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El restaurante Baumgart's de Palisades Avenue. Su viejo refugio durante su época de estudiantes.
Peter Chin los recibió en la entrada con una mirada llena de alegría y sorpresa al ver a Jessica.
– ¡Señorita Culver! Es un placer maravilloso volver a verla.
– Es un placer verte de nuevo, Peter.
– Está igual de guapa que siempre. Embellece mi restaurante con su presencia.
– Hola, Peter -saludó Myron.
– Sí, hola -dijo deshaciéndose de Myron con un gesto de la mano.
Toda su atención estaba centrada en Jessica y ni siquiera un cocodrilo mordiéndole la pierna lo hubiera distraído.
– Está demasiado delgada, señorita Culver.
– Porque la comida de Washington no es tan buena como la de aquí.
– Qué curioso -intervino Myron-, yo hubiera dicho que estaba más maciza.
– Eres hombre muerto -dijo Jessica mirándole a los ojos.
Baumgart's era toda una institución en Englewood, Nueva Jersey. Durante cincuenta años había sido un viejo deli judío y tienda de refrescos, famoso por sus excelentes helados y postres. Cuando Peter Chin lo compró hace ocho años, mantuvo la misma tradición pero le añadió la mejor cocina china de todo el estado y la combinación fue un éxito rotundo. Myron solía pedir pato Pekín, tallarines con sésamo, batido de chocolate, patatas fritas y, de postre, helado de chocolate bañado en sirope de chocolate. Durante la temporada que Myron y Jessica habían vivido juntos, siempre habían ido a comer a Baumgart's como mínimo una vez a la semana.
Myron todavía seguía yendo una vez por semana. Normalmente con Win o con Esperanza. A veces solo. Nunca llevaba citas a aquel restaurante.
Peter los acompañó hasta un reservado junto a un cuadro enorme de arte moderno. Era un retrato de Cher o de Barbara Bush, quizá las dos a la vez, algo muy esotérico.
Myron y Jessica se sentaron a la mesa uno delante del otro sin decir nada. La situación se hizo oprimente y abrumadora. El hecho de volver a estar los dos solos en aquel lugar… Habían esperado que les trajera muchos recuerdos, pero el efecto fue más parecido a un golpe en el estómago.
– He echado de menos este sitio -dijo ella.
– Sí.
Jessica estiró el brazo por encima de la mesa y le cogió la mano.
– Te he echado de menos.
La cara le relucía como lo había hecho antaño cuando lo miraba como si fuera la única persona en el mundo. Myron sintió que se le encogía el corazón hasta dificultarle la respiración. El resto del mundo quedó aparte y se difuminó. Sólo estaban ellos dos.
– No sé muy bien qué decir.
– ¿Cómo? -dijo ella sonriendo-. ¿Que Myron Bolitar se ha quedado sin palabras?
– Parece mentira, ¿eh?
De repente llegó Peter y, sin ningún tipo de preámbulo, dijo:
– Empezarán con el aperitivo de pato crujiente y los rollos de pichón con piñones. De primero tendrán cangrejo con salsa especial y el bogavante con gambas Baumgart's.
– ¿Podemos escoger los postres? -preguntó Myron.
– No. Myron, a ti te toca el pastel de pacanas a la mode. Y para la señorita Culver… -se detuvo a propósito para crear suspense como si fuera un programa de televisión.
– ¿No será…? -dijo Jessica sonriendo y llena de expectación.
– Pudín de plátano con helado de vainilla. Sólo quedaba uno, pero lo he reservado para usted.
– Que Dios te bendiga, Peter.
– Cada uno hace lo que puede. ¿No han traído vino?
Baumgart's era uno de esos restaurantes BYO en los que no se venden bebidas alcohólicas y donde los clientes pueden llevar sus propias botellas.
– Nos lo hemos olvidado -respondió Jessica deslumbrando a Peter con su sonrisa.
Aquello no era justo. La mirada de Jessica era como un láser de Star Trek en modo aturdidor, pero su sonrisa estaba en modo matador.
– Enviaré a alguien a buscar una botella al otro lado de la calle. ¿Un Kendall Jackson Chardonnay?
– Tienes buena memoria -dijo Jessica.
– No, sólo recuerdo lo que es importante.
Myron hizo una caída de ojos que indicaba hastío y Peter hizo una reverencia y se marchó.
Ella volvió a dirigir su sonrisa hacia Myron y éste se sintió atemorizado, indefenso y delirantemente feliz a la vez.
– Lo siento -se disculpó ella.
Myron negó con la cabeza. Tenía miedo de abrir la boca.
– No era mi intención que… -Se detuvo al no saber muy bien cómo seguir-. He cometido muchos errores en mi vida -dijo-. Soy tonta. Y soy autodestructiva.
– No -replicó Myron-, eres perfecta.
– Pues quitaos la venda de los ojos y vedme como soy en realidad -dijo Jessica con voz más seria y la mano sobre el pecho.
Myron se quedó pensativo un instante y luego dijo:
– Dulcinea a don Quijote en El hombre de La Mancha. Y dice «vedme tal como soy», no «como soy en realidad».
– Impresionante.
– Win lo llevaba puesto en el coche -repuso Myron.
Era un juego al que ellos estaban acostumbrados, consistente en adivinar de quién era la cita.
Jessica jugueteó con la copa de cristal, haciendo circulitos de agua y examinando su claridad y definición. Al final llegó a hacer los círculos acuáticos del logo de los Juegos Olímpicos.
– No estoy segura de lo que estoy intentando decirte -dijo finalmente-. No estoy segura de lo que quiero que pase entre nosotros. -Jessica levantó la mirada-. Una última confesión, ¿de acuerdo?
Myron asintió en silencio.
– Vine a verte porque pensaba que podrías ayudarme, eso es cierto. Pero no fue la única razón.
– Ya lo sé -dijo Myron-. Intento no pensar mucho en ello porque me aterroriza.
– ¿Y entonces qué hacemos ahora?
Aquélla era la oportunidad que Myron había estado esperando. Ojalá hubiera más.
– ¿Conseguiste el expediente de tu hermana?
– Sí.
– ¿Y ya te lo has leído todo?
– No. Sólo lo he ido a recoger.
– ¿Entonces por qué no lo abrimos ahora?
Jessica asintió con la cabeza. El pato crujiente y los rollos de pichón con piñones hicieron su aparición. Jessica sacó un sobre de papel manila y rompió el sello.
– ¿Por qué no lo miras tú primero? -dijo Jessica.
– De acuerdo -respondió Myron-, pero guárdame un poco de comida.
– Lo siento mucho… -bromeó Jessica.
Myron empezó a hojear los papeles. La primera página era el expediente escolar de Kathy. Después del tercer curso en el instituto había llegado a ser la número doce de trescientos alumnos. No estaba mal. Pero hacia el final de cuarto curso, su puesto en la clasificación había bajado considerablemente hasta el puesto número cincuenta y ocho.
– Sus notas bajaron mucho en el cuarto año de instituto -dijo Myron.
– Como las de todo el mundo -repuso Jess-. Seguramente gandulearía más.
– Sí, seguramente.
Sin embargo, por lo general eso hacía que los estudiantes que normalmente sacaban excelentes sacasen notables o suficientes. En cambio, en el último semestre las notas de Kathy no habían sido buenas, había sacado un excelente, tres insuficientes y un muy deficiente. Además, su inmaculado expediente se había manchado con varios castigos, todos en su último curso. Era muy extraño, aunque probablemente no significara nada especial.
– ¿Por qué no me explicas lo que ha pasado hoy? -dijo Jessica entre un bocado y otro.
Era hermosa incluso cuando se ponía morada de comida. Increíble. Myron empezó contándole el descubrimiento que había hecho Win sobre las seis revistas.
– ¿Y qué quiere decir que su foto sólo estuviera en una de las revistas? -preguntó.
– No lo sé seguro.
– ¿Pero tienes alguna idea?
La tenía, pero era demasiado pronto para aventurarse.
– Todavía no -contestó.
– ¿Te ha dicho algo aquella amiga tuya de la compañía de teléfonos?
– Gary Grady hizo dos llamadas después de que nos fuéramos -dijo Myron asintiendo-. Una al despacho de Fred Nickler en Hot Desire Press y la otra a algún lugar del centro de la ciudad, pero no contestó nadie al teléfono cuando llamamos. Nos pasó la información por la tarde noche.
– ¿Y el experto en grafología?
– Las escrituras encajan -contestó Myron pensando que era mejor explicárselo todo directamente-. O es Kathy o se trata de una falsificación muy buena.
– Dios mío -dijo Jessica deteniendo los palillos.
– Sí.
– ¿Entonces está viva?
– De momento sólo es una posibilidad. Nada más. Podría haber escrito ese sobre antes de morir. O, como ya te he dicho, podría ser una falsificación muy bien hecha.
– Pero eso ya sería exagerar un poco.
– No estoy tan seguro -dijo él-. Porque, en caso de que esté viva, ¿dónde está? ¿Por qué está haciendo todo esto?
– Tal vez la hayan raptado. A lo mejor le están obligando a hacerlo.
– ¿Obligándola a escribir la dirección en un sobre? ¿Quién está exagerando ahora?
– ¿Tienes alguna explicación mejor? -inquirió ella.
– Aún no, pero estoy en ello -dijo Myron, y volvió a examinar el expediente-. ¿Has oído hablar alguna vez de un tipo llamado Otto Burke?
– ¿El magnate de esa compañía de discos tan grande que también es el propietario de los Titans?
– Exacto. Pues también sabía lo de la revista.
Myron le hizo un breve resumen de la visita al estadio de los Titans.
– ¿O sea que crees que Otto Burke puede estar detrás de todo esto? -preguntó ella.
– Otto tiene un móvil: rebajar la suma que pide Christian. Y la verdad es que tiene todos los recursos necesarios, es decir, montones de dinero. Eso también explicaría por qué Christian recibió un ejemplar de la revista por correo.
– Para enviarle un mensaje -añadió Jessica.
– Exactamente.
– ¿Pero cómo falsificó Burke la escritura de mi hermana?
– Podría haber contratado a un experto.
– ¿Y de dónde sacó una muestra para copiarla?
– Yo qué sé, no puede ser tan complicado.
– ¿O sea que todo esto no es más que un engaño? -dijo Jessica con ojos vidriosos-. ¿Una especie de complot para rebajar la suma de un fichaje?
– Puede ser, pero no lo creo.
– ¿Por qué no?
– Hay algo que no acaba de encajar. ¿Por qué tendría Burke que tomarse tantas molestias? Podría habernos hecho chantaje sólo con la foto. No hacía ninguna falta ponerla en una revista. Con la foto bastaba.
Jessica se agarró a aquella esperanza como si fuera un salvavidas en medio del océano.
– Buena observación.
– Pero entonces -continuó Myron-, la pregunta pasa a ser otra: ¿de qué manera llegó a las manos de Otto un ejemplar de la revista?
– A lo mejor la compró alguien de su organización en un quiosco.
– No es muy probable. Pezones -la palabra volvió a sonarle sucia y se alegró de ello- tiene una tirada muy baja. La posibilidad de que alguien de los Titans comprara esa revista en concreto, la leyera de cabo a rabo y descubriera la foto de Kathy en la fila inferior de una página de anuncios hacia el final de la revista es, como mínimo, bastante remota.
– Tal vez también se la envió alguien -dijo Jessica tras hacer chasquear los dedos.
– Claro -asintió Myron-. ¿Por qué iba Christian a ser el único? Puede que enviaran la revista a mucha gente.
– ¿Y cómo vamos a descubrirlo?
– Estoy trabajando en ello.
Myron consiguió hacerse con un pedacito de pato crujiente antes de que éste fuera absorbido por el agujero negro. Estaba delicioso. Luego volvió a centrarse en el expediente de Kathy. Había seguido sacando malas notas durante el primer semestre en la Universidad de Reston. Pero en cambio, hacia el segundo semestre las notas mejoraban de nuevo. Le preguntó a Jessica sobre ello.
– Supongo que se habría acostumbrado a la vida en la universidad -dijo-. Se apuntó al grupo de teatro, se hizo animadora, empezó a salir con Christian. En el primer semestre debió de sufrir el típico choque cultural de la universidad. No es nada raro.
– No, supongo que no.
– No pareces muy convencido.
Él se encogió de hombros. Era Myron Bolitar, alias Mr. Escéptico.
Luego venían las cartas de recomendación de Kathy. Tenía tres. Su tutor del instituto decía de ella que tenía «un talento excepcional». Su profesor de historia de décimo curso decía que «su entusiasmo ante la vida era contagioso». El profesor de lengua inglesa de duodécimo curso afirmaba que «Kathy Culver es inteligente, ingeniosa y de carácter extrovertido. Será una buena aportación a toda institución educativa». Eran muy buenos comentarios. Myron siguió leyendo hasta llegar al final de la página.
– Oh-oh… -dijo Myron.
– ¿Qué ocurre?
Myron le pasó la extraordinaria carta de recomendación escrita por el profesor de lengua inglesa del duodécimo curso en el Instituto Ridgewood, un tal señor Grady.
Un señor Grady también conocido como «Jerry» Grady.