174495.fb2 Mis rincones oscuros - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 4

Mis rincones oscuros - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 4

III. STONER

Tú eras un fantasma. Te encontré en las sombras y tendí las manos hacia ti de muchas y terribles maneras. Tú no me censuraste. Soportaste mis ataques y dejaste que me castigara a mí mismo.

Tú me hiciste. Tú me formaste. Me diste una presencia fantasmal que brutalizar. Nunca me pregunté cómo rondabas fantasmagóricamente a los demás. Nunca me cuestioné el que poseyera tu espíritu.

No quería compartir mi derecho sobre ti. Te rehice de manera depravada y te encerré bajo llave donde otros no pudieran tocarte. No sabía que el simple egoísmo invalidaba todas mis exigencias sobre ti.

Vives fuera de mí. Vives en los pensamientos enterrados de desconocidos. Vives mediante tu fuerza de voluntad para esconderte y fingir. Vives gracias a tu fuerza de voluntad para evitarme.

Estoy decidido a encontrarte. Sé que no puedo hacerlo solo.

12

Todos sus fantasmas eran mujeres. Corrían por sus sueños de modo intercambiable.

La podrida en la cuneta de la carretera 126. La camarera de la Marina. La adolescente que se quedó muda de estupor después de que la violasen y golpearan.

La lógica del sueño distorsionaba los detalles. Las víctimas se movían entre los escenarios del crimen y mostraban signos de muerte contradictorios. A veces volvían a la vida. Se las veía más viejas o más jóvenes o tal como eran en el momento de su muerte.

Daisie Mae fue sodomizada como Bunny. Karen recibió los golpes de cachiporra que hicieron caer de bruces a Tracy. La cachiporra era de fabricación casera. Los asesinos habían introducido cojinetes en un pedazo de manguera de jardín y habían cerrado los dos extremos. Las resurrecciones instantáneas resultaban desconcertantes. Se suponía que las mujeres tenían que quedarse muertas. El asesinato las acercaba a él. Su amor empezaba en el instante mismo en que morían.

Soñaba mucho. Había dejado la persecución y pasaba por una especie de retiro temprano. Había llegado el momento de salir. Renunció a todo lo que tenía. Quería marcharse, definitivamente.

Dejó facturas sin pagar. Karen le enviaría notas para recordárselo. Él le había fallado porque los contactos no estaban allí y otros asesinatos dispersaban sus obligaciones. Era víctima de la confusión y del azar, igual que ella.

Intentaría compensarla con el amor que aún sentía.

Se llamaba Bill Stoner. Tenía cincuenta y tres años y era detective de la Brigada de Homicidios en la Oficina del Sheriff del condado de Los Ángeles. Estaba casado y tenía dos hijos gemelos de veintiocho años.

Marzo del 94 tocaba a su fin. A mediados de abril dejaría el trabajo; llevaba treinta y dos años en él, catorce de los cuales en Homicidios. Se retiraba como sargento con veinticinco años de antigüedad en el puesto. Con su pensión viviría bien.

Se iba intacto. No era un borracho ni había engordado a fuerza de alcohol y hamburguesas. Llevaba más de treinta años con la misma mujer y juntos habían pasado épocas difíciles. Nunca había tomado el camino bifurcado que seguían muchos polis. No jugaba la doble baraja de tener una familia y una serie de amigas entre la comunidad de agentes de la ley, que acababa de abrirse a las mujeres.

No se había escondido tras el trabajo ni se había recreado en una visión sombría del mundo. Sabía que el aislamiento generaba resentimiento y autocompasión. El trabajo de policía era ambiguo por naturaleza. Para asegurarse su arraigo moral la pasma desarrollaba códigos sencillos que reducían cuestiones complejas a breves epigramas. Y todos los epigramas se reducían a esto: la policía sabe cosas que el resto de la gente ignora. Cada epigrama confundía en la misma medida que iluminaba.

Eso era lo que le había enseñado el trabajo en Homicidios. Lo aprendió gradualmente. Vio casos desconcertantes que concluían en una sentencia condenatoria sin alcanzar a comprender por qué se habían producido los asesinatos. Llegó a desconfiar de las respuestas y las soluciones fáciles y se regocijó en las pocas viables que encontró. Aprendió a reservarse los juicios, a contener su ego y a hacer que la gente se acercara a él. Era la actitud de un inquisidor, lo cual lo distanciaba un poco de sí mismo al tiempo que lo ayudaba a controlar su temperamento general y a poner riendas a su conducta.

Los primeros diecisiete años de su matrimonio fueron una guerra. Se peleaba con Ann. Ann se peleaba con él. Sin embargo, gracias a la suerte y a un cierto sentido de hasta dónde podía llegarse, todo quedaba en palabras. Eran igualmente volubles y profanos y, por lo tanto, sus exigencias eran igual de egoístas. Ambos aportaban a su guerra reservas equiparables de amor.

Él llegó a detective de Homicidios. Ann llegó a enfermera titulada. Empezó la carrera tarde. El matrimonio sobrevivió porque ambos trataban con la muerte.

Ann se retiró pronto. Sufría de hipertensión y era alérgica. Los años de mala vida le pasaban factura.

Y a él también.

Estaba exhausto. Cientos de asesinatos y las épocas difíciles pasadas con Ann merecían un buen premio.

Quería abandonarlo todo.

El trato con la muerte le había enseñado cómo dejar que las cosas marchasen solas. Quería ser un padre de familia y un esposo en plena dedicación. Quería ver a Ann y a los chicos todo el tiempo y de manera permanente.

Bob regentaba una tienda Ikea. Estaba casado con una mujer muy formal y tenían una hija pequeña. Bob observaba las reglas. Bill Junior era más problemático. Levantaba pesas, iba a la universidad y trabajaba de gorila. Tenía un hijo de su ex novia, una japonesa. Bill Junior era un chico brillante y un gilipollas inveterado.

Amaba a sus nietos con locura. Para él la vida era magnífica.

Tenía una hermosa casa en Orange County. Tenía una buena reserva de dinero y de salud. Gozaba de un buen matrimonio y mantenía un diálogo privado con mujeres muertas. Era su propia interpretación del síndrome Laura.

A los detectives de Homicidios les gustaba mucho la película Laura. Un poli se obsesiona con la víctima de un asesinato y descubre que sigue viva. Es muy bella y misteriosa. La mujer se enamora del poli. Casi todos los detectives de Homicidios son unos románticos. Irrumpen en vidas destrozadas por el asesinato y dan consuelo y consejos. Se ocupan de familias enteras. Conocen a las hermanas y a las amigas de sus víctimas y sucumben a una tensión sexual relacionada con la aflicción. Tras cada drama encuentran una válvula de escape a sus matrimonios.

Él no estaba tan loco ni enganchado a lo dramático. La contrapartida de Laura era Perdición: un hombre conoce a una mujer y arroja su vida por la borda. Ambas perspectivas eran igualmente fatuas.

Las mujeres muertas encendían su imaginación. Las honraba con tiernos pensamientos. No les permitía que controlaran su vida.

Estaba decidido a jubilarse pronto. Las cosas pasaban deprisa y brillantes por su cabeza.

Tenía que ir a la oficina. A las nueve se había citado con un hombre cuya madre había sido asesinada hacía unos treinta años. El hombre quería echar un vistazo al expediente policial.

El terremoto de enero derrumbó el Palacio de Justicia. La Brigada de Homicidios de la Oficina del Sheriff, se mudó a la ciudad de Commerce. Estaba a una hora al norte del condado de Orange. Tomó la 405 hasta la 710. Un detective de Homicidios se pasaba la mitad del tiempo en la autopista. Acababan por dejarlo exhausto.

El condado de Los Ángeles era grande, topográficamente diverso y sólo podía cruzarse por autopista. Las autopistas reducían los problemas para deshacerse de un cadáver. Los asesinos podían meterse en remotos cañones y librarse rápidamente de sus víctimas. Las autopistas y terraplenes constituían zonas de cuatro estrellas para ello. Él calificaba las autopistas según las posibilidades que ofrecían para abandonar cadáveres y su historial al respecto. Cada trozo de autopista de Los Ángeles señalaba el lugar donde había aparecido un cuerpo o el camino hacia la escena de un crimen. Cada rampa de entrada y salida llevaba a algún asesinato.

Los cadáveres tendían a amontonarse en los peores lugares del condado. Conocía cada kilómetro de autopista desde y hasta cualquier población maloliente que estuviese bajo la jurisdicción de la Oficina del Sheriff. Los kilómetros se acumulaban y pesaban en su culo cansado. Quería largarse para siempre de la zona de abandono de cadáveres.

Del condado de Orange al centro de Los Ángeles había unos ciento cincuenta kilómetros. Vivía en Orange porque no era Los Ángeles ni un gran mapa de asesinatos pasados y presentes. Casi todo Orange era blanco y monolíticamente conservador. Él encajaba allí de manera superficial. Los polis eran bribones disfrazados de conservadores. Le gustaba la onda de aquel lugar. La gente se enfurecía con la misma mierda que él veía cada día. El condado de Orange lo hacía sentirse ligeramente falso. Los polis se mudaban en manada a sitios como aquél para vivir la ilusión de que los tiempos pasados eran mejores y ellos personas diferentes. Muchos llevaban consigo un bagaje reaccionario. Hacía mucho tiempo que él había echado el suyo a la basura.

Vivía allí para mantener sus dos mundos separados. La autopista no era más que un símbolo y un síntoma. Siempre correría hacia delante y hacia atrás, en un sentido u otro.

El cuartel general de la Brigada de Homicidios de la Oficina del Sheriff estaba en una nave de un polígono industrial apretujada entre una fábrica de herramientas y otra de chips para ordenador. Se trataba de un emplazamiento, pues supuestamente pronto se mudarían a unas instalaciones definitivas.

El Palacio de Justicia rezumaba elegancia. Ese lugar no se parecía ni remotamente a los locales que solía ocupar la policía. El exterior era de estuco blanco. El interior era de piedra blanca. En la sala principal había cien escritorios; semejaba un local de ventas por teléfono.

El Departamento de Casos No Resueltos estaba separado por una pared. Contiguo a ésta había un almacén con estanterías en las que se apilaban los expedientes de homicidios sin resolver.

Cada expediente estaba marcado con la letra Z y un número de seis cifras. Stoner encontró el Z-483-362 y se lo llevó a su escritorio.

Había pasado siete años en aquel departamento, cuyo único precepto era: examinar expedientes Z en busca de pistas viables y valorar cualquier información que pudiese ayudar a resolver el caso. El trabajo tenía tanto de relaciones públicas como de estudio antropológico.

Los policías destinados allí casi nunca resolvían casos de asesinato. Comprobaban denuncias telefónicas, estudiaban expedientes y se quedaban enganchados en los crímenes antiguos. Interrogaban a viejos sospechosos y hablaban con viejos detectives. Los casos no resueltos conllevaban mucho papeleo. A los policías a punto de jubilarse solían destinarlos a aquel departamento.

Stoner ingresó de joven. El capitán Grimm le había reservado un trabajo especial. Grimm creía que el asesinato del Cotton Club podía resolverse. Le dijo a Stoner que se dedicase exclusivamente a él.

El trabajo le tomó cuatro años. Era uno de esos casos de altos vuelos que podían significar la gloria profesional para quien los llevase.

Lo dejó reventado. Le hizo recorrer muchos kilómetros de autopista.

Stoner miró el expediente Z que había sacado de la estantería. La foto de la autopsia era horripilante, casi tanto como las del instituto Arroyo. Tendría que advertir de ello al hombre.

Unos policías pasaron junto a su escritorio y le gastaron bromas sobre su jubilación. A su compañero, Bill McComas, acababan de ponerle un bypass cuádruple. Los tipos querían un parte con las novedades del caso.

Mac estaba débilmente bien. Iba a jubilarse al mes siguiente… menos que intacto.

Stoner apartó con un pie la silla del escritorio y se puso a soñar despierto.

Seguía viendo las cosas deprisa y brillantes.

Era un chico californiano. Su familia se marchó de Fresno durante la guerra y se instaló en el condado de Los Ángeles. Sus padres lucharon como fieras. La guerra asustó a sus hermanas y a él lo cabreó.

Se crió en South Gate, en un típico edificio de la posguerra, achaparrado, caluroso y con paredes de estuco. Allí reinaban los emigrantes rurales de Oklahoma. Les gustaban los coches trucados y la música country. Trabajaban en la industria y sus ingresos correspondían a aquella época de bonanza económica. El viejo South Gate generaba obreros. El nuevo South Gate generaba drogadictos.

Creció enganchado a las chicas y a los deportes y alimentando una vaga sensación de aventura. Su padre era capataz en la empresa Proto-Tool. Abundaban los trabajos mal remunerados y faltos de alicientes. Él decidió probar con Proto-Tool. Era muy aburrido y cansado. Se matriculó en el instituto y pensó en estudiar magisterio. La idea no acabó de entusiasmarlo.

Sus hermanas se casaron con polis. Tenía un cuñado en el Departamento de Policía de South Gate y otro en la Patrulla de Caminos. Le contaban historias tentadoras que encajaban con ideas que ya había albergado.

Quería aventura. Quería ayudar a la gente. Al día siguiente de cumplir veintiún años hizo la prueba de admisión para la Oficina del Sheriff del condado de Los Ángeles.

Aprobó el examen. Pasó las pruebas físicas y la comprobación de antecedentes familiares. En diciembre del 61 lo asignaron a la clase de la Academia del Sheriff.

La Oficina andaba escasa de mano de obra. Su primer destino fue la cárcel del Palacio de Justicia. Allí conoció a muchos asesinos famosos. Conoció a John el Loco Deptula. Deptula entró a robar en una bolera y despertó a Roger Alan Mosser, una especie de factótum que dormía allí. Lo golpeó hasta matarlo y llevó el cadáver al Parque Nacional de Los Ángeles. Decapitó a Mosser y arrojó la cabeza a uno de los aseos portátiles de una zona de acampada. Ward Hallinen, de la Brigada de Homicidios de la Oficina del Sheriff, resolvió el caso.

Conoció a Jack LoCigno. LoCigno se cargó a Jack el Ejecutor Whalen. Fue un trabajo a sueldo. Ocurrió en el restaurante Rondelli's, en diciembre del 59. El golpe estuvo mal preparado desde el principio.

Conoció travestidos y atracadores armados. Los escuchó y aprendió muchas cosas de ellos. Entró en la Academia y en cuatro meses completó un curso de justicia criminal. Conoció a una atractiva rubia llamada Ann Schumacher. Trabajaba en la fábrica de Autonetics, en Downey. Hicieron planes para salir la noche de su graduación.

Se graduó de la Academia en abril del 62. Llevó a Ann al Crescendo, en el ultramoderno Sunset Strip. Ann estaba guapa. Él estaba guapo, y llevaba una 38 de cañón corto. Tenía veintiún años y era inexpugnablemente frío.

Quería trabajar en un coche patrulla. La Oficina del Sheriff disponía de patrullas adscritas a catorce comisarías. Él quería acción constante.

Le dieron trabajo en una prisión.

Lo destinaron al Wayside Honor Rancho. Estaba a unos cien kilómetros de su casa. Aquel trabajo inauguró su larga y desagradable relación con las autopistas.

Wayside fue un buen entrenamiento en justicia americana antes de que ésta se desmoronase, pero le quitó parte de su juventud.

Wayside albergaba a reclusos condenados en el condado y los sobrantes del Palacio de Justicia. Su población estaba constituida por blancos, negros y mexicanos que se odiaban mutuamente pero evitaban los enfrentamientos raciales. Wayside era un elemento eficiente en un sistema que todavía funcionaba. El sistema funcionaba porque las estadísticas de criminalidad no se disparaban y la mayoría de los criminales no empleaban la violencia. La heroína era la gran droga mala de la época. La heroína era una epidemia bien contenida. La heroína hacía que entrases a robar en casas y obligases a tu novia a hacer la calle para poder pagarte el hábito. La heroína te dejaba atontado. La heroína no te hacía perder el juicio ni te llevaba a cortar a tu novia en pedazos como haría el crack veinte años más tarde. El sistema funcionaba porque casi siempre los criminales y los delincuentes se declaraban culpables y no molestaban con apelaciones rutinarias. El sistema funcionaba porque el colapso de las cárceles aún no había llegado. Los criminales estaban concienciados. Aceptaban la autoridad. Sabían que eran basura de los bajos fondos porque lo veían en televisión y lo leían en los periódicos. Estaban encerrados en un juego apañado. Por lo general, ganaba la autoridad. Disfrutaban con las victorias insignificantes y se deleitaban con las maquinaciones del juego. El juego era infiltración. La infiltración y el fatalismo estaban de moda. Si te librabas de la cámara de gas, lo peor que podía ocurrirte era pasar una temporada entre rejas, algo perfectamente viable antes del colapso. Podías privar y dar por culo a los maricones. El sistema funcionaba porque América aún tenía que vérselas con disturbios raciales, magnicidios, problemas medioambientales, desorientación sexual, proliferación de drogas y armas, psicosis religiosas vinculadas a un estallido interno de los medios de comunicación y un culto emergente a las víctimas, todo lo cual constituía un tránsito de veinticinco años de confrontaciones y disensiones cuyo resultado fue un frustrante escepticismo masivo.

Se hizo poli en el momento oportuno. Podía ser leal a ideas muy simples con una conciencia clara. Podía romper cabezas con total impunidad. Podía posponer algunos aspectos de su educación como policía y llegar a la mayoría de edad como detective de Homicidios.

En el 62 aún tenía ilusiones. Sabía que el sistema funcionaba. El trabajo en la cárcel era factible. Los internos le causaron una impresión tranquilizadora. Todos desempeñaban su papel según el guión del momento. Los carceleros también.

Se casó con Ann en diciembre del 62. Al cabo de un año lo trasladaron a la comisaría de Norwalk. Pasó el primer aniversario de boda en un coche patrulla. Ann, dolida, se enfadó.

Empezaron a reñir. Ann quería que le dedicase todo su tiempo. El quería que ella adaptase sus horarios de modo que ambos concordaran. El sheriff del condado de Los Ángeles exigía casi todo su tiempo. Alguien tenía que ceder.

Siguieron riñendo. Su matrimonio se convirtió en el matrimonio de sus padres, sólo que con el volumen muy alto y muchos «que te jodan». Ann tenía complejo de abandono. Su madre la había dejado para marcharse con un atracador. El tipo la había llevado por todo el país para que compartiese sus correrías. Ann había tenido una infancia jodida.

Las riñas continuaron. Se reconciliaron. Volvieron a reñir. Él se resistió a pasárselo en grande con montones de mujeres que iban a la caza de polis. La Oficina del Sheriff de Los Ángeles se cernía como posible cómplice del acusado en una demanda de divorcio.

Le encantaba el trabajo de patrulla. Le encantaba el fluir de acontecimientos inesperados y la mezcla diaria de nuevas personas en apuros. La de Norwalk era una comisaría de «señores». La población era blanca y el ritmo lento. El manicomio del condado estaba en su jurisdicción. Los locos escapaban y se exhibían completamente desnudos. Los agentes de Norwalk tenían un servicio de taxis para chiflados. Siempre andaban devolviendo algún interno al hospital.

Disfrutaba de sus recorridos por Norwalk estando de servicio. El sistema funcionaba y el crimen podía contenerse. Los tipos más viejos decían que se avecinaban tiempos duros. La ley Miranda acabó de joderlo todo. El equilibrio de poder pasó de la policía a los sospechosos. Ya no podías arrancar confesiones con trucos de pacotilla como golpear a un tipo en los riñones con la guía telefónica.

Él no comulgaba con semejantes prácticas. Él no utilizaba guantes de cuero negro con pesos de medio kilo. No era una persona violenta. Intentaba razonar con tipos indisciplinados y sólo pasaba a mayores cuando tenía que hacerlo.

En el transcurso de una persecución perdió el control de su coche y estuvo a punto de morir. Se enredó con un adolescente que esnifaba cola y recibió algunas fuertes reprimendas. Atendió a una llamada de accidente y arremetió contra dos coches amontonados. El conductor del camión había muerto. Su cabeza caída sobre los botones de la radio mantenía el volumen al máximo. La canción Charade se oía en varias manzanas a la redonda.

Norwalk le dio algunos momentos turbulentos. Comparado con los que habían tenido lugar en Watts en agosto del 65, eran de segunda categoría.

Ann estaba embarazada de ocho meses. Iban hacia el norte por la autopista de Long Beach. El terreno era elevado y gozaban de una panorámica muy buena. Veían arder una docena de fuegos.

Se detuvo a la salida de la autopista y llamó a la comisaría de Norwalk. El comandante de guardia le dijo que se pusiera el uniforme y se presentara en la Harvey Aluminium, donde la dirección y los trabajadores llevaban tiempo enfrentados. La Oficina del Sheriff de Los Ángeles ya había establecido allí un puesto de mando.

Dejó a Ann y salió pitando hacia la Harvey. El aparcamiento estaba lleno de policías con equipo antidisturbios. El puesto de mando enviaba unidades de cuatro hombres. Tomó una escopeta del 12 y tres compañeros temporales.

Se trataba de hacer turnos de doce horas. Se trataba de arrestar a los saqueadores y a los incendiarios. Se trataba de limpiar Watts y Willowbrock, el punto caliente de todo aquel vudú negro.

Entró a plena luz del día. La temperatura rondaba los treinta y cinco grados. Los incendios añadían calor. Su equipo antidisturbios añadía aún más. El sur de Los Ángeles era todo calor y agitación.

Los saqueadores asaltaban tiendas de licor. Los saqueadores se bebían las botellas de marca allí mismo, empujaban los carritos de la compra calle abajo, iban llenos de licor y televisores.

Sonaban disparos constantemente. No se sabía quién disparaba a quién. Se ordenó el despliegue de la Guardia Nacional, cuyos miembros, jóvenes, estúpidos y asustados, disparaban sin ton ni son.

Era imposible patrullar siguiendo la mínima lógica. Pasaban demasiadas cosas a la vez. Tenías que pillar a los saqueadores al azar. Tenías que hacerlo por capricho, obedeciendo el impulso del momento. No distinguías la dirección de los disparos. Tampoco podías confiar en que los de la Guardia no soltaran una ráfaga y una bala perdida acabase contigo.

El desorden era incontenible. Crecía en proporción directa a los esfuerzos que se hacían por controlarlo. Un agente intentó frenar a la multitud. Un saqueador le quitó la escopeta. Se le disparó y le voló la tapa de los sesos a su compañero.

Los disturbios siguieron. La acción se dispersaba y reconstruía de manera inesperada. Pasó allí tres días enteros. Abatió a saqueadores y perdió peso por su exposición a las altas temperaturas y la sobrecarga de adrenalina.

La acción remitió debido a una especie de extenuación masiva. Los alborotadores se aplacaron, tal vez debido al calor. Se habían manifestado. Habían llevado un poco de alegría a sus vidas de mierda. Se atiborraron de botines baratos y se convencieron de que habían ganado más que perdido.

La policía perdió su virginidad colectiva.

Algunos de sus miembros lo negaron. Atribuyeron los disturbios a una serie concreta de acontecimientos criminalmente generados. Su lógica de causa y efecto no llegó más lejos.

Muchos policías reconocieron sus errores. Los negros revoltosos eran negros revoltosos. Sus tendencias criminales innatas debían reprimirse con más rigor.

Él sabía que no era así. Los disturbios le habían enseñado que la represión resultaba inútil. Nadie quemaba su propio mundo sin una buena razón para ello. No se podía tener a la gente encerrada ni excluida. Cuanto más se intentara, más se impondría el caos al orden. Aquella revelación lo estremeció y asustó.

Los gemelos nacieron un mes después de los disturbios. La relación con su mujer fue tranquila durante una temporada. Preparó el examen para sargento y siguió adscrito a la comisaría de Norwalk. Sopesó las lecciones de Watts.

Vivía en dos mundos. Su mundo familiar era incontrolable. Las lecciones aprendidas en Watts no le servían en casa. Sabía tratar a los criminales, pero no podía manejar a la volátil mujer a la que amaba.

La novedad de los niños pasó. Empezaron a reñir de nuevo. Se peleaban delante de los niños y luego se sentían culpables de ello.

En diciembre del 68 superó el examen para sargento y fue trasladado a la comisaría de Firestone. Se trataba de una zona muy densamente poblada, todos sus habitantes eran negros y tenía un índice de criminalidad muy alto. El ritmo era frenético. Aprendió a trabajar tres veces más que en Norwalk.

Hizo de supervisor de patrulla. En cada turno iba de llamada en código 3 a llamada en código 3. En Firestone todas las llamadas estaban relacionadas con asuntos de droga, atracos a mano armada y violencia doméstica. En el 65 había sido zona de disturbios. Después de éstos los habitantes de Firestone habían tenido sus propias revelaciones acerca de las causas. Firestone era pistolas y partidas de dados en las aceras. Firestone era el niño que se metía en la secadora y moría dando vueltas y quemado. Firestone era caos desacelerado. Firestone podía estallar en cualquier momento.

Pasó allí cuatro años. Dejó de patrullar y entró en la Brigada de Detectives. Hizo un poco de trabajo social en la comunidad. Cualquier cosa que tendiese un puente entre la policía y la población civil era buena. El DPLA había jodido para siempre la relación con los civiles. Él no quería que con la Oficina del Sheriff ocurriera lo mismo.

Fue transferido a Robo de Vehículos. Desarrolló grandes facultades como detective y disfrutó con la naturaleza específica de aquel trabajo. Los robos se preparaban con tiempo. Se reducían a violación de la propiedad. Eran problemas aislados que terminaban con el arresto de los grupos culpables. No tenía que arrestar niños inocentes que fumaban marihuana ni hacer de árbitro en disputas familiares y dar consejos matrimoniales como si supiera de qué estaba hablando.

El trabajo de detective era su vocación. Tenía las habilidades sociales necesarias y el talento para ello. El trabajo de patrulla era una carrera extenuante sin una meta definida. En comparación, el de detective tenía un ritmo muy calmado. Interrogaba a los sospechosos uno a uno e iba sacándoles lo que sabían. Profundizó más en la relación que se establecía entre el policía y el delincuente.

Llegó a Firestone como policía. Se marchó de allí como detective. Entró en Asuntos Internos y dio caza a otros policías.

Policías que robaban dinero. Policías que se apoyaban demasiado en sus porras nocturnas. Policías que consumían droga. Policías que se masturbaban en películas pornográficas. Policías que daban palizas a los detenidos en las comisarías del condado. Policías que delataban delitos imaginarios por puro despecho.

Asuntos Internos era brutal. El límite moral estaba vagamente definido. No se lo pasaba bien acosando a sus colegas. Buscaba la verdad literal relativa a sus situaciones y acentuaba las circunstancias atenuantes. Se sentía unido a hombres detestables por simple empatía. Era consciente de que el trabajo socavaba los contratos familiares. Abundaban los policías alcohólicos. No eran mejores ni peores que los polis acusados de fumar droga.

El tenía controlados sus propios defectos. Los utilizaba para ilustrar el gran argumento básico. Tú no robas ni consumes droga ni te dedicas a actividades depravadas. No explotas tu estatus de policía para obtener ganancias ilícitas. Tienes que imponer esas restricciones a los policías a quienes investigas.

Era una línea moral válida, así como una simplificación impulsada por el ego.

Su matrimonio había llegado a un punto muerto. Él quería dejarlo. Ann quería dejarlo. Seguían esperando que uno de los dos hiciera acopio de fuerzas y se decidiera a dar el primer paso. En cambio, compraron una casa y quedaron aún más enganchados en el anzuelo. Él luchó contra un deseo persistente de mujeres.

Dejó Asuntos Internos en el 73. Fue trasladado a la Brigada de Detectives de la comisaría de Lakewood y se dedicó a investigar robos de automóviles durante dos años. En el 75 pasó a la Metropolitana.

La Metropolitana trabajaba en todo el condado. Él dirigía un equipo de vigilancia de cinco hombres. El condado de Los Ángeles se ensanchó para él. Vio el crimen crecer en las zonas deprimidas donde la gente sólo tenía pasta para drogas y apartamentos baratos. Los paisajes eran llanos, la atmósfera, contaminada. La gente vivía en medio de la mugre, pero eso no le impedía funcionar. Se movía como ratas en un laberinto, casi siempre en círculos a causa de las autopistas. Las drogas eran un circuito cerrado de éxtasis efímero y desesperación. Los pequeños robos y los atracos eran delitos relacionados con el consumo de drogas. El asesinato era un subproducto habitual del consumo de drogas y el tráfico ilegal de estupefacientes. Perseguir el consumo de drogas era completamente inútil, ya que se trataba de una reacción tan descabellada como comprensible a la vida de mierda del condado de Los Ángeles. Aprendió todas esas cosas circulando por autopistas elevadas.

En el 78 lo asignaron a Fraudes Mayores y un año más tarde pasó a una pequeña brigada cuya misión consistía en arrestar atracadores violentos. El trabajo se complementaba con la persecución de asesinos.

Ann sintió despertar una vocación y siguió su llamada de manera instintiva. Entró en la escuela de enfermeras y destacó en su trabajo. Aquella apuesta por la independencia resucitó su matrimonio.

Él respetó la decisión de su mujer. Respetó sus ganas de estudiar una carrera a los cuarenta años. Le gustó la forma en que la vocación de ella encajaba con la suya nueva.

Quería trabajar en la Brigada de Homicidios de la Oficina del Sheriff. Quería investigar asesinatos. Lo deseaba con un apasionado sentido de compromiso.

Recordó algunos favores que le debían y lo consiguió. Ese trabajo lo condujo al cadáver de la cuneta y al de la Marina. Lo condujo a la adolescente que había perdido el habla después de ser violada y golpeada.

Sus fantasmas.

13

Antes había aprendido un par de cosas sobre los asesinatos. Había aprendido que los hombres necesitaban menos motivos para matar que las mujeres. Los hombres mataban porque estaban borrachos, colocados y furiosos. Mataban por dinero. Mataban porque otros hombres hacían que se sintiesen mariquitas.

Los hombres mataban para impresionar a otros hombres. Mataban para poder hablar de ello. Mataban porque eran débiles y perezosos. El asesinato conformaba su lascivia momentánea y reducía sus opciones a unas pocas comprensibles.

Los hombres mataban a las mujeres por capitulación. La muy puta no les dejaba hacer lo que les venía en gana o no les daba su dinero. La muy puta cocía excesivamente el bistec. A la muy puta le daba un ataque cuando ellos cambiaban sus cupones de comida por droga. A la muy puta no le gustaba que sobara a su hija de doce años.

Los hombres no mataban a las mujeres porque se sintieran sistemáticamente maltratados por el género femenino. Las mujeres mataban a los hombres porque éstos las jodían de manera rigurosa y persistente.

Stoner pensó que la regla era obligatoria. Se negaba a considerarla verdadera, a ver en cada mujer una víctima.

La cuestión del libre albedrío lo desconcertaba. Muchas mujeres eran asesinadas por ponerse en situación de peligro y firmar, conjunta y pasivamente, su partida de defunción. El se negaba a aceptarlo. La pasión que sentía por las mujeres las incluía a todas. Era grande, fortuita y, en esencia, idealista, la razón de que se mantuviera fiel cuando su matrimonio hacía agua.

Su primera víctima fue una mujer.

Billy Farrington irrumpió en la Brigada de Homicidios de la Oficina del Sheriff. Era un estereotipo de la moda que gastaban los negros: iba con traje y corbata al lugar donde se había producido un asesinato, por cubierto de heces que estuviese. Le enseñó a leer despacio y a conciencia la escena de un crimen.

Billy tenía cincuenta y cinco años y se acercaba al final de su carrera como policía; aún tenía pendientes muchas vacaciones. Le dejó trabajar solo en el caso de Daisie Mae.

El cadáver había aparecido en Newhall. Un hombre vio arder un bulto y apagó el fuego. Llamó a la comisaría de Newhall. El agente de guardia llamó a la Brigada de Homicidios.

Stoner se presentó en la escena del crimen, la acotó y examinó el cadáver.

La víctima estaba completamente vestida, era blanca y joven, tenía el rostro contraído y casi parecía mongoloide.

Estaba envuelta en una bandera de Estados Unidos y unas mantas de bebé. Habían atado el bulto con cable eléctrico. Las mantas estaban empapadas en gasolina o en un combustible similar. Había recibido unos porrazos en la cabeza.

Stoner recorrió la zona. No vio huellas, marcas de neumático ni arma contundente alguna. Era un terraplén cubierto de matorrales. El asesino debía de haber llevado el cuerpo hasta allí desde alguna carretera de acceso cercana.

Llegó el equipo del forense. Examinaron las ropas quemadas de la víctima.

No encontraron ninguna identificación. Stoner halló una cadena de oro con un colgante. Parecía el signo de la paz o algún otro símbolo raro. Stoner se la guardó. Los hombres del forense se llevaron el cuerpo.

Stoner fue al Palacio de Justicia y leyó las denuncias de personas recientemente desaparecidas. Ninguna de ellas encajaba con su desconocida. Envió un teletipo. Mencionó el colgante de la víctima y dijo que ésta tal vez fuese retrasada mental. Telefoneó al Centro de Información para que divulgasen los hechos.

El informativo vespertino del canal 7 difundió la noticia. Unos minutos más tarde, Stoner recibió la llamada de un hombre que aseguraba haber hecho el colgante. Se trataba de una insignia de Alcohólicos Anónimos. Vendía esos colgantes en todas las reuniones de la asociación en el área de Long Beach.

Stoner tomó una foto del objeto y en la parte posterior anotó las características del caso. Añadió su nombre y un número telefónico de la Brigada de Homicidios. Hizo cien fotocopias y las distribuyó en todas las reuniones de Alcohólicos Anónimos del área de Long Beach.

Un hombre llamado Neil Silberschlog vio una de las fotocopias y le telefoneó. Dijo que la víctima quizá fuese una chica que solía asistir a las reuniones de Alcohólicos Anónimos. La llamaban Daisie Mae. Salía con un tipo joven llamado Ronald Bacon. Silberschlog vivía cerca de la casa de éste y lo había visto conducir el Impala del 64 de la chica. Daisie Mae llevaba tiempo sin dar señales de vida. En opinión de Silberschlog el asunto olía mal.

Stoner se acercó a Long Beach y fue a ver a Silberschlog para que identificase una foto de la víctima tomada en el depósito de cadáveres. El tipo dijo que no era retrasada mental, sino una borracha de mal genio.

Daisie Mae vivía cerca de allí. Silberschlog llevó a Stoner a la casa.

Era un antro de mala muerte. Una vieja alcohólica llamada Betty la Tuerta estaba caída en la entrada. Betty dijo que había visto el coche de Daisie Mae frente a la casa de Ronnie Bacon, quien además tenía el reloj de la chica. Le había cambiado la correa y se lo había dado a su novia de dieciséis años. A Ronnie acababan de detenerlo por robar en una farmacia. Estaba en la prisión del condado de Los Ángeles.

Stoner fue allí e interrogó a Ronald Bacon. Tenía veinticinco años y era un blanquito mierdoso. Explicó que iba a Alcohólicos Anónimos por amistad. Conocía a Daisie Mae, pero él no la había matado, claro.

Stoner volvió a Long Beach. Registró el apartamento de Bacon y encontró una lata vacía de gasolina. Un vecino dijo que Bacon le había vendido un sofá manchado de sangre.

Stoner habló de nuevo con Betty la Tuerta, quien le contó el último día de Daisie Mae sobre la tierra. La chica acababa de cobrar el subsidio de la Seguridad Social. Quería comprar un televisor. Betty la Tuerta y Ronald Bacon se mostraron dispuestos a ayudarla a gastar el dinero. Salieron a dar una vuelta en busca de televisores baratos.

Iban en el coche de Daisie Mae. Bacon la convenció de que hiciese efectivo el cheque del subsidio. Dejaron a Betty la Tuerta en casa y se marcharon.

Stoner pidió una orden de detención contra Ronald Bacon. Un asistente del fiscal del distrito le tomó declaración y lo acusó de homicidio. Bacon fue retenido para que respondiera a los cargos de homicidio en primer grado.

Una mujer llamó a Stoner a la Oficina del Sheriff. Le dijo que su hija había salido con Ronald Bacon y había recibido de éste una carta muy comprometedora.

El tono era gimoteante. Bacon decía que acababa de robar un dinero y que estaba «allí en el coche con ella». Había matado a golpes a una mujer. Empezaba a buscar ayuda antes de quemar el cuerpo.

Un calígrafo examinó la carta y confirmó que la letra pertenecía a Ronald Bacon. Bacon fue juzgado y condenado a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional. Stoner resolvió su primer caso de asesinato. Aprendió que los hombres mataban a las mujeres e iban en busca de otras mujeres por autocompasión.

Un hombre de Norwalk mató a su esposa; le apuntó a la cabeza y le dio justo entre los ojos. Estaba furioso. Antes de informar de ello a la policía guardó sus plantas de marihuana. Stoner lo arrestó por homicidio en segundo grado. Aprendió que los hombres mataban a las mujeres por aburrimiento.

Una mujer negra mató a su marido de un disparo. Denunció el hecho a la comisaría de Lennox y dijo que el asesino era alguien que merodeaba por la zona. El agente de guardia mandó un coche a la casa. Los policías no advirtieron la presencia de ningún merodeador. La mujer llamó de nuevo a la comisaría de Lennox y dijo haber matado a su marido por error: apareció de repente por la ventana y creyó que iba a agredirla. No sabía que todas las llamadas que llegaban a comisaría eran grabadas.

El encargado de la centralita telefoneó a la Brigada de Homicidios de la Oficina del Sheriff y dio parte de la situación. Los agentes no habían visto a ningún merodeador. Stoner se presentó en la escena del crimen e interrogó a la mujer. Ésta reconoció haber matado al marido antes de hacer la primera llamada. Dijo que él le había pegado y, para demostrarlo, enseñó los moratones. Stoner la detuvo y ordenó que la Brigada de Detectives de la comisaría de Lennox buscase el nombre del marido en sus ficheros. Los tipos se alegraron de que la mujer se hubiese cargado a aquel cabrón. Estaban a punto de detenerlo por una serie de robos a mano armada.

Stoner habló con los vecinos de la detenida, quienes explicaron que el marido, un ladrón, le pegaba regularmente. Hacía el vago todo el día mientras ella trabajaba. Se gastaba el dinero en licor y droga.

La mujer quedó bajo custodia. Stoner fue al fiscal del distrito y presentó una petición de clemencia por circunstancias atenuantes. El fiscal del distrito se avino a reducir la condena solicitada.

La mujer obtuvo la libertad condicional. Llamó a Stoner y le dio las gracias por su amabilidad. Stoner aprendió que las mujeres mataban a los hombres cuando el golpe de gracia las perturbaba más de la cuenta.

Trabajar en Homicidios era un modo de aprender sobre la marcha. Al respecto, el caso de Dora Boldt fue sumamente didáctico.

Se hizo cargo de él con Billy Farrington. Billy se tomó unas vacaciones y le dejó que se volviera loco con el trabajo. Fue un tornado que duró dos meses.

Dora y Henry Boldt vivían en Lennox Division. Constituían una pareja de blanquitos resistentes en mitad de un barrio negro. Eran frágiles y tenían casi ochenta años.

Los encontró su hijo.

Dora estaba en el pasillo de la casa, muerta. Le habían envuelto la cabeza en una funda de almohada que aparecía empapada en sangre y líquidos cerebrales.

Henry estaba en el dormitorio; todavía respiraba. Le habían pegado y pateado hasta dejarlo inconsciente.

La vivienda había sido saqueada. Las líneas telefónicas estaban cortadas. El hijo fue ala casa vecina y llamó al 911.

Llegaron los coches patrulla. Llegó una ambulancia. Henry Boldt volvió en sí. Un agente le pidió que alzara un dedo si los asesinos habían sido blancos o dos dedos si habían sido negros. Henry levantó dos dedos. La ambulancia se lo llevó.

Llegaron Stoner y Farrington. Se presentaron los hombres del laboratorio. Todo el mundo pensó lo mismo.

Habían sido dos tipos. Habían matado a golpes a la vieja. Lo habían hecho con los puños, con los pies y con las linternas.

Los chicos del laboratorio buscaron huellas. Había marcas de guantes por toda la casa. Stoner encontró en el suelo de la cocina un trozo de queso a medio comer. Un fotógrafo lo pisó y destruyó las marcas de los dientes.

Stoner habló con la familia de Dora Boldt. Hicieron un inventario de lo que había en la casa y le ayudaron a elaborar una lista de objetos desaparecidos. Le dieron los números de serie de un jarrón chino y de un televisor robados.

Billy Farrington se marchó de vacaciones. Stoner acudió a la Brigada de Detectives de Lennox, al Departamento de Policía de Inglewood y al Servicio de Información del DPLA de West Los Ángeles. Habló con una decena de policías especializados en robos con allanamiento de morada. Habló con algunos tipos de la Brigada de Homicidios de la Metropolitana. Les contó el caso. Le describieron unos cuarenta robos con allanamiento de morada similares, en los que se habían producido tres asesinatos.

Las víctimas eran mujeres blancas ancianas. Todas habían muerto a palos. En todos los casos, los asesinos habían cortado los hilos telefónicos y habían comido alimentos de la nevera. Mataron a las víctimas con objetos contundentes. En un treinta por ciento de las ocasiones saquearon las casas y robaron los coches. Todas las víctimas fueron ancianas blancas. Todos los coches fueron abandonados en un pequeño radio de West Los Ángeles. Todas las palizas fueron salvajes. Una de las mujeres perdió un ojo. Los asesinos actuaban cada tres o cuatro noches.

Stoner clasificó los crímenes y puso la información por escrito. Envió un boletín urgente a todos los departamentos policiales del condado. Volvió a las comisarías de Lennox, Inglewood y West Los Ángeles e informó de lo averiguado. Todo el mundo pensó lo mismo: debían ponerse en acción de inmediato.

El Departamento de Policía de Beverly Hills llamó a Stoner. Habían visto el boletín. Tenían dos sospechosos para él.

Se llamaban Jeffrey Langford y Roy Benny Wimberly. Eran negros y rondaban los veinticinco años. La gente del Departamento de Policía de Beverly Hills los había arrestado por dos robos con allanamiento. Habían sido condenados a tres años de cárcel en la penitenciaría del estado. En esos momentos quizás estuviesen en libertad.

Stoner llamó a la Oficina de Libertad Condicional del estado y al Departamento de Vehículos a Motor. Averiguó que Wimberly y Langford habían salido en libertad condicional antes de que comenzaran los robos. Langford vivía en West Los Ángeles, cerca del lugar donde habían aparecido los coches robados.

Stoner llamó a una patrulla de la Metropolitana y puso a ambos hombres bajo vigilancia. Wimberly y Langford circularon durante tres días en el jeep de este último. Inspeccionaron dos casas en West Los Ángeles y una casa en Beverly Hills; en los tres casos los moradores eran ancianos blancos.

Stoner llamó al DPLA. Un policía de la Brigada de Robos llamado Varner puso equipos de vigilancia en las dos casas de West Los Ángeles. Stoner llamó al Departamento de Policía de Beverly Hills, que puso un equipo de vigilancia en la casa de su jurisdicción y sacó a los viejos de allí.

Varner cubrió dos casas. Sacó a los ocupantes de la casa número uno. Los de la casa número dos se negaron a marchar. Varner dispuso en la sala de estar dos policías armados con fusiles. Los moradores se avinieron a refugiarse en otro lugar bajo custodia permanente.

Wimberly y Langford empezaron a vigilar sólo la casa número dos.

Stoner supo que no tardarían en dar el golpe. Mandó un helicóptero y dos equipos de vigilancia callejera y distribuyó walkie-talkies. La casa de Langford estaba cubierta. La casa número dos estaba cubierta. El helicóptero debía seguir a los sospechosos desde una distancia prudencial. Stoner estableció un puesto de mando en la comisaría de Lennox, desde donde estaba en contacto directo con la casa número dos y con todas las unidades móviles.

Los sospechosos salieron de casa de Langford el 3 de julio del 81 a la una de la madrugada. Fueron en el jeep hasta el callejón trasero de la casa número dos. El helicóptero siguió todos sus movimientos.

Aparcaron, se apearon, echaron a andar hacia la casa número dos y saltaron la valla. Cortaron los cables exteriores del teléfono. Empezaron a forzar las ventanas del dormitorio trasero, que estaban cerradas con una plancha de madera; los viejos lo habían hecho como precaución adicional. Se olvidaron de decírselo a la policía.

Wimberly y Langford siguieron forzando las ventanas. Las comunicaciones por walkie-talkie desde dentro de la casa número dos cesaron por completo. Stoner contactó con las unidades móviles, aparcadas a una manzana de distancia de la casa número dos.

Wemberly y Langford seguían intentando abrir las ventanas. Hacían un ruido del carajo. Eran tan intrépidos como estúpidos. Se les escapaba la visión de conjunto de la situación.

En la misma manzana, más abajo, estalló un petardo. Las unidades móviles creyeron que se trataba de un disparo. Encendieron las luces y las sirenas y se lanzaron contra los sospechosos.

Wimberly y Langford salieron pitando. Las unidades móviles cerraron el callejón y los atraparon.

Stoner los interrogó en la comisaría de Lennox. No querían confesar los robos ni los asesinatos. Les dijo que Henry Boldt había muerto. No reaccionaron. Añadió que los arrestaba por un total de cinco asesinatos. Se hicieron los murrios durante todo el interrogatorio.

Billy Farrington volvió de vacaciones. Ayudó a Stoner en el interrogatorio de los sospechosos. Langford le dijo a Billy que era un negro de mierda. Stoner se interpuso e impidió que la cosa llegase a más. Wimberly y Langford se negaron a confesar. Stoner registró sus casas. Llenaron varios camiones con objetos robados. Stoner obtuvo una orden de registro de la casa de los padres de Wimberly. Recuperó cortacéspedes, productos de belleza y un espejo chapado en oro. Encontró el jarrón de Dora Boldt. En él no había huellas dactilares. El número que aparecía en la base no era un número de serie. El objeto carecía de valor como prueba.

Los objetos robados quedaron almacenados en Parker Center. Las víctimas los identificaron. Wimberly y Langford fueron condenados por doce cargos de robo. No se recuperaron objetos que sirvieran como prueba inculpatoria de los asesinatos de Dora Boldt y las otras mujeres. Stoner no pudo acusarlos de homicidio. Habría matado al hijo de puta del fotógrafo que pisó el trozo de queso.

Wimberly y Langford fueron juzgados y condenados.

A Langford le cayeron diecisiete años. A Wimberly, de veinte a veinticinco. Langford salió antes con libertad condicional. Los federales lo detuvieron con dos kilos de cocaína. Lo condenaron a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional.

Stoner esperaba que los sentenciaran por homicidio múltiple y tuvo que conformarse con la condena por robo. El caso Wimberly-Langford hizo que se sintiese frustrado y temeroso de lo que pudiera ocurrirles a sus parientes. Wimberly y Langford procedían de familias de clase media. Nadie los había maltratado de pequeños. Stoner aprendió que los hombres mataban por cortacéspedes y por un televisor.

Un hombre secuestró a una vieja de sesenta años. Intentó obligarla a que sacara dinero de un cajero automático. La mujer se equivocó varias veces al marcar. El tipo se hartó y la mató a balazos.

La abandonó en el aparcamiento de una iglesia. Le robó las tarjetas de crédito y se compró unas botas Kinney de la talla cuarenta.

Los hombres del sheriff del condado de Riverside se presentaron en su casa con una antigua orden de busca y captura por saltarse la libertad condicional. Oyó que llamaban a la puerta y se escondió en la cama, debajo de su novia de ciento treinta kilos.

La policía de Riverside lo detuvo dos días después. Les dijo que tenía noticias de un asesinato cometido en el condado de Los Ángeles. Un motorista le había confiado que había matado a una vieja y se había deshecho del cuerpo arrojándolo detrás de una iglesia. Si lo soltaban, los ayudaría a encontrar al tipo.

Los de Riverside llamaron a Stoner y le contaron lo que el hombre decía. Stoner les preguntó si llevaba unas botas Kinney de la talla cuarenta. Respondieron que sí. Stoner les dijo que iba para allá con una orden de detención por homicidio.

El tipo confesó. La Brigada de Robos de la Oficina del Sheriff lo acusó de varios atracos. La novia le hacía de chófer. El tipo se negó a no implicarla.

Los hombres mataban a las mujeres y luego, en un suspiro, se ponían sensibleros con ellas.

Un camboyano se trasladó a Hawaiian Gardens. Tenía dos hijos de su primera mujer, que había muerto en la guerra, y otros dos hijos de su nueva esposa. Eran camboyanoamericanos que trabajaban de firme.

El hombre se enteró de que su mujer lo engañaba. Mató a puñaladas a los dos críos que había tenido con ella y luego se suicidó. Stoner aprendió que los hombres mataban a las mujeres por poderes, como si acabaran con un símbolo.

Un adicto al polvo de ángel salió a merodear en bata. Entró en un remolque y apuñaló a un viejo en los ojos. Los agentes siguieron las manchas de sangre hasta su casa. El chaval intentaba tirar la bata por el retrete. Dijo que no sabía por qué había salido de ronda.

Stoner pensó que buscaba una mujer.

Karen Reilly era un cuerpo podrido. A un tipo se le pinchó un neumático del coche, el tapacubos salió volando y cayó en un campo. Fue a buscarlo. Olió a algo muerto y casi tropezó con ella.

Estaba muy descompuesta y devorada por los animales. Los bichos le habían sacado el hioides. No había forma de saber si la habían estrangulado. No se podían hacer pruebas serológicas ni toxicológicas.

No había manera de determinar la causa de la muerte.

Stoner y Farrington trabajaron en la escena del crimen. La temperatura rondaba los cuarenta grados. Encontraron algunas joyas en el cuerpo y las etiquetaron.

Stoner comprobó las denuncias de personas desaparecidas. En el DPLA dio con un caso registrado dos semanas antes y se puso en contacto con los detectives asignados a él. Les dijo que la descompuesta se parecía a la chica que buscaban. Mostraron las joyas encontradas sobre el cadáver a los padres de Karen Reilly, que las identificaron.

En el caso trabajaban ya dos investigadores privados. Los padres de Karen los habían contratado pocos días después de que ésta desapareciera. Se encontraron con Stoner y Farrington y les contaron lo que habían averiguado.

Karen Reilly tenía diecinueve años. Le gustaban los tipos desagradables y el alcohol. Vivía con sus padres en el barrio de ricos de Porter Ranch.

Estaba apuntada en una agencia de trabajo temporal. Conoció a un hispano llamado John Soto. Soto trabajaba en la agencia. Vivía con su compañera sentimental, el hijo de ambos, su hermano Augie y la novia de éste, que tenía dieciséis años. Karen follaba con John Soto. Sus padres lo desaprobaban.

Antes de desaparecer Karen estuvo en su casa con una amiga. Bebieron combinados. Se emborrachó. Despotricó contra John Soto y su «esposa». Dijo que eran unos padres de mierda y que quería rescatar al crío.

Karen se marchó de casa sola. Sus padres no volvieron a verla. Los hermanos Soto explicaron el resto de la historia.

Karen anduvo hasta una calle principal y empezó a hacer dedo. La recogieron dos chicos. El conductor le pidió su número de teléfono. Karen se lo dio. Los tipos la dejaron delante de la casa de los hermanos Soto.

Los Soto la dejaron entrar. Karen agredió verbalmente a la compañera de John y se marchó corriendo del apartamento. La mujer salió tras ella. En la acera, a las dos de la madrugada, se insultaron mutuamente. John Soto bajó a toda prisa. Hizo subir a su mujer. Augie Soto y su novia salieron y hablaron con Karen, quien dijo que haría autostop hasta su casa o en dirección a Los Banos Lake.

Augie y su novia subieron. John les dio las llaves de su coche y les dijo que fueran en busca de Karen. Eran las dos y media.

Augie y su novia dieron unas vueltas y no vieron a Karen. Se acercaron hasta el 7-Eleven del pueblo y se quedaron charlando con un camarero hasta el amanecer. Nunca más volvieron a ver a Karen.

Los padres de Karen llamaron a los Soto varias veces. John Soto les contó la misma historia que luego explicaría a los investigadores. El hermano de Karen abrió la puerta de los Soto a patadas y se lió a trompadas con John y Augie. Estos insistieron en la historia que acababan de contar a los detectives. La familia Reilly estaba segura de que los hermanos Soto habían matado a Karen. Los detectives no opinaban lo mismo. Creían que Karen se había marchado a dedo y que había topado con algún loco salido.

Stoner habló con los padres y con el hermano de Karen Reilly. Culparon a los Soto. Stoner interrogó a éstos y a sus mujeres. Todos mantuvieron la misma historia. Stoner interrogó al camarero del 7-Eleven. Su relato acerca del encuentro de esa madrugada no concordaba con el de Augie.

Augie decía que habían llegado al local alrededor de las tres. El camarero aseguró que se habían presentado a las cinco. Stoner habló otra vez con John y con Augie y les propuso que se sometieran al detector de mentiras. Los hermanos se avinieron a ello.

John superó la prueba. La de Augie no resultó concluyente. La mujer de John y la novia de Augie se negaron a pasar por el detector de mentiras.

La madre de Karen Reilly telefoneó a Stoner. Le dijo que hacía unos meses su hija había estado a punto de ser secuestrada por un novio que tenía en el instituto. El chico la había abordado ante la puerta de su casa y la había obligado a subir al coche. La madre de Karen había intercedido, pero el chico se había marchado sin hacerle caso.

Stoner interrogó al ex novio. Aseguró que seguía enamorado de Karen. No le gustaba que saliera con un hatajo de pelagatos. La había obligado a subir al coche para hacerla entrar en razón. El chico accedió a pasar la prueba del detector de mentiras. Su madre intervino y no lo permitió.

Stoner regresó al 7-Eleven. Allí le informaron de que el camarero se había marchado a Las Vegas y de que allí lo habían detenido por un asunto de droga.

Ocurrieron otros homicidios. Exigían una rápida atención. El caso de Karen Reilly estaba repleto de sospechosos improcesables.

Tal vez los Soto hubieran engañado al detector de mentiras. Tal vez la hubiese matado el ex novio. Tal vez un hombre la hubiera recogido cuando hacía autostop, le hubiese dado droga adulterada y ella hubiese muerto de sobredosis. Tal vez el hombre la hubiese desnudado y abandonado en la carretera. Quizás hubiera caído en manos de un obseso, que la había violado y luego abandonado para que no lo acusasen. Un asesino en serie estrangulaba mujeres autostopistas. Tal vez hubiese topado con Karen.

Stoner se dedicó a sus casos más recientes, pero en sueños seguía trabajando en el caso Reilly.

Visualizó a Karen viva y consumida, enrojecida y negruzca debido al calor y la putrefacción. Visualizó las maneras en que había podido morir. Bill siempre despertaba intentando capturar el instante en que la muchacha cruzaba esa línea.

El tipo del 7-Eleven la había visto follar con John Soto en el asiento trasero del coche de éste. El coche no paraba de sacudirse allí mismo, en el aparcamiento. La mujer de John vio el espectáculo y montó un escándalo.

Karen invitó a Augie Soto a Los Banos Lake. Augie se presentó con unos cuantos amigos. Los tíos de Karen no querían dejarlos entrar en su cabaña. Karen acampó fuera con sus amigos mexicanos.

La chica bebía muchísimo. Le gustaba sembrar el desconcierto entre sus amigos y entre los severos padres de éstos. Llevaba una vida previsiblemente rebelde.

Se marchó de casa borracha. Acababa de anunciar cuál sería su nuevo objetivo laboral a una amiga borracha. Quería ser prostituta. Salió de casa para enfrentarse con unos padres incompetentes y rescatar al hijo que éstos desatendían.

Estaba confusa, era inocente y cándida hasta la estupidez. Tenía diecinueve años. Podría haber salido de aquel marasmo con la misma facilidad con que había cruzado esa línea.

Stoner no podía dejar de pensar en ella.

Las chicas estúpidas y rebeldes tenían opciones limitadas. La vida favorecía a los chicos estúpidos y rebeldes. Las chicas estúpidas y rebeldes repelían y excitaban a un tiempo. El objetivo de sus actos era desafiar al mundo a que las tuviese en cuenta. A veces, el hombre inoportuno daba la réplica a su actuación en una caracterización demasiado perfecta.

Stoner aprendió que los hombres mataban a las mujeres porque al mundo no parecía importarle y lo perdonaba.

Trabajó en docenas de casos de homicidio y resolvió un porcentaje importante de ellos. Dedicó tiempo a las familias de las víctimas en detrimento de la suya. Sus hijos crecieron rápido. Pasó la mitad de los cumpleaños de éstos en lugares donde habían asesinado a alguien. El índice de asesinatos en el condado de Los Ángeles continuó creciendo. Él mantuvo a raya el voluminoso papeleo y soportó los atascos de tráfico en la autopista. Resolvió asesinatos nuevos y asesinatos antiguos y siguió con suicidios y accidentes laborales. En un año resolvió diecinueve casos de veinte. Tuvo compañeros buenos e hizo la mitad del trabajo. Tuvo compañeros malos e hizo todo el trabajo. Algunos casos le infundieron nuevas energías. Otros lo aburrieron. Trabajó en un millón de casos del tipo «mamá-ha-matado-a-papá» o «papá-ha-matado-a-mamá». Trabajó en la investigación de dos millones de muertes en bares mexicanos en los cuales los cuarenta testigos afirmaban que se encontraban en el aseo y no habían visto nada. Algunos casos le traían a la memoria temas de sexo desenfrenado. Algunos casos lo hacían dormir como si la comida le hubiese resultado indigesta. Le siguió la pista al Acechador Nocturno. Resolvió el caso «mini-Manson» y arrestó a varios maníacos que se cargaban chaperos. Los asesinatos se acumulaban. Aquella vida le produjo «fatiga por implicación en casos de homicidios». Se tomó unas vacaciones y sufrió el «síndrome de abstinencia de la implicación». Ponía el mismo empeño en todos los casos y los discriminaba en la mente y en el corazón. Las fechas de los juicios se acumulaban; comprendían una gran variedad de asesinatos. Algunos eran recientes; otros, viejos. Hacía juegos malabares con una amplia variedad de datos y rara vez fracasaba en el estrado de los testigos.

Pasó ocho años en la «autopista de los cadáveres abandonados». No tenía ganas de dejarla. Su único sueño era sencillo y completamente estúpido.

Quería limitar «sus» asesinatos a unos cuantos que tuvieran sentido.

Su sueño se hizo realidad. Lo consiguió porque a Bob Grimm se le metió un asunto entre ceja y ceja. Quería resolver el caso del Cotton Club. Por eso, a principios del 87, destinó a Stoner al Departamento de Casos No Resueltos.

Stoner protestó. Los casos no resueltos eran trabajo para gente con más años. El sólo tenía cuarenta y seis. Quería trabajar en casos nuevos. Grimm le dijo que se callara e hiciese lo que le ordenaba.

El caso del Cotton Club era famoso. La víctima era un golfo rijoso del mundo del espectáculo llamado Roy Radin. Lo habían matado en el 83. Al parecer, su muerte estaba relacionada con el tráfico de drogas y el mundillo del chismorreo de Hollywood. Y todo ello, a su vez, con un local de mierda, el Cotton Club.

Grimm le dijo que trabajaría con Charlie Guenther. Se trataba de una buena noticia, ya que Charlie Guenther era quien de verdad había resuelto el caso Charles Manson. También había resuelto el caso de Gary Hinman, en esta ocasión para la Brigada de Homicidios de la Oficina del Sheriff y arrestado a dos psicópatas llamados Mary Brunner y Bobby Beausoleil. Después de matar a Hinman, éstos habían escrito «cerdo» y «político cerdo» en las paredes de la casa. En la escena del crimen del caso Tate-LaBianca habían aparecido leyendas similares. Guenther fue a buscar el expediente del caso al DPLA. Brunner y Beausoleil estaban en la cárcel a la espera de juicio cuando ocurrió el caso Tate-LaBianca. Guenther indicó a los agentes del DPLA que controlaran a los compañeros de aquellos, que vivían en el rancho Spahn Movie. No le hicieron caso. Por pura chiripa, varios meses después resolvieron el caso Tate-LaBianca.

Guenther estaba de vacaciones. Grimm le dijo a Stoner que se fuera acostumbrando a Casos No Resueltos y estudiara el expediente inicial del Cotton Club. Stoner hojeó expedientes viejos para captar la manera de funcionar del departamento. Algo lo condujo a Phyllis Bunny Krauch: fecha de defunción: 12/7/71.

Era un caso semifamoso. Un periodista se ocupó de él en su época. El caso de Bunny Krauch supuso una hecatombe en la Brigada de Homicidios de la Oficina del Sheriff.

Bunny West creció en el seno de una familia rica de Pasadena. A finales de los cincuenta se casó con un hombre llamado Robert Krauch y tuvo cuatro hijos con él. Krauch trabajaba de periodista en el Herald de Los Ángeles, uno de cuyos peces gordos era su padre.

Bunny Krauch era hermosa, cariñosa y patológicamente alegre. Robert Krauch era posesivo y tenía mal genio. Bunny caía bien a todo el mundo. Robert no caía bien a nadie.

A principios de los sesenta los Krauch se trasladaron a Playa del Rey. Compraron una confortable casa en primera línea de mar. Robert se creó mala fama. La gente lo consideraba un excéntrico. Se movía por Playa del Rey en bicicleta y emitía vibraciones hostiles.

Marina del Rey se había puesto de moda. Era un puerto con botes, yates y muchos bares y restaurantes, a poco más de un kilómetro de Playa.

El Charlie Brown's abrió en el 68. Era a la vez bar de autoservicio y parrilla, con clientela cambiante. Todas las camareras llevaban unos tops muy escotados y minifalda. El gerente era de los Lakers. Daba coba a los jugadores y sus chicas salían con ellos. El Charlie Brown's se convirtió en un centro frecuentado por astros del deporte.

Bunny Krauch obtuvo allí trabajo de camarera. Hacía el último turno y se iba poco antes de medianoche. Empezó a vivir separada de la familia, a un kilómetro de distancia de ésta.

No resultaba fácil trabajar en el Charlie Brown's. Las camareras siempre estaban esquivando a tíos que les querían meter mano. Cada noche las sobaban y tocaban.

El rey de los sobones era un tal Don. Trabajaba de fumigador. Era feo y había pasado de los cincuenta. Las camareras no lo soportaban. Se hizo amante de Bunny. Nadie se lo explicaba.

Don tenía veinte años más que Bunny. Era asqueroso. Era un sobaculos y un borracho.

El asunto duró tres años. Don y Bunny se veían en un motel de Admiralty Way. Se encontraban en Charlie Brown's y en otros restaurantes de Marina. No les preocupaba ser discretos. Las amigas de Bunny conocían el paño. Robert Krauch, no.

Robert se hizo una vasectomía. Bunny dijo que quería tomar la píldora. Le regulaba la menstruación.

Robert no entendía qué había podido ocurrir.

Bunny murió en su coche. Había aparcado en un callejón sin salida cerca del Charlie Brown's. Alguien la estranguló. Le ató dos servilletas del local alrededor del cuello y tiró de ellas. Apareció violada y sodomizada. Tenía el vestido subido y la blusa rota. Murió poco después de medianoche, tras salir del Charlie Brown's. Con el uniforme puesto.

La encontró un vigilante jurado. La Brigada de la Oficina de Homicidios del Sheriff se hizo cargo del caso.

Don contaba con una coartada. Robert Krauch dijo que en el momento del asesinato él estaba durmiendo en casa. Un testigo vio a un hombre en bicicleta cerca del lugar del crimen. Robert Krauch aseguró que no era él y que no tenía ni idea de que su mujer lo engañaba.

El vigilante era el principal sospechoso. Una mujer había denunciado que dos años atrás él y su primo la habían violado y sodomizado. Era su palabra contra la de ellos. La policía creyó en la de ellos. El caso se archivó.

Los detectives interrogaron al vigilante, quien negó haber violado y matado a Bunny Krauch. Lo sometieron sin éxito al detector de mentiras.

Se asignó al caso media docena de detectives. Varias docenas más trabajaron en él de forma voluntaria. El caso hizo furor en Homicidios. Contaba con el ingrediente de una hermosa víctima en un medio corrupto. Era Laura puesta al día en una época de promiscuidad. Todos los polis se sentían hechizados por Bunny Krauch. Querían encontrar al asesino y que le dieran bien por culo. Querían conocer a todas las chicas del Charlie Brown's. Querían poner Marina patas arriba.

Lo hicieron. Volvieron el Charlie Brown's del revés e interrogaron a todos los clientes que se hubieran sobrepasado con la muchacha siquiera una vez. Interrogaron a los jugadores de los Lakers y a las camareras que salían con ellos. Interrogaron a macarras y a tipos con antecedentes por delitos sexuales. Persiguieron el fantasma de Bunny.

Algunos bebían demasiado. Otros se enamoraron. Los hubo que se acostaron con mujeres decentemente. Unos pocos dieron el gran salto más allá del sexo y del asesinato y tiraron sus vidas familiares por la borda a cambio de mujeres a las que acababan de conocer.

Bunny Krauch echó un maleficio sobre la Brigada de Homicidios de la Oficina del Sheriff. Stoner la amaba por ello. Lamentaba que a otras mujeres les doliera. Él sabía mantener las cosas bajo control. Sabía mantener cerrado dentro de él lo que tenía con las mujeres.

Se enamoró locamente de Bunny. Deseó que los tipos que daban el gran salto supieran amar tanto como él.

Conectó bien con Charlie Guenther. A ambos les gustaba trabajar hasta el límite.

Leyeron el expediente del Cotton Club, juntos y por separado. Hablaron con el investigador que aún estaba vivo y fueron de inmediato al grano.

Todo empezó con la denuncia de la desaparición de una persona. El denunciante era la mano derecha de Roy Radin. Radin se alojaba en los apartamentos de un complejo hotelero de West Los Ángeles. El 13 de mayo del 83 salió del edificio con una traficante de cocaína llamada Laney Jacobs. Radin y Jacobs se habían peleado, pues ésta creía que aquél había ordenado a uno de sus camellos que le robara droga y dinero. Radin y Jacobs trabajaban para un ex productor llamado Robert Evans. Regateaban sobre el proyecto de la película Cotton Club. Era un tema mordaz.

Radin y Jacobs se habían encontrado para limar diferencias. Tenían previsto ir a cenar a La Scala, en Beverly Hills. Radin temía que le jugasen sucio. Le había pedido a un amigo, Demond Wilson, que siguiera la limusina de Laney. Wilson había sido actor; solía aparecer en la serie televisiva Sanford and Son.

Radin se marchó con Laney. Wilson le perdió la pista. Radin desapareció de la faz de la tierra.

El DPLA no encontró a Laney Jacobs. Bob Evans no sabía dónde estaba Roy Radin. La policía pensaba que Radin era un embaucador y que tarde o temprano aparecería. Las investigaciones se suspendieron.

Al cabo de cinco semanas Radin apareció muerto. Un apicultor encontró el cuerpo en lo alto de Caswell Canyon, cerca de Gorman. Se hallaba en avanzado estado de descomposición. En torno a él había fragmentos de casquillos del calibre 22. Alguien había metido un cartucho de dinamita en la boca de Radin después de que éste hubiese muerto. La explosión no le hizo perder los dientes. El forense logró identificar el cuerpo gracias a la dentadura.

Gorman estaba en el condado de Los Ángeles. Carlos Avila y Willy Ahn, de la Brigada de Homicidios de la Oficina del Sheriff, se hicieron cargo del caso.

En el DPLA estudiaron la denuncia de persona desaparecida. Calificaron a Laney de importante traficante de cocaína. Supieron que estaba liada con un guardaespaldas llamado Bill Mentzer. Localizaron a Jacobs en Aspen, Colorado. Decidieron no detenerla por el momento. No lograron localizar a Mentzer.

Pasaron los meses. Willy Ahn se puso enfermo. Supo que tenía un tumor cerebral que podía ser canceroso. No obstante, siguió trabajando en el caso. Carlos Avila comprobó el ordenador del DPLA y averiguó que Bill Mentzer era sospechoso de asesinato.

La víctima, una negra fea de ochenta kilos, se llamaba June Mincher. Casi todo el mundo pensaba que era un travestido o un hombre. Era prostituta, tenía una agencia de contactos y la extorsión no guardaba secretos para ella.

Estaba chantajeando a una familia adinerada. El nieto era una de sus víctimas. La familia contrató a un investigador privado llamado Mike Pascal para que le diera una lección. Pascal le encargó el trabajo a Bill Mentzer. Mentzer blandió la pistola ante June Mincher y un tipejo con que estaba follando en su apartamento. Mincher siguió presionando a la familia. La mataron a balazos el 3 de mayo del 84. Mentzer era el sospechoso número uno, pero no había ninguna prueba concluyente contra él.

Avila no encontró a Mentzer. Pasaron los meses, Avila trabajó en nuevos casos de asesinato y volvía al caso Radin cuando tenía algo de tiempo. Will Ahn estaba ya muy enfermo.

Un miembro de la Brigada de Narcóticos del DPLA llamado Freddy McKnight se fue de la lengua con un tipo de la Oficina del Fiscal del Distrito. McKnight dijo que tenía información interna relacionada con el caso Roy Radin. Estaba a punto de destapar un gran escándalo en la Oficina del Sheriff.

El tipo de la fiscalía de distrito telefoneó a Bob Grimm. Grimm telefoneó a su contacto en el DPLA y le dijo que presionase a McKnight. Éste acabó por ceder y les contó su historia a Grimm y a Avila.

McKnight tenía un confidente de nombre Mark Fogel. Tentó a Fogel con gran cantidad de cocaína de Laney Jacobs. Fogel poseía una empresa de limusinas. Bill Mentzer y un tipo llamado Bob Lowe conducían para él a tiempo parcial. Fogel dijo que Mentzer y Lowe estaban metidos en el caso Radin. Fogel se limitó a soplarle a McKnight que éstos tenían un gran negocio de coca entre manos: iban a pasar dos kilos por el aeropuerto de Los Ángeles. La droga pertenecía a Laney Jacobs. McKnight se dispuso a arrestar a Mentzer y Lowe en el mismo aeropuerto.

Avila se unió al equipo. La detención se produjo sin aspavientos. Les quitaron los dos kilos a Mentzer y a Lowe, que se negaron a hablar de la muerte de Radin. Enseguida salieron bajo fianza.

Mentzer y Lowe compartían un apartamento en el valle. Avila obtuvo una orden de registro. Encontró una foto de Mentzer y dos hombres desconocidos en el desierto. Se parecía al lugar en que se había descubierto el cuerpo de Radin. Avila encontró la documentación de un coche. El día de la desaparición de Roy Radin Laney Jacobs le había dado un Cadillac a Bob Lowe.

Avila visitó de nuevo la escena del crimen. Se trataba del lugar exacto que aparecía en la foto. Avila se la enseñó a sus testigos. Nadie conocía a los dos hombres que estaban con Mentzer.

Willy Ahn murió. Mentzer y Lowe se libraron de los cargos por tráfico de drogas gracias a un defecto de forma. Avila acudió al fiscal del distrito, quien leyó el resumen elaborado por el policía sobre el caso Radin y rechazó investigarlo. Dijo que se sostenía sobre pruebas demasiado débiles.

Avila se dedicó a investigar nuevos crímenes. De vez en cuando movía el caso Radin en la Fiscalía de Distrito. Nadie quiso investigarlo. Pasaron dos años y algunos meses.

Stoner sabía que podía resolverlo. Pero tenía que conseguir que hablaran las personas idóneas.

En eso consistía todo.

Radin desapareció en una limusina. Mentzer y Lowe conducían limusinas por horas. Mentzer trabajaba para Laney Jacobs. Laney odiaba a Roy Radin. Mentzer era un criminal aficionado.

Stoner quería intervenir. Guenther quería que primero estudiase otro caso, el de Tracy Lea Stewart, su bestia negra. Conocía a los asesinos y antes de jubilarse esperaba arrestar al principal sospechoso. Quería que Stoner se enganchase al caso Tracy.

Stoner leyó el expediente. Quedó enganchado al instante.

Tracy Stewart tenía dieciocho años. Vivía con sus padres y su hermano pequeño en Carson. Era tranquila, tímida y asustadiza.

Desapareció el 9 de agosto del 81. El día anterior había conocido en Redondo Beach a un chico llamado Bob. Bob tenía unos veinte años. Era guapo. Le pidió para salir. Tracy le dijo que la llamara por teléfono.

Bob la llamó a las seis de la tarde. Le propuso dar una vuelta en coche y jugar unas partidas de billar en una bonita bolera. Tracy aceptó. Bob dijo que pasaría a buscarla de inmediato. Tracy le dijo a su madre que iba a salir con un chico. Su madre le pidió que le telefonease al menos una vez.

Bob recogió a Tracy. Una hora más tarde la chica llamó a su madre desde una bolera de Palos Verdes. Dijo que llegaría a casa a medianoche o a la una.

No volvió. Sus padres la esperaron levantados. Por la mañana llamaron a la Oficina del Sheriff de Carson.

Un agente fue a la bolera. Habló con algunos de los empleados que estaban de turno la noche anterior. Se acordaron de la pareja. No conocían a Bob.

El caso pasó al Departamento de Personas Desaparecidas de la Oficina del Sheriff. La sargento Cissy Kienest habló con amigas de Tracy y gente que frecuentaba la playa. Nadie conocía a Bob. Nadie había visto a Tracy ni a Bob la noche del 9 de agosto de 1981.

Los padres de Tracy distribuyeron hojas con su foto y pusieron anuncios en los periódicos. Tracy seguía sin aparecer. El caso quedó aparcado durante cuatro años.

Un hombre llamado Robbie Beckett atacó a su novia en 1985. Fue arrestado en Aspen, Colorado. Pasó dos años de condena en la Prisión Estatal de Colorado. El sargento Gary White llevó el caso para el Departamento de Policía de Aspen.

White y Beckett mantenían una relación cordial. Robbie le dijo a White que quería rebajar su sentencia con una confesión. Tenía información sobre un asesinato cometido en Los Ángeles. La fecha era agosto del 81; la víctima, una chica a la que él había recogido en la carretera. Su primer nombre, o tal vez el segundo, era Lee. Había olvidado el apellido.

White le dijo que no podía prometerle ningún trato. De todas formas, Robbie le contó la historia.

Su padre se llamaba Bob Beckett. Vivía con él en Torrance, junto a Redondo Beach y Palos Verdes. Era pintor. Dirigía una destartalada escuela de arte y sacaba unos dólares extra como guardaespaldas. Recaudaba dinero para algunos tipos de San Pedro relacionados con la mafia. Su padre medía uno noventa y cinco y pesaba noventa y ocho kilos. Sabía kárate. Pertenecía a la Sociedad para los Anacronismos Creativos, un grupo cuyos miembros solían representar absurdas parodias medievales. Acabó juntándose con un marica llamado Paul Serio. Paul Serio era una persona importante en aquella extraña asociación. Su padre tenía entonces cuarenta y cinco años. Era un grandísimo hijo de puta.

Su padre tenía una novia llamada Sharon Hatch. Rompieron la relación en mayo del 81. Bob Beckett se volvió loco. Acosó a Sharon y la amenazó. Le dijo a Robbie que le pagara a unos moteros para que la violaran.

Robbie amaba y temía a su padre, no soportaba verlo sufrir, y mucho menos enfadado. Contrató a unos tipos para que violaran a Sharon. En el último minuto cambió de idea. Sharon le caía bien. No quería hacerle daño. Pensó que su padre acabaría por olvidar aquella venganza.

Bob Beckett siguió dolido y enfadado. Abandonó su fijación por Sharon y desarrolló otra nueva. Le dijo a Robbie que le buscara una chica joven. Trataría mal a la chica y de ese modo se vengaría de Sharon.

Robbie intentó disuadirlo. Pensó que su padre superaría aquella fijación. Bob Beckett persistió. Robbie cedió.

Conoció a esa chica llamada Lee en la playa. Le sacó el número de teléfono. La llamó y le pidió para salir. Fueron a una bolera y jugaron al billar. Bebieron cerveza. El le dijo que antes de llevarla a casa tenía que detenerse en un sitio.

La chica contestó que muy bien. Robbie la llevó al apartamento de su padre. Las luces estaban apagadas. Bob Beckett esperaba en el dormitorio. Robbie dejó a la chica en la sala y entró. «¿Me has traído algo?», preguntó el padre. Robbie le entregó a la chica.

Bob Beckett la toqueteó y la violó mientras Robbie se emborrachaba como una cuba en la sala. Bob Beckett pasó dos o tres horas a solas con la chica.

Le dijo que él mismo la llevaría de regreso a casa, pero que primero se diese una ducha. La encerró en el cuarto de baño. Le dijo a Robbie que tenían que matarla.

Robbie no quería matarla. Bob Beckett agarró una cachiporra e insistió. Robbie accedió.

Bob Beckett descorrió el cerrojo del cuarto de baño y le indicó a la chica que se vistiera. Ella lo hizo. Robbie y Bob Beckett la hicieron caminar hasta su furgoneta. Eran las dos o las dos y media de la madrugada.

Robbie descargó un golpe con la cachiporra, pero éste rozó la rama de un árbol y se desvió ligeramente. El golpe aturdió a la chica y le destrozó la cara. Robbie no tuvo huevos para golpearla de nuevo.

Bob Beckett lo hizo por él. Luego, arrojó a la muchacha a la parte trasera de la furgoneta y, tras subir a ésta, la inmovilizó con las rodillas. La estranguló con las manos y le puso una bolsa de plástico en la cabeza.

Llevaron el cuerpo hacia el sur por la autopista 405. Tomaron carreteras poco transitadas hasta un lugar perdido. Abandonaron el cuerpo entre unos matorrales, cerca de una valla.

Regresaron a casa y limpiaron minuciosamente todos los rastros. En la prensa aparecieron reportajes sobre una chica desaparecida. Bob Beckett le dijo a Robbie que prendiera fuego a la furgoneta. Robbie le cambió el salpicadero y compró neumáticos nuevos. La policía no se presentó. Robbie supuso que los coyotes se habían comido el cuerpo. Vivió asustado por un tiempo. Dejó el apartamento de su padre y se fue a vivir con su madre. Bob Beckett le dio la furgoneta a David, hermano de Robbie. Pasó el tiempo. Bob Beckett se casó con una mujer llamada Cathy, que tenía dos hijas. Bob Beckett empezó a acosar sexualmente a una de ellas, de doce años.

Robbie contó lo ocurrido a unos amigos. No le creyeron. Robbie era un borracho, un camorrista y, a veces, se metía con los maricas, pero sus amigos no lo veían como intermediario entre un asesino y su víctima.

Bob Beckett se mudó a Aspen. Encontró trabajo con un viejo compañero de kárate Paul Hamway. Robbie se trasladó a Aspen y se instaló en una casa cercana a la de su padre.

Gary White se creyó casi toda la historia. Robbie añadió más sal al caso. Dijo que su padre había sido asesino a sueldo en Florida. Conocía los detalles pero se negó a divulgarlos.

Gary White llamó a la Brigada de Homicidios de la Oficina del Sheriff e informó a Charlie Guenther de lo que Robbie le había contado.

Guenther consultó el registro de personas desaparecidas. Cissy Kienest dijo que «Lee» podía ser Tracy Lea Stewart. Guenther mandó una foto de Tracy Stewart a Aspen. Gary White la puso junto a una docena de fotos de mujeres jóvenes. Se las mostró a Robbie Beckett. Robbie señaló la de Tracy.

White telefoneó a Charlie Guenther y le dijo que había dado en el clavo. Guenther y Cissy Kienest volaron a Aspen.

Bob Beckett visitó a Robbie en prisión. Robbie le dijo que lo habían inculpado en la historia de la chica muerta. El padre lo convenció de que desmintiera la historia, le hizo recriminaciones, lo amenazó y apeló a la lealtad que un hijo debía a su padre. Robbie acató servilmente sus órdenes, como siempre había hecho.

Charlie Guenther y Cissy Kienest intentaron interrogar a Robbie. El muchacho se echó atrás. Dijo que lo que le había contado a White era mentira. No firmaría una declaración formal ni testificaría en contra de su padre.

Robbie no estaba dispuesto a ceder. No podían arrestarlo, ni tampoco a Bob Beckett, sin una declaración jurada y algún tipo de acuerdo formal con la Oficina del Fiscal del Distrito de Los Ángeles.

White le echó una mano a Guenther. Le contó que la hijastra de papá Beckett había acusado a éste de tocarla. Se lo había dicho a una asistente social. Aún no podía hablarse de delito.

Guenther decidió joder bien jodido a Bob Beckett. Fue a su encuentro y le echó en cara lo de su hijastra. Beckett permaneció impasible. Guenther estaba calándolo. Bob Beckett probablemente lo advirtió.

Eso fue dieciocho meses antes.

Stoner leyó el expediente Stewart media docena de veces. El caso podía resolverse, igual que el del Cotton Club. Sabían quién había matado a Tracy. Sabían quién había matado a Roy Rodin. Por el momento no podían hacer nada al respecto.

Charlie lo enganchó a Tracy Stewart. Bob Grimm lo enganchó al Cotton Club. Tenía un compañero brillante. Dos casos constituían un puñado manejable.

Tenían que hacer hablar a ciertas personas.

Sabían que las ex esposas eran buenas dándole a la lengua. Sabían que Bill Mentzer tenía una ex esposa llamada Deedee Mentzer Santangelo cuyo padre era un peso pesado del sindicato de camioneros. Se pusieron en contacto con él. Le dijeron que investigaban la vida en los bajos fondos del ex de Deedee.

El viejo odiaba a Mentzer. Llamó a Deedee y le pidió que colaborase. Stoner y Guenther se encontraron con ella. Examinó la foto que Carlos Avila había encontrado. Identificó a los dos hombres que aparecían junto a Mentzer.

Uno de ellos se llamaba Alex Marti. Era argentino. Se trataba de un tipo atemorizante y violento. Deedee lo había visto provocar un par de peleas. Le tenía miedo.

El otro era un ex policía de nombre Bill Rider. Había sido jefe de guardaespaldas de Larry Flynt, el rey del porno, con cuya hermana estaba casado. En esos momentos Rider vivía en Ohio. Tenía un pleito contra Flynt.

Stoner obtuvo el teléfono de Rider y lo llamó. Le dijo que necesitaba saber el lugar exacto en que se había tomado la foto. El asunto estaba relacionado con la investigación de un asesinato. Rider respondió que lo pensaría y que ya lo llamaría.

Llamó al día siguiente. Estaba cagado. Había hablado con Deedee Mentzer Santangelo. Sabía que la policía iba por Bill Mentzer. Stoner tenía que haberle dicho la verdad.

Stoner le pidió disculpas. Rider dijo que tomaría el avión si la Oficina del Sheriff le pagaba el vuelo y el alojamiento. Bob Grimm aceptó correr con los gastos. Rider tomó el avión y habló con Stoner y Guenther. De inmediato, aportó pequeñas informaciones sobre el asesinato de Mincher y el caso Radin.

Llevó a Stoner y a Guenther a Caswell Canyon. Dijo que Mentzer y Marti habían planeado matar a Radin. Bob Lowe los ayudó. Marti era un psicópata con tendencias nazis. En aquellos momentos vendía droga en un piso de Beverly Hills.

Rider no contó más y empezó a mostrarse asustado. Dijo que tenía miedo de Mentzer y de Marti. Era padre de familia. Mentzer y Marti lo sabían. Stoner le prometió protección y le dijo a Rider qué tenía que hacer.

Tenía que hacer hablar a Mentzer y Lowe. Tenía que tirarles de la lengua en un sitio cerrado en el que pudieran esconderse micrófonos. Rider contestó que se iba a casa y que ya se lo pensaría.

Gary White llamó a Charlie Guenther para darle buenas noticias.

Robbie Beckett había salido de la cárcel; iban a juzgarlo por otro atraco y buscaba un trato favorable. Robbie llamó a White. Le dijo que firmaría una declaración formal. Vendió a papá Beckett por Tracy Stewart y mucho más.

Robbie Beckett se mostró comunicativo hasta límites suicidas. Se presentó como esclavo de su padre a jornada completa y, en una ocasión, cómplice de asesinato. Lo mejor que podía pasarle por entregar a Bob Beckett era que lo inculparan de homicidio involuntario, y que le cayeran de veinte años a cadena perpetua. Su segunda condena por atraco le habría costado cinco años de cárcel. Robbie puso en juego toda su vida para joder a papá Beckett.

Realizó su declaración por escrito. Añadió el relato de Bob Beckett y el caso de Susan Hamway.

Bob Beckett trabajaba para Paul Hamway. Susan Hamway era la esposa de Paul. Estaba separada de él, y en guerra para obtener el divorcio. Susan vivía en Fort Lauderdale, Florida. Tenía la custodia de su hija de dieciocho meses.

Paul odiaba a Susan. Le preguntó a Bob Beckett si conocía a algún asesino profesional. Bob Beckett respondió que podía arreglarlo por diez mil dólares.

Paul Hamway le dijo que lo hiciera. Añadió una condición: alguien tenía que llamarlo después de matarla. Entonces él idearía una manera de rescatar a la niña.

Bob Beckett telefoneó a Paul Serio y concertaron una cita en Miami. Serio tomó el avión y Bob Beckett se encontró con él. Llevaba un cuchillo de cocina, una pistola y un consolador. Alquilaron un coche y fueron a la casa de Susan Hamway.

Susan los dejó entrar. La niña dormía en el dormitorio.

Bob Beckett golpeó a Susan en la cabeza con la pistola. Paul Serio la estranguló con un cable telefónico. Bob Beckett le clavó el cuchillo en la espalda. Serio lo ayudó a quitarle la ropa y a bajarle las bragas. No tuvieron valor para meterle el consolador en la vagina.

La niña durmió todo el tiempo. Paul Serio y Bob Beckett salieron de la casa a plena luz del día.

Tomaron una carretera que cruzaba un pantano cerca de Miami Beach y se deshicieron de las armas. Bob Beckett telefoneó a Paul Hamway y le dijo que su ex estaba muerta. Añadió que lo habían dispuesto todo para que pareciese obra de un maníaco sexual.

Hamway tenía previsto llamar a uno de los vecinos de Susan y expresar su preocupación por no saber nada de ella. El vecino iría a la casa y encontraría el cuerpo. De ese modo él tendría una coartada y rescataría a la niña.

Serio regresó a Los Ángeles. Bob Beckett regresó a Aspen. Nadie rescató a la niña.

La niña murió de inanición. Antes de expirar se arrancó grandes mechones de cabello. El Departamento de Policía de Fort Lauderdale investigó el asesinato de Hamway y lo atribuyó a un retrasado mental que vivía en el vecindario.

Se llamaba John Purvis. Fue juzgado, acusado y condenado a cadena perpetua, sin posibilidad de libertad condicional.

Stoner y Guenther volaron a Aspen. El abogado de Robbie Beckett se negaba a que interrogaran a su cliente. Primero quería llegar a un acuerdo por escrito con el fiscal del distrito de Los Ángeles. Stoner llamó al agente Dale Davidson, de la Fiscalía de Distrito. Davidson se puso en contacto con el abogado de Robbie y le ofreció una calificación de homicidio involuntario si su cliente testificaba contra Bob Beckett. El abogado aceptó el trato. Le aconsejó a Robbie que no renunciara todavía a la extradición y que se buscase un buen abogado de Los Ángeles. Robbie dijo que se quedaría quieto y esperaría instrucciones.

Stoner y Guenther volaron a Miami. Buscaron a Laney Jacobs, pero no dieron con ella. Llegaron hasta Fort Lauderdale y estudiaron el expediente del caso Susan Hamway.

El fiscal ya era juez. Reconoció que las pruebas contra John

Purvis no eran concluyentes. Stoner y Guenther le contaron lo que Robbie Beckett había dicho. El juez prometió ocuparse de ello. Stoner y Guenther regresaron a Los Ángeles.

Un detective de Fort Lauderdale telefoneó a Stoner. Le dio algunos detalles de la investigación del caso Hamway. Stoner entendió lo ocurrido (la policía había arrancado una confesión falsa a un sospechoso retrasado mental) y le contó la versión de Robbie Beckett. El detective se hizo el sorprendido. Dijo que había hablado con Robbie… después de que declarara contra su padre.

Stoner y Guenther hablaron con la ex esposa de papá Beckett y con su hija Debbie. La ex dijo que papá andaba molestando a David Beckett. Quería que se deshiciera de la furgoneta que le había dado. David se había negado.

Debbie Beckett agonizaba de sida. Dijo que su padre abusaba sexualmente de ella. Dijo que pegaba a David y a Robbie habitualmente. Dijo que se regía por el terror.

La furgoneta era crucial. Stoner y Guenther encontraron a David y lo hicieron hablar. Su padre le había dicho que quemara la furgoneta. David se había negado. Stoner y Guenther requisaron el vehículo. Un equipo del laboratorio trabajó en ella. No encontraron cabellos, sangre o fibras que pudieran atribuirse a Tracy Lea Stewart.

Stoner y Guenther interrogaron a Mark Fogel. Éste dijo que Laney Jacobs era una importante traficante de cocaína y se hizo el loco respecto al asesinato de Roy Radin. Stoner y Guenther se acercaron a Taft, California, para anunciar a los padres de Tracy Stewart que su hija estaba muerta.

Se lo tomaron muy mal. Querían conocer los detalles. Stoner y Guenther se los dieron. La señora Stewart dijo que había renovado el permiso de conducir de Tracy cada año. Stoner prometió que intentarían recuperar el cuerpo.

Los dos casos estaban en el limbo. De la reapertura del de Redin ya hacía un año. Confiaban en que Bill Rider los ayudase a atrapar a los sospechosos. Confiaban en que Robbie Beckett postergara la extradición.

Stoner y Guenther localizaron a Laney Jacobs. Estaba casada con un camello llamado Larry Greenberger. Vivían en Okeechobee, Florida. Stoner y Guenther decidieron no interrogarla, por el momento.

Localizaron a unos cuantos de sus socios en el negocio de la droga. Casi todos hablaron. Dijeron que Laney era una mujer superficial, codiciosa, cruel y conspiradora, pura basura de Florida. Era la ambición barata personificada. Empezó como secretaria de un abogado que se dedicaba a casos de droga. Conoció a traficantes, se acostó con ellos y aprendió el negocio. Era un monstruo al que le habían hecho la cirugía estética. Había cambiado su cara y casi todo su cuerpo de acuerdo con unas indicaciones precisas.

Revoloteaba en la mente de Stoner. Se unió a Bunny Krauch y Tracy Stewart.

Bunny intentó llevar dos vidas distintas a un kilómetro de distancia la una de la otra. Su dominante marido la condujo hacia un asesino ignoto. Tracy era la quintaesencia de la víctima femenina de un asesino. La habían matado por sexo y porque resultaba fácil deshacerse de ella. Laney era de la peor calaña. Había matado a un hombre a cambio de dinero y de aparecer dos segundos en una película.

Robbie Beckett pidió la extradición. Gary White lo llevó a Los Ángeles en avión. Stoner y Guenther fueron a buscarlos al aeropuerto. Le explicaron a Robbie que querían encontrar el cuerpo de Tracy. Robbie estudió diversos mapas de los condados de Riverside y San Diego. Señaló unos cuantos lugares.

Stoner y Guenther lo llevaron a todos. Tardaron catorce horas. Robbie contempló los distintos paisajes y dijo que no podía estar seguro. No encontraron restos humanos ni jirones de ropa. Stoner y Guenther lo llevaron a la prisión del condado.

Robbie habló con el abogado de oficio. Éste se reunió con Dale Davidson. Llegaron a un acuerdo formal. Stoner y Guenther eran libres para detener a Bob Beckett.

Gary White investigó en distintas empresas de servicios públicos y lo encontró. Vivía en Tustin con su nueva esposa. Tustin estaba dentro de la jurisdicción del condado de Orange. Stoner llamó al Departamento de Policía de Tustin y pidió tres patrullas de apoyo.

El arresto no tuvo historia.

Stoner y Carlos Avila llamaron a la puerta. Preguntaron a la señora Beckett dónde estaba Bob Becken. Bob Beckett salió y tendió las manos para que se las esposaran. Lo llevaron a la prisión del condado. Charlie Guenther estaba extático. Tenía previsto retirarse pronto. En el trayecto en coche hasta la cárcel hicieron confesar a papá Beckett.

El caso Stewart estaba cerrado. El caso del Cotton Club seguía adelante. Llevaba catorce meses reabierto.

Bill Rider telefoneó a Stoner. Le dijo que vivía en San Pedro. Quería ayudar a la Brigada de Homicidios. Pasaría un tiempo con él y Guenther para ver si le merecían confianza.

El proceso duró tres meses. Stoner y Guenther se vieron con Rider más de veinte veces. Rider les dio información sobre Mentzer y Marti. Era buen material sobre su pasado, pero no constituía información crucial.

Rider aseguró tener la pistola con que habían matado a June Mincher. Se la había prestado a Mentzer y éste se la había devuelto al cabo de unos días. Ignoraba que iba a servir de arma asesina.

Stoner y Guenther le pidieron la pistola, la llevaron al laboratorio y la probaron. Tras comparar los disparos con los del asesinato de Mincher, comprobaron que encajaban.

Charlie Guenther se jubiló. Lo sustituyó Carlos Avila. Stoner y Avila fueron a ver a Bob Grimm y le explicaron el trato que habían hecho con Rider.

Rider era «asesor de seguridad». Tenía que ganarse la vida. Tenía que desaparecer por un tiempo para evitar represalias de Mentzer y de Alex Marti. Era un elemento fundamental para la resolución del caso. Se merecía una buena paga mensual.

Grimm habló con el sheriff Block. Block accedió a pagarle tres mil dólares al mes. Rider aceptó el dinero. Se avino a delatar a los asesinos del Cotton Club. El paso siguiente era atraparlos.

Rider llamó a Bob Lowe a Maryland, donde éste tenía un bar, y logró engatusarlo. Le dijo que iba a Washington a hacer un trabajo de vigilancia. Necesitaba un hombre que lo apoyase. Lowe dijo que lo haría encantado.

Stoner, Avila y Rider volaron a Maryland. La policía del estado puso micrófonos en el coche de Rider y en la habitación del hotel donde se alojaba. Rider telefoneó a Lowe para preparar el trabajo de vigilancia. Lowe dijo que estaba ocupado y le recomendó a su amigo Bob Deremer. Stoner y Avila pusieron el grito en el cielo. Rider observó que aun así no estaría mal grabar lo que hablase con Deremer. Trabajaba con Bill Mentzer muy a menudo. Durante la época de los casos del Cotton Club y de June Mincher siempre andaban juntos. Deremer podía contarles cosas interesantes.

Rider fingió dos trabajos de vigilancia con Deremer. La policía estatal puso micrófonos en un coche y montó guardia en una habitación de hotel. Deremer dijo que Mentzer había matado a Radin. Bob Lowe formaba parte del equipo. Le pagaron diecisiete mil dólares y un Cadillac. Añadió que después de cargarse a Mincher había llevado a Mentzer en coche. Rider le preguntó cuánto había cobrado. La respuesta fue que tres meses de alquiler.

Rider se citó con Bob Lowe en un bar. Llevaba micrófonos ocultos bajo la ropa. Lowe comentó que en un par de ocasiones había hecho de chófer a Mentzer. Había presenciado cómo éste mataba a tiros a la gorda negra. Dispararon a Radin con balas de punta hueca del calibre 22. Los impactos parecían de fusil. Arrojaron las armas a un lago, cerca de Miami, a unos cinco mil kilómetros de Caswell Canyon.

Stoner y Avila regresaron a Los Ángeles. Tenían que dejar reposar las cosas un tiempo. No podían forzar a Rider a una sesión de grabaciones continuada. Tenía que conectar con sus sospechosos a un paso relajado y creíble.

Pasaron los meses. John Purvis seguía en la cárcel. Robbie Beckett y papá Beckett estaban a la espera de juicio. La policía de Fort Lauderdale esperaba que Robbie declarase. Un testimonio convincente exculparía a John Purvis. Entonces podrían ir por papá Beckett y Paul Serio y acusarlos del asesinato de Susan Hamway.

Robbie Beckett y papá Beckett estaban encerrados en prisiones distintas. En un chapucero traslado a los juzgados, se encontraron. Papá habló con Robbie. Lo convenció de que se retractara de su declaración bajo juramento. Robbie llamó a Dave Davidson y le dijo que ya no había trato. No inculparía a su padre. Davidson le advirtió que lo juzgarían por homicidio en primer grado. A Robbie le tenía sin cuidado.

La Oficina del Fiscal del Distrito perdió el caso contra Bob Beckett, que fue puesto en libertad.

Stoner y Avila hablaron con un par de docenas de personas próximas a Mentzer y Jacobs. Se mantuvieron lejos de éstos deliberadamente.

Hicieron pesquisas, interrogaron gente, estudiaron de nuevo el caso del Cotton Club partiendo de cero.

El padre de Roy Radin producía espectáculos cutres. Murió joven. Roy se hizo cargo del negocio con diecisiete años. El particular enfoque que aportó al negocio lo convirtió en un hombre rico.

Montó espectáculos para la policía y para la beneficencia pública. En ellos actuaban estrellas venidas a menos como Milton Berle y Joey Bishop. Los espectáculos de beneficencia estaban estrictamente controlados por las leyes del estado. Radin transgredió esas leyes. Se quedó porcentajes excesivamente cuantiosos de manera estúpida y malversó dinero destinado a obras sociales.

Radin pesaba más de ciento treinta kilos. Era cocainómano. Organizaba fiestas desenfrenadas en su finca de Long Island. En el 78 estuvo a punto de tener serios problemas.

Una actriz llamada Melonie Haller salió tambaleándose de una fiesta de Radin. Iba medio desnuda y borracha como una cuba. Dijo a la policía que Radin y otros cabrones la habían violado. La policía investigó. Arrestaron a Radin por posesión ilícita de armas. Radin pagó una multa y dejó de ofrecer fiestas desenfrenadas. En el 82 quiso probar fortuna en el mundo del cine y se trasladó a la Costa Oeste.

Conoció a Laney Jacobs en una fiesta. Empezó a comprarle coca. Laney utilizaba una compañía de limusinas de la que Bob Evans era copropietario. Su chófer más utilizado era un tipo llamado Gary Keys. Keys le comentó a Laney que Evans buscaba dinero. Quería hacer una película sobre el Cotton Club, el local de Harlem tan popular en los años treinta. Laney le dijo a Keys que tenía dinero para invertir en un proyecto que le pareciera interesante.

Laney trabajaba para un magnate de la coca llamado Milan Bellachaises. La había mandado a Los Ángeles para que se encargara del abastecimiento de la Costa Oeste. El distribuidor de Laney era un blanco sureño llamado Tally Rogers. Vendían treinta kilos al mes. Obtenían un beneficio de medio millón de dólares mensuales.

Laney era cocainómana. Quería ser productora de cine, Gary Keys le dijo a Bob Evans que tenía dinero para gastar.

Laney y Bob hicieron buenas migas. Empezaron a salir de juerga y a follar. Laney alquiló un apartamento en Beverly Hills y montaba orgías en él.

Evans le explicó que el Cotton Club era un proyecto de gran presupuesto. Necesitaba un mínimo de cincuenta millones. Laney dijo que conocía a un tipo llamado Roy Radin. Tenía muchísimo dinero y quería empezar a invertir en el cine. Evans le pidió que le concertara una cita. Laney se apresuró a hacerlo.

Radin se puso muy contento. Dijo que vendería su casa y daría un sablazo a unos inversores asquerosamente ricos. Evans le prometió a Laney cincuenta mil dólares por hacer de intermediaria.

Radin se puso en contacto con un amigo banquero de Puerto Rico. El tipo estaba relacionado con el gobernador territorial, a quien consiguió entusiasmar con el proyecto. Radin le pidió cincuenta millones de dólares en efectivo. El gobernador dijo que sólo soltaría treinta y cinco. Radin aceptó. Voló a Nueva York para discutir el negocio con Bob Evans.

Se encontraron en el apartamento de Evans. Apareció Laney. Le dijo a Radin que quería el cinco por ciento de los beneficios del proyecto por haber hecho de intermediaria. A Radin la cantidad le pareció excesiva. Evans se puso de parte de Laney. Radin se enfureció y se marchó dando un portazo.

Laney regresó a Los Ángeles y enseguida tuvo otro problema.

Tally Rogers quería más dinero. Se movía por la costa, arriba y abajo, cargado de droga y apenas ganaba nada. Laney se negó a subirle el sueldo.

Se presentó la mujer de Tally Rogers. Se llamaba Betty Lou y había llegado de Tennessee sin previo aviso. Laney la llevó a lugares de moda de Los Ángeles. Tally la convenció de que le hiciese conocer Las Vegas.

Laney y Betty Lou se marcharon. Tally saqueó el garaje de Laney. Se llevó doce kilos de coca y doscientos cincuenta mil dólares en efectivo.

La sirvienta llamó a Laney. Le contó que había visto a Tally merodear cerca del garaje. Tally llamó a Betty Lou y le dijo que desapareciera. Betty Lou tomó un taxi en dirección al aeropuerto de Las Vegas.

Laney regresó a Los Ángeles. Telefoneó a Milan Bellachaises, quien le dijo que recuperara su droga y su dinero.

Laney conocía a Bill Mentzer. El tipo hacía prácticamente cualquier cosa con tal de que le pagasen por ello. Lo llamó y lo contrató para que buscase a Tally Rogers.

Mentzer pidió a Alex Marti y a Bob Lowe que le echasen una mano. Volaron a Memphis y secuestraron al mejor amigo de Tally. El tipo les enseñó las guaridas de éste. No lo localizaron en ninguna de ellas. Soltaron al amigo y fueron a Miami. Discutieron el asunto de Tally con Milan Bellachaises. A nadie se le ocurrió nada constructivo.

Mentzer llamó a Mike Pascal. Le dio los nombres de amigos íntimos de Laney para que comprobara sus facturas de teléfono. De ese modo tal vez encontraran una pista para dar con Tally.

Pascal llamó a Mentzer al cabo de dos días. Sabía que Mentzer quería resultados. Sabía que Laney odiaba a Roy Radin. Sabía que Radin salía de juerga con Tally Rogers.

Pascal mintió a Mentzer. Le dijo que Tally había llamado a Radin justo después de robar el dinero y la droga. Radin telefoneaba mucho a las Bahamas. Quizá Tally se escondiera allí.

Mentzer regresó a Los Ángeles. Laney estaba allí. Milan Bellachaises le dijo que obedeciera las órdenes de Mentzer. Radin estaba en Los Ángeles. Laney lo llamó. Lo acusó de haberle robado el dinero y la droga. Le dijo que intentaba joderle su porcentaje en el negocio del Cotton Club.

Radin negó haber cometido el robo. No tenía ni idea de dónde se encontraba Tally Rogers. Decía la verdad.

Mentzer le contó a Laney su plan.

Ella atrae con engaños a Radin a una limusina. El chófer es Bob Lowe. Le dice a Lowe que se detenga para comprar cigarrillos. Un coche los sigue. Mentzer y Marti saltan de él y se abalanzan sobre la limusina. Laney desaparece. Los chicos se llevan a Radin y lo torturan hasta que habla.

La historia del Cotton Club era ridícula e insignificante. Los asesinos, unos payasos. La víctima, una mierda avariciosa. Los actores secundarios, parásitos salidos del fango.

Stoner prosiguió en su intento de localizar a Bunny Krauch y a Tracy Stewart.

Mentzer y Marti estaban en Los Ángeles. Lowe estaba en Maryland. Laney estaba en Okeechobee, Florida, con Larry Greenberger. Stoner y Avila aumentaron la presión.

Billy Rider llamó a Mentzer y le dijo que estaba en Los Ángeles. Lo invitó al Holiday Inn. Pusieron micrófonos en la habitación de Rider. Stoner y Avila ocuparon la habitación contigua.

Rider habló de su pleito contra Larry Flynt. Mentzer habló del golpe de Radin.

Detrás de la limusina aparecieron tres agentes de policía. Mentzer pensó que estaban compinchados. Marti le hundió la pistola a Radin en la entrepierna. Mentzer le metió el cañón de la suya en la boca. Los tres agentes pasaron por delante de ellos con paso rápido, entre carcajadas.

Mentzer cambió de tema. Stoner y Avila necesitaban más palabras incriminatorias. Tenían que grabar de nuevo las conversaciones entre Rider y Mentzer.

Decidieron fingir una compra de droga. Se reunieron con la Brigada de Narcóticos de la Oficina del Sheriff y juntos elaboraron un plan.

Pusieron micrófonos ocultos en una habitación del Holiday Inn de Long Beach. Rider llamó a Mentzer. Le dijo que iba a comprar droga y que necesitaba un guardaespaldas. Le ofreció doscientos dólares. Mentzer aceptó.

Prepararon la compra en un aparcamiento cercano al hotel. Utilizaron droga de verdad. Unos agentes del sheriff se hicieron pasar por traficantes de coca. Después de la compra, Rider subió con Mentzer a la habitación de aquél. Stoner y Avila estaban pegados a sus auriculares en la habitación de al lado.

Mentzer habló por los codos.

Tenía armas y explosivos C-4 guardados en una caja de seguridad pública. Habían matado a Roy Radin con unas balas de punta hueca del calibre 22. Los imbéciles de la pasma pensaron que lo habían hecho con un fusil.

El explosivo C-4 era extraordinariamente combustible. Almacenar aquella mierda en un lugar público constituía un peligro para la comunidad. Stoner quería eliminar aquel riesgo. Le dio a Rider una caja de seguridad vieja y le dijo que llamara a Mentzer. Rider llamó a Mentzer y le ofreció la caja. Mentzer aceptó el regalo. Rider y Mentzer llevaron la caja a la cabaña de almacenamiento y metieron las armas y el C-4 en ella. Rider llevaba encima un micrófono.

Mentzer dijo que Larry Greenberger estaba muerto. Él mismo lo había matado accidentalmente. Había ocurrido en Okeechobee. Mentzer empezó a sospechar del negocio.

Stoner llamó a la policía de Okeechobee. Ellos también sospechaban. Laney Jacobs seguía escondida siguiendo el consejo de su abogado. Stoner sabía que era ella quien había matado a Greenberger.

La policía de Okeechobee llamó a Stoner y le comunicó que Jacobs había huido. Stoner empezó a seguirle el rastro por los movimientos de su tarjeta de crédito.

Había llegado el momento de golpear duro.

Stoner fue a ver a David Conn, ayudante del fiscal del distrito. Le contó toda la historia y le hizo escuchar la cinta de Rider y Lowe y la de Rider y Mentzer. Conn le dio luz verde.

Se formalizaron los cargos y se consiguieron órdenes de arresto. Stoner urdió un plan con la policía de Okeechobee. Le prometieron que lo ayudarían a localizar a Laney Jacobs. Llamarían a su abogado y prepararían una cita con la promesa de no arrestarla por la muerte de Larry Greenberger. Dirían que sólo querían hablar con ella. La interrogarían y la detendrían por alguna orden de arresto de California. Luego la entregarían a la Oficina del Sheriff del condado de Los Ángeles.

Era un plan jodidamente bueno.

Stoner dispuso un puesto de mando. Estaba a medio camino entre la casa de Marti y el apartamento de Mentzer. Para apresarlos, solicitó dos comandos SWAT.

Carlos Avila fue a Maryland para arrestar a Bob Lowe. Bob Deremer trabajaba de camionero. Nadie sabía dónde estaba. 2/10/88:

La policía de Okeechobee detiene a Laney Jacobs. Dos comandos SWAT detienen simultáneamente a Mentzer y a Marti.

Cortan las líneas telefónicas y llaman a los dos hombres desde un circuito cerrado. Les dicen que miren por la ventana y vean a los agentes armados. Mentzer y Marti miran por sus respectivas ventanas y salen con las manos en alto.

Se despliegan los equipos de registro. Con ellos van perros entrenados para encontrar droga y bombas. Registran a fondo la casa de Marti y el apartamento de Mentzer.

Carlos Avila detiene a Bob Lowe. La policía local arresta a Bob Deremer en Lafayette, Indiana.

Deremer pide la extradición. Lo llevan a Los Ángeles y lo procesan por complicidad. Laney Jacobs y Bob Lowe también solicitan la extradición. Permanecen bajo custodia en el Este.

Carlos Avila está exhausto. Bill Stoner está exhausto. Sigue enganchado a Tracy Lea Stewart. Aún se le pone dura cuando piensa en detener a Bob Beckett.

Laney Jacobs consiguió la extradición en Navidad. La llevaron a Los Ángeles y quedó retenida en el instituto para mujeres Sybil Brand. Robbie Beckett fue juzgado en febrero del 89.

El juicio duró una semana. El jurado pasó una hora deliberando. Robbie fue declarado culpable y condenado a cadena perpetua. Papá Beckett quedó libre. John Purvis seguía en prisión. La policía de Fort Lauderdale abandonó el caso Hamway.

A la mierda John Purvis. Ya estaba condenado. No tenían pruebas en contra de papá Beckett, Paul Serio y Paul Hamway. Necesitaban a Robbie Beckett, pero éste no traicionaría a su padre.

Se tardó tres años en fallar el caso del Cotton Club. Los preliminares, las audiencias previas y el proceso de selección del jurado llevó meses. El juicio duró catorce meses. La promulgación de la sentencia no llegaba nunca. Carlos Avila se jubiló. Bill Stoner trabajó con plena dedicación para el fiscal. Se movió en avión de un lado a otro del país. Interrogó a cientos de testigos. Recorrió miles de kilómetros por aire y por carretera. El caso del Cotton Club consumió cuatro años y medio de su vida.

El jurado volvió a reunirse el 22 de julio del 91. Mentzer, Marti, Lowe y Jacobs fueron declarados culpables y condenados a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional. Stoner aún no sabía por qué, exactamente, habían matado a Roy Radin.

Mentzer dijo que sus planes de tortura se habían torcido. Marti no había parado de llamar a Radin «gordo judío» en la limusina, para provocarlo. En el momento en que llegaban a Caswell Canyon, lo mató.

Marti contó una historia diferente. Lo mismo hizo Lowe. A Stoner había dejado de importarle.

Un policía de Fort Lauderdale llamó a Stoner en enero del 93. Dijo que la madre de John Purvis acababa de contratar a un abogado que salía en un programa nocturno de televisión. Se proponía montar un gran alboroto. El Departamento de Policía de Lauderdale iba a reabrir el caso Hamway.

Stoner le deseó buena suerte. La policía de Fort Lauderdale reabrió el caso y volvió a llevarlo mal.

Se confundieron al identificar a Paul Serio. Creyeron que el amigo de papá Beckett era un matón de Las Vegas que se llamaba igual. Pensaron que éste y Paul Hamway habían planeado la muerte de Susan. Ofrecieron a papá Beckett la inmunidad completa si declaraba contra ellos. Papá Beckett aceptó el trato y declaró ante un jurado de acusación, que presentó una solicitud de procesamiento contra Paul Hamway y Paul Serio. Papá Beckett dijo a la policía que su Paul no era un matón de Las Vegas. Su Paul era un maestro de escuela que vivía en Texas.

John Purvis fue puesto en libertad. La policía de Fort Lauderdale arrestó al auténtico Paul Serio, quien culpó a papá Beckett tras desmentir el relato de éste sobre la muerte de Hamway. La declaración no sirvió de nada. Papá Beckett estaba exento de procesamiento.

John Purvis apareció junto a su madre y su abogado en el programa de Phil Donahue. Donahue emitió alguna información interesante, como las cintas de vídeo con la confesión de papá Beckett a la policía de Fort Lauderdale.

Allí estaba papá Beckett, explicando a los agentes cómo había estrangulado a Sue Hamway. Allí estaba papá Beckett, eximido de procesamiento. Papá Beckett, declarando sobre el asunto Stewart. Papá Beckett, confesando lo de Sue Hamway y su hija.

Robbie Beckett vio el programa desde la prisión de Folsom. Vio a su papá escenificar la muerte de Hamway con auténtico brío. Vio los ojos de papá. Supo que estaba reviviendo el momento en que había matado a Tracy.

Robbie llamó a Stoner y le dijo que quería hablar. Stoner y Dave Davidson fueron a Folsom. Robbie hizo una declaración formal y se comprometió a declarar en contra de su padre. Prometió que esta vez no se echaría atrás. Stoner y Davidson le creyeron.

Davidson consiguió un mandamiento judicial. Acusó a Robert Wayne Beckett del asesinato de Tracy Lea Stewart. Localizó a papá Beckett en Las Vegas. Dispuso unos cuantos agentes y lo arrestó en el jardín delantero de su casa.

Papá Beckett quería llegar a algún trato. Stoner lo mandó a tomar por culo. Papá Beckett se entrevistó con un juez. El juez dijo que no había fianza. Los tribunales de Los Ángeles estaban brutalmente colapsados. El cabrón no sería juzgado antes del 95.

Stoner se sumía a menudo en sus ensoñaciones.

Veía las cosas rápidas y brillantes. Pasaba mucho tiempo con sus mujeres muertas.

Estaba exhausto. Le faltaba un mes para jubilarse. En su mente revoloteaba un pequeño pensamiento divertido.

No estaba seguro de poder abandonar el caso por completo.