174567.fb2 Motivo de ruptura - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 31

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Capítulo 29

Jessica llegó a su casa de Ridgewood a las diez de la mañana. El médico hubiera preferido hacerle unas cuantas pruebas más, pero Jessica se había negado. Finalmente habían llegado a un acuerdo, por el que Jessica había prometido ir a verlo a su consulta esa misma semana. Edward la había acompañado en coche desde el hospital sin decir nada durante todo el trayecto.

Al llegar, Jessica vio que el automóvil de su madre no se hallaba en la entrada. Mejor. No estaba de humor para tener que aguantar a una madre histérica, aunque de todas maneras le había dicho a todo el mundo que no le contaran nada de lo ocurrido. Su madre ya tenía suficientes preocupaciones para añadirle unas cuantas más innecesariamente.

Jessica se dirigió al despacho de su padre. Estaba segura de que éste había estado metido en algún asunto. Habían ocurrido demasiadas cosas extrañas para pensar lo contrario. Había ido a ver a Nancy Serat la mañana de su asesinato. Había faltado a una convención de medicina forense en Denver por no encontrarse bien, algo que él no hubiera hecho nunca. Incluso cabía la posibilidad de que hubiese comprado las fotografías del desnudo de Kathy.

No hacía falta ser Sherlock Holmes para saber que pasaba algo raro.

Encendió la luz y la habitación se iluminó tal vez demasiado para su gusto, así que rebajó la intensidad con el potenciómetro. Oyó a Edward abrir la nevera en el piso de abajo.

Jessica empezó a revolver los cajones de su padre. No tenía ni idea de lo que buscaba. Tal vez una cajita con la etiqueta: pista clave. Eso estaría bien. Intentó no pensar en Nancy Serat ni en su rostro azul de expresión aterrorizada, pero tenía esa imagen grabada en el cerebro con fuego. Trató de pensar en cosas más agradables como cuando se había despertado y había visto a Myron encorvado en aquella silla del hospital como si fuera un contorsionista de Le Cirque du Soleil. Ese recuerdo le hizo sonreír.

En el cajón archivador encontró una carpeta marcada como CGA, la cuenta de gestión de activos del grupo inversor Merrill Lynch. El extracto de la cuenta de gestión de activos es un informe financiero de inmaculada belleza. Todo en un solo extracto: acciones, bonos, valores, cheques y transacciones de la tarjeta Visa. Jessica también tenía una.

Sacó la carpeta y examinó las deducciones y los talones pagados del último extracto. No había nada extraño, aunque el problema era que el extracto estaba fechado hacía tres semanas. Necesitaba algo más reciente.

Pasó a la última página y vio que, al final, en letras muy pequeñas, había una nota: «Tiene un carácter alfabético en el número de su cuenta Merrill Lynch. Acceda a su Infocuenta mediante el número clave nueve-ocho-dos-tres-tres-cuatro».

La Infocuenta era una línea gratuita de información bancada. Jessica la había utilizado en varias ocasiones para consultar discrepancias de su cuenta. Marcó el número y, al instante, la voz de un contestador le dijo: «Bienvenido al Centro de Servicios Financieros Merrill Lynch. Marque el número de su cuenta Merrill Lynch o el número clave de acceso a su cuenta».

Jessica marcó el número.

«Si desea consultar su saldo actual o su cuota máxima de préstamo, pulse uno. Si desea información sobre el cobro de talones, pulse dos. Si desea consultar los últimos fondos adquiridos, pulse tres. Si desea consultar las transacciones de su tarjeta Visa, pulse seis.»

Jessica decidió empezar con los cargos y luego mirar los talones, así que pulsó el seis.

«Cargo a la tarjeta Visa por valor de 28,50 $ a día veintiocho de mayo. Cargo a la tarjeta Visa por valor de 14,75 $ a día veintiocho de mayo», comenzó a decir la voz.

Aquella máquina no iba a decirle el origen de los cargos y lo mismo iba a pasar con los talones. Saber las cantidades no iba a servirle de nada.

«Cargo a la tarjeta Visa por valor de 3.478,44 $ a veintisiete de mayo.»

Jessica se quedó de piedra. ¿Tres mil dólares? ¿Para qué? Colgó el teléfono, pulsó la tecla de rellamada, volvió a marcar el número clave de acceso a su cuenta y entonces pulsó el cero para hablar con un encargado de servicio al cliente.

– Buenos días -dijo una mujer con voz agradable y melódica-, ¿en qué puedo ayudarle?

– Sí, mire, es que tengo un cargo en mi cuenta de la tarjeta Visa por valor de más de tres mil dólares y me gustaría saber el origen de este cargo.

– ¿Su número de cuenta, por favor?

– Nueve, ocho, dos, tres, tres, cuatro.

– ¿Su nombre, por favor? -dijo la mujer tras un leve repiqueteo de teclas.

Jessica miró el extracto y vio que, afortunadamente, se trataba de una cuenta conjunta.

– Carol Culver -contestó Jessica.

– Espere un momento, señora Culver. -Jessica oyó otro repiqueteo de teclas-. Sí, aquí lo tengo. Tres mil cuatrocientos setenta y ocho coma cuarenta y cuatro dólares. De la tienda Eye-Spy de Manhattan.

¿Eye-Spy? ¿La tienda de material de espionaje? ¿Qué significaba todo aquello?

– Gracias -dijo Jessica.

– ¿Desea algo más, señora Culver?

– Sí. Mi marido y yo tenemos toda nuestra contabilidad en un ordenador y me temo que se nos ha estropeado. ¿Podría decirme los talones más recientes que se han extendido a partir de nuestra cuenta, por favor?

– Por supuesto. Talón uno diecinueve por valor de doscientos noventa y cinco dólares a Volvo Finance, emitido el veinticinco de mayo -empezó a decir tras otro repiqueteo de teclas.

La cuota del coche.

– Talón uno dieciocho por valor de seiscientos cuarenta y nueve dólares a Inmuebles Getaway, también emitido el veinticinco de mayo -prosiguió la mujer.

– Un momento, ¿ha dicho Inmuebles Getaway?

– Sí, eso es.

– ¿Podría darme la dirección?

– Lo siento pero no disponemos de esa información.

Siguieron revisando el resto de los talones emitidos aquel mes, pero sin descubrir nada más. Jessica le dio las gracias a la mujer y colgó el teléfono.

¿Seiscientos y pico a Inmuebles Getaway? ¿Más de tres mil dólares a Eye-Spy? Cada vez había más cosas que no estaban claras.

De repente, Edward llamó a la puerta y saludó.

– Hola.

– Hola -contestó Jessica.

Edward entró en el despacho de su padre con la cabeza gacha.

– Siento lo del otro día -dijo Edward pestañeando varias veces-. Lo de que me fuera corriendo y eso.

– No pasa nada.

– Es que me pusiste negro con tanta pregunta -dijo Edward.

– Son preguntas que debemos hacernos -repuso Jessica-. Creo que todo está relacionado. Lo que le pasó a Kathy, lo que le pasó a papá y lo que hizo cambiar a Kathy.

Edward se estremeció al oír la palabra «cambiar» y luego negó con la cabeza. En la camiseta del día aparecían Beavis y Butthead.

– Te equivocas -dijo-. Eso no tiene nada que ver con lo que le pasó.

– Tal vez no -repuso Jessica-, pero sólo lo sabré si tú me lo cuentas.

– Es que no me gusta hablar de eso. Me resulta doloroso.

– Soy tu hermana. Puedes confiar en mí.

– Tú y yo nunca hemos hablado mucho -recordó Edward sin rodeos-. No como Kathy y tú.

– O como Kathy y tú -dijo Jessica-, pero yo te quiero igual, a pesar de todo.

– La verdad es que no sé por dónde empezar -confesó Edward al cabo de un rato-. Todo comenzó cuando iba al último curso del instituto. Tú acababas de trasladarte a Washington y yo estaba en Columbia. Vivía fuera de la universidad con mi amigo Matt. ¿Te acuerdas de él?

– Claro. Kathy salió con él durante dos años.

– Casi tres -concretó Edward-. Matt y Kathy parecían de otra época. Estuvieron juntos tres años y él nunca llegó a, bueno, nunca tuvieron relaciones íntimas. O sea, nunca. Y no porque no lo intentara, quiero decir, que Matt era tan mojigato como el que más, pero eso no quiere decir que no intentara irse a la cama con Kathy de vez en cuando, pero Kathy siempre se resistía.

Jessica asintió con la cabeza. Por aquel entonces, Kathy todavía le contaba sus cosas.

– A mamá le gustaba mucho Matt -continuó Edward-. Pensaba que era el mejor. Solía invitarlo a tomar el té como si fuera la madre obsesiva de El zoo de cristal. Era el caballero que se sentaba en el porche de su casa con su hija pequeña. A papá también le gustaba. Todo parecía ir bien. Tenían pensado prometerse pronto y casarse después de que ella se graduara, como en la típica historia de amor. Pero entonces, un día Kathy llamó por teléfono a Matt y lo dejó sin darle más explicaciones.

»Matt se quedó pasmado. Intentó hablar con ella, pero Kathy no quiso verlo. Yo también intenté hablar con ella, pero me mandó a tomar viento. Y luego empecé a oír rumores.

– ¿Qué clase de rumores? -preguntó Jessica cambiando de postura en la silla.

– Pues la clase de rumores que a un hermano no le gusta oír de su hermana -dijo Edward muy despacio.

– Uy…

– Peor que eso. La gente la criticaba constantemente. Decían que alguien había encontrado por fin la llave del cinturón de castidad de la señorita Mojigata y que ahora ya no había forma de cerrarlo otra vez. Una vez hasta me pegué con unos y me dieron una paliza por tratar de defender el honor de Kathy -dijo Edward pronunciando la palabra «honor» como si le repugnara su sonido.

»En casa también cambió. Ya no iba nunca a misa. Llegué a pensar que a mamá le daría un ataque, porque ya sabes cómo se pone ella con esas cosas.

Jessica asintió. Lo sabía muy bien.

– Pero nunca le dijo nada. Kathy comenzó a llegar tarde a casa, a ir a fiestas de la universidad y algunas noches ni siquiera venía a dormir.

– ¿Y mamá no le paró los pies? -preguntó Jessica.

– Es que no podía, Jess. Era increíble. Kathy se había pasado toda la vida sin levantarle la voz y a partir de entonces fue como si Kathy hubiera encontrado kriptonita. Mamá no podía ni tocarla.

– ¿Y qué hay de papá?

– Papá nunca fue tan estricto como mamá, ya lo sabes. Quería ser el colega de todo el mundo y no el malo de la película, pero curiosamente, durante todo aquel tiempo, Kathy se fue uniendo más a papá. Papá estaba emocionado por recibir tantas atenciones y creo que tenía miedo de mostrarse estricto y que ella dejara de hacerle caso.

Típico de su padre.

– ¿Y tú qué hiciste? -preguntó Jessica.

– Pues le planteé la cuestión cara a cara.

– ¿Y qué te dijo?

– Pues nada. Ni lo negó ni lo admitió. Se quedó imperturbable y me sonrió de manera extraña. Me dijo que yo no podía entenderlo porque era un ingenuo. ¡Ingenuo! ¿Tú te crees que Kathy podía llamarle «ingenuo» a alguien?

– Pero nada de eso explica cómo empezó todo, por qué cambió -dijo Jessica tras quedarse pensativa un momento.

Edward fue a decir algo, pero se contuvo. Luego extendió los brazos y los volvió a dejar caer como si le pesaran demasiado.

– Tuvo que ver algo que pasó con mamá -dijo con apenas un hilo de voz.

– ¿Qué?

– No lo sé. Puede que ella lo sepa. Kathy se apartó de ti y de mí, pero seguía queriéndonos. Sin embargo, mamá fue quien se llevó la peor parte.

Jessica se recostó en la silla de su padre, pensando en el comentario de su hermano.

– Ya sabía que Kathy había cambiado mucho estos dos últimos años, pero no tenía ni idea de que… -dijo Jessica en voz cada vez más baja.

– Pero el caso es que se acabó, Jess. Eso es lo que tienes que tener en cuenta.

– ¿Qué se acabó? -preguntó ella.

– Esta fase por la que pasó Kathy. Por eso no creo que tenga nada que ver con su desaparición. Porque cuando desapareció, todo eso ya era agua pasada.

– ¿Qué quieres decir con que ya era agua pasada?

– Pues que volvió a ser como antes. Bueno, no quiero decir que volviera a ir a misa todos los domingos ni que se hiciera la mejor amiga de mamá, pero lo que fuera que la hubiese trastornado había dejado de hacerlo. Volvía a ser la de siempre. Creo que Christian tuvo mucho que ver en eso. La ayudó a retomar el buen camino. La verdad es que dejó de comportarse como una putilla. Y lo mismo pasó con las drogas, la bebida y las fiestas. Y más cosas. Incluso recuperó su sonrisa.

Jessica recordó el expediente escolar de Kathy, las malas notas del último año de instituto y del principio de la universidad. Y después el repentino regreso de las buenas notas en el segundo semestre de su primer año en la universidad, cuando conoció a Christian. Todo encajaba con lo que le acababa de contar Edward.

Entonces, ¿el pasado no tenía nada que ver? ¿Todo aquel periodo de su vida ya era agua pasada, tal y como defendía Edward? Podía ser, pero Jessica lo dudaba mucho. Si de verdad todo eso ya estaba muerto y enterrado, ¿cómo es que había aparecido su foto en una revista pornográfica? Y eso la llevaba a la pregunta clave de todo aquel asunto: ¿Qué es lo que hizo cambiar a Kathy en un principio?

Jessica aún no lo sabía, pero ahora tenía cierta idea de quién podía saberlo.