174567.fb2 Motivo de ruptura - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 39

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Capítulo 37

Encontraron un Hilton de muchas plantas en Mahwah.

Myron pidió la mejor habitación que hubiera disponible. Jessica estaba junto a él. La mirada del conserje del hotel pasó de Myron a Jessica, a quien miró de arriba abajo, y de nuevo a Myron, pero ahora con envidia. En la recepción estaba a punto de empezar algún acto formal. Había hombres vestidos de frac y mujeres con traje de noche. Los hombres miraban a Jessica con los ojos muy abiertos a pesar de que iba vestida con téjanos y una blusa roja.

Myron estaba acostumbrado. Cuando salían juntos había llegado a gozar de un placer casi perverso al ver cómo los hombres se quedaban mirándola, con la típica clase de sorna machista de «La puedes mirar pero no tocar». Sin embargo, más tarde empezó a ver más allá de sus miradas y la típica inseguridad masculina comenzó a horadar su pensamiento racional.

Jessica tenía mucha experiencia en aquel asunto. Sabía cómo ignorar las miradas sin parecer fría, molesta ni interesada.

Su habitación estaba en la sexta planta. En cuanto traspasaron el umbral de la puerta empezaron a besarse. Jessica le pasó la lengua por el contorno de los labios y luego se la introdujo suavemente haciéndole estremecer todo el cuerpo sin poder hacer nada para evitarlo. Myron comenzó a desabrocharle la blusa y se le secó la garganta. Incluso soltó un grito ahogado al volver a ver su cuerpo desnudo. La falta de aire se le hizo embriagadora. Ahuecó la mano bajo uno de sus cálidos pechos y sintió su delicioso peso. Jessica gimió débilmente mientras sus bocas se unían en un beso encendido.

Se echaron sobre la cama.

Su forma de hacer el amor siempre había sido intensa y devoradora, pero aquella noche tuvo un carácter más salvaje, más necesitado y, a pesar de todo, más tierno.

Más tarde, mucho más tarde, Jessica se sentó en la cama, le dio un dulce beso en la mejilla y dijo:

– Ha sido impresionante.

– No ha estado mal -repuso Myron encogiéndose de hombros.

– ¿Que no ha estado mal?

– Para mí. Para ti ha estado impresionante.

Jessica sacó las piernas de la cama y se puso la bata del hotel.

– Pues sí, me lo he pasado bien -dijo.

– Lo he notado.

– He sido un poco ruidosa, ¿no?

– Un concierto de los Who podría considerarse algo ruidoso; tú has sido escandalosa.

Jessica se levantó de la cama sonriendo. Llevaba la bata holgada, dejando ver un generoso escote y unas piernas tan largas que resultaban intimidantes.

– Pues yo no he oído que te quejaras.

– ¿Cómo ibas a oírme entre tanto grito? -dijo Myron.

– ¿Qué hora es?

– Medianoche. ¿Tienes hambre? -preguntó Myron haciendo ademán de coger el teléfono.

Jessica lo miró de una manera que le hizo estremecer todo el cuerpo. Al menos una parte.

– Estoy famélica -respondió Jessica.

– Hambre de comida, Jess, de comida.

– Ah…

– ¿Nunca te enseñaron en clase lo del tiempo de recuperación del macho?

– Debí faltar ese día.

– Las tres erres: reabastecimiento, restablecimiento y recuperación. -Myron echó un vistazo al menú-. Maldita sea.

– ¿Qué pasa?

– No tienen ostras.

– ¿Myron?

– Sí.

– Hay una bañera caliente en el baño.

– Jess…

– Podemos bañarnos hasta que llegue la comida. Y así nos recuperamos. Es una de las tres erres -dijo Jessica mirándolo con un gesto de inocencia absoluta.

– ¿Sólo bañarnos?

– Sólo bañarnos.

Jessica había dicho «bañarnos». Estaba seguro de haberlo oído bien. «Bañarnos.» No «enjabonarnos», pero así fue como empezó. Jessica lo enjabonó devolviéndole el vigor. Myron trató de resistirse, casi temiendo lo bien que lo hacía sentirse, pero no pudo. Jess jugueteó con él, lo llevó hasta el límite, lo dejó ahí tambaleándose y lo asió de nuevo. Myron no pudo hacer nada. Por la cabeza le pasaron palabras como «cielo», «éxtasis», «paraíso» o «ambrosía».

Rendición absoluta.

Jessica le susurró «ahora» al oído y lo dejó ir. Una vertiginosa oleada de placer recorrió todas las terminaciones nerviosas de Myron. La explosión candente fue tan poderosa que a Myron se le destaparon los oídos. La luz cegadora le hizo cerrar los ojos.

– Impresionante -logró decir con esfuerzo.

– No ha estado mal -repuso ella reclinándose hacia atrás con una sonrisa en los labios.

Alguien llamó a la puerta. Probablemente el servicio de habitaciones, pero ninguno de los dos se movió de donde estaba.

– ¿Por qué no vas tú? -dijo Jessica.

– Por mis piernas -respondió Myron-. No puedo moverlas. Ya no podré volver a caminar nunca más.

De nuevo llamaron a la puerta.

– No estoy vestida -dijo Jessica.

– ¿Y yo qué? ¿Acaso me ves preparado para una conferencia de prensa?

– Seguro que conseguirías una buena cobertura mediática.

Myron respondió al chiste con un gemido.

Volvieron a llamar a la puerta.

– Venga, Myron, enróllate una toalla alrededor de tu hermoso culito y andando.

Era la segunda mujer que le hablaba de su culo en el mismo día. Madre mía. Cogió la toalla del baño y se fue hacia la puerta. Llamaron otra vez.

– Un momento.

Myron abrió la puerta, pero no era la comida.

– Servicio de habitaciones -dijo Win-. ¿Puedo hacerle la cama?

– ¿Es que no has visto el letrero de «No molestar»?

– Lo siento -dijo Win tras fijarse en el pomo de la puerta-. No hablo su idioma.

– ¿Cómo leches nos has encontrado?

– He rastreado tu tarjeta de crédito -respondió Win como si fuera la cosa más natural del mundo-. Has pasado por recepción a las ocho veintidós de la tarde -informó Win. Sacó la cabeza por la puerta del baño y dijo-: Hola, Jessica.

– Hola, Win -se oyó decir a Jessica.

Myron percibió cómo salía del jacuzzi y la imagen del agua derramándose por su cuerpo desnudo le vino a la mente como un golpetazo aturdidor.

– Vamos, pasa -dijo entre dientes.

– Gracias -repuso Win-, he pensado que tal vez querrías echarle un vistazo a esto -dijo entregándole un sobre de papel manila.

Jessica apareció por la puerta del baño. Llevaba la bata ceñida al cuerpo y se secaba el pelo con una toalla.

– ¿Qué ocurre? -preguntó.

– Los antecedentes penales de un tal Fred Nickler, alias Nick Fredericks -dijo Win.

– Qué alias más original -comentó Myron.

– Para un tipo original -replicó Win.

– Es el editor de la revista porno, ¿no? -preguntó Jessica sentándose en la cama.

Myron asintió en silencio. La ficha de antecedentes no era muy larga. Empezó con las fechas más recientes. Multas de tráfico, dos multas por conducir borracho y un arresto por fraude postal.

– Mil novecientos setenta y ocho -dijo Win.

Myron saltó de línea hasta llegar al 30 de junio de 1978.

Fred Nickler había sido arrestado por poner en peligro el bienestar de un niño. Se le retiraron los cargos.

– ¿Y?

– El señor Nickler estuvo involucrado en pornografía infantil -explicó Win-. Por aquel entonces sólo era un fotógrafo de poca monta, pero lo pillaron con las manos en la masa. Más concretamente, tomando fotografías de un niño de ocho años.

– Dios mío -dijo Jessica.

Myron recordó su entrevista con Nickler.

– «Sólo soy un tipo honesto tratando de ganarme la vida honestamente», nos dijo.

– Exacto.

– ¿Por qué le retiraron los cargos? -preguntó Jessica.

– Ah -dijo Win señalando al techo con el dedo-, ahí es donde la cosa se pone interesante. En realidad, no es una historia poco frecuente. Fred Nickler sólo era el fotógrafo, uno entre tantos. Las autoridades querían atrapar a los peces gordos, así que los peces pequeños delataron a los gordos a cambio de lenidad.

– ¿Y le retiraron todos los cargos? -preguntó Myron-. ¿Ni siquiera un delito menor?

– Ni siquiera eso. Al parecer, el señor Nickler también accedió a ayudar a la policía de vez en cuando.

– ¿Y entonces a qué nos lleva todo esto?

– El trato se negoció entre Nickler y el agente al cargo de la investigación -dijo Win lanzándole una mirada a Jessica-. Y el agente al cargo de la investigación era tu amigo Paul Duncan.