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21

Misterioso sonaba por los altavoces una y otra vez, como una profecía autocumplida.

– ¿Habéis podido dormir algo esta noche? -preguntó Jorge Chávez.

Iban en el Mazda de Hjelm. Paul conducía, Kerstin Holm, en el asiento del copiloto, ponía ininterrumpidamente a Thelonius Monk en el equipo de música del coche mientras Chávez, sentado en el asiento de atrás, se echaba hacia delante una y otra vez entre los asientos delanteros.

Hjelm y Holm sólo contestaban con sus pesados y enrojecidos párpados, que intentaban mantener abiertos y, al mismo tiempo, utilizar como protección frente al obstinado sol, más propio de pleno verano. Una tarea imposible.

Era 18 de mayo.

– Monk se revolvería en su tumba si supiera que su maravillosa música ha inspirado a alguien a cometer asesinatos en serie -siguió Chávez sin dar la impresión de estar demasiado triste.

Habían olfateado el rastro. Por fin.

Esta vez tampoco recibió ninguna respuesta desde los asientos delanteros. Cosa que no le detuvo ni le molestó:

– He pasado toda la noche en el despacho repasando las juntas directivas. En plan hacker total. Hay cuatro caminos desde aquí. El más interesante es el de Sydbanken; allí coincidieron los cuatro durante un breve período en 1990. Visto en conjunto, es la pista más evidente, sin lugar a dudas. Pero quizá resulte aún más interesante que Enar Brandberg formara parte de la junta directiva de Lovisedal en el mismo periodo de tiempo que Daggfeldt y Carlberger durante 1991, o sea, la misma empresa mediática que hoy en día tiene problemas con la actividad protectora de Viktor X; o sea, Grime Bear. Muy interesante si partimos de la premisa de que lo de Strand-Julén fue para despistar. Pero, por otro lado, si suponemos que nuestro asesino ha empezado a despistarnos ahora mismo con Brandberg, entonces nos queda, por supuesto, Ericsson y MEMAB.

Siguió sin recibir respuesta.

Y tampoco en esta ocasión frenó en modo alguno el entusiasmo de Chávez.

– Estoy seguro de que Hultin lleva razón y que en alguna de esas juntas directivas está la clave de todo este misterio.

El coche se detuvo en el semáforo del cruce entre la carretera de Ulvsunda y la E 18, que venía de la derecha desde Enköping. Luego Ulvsundavägen se convertía en Hjulstavägen y en la E 18. No recorrieron mucho trecho de esta última.

– Gira en la gasolinera -indicó Chávez-. En la avenida de Rinkeby. Podemos aparcar al final y luego cruzar la plaza. Voy a comprar algunos ajos frescos.

Hjelm avanzó por la avenida, aparcó el coche y dijo:

– Pareces un poco acelerado, como si hubieses tomado algo…

– Es la única manera de mantenerse despierto -dijo Chávez.

Atravesaron la animada plaza bajo aquel sol veraniego. Los puestos estaban colmados de verduras y frutas de unas dimensiones y clases que raramente se veían en los supermercados normales. Hjelm pensó en la cantidad de pesticidas que había en las verduras extranjeras en comparación con los que había en las suecas, y se sintió como un aburrido y gris aguafiestas en medio de las coloridas oleadas de muchedumbre que se movían por la plaza. Chávez compró un manojo de ajos que sostuvo en el aire ante las narices de Hjelm.

– Aléjese de mí, Nosferatu -espetó.

Hjelm, que estaba a punto de dormirse de pie, se levantó del ataúd con una sonrisa tonta.

Se adentraron un par de manzanas más hacia el corazón del barrio de Rinkeby. En el semisótano de uno de sus uniformes bloques había una pequeña tienda sin nada visible en los escaparates, pero con los cristales manifiestamente sucios. No obstante, la tienda resultó ser más grande de lo esperado y estaba hasta arriba de gente. Personas de todo tipo buscaban entre infinitas filas de discos compactos música de todos los rincones del mundo. En la amplia sección de hip-hop, se movía un grupo multicolor de chavales adolescentes, unidos por una holgadísima ropa y gorras del revés, y al fondo, detrás del mostrador, había un indio moreno de unos cincuenta años entretenido limándose las uñas.

– ¡Alberto! -exclamó Chávez acercándose al indio, que, al levantarse para darle un abrazo, resultó ser enorme.

– Jorge, Jorge -dijo el hombre cuando ya llevaban medio minuto abrazados, y luego siguió con unas cuantas frases velocísimas en español. Hjelm creyó escuchar la palabra «Skövde» y oyó a Jorge contestar, en medio de una parrafada del otro, «No, no, Sundsvall». Chávez señaló a sus colegas. Kerstin Holm, que se había lanzado sobre un montón de discos de música gregoriana, pronunció unas palabras en un español algo más lento. El indio soltó una sonora carcajada. Hjelm sonrió a Alberto y comprobó que el peculiar olor que percibió al entrar no era otra cosa que incienso. Una vara humeaba encima del mostrador, clavada en una maceta de tierra reseca.

– Venid -dijo Alberto a Hjelm y Holm, y siguió hablando en un sueco totalmente correcto, aunque con un fuerte acento-, vamos a entrar en el sanctasanctórum.

Entraron en una pequeña y oscura habitación presidida por un sofisticado equipo de música.

– ¿Sabéis que Jorge es uno de los mejores bajistas de jazz sueco-chilenos del país? -preguntó Alberto desde algún punto de la oscuridad.

– ¡Chorradas! -gritó Chávez, alegre y animado, en español.

– Que sí, es verdad, es verdad -rió Alberto ruidosamente-. ¿Me dejas la cinta?

Kerstin Holm entró la última a la habitación. Sostenía tres CD en la mano y al final consiguió sacar la cinta del bolso.

– ¿Te atreves a dejar la tienda sola? -preguntó, y le tendió la cinta.

– Nadie me roba -dijo Alberto enigmático, e introdujo la cinta en el aparato.

Sonó el final de Misterioso.

– No tiene muy buena calidad -siguió-. Será una segunda copia, o incluso una tercera. Y no creo que sea de un CD. Tampoco se oyen los típicos chasquidos de un LP. Yo diría que el original es el clásico magnetófono de bobina abierta de los años cincuenta.

– Ahora viene -adelantó Chávez cuando empezaron los aplausos y el júbilo del público.

Al momento dieron comienzo las impetuosas improvisaciones. Vieron cómo la cara de Alberto se iluminaba en la oscuridad.

– Aaah -dijo, y se lanzó a una apasionada carrera lingüística en español.

– En sueco -le interrumpió Chávez.

– Perdón, es verdad. Esto es algo muy pero que muy raro. No lo tengo ni yo. Espera y déjame escucharlo hasta el final.

Poco más de tres minutos duró el caos. Ya hacia el final, ese caos se fue reduciendo, como si los músicos encontraran juntos una forma y la fueran moldeando. Resultaba muy extraño -eso lo percibió hasta Hjelm- oír cómo los fraseos y fragmentos lanzados a la improvisación se entrelazaban, se unían y se fusionaban. Transcurrieron tres minutos muy curiosos.

Alberto carraspeó y paró la cinta.

– Misterioso fue grabado por el productor y fanático seguidor de Monk Orrin Keepnews y el técnico Ray Fowler la mágica noche del 7 de agosto de 1958 en el Five Spot Café de Nueva York. En su relanzamiento en CD, cuando Monk ya había fallecido, Keepnews añadió un par de piezas que habían descartado de la grabación anterior del 9 de julio para el sello Riverside. No están aquí. Ésta debe de ser una pieza de la que había oído hablar pero que nunca había escuchado. Al parecer, esta pieza se grabó por pura casualidad: dicen que Ray Fowler se durmió borracho cuando tenía que haber parado la grabadora. Aunque puede que sea una leyenda. La verdad es que esta improvisación recibió un título después: Risky. Eso sería «arriesgado», ¿no? ¡Arriesgado, Jorge! -exclamó en español. – Ni Keepnews ni Monk se molestaron en incluirla en el disco, y tampoco está en la recopilación The Complete Riverside Recordings. Fue una de esas cosas que resultó mágica cuando nació pero que murió enseguida. Para ellos. Aunque, como podéis oír, no es así. Alguien lo sacó de los sótanos más profundos y lo copió.

– Así que has oído hablar de la pieza… -intervino Hjelm-. ¿Cuándo, dónde, cómo?

– Una vez, a mediados de los años ochenta, me ofrecieron comprar una copia. Un músico de jazz americano que vive en Suecia. Pero quería mil dólares. No podía pagar eso.

– ¿Quién era? -preguntó Chávez.

– Tú le conoces, Jorge. Casi acabas tocando con él hace unos años. Jim Barth Richards.

– ¿El tenorista?

– Ése. White Jim. La piel más blanca que he visto jamás en un músico de jazz. Un poco como Johnny Winter. Se quedó en Suecia. «Mejores centros de desintoxicación», fue lo que me dijo cuando le vi el año pasado. Necesita una desintoxicación cada dos meses más o menos. Luego se va otra vez para allá. No sé si toca en algún sitio ahora o si está ingresado.

Dieron las gracias a Alberto, recuperaron la cinta y se dispusieron a irse. Entonces escucharon desde la oscuridad:

– Una copia a cambio de esos discos.

Kerstin Holm se miró la mano, que sujetaba los discos de música gregoriana. Los había olvidado.

– ¿Cuánto tiempo te llevará? -preguntó Chávez justo cuando Hjelm iba a protestar.

Alberto rió y abrió la segunda apertura para casetes. Sacó una cinta.

– Ya está -dijo mostrando una amplia sonrisa.

Efectivamente, Jim Barth Richards tenía la piel más blanca que Hjelm había visto en su vida. Lo encontraron bastante sobrio en un pequeño apartamento del casco viejo. Rondaba los cincuenta años y tenía el pelo igual de blanco que la piel. Estaba tumbado sobre un colchón en el suelo y vestía pantalones cortos y camiseta.

– ¿No has oído hablar de las nuevas escuelas de jazz de Estados Unidos? -preguntó Chávez-. Los antiautodestructivos. Los hermanos Marsalis y otros chavales aún más radicales. ¿No te parece que va siendo hora de que dejes aparcado ya para siempre ese mito del outsider?

– ¡Tradicionalistas! -espetó White Jim en su mezcla de sueco e inglés americano-. Los hijoputas creen que se puede crear música empollándose la historia, ¡joder!, como si fuese una puta asignatura del colegio. Where does their fucking pain come from! Books? Fucking mother's boys! Those who talk don't know, those who know don't talk. [40]

Hjelm y Holm intercambiaron una rápida mirada.

– Crean algo nuevo porque lo conocen todo -se empeñó Chávez-. ¡Tampoco lo veo tan raro, coño! Conocen cada riff, cada pequeño pasaje, cada condenado gorgorito en toda la maldita historia del jazz. Y de esa fuente recogen toda la fuerza y todo el dolor que necesitan. Pueden aprovecharse de vuestras conquistas sin tener que repetir los errores. Es una manera completamente nueva de relacionarse con el arte.

– ¡Es una manera más antigua que la hostia de relacionarse con el arte! -exclamó Richard con rabia contenida-. Pero si acabamos de librarnos de eso, joder. Y ahora queréis volver a la era de las putas repeticiones. Me alegro de que nunca te permitiera tocar conmigo, Jorge.

– Sois vosotros los que os repetís, precisamente porque no conocéis vuestra historia. Creéis que estáis creando algo nuevo sólo porque vais demasiado colocados para ver que todo lo que hacéis ya está hecho. La expresión personal y singular no es más que una larga repetición, un autoengaño de la peor especie. La única forma de crear algo nuevo de verdad es conocer todo lo que ya se ha hecho. Luego se puede empezar a hablar de un nuevo comienzo. El amanecer de la historia otra vez. Aunque un amanecer que lleva todos los demás amaneceres dentro de sí.

– ¡Mierda teórica! -soltó White Jim furioso-. All the pain comes from in here! [41] -se golpeaba el huesudo pecho, donde se podía distinguir cada costilla a través de la sucia camiseta. Se oyó un inquietante eco-. You can never replace the direct feeling! [42]

– ¡Ahí está, ése es justo el tema! -gritó Jorge mientras iba de un lado para otro por el descuidado apartamento-. No hay nada que salga directamente from in here [43] No se busca aquí. El dolor siempre tiene que pasar por las formas. Es sólo que no lo veis. Confundís las nieblas de la droga con el sentimiento y volvéis a inventar la rueda de nuevo, una y otra vez, y cada vez pensáis que sois vosotros los que la habéis inventado. ¡Y no vale ni una mierda!

Hjelm empezó a preocuparse: iban a perder a White Jim antes de haber empezado siquiera a hablar con él. El riesgo de que les pudiera echar a patadas de su casa en cualquier momento parecía evidente. Pero de repente Jim Barth Richards se incorporó del colchón, soltó una ruidosa carcajada y dijo, golpeando a su lado con la palma de la mano:

-Sit down, for God's sake![44]

Jorge se sentó, cogió la botella de Jack Daniels que White Jim había sacado como por arte de magia de no se sabe dónde y se tomó un buen trago.

– Deberías haberte dedicado a la música -continuó White Jim-. En vez de hacerte uno de ésos -señaló con el dedo a Hjelm y Holm-. Tú, que te la tomas en serio.

– Esos dos saben más de música que tú -replicó Chávez.

Ambos se rieron durante un buen rato. Hjelm entendía muy poco.

Kerstin Holm dijo tranquilamente:

– Sabemos, por ejemplo, que existe una grabación con una pequeña improvisación, Risky, de Monk, Griffin, Mailik y Haynes, que intentó vender hará unos diez años.

White Jim se la quedó mirando perplejo. Luego soltó otra carcajada.

– Habéis tardado, ¿eh?, joder, menuda investigación policial. All the priorities in the right places. [45] ¡Y tres maderos para echar el guante a un viejo saxofonista trasnochado por una historia así! I'm deeply honoured, people! [46]

– No estamos aquí para detenerlo. Sólo nos interesa dar con sus posibles clientes.

– No había muchos, you know. Cuando Red Mitchell me trajo aquí a mediados de los setenta, me habían dicho que erais un país perdido por el océano Glacial Ártico, pequeño pero amante del jazz, de modo que copié todo lo que pude de esa cinta y de otras grabaciones originales de las que me habló Johnny Griffin a principios de los sesenta. ¿Sabéis?, yo estuve tocando a great deal [47] con Johnny entonces, joven, verde y lleno de entusiasmo. Él me dijo que había bastante material inédito de la época del Five Spot, como Round Midnight, Evidence, Risky y un montón de otras motherfuckjngtunes [48]. Ahora la mayoría ya están editados, cuando ese productor… ¿cómo se llamaba?… Keepnews, necesitó pasta. Pero Risky y unas cuantas más son my babies. [49] Inéditas todavía. Joder, yo llevaba una decena de cintas de ese tipo cuando llegué, e intenté dosificar la venta, poco a poco. Risky fue una de las últimas, por 1985 o 1986. Entonces ya me había dado cuenta de quiénes eran mis clientes. Unas cinco personas, no había más gente dispuesta a soltar uno de los grandes por una grabación pirata de dudosa calidad. ¡Además, era fuckingilegal! [50] No tenía ningún tipo de derechos. Por cierto, me quedan un par de cintas, para asegurarme la pensión.

– ¿Eso quiere decir que tiene todavía las direcciones de las personas que compraron la cinta de Risky? -preguntó Kerstin Holm con determinación.

-Sure. Desde principios de los ochenta siempre han sido los mismos compradores. Amantes del jazz, quizá. Amantes de las curiosidades, definitivamente. Si nos les vais a detener, os daré las direcciones. Dos en Estocolmo, dos en Gotemburgo, uno en Malmö. Big city democracy[51] joder. Hay un pequeño fucking cuaderno amarillo por aquí en algún sitio…

Se pusieron a buscar por el inmenso caos que era el apartamento de White Jim apartando los objetos más asombrosos: la cabeza seca de una boa tirada debajo de una mesa que se convirtió en polvo en las manos de Hjelm, ropa sucia, una caja de cartón llena de billetes de zloty polacos, más ropa sucia, anticuadas revistas de porno finesas que tapaban los órganos genitales con rayas negras, aún más ropa sucia, unos cuantos cuchillos de tirar de Botswana, más ropa sucia en enormes cantidades, trece jarras de cerveza Guiness sin fregar y tiradas un poco por todas partes, un LP sin funda pero con la firma de Bill Evans grabada atravesando los surcos del vinilo e impresionantes fajos de facturas de restaurantes.

– ¿Por qué guardas las facturas de los restaurantes? -preguntó Chávez mientras pescaba el cuaderno amarillo metido dentro de unos calzoncillos casi corroídos del todo.

– Por razones fiscales -dijo White Jim, y se echó al cuerpo un trago de Jack Daniels.

Esto es como una película de serie B, pensó Hjelm.

Chávez copió los nombres y las direcciones al dorso de una de las viejas facturas y devolvió el cuaderno a White Jim, que lo tiró al suelo, eructó y se durmió sentado.

Chávez y Holm unieron sus esfuerzos para tumbarle en el colchón y tapar su lechoso cuerpo con la manta.

– Ése -dijo Jorge cuando salieron al sol- es un músico muy grande.

Kerstin Holm asintió con la cabeza.

Hjelm no sabía qué pensar.

Chávez volvió con desgana a su despacho. Hjelm dejó a Holm en la dirección más cercana que figuraba en la lista de White Jim y él siguió hasta otra, situada más lejos.

Kerstin Holm fue a ver a un tal Erik Rådholm, un comandante retirado que vivía en Linnégatan. Se trataba de un distinguido caballero al límite ya de la mediana edad, cuya pasión por las grabaciones raras de jazz era tan enorme como inesperada. Tenía el aspecto, tal y como Holm lo describiría después, de un auténtico admirador de Sousa, o sea, un hombre para el que el ritmo equivale al firme compás de una marcha militar. Sin embargo, no era así. Poseía una gran colección de grabaciones piratas procedentes de los clubes más pequeños y oscuros, desde Carelia hasta el interior de Ghana. Al principio, no quiso admitir nada que pudiera interpretarse como ilegal, pero con la ayuda de determinados métodos que Holm no quiso revelar, Erik Rådholm terminó mostrando, no sin cierto orgullo, su imponente colección, que ocultaba tras una librería giratoria. Juró por «la patria y la bandera» que nunca se le había pasado por la cabeza copiar ni una sola de sus grabaciones únicas. Holm vio y oyó el ejemplar de Risky que tenía el comandante, comprado a Jim Barth Richards, y luego se quedó dos horas más escuchando a Lester Young en Salzburg y a Kenny Clarke en un hotel de Hudiksvall.

Paul Hjelm se fue a Märsta, donde hizo una visita a Roger Palmberg, gravemente discapacitado tras haber sido atropellado por un tren de larga distancia, el Norrlandspilen, no sin que existiese cierta voluntad por su parte, tal y como el propio Palmberg reconoció a través de su sistema de habla electrónico. Lo único intacto de ese hombre era el oído, pero ése sí que lo tenía en perfectas condiciones. Escucharon la grabación de Risky, copiada por White Jim, y Roger Palmberg explicó a Hjelm cada nota, exactamente qué estaba pasando, dónde y por qué. Hjelm se quedó como hechizado. Empezaba a dudar de la expresión: «Those who talk don't know, those who know don't talk». Porque dentro de ese cuerpo destrozado se hallaba el oyente más sutil que jamás había conocido, no sólo en lo que se refería a la música sino en general. Únicamente por el interés que mostró, consiguió que Hjelm le contara casi todo el caso. A Palmberg le pareció muy interesante la pista de la cinta, pero aseguró que era inocente; a cambio, Hjelm le dio su palabra de que una vez resuelto el caso se pondría en contacto con él. La cinta propiedad de Palmberg no la había oído nadie más que él mismo hasta ese momento; admitió sin ambages que eso se debía a que nadie le visitaba nunca. Era una persona completamente solitaria y se había adaptado a esa vida. La atención interior que tenía la dedicaba a la música. Escucharon un par de grabaciones de los años sesenta con Jim Barth Richards, y a Hjelm empezó a quedarle claro a quién acababan de visitar en aquel sórdido cuchitril del casco viejo. Cuando se despidió de Roger Palmberg y abandonó el piso, más o menos adaptado a discapacitados, se dio cuenta de que acababa de hacer un amigo íntimo en la otra punta de Estocolmo.


  1. <a l:href="#_ftnref40">[40]</a> «¿De dónde sale su dolor? ¿De los libros? ¡Jodidos niños de mamá! Los que hablan no saben, los que saben no hablan.» (N. de los t.)

  2. <a l:href="#_ftnref41">[41]</a> «¡Todo el dolor sale de aquí!» (N. de los t.)

  3. <a l:href="#_ftnref41">[42]</a> «¡No puedes sustituir la emoción directa!» (N. de los t.)

  4. <a l:href="#_ftnref43">[43]</a> «De aquí» (N. de los t.)

  5. <a l:href="#_ftnref44">[44]</a> «¡Siéntate, por Dios santo!» (N. de los t.)

  6. <a l:href="#_ftnref45">[45]</a> «Todas las prioridades en su sitio» (N. de los t.)

  7. <a l:href="#_ftnref45">[46]</a> «¡Me siento profundamente honrado, gente!» (N. de los t.)

  8. <a l:href="#_ftnref47">[47]</a> «Mucho» (N. de los t.)

  9. <a l:href="#_ftnref47">[48]</a> «Jodidas melodías» (N. de los t.)

  10. <a l:href="#_ftnref47">[49]</a> «Mis niñas» (N. de los t.)

  11. <a l:href="#_ftnref47">[50]</a> «Jodidamente ilegal» (N. de los t.)

  12. <a l:href="#_ftnref51">[51]</a> «La democracia de la gran ciudad» (N. de los t.)