174665.fb2 Muy en secreto - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 13

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Capítulo Doce

Cuando Lucy llegó a ley Creek intentó usar de nuevo el teléfono. Por fin funcionaba. Llamó al 911, y al poco acudieron en su auxilio varias personas del servicio de urgencias.

Un hombre del equipo médico de la ambulancia que se hizo cargo de Bryan le dijo que iban a trasladarlo en helicóptero al hospital más cercano, en Poughkeepsie, y le dio las indicaciones necesarias para que pudiera ir allí en coche.

Lucy nunca sabría cómo había podido llegar, porque durante todo el trayecto apenas tuvo la mente diez minutos seguidos en la carretera.

Cuando preguntó en el mostrador de urgencias por Bryan le dijeron que lo habían llevado directamente al quirófano.

De camino allí Lucy había tomado una decisión: Bryan podía morir y no quería que muriese solo, sin que su familia se enterase de nada.

Por eso llamó a su padre, luego a su madre, y finalmente a Scarlett. Probablemente Bryan no lo aprobaría. Tendría que darle explicaciones a su familia; explicaciones que había estado evitando darles durante todos esos años, pero sentía que tenía que hacerlo. Le daba igual que se enfadara con ella.

Cuando llegaron sus padres, casi al mismo tiempo, aún estaban interviniéndolo.

– Estábamos en una cabaña en la región de los Catskills -les explicó Lucy, escogiendo con cuidado sus palabras. No quería mentirles, pero en la medida de lo posible protegería el secreto de Bryan-. Estábamos fuera de la casa cuando descubrimos que había entrado un hombre. Estaba armado, comenzó a dispararnos, y Bryan resultó herido.

– ¿Y cómo es que a ti no te hirió? ¿Consiguió escapar? -le preguntó Amanda-. ¿Llamaste a la policía?

– La verdad es que no sé cómo logré salir indemne -murmuró Lucy, sintiendo que los ojos se le llenaban de lágrimas-. Lo único que recuerdo es que conseguí subir a Bryan al coche y que nos alejamos de allí. Una vez estuvimos en la localidad más cercana le expliqué a la policía lo que había ocurrido, pero no sé qué fue del hombre que disparó a Bryan.

Esperaba que Vargov estuviese vivo; quería testificar contra él para que lo metieran en la cárcel y se pudriera allí durante el resto de su vida.

– No lo comprendo -dijo el padre de Bryan, mirándola con el ceño fruncido-. Primero intentan secuestrarte y ahora esto… ¿Tienes alguna relación con gente peligrosa, Lindsay?

Lucy decidió que tenía que decirles la verdad.

– No, señor Elliott; soy testigo de un caso que está investigando el gobierno, un caso de malversación de fondos públicos que alguien está tratando de enviar a un grupo terrorista en el extranjero.

– Pero… ¿qué tiene que ver nuestro hijo con eso? -quiso saber el padre de Bryan.

Amanda puso una mano en el hombro de su ex marido.

– Creo que eso es muy evidente, Daniel: nuestro Bryan trabaja para el gobierno; es un espía.

Un gemido ahogado escapó de los labios de Lucy, pero no confirmó ni negó las palabras de Amanda.

– ¿Que es un qué? -inquirió el señor Elliott mirándola anonadado.

– No sé cómo no lo imaginé antes -murmuró la madre de Bryan, sacudiendo la cabeza-. Sus constantes viajes, las lesiones, las medidas de seguridad en su apartamento…

Daniel la miró boquiabierto.

– ¿Estás diciéndome que intuías que nuestro hijo era un espía? Pero… ¿cómo podías saber eso?

– Porque las madres tenemos un sexto sentido para estas cosas -respondió ella.

En ese momento llegaron Scarlett y su prometido, John, y, poco después, fueron apareciendo otros miembros de la familia.

Lucy conocía a algunos, a otros no, pero según parecía, cuando un Elliott tenía problemas los demás se unían en torno a él, como una piña.

En esa ocasión no presenció discusión alguna, como las otras veces que los había visto, y sí hubo en cambio lágrimas y abrazos.

Incluso la tía Finola, ésa que decían vivía por y para su trabajo, se presentó allí.

Lucy se sentó en un rincón de la sala de espera, sintiéndose como una extraña en medio de aquella familia tan unida, y rezó en silencio, rogándole a Dios para que Bryan sobreviviese.

Cuando Bryan recobró el conocimiento lo primero que sintió fue pánico. Recordó el fuego cruzado, cuando aquella bala le había dado de lleno en el hombro, el dolor, la sangre… y luego… ¡Lucy! Oh, Dios, ¿qué había pasado con Lucy? ¿Estaba viva o muerta?

– Lucy… -murmuró.

Alguien estaba sosteniendo su mano, pero no tenía fuerzas para abrir los ojos. Olía a alcohol y a medicinas, y el único ruido que se oía de fondo eran los suaves pitidos de alguna máquina. De pronto se sintió transportado a sus diez años, cuando se había despertado tras la operación de corazón.

– ¿Bryan? ¿Estás despierto?

Era la voz de su madre, su madre, que en ese momento le apretó la mano. Sin embargo, ya no tenía diez años.

– Lucy… -repitió de nuevo, abriendo los ojos con dificultad. Su padre también estaba allí-. ¿Qué estáis haciendo aquí? -inquirió con voz débil.

– Lindsay nos llamó. ¿Cómo te encuentras?

Como si tuviera la cabeza llena de algodón y en el pecho le estuvieran clavando mil cuchillos.

– Bien -mintió. Al menos estaba vivo, y eso ya era mucho. Entonces se dio cuenta de lo que su madre había dicho. «Lindsay» los había llamado. Eso significaba que estaba viva-. ¿Está bien? ¿Lindsay está bien?

– Tiene unos cuantos arañazos, pero se encuentra bien -lo tranquilizó su madre.

– Perdiste mucha sangre por el disparo -le dijo su padre-. La bala cortó una arteria, pero por suerte no llegó a ningún órgano importante. Te pondrás bien.

– Y cuando estés completamente recuperado… -intervino su madre-… te mataré yo por habernos ocultado durante todo este tiempo que eres un agente secreto.

Oh-oh… Su secreto ya no era tal. La verdad era que tendría que extrañarle que su madre, que siempre había sido tan perspicaz, no hubiese atado cabos mucho antes.

– Porque pensaba que os preocuparíais.

Los ojos de su madre se llenaron de lágrimas.

– Oh, Bryan, no te hicimos aquella operación de corazón para que ahora arriesgues tu vida persiguiendo terroristas.

– Lucy… quiero decir… Lindsay… ¿os lo ha contado todo?

– No, apenas nos ha dicho nada -contestó su madre-. Sólo nos dijo que un hombre armado había entrado en la cabaña, pero yo empecé a entender de repente muchas cosas que llevaban preocupándome desde hacía un tiempo. Bryan, estoy muy disgustada contigo -le dijo sollozando-, pero también muy orgullosa de ti.

Su padre le rodeó los hombros con el brazo, y Bryan se dio cuenta de que era la primera vez desde su divorcio que los veía así, apoyándose el uno en el otro.

– ¿Dónde está Lucy? Quiero decir… Lindsay.

– No tienes que seguir con eso, hijo. El verdadero nombre de Lindsay es Lucy, ¿no es eso? -lo reprendió su padre.

Bryan asintió.

– Está en la sala de espera -contestó su madre.

– ¿Podríais pedirle que viniera. Necesito verla; necesito decirle…

– Iré a buscarla -dijo su madre dándole unas palmaditas en la mano.

Luego se puso de pie y lo dejó a solas con su padre.

– Esa chica… Lucy… es muy especial para ti, ¿no? -le preguntó éste.

– Más de lo que te puedas imaginar -respondió Bryan contrayendo el rostro. El anestésico estaba perdiendo sus efectos y el dolor en el pecho y en el hombro era cada vez peor-. Lo malo es que no creo que podamos… Quiero decir que la única razón por la que está conmigo…

– Si es especial para ti no la dejes ir -lo interrumpió su padre en un tono solemne-. Te dejo para que descanses.

Bryan querría haberle dicho que no necesitaba descansar, que lo que necesitaba era ver a Lucy, pero los párpados le pesaban horriblemente, y pronto se quedó dormido.

Cuando volvió a abrir los ojos Lucy estaba sentada en una silla al lado de la cama. Alguien le había dado una sudadera para que se la pusiera encima de la camiseta de tirantes. Tenía el rostro lleno de arañazos, el cabello todo despeinado… y estaba más hermosa que nunca.

– Lucy…

– Estoy aquí.

– Perdona que te haya dado este susto -murmuró Bryan.

– Estás vivo y eso es lo que importa -replicó ella-. Ahora tendrás una cicatriz más en tu colección, eso es todo.

Por el tono de su voz parecía como si estuviera conteniendo las ganas de llorar.

– Me has salvado la vida -dijo Bryan-; no sé cómo podré agradecértelo.

Lucy se encogió de hombros.

– En realidad no corrí ningún riesgo. Vargov está muerto. Por eso dejó de dispararnos. Parece que le dio un ataque al corazón.

– Vaya. Bueno, al final no era tan mal tipo como creíamos si tuvo la decencia de morirse mientras nos estaba tiroteando -murmuró él. Lucy lo miró de hito en hito-. Lo siento, en este trabajo el humor negro nos ayuda a superar los malos momentos.

– No pasa nada. Es que… bueno, todavía me resulta difícil creer que… en fin, fue siempre tan amable conmigo.

– Lo entiendo -dijo Bryan tomándole la mano y apretándosela suavemente-. ¿Quién te ha dicho que está muerto?

– Orquídea se puso en contacto conmigo. Parece que ahora es ella quien está al mando. No me dijo mucho más; sólo que ya puedo volver a casa. Dice que ahora que Vargov ha muerto ya no hay peligro.

Eso era algo que Bryan preferiría verificar por sí mismo.

– ¿Y es eso lo que quieres?, ¿quieres volver a casa?

Lucy se encogió de hombros otra vez.

– Quizá pueda recuperar mi empleo en el banco.

Bryan recordó entonces lo que su padre le había dicho de no dejar ir a Lucy.

– ¿Y si yo te ofreciera otro tipo de trabajo?

– ¿Qué?

– Tienes una habilidad increíble para resolver enigmas. Podrías ayudarnos muchísimo.

Lucy lo miró como si estuviese pensando que se había vuelto loco.

– ¿Estás diciéndome que crees que debería convertirme en espía, como tú?

– Bueno más bien estaba pensando en que podrías colaborar con el gobierno de forma esporádica. Estoy seguro de que mis superiores estarían dispuestos incluso a darte la preparación necesaria.

Lucy abrió mucho los ojos.

– ¿En serio? Eso sería estupendo.

– Y cuando no estés trabajando en un caso podrías ayudarme con el restaurante y… -Bryan se quedó callado al ver lo seria que se había puesto de repente-. No pareces demasiado entusiasmada.

– No es eso; me encantaría hacer lo que estás diciendo; es sólo que…

– No me quieres.

– Por supuesto que te quiero. Oh, diablos, no debería haber dicho eso. Soy patética, ¿no? Una chica de Kansas enamorada de un espía millonario.

Bryan se había quedado sin aliento. Había lanzado aquella pregunta encubierta como quien lanza un órdago jugando a las cartas. No había imaginado que Lucy estuviese enamorada de él. No se había atrevido a soñar que…

– Y si estás enamorada de mí, ¿a qué viene esa cara de pena? Lucy, ¿es que todavía no te has dado cuenta? Quiero que te quedes en Nueva York porque estoy loco por ti.

El rostro de Lucy se iluminó, pero luego volvió a ensombrecerse y los ojos se le llenaron de lágrimas.

– No podría soportarlo, Bryan. No podría soportar que desaparecieras sin ninguna explicación; no saber cuándo volverías… o si volverías siquiera. No estoy hecha para ser la novia de un espía.

Bryan le apretó la mano de nuevo.

– Voy a dejarlo, Lucy. No habrá más peligro, ni más viajes al extranjero, ni más mentiras a mi familia.

– Pero… pero a ti te apasiona tu trabajo. Tú mismo me lo dijiste.

– Es verdad, pero he descubierto que valoro más el estar vivo. Además, hay muchas otras tareas que puedo desempeñar para la agencia: analizar datos, coordinar misiones, interrogar a sospechosos… Pero también quiero dedicar más tiempo al restaurante. Como ves hay muchas opciones.

– ¿Y podré quedarme con la ropa que me dio Scarlett? -inquirió Lucy.

Bryan sospechó que estaba intentando distraerlo para eludir darle una respuesta.

– Te compraré toda la ropa que quieras; incluso podríamos comprar un vestido de novia.

Lucy emitió un gemido ahogado y se tapó la boca con una mano.

– Bryan, no digas esas cosas a menos que estés hablando en serio; es algo cruel.

– ¿Crees que no estoy hablando en serio? Quiero que seas mi esposa, Lucy, y francamente, si no me caso contigo estoy seguro de que mi familia no volverá a dirigirme la palabra. ¿Qué me dices?

– Digo que estás loco -murmuró Lucy intentando en vano soltar su mano-. ¡Así no es como se supone que tiene que ser! -protestó.

– Te lo volveré a pedir a la luz de las velas y con violines de fondo en cuanto salga de aquí -le dijo Bryan-, pero, por amor de Dios, Lucy, dime que sí.

Por toda respuesta ella se inclinó y lo besó hasta que una de las máquinas que controlaba sus constantes vitales comenzó a hacer un pitido que hizo que entrara una de las enfermeras.

– Pero… ¿qué está usted haciendo? -reprendió a Lucy apartándola de la cama-. Vamos, vamos, fuera.

Los ojos de Bryan buscaron los suyos.

– ¿Eso era un sí?

Lucy asintió con una sonrisa en los labios y los ojos llenos de lágrimas.

Dos semanas más tarde, en un caluroso día de finales de julio Lucy y Bryan se casaron en The Tides, la finca de sus abuelos.

Scarlett había encontrado para ella el vestido de novia perfecto, sencillo pero elegante, y Lucy se sentía como una princesa de cuento de hadas. Bryan les había enviado a sus padres sendos billetes de avión, en primera clase, y sus padres, que nunca había salido de Kansas, viajaron hasta Nueva York.

Ni siquiera se habían dado cuenta de que Lucy llevaba semanas «desaparecida». La habían llamado por teléfono, y cuando les había saltado el contestador habían pensado que habría salido de viaje y no habían vuelto a preocuparse, así que Lucy había preferido no contarles nada. No quería que se pasasen el resto de sus vidas rezando por ella.

– ¿No estarás embarazada, verdad? -le había preguntado su madre en un siseo cuando fueron a recogerlos al aeropuerto.

Lucy se rió, sorprendiéndose a sí misma.

– No, mamá, sólo enamorada.

– Vaya. Bueno, pues creo que esta vez has dado con el hombre correcto. ¿Has viajado en primera clase alguna vez? Es increíble…

Todos los Elliott acudieron a la boda; incluso unos cuantos a los que Lucy aún no conocía. Todavía tenía que aprenderse todos sus nombres. Bryan había cerrado Une Nuit ese día para que todos los empleados pudieran asistir también a la boda.

Stash, por supuesto, había ido allí en su Peugeot, que ahora tenía unos cuantos agujeros de bala en la carrocería.

Bryan se había ofrecido a pagar la reparación, pero Stash le había dicho que no era necesario, y era evidente que estaba disfrutando de lo lindo contándole a todo el mundo la historia de aquellos balazos, así que Lucy procuró mantener a sus padres alejados de él.

Bryan estaba más guapo que nunca. El vendaje del hombro casi no se notaba debajo del esmoquin, y cuando se hicieron las fotografías se quitó el cabestrillo del brazo para volver a ponérselo luego. Se suponía que no debía usar el brazo hasta que estuviera completamente curado, pero decía que no le dolía.

La ceremonia fue breve, pero sentida, y luego se celebró un gran banquete. El chef Chin había ocupado la cocina de Maeve como un general que hubiera conquistado una ciudad, y los platos que había preparado eran simplemente deliciosos.

Pero el broche del día fue la tarta de cuatro pisos, una sorpresa que Bryan había querido darle a Lucy, que no se dio cuenta de qué tarta era hasta que Bryan le dio a probar un trozo mientras les hacían más fotos.

Nada más probar aquel bocado las mejillas de Lucy se encendieron.

– Lucy, ¿ocurre algo? -le preguntó Bryan solícito.

– Creo que estoy teniendo algo parecido a la respuesta condicionada de Pavlov -murmuró Lucy.

Nunca hubiera imaginado que el probar un trozo de tarta pudiera excitarla.

Bryan se echó a reír.

La madre de Bryan, que había llegado unos segundos antes de la ceremonia se acercó a abrazarlos.

– Temía que no vinieras, mamá -le dijo Bryan.

– No iba a perderme la boda de mi hijo… aunque tenga que estar bajo el mismo techo que él -respondió su madre, señalando con la cabeza a su abuelo Patrick de un modo despectivo.

Aquella familia tenía más disputas que las de las telenovelas, pensó Lucy, pero… ¿qué familia no las tenía?

– ¿Eres feliz? -le preguntó Bryan antes de besarla, cuando su madre se hubo alejado.

– Muchísimo -respondió Lucy con los ojos brillantes.

– Pues deberías estar preocupada.

– ¿Por qué?

– Porque encajas a la perfección en esta familia de locos. Ahora eres una Elliott, Lucy.

Lucy sonrió. Nada podría haberla hecho más feliz.