infundía miedo. No entendía por qué se habían trasladado tan lejos.
No conocía a ninguna rubia. No conocía a ningún tipo mexicano ni a ningún blanco de piel morena. No conocía a los amigos o amigas de su madre en el trabajo. Ya les había hablado de Hank Hart y de Peter Tubiolo. La señora Krycki era amiga de su madre, de eso estaba seguro.
Lawton le preguntó si su madre era dada a la bebida.
El chico respondió que bebía grandes cantidades de bourbon Early Times.
Jim Bruton recibió una llamada el martes por la mañana. La Oficina del Sheriff de Temple le enviaba una información: Tommy acababa de aparecer por el Ivanhoe.
Bruton dispuso que un coche de la Oficina del Sheriff lo trasladara a la comisaría de El Monte. Preparó una sala de interrogatorios con un falso espejo y llamó a Myrtle Mawby, quien accedió a acudir para ver al sospechoso.
Dos agentes llevaron a Tommy. Se trataba del Tom Baker del libro de huéspedes del Desert Inn. Bruton le preguntó qué había hecho y dónde había estado el sábado por la noche.
Baker respondió que había ido al hipódromo de Hollywood Park. Se había quedado hasta la séptima carrera y luego había ido a un restaurante situado en Florence y Rosemead. Tomó una hamburguesa y volvió a su casa, en Baldwin Park. Pasó el resto de la velada mirando televisión con su casero y con el hijo de éste. El sábado por la noche no pisó el Desert Inn.
Myrtle Mawby observó a Tom Baker y dijo a Bruton que no era el hombre que había visto con la pelirroja.
Soltaron a Tom Baker. Un coche patrulla lo condujo de regreso al Ivanhoe.
Eran las ocho de la noche.
Vickers y Godfrey estaban en Temple visitando a camareras y encargados. Hallinen y Lawton hicieron varias llamadas desde la comisaría de El Monte.
Intentaban localizar a Margie Trawick y a Mike Whittaker.
Era preciso que hiciesen una declaración formal esa misma noche.
Encontraron a Margie en casa de sus padres. Dieron con Mike en el Melody Room y le dijeron que mandarían un coche a buscarlo. Luego, pidieron a un taquígrafo de la Oficina del Sheriff que acudiese a la comisaría. El sargento de guardia los interrumpió para informarles de que acababa de llegar una pista: una camarera de Stan's Drive-In quizás hubiese visto algo el sábado por la noche.
Lavonne Chambers llevaba un uniforme rojo y oro. Hallinen y Lawton se entrevistaron con ella en el pequeño despacho del gerente.
El Stan's Drive-In era circular y moderno, a tono con la era espacial. Una espiral de neón asomaba del techo. El aparcamiento trasero era enorme. Los coches podían formar de tres en fondo y sus ocupantes hacer parpadear las luces para que los atendieran.
Lavonne dijo que había oído la noticia por la radio. Se había pasado un día entero dándole vueltas al asunto y, finalmente, le había contado a su jefe de turno lo que sabía. El hombre había llamado a la Oficina del Sheriff en su nombre.
Hallinen y Lawton trataron con tacto a la muchacha. Lavonne e relajó y les contó la historia.
Había reconocido a la mujer por la descripción que dieron en la radio. Recordaba a la pelirroja; tanto el vestido como el anillo de la perla. Estaba segura de haber servido dos veces a la mujer y a su acompañante: el sábado por la noche y el domingo de madrugada.
Llegaron poco después de las diez. La mujer pidió un bocadillo caliente de queso; el hombre, café. Conducía él. El coche era un sedán Oldsmobile del 55 o del 56, de dos tonos de verde; el más claro, probablemente, en la parte superior. El hombre era muy delgado, debía de tener entre treinta y cinco y cuarenta años, y llevaba el cabello negro peinado hacia atrás. Parecía descendiente de griegos o italianos.
La mujer actuaba con despreocupación. Quizás estuviese un poco ebria. El hombre se mostró aburrido y reservado.
Terminaron su consumición y se marcharon. Regresaron entre las dos y las tres menos cuarto de la madrugada y aparcaron otra vez delante de uno de los mostradores que atendía la muchacha.
La pelirroja pidió enchilada con frijoles. El hombre, café. Ella seguía achispada. El se mantenía reservado y con expresión de aburrimiento. Cenaron, pagaron y se marcharon.
Hallinen y Lawton le mostraron el gabán de la víctima, cubierto ahora de etiquetas de los forenses. Lavonne Chambers identificó el forro de inmediato. Con la misma rapidez, identificó a la víctima en la foto. Accedió a realizar una declaración formal al día siguiente, pero si ésta se llevaba a cabo en su casa. No podía dejar solos a sus hijos.
Hallinen y Lawton establecieron una cita con ella para las tres y media de la tarde. Lavonne continuó hablando de la pelirroja sin parar: que si era tan guapa, que si parecía tan agradable…
La declaración formal de Mike Whittaker fue un verdadero lío. Seguía insistiendo en que estaba borracho. Confundía a la víctima pelirroja de cuarenta y tres años con una morena de veintipocos. Llamaba mexicana a la rubia de la coleta.
El relato de los hechos era vago y lleno de zonas oscuras. Contradecía continuamente su declaración del sábado por la noche. Su único marco de referencia cronológico era el momento en que había caído de la silla. La entrevista terminó a las 21.35 horas.
Mike Whittaker dejó la sala. Margie Trawick entró en ella.
DECLARACIÓN DE MARGIE TRAWICK, TOMADA EN EL DEPARTAMENTO DE POLICÍA DE EL MONTE, EAST VALLEY BOULEVARD, 505, EL MONTE. PRESENTES: SARGENTO W.E. HALLINEN, SARGENTO J.G. LAWTON. 21.41 HORAS, 24 DE JUNIO DE 1958. PARA EL EXPEDIENTE N.° Z-483-362. TRANSCRITA POR DORA A. BRITTON, TAQUÍGRAFA OFICIAL.
POR EL SARGENTO HALLINEN:
P. ¿Su nombre completo?
R. Margie Trawick.
P. ¿Su segundo nombre, por favor?
R. Lucille.
P. ¿Se la conoce en alguna parte por otro apellido?
R. De soltera, me llamaba Phillips.
P. ¿Dónde vive?
R. En el 413 de Court Adair, El Monte.
P. ¿Tiene teléfono?
R. Gilbert, 8-1336.
P. ¿Puedo preguntarle cuál es su edad?
R. Hace una semana, el sábado 14 de junio, cumplí treinta y seis.
P. ¿Con quién vive en esa dirección?
R. Con mis padres, el señor F.W. Phillips y señora.
P. ¿Trabaja en este momento?
R. En este momento, no. Pero tengo empleo. Ahora mismo, estoy de baja por enfermedad.
P. ¿Dónde trabaja?
R. En Tubesales, unos almacenes en el 2.211 de Tubeway Avenue, Los Ángeles 22.
P. ¿Tenía experiencia anterior como camarera?
R. Sí. Trabajé en el Desert Inn, en el 11.721 de East Valley Boulevard. El Monte.
P. ¿Cuánto tiempo estuvo empleada allí?
R. Nueve años, aproximadamente. Y nunca de forma continuada. Sólo cuando el negocio iba viento en popa y era preciso echar una mano.
P. ¿Cuándo fue la última vez que trabajó?
R. Veamos… Estuve en el hospital el 6 de mayo, y fue el sábado anterior a ese martes.
P. Hablando de noches de sábado, ¿recuerda usted la del 21 de junio?
R. Sí, señor.
P. ¿Querría contarnos qué hizo desde las diez de la noche?
R. Salí de casa entre cinco y diez minutos antes de las diez y fui directamente al Desert Inn.
P. Disculpe… ¿Qué clase de local es el Desert Inn?
R. Un club nocturno, estrictamente. Baile y cena.
P. ¿A qué hora llegó allí?
R. Yo diría que entre las diez y cuarto y las diez y veinte. El tiempo justo que me lleva ir en coche desde aquí, directamente.
P. ¿Dónde se sentó?
R. Ante la mesa que queda directamente delante de la barra contigua a la estación de servicio.
P. Por estación de servicio se entiende el lugar donde las chicas recogen las bebidas para servirlas a los clientes, ¿verdad?
R. Exacto.
P. Mientras estaba sentada a esa mesa, ¿observó el salón y a los clientes?
R. Sí. Tengo esa costumbre.
P. ¿Puede decirnos algo respecto a los movimientos de los clientes y si había alguien en particular que le llamara la atención?
R. Había seis personas en dos mesas juntas, directamente en la primera fila, frente a la pista de baile.
P. ¿Reconoció a alguna de esas personas?
R. Sí; eran clientes habituales del Desert Inn.
P. ¿Podría decirnos sus nombres?
R. No.
P. ¿Se fijó en alguien más?
R. Sí; sentado en un taburete junto a la estación de servicio estaba el cantante de color. Y había dos hombres más delante de la barra.
P. ¿Conoce sus nombres?
R. Sólo sé que uno se llama Cliff. Es el hombre que se marchó conmigo a las once y media.
P. ¿Se refiere a cuando dejó usted el Desert Inn?
R. Sí, exacto.
P. ¿Reconoció a alguien más en alguna de las mesas? ¿Podría darnos el nombre de otros de los presentes?
R. Vi a una bailarina que antes actuaba en el Pioneer. Una bailarina de striptease, me refiero, y no sé si es su marido o su agente, pero siempre la acompaña un hombre, y esa noche estaba sentado directamente frente a mí. Había otro cliente habitual sentado a la mesa del centro, bajo el espejo del tabique lateral. Además de los asiduos, había cuatro personas en la tercera mesa, junto a la pista de baile. No las conozco, pero han estado en el local más de una vez. Justo detrás de ellos había una pareja joven. Al muchacho lo tengo conocido de vista. A ella, no.
P. ¿Recuerda a qué hora, aproximadamente, vio a esas personas ocupando las mesas?
R. Fue a la hora en que llegué al local.
P. ¿Llegó u ocupó una mesa alguien más que le llamara especialmente la atención?
R. Dos chicas, una pelirroja y otra, lo que yo llamo rubia friegaplatos. Entraron y se sentaron a la mesa del centro de la fila central. ¿Querría describir a esas dos mujeres? La pelirroja era muy atractiva. Tenía el cabello de color rojo veneciano, ¿sabe a qué me refiero? Ni rojo intenso, ni demasiado claro. Iba muy arreglada, con un gabán azul marino y un vestido estampado. El forro del gabán tenía los mismos motivos que el vestido. En el momento en que tomaron asiento, la camarera, que es muy amiga mía, hablaba con un cliente en la barra.
P. ¿Cómo se llama la camarera?
R. Myrtle Mawby.
P. Con referencia a la chica pelirroja, ¿podría decirme qué edad, peso y estatura aproximados le calcula?
R. Yo diría que unos cuarenta años y algo más de un metro sesenta de estatura. En cuanto al peso, me resulta difícil calcularlo. No creo que me fijara demasiado. Cincuenta y pico o sesenta kilos, posiblemente.
P. ¿Se fijó en si llevaba alguna joya?
R. No me fijé.
P. ¿Se fijó en algo más que pudiera ser relevante?
R. La única razón por la que me fijé en esa chica en particular fue que, en un momento determinado, se quitó el gabán para ponerse a bailar con un tipo que se acercó a la mesa.
P. ¿Puede describir a la otra chica?
R. Era una rubia friegaplatos, llevaba un abrigo corto, beige o tostado, echado sobre los hombros. Calzaba zapatos de tacón bajo y, hasta que la vi bailar, no hay mucho más que describir. Cuando se puso a bailar, me dio la impresión de que pesaba unos cinco kilos más que la pelirroja. Era una mujer de caderas anchas.
P. ¿Qué edad tenía?
R. La misma que la otra, aproximadamente. Unos cuarenta.
P. ¿Y la estatura?
R. La misma que su amiga, aproximadamente. Calzaba zapatos de tacón bajo, ya le digo. La pelirroja llevaba tacones altos.
POR EL SARGENTO LAWTON:
P. ¿Se fijó en los zapatos de la pelirroja?
R. No.
P. ¿Le dio la impresión de que la pelirroja estaba ebria?
R. Ninguna de las dos lo parecía.
POR EL SARGENTO HALLINEN:
P. Una vez que las dos chicas que acaba de describir se sentaron a la mesa, ¿qué más sucedió?
R. Llamé la atención de la señora Mawby acerca de las dos clientes recién llegadas y ella dejó la conversación con el caballero de la barra. Mientras tanto, un tipo alto y delgado, con aspecto de mexicano, se acercó por detrás a la silla de la pelirroja. No oí que la invitase a bailar. Ella se levantó de la silla al instante.
P. Antes de continuar, ¿puede describir de forma un poco más detallada a ese hombre?
R. Yo diría que medía alrededor de un metro ochenta, era muy delgado, y tenía la cara chupada. Su cabello era oscuro, y lo llevaba peinado hacia atrás, muy engominado.
P. ¿No tenía ondas?
R. Ninguna.
P. ¿Se peinaba con raya?
R. No; tenía entradas pronunciadas.
P. ¿Cómo iba vestido, si lo recuerda?
R. Traje oscuro. Camisa sport oscura, abierta y con el cuello por fuera de la chaqueta.
P. ¿Vio si el hombre llevaba algo blanco o claro?
R. No.
P. ¿Qué edad tenía?
R. Yo diría que no… Debía de tener la misma edad, más o menos, que las dos mujeres.
P. ¿Unos cuarenta?
R. Sí, señor. Entre cuarenta y cuarenta y cinco.
P. Cuando ese hombre se acercó a la mesa, ¿oyó de qué conversaban?
R. No, ni palabra.
P. ¿Tuvo la impresión de que el hombre conocía a alguna de las dos chicas?
R. Me pareció que formaba parte del grupo.
P. ¿En qué basa esa suposición?
R. En la manera en que se acercó a la pelirroja. Ella se levantó de la silla y se quitó el gabán. Él la ayudó a doblarlo, con el forro hacia fuera; lo colgó del respaldo de la silla y se dirigió a la pista tras ella.
P. ¿Y la rubia de la coleta? ¿Se quedó sentada a la mesa sola?
R. La señorita Mawby se dispuso a tomarles el pedido pero se detuvo por un momento junto a mi mesa porque antes de servirles las bebidas debía esperar a ver si todos tenían edad suficiente. A continuación, les tomó el pedido: una cerveza y dos whiskis con soda. «Largos», le oí decir a la rubia, y supe que una de las dos iba a tomar un trago largo.
P. ¿En ese momento estaban los tres sentados a la mesa?
R. Sí.
P. ¿Qué es lo siguiente que recuerda?
R. Mi siguiente recuerdo es que Mike sacó a bailar a la rubia.
P. ¿Sabe el apellido de ese tal Mike?
R. No. En esos momentos ni siquiera sabía que se llamara Mike.
P. ¿Ha sabido su nombre después?
R. Eso es.
P. Querría repasar algunos puntos de esta declaración y preguntarle si puede recordar la hora aproximada en que las dos chicas llegaron y ocuparon la mesa.
R. Yo diría que llevaba allí media hora, por lo menos, o sea que debieron de llegar hacia las once menos cuarto.
P. ¿Podría hacernos una descripción de la persona que usted conoce por Mike?
R. Tiene el cabello castaño claro. Yo casi diría que es rubio, por sus rasgos faciales. Sí, se me hace que debe de ser rubio. Es un hombre joven, de veintitrés o veinticuatro años. Llevaba una camisa oscura; azul marino o negra. Para mí, lo más sorprendente era que se lo veía muy desastrado. Con la camisa totalmente desabrochada por delante. Pantalones oscuros y zapatillas de tenis.
P. ¿Es la misma descripción que nos hizo usted antes de saber que esa persona se llama Mike?
R. Sí.
P. ¿Qué fue lo que hizo Mike?
R. Respecto a si me solicitó que bailase con él, Mike entró por la puerta del bar, se acercó a la barra, pidió una cerveza y se acercó a mi mesa para preguntarme si me apetecía bailar. Le dije que la pieza era demasiado rápida y entonces me preguntó si bailaría una lenta, a lo que respondí que no, gracias. Él se puso muy gallito y me dijo si al menos sabía bailar. Luego volvió a la barra, cogió su cerveza y se sentó a la mesa del rincón, la que separa el bar del comedor del local. La camarera… le comenté a la camarera que el tipo era un jactancioso y que me parecía muy joven. La señorita Mawby se acercó al tipo, volvió por un cenicero y una servilleta limpios, los colocó en su mesa y regresó a la mía: «No. Tiene edad suficiente», me dijo. Al cabo de un rato vi que bailaba con la rubia de la coleta que ocupaba la mesa central con la pelirroja.
P. ¿Observó si Mike se acercaba a la mesa antes de ponerse a bailar con la chica de la coleta?
R. No, lo vi ya sentado a la mesa con el grupo, que en aquel momento estaba compuesto por cuatro personas: el mexicano, el joven y las dos chicas.
P. ¿Recuerda cuál era la situación de cada uno de los cuatro en relación con la distribución del bar?
R. Las dos chicas estaban de espaldas a mí.
P. Y eso, ¿hacia qué lado significa que miraban?
R. Estaban de espaldas al norte, mirando hacia la pista. Mike se encontraba sentado más cerca de la rubia de la coleta, en un ángulo que le permitía observar también la pista de baile.
P. ¿Eso sería hacia el oeste?
R. Sí, hacia el oeste. El mexicano seguía de cara a mí. Es decir, mirando hacia el norte.
P. ¿Y a la barra y las chicas?
R. Exacto.
P. ¿Y al este de Mike?
R. Ajá.
P. ¿Observó si pedían más copas en esa mesa?
R. Por lo que vi, la camarera sólo sirvió dos rondas.
P. ¿Recuerda quién las pidió?
R. No.
P. ¿Le pareció que las personas sentadas a esa mesa estaban ebrias?
R. Ese joven, el tal Mike, estaba borracho. Los otros tres, no.
P. ¿Los dos hombres bailaron con ambas chicas?
R. A partir de ese momento, dejé de prestar especial atención porque me marché a las once y media.
P. ¿Los cuatro seguían sentados a la mesa cuando usted se marchó?
R. Sí, señor.
P. ¿Dejó usted el Desert Inn acompañada?
R. Sí, señor.
P. ¿Y eran aproximadamente las once y media cuando se marchó?
R. Exacto.
P. ¿Regresó usted al local en algún momento de la noche?
R. A la una menos diez. Acompañé de vuelta al mismo tipo, que tenía que recoger un dinero que le debían.
P. ¿A qué hora llegaron?
R. A la una menos diez.
P. ¿Se fijó usted en la clientela que ocupaba las mesas y la barra del Desert Inn?
R. La zona de bar estaba prácticamente vacía.
P. ¿Se fijó en la mesa que, según ha dicho, ocupaban esas cuatro personas?
R. Estaba vacía.
P. ¿Vio usted en el restaurante a alguna de las personas que antes ha descrito?
R. No, a ninguna.
P. ¿Cuánto tiempo se quedó allí?
R. Unos minutos, apenas.
P. ¿Y entonces se marchó?
R. Sí, entonces me fui a casa.
POR EL SARGENTO LAWTON:
P. Si volviera a ver a ese mexicano alto y delgado que ha descrito, ¿sería capaz de identificarlo?
R. Creo que sí. Tenía esta parte de la cara tan chupada que si no lo hubiese visto sonreír habría jurado que le faltaban los dientes.
P. ¿Se refiere a la zona de la mandíbula?
R. Sí.
P. ¿Es el hombre que sacó a bailar a la pelirroja?
R. Sí. Y no oí que se lo pidiera.
P. ¿Pero bailaron?
R. Sí.
P. ¿Ese hombre era el que a usted le dio la impresión de que ya conocía a la pelirroja?
R. Exacto.
P. Muchísimas gracias, señora.
DECLARACIÓN CONCLUIDA A LAS 22.10 HORAS.
El miércoles por la mañana llegaron dos cartas a la comisaría de El Monte, dirigidas al jefe de Policía. La primera estaba escrita a máquina y llevaba matasellos de Fullerton, California.
Hemos estado siguiendo al señor C.S.I., de Santa Mónica, y en la fecha que dicen lo vimos arrojar ese cuerpo, el de la chica pelirroja, desde su Plymouth del 54 bicolor, rosa salmón y marrón chocolate. Verá que el hombre tiene antecedentes en varios departamentos de Policía del sur de California y que ha amenazado a varias personas. Lo consideramos basura y es el hombre a quien andan buscando. En el KI-28114 le dirán más.
La carta venía firmada por «Peggy Jane y Virgil Galbraith y señora, testigos oculares. Fullerton».
La segunda carta, con matasellos de Los Ángeles, estaba escrita a mano. En el sobre ponía: «Considere sus costumbres.»
Y así venga su pobreza como una que viaja y lo quiere como un hombre armado.
Olga creció en una casa de mala fama y aprendió de otros profesionales todo cuanto tenía que saber acerca de robos, hurtos y distracciones, y el ladrón es como un asesino. Su rastro se salpica de atracos a bancos; en los últimos meses, la sucursal de la calle Nueve y Spring, así como el «trabajo» en un banco de San Francisco, ciudad donde se la conocía como la Abuela. Olga se disfraza; ya ha rondado por los estudios de cine y ha sido ascensorista en el Ambassador; de este último empleo y del trabajo de camarera de hotel, ha desarrollado la técnica de robo y asesinato que ha puesto en práctica en Hollywood para matar a una mujer en un hotel, la señora Greenwald, a la señorita Epperson y a una mujer en un hotel de Los Ángeles. Numerosos asesinatos más; en meses recientes, una tal Stepanovich en MacArthur Park, y otros que no se han revelado al público. Olga merodea por la estación y museo de autobuses de Santa Fe Trailways y por Forest Lawn, así como por zonas y barrios al azar donde puede encontrar un hombre al que sisar la cartera, una mujer a la que sodomizar, un borracho al que atizar, un viajero al que desplumar, Olivera Street donde vende su cuerpo y limpia los bolsillos de los viajeros, y jóvenes -normalmente dos- con los que dormir en su guarida.
Olga tiene que dormir así que encuentra un hotel al otro lado del puente, en la calle Siete oeste de Los Ángeles. Por el camino está la tienda de Anthony Jr. y del viejo Thomas. Allí, Anthony la sedujo y A le paga con frecuencia. Ahora A vive en El Monte, para evitar un nuevo crimen. Llevaos a Anthony de El Monte, aplacándolo con fuego, u Olga os matará, a vosotros, a vuestros hijos y a vuestro amor porque quiere sacarle dinero a Anthony. Por eso, expulsadlo de nuestra ciudad, a menos que deseéis una epidemia social. Si nuestra ciudad permanece abierta de par en par a malhechores como Olga, continuaremos erradicando este mal. Los gobernantes son un terror para el mal. Ahora, el escritor busca dos eunucos para arrojar a Olga por la ventana. Por eso debéis enviarla donde están los eunucos, en un lugar donde las mujeres se precipitan. Enviadla al hospital del estado con el pretexto de arreglarle los pies. Ella nunca lleva pantalones -eso viola la ley contra la exhibición indecente-, y por eso se sube los calcetines, lo que le produce venas varicosas. Le puede dar un calambre y caer entre los coches, y, en el revuelo, el sheriff, el juez del Tribunal Supremo y el director médico del hospital del estado pueden ser arrollados y morir. ¿Dónde estaríais? Olga es rubia, tiene entre cuarenta y cuarenta y cinco y es su sospechosa.
Si los robos y asesinatos cesan, Olga es culpable de los que ya se han cometido. Cuanto más tiempo pase en la institución, más necesitará para que se perpetren crímenes con su marca habitual. Esto acabará por descubrirse, y entonces se caerá en la cuenta de que, aunque hay otros crímenes sin resolver en la zona en que ella vive y que se han atribuido a varones, ustedes, la policía, han estado buscando al sospechoso equivocado en el libro de la ciencia de la criminología del cual se les paga para que coman, duerman, hablen y viajen de vez en cuando. Una ciencia… El ladrón es un asesino, y aquel que gana un sueldo bajo, un envidioso; Olga sólo recibe unas pocas respuestas a sus anuncios, y los pies la obligan a dormir. Hay más mujeres que hombres y los disturbios en la zona de nacimiento por acciones y objetos simulados son parte del «trabajo» de un varón exhibicionista. Por lo tanto, el o la que ejerce violencia en el cuerpo de una persona debe escapar a un buen refugio. Que ningún hombre pague hasta que esa bestia femenina que denunciamos sea gaseada.
La carta no tenía firma. Iba acompañada de una hoja arrancada de una revista en italiano. En una cara de la hoja había un texto científico. En la otra, una gran fotografía de un colibrí.
La secretaria del jefe dejó ambas cartas en la bandeja de correspondencia del capitán Bruton.
El miércoles por la mañana circuló un boletín especial.
BOLETÍN ESPECIAL
ATENCIÓN… A LOS ORGANISMOS POLICIALES Y CUERPOS DE SEGURIDAD CIUDADANA DEL VALLE DE SAN GABRIEL
EL 22 DE JUNIO DE 1958 SE ENCONTRÓ EN LA ZONA DE EL MONTE EL CADÁVER DE UNA MUJER ESTRANGULADA. HA SIDO IDENTIFICADA COMO JEAN ELLROY, TAMBIÉN CONOCIDA COMO JEAN HILLIKEN Y COMO GENEVA O. ELLROY. SE CREE QUE EL SOSPECHOSO TODAVÍA TIENE CONSIGO O SE HA DESPRENDIDO DE VARIOS ARTÍCULOS DE VESTIR Y EFECTOS PERSONALES DE LA VÍCTIMA, INCLUIDOS UN BOLSO, DE DESCRIPCIÓN DESCONOCIDA, LAS LLAVES DEL BUICK 1957 DE LA VÍCTIMA, UN PAR DE ZAPATOS DE LA VÍCTIMA, POSIBLEMENTE DE PLÁSTICO DE COLOR CLARO CON TACONES ALTOS, UNAS BRAGAS DE MUJER Y UN LIGUERO.
CUALQUIER INFORMACIÓN AL RESPECTO, DIRIGIRLA A J.G. LAWTON Y W.E. HALLINEN, BRIGADA DE HOMICIDIOS, OFICINA DEL SHERIFF (REFERENCIA: LAWTON CG DB BRIGADA DE HOMICIDIOS EXPEDIENTE Z-483-362).
E.W. BISCAILUZ, SHERIFF
Ese mismo día por la tarde, Bill Vickers volvía a investigar los locales de El Monte.
Preguntó en el Suzanne's Cafe con resultados negativos. Preguntó en The Dublin Inn, con idéntica suerte:
En el 49-er, el camarero que atendía la barra dijo que era probable que la víctima hubiese estado allí el sábado anterior, 14 de junio, por la noche.
Iba acompañada de un tipo de aproximadamente un metro ochenta de estatura, corpulento y con el cabello rubio ligeramente ondulado. Los dos estaban borrachos. Se quedaron poco rato y discutieron, al parecer porque la pelirroja había rehusado una copa. El camarero añadió que ya había visto al rubio con anterioridad, pero que no era un asiduo. No tenía ni idea de cómo se llamaba.
Vickers preguntó en el restaurante Mama Mia. El propietario le dijo que llamase a su camarera, Catherine Cathey, que había atendido las mesas el sábado por la noche.
Vickers la llamó. Catherine Cathey explicó que una mujer pelirroja había llegado al local hacia las ocho, sola. Vickers dijo que volvería a telefonearle y que concertarían una cita para enseñarle una foto de la víctima.
Vickers preguntó en el Off-Beat. Allí, nadie reconoció a la mujer de la foto. La esposa del dueño le refirió una historia que en su opinión tal vez estuviese relacionada con el caso.
La noche anterior se encontraba en el Off-Beat una cliente habitual, llamada Ann Mae Schidt. Según contó, el viernes anterior por la noche estaba tomando una copa en el Manger Bar con su marido y otra pareja y hubo una discusión entre ellos. La mujer se marchó sola del bar, y fuera se le acercó un mexicano.
El tipo la introdujo a la fuerza en un coche e intentó violarla. No lo consiguió y Ann Mae logró escapar.
No hubo denuncia de la agresión, pues Ann Mae temió que la detuviesen por ebriedad manifiesta.
Ann Mae tenía cuarenta y pocos y era pelirroja. La esposa del dueño le dio a Vickers su número de teléfono: GI8-0696.
Vickers le dejó su tarjeta y se dirigió hacia el Manger. De camino, sus pesquisas tuvieron resultados negativos en Kay's Cafe y en la parada de taxis de El Monte.
Un tipo llamado Jack Groves se encargaba de la barra del Manger. Reconoció a la víctima en la foto y dijo que había estado allí el sábado por la noche, entre las ocho y las nueve. Creía recordar que no iba acompañada.
A Groves no le sonaba en absoluto el nombre de Ann Mae Schidt, pero agregó que los dueños, Carl Manger y su esposa, quizá supieran algo.
Ellos llevaban el local el sábado por la noche y quizá tuvieran más información acerca de la pelirroja.
Lavonne Chambers estaba divorciada. Vivía con sus tres hijos pequeños en una casita, donde Hallinen y Lawton le tomaron declaración formal.
DECLARACIÓN DE LAVONNE CHAMBERS, TOMADA EN FOXDALE AVENUE, 823, WEST COVINA. PRESENTES: SARGENTO W.E. HALLINEN, SARGENTO J.G. LAWTON. 15.55 HORAS DEL 25 DE JUNIO DE 1958. PARA EL EXPEDIENTE N.° Z-483-362. TRANSCRITA POR DELLA ANDREW, TAQUÍGRAFA OFICIAL.
POR EL SARGENTO LAWTON:
P. ¿Cómo se llama usted?
R. Lavonne Chambers.
P. ¿Su segundo nombre, por favor?
R. Marie.
P. ¿Qué edad tiene, señora Chambers?
R. Veintinueve.
P. ¿Y cuál es su dirección habitual?
R. Foxdale, 823, West Covina.
P. ¿Y su número de teléfono?
R. Edgewood 7-6686.
P. ¿Cuál es su oficio u ocupación?
R. Camarera en el Stan's Drive-In. Atiendo los coches.
P. ¿Se trata del Stan's Drive-In de Five Points, El Monte?
R. Sí.
P. ¿Trabajó usted en el Stan's entre la noche del sábado 21 de junio y la madrugada del domingo 22 atendiendo coches?
R. Sí.
P. Y en el curso de la noche, entre los diferentes coches a los que sirvió, ¿hubo alguno en especial cuyos ocupantes le llamaran la atención?
R. Bueno, eso fue cuando regresaba de cenar. Normalmente, ceno a las nueve en punto. Por lo general, cuando vuelvo son las diez. Fue entonces cuando vi a esa mujer… Fue ella quien me llamó la atención, más que el hombre.
P. La mujer le llamó la atención más que el hombre. ¿Y dice que eso fue después de las diez?
R. Sí, fue después de las diez.
P. ¿Pudo haber sido más cerca de las once?
R. Es posible, pero me parece que más bien era poco después de las diez, porque no hacía mucho que había vuelto de cenar.
P. ¿En qué coche iba esa pareja?
R. En un Oldsmobile verde oscuro, del 55 o del 56; lo más probable es que fuera del 55, por el tipo de pintura. Tenía un acabado realmente mate y daba la impresión de que la chapa no había sido encerada jamás.
P. ¿Qué clase de coche?
R. Un sedán.
P. ¿Conoce las diferencias, en la gama Oldsmobile, entre la línea normal y la serie Holiday?
R. Sí, sé que los Holiday eran más grandes.
P. ¿Y le parece a usted que el coche del que hablamos era un Holiday?
R. No. No lo era.
P. ¿Está segura de que no?
R. Sí, estoy segura.
P. ¿Recuerda que hablamos con usted anoche, en Stan's? Parece que algo de lo que nos dijo… ¿Cabe la posibilidad de que el coche estuviera pintado en dos tonos?
R. Es posible. Pero en ese caso tenían que ser del mismo color. Verde; un tono más claro y uno más oscuro.
P. ¿Qué recuerda al respecto? Tal vez haya pensado en ello desde que hablamos anoche. Entonces comentamos si el coche estaba pintado en dos tonos o no.
R. Sigo pensando que lo estaba.
P. ¿La parte inferior era la más oscura?
R. Ajá.
P. Dijo usted que quien más le había llamado la atención era la mujer. ¿Cómo es eso?
R. Bueno, normalmente te acercas al coche y preguntas a los clientes si quieren una carta, y te responden que sí o que no. Pero esa mujer no sabía qué quería. «Quiero un bocadillo, el bocadillo más pequeño que tengan», dijo, y yo le pregunté: «¿Un perrito caliente?» «El más pequeño que tengan», insistió. «Entonces le traeré uno caliente de mantequilla y queso», apunté, y ella respondió que de acuerdo. El hombre no decía nada; esperé a que pidiera algo, pero sólo quería café. Tomé la nota y, cuando fui a coger la bandeja, me fijé en el anillo, por el modo en que estaba sentada. Sonreía y soltaba carcajadas sin parar. Parecía verdaderamente contenta.
P. Disculpe, ¿dice que se fijó en el anillo por el modo en que estaba sentada?
R. Cuando me asomé a la ventanilla del coche, la mujer llevaba el anillo en este dedo, de modo que pude verlo.
P. ¿Dice que llevaba el anillo en el dedo anular?
R. Ajá.
P. ¿En la mano izquierda?
R. Ajá.
P. ¿Puede describir el anillo?
R. Era una perla enorme. Enorme.
P. ¿Algo más en particular, al respecto?
R. Supongo que, en realidad, parecía mayor debido a la posición de la mano, porque desde donde yo me encontraba podía ver la mayor parte de la perla.
P. ¿Algo más, aparte de la perla?
R. No; sólo eso y el vestido que llevaba. El vestido azul. Me fijé en eso.
P. Bien, si recuerda, también le enseñamos un gabán que tiene dos tipos distintos de tejido, el exterior, de lino de un tono azul marino, y el forro, de una seda azul que variaba de tono.
R. Eso es; un vestido azul oscuro.
P. Ese tejido que vio, el que servía de forro al gabán que le enseñamos anoche, ¿era el mismo que el del vestido?
R. Sí, era el mismo.
P. ¿Tuvo la impresión de que la mujer había bebido?
R. Sí, claro. Yo diría que estaba bastante borracha.
P. ¿Usted diría que estaba bastante borracha?
R. Ajá.
P. ¿Y el hombre?
R. No, él no. Si estaba borracho, no lo demostraba. Parecía muy sobrio.
P. ¿Puede describirnos a la mujer?
R. Era delgada, tenía el cabello rojo y corto, y resultaba muy agradable, encantadora incluso, o a mí me lo parecía. Era una mujer de esas que uno la mira dos veces.
P. ¿Cuántos años le calcula a esa mujer?
R. No lo sé. Nunca acierto cuando se trata de calcular edades.
P. Bien, según recuerdo, usted tiene veintinueve.
R. Yo diría que era mayor que yo.
P. ¿Cuánto mayor?
R. Cielos, no lo sé.
P. En su opinión, ¿podría tener cuarenta?
R. Sí, es posible.
P. No quiero inducir ninguna de sus respuestas; lo que pretendo es poder llegar a sus recuerdos más importantes, intentar ayudarla a recordar, al menos, un poco. ¿Qué me dice del hombre? ¿Qué aspecto tenía?
R. Moreno, muy delgado. Cara chupada, cabellos oscuros y peinados hacia atrás.
P. Cabellos oscuros, dice. ¿Castaños o negros?
R. O eran negros, o de un castaño oscurísimo.
P. ¿Le parece que usaba algún preparado para estirarlos?
R. ¡Ah!, para alisarlos, quizá. Bueno, no me fijé mucho. Tenía una cabellera abundante. Aunque en realidad no lo era tanto, pero a pesar de unas buenas entradas, todavía conservaba bastante pelo en la cabeza.
P. ¿Alisado?
R. Ajá.
P. ¿Qué edad le calcula?
R. Treinta y tantos… Treinta y cinco, quizás, o algo más.
P. ¿Entre treinta y cinco y cuarenta, tal vez?
R. Ajá.
P. ¿De qué nacionalidad cree usted que podía ser?
R. Ella, desde luego, no me pareció otra cosa que norteamericana, pero él… Yo lo tomaría por griego o italiano.
P. Griego o italiano. ¿Es posible que fuera mexicano o hispano? ¿Latino?
R. Podría ser. (Pausa.) Su tono de piel no era…, me parece que no era lo bastante oscuro como para que se tratara de un mexicano. Por supuesto, conozco un montón de hispanos de piel clara, pero…
P. ¿Se fijó en algo especial sobre el estado de la indumentaria de la mujer, en ese momento?
R. No noté nada raro. Pero la primera vez que los serví, me fijé en el vestido que llevaba puesto. Recuerdo que era escotado, porque había mucha luz.
P. Respecto al coche… Desde que hablamos anoche, ¿ha recordado usted algo, algún detalle distintivo, que nos pudiera ayudar a identificarlo?
R. No; anoche pensé en el coche. Pensé que debía de tener matrícula de California. Si hubiera sido de otro estado, me habría fijado. Trabajamos por la propina, y el noventa y nueve por ciento de los coches de otros estados no te dejan absolutamente nada, de modo que una se fija. Y no me fijé en que el coche no tuviera matrícula de California, así que es muy probable que lo fuera.
P. Cualquier cosa que recuerde: una abolladura en el parachoques, la rejilla del ventilador rota, cualquier cosa…
R. (Interrumpiendo.) Sólo me fijé en que el acabado de la pintura era muy mate.
P. Cuando les hubo tomado el pedido y les hubo cobrado, ¿los oyó o los vio marcharse?
R. No.
P. ¿En algún momento oyó el coche en marcha?
R. No. Cuando me acerqué a recoger la bandeja, el motor estaba apagado.
P. ¿Y no los oyó marcharse?
R. No.
P. En otras palabras, ¿no sabría decir si tenía un tubo de escape particularmente ruidoso o algo parecido?
R. No.
P. Bien, tengo entendido que más tarde volvió a ver el coche. ¿Puede decirnos cuándo?
R. La madrugada del domingo, después de que el bar cerrase. Debían de ser las dos y cuarto o un poco más, porque normalmente no hay mucha gente por allí hasta esa hora. Pero a las dos y cuarto el aparcamiento está casi siempre lleno, y tuvieron que quedarse atrás, casi al fondo, justo donde hay una farola que ilumina el lateral. La mujer era perfectamente visible. Me acerqué al coche y les pregunté si querían una carta. Ella contestó que le apetecía un plato de enchilada y una taza de café. Me quedé esperando a que él pidiera, y supongo que de otro modo no le habría dado importancia. Finalmente, dijo que sólo quería café.
P. ¿Dice usted que la mujer pidió enchilada?
R. Ajá.
P. ¿Sólo enchilada, o enchilada con frijoles?
R. Sólo enchilada. Y café.
P. Pero la enchilada debía de llevar algunos frijoles, ¿no?
R. Sí. Así es cómo se sirve, con frijoles. No servimos enchilada sola.
P. ¿En qué estado vio a la mujer, en esta ocasión?
R. Estaba un poco más bebida que la primera vez, pero seguía siendo muy agradable. No se hizo nada pesada. Fue un gusto servirla, pues se mostraba alegre y risueña. Y cuando recogí la bandeja, dijo algo… He intentado recordar qué fue, y si me hablaba a mí o al hombre, pero no me acuerdo de lo que dijo ni de a quién. Dijo algo y se rió, y yo la miré y sonreí, pero no consigo recordarlo.
P. ¿En que estado tenía la ropa, esta vez?
R. Lo llevaba todo en perfecto orden, menos la delantera del vestido. Por el modo en que estaba confeccionado, de un lado podía verle prácticamente el pecho entero.
P. ¿Significa que no llevaba sujetador?
R. No vi que lo llevase. Sí que vi algo blanco, que tomé por una combinación, con una puntilla también blanca.
P. ¿No podía ser el sujetador, tirado hacia abajo?
R. Tal vez, pero por lo general no llevan encajes.
P. ¿Le vio usted los pies?
R. No, no se los vi. Si hubiera mirado, los habría visto, pero no lo hice. Tengo que asomarme bastante al interior del coche para introducir las bandejas y para llevármelas.
P. A juzgar por el aspecto de la mujer en esa ocasión, ¿se hizo usted alguna idea acerca de la actividad a que se había dedicado inmediatamente antes de su llegada?
R. No sé qué decir. No parecía muy distinta de la primera vez. En esta ocasión la observé mejor, porque estaba de su lado del coche.
P. ¿Considera posible, por el aspecto que según usted tenía la ropa de esa mujer, que volvieran de darse un buen revolcón en alguna parte?
R. Podría ser. Sí, es posible.
P. ¿Pareció en algún momento molesta, furiosa o algo parecido?
R. No, estuvo muy agradable, muy alegre. No paraba de reír. Recuerdo perfectamente su sonrisa.
P. ¿Él no sonreía?
R. No, parecía muy aburrido. Pero tuve que esperar para que me pagara. La vez anterior también había tenido que esperar, de modo que me acerqué y le dije a cuánto ascendía la cuenta. Me tendió un billete de un dólar. Le di el cambio y volví al otro lado del coche, ya que había dejado la propina en la bandeja.
P. ¿Las dos veces pagó con un billete de un dólar?
R. La primera, no lo recuerdo. La segunda, sí.
P. ¿Sacó el billete de la cartera, o directamente del bolsillo?
R. Lo tenía en la mano, pero eso fue momentos antes de que me lo entregase, cuando le llevé la cuenta.
P. ¿Había visto alguna vez a alguna de esas dos personas?
R. Que me acuerde, no. No recuerdo haberlas visto nunca.
P. Desde que hablamos con usted la vez anterior y le enseñamos la prenda de vestir y las fotos que tenemos de esa mujer, ¿le ha surgido alguna duda respecto a que pudiesen pertenecer a la misma persona a que atendió esa noche?
R. No tengo ninguna duda.
P. Si volviese a ver a ese hombre, ¿sería capaz de identificarlo?
R. Estoy totalmente segura de que sí. Lo recuerdo muy bien. No tiene ningún rasgo distintivo, nada que permitiese reconocerlo de inmediato en una multitud. Pero sé muy bien qué aspecto tiene.
P. Bien, dijo usted que tenía la cara delgada. ¿Era una cara extremadamente delgada?
R. Parecía griego o italiano, sobre todo por la nariz. Y la cara, delgadísima.
P. ¿Tuvo usted la impresión de que usaba dentadura postiza, o no?
R. No.
P. ¿Sabe?, a veces, la gente que lleva dentadura postiza tiene la mandíbula un tanto hundida, aquí. ¿Le dio a usted la impresión de que ese hombre la tenía?
R. No, no me la dio.
P. ¿Sólo recuerda que era delgada?
R. Exacto.
POR EL SARGENTO HALLINEN:
P. Probablemente le habrá dado bastantes vueltas a esto, desde que hablamos con usted ayer. ¿Querría usted describirnos, si puede, la indumentaria del hombre?
R. Lo único que recuerdo es que era clara. Llevaba una chaqueta o algo con mangas largas, y era de color claro.
P. Está usted bastante segura de que era claro, ¿no es eso?
R. Ajá.
P. ¿Vestía de sport, o llevaba el traje clásico?
R. No, nada de trajes. Llevaba una especie de chaqueta. Yo diría que sport.
P. ¿Sabe de qué color eran los pantalones?
R. No.
P. ¿Recuerda si llevaba camisa y si ésta era clara u oscura?
R. Llevaba camisa, pero no… no recuerdo si era clara u oscura.
P. ¿Reconocería usted un coche similar al que ocupaban?
R. Sí, seguro.
P. En otras palabras, ¿estaría usted en condiciones de señalar si un coche es parecido o no al que nos interesa?
R. Sí, podría hacerlo. Probablemente no fuese capaz de identificar ese coche en concreto, pero si se tratara de uno igual, lo reconocería.
P. ¿Podría decirme si el coche que usted recuerda estaba pintado en dos tonos o en uno solo?
R. No sé…
P. ¿Se fijó en si alguno de los dos fumaba, mientras la pareja estuvo allí?
R. No me fijé.
P. Volviendo a las facciones del hombre, en su opinión, ¿tenía la piel lisa, normal, o advirtió marcas en ella?
R. Era lisa. Y oscura.
P. ¿No era un hombre de tez clara?
R. No; era un hombre de tez oscura.
P. ¿Pero era blanco?
R. No. No tenía la piel clara, pero tampoco oscura. Quiero decir que no parecía un auténtico mexicano, sino que su tez era similar a la de un italiano.
P. Ha dicho usted que el hombre tenía el cabello negro y peinado hacia atrás, ¿verdad?
R. Ajá.
P. Y también que tenía entradas…
R. No demasiado profundas.
P. Pero era una cabellera abundante, a pesar de ello.
R. Sí, tenía una buena mata de pelo.
P. ¿Observó alguna particularidad en las orejas?
R. No recuerdo.
P. Algo que…
R. (Niega con la cabeza.)
SARGENTO LAWTON: Una cosa más. ¿Se fijó en si el hombre llevaba alguna joya, como un anillo, por ejemplo?
R. No me fijé.
SARGENTO LAWTON: Muchísimas gracias.
DECLARACIÓN CONCLUIDA A LAS 16.15 HORAS.
El miércoles se trasmitió un teletipo a toda la región. En él se resumía el caso Ellroy, a las setenta y dos horas de abrirse la investigación. En él se hacía mención al bolso y la ropa interior que faltaban a la víctima, al varón sospechoso, a la mujer rubia y al Oldsmobile del 55 o del 56. Todas las agencias policiales con información al respecto debían ponerse en contacto con Homicidios de la Oficina del Sheriff o con el Departamento de Policía de El Monte.
Un agente de la Patrulla de Caminos de California llamó a las 22.10 para dar una pista. El telefonista de la comisaría de El Monte tomó nota.
El patrullero conocía a un «hispano moreno» que conducía un Oldsmobile pintado en dos tonos y solía rondar por Five Points. El vehículo llevaba matrícula de fotógrafo de prensa y una antena flexible. El tipo tenía un carácter áspero y era aficionado a interceptar las llamadas de las autorradios de la policía. El agente dijo que tomaría el número de matrícula y pasaría la información.
El teletipo no tardó en calentarse. La muerte de una mujer blanca siempre agitaba los ánimos.
Jueves por la mañana.
Vickers y Godfrey terminaron sus pesquisas por los locales y se pusieron en contacto con el último de sus comunicantes. Ya tenían bastante perfiladas las actividades de la víctima el sábado por la noche.
Hallinen y Lawton enviaron una petición urgente al Departamento de Vehículos a Motor de California, en la que solicitaban datos de todos los Oldsmobile del 55 y del 56 registrados a nombre de personas que viviesen en el valle de San Gabriel.
También enviaron otra petición urgente al Servicio de Archivo de la Oficina del Sheriff. En ella solicitaban fotografías y datos sobre agresores sexuales fichados que guardaran parecido con el hombre moreno. El sospechoso era, muy probablemente, de raza caucásica, pero también podía tratarse de un hispano. Añadieron notas sobre el vehículo que conducía y el crimen en sí: golpes, estrangulamiento y posible violación. La víctima era una mujer blanca de cuarenta y tres años, de quien se sabía que frecuentaba bares.
Lavonne Chambers y Margie Trawick fueron trasladadas al Palacio de Justicia. Un agente las ayudó a confeccionar sendos retratos robot del sospechoso.
El retrato robot era un artilugio nuevo. Los testigos escogían rasgos individuales impresos en tiras de cartón, y, combinándolas, reconstruían los rostros de memoria. Para ello había docenas de barbillas, de narices, de cabelleras y de bocas. Unos técnicos especializados ayudaban a los testigos a agrupar todos esos rasgos.
El agente trabajó con Lavonne y con Margie por separado. El resultado fue un par de caras similares, pero claramente diferentes.
El hombre de Lavonne tenía el aspecto de un tipo delgado, normal. El de Margie parecía un depravado.
Se presentó en la sala un dibujante, que tomó asiento por separado con ambas testigos y esbozó sendos retratos del sospechoso. Su tercer bosquejo combinaba rasgos de las dos versiones anteriores. Lavonne y Margie estuvieron de acuerdo en que aquél era el individuo que habían visto.
El dibujante sacó copias mimeografiadas del esbozo definitivo y las entregó a Hallinen y a Lawton, quienes las llevaron al Servicio de Información para que se incluyeran en la nota de prensa sobre el homicidio.
Un agente llevó a casa a Lavonne y a Margie. Hallinen y Lawton se dispusieron a entrevistar a los compañeros de trabajo de la víctima y a practicar un nuevo registro en la casa.
El caso se prolongaba ya cuatro días.
Jueves por la tarde.
Jim Bruton llamó a un contacto que tenía en la oficina del distrito escolar unificado de El Monte. El contacto le dio el número de teléfono particular de Peter Tubiolo.
Bruton llamó a Tubiolo y le pidió que se presentase en la comisaría para responder a unas preguntas. El tema que se trataría era el asesinato de Jean Ellroy.
Tubiolo accedió a presentarse esa tarde. Insistió en que apenas conocía a la mujer. Bruton le aseguró que la entrevista era de mera rutina y permanecería en la más estricta confidencialidad.
Señalaron una hora. Bruton llamó a Hallinen y a Lawton y les dijo que volvieran. Ellos indicaron que irían a buscar a Margie Trawick y le pedirían que echase un vistazo al individuo.
Peter Tubiolo llegó puntual. Bruton, Hallinen y Lawton hablaron con él en una sala de entrevistas provista de un falso espejo. Tubiolo, robusto y de cara redonda, no se parecía en nada al hombre moreno. Era vicedirector de la escuela elemental Ann Le Gore. El hijo de la víctima acababa de terminar quinto grado en dicha escuela. Se trataba de un chico asustadizo y bastante voluble.
Tubiolo dijo que sólo había visto a Jean Ellroy en una ocasión, cuando se presentó en la escuela para hablar de los escasos progresos académicos de su hijo y de la incapacidad de éste para llevarse bien con otros niños. Tubiolo insistió en que nunca había tenido una cita ni había intimado con la difunta señora Ellroy. Tales actos habrían sido contrarios a la política escolar del distrito.
El policía le comentó que no era eso lo que afirmaba el niño. Tubiolo se reafirmó en lo dicho. Lo único que sabía de la vida privada de los Ellroy era que los padres estaban divorciados y que al chico no se le permitía ver a su padre durante la semana. La señora Ellroy era una mujer atractiva, pero no había nada personal entre ellos.
Margie Trawick observó detenidamente a Tubiolo a través del falso espejo, y declaró rotundamente que no era el tipo que había visto en compañía de la víctima.
Se disculparon ante Tubiolo y lo dejaron marchar.
El jueves por la noche Ward Hallinen recibió un soplo. El Departamento de Policía de West Covina tenía un sospechoso: un marginado de la localidad llamado Steve Anthony Carbone.
Hallinen envió a Frank Godfrey a comprobarlo. Godfrey se encargó de buscar la ficha de Carbone y volvió entusiasmado.
Carbone era un varón blanco, norteamericano de ascendencia italiana. Había nacido el 19 de febrero de 1915. Medía un metro setenta y cinco, pesaba sesenta y tres kilos y tenía los ojos azulados, el cabello negro y liso y la frente despejada. También era propietario de un sedán Oldsmobile del 55, de dos puertas y de color blanco polar sobre verde, con matrícula MMT 879.
Procedía de Detroit, Michigan, donde lo habían detenido tres veces por exhibicionismo, en octubre y noviembre del 41, y en agosto del 53. Se trasladó a West Covina en el 57. Aquí encadenó una serie de tres detenciones por conducir en estado de ebriedad y dos condenas por atraco a mano armada. El segundo de ellos era notable: había apuntado a un policía con una carabina 30.30.
Carbone, un tipo muy agresivo y de mal carácter, tenía un amplio historial de enfrentamientos con la policía y de agresiones sexuales.
Hallinen y Lawton saltaron sobre él.
Hicieron que la policía de West Covina lo encerrara. Luego llevaron el Oldsmobile al aparcamiento policial y pidieron que lo fotografiasen. Un hombre del Laboratorio de Criminología buscó huellas dactilares y manchas de sangre, y pasó un aspirador para recoger posibles fibras que se parecieran a las blancas encontradas sobre el cadáver de la víctima.
El hombre del laboratorio no obtuvo pista alguna.
Hallinen y Lawton presionaron a Carbone, quien les hizo un vago resumen de sus andanzas el sábado por la noche. Jim Bruton llevó a Margie Trawick y a Lavonne Chambers para que identificaran al sospechoso.
Las dos declararon que no era el tipo al que habían visto con la pelirroja.
Hallinen y Lawton trabajaron de firme todo el fin de semana.
Hablaron con los compañeros de trabajo de la víctima, sin resultados positivos. Registraron de nuevo la casa de la víctima. Pasaron horas en el Desert Inn y hablaron con docenas de clientes. Nadie supo darles el nombre de la rubia o del hombre moreno.
El Departamento de Policía recibió una información acerca de un tal Robert John Mellon, antiguo paciente de un hospital psiquiátrico de Dakota del Norte. Un agente hizo un par de consultas y consideró la información carente de interés.
Un hombre llamado Archie G. Rogers se comunicó con el Departamento de Policía de El Monte. Según dijo, un tipo conocido como Bill Owen tenía una novia de nombre Dorothy. La pareja encajaba con la descripción de las personas que aparecían en el periódico, las que habían sido vistas con la enfermera muerta.
Owen era pintor y mecánico. Había vivido un tiempo con la hermana del señor Rogers. Dorothy frecuentaba el Manger y el Wee Nipee. La noche del sábado 21 de junio durmió en el coche del señor Rogers.
Dorothy, cuyo número de teléfono era ED4-6881, había dicho que tenía una nueva amiga llamada Jean. Ese sábado por la noche proyectaba llevar a Jean a casa de la hermana del señor Rogers.
Al señor Rogers, todo aquello le resultó sospechoso.
La policía de El Monte envió la información a la oficina del sheriff. El agente Howie Haussner -cuñado de Jack Lawton- se hizo cargo de ella. Consiguió la dirección de la hermana de Rogers y averiguó que el número de teléfono de Dorothy correspondía, en realidad, al de un tal Harold T. Hotchkiss, de Azusa. Adjuntó las dos direcciones a los nombres de William Owen y Dorothy Hotchkiss y los envió por teletipo a la Oficina de Registros Criminales de Sacramento.
La respuesta no resultó concluyente.
Junto al nombre de Dorothy Hotchkiss no aparecía ningún dato: ni ficha, ni fianzas, ni requisitorias, ni siquiera constaba en el listín telefónico de Azusa. «William Owen» aparecía seis veces.
Varios de esos Owen tenían ficha policial que se remontaba al año 1939; ninguno vivía en el valle de San Gabriel.
Los papeles relativos a los Owen-Hotchkiss se incorporaron al expediente, donde se archivarían. El número del expediente era Z-483-362.
Jean Ellroy fue enterrada el martes 1 de julio de 1958.
Un oficiante contratado celebró un servicio protestante. El cuerpo fue inhumado en el cementerio de Inglewood, al sudoeste de Los Ángeles.
La hermana y el cuñado de Jean estuvieron presentes. También asistieron varios de sus compañeros de Airtek, así como Armand Ellroy y algunos viejos amigos de Jean.
Jack Lawton y Ward Hallinen presenciaron la ceremonia.
El hijo de Jean rezó una plegaria y se apartó de la tumba. Pasó el día mirando televisión con unos amigos de su padre.
La lápida rezaba: «Geneva Hilliker Ellroy. 1915-1958.»
La tumba quedaba en el extremo occidental del cementerio, a menos de un metro de una calle concurrida y de un tramo de valla de tela metálica.
La Oficina del Sheriff de Los Ángeles procedía de los días del Salvaje Oeste. Era una agencia de policía moderna pero impregnada de una profunda nostalgia por el siglo XIX. La OSLA, como se la conocía también, estaba plagada de motivos del Salvaje Oeste. Era todo un ejemplo de representación proporcional.
El sheriff tenía jurisdicción sobre las cárceles y las doce subcomisarías del territorio del condado. Éste comprendía toda la ciudad de Los Ángeles y las tierras al norte, al sur y al este de la urbe. Los agentes cubrían el desierto, las montañas y una elegante franja de playas, todo lo cual abarcaba cientos de kilómetros cuadrados.
Malibu era una delicia y West Hollywood estaba bien: Sunset Strip siempre resultaba interesante. La zona este de Los Ángeles estaba llena de mexicanos camorristas. Firestone era territorio negro de parte a parte. Temple City y San Dimas quedaban fuera, en el valle de San Gabriel. Los agentes podían llegarse en coche a las montañas y divertirse cazando coyotes.
La Brigada de Detectives de la Oficina del Sheriff investigaba los actos criminales que se cometían en el condado. Homicidios de la OSLA se encargaba de los asesinatos descubiertos por los departamentos de policía locales. El Grupo Aéreo de la OSLA patrullaba los cielos del condado e intervenía en las operaciones de rescate.
La Oficina del Sheriff se hallaba en plena expansión. En 1958, Los Ángeles era una ciudad que no paraba de crecer; construida a fuerza de usurpaciones de tierras y resentimiento racial, siempre ofrecía un aspecto provisional. La OSLA fue constituida en 1850 con el propósito de llevar la ley a una tierra sin orden.
Los primeros sheriffs del condado eran elegidos por períodos de un año. Se encargaban de indios merodeadores, bandidos mexicanos y guerras intestinas entre chinos. Los grupos de autodefensa suponían una clara amenaza. A los blancos borrachos les encantaba linchar pieles rojas y bandidos de tez morena.
El condado de Los Ángeles creció. Los sheriffs electos llegaron y pasaron. El número de agentes bajo juramento aumentó, en consonancia con la expansión del condado. A menudo se solicitaba la ayuda de la ciudadanía, y el sheriff acabó por crear una fuerza civil armada a su mando.
La institución se modernizó. Los automóviles reemplazaron a los caballos. Se edificaron cárceles más grandes y nuevas subcomisarías. La OSLA acabó por convertirse en la mayor agencia de su tipo en el territorio continental norteamericano.
El sheriff John C. Cline dimitió de su cargo en 1920. Bill Big Traeger lo sucedió hasta el fin del mandato. Traeger fue reelegido tres veces por períodos de cuatro años. En 1932 presentó su candidatura al Congreso, y ganó. La Comisión de Supervisores del Condado nombró sheriff a Eugene W. Biscailuz.
Biscailuz había entrado al servicio de la Oficina del Sheriff en 1907. Descendía de vascos e ingleses a partes iguales, y había nacido en el seno de una familia adinerada. Sus raíces californianas se remontaban a los días de las concesiones de tierras llevadas a cabo por la corona española.
Administrador brillante y políticamente hábil y atractivo, era un genio de las relaciones públicas con un enorme amor por el folclore del Salvaje Oeste.
También era un progresista inexperto. Algunas de sus opiniones rozaban el bolchevismo, pero las expresaba como lo haría un patriarca respetable. Rara vez fue acusado de herejía.
Biscailuz movilizó fuerzas para combatir incendios e inundaciones, y desarrolló un «plan para grandes catástrofes». Asimismo, construyó el Wayside Honor Rancho, dando forma a su política de rehabilitaciones y puso en marcha un programa de disuasión de la delincuencia juvenil.
Se propuso mantenerse en el cargo mucho tiempo, y lo consiguió, valiéndose para ello de los rituales del Salvaje Oeste.
Restableció la institución de la Fuerza Civil Armada. Sus miembros cabalgaban en los desfiles y de vez en cuando buscaban a algún niño que se perdía en los montes. Biscailuz se retrataba a menudo con ellos, siempre a lomos de un semental palomino.
Biscailuz patrocinaba el rodeo anual de la Oficina del Sheriff, para lo cual enviaba agentes uniformados a vender entradas por todo el condado. El evento solía llenar el Coliseum de Los Ángeles. Biscailuz aparecía con indumentaria del Oeste, que incluía cartucheras y un par de revólveres de seis tiros.
El rodeo no sólo era un espectáculo digno de verse, sino una fábrica de hacer dinero. Lo mismo cabe decir de la barbacoa organizada todos los años por la institución, que reportaba una media de beneficios de sesenta mil dólares.
Biscailuz llevó la Oficina del Sheriff al pueblo, seduciéndolo con el mito que hizo de sí mismo. Su legendario exhibicionismo perpetuaba su poder. Era el ejemplo vivo de la falta de ingenio.
Sabía que muchos de sus muchachos trataban a los negros de forma despectiva. Sabía que las palizas con listines telefónicos aseguraban una confesión rápida. Después del ataque a Pearl Harbor comenzó a detener japoneses y a enviarlos a Wayside. Sabía que un golpe con una porra de cola de castor podía sacarle los ojos de las cuencas a un sospechoso. Sabía que la de policía era una profesión que hacía que uno se sintiese aislado.
Así, ofreció a sus votantes la utopía del Salvaje Oeste, y merced a esa maniobra fue reelegido en seis ocasiones. Su cháchara ritualista se basaba en la ambigüedad. Sus muchachos tenían una mentalidad menos represiva que sus rivales de azul.
William Parker, un genio de la organización, tomó el mando del Departamento de Policía de los Ángeles, el DPLA, en 1950. Su estilo personal era el opuesto al de Gene Biscailuz. Aborrecía la corrupción económica y respaldaba la violencia como un elemento fundamental del trabajo policial. Se trataba de un ordenancista tan riguroso como alcohólico que se había impuesto la misión de restaurar la moralidad anterior al siglo XX.
Biscailuz y Parker gobernaban reinos paralelos. El mito del primero ponía el énfasis, de modo implícito, en la inclusión. Parker convenció a un famoso de la tele llamado Jack Webb. Entre ambos pergañaron un programa semanal llamado Redada, una fantasía sobre delitos y severos castigos que proporcionaba al DPLA una imagen casta y unos poderes casi divinos. El Departamento de Policía de Los Ángeles se tomó en serio ese mito. Se dio aires de grandeza y se distanció del público del que Gene Biscailuz tanto se aprovechaba. Bill Parker detestaba a los negros y enviaba matones a los barrios de éstos para apretar las tuercas a los dueños de clubes que admitían a mujeres blancas. A Gene Biscailuz le gustaba repartir sonrisas entre sus votantes mexicanos, tal vez porque él mismo era, por ascendencia, una especie de chicano.
La leyenda de Gene Biscailuz no trascendía los límites del condado. El mito de Bill Parker se extendió a lo largo y ancho del país. Al sheriff le sentaba mal la popularidad del DPLA, que consideraba a la Oficina del Sheriff una institución rural y se atribuía el mérito exclusivo de sus operaciones conjuntas.
La ideología diferenciaba las dos agencias. La topografía las separaba aún más. El DPLA señalaba que la densidad de población de su jurisdicción y la demografía racial demostraban claramente su superioridad y eran la justificación de su mentalidad de estado de sitio. La Oficina del Sheriff, por su parte, apuntaba que el condado se extendía a una velocidad extraordinaria.
Las dos tuvieron nuevo terreno en que trabajar. Las nuevas poblaciones solicitaban cada vez más sus servicios, de modo pues que no podían permitirse el lujo de patear culos indiscriminadamente.
Bill Parker cumplió cincuenta y seis años en 1958. Su sensibilidad estaba en el punto álgido. Gene Biscailuz cumplió setenta y cinco y proyectaba retirarse al final de aquel año.
Hacía medio siglo que Biscailuz había ingresado en la Oficina del Sheriff. Había visto sustituir los caballos por automóviles. Primero, modelos antiguos; después, aquellos sedanes conocidos como «Fantasma Gris», y más tarde los Ford blancos y negros. También había visto cómo el Los Ángeles del Salvaje Oeste crecía y se reinventaba mucho más allá de las fronteras del mito en que él se había convertido.
Sabía, probablemente, que los colonos blancos violaban a las indias sqaw. Sabía, probablemente, que en el Salvaje Oeste los agentes de la ley eras psicópatas y borrachos. Incluso habría estado de acuerdo en que la mayor parte de su leyenda era producto de las ilusiones y del licor casero clandestino.
Para él, la nostalgia era un modo de complacencia. Sabía, probablemente, que el Salvaje Oeste era fatal para las mujeres (entonces y ahora).
Sabía, probablemente, que en el Salvaje Oeste la noche del sábado constituía una leyenda por sí sola.
Biscailuz habría podido catalogar a la enfermera pelirroja como una víctima de leyenda.
La investigación continuó.
Hallinen y Lawton se dedicaron a ella a tiempo completo. Jim Bruton siguió a bordo. A Godfrey y a Vickers les fueron adjudicados otros casos.
Los periódicos de Los Ángeles publicaron el retrato robot del sospechoso y dejaron caer en el olvido la historia. La pelirroja no llegó a cuajar en ningún momento como víctima. El caso Lana Turner / Cheryl Crane / Johnny Stompanato acaparaba todos los titulares.
Hallinen y Lawton se hicieron caras conocidas en el Desert Inn. Hablaron con los clientes habituales y con gente de paso, pero no consiguieron ninguna pista firme. También visitaron repetidas veces otros bares de Five Points. En suma, probaron suerte en todas partes.
El Departamento de Policía de El Monte mantuvo la presión. Los coches patrulla circulaban con el retrato robot del sospechoso y la fotografía de la víctima. La vigilancia era estrecha.
El jueves 3 de julio la policía recibió un soplo. Un hombre declaró que unas semanas antes había visto a cuatro jóvenes arrojar latas de cerveza en Rio Hondo Wash. Los chicos iban en un Oldsmobile 88 matrícula HHP 815. Uno de ellos había comentado que aquella noche tenía una cita con una enfermera llamada Jean.
Se procedió a contrastar la información y se identificó el coche como un Oldsmobile cupé del 53. Estaba registrado a nombre de Bruce C. Baker, Hallwood 12.060, El Monte. Baker y sus amigos fueron interrogados y descartados como sospechosos.
Hallinen y Lawton entrevistaron otra vez a las compañeras de trabajo de la víctima y localizaron a los amigos y amigas de ésta. Todos insistieron en calificar la vida de Jean Ellroy de «casta». Nadie hizo referencia a una rubia con coleta o a un hombre moreno. El ex novio de Jean, Hank Hart, también fue descartado de inmediato. Era un tipo bajo y gordo, y le faltaba un pulgar. Además, tenía coartada para la noche del 21 de junio.
Hallinen y Lawton repasaron casos recientes de estrangulamiento e intentaron identificar un método. Un caso de la Oficina del Sheriff y dos del Departamento de Policía de Los Ángeles llamaron su atención.
Helen Kelly, fecha de defunción 30/10/53, en Rosemead. Golpeada y estrangulada en su casa. Se trataba de una anciana, y no había sido violada. Parecía un caso de robo en el cual el ladrón hubiese sido sorprendido por la víctima.
Ruth Goldsmith, fecha de defunción 5/4/57, en el distrito de Wiltshire, Los Ángeles. La víctima tenía cincuenta años. Fue encontrada en el suelo del cuarto de baño, semidesnuda. La habían violado. Tenía las muñecas atadas a la espalda con una media de nailon, y en la boca, a modo de mordaza, un paño de cocina atado con otra media. La causa de la muerte había sido la asfixia. El piso estaba intacto y los detectives del DPLA descartaron que fuese un caso de robo con homicidio.
Marjorie Hipperson, fecha de defunción 10/6/57, en el distrito de Los Feliz, Los Ángeles. La víctima tenía veinticuatro años. Había aparecido en su cama, con el camisón por encima de las caderas. La habían violado y tenía una media de nailon atada a la muñeca derecha. Una segunda media aparecía en torno al cuello. Tenía los labios amoratados y debajo de la cabeza se halló un trapo de limpiar utilizado como mordaza.
En los tres casos la investigación estaba en punto muerto, y, en comparación con el caso Ellroy, en los modus operandi de todos ellos había más diferencias que puntos de semejanza.
El Servicio de Archivos de la Oficina del Sheriff proporcionó fotografías e historial de antecedentes de cuarenta y seis agresores sexuales que encajaban con la descripción del hombre moreno.
La mayoría eran blancos. Una decena de ellos estaban clasificados como «varones mexicanos» y se les atribuía toda clase de delitos sexuales. La mayoría estaba en libertad condicional.
Algunos habían dejado Los Ángeles. Otros se hallaban otra vez entre rejas. Hallinen y Lawton repasaron con Lavonne Chambers y Margie Trawick todas las fotos de posibles sospechosos. Los policías fueron descartando nombres.
Investigaron de forma especial a aquellos que mayor parecido guardaban con el hombre moreno. Los localizaron en sus casas y pidieron a los agentes encargados de su libertad condicional que los interrogaran. Todos quedaron descartados.
Otras agencias enviaron más fotos. Hallinen y Lawton las repasaron con Lavonne y con Margie.
Lavonne y Margie siguieron diciendo que no. Eran dos testigos clave. Ambas no sabían más de lo que sabían.
Lavonne tenía tres hijos de un matrimonio fracasado. En Stan's Drive-In obtenía buenas propinas, libres de impuestos, además. Su novio era agente de la comisaría de Temple City. Las camareras de Stan's daban de comer gratis a los polis a cambio de que éstos persiguieran a los clientes que dejaban cheques falsos y los obligaran a pagar sus deudas. Los empleados de la comisaría lavaban y daban brillo al coche de Lavonne. La mujer sabía tratar con la poli.
Margie tenía una hija de catorce años. Su marido había muerto en 1948 de un ataque cardíaco. Margie había dilapidado el dinero que le había dejado y se había trasladado a vivir con sus padres. Tenía el mismo tipo de Jean Ellroy, pero en moreno. Conocía al detalle el ambiente de los bares de El Monte. Era débil de salud y estaba enganchada a los fármacos que le recetaba el médico.
A Lavonne y a Margie les encantaba el papel de testigos. Hallinen y Lawton encontraban encantadoras a aquellas muchachas. Mientras repasaban las fotos en busca de posibles sospechosos, tomaban café y charlaban.
Les llegó el soplo de que el peluquero de la víctima encajaba con la descripción del hombre moreno. Hallinen y Lawton llevaron a Lavonne al salón del individuo, donde le lavaron el pelo y le hicieron la permanente, a cargo de la policía. Lavonne dijo que aquél no era el tipo. Además, añadió, era un marica descarado.
Recibieron más pistas.
11/7/58:
Un tal Padilla se presentó en la comisaría de El Monte. Dijo que el 30 de junio lo habían soltado de los calabozos del Palacio de Justicia y que había visto salir de un bar de South Main Street a un hombre parecido al sospechoso.
13/7/58:
Un tal Don Kessler se presentó en la Oficina del Sheriff de Temple City y declaró que trabajaba en El Monte Bowl y que había visto en su local a un hombre que se parecía al sospechoso. La madre de Kessler había seguido al individuo hasta el bar Bonnie Rae, donde logró escabullirse. Iba sucio y tenía aspecto de mexicano. 14/7/58:
El sheriff de Temple remitió una pista a la policía de El Monte. Se refería a otro individuo desastrado que había sido visto en El Monte Bowl.
El hombre encajaba con la descripción del sospechoso. Vestía pantalones de color tostado, muy sucios. Poco después, un agente de El Monte encontró en la calle unos pantalones parecidos. El agente los recogió, los llevó a la comisaría y los dejó sobre el escritorio del capitán Bruton.
El Departamento de Policía de El Monte tenía la «fiebre de la mujer blanca muerta».
El martes 15 de julio se llevó a cabo una encuesta forense, presidida por el doctor Charles Langhauser. Jack Lawton representó a la Oficina del Sheriff del condado de Los Ángeles.
Un jurado compuesto por seis personas evaluó las pruebas. La encuesta tuvo lugar en la sala 150 del Palacio de Justicia.
El primero en testificar fue Armand Ellroy. Declaró que llevaba más de dos años sin ver a su ex esposa y que en ese tiempo no había mantenido ninguna relación con ella. Manifestó que había visto el cuerpo el lunes 23 de junio, y repitió que el nombre completo de ella era Geneva Hilliker Ellroy, tenía cuarenta y tres años de edad y había nacido en Wisconsin.
El siguiente testigo fue George Krycki, quien describió una breve conversación que había sostenido con la víctima el sábado 21 de junio. No le había parecido que Jean estuviera ebria. Resultaba curioso, agregó; siempre daba la impresión de que acabara de maquillarse.
Jack Lawton hizo varias preguntas a Krycki. Insistió en las amistades de Jean.
Krycki respondió que no conocía a sus amigos. Quizá su esposa, que mantenía una relación más estrecha con la señora Ellroy.
Anna May Krycki prestó declaración. Langhauser le solicitó que repitiese qué había hecho la noche del 21 de junio y volvió sobre el tema de las amistades de Jean. La señora Krycki contestó que sólo sabía de una pareja; gente mayor que en aquellos momentos se encontraba de viaje por Europa.
Lawton intervino para preguntar a la señora Krycki si en alguna ocasión Jean le había pedido que le recomendase un local donde tomar una copa.
La señora Krycki respondió que sí, pero añadió que le había dicho que no había ninguno al que pudiera ir sin acompañante. Reconoció haber mencionado el Desert Inn y Suzanne's. Eran dos clubes nocturnos de El Monte, muy concurridos.
Lawton le preguntó si le había recomendado algún restaurante. La señora Krycki respondió que le había hablado de Valdez's y de Morrow's. La conversación había tenido lugar un mes antes de que Jean fuera asesinada, y ésta jamás le había comentado que hubiese visitado esos locales.
Lawton le preguntó si en alguna ocasión había visto borracha a la víctima. La señora Krycki respondió que nunca. Lawton quiso saber si la señora Krycki la había visto tomar aunque sólo fuera una copa. Esta vez, la mujer rectificó su línea argumental de que Jean era abstemia y señaló que la difunta tomaba alguna copita de jerez, por la tarde.
Lawton le preguntó si Jean le había confiado sus problemas alguna vez. La señora Krycki respondió que, de vez en cuando, Jean mencionaba a su ex marido. Lawton se interesó por las amistades masculinas de la víctima. La señora Krycki negó que tales amistades existieran.
El doctor Langhauser le dijo a la señora Krycki que podía retirarse.
El agente Vic Cavallero ocupó el estrado y describió el escenario del crimen, en el instituto Arroyo.
Margie Trawick prestó juramento. Describió los hechos que había presenciado en el Desert Inn. Dijo que el sospechoso tenía la cara tan chupada como si le hubiesen extraído la dentadura.
Jack Lawton testificó. Hizo un resumen de las tres semanas de investigaciones sobre el caso. Dijo que, al parecer, la víctima estaba borracha cuando fue vista en el Stan's Drive-In. Añadió que varias personas creían haberla visto ese sábado por la noche, pero que aún no se había verificado nada al respecto. Los únicos testigos oculares cuyo testimonio había sido ratificado eran Margie Trawick, Lavonne Chambers y Myrtle Mawby. Tras investigar a un buen puñado de sospechosos, todos los cuales tenían coartada, la investigación proseguía.
El jurado se retiró de la sala para deliberar, pero regresó muy pronto con su veredicto:
«Asfixia debido a estrangulamiento mediante ligadura, infligida a la difunta por una o más personas cuya identidad este jurado desconoce por el momento. Basándonos en los testimonios presentados en esta sesión, resolvemos que la muerte de la fallecida fue homicidio y que quien lo haya cometido es responsable por ello ante la justicia.»
Salvador Quiroz Serena era un ex mecánico de Airtek. Se trataba de un mexicano de treinta y cinco años, un metro setenta de estatura, setenta kilos de peso, cabellos negros y ojos pardos. Un amigo suyo, Enrique Tito Mancilla, lo delató como autor de la muerte de Jean Ellroy. Serena tenía un sedán Oldsmobile del 55.
Un miembro de la Brigada de Homicidios atendió la llamada. Hallinen y Lawton estaban ilocalizables, de modo que se encargó al sargento Al Sholund que siguiese la pista.
Sholund envió un teletipo al Servicio de Archivos del estado. La respuesta llegó enseguida: Serena tenía un largo historial delictivo, que incluía robo con escalo, atraco a mano armada y una condena por bigamia. El sospechoso estaba fichado como extranjero residente y como ex convicto residente.
Sholund envió otro teletipo al Departamento de Vehículos a Motor del estado. También recibió respuesta de inmediato.
Serena tenía un Oldsmobile cupé del 54. Su última dirección conocida era Westmoreland 952, Los Ángeles.
Como las señas no coincidían con las que Mancilla le había dado, Sholund decidió interrogar a éste, para lo que se dio una vuelta por Airtek.
Mancilla dijo que conocía a Serena desde hacía dos años; habían trabajado juntos en la empresa y luego habían seguido frecuentándose. Serena era amigo de otros dos tipos de Airtek: Jim Foster y George Erqueja.
Serena había estado en México recientemente y había regresado a Los Ángeles hacía un mes. Jim Foster le había encontrado alojamiento en su casa de apartamentos, en Culver City.
Mancilla visitó a Serena el 23 de junio, o alrededor de esa fecha. «¿Te has enterado de lo que le ha ocurrido a Jean?», le preguntó. Cuando Serena respondió que no, Mancilla le contó que la habían asesinado, lo que no pareció sorprender a aquél.
Serena dijo que el año anterior había bailado con Jean en una fiesta campestre de la empresa. «Y me la habría tirado si hubiese querido», añadió.
Siete u ocho días después Serena fue a ver a Mancilla a su casa y le pidió que le prestase el coche. Se negó. Esa misma noche Serena regresó para informarle de que se trasladaba a Sacramento.
Sholund localizó a Jim Foster y a George Erqueja en las instalaciones de la empresa. La versión de ambos coincidía: Serena se había trasladado a Sacramento, donde había encontrado empleo en la compañía Aerojet. Sholund volvió al Palacio de Justicia y redactó un informe detallado para Jack Lawton.
El informe llegó a Lawton, quien llamó a Aerojet y habló con el jefe de personal. Este le comentó que era muy probable que Salvador Quiroz Serena fuese un trabajador recientemente contratado bajo el nombre de Salvador Escalante. Lawton le dijo que se acercaría por allí para hablar con él, y le pidió que mantuviese el asunto en secreto.
El jefe de personal aseguró que colaboraría. Lawton llamó a Jim Bruton y lo puso al corriente del asunto Escalante. Resolvieron ir juntos a Sacramento esa misma noche. Alquilaron una habitación en un motel y a la mañana del día siguiente, 17 de julio, se presentaron en Aerojet.
El jefe de seguridad les entregó a Serena, alias Escalante. Lawton y Bruton lo condujeron a la Oficina del Sheriff del condado de Sacramento, donde lo encerraron.
Serena era de constitución robusta, por lo que no parecía el tipo que buscaban. Explicó que el 3 de junio se había casado en México y que había regresado a California tres semanas después, aproximadamente. Mientras conducía por El Centro oyó que en la radio hablaban del asesinato de la enfermera; al día siguiente habló de ello con Tito Mancilla, con quien se había encontrado por casualidad. Según él, su coartada era su esposa. Pero la mujer no hablaba inglés.
Bruton llamó a la oficina local de la Patrulla de Fronteras y consiguió un intérprete. Todos se reunieron en casa de Escalante.
Hablaron con Elena Vivero de Escalante, quien respaldó las palabras de su esposo de forma bastante convincente. El 21 de junio, la pareja se encontraba en México. La mujer corroboró todas las declaraciones de su marido.
El sospechoso quedó en libertad.
Homicidios de la Oficina del Sheriff era una división centralizada. La componían quince sargentos, dos tenientes y un capitán. La sala central de la unidad se encontraba encima del depósito de cadáveres del condado. De vez en cuando, la peste que subía de allí era insoportable.
Los asesinatos a investigar se distribuían por turno rotatorio. No había equipos fijos; los hombres se agrupaban según la disponibilidad de cada uno. Era una unidad de elite encargada de los casos complicados de extorsión, bajo las órdenes directas del sheriff Biscailuz. Éste enviaba directamente a Homicidios todas aquellas historias sórdidas que quería mantener en secreto.
La unidad se encargaba de los suicidios, de los accidentes laborales y de treinta y cinco a cincuenta asesinatos al año. Doce subcomisarías y un puñado de ciudades la proveían de víctimas. La mayoría de sus componentes guardaba botellas en el escritorio, bebía en la sala de guardia y visitaba los bares de Chinatown camino de casa.
Ward Hallinen tenía cuarenta y seis años. Jack Lawton, cuarenta. Sus estilos eran diferentes y, en ocasiones, opuestos.
Ward era conocido como «el Zorro Plateado». Se trataba de un hombre menudo, de ojos azul claro y cabello ondulado y canoso. Llevaba trajes ajustados que le sentaban mejor que al maniquí de un escaparate. Era de hablar suave, sentencioso y meticuloso. No le gustaba portar armas y le disgustaban los aspectos más rudos de la labor policial. También le desagradaba trabajar con compañeros impacientes e irreflexivos. Su suegro era el ex sheriff Traeger. Tenía una hija en el instituto y otra en primer curso de universidad.
Jack era de estatura mediana, corpulento y bastante calvo, así como tenaz, trabajador y meticuloso. Si uno le caía mal, no dudaba en hacérselo saber. Le gustaban los niños y los animales y tenía por costumbre rescatar a los perros y gatos que encontraba en la escena de un crimen. Había hecho sus primeros pasos en homicidios en el Ejército, investigando los crímenes de guerra japoneses. Le encantaba la seriedad de su trabajo, pues guardaba una relación profunda con las partes etéreas y protectoras de su carácter. Tenía tendencia a perder los estribos. Estaba casado y era padre de tres hijos pequeños.
Ward y Jack se llevaban bien. Sabían hacer concesiones cuando las circunstancias obligaban a ello. Nunca permitían que sus diferencias de estilo echaran a perder un caso.
El asunto Ellroy no avanzaba. No había modo de dar con la rubia y el hombre moreno.
Los compromisos judiciales interrumpieron sus pesquisas. A Hallinen le adjudicaron el caso de un mexicano, un tal Hernández, que el 24 de julio había muerto apuñalado. En la escena del crimen se detuvo a tres hispanos. El origen de la reyerta había sido alguna deuda pendiente entre bandas juveniles o que alguien estaba acostándose con la hermana de otro.
El 1 de agosto la Brigada de Narcóticos de la Oficina del Sheriff recibió una pista sobre el caso Ellroy. La confidente era una enfermera, la señora Waggoner.
La mujer dijo que había respondido al anuncio de un club de encuentros y había conocido a un hombre mexicano, llamado Joe el Barbero. Este tenía cuarenta y cinco años, medía un metro sesenta de estatura y pesaba noventa kilos. Conducía un Buick del 55 verde pálido. La señora Waggoner estaba liada con Joe el Barbero, quien le contó que vendía marihuana y la incitaba a robar alcaloides del hospital donde trabajaba.
A un agente de Narcóticos le gustó la maniobra de la mujer. Comunicó la pista a Homicidios y Joe el Barbero fue interrogado y descartado como sospechoso.
El 3 de agosto llegó otra pista al Departamento de Policía de El Monte. La comunicaron en persona dos hombres mexicanos y una mujer blanca.
Dijeron que una noche en que estaban bebiendo en un local mexicano de La Puente conocieron a un tipo que se ofreció a llevarlos donde quisieran. Era blanco, de entre veinticinco y treinta años, un metro ochenta de estatura, setenta kilos aproximadamente, cabello castaño oscuro y ojos azules. Los tres subieron al Chevrolet Tudor del 39 del individuo, quien los llevó al cauce seco del San Dimas. Una camioneta Ford del 46 se detuvo detrás de ellos. El conductor era blanco, treinta años, un metro ochenta de estatura, noventa kilos de peso, cabello rubio y ojos azules.
Todos se reunieron en el cauce seco. El hombre del Chevrolet agarró a la mujer por el collar y le dijo que, si no andaba con cuidado, terminaría como esa enfermera de El Monte. El tipo de la camioneta hizo su numerito de «odio a los mexicanos». Uno de los hispanos saltó sobre él, le dio una paliza y fue tras su compañero y la mujer, que habían escapado.
Los comunicantes dejaron sus nombres al oficial de guardia, que realizó un informe a máquina y lo dejó en la bandeja del capitán Bruton.
El asunto Ellroy no avanzaba. El 29 de agosto, Hallinen pasó a ocuparse del caso de un hombre asesinado por su mujer. Lillian Kella había apuñalado a Edward Kella con precisión letal. La mujer dijo que la golpeaba en la cabeza con demasiada frecuencia. A finales del verano solían presentarse casos como ése.
La patrulla de Temple informó de un extraño suceso producido el 2 de septiembre. Todo había comenzado frente a la puerta del bar Kit Kat de El Monte.
Dos agentes vieron a una mujer, una tal Willie Jane Willis, apoyada contra una cabina telefónica; parecía aturdida. El portero del Kit Kat dijo que había visto a Willie Jane bajar de un camión mezclador amarillo. El conductor la había perseguido alrededor del vehículo, había abandonado la persecución y se había marchado.
Los agentes comprobaron que Willie Jane tenía un chichón en la cabeza y decidieron llevarla al centro médico Falk. Allí, un doctor la hizo acostarse en una camilla. La mujer empezó a delirar. «¡Carlos, no la mates! -decía-. Yo lo vi matarla y arrojar el cuerpo al lado de la escuela.»
Uno de los agentes le preguntó si se refería al instituto Arroyo. Willie Jean lo agredió e intentó huir por una puerta trasera. Los agentes se lo impidieron y la metieron en el coche patrulla. El médico de la sala de urgencias creyó que estaba bajo los efectos de algún narcótico.
Willie Jane fue conducida a la comisaría de Temple City. Durante el trayecto no dejó de murmurar, histérica. Los agentes oyeron que decía: «Y vi cómo la mataba. La estranguló y arrojó el cuerpo cerca de la escuela… Tenía el rostro amoratado… Fue horrible.»
Willie Jean intentó saltar del coche. Los agentes la sujetaron. «No me lleven otra vez a esa escuela -gimió-. ¡Por favor, no me obliguen a volver allí!»
Llegaron a la comisaría. Los agentes la escoltaron al interior. Un detective la interrogó y envió un memorándum a Homicidios. Hallinen y Lawton no le dieron ninguna importancia.
Las pistas y los informes sin pies ni cabeza cesaron. El caso Ellroy quedó en el limbo.
El 9 de octubre, Lawton se ocupó de un homicidio por disputas comerciales. El 12 y el 14, Hallinen tomó en sus manos otros casos de esposas que habían matado a tiros a sus maridos. Un maníaco sexual llamado Harvey Glatman fue detenido el 27 de octubre.
La policía del condado de Orange lo arrestó en su jurisdicción mientras se peleaba con una mujer junto a una cuneta, cerca de la autovía de Santa Ana. Los dos cayeron del coche de Glatman y lucharon por el arma con que él la había amenazado. Una patrulla de Tráfico vio el incidente y efectuó la detención.
La mujer se llamaba Lorraine Vigil. Era una modelo fotográfica de Los Ángeles. Glatman la había embaucado con el pretexto de tomarle unas fotos. Aseguraba tener un estudio en Anaheim.
Glatman fue fichado en la Oficina del Sheriff del condado de Orange, acusado de intento de violación y abusos deshonestos. En su coche, los agentes encontraron cuerda de tender la ropa, una cámara, varios carretes de fotos y una caja de munición del 32. Repasaron antiguos teletipos y obtuvieron tres posibles casos similares.
1/8/57:
Desaparición de una modelo llamada Judy Ann Dull. Fue vista por última vez con un fotógrafo llamado Johnny Glynn. Los dos dejaron el apartamento de la señorita Dull en West Hollywood y nadie volvió a tener noticias de ellos. Harvey Glatman encajaba con la descripción de Johnny Glynn.
8/3/58:
Desaparición de una mujer llamada Shirley Ann Bridgeford. Salió de su casa en el valle de San Fernando, acompañada de un hombre llamado George William. Nunca se volvió a ver a ninguno de los dos. La señora Bridgeford pertenecía a un club de encuentros. William se puso en contacto con ella a través del listín telefónico. Harvey Glatman encajaba con la descripción de George William.
20/7/58:
Desaparición de una modelo llamada Angela Rojas, alias Ruth Rita Mercado. Hasta el momento no se sabía nada de ella.
Harvey Glatman accedió a someterse a una prueba con el detector de mentiras. El experto en el manejo del aparato le hizo preguntas relacionadas con las tres mujeres desaparecidas. Las respuestas indicaron un conocimiento culpable. El experto se lo hizo notar. Glatman dijo que él había matado a las tres mujeres.
Bridgeford y Rojas figuraban como desaparecidas en los archivos del Departamento de Policía de Los Ángeles. Judy Ann Dull era un caso de la Oficina del Sheriff de L.A. Los agentes del condado de Orange lo notificaron a ambos cuerpos.
Dos detectives del DPLA se desplazaron hasta Orange. Jack Lawton lo hizo en representación de la Brigada de Homicidios de la Oficina del Sheriff. Lo acompañó el capitán Jim Bruton.
Las indagaciones fueron largas; Glatman ofrecía los detalles poco a poco. Lawton lo interrogó acerca de la víctima Bridgeford. El sargento E.V. Jackson lo interrogó acerca de la víctima Rojas.
Glatman dijo que a finales de julio de 1957 había visto en un periódico un anuncio en que se ofrecían modelos fotográficas por horas. Llamó al número que aparecía en él y habló con una mujer llamada Betty Carver. La señorita Carver lo invitó a pasar por el local y echar un vistazo al catálogo.
El piso quedaba en North Sweetzer. Glatman llegó y preguntó a la señorita Carver si en ese momento estaba libre para una sesión. Ella respondió que estaba ocupada. Glatman vio una fotografía de Judy Dull, la compañera de piso de la señorita Carver, y preguntó si el trabajo podía interesarle a ella.
La señorita Carver contestó que quizá sí.
Glatman se marchó y regresó al día siguiente. Habló con Judy Ann Dull y se presentó como Johnny Glynn. La señorita Dull accedió a realizar una sesión de dos horas. Glatman pasó a recogerla en coche y la llevó a su piso, en Hollywood. Allí le contó que quería vender unas fotos de sumisión y amordazamiento para la revista True Detective. La señorita Dull se dejó atar y amordazar.
Glatman la fotografió. Luego le apuntó con una pistola. La manoseó, la violó y la obligó a posar desnuda con las piernas abiertas.
Pasaron seis horas en el piso. Judy Ann no se resistió a las agresiones. Según Glatman, las deseaba incluso. Le aseguró que era una ninfómana y que no sabía controlarse con los hombres.
Glatman le ató las muñecas y la condujo a su coche. Eran las diez y media de la noche. La llevó al este por la autopista de San Bernardino, a casi ciento cincuenta kilómetros al sur de Los Ángeles. Llegaron a la gran zona desértica que se extiende alrededor de Indio. Glatman se desvió hacia un paraje solitario, detuvo el coche y llevó a la muchacha lejos del camino. Luego, le ató los tobillos y la arrojó al suelo, con la cara en la arena.
Ató el extremo de la cuerda de los tobillos en torno al cuello de la señorita Dull y se subió sobre la espalda de ésta. Tiró del centro de la cuerda y la estranguló. Le quitó las medias y cubrió el cuerpo con arena.
El ansia volvió a apoderarse de él en marzo de 1958. En el periódico vio un anuncio de un club de encuentros, fue a las oficinas de éste, pagó una tarifa y se apuntó. Dijo que su nombre era George William.
El director le dio algunos números de teléfono. Concertó una cita con una chica y decidió ir a verla a su casa. No era su tipo. Llamó a Shirley Ann Bridgeford y concertó una cita el sábado 8 de marzo, por la noche.
La recogió ante la vista de toda la jodida familia de la muchacha. En lugar de llevarla al cine, Glatman propuso dar una vuelta en coche. Shirley Ann aceptó.
Glatman condujo hacia el sur, en dirección al condado de San Diego. Cenaron en un café y se besuquearon en el coche. Luego, Shirley Ann dijo que debía regresar a casa.
Glatman la llevó al este. Se detuvo en el arcén de la autovía y continuaron los manoseos. Glatman sacó la pistola y la obligó a pasar al asiento de atrás.
La violó. Le ató las manos y la arrojó al asiento delantero. Continuó hacia el este, tomó un camino que se internaba en el desierto y detuvo el coche. La obligó a caminar un par de millas, por lo menos, y allí la ató y amordazó. Era noche cerrada.
Cuando salió el sol, Glatman sacó la cámara y el flash.
Extendió una manta y fotografió a Shirley Ann atada y amordazada. Le rodeó con una cuerda el cuello y los tobillos, se subió encima de la muchacha, tiró del centro de la cuerda y la estranguló.
Regresó a Los Ángeles en el coche. Reveló las fotografías de Shirley y las guardó en una lata junto a las de Judy.
El ansia volvió a apoderarse de él en julio. En un periódico vio un anuncio en el que aparecía una modelo muy apetitosa, y llamó al número que figuraba en él. Angela Rojas lo invitó a su estudio-apartamento, situado en Pico.
Glatman se presentó. Angela dijo que no se sentía bien y le pidió que se pasara en otro momento. Glatman asintió. Regresó la noche siguiente, sin anunciarse.
Angela lo hizo pasar. Glatman sacó la pistola y la obligó a entrar en el dormitorio. La ató de pies y manos y la sobó. Le quitó las ligaduras y procedió a violarla. Luego le colocó la pistola en la nuca y la llevó hasta su coche.
Se dirigió directamente hacia el desierto y, poco antes de que amaneciera, encontró un lugar recogido. Pasaron todo el día allí. Volvió a violarla y la fotografió. Al anochecer, la condujo a un lugar aún más aislado.
Le dijo que quería sacar algunas fotos más. Preparó la cámara y el flash.
La ató y la amordazó y tomó algunas fotos. A continuación colocó a la mujer boca abajo sobre una manta y le pasó una cuerda en torno al cuello y los tobillos. La mujer pataleó, se resistió y tiró hasta estrangularse. Glatman cubrió el cuerpo con unos arbustos y regresó a Los Ángeles.
Lawton mencionó el asesinato de Jean Ellroy. Glatman aseguró que él no era el autor. No sabía dónde quedaba El Monte. Sólo había matado a las tres mujeres que acababa de mencionar. No había matado a ninguna enfermera pelirroja.
Glatman fue acusado de tres delitos de asesinato en primer grado. Los policías y el fiscal del distrito del condado de Orange se reunieron para hablar del modo de encarar la acusación.
Judy Ann Dull había sido asesinada en el condado de Riverside. Shirley Ann Bridgeford y Angela Rojas en el de San Diego. Glatman había agredido a Lorraine Vigil en Orange. Harvey la había jodido con tantos desplazamientos: ni siquiera tenía derecho a su juez natural.
Glatman ya había sido condenado un par de veces por agresiones sexuales. Había cumplido cinco años en Sing Sing y dos en la penitenciaría del estado de Colorado. Tenía treinta años y trabajaba de reparador de televisores. Era delgado y con todo el aspecto de un niño Jesús desnutrido.
Lawton, Brooks y Jackson visitaron los escenarios de los asesinatos de Harvey Glatman. Los acompañaban fotógrafos, fiscales de distrito y varios ayudantes de sheriff. Glatman los condujo directamente a los huesos de las víctimas Bridgeford y Rojas.
Los restos de Judy Dull se localizaron en diciembre de 1957. Estaban en la Oficina del Forense del condado de Riverside, donde habían sido calificados como pertenecientes a una mujer desconocida.
El recorrido terminó en el piso de Glatman. Los médicos examinaron su colección de fotografías. Tenía docenas de fotos de violencia real adquiridas por correo. En todas figuraban mujeres atadas y amordazadas. Había fotos de mujeres atadas y amordazadas tomadas de su propio televisor. Glatman dijo que siempre miraba televisión con la cámara fotográfica al lado, de ese modo conseguía algunas buenas imágenes adicionales.
Tenía fotos de chicas a las que había retratado en Denver. Estaban atadas y amordazadas, vestidas sólo con bragas y sostén. Glatman dijo que las muchachas seguían con vida y que no les había hecho ningún daño.
Guardaba sus fotos especiales en una lata. Los policías las revisaron una a una.
Judy Dull aparecía con el sujetador por debajo de los pechos. La mordaza le aplastaba las mejillas, desfigurándole el rostro. Sus posturas con las piernas abiertas eran fatuas y obscenas.
No se la veía temerosa. Tenía el aspecto de una adolescente hastiada. Quizá creyese que podía ser más lista que aquel tipo tímido. Quizá pensara que sumisión equivalía a aplomo. Tal vez tuviese la valentía y la jactancia de una modelo resabiada: todos los hombres eran débiles y fáciles de convencer con la adecuada combinación de halagos y seducción.
Angela Rojas tenía cara de desconcierto. El fondo desértico de sus fotografías estaba bellamente iluminado.
Shirley Ann Bridgeford era consciente de que había llegado al final de su vida. La cámara de Glatman recogía sus lágrimas y sus contorsiones, así como el grito que la mordaza le impedía emitir.
Las fotos afectaron a Jack Lawton. Glatman le daba asco. Pero sabía que no se encontraban ante el asesino de Jean Ellroy.
El 8 de noviembre, a Hallinen y a Lawton les asignaron un caso. Un hombre llamado Woodrow Harley había violado a su hija adoptiva de trece años y la había asfixiado con una almohada empapada en cloroformo.
Pasaron una semana investigando. Visitaron a Armand Ellroy y a su hijo justo antes del día de Acción de Gracias.
El chico había crecido; era muy alto para su edad.
Hallinen y Lawton llevaron a Ellroy y a su hijo al Tiny Taylor's Drive-In. El chico pidió un surtido de helados. Hallinen y Lawton volvieron a preguntarle por el amigo de mamá.
El chico repitió la historia que ya les había contado. No recordaba más hombres.
Regresaron al piso. Ellroy dijo a su hijo que saliese a jugar. Tenía que hablar con aquellos hombres a solas.
El chico salió y luego regresó por el pasillo de puntillas. Escuchó a su padre y a los policías charlar en la cocina.
Su padre llamaba a su madre borracha promiscua. Los policías decían que el caso estaba en un callejón sin salida. Jean era una mujer condenadamente reservada. Su vida carecía por completo de sentido, así de simple.