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En cuanto vio a Jessica esperándolo bajo la tenue luz de los fluorescentes del aparcamiento del supermercado Pathmark, tan dolorosamente guapa con sus téjanos apretados y una blusa roja abierta por el cuello, Myron supo que sucedía algo. Algo gordo.
– ¿Ha pasado algo malo? -le preguntó.
Jessica abrió la puerta del coche y se sentó junto a él.
– Peor.
No podía evitarlo. No podía dejar de pensar en lo guapa que era. Tenía el rostro pálido y los ojos un poco hundidos. Todavía no tenía patas de gallo, pero le habían aparecido algunas líneas nuevas en la cara. ¿Ya las tenía ayer o el día que fue a verlo al despacho? No estaba seguro, pero lo que sí sabía era que nunca había tenido un aspecto tan arrollador. Las imperfecciones, si se podían llamar así, la hacían más real y, por consiguiente, más atractiva. Myron había pensado que Madelaine, la decana, era atractiva, pero no era más que una linterna de bolsillo comparada con la cegadora almenara de Jessica.
– ¿Me lo vas a contar?
– Mejor te lo enseño -contestó ella negando con la cabeza.
Jessica le dijo adonde tenía que dirigirse al llegar a un camino con el muy acertado nombre de Camino del Polvo Rojo.
– Mi padre alquiló una cabaña en esta zona -explicó Jessica.
– ¿En este bosque?
– Sí.
– ¿Cuándo?
– Hace dos semanas. La alquiló para todo el mes. Según el tipo de la inmobiliaria, quería disfrutar de un poco de paz y tranquilidad. Un lugar donde estar apartado de todo.
– No es muy propio de tu padre -dijo Myron.
– No lo es en absoluto -asintió Jessica.
Varios minutos más tarde llegaron a la cabaña. Myron no podía creer que Adam Culver, un hombre al que había llegado a conocer bastante bien durante su relación con Jessica, quisiera ir de vacaciones a un lugar como ése. Al hombre le gustaba apostar. Le gustaban las tragaperras, la ruleta, la mesa de blackjack… Le gustaba el movimiento. Su concepto de pasar un rato tranquilo era un concierto de Tony Bennett en el Sands de Las Vegas.
Jessica salió del coche acompañada de Myron. El porte de Jessica era perfecto, igual que su forma de andar, algo que a Myron siempre le había gustado contemplar. Sin embargo, había cierto tambaleo en sus pasos, como si sus piernas no supieran si podían sostener aquel torso tan encantador en una caminata larga como aquélla.
Los peldaños del porche de madera crujieron bajo sus pies. Myron vio muchas tablas podridas. Jessica puso la llave en el cerrojo de la puerta delantera y la abrió.
– Echa un vistazo -dijo Jessica.
Myron lo hizo y se quedó mudo de asombro. Sentía la mirada de Jessica clavada en el cogote.
– He comprobado su tarjeta de pago -prosiguió Jessica-. Se gastó tres mil dólares en una tienda de Nueva York llamada Eye-Spy.
Myron la conocía. Y, sin duda alguna, los productos que había en la cabaña eran suyos. Había tres videocámaras sobre el sofá. Todas Panasonic. Todas con material de montaje para poder colgarlas en algún sitio. También había tres monitores pequeños. Igualmente Panasonic. La clase de monitores que se ven en la sala de seguridad de los edificios altos. Había dos vídeos Toshiba y un montón de cables y cosas así.
No obstante, eso no era lo más preocupante que vio en la cabaña. Por sí solos, aquellos aparatos electrónicos podrían haber significado muchas cosas, pero había dos objetos más, dos objetos que llamaron poderosamente la atención de Myron y la retuvieron como un bebé a una moneda reluciente, dos objetos que lo cambiaban todo. Eran el elemento catalizador. Completaban un cuadro que resultaba demasiado grave para no tenerlo en cuenta.
Apoyado junto a la pared había un rifle. Y en el suelo, a su lado, unas esposas.
– ¿Qué diablos estaba haciendo?
Myron sabía muy bien en qué estaba pensando Jessica. En las chicas muertas que se habían encontrado por aquella zona. Las imágenes televisivas de sus cadáveres maltrechos y putrefactos aparecieron ante ellos como el más inquietante de los espectros.
– ¿Cuándo compró todo esto? -preguntó Myron.
– Hace dos semanas -contestó Jessica con la mirada clara y firme-. Mira, he tenido tiempo de pensar en esto. Incluso si nuestras peores sospechas se confirmaran, esto sigue sin darnos ninguna respuesta. ¿Qué nos dice esto de las fotos de la revista?
¿O de la letra de Kathy en el sobre? ¿O de las llamadas? ¿O, ya puestos, del asesinato?
Myron la miró a los ojos. Sabía que Jessica trataba de encontrar una explicación, la que fuera, menos la que les resultaba más evidente.
– ¿Estás bien? -le preguntó Myron.
Jessica se cruzó de brazos agarrándose los codos con las manos como si estuviera abrazándose a sí misma, y dijo:
– Me siento como si fuera a la deriva.
– ¿Estás preparada para saber más?
– ¿Por qué? -preguntó dejando caer los brazos-. ¿Qué pasa?
Myron dudó de si debía contárselo.
– ¡Por el amor de Dios, no me trates como a una niña! -le espetó Jessica muy furiosa.
– Jess…
– ¡Ya sabes cuánto odio que te pongas en plan protector! ¡Dime lo que está pasando!
– Kathy fue violada en grupo por varios compañeros del equipo de Christian la noche en que desapareció.
Jessica se quedó mirándolo como si acabaran de darle una bofetada en toda la cara.
– Lo siento -dijo Myron tendiéndole la mano.
– Dime lo que pasó. Cuéntamelo todo.
Myron hizo lo que le pedía y, poco a poco, la firme mirada de Jessica fue quedándose vacía y sin vida.
– Hijos de puta -logró decir con esfuerzo-. Malditos hijos de puta.
Myron asintió con la cabeza.
– La mató uno de ellos -dijo Jessica-. O todos. Para que no hablara.
– Es posible.
Jessica se quedó pensativa y al cabo de unos momentos su mirada volvió a cobrar vida.
– Supongamos -empezó a decir muy despacio- que mi padre descubrió lo de la violación.
Myron asintió.
– ¿Tú qué habrías hecho? -continuó Jessica-. ¿Cómo habrías reaccionado… si hubiese sido tu hija?
– Me habría puesto furioso -respondió Myron.
– ¿Hubieses sido capaz de controlarte?
– Kathy no es mi hija -repuso Myron-. Y no sé si ahora mismo soy capaz de controlarme.
– Entonces -dijo Jessica asintiendo con la cabeza-, quizás, y sólo quizás, eso explique todo este material. Las cámaras, las esposas, el rifle. Tal vez utilizaba la cabaña, oculta en el bosque, para poder atrapar a un violador y vengarse de él.
– Pero a Kathy la violaron en grupo. Hubo seis violadores. Y en cambio este lugar parece estar preparado para uno solo.
– Sí, pero… -prosiguió Jessica con un ligero aunque extraño atisbo de sonrisa- supongamos que mi padre se encontrara exactamente en la misma situación que nosotros.
– No te sigo.
– Supongamos que sólo supiera el nombre de uno de los violadores. Tal vez ese tal Horton. ¿Qué habría hecho entonces? ¿Qué habrías hecho tú entonces?
– Puede que lo raptara y le obligara a confesarlo -dijo Myron.
– Exacto.
– Pero es una suposición muy exagerada. ¿Por qué iba a querer grabarlo en vídeo? ¿Por qué iba a necesitar cámaras y monitores?
– Grabas la confesión y así te aseguras que nadie te quiera quitar de en medio, no sé. ¿Tienes alguna idea mejor?
Myron no la tenía.
– ¿Ya has inspeccionado el resto de la cabaña? -le dijo a Jessica.
– No he podido. El tipo de la inmobiliaria me trajo hasta aquí. Un poco más y se le revienta un vaso sanguíneo al ver todo esto.
– ¿Qué le has dicho?
– Que ya sabía que había todo esto aquí. Que mi padre era un investigador privado que trabajaba en secreto.
Myron hizo una mueca.
– Oye, ha sido lo primero que se me ha ocurrido.
– ¿Y se lo ha tragado?
– Creo que sí.
– Pensaba que eras escritora -dijo Myron haciendo un gesto de desaprobación.
– No se me da bien improvisar. Soy mucho mejor en el campo escrito que en el oral.
– Pues, basándome en experiencias anteriores, discrepo.
– Mal momento has escogido para tirarme los tejos -contestó Jessica.
– Trataba de distender un poco el ambiente -dijo Myron encogiéndose de hombros.
Jessica estuvo a punto de sonreír.
– Echemos un vistazo -propuso Myron.
No tardaron en percatarse de que no había mucho donde buscar. En la sala de estar no había cajones ni armarios. Todo estaba a la vista: el material electrónico, las esposas y el rifle. La cocina no contenía ningún secreto y lo mismo sucedía con el baño. Sólo quedaba el dormitorio.
Era pequeño, del mismo tamaño que el cuarto para invitados de un apartamento en la costa. La doble cama ocupaba prácticamente toda la habitación. Había unas lamparillas de noche sujetas a la pared a ambos lados de la cama, ya que no había espacio para mesitas de noche. Tampoco había tocador. La cama estaba hecha con sábanas de franela. Pero entonces miraron dentro del armario y…
Bingo.
Pantalones negros, camiseta negra, suéter negro… Y lo peor de todo: un pasamontañas negro.
– ¿Un pasamontañas en pleno mes de junio? -dijo Myron.
– Quizá lo necesitaba para raptar a Horton -aventuró Jessica sin parecer muy convencida.
Myron se echó al suelo y miró debajo de la cama. Vio una bolsa de plástico. Estiró el brazo, la cogió y la arrastró hacia él por el suelo recubierto de polvo. La bolsa era de color rojo y tenía las iniciales MFCB grabadas en la parte delantera.
– Médico Forense del Condado de Bergen -le explicó Jessica.
Parecía una de esas bolsas antiguas de la cadena Lord and Taylor's, de las que se cerraban por arriba con un broche. Myron la abrió y la bolsa emitió un leve chasquido. Sacó de su interior unos anodinos pantalones de chándal grises con cordón. Siguió rebuscando y extrajo un jersey amarillo que tenía una «T» cosida de color rojo. Las dos prendas estaban recubiertas de mugre pegada al tejido.
– ¿Las reconoces? -preguntó Myron.
– Sólo el suéter amarillo -respondió Jessica-. Es el viejo suéter de mi padre de cuando iba al Instituto Tarlow.
– Qué raro que lo escondiera debajo de esta cama.
De repente, a Jessica se le iluminó la cara.
– ¡El mensaje de Nancy! Dios mío, me dijo que mi padre le había contado muchas cosas sobre el suéter amarillo de Kathy.
– Uf, un momento, no corras tanto. ¿Qué fue lo que te dijo Nancy?
– Lo que me dijo textualmente fue: «Me contó lo del suéter amarillo que le regaló a Kathy. Qué historia tan bonita». Eso fue exactamente lo que me dijo. Mi padre nunca se puso ese suéter, sino Kathy. Como pijama o camisa de estar por casa.
– ¿Se lo dio tu padre?
– Sí.
– ¿Y cómo lo recuperó?
– No lo sé. Supongo que estaría entre sus cosas en la universidad.
– Lo que no explica por qué se lo contó a Nancy Serat. Ni por qué estaba escondido debajo de la cama.
Myron y Jessica se quedaron callados sin decir nada.
– Aquí hay algo que se nos escapa -dijo Jessica.
– Tal vez tu padre viera algo en esta ropa sucia que nosotros aún no sabemos ver.
– ¿Qué quieres decir?
– No sé -admitió Myron-, pero está claro que esta ropa tenía algún tipo de significado para él. Tal vez la encontró en algún lugar poco común. O quizá la encontró la policía.
– Pero Kathy iba vestida de azul la noche en que desapareció, de eso no hay duda.
Myron recordó el testimonio de las compañeras de su residencia de estudiantes y la foto, pero al fin y al cabo…
– Hay una manera de comprobarlo.
– ¿Cómo?
Myron salió corriendo hacia el coche. La oscuridad había terminado por imponerse en aquel largo día de verano. Encendió el teléfono esperando que hubiera cobertura. Se iluminaron tres de las barritas de la señal, lo que indicaba que había suficiente cobertura para que el teléfono pudiera funcionar. Probó a llamar al despacho del decano, pero después de oír el tono de llamada veinte veces, no respondió nadie. Entonces probó con la casa del decano y le respondieron al tercer tono.
– ¿Diga? -dijo el señor Gordon.
– ¿Qué llevaba puesto Kathy cuando fue a verle a su casa? -preguntó Myron sin molestarse en decir quién era, y yendo directamente al grano.
– ¿Que qué llevaba? Pues una blusa y una falda.
– ¿De qué color?
– Azul. Creo que la blusa estaba un poco deshilachada.
Myron colgó el auricular.
– Volvemos a la casilla número uno -dijo Jessica.
«Tal vez», pensó Myron, pero justo entonces le pasó una imagen por la cabeza tan rápidamente como un destello. No pudo asirla ni siquiera adivinar de qué se trataba con exactitud, pero supo que estaba alojada en su mente y que tarde o temprano volvería a recordarla.
– Vámonos -dijo Jessica en voz baja y cogiéndole la mano. A Myron le bastó la luz del interior del coche para distinguir la mirada de sus ojos. Unos ojos preciosos, tan claros que casi parecían amarillos-. Quiero irme de aquí.
Myron cerró la puerta del coche sintiéndose repentinamente disgustado. La luz del vehículo se apagó y los sumió en la oscuridad. Myron dejó de ver el rostro de Jessica.
– ¿Adonde quieres ir?
– A algún lugar donde podamos estar solos -oyó decir a Jessica en la oscuridad.