174584.fb2 Muerte en el Exilio - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 41

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38. Anagrama

Michael había entrado por la ventana en forma de vapor humeante y flotaba en el aire cerca de la cama, lo suficientemente cerca como para tocarla a ella si quisiera. Alguien le estaba dando golpes en el pie y la llamaban. Abrió, con gran esfuerzo, los ojos y lentamente reconoció la figura de Martha al otro lado de la habitación. Estaba sentada en una silla de mimbre y llevaba mucho maquillaje. Sonrió muy sexy a Maureen.

– Hola, dormilona -dijo, llevándose un porro a la boca pintada de rojo-. Papi ha llegado.

Maureen se levantó, con las piernas temblorosas, intentando quitarse el sueño de los ojos y averiguar quién era la persona que estaba inmóvil en la punta del sofá.

– Por Dios -dijo Liam.

– ¿Liam?

– ¿Estás bien?

– ¿Cómo has llegado hasta aquí?

– Cogí un avión. -Parecía muy preocupado-. ¿Estás bien?

– Me he asustado -dijo, señalando a Martha.

– Pero ahora ya está bien, ¿no, cielo? Antes estaba muy mal -dijo Martha, orgullosa de que Liam pensara que ella y Maureen se habían hecho amigas.

– Escucha, Mauri, hay un vuelo de vuelta esta noche -dijo Liam-, y he reservado dos billetes.

– No pienso volver a casa -dijo Maureen-. Todavía no he terminado.

– Maureen -dijo Liam, mirando de reojo a Martha-, he venido hasta aquí para evitarte problemas.

– Ahora no puedo volver.

Liam se sentó en el sofá, hundiéndose hasta pocos centímetros del suelo, y la miró.

– Ven aquí, ven y siéntate -dijo, golpeando con una mano el sofá.

– No quiero sentarme -dijo, como una adolescente maleducada.

Martha se levantó, fingiéndose incómoda, como si fuera tan de otro mundo que jamás hubiera visto una pelea entre hermanos.

– Iré a encender la tetera -dijo, y se fue a la cocina meneando las caderas.

Maureen se esperó hasta que Martha se hubo ido para volver a dejarse caer en el sofá. Liam se ofreció un cigarro pero ella no lo quiso.

– Mauri, ya no tiene sentido continuar -dijo Liam-. La policía ha encontrado cosas en la casa de Harris, su mujer había vuelto…

– ¿Qué cosas? -interrumpió Maureen.

– Unas fotos que eran de la mujer. En la casa de Leslie por Navidad.

– ¡Pero si las tiene Leslie! Es imposible que tuviera dos copias.

– Eh -gritó Liam, ofendido-. No me grites, yo no las dejé allí…

– ¡No te he gritado! -gritó ella.

– Mauri, escucha. Harris fue a Londres. Tienen pruebas de que estaba aquí cuando ella murió. ¿No basta con eso?

– No pienso volver a casa -dijo ella.

– Mauri -dijo él, suavemente-, no hace falta que nos enfademos por esto. Confía en mí, Frank Toner es un tipo muy peligroso. Si has enseñado la foto por ahí, tienes que volver a casa. ¿Se la has enseñado a alguien?

Ella se encogió de hombros.

– ¿Se la enseñaste a alguien que pueda seguirte la pista hasta casa?

Maureen recordaba vagamente habérsela enseñado a Mark Doyle, o a Tonsa, no se acordaba.

– ¿Tonsa? -dijo-. Creo que se la enseñé a Tonsa.

Liam estaba horrorizado.

– ¿A Tonsa? -dijo, dándole un manotazo en la pierna e inclinándose hacia ella-. Maureen, van a creer que trabajas para mí.

– Pero si tú ya no traficas.

– Nadie deja de traficar, idiota. Si Tonsa adivina quién eres y se lo dice a Toner, estoy jodido. Por Dios. -Se reclinó y la miró-. Tienes que volver a casa antes de hacerte daño de verdad.

Vagamente, muy vagamente, en un lugar lejano de su mente marchita, recordaba haberle dicho a Tonsa que era la hermana de Liam. Le había dicho su nombre a Tonsa, no a cualquiera, a ella. Levantó la mirada y observó el paraguas que estaba colgado de la pared. Liam le había pedido que no dijera su nombre. Se lo había dejado muy claro.

Liam le dio un suave codazo.

– Vamonos a casa.

– Necesito un día más para aclarar las cosas -dijo ella, aterrada-. Necesito volver a ver a su hermana. Es una señora mayor, no se encuentra demasiado bien. ¿Un día más? ¿Podemos quedarnos esta noche y coger el avión mañana?

Liam parecía preocupado.

– Prométeme que eso es todo lo que vas a hacer.

– Te lo prometo.

Martha estaba apoyada en el marco de la puerta, con los brazos cruzados a la altura de la cintura en una postura que ella creía que la hacía parecer más delgada. Sonrió hacia Liam.

– Parece que te quedas -dijo, y se rió alegre.

– No nos quedamos aquí -dijo él-. No hay espacio suficiente.

– Alex no volverá en un par de días -dijo Martha, despreocupada-. Hay espacio de sobras. Maureen está bien en el sofá, ¿verdad?

– Sí -dijo Maureen-. Sólo es una noche.

A regañadientes, Liam salió al vestíbulo y llamó a la línea aérea. Cambió los billetes para el día siguiente por la tarde. Maureen y Martha estaban sentadas en el sofá, escuchando, y se relajaron cuando oyeron que confirmaba los datos. Martha sonrió.

– Es cómodo, ¿no?

– ¿El qué?

– El sofá. Bonito y cómodo.

Maureen, confundida, le devolvió la sonrisa mientras Liam volvía al salón.

– Mañana por la noche -dijo-. Pero no podemos volver a cambiarlos, ¿vale?

Maureen asintió.

– Será mejor que vaya a casa de Sarah -dijo, mirando significativamente a Liam-, y le diga que me quedo aquí.

– De acuerdo. Vamos -dijo Liam, sin invitar a Martha a proposito.

Maureen dijo que quería volver a ver a Kilty para devolverle lo que quedaba de su compra. De hecho, estaba tan borracha la noche anterior que no recordaba cómo habían acabado. Estaba preocupada por la inseguridad de la resaca y quería verla para asegurarse de que todo estaba bien. El joven casero los dejó entrar en el estrecho vestíbulo y les dijo que Kilty estaba en el piso de arriba, última puerta, y que llamasen fuerte.

– Sabe que venimos -dijo Maureen.

– Aun así tendrán que llamar fuerte.

La puerta de la habitación de Kilty temblaba de lo mucho que resonaba la sintonía de Money Programme, y se oía por encima de la música una voz de soprano trinando que cantaba la sintonía muy mal, iba a destiempo y se paraba a media frase para tomar aire. Maureen golpeó la puerta lo más fuerte que pudo, pero sintió que se perdía detrás de la puerta. Golpeó otra vez y Kilty dejó de cantar. Un segundo más tarde, apagó la sintonía.

– ¿Ha llamado alguien? -preguntó Kilty, educadamente.

– Soy yo.

Se abrió la puerta y apareció Kilty sonriendo. Tenía una habitación muy grande, con una gran ventana al fondo y contraventanas de madera como las de la casa de Liam. Tenía muy pocos muebles: una cama individual, un sillón de piel y una otomana. En la pared del fondo había un fuego semicircular con baldosas naranjas, que parecía la visión del decorador de la puesta de sol. Estaba lleno de combustible antihumo, unos trozos de carbón hervido. Estaba tapado por una malla protectora dorada.

– Es mi hermano, Liam.

Kilty sonrió y le dio la mano.

– Kilty Goldfarb -dijo, saludando a Liam.

Liam se quedó muy desconcertado.

– ¿Qué es eso? -dijo-. ¿Un anagrama?

Kilty movió las cejas alternativamente y Liam la observó, deseando que lo hiciera otra vez. Kilty apagó la televisión y se aseguró que la malla protectora estuviera lo más cerca posible del fuego, se puso el abrigo de piel y apagó la luz. Dijo que el mejor sitio para charlar tranquilamente era el restaurante Alhambra, el café no estaba mal. Por la calle, Maureen hablaba deprisa y se las arregló para deducir que Kilty se lo había pasado bien la noche anterior, y que ella no había dicho o hecho nada espectacular a su lado, aparte de convencerla de ir a tomar una copa al Coach and Horses.

El Alhambra era un restaurante africano decorado con un mural de un desierto. Parecía que el artista sólo supiera dibujar a las personas de perfil pero había usado todos sus recursos; había hombres que llevaban pesadas bolsas y llevaban a los camellos hacia delante y hacia atrás por la pared, mientras las mujeres los miraban de frente o de espaldas. Kilty se sentó en una mesa cerca de la ventana y empezó a hablar con Liam, preguntándole cosas sobre él. Tenían amigos comunes de la discoteca Tech de Glasgow y llegaron a la conclusión de que, en los últimos años de adolescencia, debieron de coincidir en las mismas fiestas pero nunca llegaron a conocerse. Kilty insistió tanto que pidieron tres cafés. Maureen se bebió el suyo. Estaba delicioso, el amargor del café suavizado por el sutil perfume de las semillas de cardamomo y otros aromas y sabores demasiado difíciles para el paladar de una fumadora empedernida. Maureen le dijo a Kilty que se fumara un cigarro. Liam y Maureen observaron sentados su manera de sacar el humo, riendo y dándose codazos. Maureen no creyó que Kilty disfrutara de la atención negativa tanto como lo hizo, pero a Kilty no le importaba que se rieran de ella, porque se creía genial. Y sí que lo era. Kilty apagó el cigarro, se terminó el café y se puso el abrigo. Dijo que sería mejor que se fuera a dormir porque tenía que trabajar. Los invitó a cenar al día siguiente.

– Mañana volvemos a casa -dijo Liam.

– Vaya -Kilty parecía triste-, qué pena. Pero volverás, ¿verdad?

– Claro que vendré a visitarte -dijo Maureen-. Te lo prometo.

Kilty se inclinó sobre la mesa, agarró a Maureen por las orejas y le dio un beso en la mejilla. Se levantó.

– Anoche me lo pasé genial -dijo, mientras se ponía el gorro de esquí, que le llegaba hasta las cejas-. Ha sido un placer conoceros. A los dos.

– Es increíble -dijo Liam, cuando Kilty se fue.

– Sí que lo es -sonrió Maureen.

Liam había pedido dos platos de cuscús de cordero. Maureen no quería comer nada, pero el café de cardamomo le había abierto el apetito. Cuando trajeron la comida, la carne olía muy bien y el cuscús no era nada pesado. Indecisa, primero probó un poco de cuscús, luego lo probó con una cucharada de salsa y al final no pudo parar. Liam se terminó su plato y miraba de reojo, avaricioso, el de ella. La intentó desanimar tanto como pudo, le decía que la cena era la comida que peor sentaba cuando uno estaba resacoso y que el cordero podía hacer que el dolor de cabeza le durara una semana.

– ¿Cómo está Winnie? -dijo Maureen-. ¿Sigue sobria?

– Sobria como un juez nervioso. No dejará que Michael se quede más en casa y ella y George vuelven a dormir en la misma cama.

– Eso es genial -dijo Maureen, sonriendo-. Una también estará contenta. Ya no tendrá que mantener a la niña alejada de una abuela borracha.

De repente, Liam clavó la mirada en la mesa.

– Sí -dijo Liam-. Es cierto, sí.

– ¿Qué? -dijo Maureen, que ya conocía esa mirada-. ¿Es que Una no se habla con Winnie o qué? ¿Al final Alistair se ha impuesto, o qué pasa?

– Alistair, bueno, Alistair se ha ido.

– ¿Ido?

– Sí, se ha marchado.

– ¿Qué quieres decir con que se ha marchado?

– Una lo ha echado de casa. Se van a divorciar. Estaba liado con la vecina del piso de arriba.

Maureen se reclinó y lo miró.

– ¿Alistair?

– Sí, el formal señor Eddie Alistair.

– Pero si era el único bueno de la familia.

– Lo sé -dijo Liam-. ¿El panorama es distinto, no crees, si Una tiene que criar sola a la niña?

– ¿Michael sigue yendo por su casa?

– Como una peste persistente. Ella es la única que no ha perdido la fe en él. Creo que esa es la razón por la que Winnie dejó de beber. Quiere vigilar a la niña.

– ¿La histérica de Winnie va a cuidar a la niña? -dijo Maureen, perdiendo la voz a mitad de la frase.

Detrás del mostrador, había dos hombre gritándose hasta que uno de ellos aplastó un pan frito en la encimera. El café se quedó en silencio. Todavía no había nacido, se decía Maureen, todavía no. No podía preocuparse por eso, no tenía tiempo de preocuparse por eso. Quería llegar hasta el fondo del problema de Jimmy y Ann, y no volver a pensar en Michael.

– Oye, si alguien sube droga a Glasgow, ¿se les paga antes o cuando la entregan?

Liam se rió.

– A la entrega.

Maureen frunció el ceño.

– ¿Por qué te ríes de mí?

– Eres muy inocente, Mauri. El viaje es la parte más peligrosa. Estaríamos todos arruinados si se pagara antes.

Maureen le sacó la lengua. A veces era muy condescendiente.

– Esa mujer -dijo ella-, murió de una forma muy rara.

– ¿Cómo?

Observó que Liam se metía una cucharada de cuscús en la boca.

– ¿Seguro que quieres oírlo mientras comes?

– No me importa -dijo él.

– Bueno, pues -dijo ella-. Le quemaron los pies y las manos, le cortaron los brazos y las piernas y le fracturaron el cráneo. ¿Te parece que es propio de un gángster?

Liam rebañó el plato con el último trozo de cordero.

– En realidad, no -dijo-. No, a menos que la torturaran para conseguir información -miró el plato vacío-. Seguramente intentaban borrar su identidad.

– Eso es exactamente lo que no hicieron. Le dejaron un nomeolvides con su nombre.

– Entonces, la debieron haber torturado. ¿Por dónde le cortaron las piernas?

– Por detrás de las rodillas.

Liam se incorporó y la miró con curiosidad.

– ¿De veras?

– Sí.

Miró hacia delante con la mirada perdida y recorrió las heridas de su propio cuerpo, moviendo los labios y tocándose las piernas, los pies y finalmente las manos, como una pequeña reverencia.

– Son lugares en los que te pinchas -dijo.

– ¿Eh?

– Los yonquis, se inyectan la droga en las venas de los brazos, las manos, los pies y, un poco más tarde, detrás de las rodillas.

– Tal vez consumía.

– Puede. -Liam encendió un cigarro y se reclinó, rascándose la barriga hinchada-. Estaba delicioso.

– ¿Sabes quién me da pena? -dijo Maureen-. La novia de Hutton. Está embarazada.

Liam resopló.

– Yo no gastaría energía sintiendo pena por Maxine Parlain.

Maureen dejó caer el tenedor encima de la mesa.

– ¿Es una Parlain? ¿De Paisley? -dijo.

Liam asintió.

Maureen se incorporó, moviendo un dedo frente a su hermano.

– Su hermano está aquí, Tam Parlain me envió un mensaje por el busca para que fuera a verlo a su casa.

– No fuiste, ¿verdad?

– No sabía que era él hasta que lo tuve delante. Es un traficante…

– Baja la voz -dijo Liam entre dientes.

– Lo siento, lo siento -susurró Maureen-, pero está en Londres y tiene algo que ver con toda esta historia. Martha dice que trabaja para Toner.

– Bueno -dijo Liam, escéptico-. No trabajará para él, puede que pase droga para él.

– ¿Por qué no puede trabajar para él?

– Porque es un Parlain, y son como un equipo, así que Tam siempre trabajará para ellos. Puede que Toner acepte que trabaje para él pero sabe perfectamente que siempre será leal a su familia. Quizá sólo se le haya acercado para establecer contacto con ellos. Es como el hijo idiota al que contrata otra empresa en un gesto conciliador.

– ¿Así que Toner tendrá muchos contactos en Escocia?

– Sí.

– Ann debía de ser un correo de Toner, no de Hutton.

– Bueno, ya lo tienes, se la vendería a los Parlain. Ese Tam tiene la cara llena de cicatrices.

– Ya lo sé -dijo Maureen-. ¿Es muy duro?

– No, todos dicen que es un gilipollas. Lo acuchillaban por molestar a la gente. Posiblemente está en Londres para mantenerse a salvo.

Maureen le dio a Liam el resto de la cena como recompensa y se reclinó y lo observó mientras comía. Los Parlain podían haber pasado el billete de avión por debajo de la puerta de Jimmy. Senga podía haberle dado a Maxine las fotos y Toner debía de tener en Glasgow una legión de lacayos dispuestos a falsificar fotos para él. Se quedó pensando en Elizabeth, la de la camiseta de Las Vegas. Había ido a Escocia en tren, puede que ella también fuera un correo. Liam se terminó la carne y se reclinó, limpiándose los dientes con un palillo. Maureen fue al teléfono público que había al fondo del restaurante. Contestaron el móvil antes de que dieran la señal.

– Hola -dijo Maureen alegre.

– Maureen, por el amor de Dios, vuelve a casa -dijo Leslie.

– ¿Qué?

Leslie apoyó el teléfono en el bolsillo, pero Maureen pudo oír cómo pedía permiso para salir. Escuchó el ruido de una silla y Leslie le dijo «espera, no cuelgues» antes de salir a algún sitio y cerrar una puerta.

– ¿Estás bien?

– No. Van a detenerme. La policía no se cree lo de la Polaroid. -Respiraba rápido y parecía muy asustada-. Creen que le dije a Jimmy dónde estaba Ann y que le di el dinero para el avión a Londres. Encontraron las fotos de Navidad en casa de Jimmy, y creen que volvió a casa después de estar en el albergue.

– Pero tú tienes las de Ann.

– Ya se lo he dicho, pero no me creen. Incluso si no me detienen, si el comité se entera de esto perderé el trabajo. -Por la voz se adivinaba que estaba a punto de llorar. Leslie se apoyó el teléfono en el hombro para recuperar la compostura, y Maureen oyó un ruido extraño mientras Leslie se lo apretaba contra el abrigo. Se aclaró la garganta y volvió a hablar-. Estaba en Londres, Mauri, estaba en Londres cuando la mataron.

– No les has enseñado las fotos de la paliza, ¿verdad?

– ¿Estás loca? ¿Están a punto de detenerme y voy a hacer eso?

– Oye -dijo Maureen-, diles que el hermano de Maxine Parlain vive en Londres y que conocía a Ann.

– ¿Y eso qué tiene que ver?

– Tú díselo. Vuelvo mañana.

– No pierdas la Polaroid.

– No lo haré, te lo prometo. Quédate tranquila, todo saldrá bien, lo prometo.

– Si no me echan, nunca volverán a confiar en mí. Acabaré trabajando en esa asquerosa oficina contigo.

Maureen tosió y dudó un momento.

– No voy a volver a ese trabajo, Leslie. Voy a hacer otra cosa.

– Vale -dijo Leslie, mirando a su alrededor-, pues guárdame un sitio.

– Escucha -dijo Maureen, más aliviada-, ¿qué dice Jimmy de las fotos?

– Dice que se las dejaron por debajo de la puerta, igual que el billete. Pensó que habías sido tú.

– Esa imbécil de Senga Brolly.

– Eso mismo pensaba yo -añadió Leslie.

Volvieron al piso expresionista de Martha y pasaron una velada horrible cambiando de canal, buscando algo soportable que ver mientras escuchaban a Martha hablar de lo increíble que era y de cómo la gente la confundía con una modelo. Miraron un programa muy aburrido sobre JFK y Martha se puso a explicar anécdotas obscenas. Alex había salido por un par de días. De hecho, Alex y Martha no congeniaban demasiado bien y ella estaba pensando en separarse. Maureen fumó hasta que se le durmió la lengua. Quería marcharse, irse a Brixton, perderse en el mundo de Ann. Martha y Alex llevaban juntos más de seis años, eso era mucho tiempo, ¿verdad? La separación de Una y Alistair debió de ser más dura para Liam de lo que lo era para Maureen. Una habría ido a hablar con Liam, confiado en él y hecho que se pasara horas enteras en casa con Michael. A Martha le gustaría tener el pelo como el de Maureen y Liam, un pelo negro y rizado precioso. Se levantó y fue hasta Liam para tocárselo y comentar con ellos la textura. Le encantaría tener el pelo así. Maureen nunca se había tomado muy en serio el proyecto de un nuevo bebé en la familia, a pesar de que Una y Alistair lo habían estado intentando durante años. La magnitud de la situación empezó a tomar forma. Una iba a tener un hijo sin el sentido común ni la presencia protectora de Alistair. Durante todos los años que habían estado intentando tener un hijo ninguno de ellos se imaginó que Martha se iba a cortar el pelo, muy corto…

– ¡Martha! -dijo Maureen, bruscamente. Estaba a punto de empezar una pelea pero Liam la miró fijamente.

– ¿Qué? -dijo Martha, sonriendo a Liam.

– ¡No te lo cortes! -exclamó Maureen, manteniendo la misma cara de rabia por continuar con lo mismo-. ¡Déjatelo largo!

– ¿De verdad? -Martha estaba encantada. No se dio cuenta de que Liam se apartaba de su lado y sonreía mientras alargaba el brazo hasta el cenicero.

– ¡Sí! ¡Es precioso!

Liam expulsó el humo por la boca y empezó a toser.

Eran las doce y la mediocre programación era cada vez peor. Martha insistió en que Maureen durmiese en el sofá, porque le gustaba mucho, ¿no es cierto? Le dio un saco de dormir y una almohada y le dio a Maureen una camiseta y unos pantalones de pijama. Le dijo a Liam que podía dormir en el suelo de su habitación. Él intentó resistirse pero Martha insistió sin ninguna vergüenza.

– ¿Te doy miedo? -dijo ella, sonriéndole a Maureen para que se pusiera de su lado.

– No, Martha, no me das miedo pero prefiero dormir aquí.

Martha sonrió.

– Pero hay más espacio allí. No seas tonto, te haré la cama en el suelo -dijo, y salió del salón.

Liam suspiró y cogió la chaqueta del suelo.

– Te veré mañana por la mañana, Mauri.

Maureen se acomodó en el sofá, vestida de pies a cabeza, enfadada con Martha y su piso hortera decorado al estilo hippy. Sabia que debía tomar una decisión. Podía abandonar al bebé de Una a su destino, quedarse lejos de todos y seguir con su vida con los ojos cerrados a gente decente como Vik. O bien podía levantarse y afrontarlo. Quería a Vik y las noches de cine y los días en la playa y la botella de vino. Quería una compañía normal, decente. Quería a Vik.

Había estado pensando en Michael y en el bebé de Una durante más de una hora cuando escuchó que el suelo de la habitación de al lado crujía y oyó los gemidos de Liam. Maureen golpeó el suelo para recordarles que ella estaba allí pero no le hicieron caso. Intentó no oírlos cerrando la puerta del recibidor pero se quedaba abierta por el suelo inclinado y el marco dado de sí.

Se sentó junto a la ventana, lo más lejos que pudo de la puerta, observando los camiones y los taxis negros que se paraban en el semáforo, mientras Liam se estaba tirando a Martha para quitársela de encima.

Se despertó en el hueco sillón, convencida de que estaba en casa y de que Una estaba vomitando sangre por la ventana. Se le había caído el cigarro y había quemado la alfombra. No podía ponerse enfrente de Liam ni de Martha, no podría disimular su enfado. Metió las cosas en la bolsa y dejó una nota para Liam en la que le decía que se encontrarían en el aeropuerto. Salió del piso de puntillas, bajó la escalera y salió a la calle. Quería encontrar a Elizabeth.

Con la guía de Londres en la mano, fue desde la casa de Martha hasta Brixton. Había pocas nubes y los rayos del sol inundaban las calles. Hacía calor. Lynn estaría en su casa en Glasgow, esperando que su Liam volviera. Pensó en Liam e intentó recordar qué le había dicho a Tonsa. Necesitaba dormir dos días enteros. Se paró a comprar cigarros y un cartón de medio litro de leche, y se lo bebió por el camino desde Oval hasta Brixton. Le vino a la cabeza la imagen de Michael con el hijo de Una en brazos, le estaba cortando las piernecitas con las afiladas uñas.

Estaba de pie al borde de la acera de la calle más ancha, esperando para cruzar, cuando levantó la mirada y vio a Frank Toner caminando por la acera con una cría colgada del brazo. Era alta pero increíblemente joven, como una niña alargada y con pechos. Toner la cogió por la cintura y la apretó contra él, haciendo que se le doblara el tobillo mientras él hundía la cara en la abundante melena de la chica. La chica sonrió ampliamente, abrió la boca y enseñó todos los dientes, pero los ojos dejaban entrever que estaba asustada. Cuando Toner apartó la cara, se giró y miró directamente a Maureen. Se paró y a Maureen se le cortó la respiración.

Venía directo con la cabeza alta, cruzando la calle con la chica, ahora la llevaba de la mano. Los coches frenaron y ella lo siguió cautelosa, precavida encima de los tacones de aguja que llevaba. Toner aceleró el paso, moviendo el brazo libre como si fuera un lustre. La chica lo hacía ir más despacio así que la soltó y la dejó en mitad de la calle. Se quedó helada, el pelo negro le caía encima de los ojos mientras los frenos de un Volvo chirriaban delante de ella. Frank Toner venía.

Maureen se quedó quieta en la acera, observándolo. Debería haber echado a correr pero estaba sudada y muy cansada, y sabía que tampoco habría ido demasiado lejos. Si moría ahora, jamás volvería a casa, jamás vería Ruchill o tendría que salvar al hijo de Una, Liam estaría a salvo y Vik quedaría para siempre como una posibilidad. Contuvo el aliento y él alargó un brazo, la agarró por el sobaco con una mano rígida, la levanto y sus pies perdieron el contacto con el suelo, y cruzó toda la acera llena de gente. Detrás de ellos, la chica estaba temblando encima de los tacones y gritaba «¡Frank! ¡Frank!». El aire olía a agua, como la brisa de Garnethill, y Maureen se resignó.

Toner la llevaba al principio de Coldharbour Lane. Le hacía daño, le estiraba los tendones, le apretaba los huesos, la cogía más fuerte de lo necesario. La gente los miraba, Toner calle arriba con la barbilla bien alta y una mujer menuda y cansada colgada del brazo. No parecía asustada, ni preocupada, sólo estaba colgada junto al hombre como un títere con una mata de pelo rizado.

Giraron la esquina y subieron por Coldharbour, pasaron por delante de las bonitas tiendas y de los bares de hombres de negocios, en dirección al Coach and Horses. Pero Leslie necesitaba la Polaroid. Leslie la necesitaba. Maureen empezó a forcejear, rascándole la mano a Toner y llamando su atención cuando pasaron por delante de Electric Avenue. Una sombra se les acercó, Toner cayó al suelo, soltando a Maureen y se quedó boca abajo. Un brazo rodeó a Maureen por la cintura, la levantó, la puso horizontal y empezó a correr calle abajo, la llevó al mercado y se mezclaron entre las tiendas.

Mark Doyle la dejó en el suelo y la cogió del antebrazo, apretándole la piel con aquellas callosas manos. La llevó hasta un oscuro portal, por un pasillo estrecho y descubierto, cruzaron otra puerta y subieron una tramo de escaleras de madera desgastadas. Él se puso detrás y Maureen corrió lo más rápido que pudo, despierta y asustada de repente, preocupada. Subieron cuatro tramos de escaleras hasta que llegaron frente a una puerta. Doyle abrió la puerta con tres cerraduras gruesas e hizo entrar a Maureen. Era una habitación con los techos altos y muy amplia, sin muebles, inundada por la luz del sol que entraba por una ventana en forma de arco que había al fondo.

Maureen se acercó a la ventana con cuidado, de puntillas, para mirar afuera, por si Toner estaba allí. Estaban tres pisos por encima de las tiendas de la calle ancha. Se dio la vuelta y miró a su alrededor. Al otro lado de la habitación había un saco de dormir rojo arrugado encima de un colchón sucio y un cenicero lleno al lado. Los dos respiraban con rapidez, tenían las caras bañadas en sudor y preocupación. Maureen estaba a punto de preguntarle por qué le había salvado la vida cuando se dio la vuelta y lo vio fregándose las manos.

– Eres más fuerte de lo que pareces -dijo él.

Estaba sola con Mark Doyle en una habitación que nadie sabía dónde estaba, sin salida y con tres cerrojos.

– Mucho más fuerte.

Mark Doyle sonrió y fue hacia Maureen, que estaba resoplando sola junto a la ventana.