174567.fb2 Motivo de ruptura - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 33

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Capítulo 31

Win y Myron volvieron a la oficina. Myron se sentía dolorido por la paliza, pero no tenía nada roto. Podría soportarlo. Él era así. Tremendamente valeroso.

– Tienes una cara que da pena -dijo Esperanza.

– Es que tú sólo te fijas en el exterior. Mira a ver si tu amiga Lucy lo reconoce -dijo Myron dándole una fotografía de Adam Culver.

– Jawohl, Kommandant! -le espetó ella haciendo un saludo militar.

De todas las series antiguas, a Esperanza la que más le gustaba era Los héroes de Hogan. A Myron no le apasionaba, pero siempre había pensado que le hubiera gustado estar allí en el momento en el que a algún iluminado de la tele se le ocurrió decir: «¡Eh, tengo una idea para una serie cómica! La ambientamos en un campo de concentración de la Alemania nazi. Risas garantizadas».

– ¿Cuántas llamadas? -inquirió Myron.

– Un millón, más o menos. La mayoría de la prensa para que les hablaras un poco sobre el fichaje de Christian. Has hecho un gran trabajo -dijo sonriendo.

– Gracias.

– Oye, ese Otto Burke… -dijo con el lápiz cerca de la boca-, ¿está soltero?

– ¿Por qué quieres saberlo? -preguntó Myron mirándola horrorizado.

– Es bastante mono.

– ¿Me estás presionando para que te dé un aumento de sueldo, no? -dijo Myron volviendo a sentir náuseas-. Por favor, dime que se trata de eso.

Esperanza se limitó a sonreír con coqueta timidez sin decir nada y Myron se dirigió a la entrada de su despacho.

– Espera -dijo ella-. Acaba de llegar un mensaje muy extraño para ti hace sólo unos minutos.

– ¿De?

– Una mujer que se llama Madelaine. No me ha dicho su apellido. Tenía una voz muy sensual.

Era la decana. Mmmmm…

– ¿Ha dejado algún número de teléfono?

Esperanza asintió y le pasó una nota con el número.

– Recuerda que el preservativo es tu amigo -dijo Esperanza.

– Gracias, mamá -repuso Myron.

– Pues ahora que lo dices, tu madre ha llamado dos veces y tu padre una. Creo que están preocupados por ti.

Myron entró en su despacho. Era como un pequeño santuario personal. Le gustaba mucho estar allí. Myron llevaba a cabo la mayoría de las negociaciones importantes en la sala de reuniones que había decorado al estilo clásico para así poder tener el despacho como él quisiera. A su izquierda tenía una amplia vista de los edificios de Manhattan y en la pared de detrás de su mesa tenía pósters enmarcados de musicales de Broadway: El violinista en el tejado, The Pajama Game, Howto Succeed in Business Without Really Trying, El hombre de La Mancha, Los miserables, La jaula de las locas, A Chorus Line, West Side Story, El fantasma de la ópera…

En otra pared tenía instantáneas de películas: Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en Casablanca, Woody Allen y Diane Keaton en Annie Hall, Katharine Hepburn y Spencer Tracy en La costilla de Adán, Groucho, Chico y Harpo en Una noche en la ópera, Adam West y Burt Ward en Batman, la serie de televisión, la del Batman de verdad, en la que salía Burgess Meredith haciendo de Pingüino y César Romero haciendo de Joker. La edad dorada de la televisión.

En la última pared había fotografías de los clientes de Myron. Dentro de poco, Christian Steele iba a unirse al grupo vestido con el traje azul de los Titans.

Myron marcó el número de Madelaine Gordon y le salió el contestador. Volver a escuchar aquella voz tan sedosa hizo que se le secara la garganta y colgó sin dejar ningún mensaje. Miró la hora en el reloj que había en la pared opuesta. Tenía forma de reloj de pulsera gigante con el emblema de los Boston Celtics en el centro.

Eran las tres y media.

Todavía tenía tiempo de llegar a la universidad. Madelaine le daba igual, pero Myron tenía muchas ganas de hablar con el decano. Y quería presentarse allí de improviso.

Fue hacia la mesa de Esperanza y le dijo:

– Me marcho un rato. Si recibo alguna llamada me la pasas al coche.

– ¿Vas cojo? -le preguntó su secretaria.

– Un poco. Los hombres de Ache me han dado una paliza.

– Ah. Bueno, pues hasta luego.

– Me duele muchísimo, pero puedo resistirlo.

– Ya.

– No me montes un numerito.

– En lo más profundo de mi ser me muero de tristeza y compasión -dijo Esperanza.

– Mira a ver si puedes hablar con Chaz Landreaux, por favor, y le dices que tenemos que hablar.

– De acuerdo.

Myron se marchó de la oficina y fue al garaje a buscar el coche. Win sabía bastante de coches y le encantaba su Jaguar color verde. En cambio, Myron tenía un Ford Taurus1 azul. No era lo que podría llamarse un amante de los coches. Para él, el coche era una herramienta capaz de llevarlo del punto A al punto B y ya está. No era un símbolo de posición social, ni un segundo hogar ni tampoco «su chica».

Llegó en muy poco tiempo. Myron fue por el túnel Lincoln y pasó por delante del célebre York Motel. En la pared había una gran pancarta en la que se leía:

11,99 $ POR HORA

95 $ POR SEMANA

HABITACIONES CON ESPEJOS

¡Y AHORA CON SÁBANAS!

Al pasar por el peaje, la mujer de la caseta fue muy amable con él y al darle el cambio estuvo a punto de mirarle.

Llamó a su madre desde el teléfono del coche para decirle que estaba bien. Ella le dijo que llamara a su padre, que era él el que estaba preocupado, así que Myron llamó a su padre y le dijo que estaba bien, y éste le dijo que llamara a su madre, que era ella la que estaba preocupada. Una gran comunicación, la clave para un matrimonio feliz.

Entonces se puso a pensar en Kathy Culver. Después en Adam Culver y luego en Nancy Serat. Intentó trazar líneas para conectarlos entre sí, pero todas las líneas eran, como mucho, tenues. Estaba seguro de que Fred Nickler, Mr. Revista Guarra, era una de las conexiones. Aquella foto no se había colado sola en Pezones. Fred parecía tener un negocio limpio, pero seguro que sabía más de lo que le había contado. Win había empezado a hurgar en su pasado para ver qué podía descubrir.

Media hora más tarde, Myron llegó a la universidad. Ese día estaba completamente desierta. No había nadie en todo el campus y había muy pocos coches. Aparcó el suyo cerca de la casa del decano y llamó a la puerta. Madelaine (cuyo nombre le seguía gustando mucho a Myron) lo recibió. Esbozó una sonrisa de clara satisfacción al verle y ladeó la cabeza.

– Vaya, hola, Myron.

– Hola -dijo Myron haciendo gala de su gran don de gentes.

Madelaine Gordon iba vestida para jugar a tenis y llevaba una falda corta y blanca. Menudas piernas. También llevaba una camiseta blanca semitransparente. Qué gran vista la suya, señal indefectible de todo gran investigador. Madelaine se percató de que él se había dado cuenta de aquel hecho, pero no pareció ofenderle demasiado.

– Siento molestarle -se disculpó Myron.

– No es ninguna molestia -dijo ella-. Estaba a punto de ducharme.

Mmmm.

– ¿No estará su marido, verdad?

– No, aún tardará varias horas -dijo Madelaine cruzando los brazos por debajo de los pechos-. ¿Ha recibido mi mensaje?

Myron asintió con la cabeza.

– ¿Le importaría pasar adentro?

– Señora Robinson, usted está tratando de seducirme, ¿no?

– Perdón, ¿cómo dice?

– Era de El graduado.

– Ah -dijo Madelaine lamiéndose los labios. Tenía una boca muy sexy. La gente no suele fijarse en la boca. Se fijan en la nariz, en la barbilla, en los ojos, en las mejillas, pero Myron se fijaba siempre en la boca-. Entonces supongo que debería ofenderme -prosiguió Madelaine-, porque la verdad es que no soy mucho mayor que usted, señor Bolitar.

– Tiene razón. Retiro lo dicho.

– Entonces se lo preguntaré de nuevo -dijo ella-. ¿Quiere pasar adentro?

– Claro -contestó Myron dejándola pasmada con su gran ingenio.

Aquella mujer no tenía ninguna posibilidad frente a los comentarios chispeantes de Myron.

Madelaine se fue hacia el interior de la casa dejando un vacío tras de sí que obligó a Myron a seguirla, en contra de su voluntad, claro. El interior de la casa era sumamente agradable, parecía el tipo de casa que recibía muchas visitas. Tenía una gran sala abierta a la izquierda, con lámparas Tiffany, alfombras persas, bustos de gente francesa de pelo largo y rizado, reloj de pie y cuadros de retratos de hombres de rostro muy serio.

– Siéntese, si quiere -dijo Madelaine.

– Gracias.

Sensual. Ésa era la palabra que Esperanza había utilizado. Y encajaba muy bien. No sólo por la voz de Madelaine, sino también por sus gestos, por la manera de andar, los ojos y por su imagen en general.

– ¿Le apetece beber algo? -le preguntó ella.

Myron se dio cuenta de que Madelaine ya se había servido una copa.

– Sí, y tanto, lo mismo que esté tomando usted.

– Una tónica con vodka.

– Suena bastante bien -dijo Myron, a pesar de que odiaba el vodka.

Madelaine le sirvió la bebida y Myron dio un sorbo intentando no hacer una mueca de asco, aunque no estuvo seguro de haberlo conseguido. Ella se sentó a su lado y le dijo:

– Nunca había sido tan directa.

– ¿En serio?

– Es que me siento profundamente atraída por usted. Es una de las razones por las que me gustaba verle jugar. Es usted muy guapo. Estoy segura de que está harto de que se lo digan.

– Bueno, no sé si harto sería la palabra.

Madelaine se cruzó de piernas. No era como el cruce de piernas de Jessica, pero aun así estaba muy bien.

– Cuando llamó ayer a la puerta no quise dejar escapar la oportunidad, así que decidí echar la precaución por la borda y lanzarme.

– Ya veo -dijo Myron sin poder dejar de sonreír.

– ¿Qué le parece una ducha? -le propuso Madelaine tras ponerse de pie y tenderle la mano.

– Esto…, ¿podemos hablar un poco primero?

– ¿Tiene algún problema? -preguntó Madelaine con cara de extrañeza.

– ¿No está usted casada? -dijo Myron fingiendo bochorno.

– ¿Y eso le preocupa?

– Sí, supongo que sí -respondió Myron mientras pensaba: «No mucho».

– Es admirable -dijo ella.

– Gracias.

– Y tonto.

– Gracias.

– En realidad es encantador -dijo Madelaine tras soltar una carcajada-. Pero el señor Gordon y yo mantenemos lo que denominamos un matrimonio medio libre.

– ¿Podría explicarme eso un poco mejor?

– ¿ Explicárselo?

– Sólo para hacerme sentir más cómodo sobre este asunto.

La mujer del decano volvió a sentarse haciendo totalmente innecesaria la presencia de la falda blanca. Tenía unas piernas que podían describirse como: «Para chuparse los dedos».

– Nunca me he visto obligada a explicárselo a nadie.

– Sí, ya me lo imagino, pero es que yo lo encuentro muy interesante.

– ¿Por? -dijo Madelaine.

– ¿Podría empezar por su definición de «medio libre»?

– Mi marido y yo llevamos siendo muy buenos amigos desde la infancia -explicó Madelaine tras exhalar un suspiro-. Nuestros padres veraneaban juntos en Hyannis Port. Los dos éramos de buena familia -dijo haciendo las comillas con los dedos al decir «buena familia»-. Pensamos que con eso bastaría, pero no fue así.

– ¿Y por qué no se divorciaron?

– No sé por qué le estoy contando todo esto -dijo extrañada.

– Por mis ojos azules -dijo él-, son hipnóticos.

– Tal vez lo sean.

Myron puso cara de fingida ingenuidad, haciéndose el adaptable.

– Mi marido tiene contactos en el mundo de la política. Fue embajador. Y es el primer candidato a ocupar el puesto de rector de la universidad, así que si nos divorciamos…

– Se acabó -le interrumpió Myron.

– Sí. Aún hoy, el menor indicio de escándalo puede acabar con la carrera y el estilo de vida de una persona. Pero aparte de eso, Harrison y yo seguimos siendo muy buenos amigos. Los mejores amigos que puede haber, de hecho. Lo que pasa es que necesitamos una cierta medida de estimulación externa.

– ¿Una cierta medida?

– Una vez cada dos meses -dijo Madelaine.

Alucinante.

– ¿Y cómo han llegado a determinar esa frecuencia? -preguntó Myron-. ¿Mediante alguna clase de algoritmo, tal vez?

– Discutiendo mucho -contestó ella con una sonrisa-. O negociando, más bien. Una vez al mes nos pareció demasiado y una vez por semestre muy poco.

Myron se limitó a asentir con la cabeza. «Totó, ya no estamos en Kansas…»

– Y siempre usamos preservativo -prosiguió Madelaine-. Eso forma parte del compromiso.

– Ya veo.

– ¿Lleva alguno? -preguntó Madelaine-. Algún preservativo, me refiero.

– ¿Puesto?

– Tengo varios arriba -dijo Madelaine tras esbozar una sonrisa.

– ¿Puedo preguntarle una cosa más?

– Si no hay más remedio…

– ¿Cómo saben usted y su marido que el otro se ha mantenido dentro del… del límite?

– Es muy fácil -respondió ella-, nos lo contamos todo. Va bien para animar las cosas un poco.

Madelaine era realmente rara, lo que, a ojos de Myron, la hacía ser aún más atractiva.

– Y su marido… ¿tiene líos con universitarias?

Madelaine se inclinó hacia delante y le puso la mano sobre el muslo. Sobre la parte superior del muslo. Concretamente, sobre la parte superior de la parte superior del muslo.

– ¿Le excitan ese tipo de cosas?

– Sí -dijo Myron tratando de sonar libertino.

Sin embargo, el libertinaje no le sentaba bien y pudo ver por la mirada de ella que no se lo había tragado.

– ¿Qué es lo que se propone, Myron? -preguntó Madelaine retirando la mano.

– ¿Que qué me propongo?

– Me siento como si me estuviera utilizando -dijo Madelaine-, pero no de la manera que a mí me gustaría.

¡Ufff!

– Sólo estaba calentando motores.

– No lo creo, Myron -dijo, y lo observó de arriba abajo-. Dígame la verdad. ¿Vamos a acostarnos juntos?

– No -respondió Myron-. No vamos a hacerlo.

– Nunca me habían rechazado.

– Y yo nunca había rechazado una proposición de esta magnitud -dijo Myron-. En realidad, ahora que lo pienso, nunca me habían hecho una proposición así en mi vida.

– ¿Es porque estoy casada?

– No.

– ¿Tiene usted una relación con otra persona?

– Peor aún. Estoy al borde de algo que significa mucho para mí y no sé qué voy a hacer al respecto. Me siento confuso.

– Es usted encantador.

Myron volvió a poner cara de fingida ingenuidad.

– ¿Y si no sale bien…? -preguntó Madelaine.

– Volveré.

Entonces Madelaine le dio un beso en la boca muy intenso. Fue un beso condenadamente bueno que logró hacerlo estremecer.

– Un mero primer acto -dijo ella.

Myron calculó que si toda la obra iba a ser así, hacia el tercer acto ya estaría fiambre.

– La verdad es que necesito hablar urgentemente con su marido. ¿Sabe cuándo volverá?

– Aún tardará bastante en venir, pero está en su despacho al otro lado del campus, él solo. Tendrá que llamar con insistencia a la puerta si quiere que le oiga.

– Gracias -dijo él levantándose.

– ¿Myron?

– ¿Sí?

– Nunca damos nombres cuando hablamos de nuestras aventuras. No sé si Harrison tiene líos con universitarias, pero lo dudo mucho.

– ¿Y qué me dice de Kathy Culver?

Myron vio claramente que la mención del nombre la había sobresaltado.

– Creo que es mejor que se marche ya -dijo Madelaine en tono tenso.

– Míreme a los ojos azules -le pidió Myron-, a los ojos azules.

– Esta vez no. Además, cuando iba a verle a jugar no era en sus ojos en lo que me fijaba.

– ¿Ah, no?

– No, era en su culo -admitió Madelaine-. Estaba estupendo con aquellos pantalones cortos.

Myron se sintió denigrado. ¿O eufórico? Sí, probablemente eufórico.

– ¿Tenían un lío? -preguntó Myron.

No hubo respuesta.

– Moveré el culete si hace falta -añadió socarrón.

– No estaban liados -respondió Madelaine en tono grave-. Eso se lo puedo asegurar.

– ¿Y entonces por qué se ha puesto tan tensa?

– Me acaba de preguntar si mi marido tuvo un lío con una universitaria que posiblemente fuera asesinada. Me ha dejado desconcertada.

– ¿Conocía usted a Kathy Culver?

– No.

– ¿Le habló su marido alguna vez de ella?

– No mucho. Sólo sé que trabajaba en su despacho.

Madelaine miró el reloj de pie, se levantó y acompañó a Myron hasta la puerta.

– Hable con mi marido, Myron. Es un buen hombre. Él le dirá todo lo que usted quiere saber.

– ¿Como por ejemplo?

– Gracias por la visita -dijo ella haciendo un gesto negativo con la cabeza.

Madelaine estaba cerrándole todas sus puertas, probablemente ofendida por su técnica de interrogación consistente en aprovechar el efecto de su cuerpo musculoso para obtener lo que quería. Myron no había hecho nunca algo así, pero, al fin y al cabo, era mejor que amenazar a un sospechoso con una pistola.

Myron dio media vuelta y se marchó. Como era posible que Madelaine estuviera mirándole el culo desde su portal, empezó a menearlo al andar y se apresuró a atravesar el campus.