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Myron aparcó el coche en el camino de tierra. Estaba solo. El reloj del coche marcaba las 8:30 de la noche. Cogió la linterna y se dirigió al punto de encuentro.
La vegetación era muy espesa y las ramas de los árboles le venían a la cara. Intentó escuchar otros sonidos aparte de sus pasos y detectó el chirrido de unos grillos a lo lejos. Nada más. El haz de luz de la linterna atravesaba la abrumadora oscuridad mostrándole el camino a seguir. Myron oía el crujir de las ramitas y hojas secas bajo sus pasos. Tenía la boca seca. Siempre se le secaba en momentos así.
Ya estaba acercándose, estaría a menos de veinte o treinta metros de distancia.
– ¿Kathy? -dijo en voz alta.
No hubo respuesta.
– Soy Myron, Kathy. He venido solo.
Silencio. Myron escuchó un ruido delante de él y apareció una sombra a través de la negrura. Una cabeza. Una cabeza con una melena rubia.
– No pasa nada -dijo Myron con delicadeza-. Estoy solo.
Ella se le acercó con cautela. Con la mano derecha se protegía los ojos de la luz de la linterna.
– No pasa nada -dijo Myron apuntando el haz de luz en otra dirección.
Ella siguió avanzando hacia él, apenas visible como una vaga silueta. Su paso era lento y pesado, como el monstruo de una película de serie B.
– No pasa nada -repitió Myron-. Nadie te va a hacer daño.
– Ojalá fuera cierto.
La voz no provenía de ella, sino de detrás de Myron. Éste cerró los ojos y bajó los hombros.
– Hola, Christian.
– No se mueva, señor Bolitar. Manos arriba.
– ¿Para qué?
– ¿Cómo dice?
– Vas a matarnos. Igual que intentaste matar a Kathy. Igual que mataste a su padre y a Nancy.
– Yo no quería hacerle daño a nadie -dijo Christian.
– Pero lo hiciste.
– Manos arriba, vamos -ordenó Christian amartillando la pistola.
– Aquella noche, Kathy te abrió su corazón -dijo Myron levantando las manos poco a poco-. Te lo contó todo, todo su sórdido pasado al detalle. Quería hacer borrón y cuenta nueva.
– ¡Me mintió! -gritó Christian-. Todo el tiempo que estuvimos juntos… fue todo una mentira.
– Así que intentaste matarla.
– Kathy quería que yo siguiera queriéndola, señor Bolitar, pero ¿es que no se da cuenta? Nunca la quise. Me enamoré de una mentira. Y ella quiso que apoyara aquella mentira mientras le contaba la historia a todo el mundo. Quería que traicionara a mis compañeros de equipo, que echara a perder la oportunidad de ganar el campeonato nacional y el trofeo Heisman… y todo por una puta mentirosa.
– Una puta mentirosa como tu madre -dijo Myron.
– Dígaselo, señor Bolitar -asintió Christian-. Dígale qué era lo que significaba aquel partido. Dinero, fama, orgullo. Usted lo entiende, señor Bolitar. Usted me ayudó a conseguir ese fichaje.
– Así que le golpeaste en la cabeza.
– Yo no quería. Simplemente ocurrió. Pensé que estaba muerta, no le encontraba el pulso.
– Y por eso la trajiste hasta aquí en coche y enterraste el cuerpo. Creíste que no la encontraría nadie, pero si aun así alguien lo hacía, la culpa recaería sobre el asesino en serie.
Christian dio un paso adelante y elevó la pistola.
– Basta de charla -dijo-. No pienso dejaros ganar tiempo en espera de que aparezca alguien.
– No hace falta. Hace rato que alguien más no se ha movido de aquí.
Win salió de detrás de un árbol, a menos de dos metros de distancia de Christian. Le puso la calibre 44 contra la oreja y dijo:
– Tira el arma o te convierto el cerebro en comida para las ardillas.
Christian dejó caer la pistola al suelo.
– Ya está -gritó Myron.
Dos policías surgieron a algunos metros más allá de sus escondites y esposaron a Christian.
Jalee Courter llegó tras ellos saltando a trompicones por la hierba alta.
– Ya estoy mayor para esto -murmuró. Y al llegar al claro añadió-: Bonita trampa, Bolitar.
– Planificarlo todo al detalle. Ése es el secreto de todo buen engaño.
– ¿Me puede explicar qué ha pasado aquí?
– Por supuesto. ¿Jess?
Jessica se quitó la peluca rubia y dio un paso adelante.
– ¿Pero qué…? -dijo Christian boquiabierto.
– Mataste a Kathy -dijo Myron-, pero no del golpe en la cabeza. Se asfixió al tratar de salir de donde la habías enterrado.
– ¿Y dónde está el cadáver? -inquirió Jake confundido.
– En el depósito de cadáveres, donde ha estado desde que la policía lo encontró hace meses. Sally Li lo identificó ayer por la noche.
– ¿Por qué no lo identificaron antes?
– Porque el forense del condado era su padre. Él supo quién era al instante, pero fingió no saberlo.
– ¿Por qué?
– Piénselo un momento, Jake. Desde el punto de vista de Adam Culver. Durante dieciocho meses no se había descubierto nada sobre el caso. Adam era consciente de ello. También era consciente de que el cadáver no iba a ofrecerle más pistas, así que supo que la única forma de atrapar al asesino de Kathy era consiguiendo que se delatara a sí mismo. ¿Cómo? Haciéndole creer que Kathy podía seguir viva. Al fin y al cabo estaba viva cuando la enterró en el bosque, así que Adam mantuvo en secreto la identidad del cadáver ante todo el mundo: la policía, sus amigos e incluso su familia. También se imaginó que las fotografías de desnudos tenían alguna relación con todo aquello, así que las utilizó.
– ¿Quiere decir que fue él quien puso el anuncio en la revista?
Myron asintió.
– Adam Culver lo preparó todo. Incluso las misteriosas llamadas telefónicas que decían «Ven a por mí. He sobrevivido». Hizo todo lo que pudo para fingir que Kathy seguía viva.
Jake asintió.
– Así que lo que hicisteis vosotros dos…
– Fue terminar el plan de Adam Culver. La actuación de esta mañana en la iglesia ha acabado de sembrar las últimas semillas de duda.
– Para obligar a Christian a delatarse ante ti.
– Exactamente.
– Increíble. ¿O sea que todo el mundo lo sabía?
– Jessica lo sabía -dijo Myron-. Y también su madre y su hermano. Mentirles habría sido demasiado cruel. Pero ni Paul Duncan ni nadie más lo sabía. Win se aseguró de que todos los sospechosos: Orto, el decano y hasta Gary Grady, se enteraran de que Kathy había sobrevivido.
– ¿Entonces no estaba usted seguro de que fuera Christian?
– Sí, estaba totalmente seguro.
– Pero lo hizo así para ser justo.
Myron asintió.
– Por eso no le dije nada. Quería que viera lo que ocurría sin ninguna idea preconcebida.
– Es justo -asintió Jake-. Continúe.
– Adam Culver comprendió que sólo el asesino conocería este lugar. Por lo tanto, si conseguía hacerle creer que Kathy podía seguir con vida, él o ella tendrían que volver aquí para asegurarse de que era cierto. Por eso Adam alquiló una cabaña por aquí cerca. Por eso tenía todo aquel equipo electrónico, para grabarlo, para tener pruebas.
– Para atrapar al asesino volviendo al lugar del crimen -dijo Jake.
– Eso es.
– Pero hay algo que no entiendo. Adam fue asesinado antes de que se enviara la revista. ¿Cómo lo descubrió Christian?
– No lo hizo. Piense que Adam era patólogo, no investigador, y pasó por alto una pista muy importante. Por lo menos al principio.
– ¿Qué pista?
– La ropa de Kathy.
– ¿Qué pasa con ella?
– Cuando se encontró el cadáver de Kathy, llevaba puesto un suéter amarillo y unos pantalones de chándal grises. Sin embargo, las compañeras de la residencia de estudiantes dijeron que cuando se marchó iba vestida de azul. Los violadores dijeron que iba de azul. El decano dijo que iba de azul. Y las compañeras de residencia también estaban del todo seguras de que Kathy no volvió a la residencia. La cuestión, entonces, era: ¿de dónde habían salido el suéter amarillo y los pantalones grises?
Jake se encogió de hombros.
– A Adam le llevó cierto tiempo percatarse de la importancia de la ropa, pero cuando cayó en la cuenta se dirigió a la fuente de información más lógica. La compañera de habitación de Kathy.
– Nancy Serat.
– Efectivamente. Sin embargo, no quería revelar que había encontrado el cadáver de Kathy, así que le preguntó a Nancy dónde podría encontrar aquel suéter amarillo que tanto le gustaba, fingiendo ser el típico padre en busca de recuerdos de su hija. Pero ahora piense un momento: si Kathy no volvió a la residencia de estudiantes, ¿dónde se cambió de ropa?
Jake cayó en la cuenta.
– En la habitación de Christian -dijo haciendo chasquear los dedos-. Kathy se quedaba a dormir con él muchas veces. Debía tener mucha ropa guardada allí.
– Exacto.
– Y Nancy y Christian se conocían -repuso Jake siguiendo el hilo-, por lo que Nancy podría haberle contado tranquilamente a Christian lo de la visita de Adam. Probablemente hasta lo encontrara un detalle muy bonito por parte de un padre.
Myron se volvió hacia Christian y le dijo:
– Cuando oíste que Adam había estado haciendo preguntas sobre el suéter amarillo, te entró miedo. Sabías que se estaba acercando, así que esa noche lo seguiste. Lo oíste discutir con su mujer. Lo viste salir muy furioso de su casa y viste que era la oportunidad perfecta para matarlo. Otro señuelo.
Christian no dijo nada.
– ¿Qué quiere decir con «otro señuelo»? -preguntó Jake.
– Cuando empezó a investigar la desaparición de Kathy -dijo Myron-, ¿en quién centró usted todas sus sospechas?
– En Christian -respondió Jake-. Como ya le dije, siempre me fijo mucho en el novio.
– ¿Y qué hizo Christian? Pues como el servicio de seguridad de la universidad estaba peinando el campus en busca de pistas, dejó las bragas en el cubo de la basura.
– Las bragas que tenían el semen de otra persona -añadió Jake.
– Y que eran una prueba de que él no había hecho nada.
– ¡Vaya!
– También nos despistó con Nancy Serat. Estranguló a Nancy y luego dejó varios cabellos de Kathy en la escena del crimen.
– ¿Pero de dónde los sacó?
– Kathy dormía casi siempre en su habitación, ¿no? Por lo que tendría más cosas aparte de ropa, como por ejemplo un cepillo para el pelo.
– Qué hijo de perra.
– Fue casi perfecto. Culpar a alguien que ya está muerto. Y si Kathy no estaba muerta, si de verdad había sobrevivido, la haría parecer una lunática. ¿Quién se iba a creer lo que dijera una chica que había matado a su compañera de habitación? Sin embargo, Christian no contaba con que Jessica apareciese en casa de Nancy. Le entró pánico, le golpeó en la cabeza y salió corriendo. El único problema era que había dejado sus huellas en la casa, pero Christian fue muy astuto y hasta llegó a aprovecharse de ello. Cuando a la mañana siguiente usted le interrogó, admitió directamente haber estado en casa de Nancy y luego se inventó esa maravillosa historia sobre el reencuentro de las hermanas.
– Otro señuelo perfecto -comentó Jake.
– A excepción del vaso.
– ¿Qué vaso?
– Se encontraron sus huellas en varios puntos de la casa, incluido en un vaso. No obstante, Christian nos dijo que Nancy apenas lo dejó entrar en la casa, que prácticamente lo echó murmurando algo acerca del reencuentro de las hermanas. Pero en esas circunstancias, ¿no es un poco raro que le ofreciera algo de beber?
Myron miró a Christian y éste apartó la mirada.
– Yo… yo no quería hacerle daño a nadie, señor Bolitar -dijo.
– Fuiste manipulador y calculador -le espetó Myron-. Te cubriste muy bien las espaldas, hasta cuando me contrataste. Yo era de poca monta. Podías controlarme fácilmente. Conocías mi pasado y sabías que había sido investigador. Sabías que si surgía algún problema iba a callarme. Que te mantendría informado. Que trataría de protegerte. En pocas palabras: me tomaste por un imbécil.
Todo el mundo se quedó callado hasta que Jake dijo:
– Muy bien, venga, lleváoslo de aquí.
Los agentes uniformados se llevaron a Christian.
Myron miró a Jessica, que todavía no había dicho nada. Las lágrimas le caían por las mejillas. Ninguna de las que había derramado esa mañana había sido por su padre, pero quizá las de ese momento sí lo fueran.
– «Comida para las ardillas» -dijo Win-. No puedo creer que haya dicho «comida para las ardillas».
Jessica dejó de llorar e incluso esbozó una sonrisa. Myron le puso un brazo en la espalda y le dio un fuerte abrazo. Luego volvieron juntos al coche.