174676.fb2 Nadie llora al muerto - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 11

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10

La prensa se había esfumado, el agente había sido relevado de su puesto y el camino a la casa parecía dormido, tranquilo, pacífico a la luz del sol. Al cruzar la puerta de los Gilbert, Kincaid murmuró algo que a Gemma le sonó como «este jardín del Edén…».

– ¿Qué? -dijo volviéndose hacia él mientras jugueteaba con el pestillo.

– Nada. -La alcanzó y caminaron lado a lado por el sendero-. Tan sólo es una cita recordada a medias. -Al doblar la esquina vieron a Lewis levantarse en su cercado. Su ladrido de alarma ante los desconocidos pasó, en cuanto Kincaid le hizo caso, a un aullido de excitación.

– Has hecho una conquista -dijo Gemma al verle rascarle las orejas al perro a través de las rejas.

Se volvió hacia ella y la miró a los ojos.

– Por lo menos una.

Gemma se ruborizó y se maldijo por haber metido la pata otra vez. Mientras pensaba una respuesta adecuada la puerta de la cocina se abrió y Lucy los llamó. Salió al escalón, en todo su esplendor con el ancho jersey rojo, los calcetines arrugados y una falda escocesa muy corta.

– Claire se ha ido a ver a Gwen antes de misa -dijo Lucy cuando llegaron a la casa. Al observarla más de cerca Gemma pudo ver que se le había puesto la piel de gallina entre los calcetines y el principio de la falda.

– ¿Gwen? -preguntó Kincaid.

– Ya sabe, la madre de Alastair. Claire siempre va los domingos por la mañana y ha pensado que sería buena idea no interrumpir la rutina. ¿Quieren entrar? -Lucy abrió la puerta y los dejó pasar.

Una vez en la cocina ella se sentó a la mesa delante de un bol de cereales. No obstante no siguió comiendo.

– Me alegro de que hayan venido -dijo un poco incómoda, juntando las manos sobre su regazo-. Les quería dar las gracias por lo que hicieron ayer, dejar que Geoff volviera a casa y eso.

– De eso fueron responsables las amistades de Geoff. Parece que tiene unas cuantas. -Kincaid apartó una silla del rincón y Gemma hizo lo mismo, aunque a ella le pareció insólito estar tan informalmente en esta habitación.

– No creo que lo supiera hasta ayer noche. No piensa que merece el aprecio de las personas.

Gemma miró la expresión en el rostro en forma de corazón de la joven y se preguntó si Geoff sentía que merecía el amor de Lucy, porque de repente se dio cuenta de que Lucy sí amaba a Geoff y con la pasión de la que es capaz una chica de diecisiete años.

– Lucy -dijo Kincaid-, ¿crees que nos puedes ayudar a resolver algo dado que tu madre no está en casa?

– Claro. -Miró a Kincaid expectante.

Gemma se preguntó de qué manera iba a enfocar la cuestión. Al pasar por la comisaría, Kincaid había comprobado en la agenda de Gilbert que estaba en lo cierto en lo del número de teléfono. Cuando preguntó, con paciencia exagerada, por qué no se le había informado de la conexión, el agente a cargo había murmurado algo como que «supusimos que el comandante había llamado a su esposa».

– La primera regla en la investigación de un asesinato, colega -había dicho Kincaid con su cara a un centímetro de la del agente-, cosa que debería haber aprendido en las rodillas de su jefe, es que nunca se debe suponer.

Ahora iba a abordar otra suposición.

– ¿Tu madre tiene la costumbre de trabajar hasta tarde, Lucy?

Negó con la cabeza haciendo mover su melena.

– Le gusta estar en casa cuando llego de la escuela y nunca se retrasa más de unos minutos.

– ¿Y la noche antes de la muerte de Alastair? ¿Sucedió algo fuera de lo corriente?

– Eso fue el martes. -Lucy pensó un momento-. Las dos estábamos en casa a las cinco y luego mamá miró una película clásica conmigo. -Se encogió de hombros-. Nada extraordinario.

Kincaid enderezó el individual y lo alineó con precisión al borde de la mesa.

– ¿Alastair telefoneaba a tu madre a la tienda?

– ¿Alastair? -Parecía perpleja-. No lo creo. A veces hacía que su secretaria llamase aquí y ella dejaba un mensaje si iba a retrasarse. Y a veces ni siquiera llamaba. No era de los que se molestasen -añadió-. Incluso cuando mamá se rompió la muñeca el verano pasado no se molestó en venir. Geoff vino conmigo a recogerla al hospital. Entonces sólo tenía un permiso de aprendizaje.

– ¿Cómo pasó? -preguntó Gemma.

– Conducía por la carretera que pasa por Hurtwood. Dijo que cayó en un bache enorme y el volante se giró tan violentamente que le rompió el hueso en la muñeca.

– ¡Au! -Gemma se estremeció al pensarlo.

Lucy añadió sonriendo:

– Además fue en la mano derecha y tuve que hacerlo todo yo durante semanas. No le gustó nada. Pobre mamá. Pero al menos hizo que no se mordiera las uñas.

Kincaid miró la hora.

– Supongo que es mejor que no sigamos esperando. ¿Te importa que haga una llamada desde el estudio de Alastair?

Cuando hubo salido de la cocina, Lucy sonrió un poco tímidamente a Gemma.

– Es muy agradable. Tiene suerte de trabajar con él todos los días.

Desconcertada, Gemma buscó una respuesta. Una semana atrás ella lo hubiera reconocido fácilmente, incluso con aire de suficiencia. Sintió una punzada tan aguda por la sensación de pérdida que se quedó sin respiración. No obstante fue capaz sonreír.

– Por supuesto. Tienes toda la razón -dijo finalmente tratando de sonar convincente. Luego hizo lo posible por ignorar la mirada desconcertada de Lucy.

– ¿Bien? -dijo Gemma cuando llegaron al camino-. Pienso que podemos estar casi seguros de que Gilbert llamó a Malcolm Reid.

– Tendría que haberme dado cuenta antes -dijo Kincaid con el ceño fruncido.

Gemma no le dio importancia.

– Decir eso es inútil. Es como decir que deberías haber recordado lo que olvidaste. ¿Qué viene ahora?

– Tengo la dirección de los Reid, pero primero vayamos a ver a Brian.

Dejaron el coche en el camino y caminaron hasta el pub, pero lo encontraron cerrado. Kincaid golpeó la puerta, pero no hubo respuesta.

– Supongo que el domingo por la mañana a primera hora no es el mejor momento para desafiar al dueño de un pub. Recuerdo haberle oído decir a Brian que no era mañanero. -Se dio la vuelta y añadió-: Tendremos que volver. Vayamos a ver a Malcolm y señora.

* * *

– Creo que era allí. -Gemma miró atrás, al hueco en el seto que acababan de pasar-. Hazel Patch Farm. He visto un pequeño cartel escrito a mano en el poste.

– Maldita sea -blasfemó entre dientes Kincaid-. No hay sitio para dar la vuelta. -Redujo la marcha y siguió adelante lentamente por las curvas cerradas buscando una entrada accesible o una pista a una granja. Estaban en la cima de las colinas arboladas entre Holmbury y Shere y Gemma opinó que habían encontrado el lugar bastante rápidamente, teniendo en cuenta de que sólo disponían de las indicaciones del empleado de un garaje de Holmbury St. Mary.

Llegaron a un apartadero y mediante una hábil maniobra Kincaid logró cambiar de sentido. Al poco rato ya estaban cruzando la puerta de la granja. Kincaid detuvo el coche en un área cubierta de grava junto al seto.

– Diría que no se trata de una granja en funcionamiento -comentó mientras salían del coche y miraban a su alrededor. La casa estaba junto a unos árboles y lo poco de la construcción que era visible tras las enredaderas no parecía pretencioso.

Malcolm Reid salió por la puerta en tejanos desgastados y un viejo suéter. Su aspecto no era tan de revista como le había parecido a Gemma en la tienda. Pensó no obstante que quizás se le veía más guapo. Si estaba sorprendido por verse interrumpido un domingo por la mañana en su casa, consiguió disimularlo. El par de springer spaniels que tenía a sus pies fueron a olerlos a los dos con equitativa cortesía.

– Pasen por detrás -dijo amablemente y los acompañó por un pasaje poco iluminado.

Entró a la casa primero y anunció:

– Val. Son el comisario Kincaid y la sargento James.

Cualquier otra cosa que el anfitrión estuviera diciendo sobre ellos se le pasó por alto a Gemma. Estaba demasiado extasiada para oír la conversación. Se encontraban en una cocina alicatada en terracota y era mucho menos intimidante de lo que había imaginado después de ver la exposición high-tech de la tienda. Los armarios eran azul viejo. Había una cocina Aga de color girasol, al igual que una encimera de gas. Del techo pendía un colgador donde había expuesta una colección de cazuelas de cobre. La habitación se abría a un solárium cuyas ventanas daban a una abrupta ladera. A lo lejos se veía la cadena montañosa de North Downs.

Kincaid le dio un leve codazo y Gemma se concentró en la mujer que se estaba levantando de entre un montón de periódicos que cubrían la mayor parte de un cómodo sofá.

– Nos han pescado en plena práctica de nuestro vicio de las mañanas de domingo -dijo riendo mientras se acercaba a ellos con la mano extendida-. Los leemos todos: los intelectuales, los populares, los insoportablemente dirigidos a la clase media. Soy Valerie Reid.

Incluso descalza, con unas mallas y lo que parecía ser una de las viejas camisetas de rugby de su marido, la mujer rebosaba sex-appeal. Morena, de ojos oscuros, piel cetrina y una luminosa sonrisa que la hacía parecer tan mediterránea como su cocina. Sin embargo su acento tenía trazas de escocés.

– ¿Le gusta? -le preguntó a Gemma apuntando a la cocina. No había pasado por alto la mirada embelesada de la sargento.- ¿Cocina…?

– Querida -dijo su esposo-, no están aquí para hablar de cocina, por difícil que te sea imaginarlo. -Le dio un apretón afectuoso en los hombros.

– Sin embargo no pueden hablar sin tomar algo. Los bollos integrales todavía están calientes y voy a preparar café con leche.

Kincaid abrió la boca para protestar.

– No, en serio, es usted muy…

– Siéntese -ordenó Valerie y Kincaid se sentó obedientemente en un hueco despejado en el sofá. Gemma se entretuvo en la cocina, olisqueando cuando Valerie abrió el horno caliente.

– Debe de estar preguntándose cómo logro mantenerme en forma -dijo Malcolm mientras se sentaba junto a Kincaid. Apuntó a los dos perros que se habían estirado a la luz del sol sobre el suelo de baldosas-. Si no fuera porque llevo a correr a esos dos por las colinas dos veces al día probablemente no sería capaz de pasar por la puerta y mucho menos entrar en mi ropa. La cocina de Val es irresistible.

El silbido de la máquina de café expreso llenó la habitación y después de que Valerie llenara dos tazas, Gemma la ayudó a llevar el café y los bollos al solárium. Tras sentarse en una cómoda silla, Gemma probó el bollo. Valerie la estaba mirando expectante.

– Maravilloso -dijo Gemma con sinceridad-. Mejor que cualquier cosa hecha en una panadería.

– Se tarda diez minutos en preparar la masa y sin embargo la gente compra la mezcla hecha de los supermercados. -Valerie arrugó la nariz y su tono parecía denunciar el crimen organizado-. A veces pienso que los ingleses son incorregibles.

– Pero usted es inglesa, ¿no? -preguntó Gemma con la boca llena de migas.

– Por favor, llámeme Valerie -dijo cogiendo ella misma un bollo-. Mis padres son italianos britanizados. Se instalaron en Escocia y abrieron la cafetería más británica posible bajo el principio de que «todo lo que ustedes hagan, nosotros lo hacemos mejor». Esto se extendió incluso a los nombres de sus hijos. -Se dio un golpecito en el pecho-. Si creen que Valerie suena exagerado, sepan que llamaron a mi hermano Ian. ¿Pueden imaginar algo menos italiano que Ian? Y aprendieron a freír todo en grasa rancia, siguiendo la mejor tradición inglesa.

»Pero los perdoné porque todos los veranos me enviaban a Italia con mi abuela y así aprendí a cocinar.

– Val. -La voz de Malcolm sonó divertida-. Dale una oportunidad al comisario, ¿quieres?

– Lo siento -dijo Valerie nada avergonzada-. Haga lo que tenga que hacer. -Se acomodó en su nido de periódicos con una taza de café con leche en una mano y el plato con el bollo sobre sus rodillas.

Kincaid sonrió y dio un sorbo a su café antes de responder.

– Señor Reid. ¿No nos dijo que no tuvo contacto alguno con Alastair Gilbert antes de su muerte? -Antes de que Reid pudiera afirmar o negar esta pregunta más bien abierta, Kincaid prosiguió-: Pero de hecho creo que nos ha inducido a error. Usted tenía una cita con Gilbert a las seis del día anterior a su muerte y que él confirmó por teléfono. ¿Qué asunto tenía que tratar Gilbert con usted, señor Reid?

Un buen farol, pensó Gemma, ¿pero funcionaría?

Malcolm Reid miró abiertamente a su mujer y luego se frotó las manos en los pantalones.

– Val dijo en su momento que no era buena idea, pero sencillamente no quería complicarle la vida más de lo necesario a Claire. Ya lo tiene difícil tal como están las cosas.

Como no continuaba, Kincaid dijo:

– Debe dejarnos a nosotros la interpretación. Haremos todo lo necesario para causar las mínimas molestias a Claire. Pero la única manera para que pueda proseguir con su vida es que este asunto se resuelva. ¿Lo entiende?

Reid asintió y volvió a mirar a su esposa. Pareció que iba a hablar, se detuvo y finalmente prosiguió:

– Todo esto resulta incómodo y embarazoso.

– Lo que mi esposo está tratando de decir -dijo Valerie con total naturalidad-, es que Alastair había llegado a la loca idea de que Malcolm estaba teniendo una aventura apasionada con su esposa.

Reid la miró agradecido mientras asentía.

– Eso es. No sé de dónde sacó la idea, pero se comportaba de manera bastante rara. No sabía cómo tratar con él.

– ¿Rara en qué sentido? -preguntó Gemma cuando terminó el bollo y pudo sacar su bloc de notas-. ¿Era violento?

– No… al menos, no físicamente. Pero no se portaba de manera racional. Por un lado me pedía pruebas y me amenazaba y al cabo de un rato estaba sonriendo y se mostraba jocoso y algo… obsequioso. -Reid se estremeció-. No pueden imaginar lo escalofriante que resultaba. No paraba de hablar de sus fuentes.

– ¿Mencionó algo, o a alguien en concreto? -Kincaid se inclinó hacia delante.

Reid negó con la cabeza.

– No, pero se regodeaba… Como si estuviera disfrutando con sus secretos. Y no paraba de decirme que si decía la verdad no tomaría medidas contra mí.

Kincaid arqueó las cejas al oír eso.

– Muy magnánimo. ¿Qué hizo usted?

– Le dije que no tenía nada que decirle y que se fuera a paseo. Sacudió la cabeza como si estuviera defraudado conmigo. ¿Se lo imagina? -Reid levantó la voz mostrando incredulidad.

– ¿Y se fue?

– No. -Reid restregó las manos en los tejanos y sonrió torciendo la boca-. Es muy melodramático. Me siento un idiota al repetir sus palabras. «Malcolm, hijo, te prometo que te vas a arrepentir». Me dijo eso cuando llegó a la puerta, como un personaje de una mala película. -Uno de los perros de Malcolm levantó la cabeza al notar el cambio en la voz de su amo y lo miró desconcertado y medio dormido. Se tranquilizó y se apoltronó de nuevo con un suspiro sonoro.

– ¿Qué hizo usted entonces? -preguntó Gemma-. Se debió de sentir un poco violento.

– Primero me reí. Pero cuanto más pensaba en ello más incómodo me sentía. Traté de llamar a Claire, pero no respondió y cuando pensé que Alastair ya estaría en casa, tuve miedo de que mi llamada agravara las cosas.

– Pero lo habló con ella al día siguiente. -afirmó Kincaid.

– Nunca tuve la oportunidad. Ella estuvo fuera por la mañana y nos vimos brevemente en la tienda a la hora de comer, cuando había clientes esperando. Cuando volví de mi cita de la tarde, Claire ya se había ido a casa.

– ¿Y desde entonces?

Reid se encogió de hombros.

– Me pareció inútil preocuparla con algo así. ¿Por qué habría de tener importancia ahora?

La mirada que echó Kincaid a Gemma era de escepticismo, pero se limitó a decir:

– Y la noche del miércoles usted dijo que su mujer tenía una clase de cocina, ¿cierto?

Valerie respondió antes de que Reid pudiera decir nada.

– No, no, comisario. Las clases han terminado hasta la semana próxima. El martes por la noche Malcolm estuvo conmigo en casa. Tomamos fideos al estilo de los Abbruzzi y una ensalada.

– ¿Siempre recuerda lo que ha cenado una noche concreta? -preguntó Kincaid.

– Por supuesto -dijo sonriéndole-. Y ésa era una receta nueva que hacía tiempo que quería probar pero que me costó un poco por la dificultad para encontrar flores de calabacín.

– Flo… -Kincaid se mostró confundido-. No importa. ¿Hay alguien que pueda corroborar esto?

– No, a menos que pregunte a los perros -dijo Malcolm tratando de introducir algo de humor.

– Bueno, aprecio su sinceridad. -Kincaid dejó su taza vacía y asintió-. Y agradezco su hospitalidad. Les haremos saber si tenemos más preguntas.

Valerie Reid se levantó con rapidez.

– Si han de irse tan pronto, los acompaño. No querido -dijo cuando vio que Malcolm se levantaba-, puedo hacerlo.

Cuando llegaron a la puerta principal, ella salió con ellos, tiró de la puerta y se paró con el pomo en la mano.

– Comisario -dijo en voz baja-, Malcolm… mi esposo a veces tiene la tendencia a portarse con nobleza. Lo admiro por ello, pero no estoy dispuesta a que se sacrifique por un código de honor. -Se mordió un labio-. Lo que intento decir es que si están interesados en el amante de Claire Gilbert, será mejor que investiguen donde les toque de cerca.

Se volvió adentro y cerró la puerta con firmeza, dejándolos en la tenue y veteada sombra.

* * *

– ¿Qué opinas? -dijo Kincaid cuando se abrocharon los cinturones y salieron a la carretera-. ¿Crees que es una maniobra bien coordinada para encubrirlo a pesar de sus desvíos?

Gemma negó con la cabeza.

– No lo creo. Quizás sea ingenua como un pollito, pero no veo a Malcolm Reid como un marido infiel. Tienen una buena vida y el afecto entre ellos parece sincero.

– Estaba avergonzado por las acusaciones de Gilbert, pero no estaba nada nervioso. ¿Te has dado cuenta?

– ¿Qué hay del amante que ha mencionado Valerie? -preguntó Gemma-. ¿Crees que lo ha inventado para que parásemos de hostigar a su esposo? ¿Quién podría ser?

– ¿Percy Bainbridge? -sugirió Kincaid-. Aunque me inclino a pensar que ese prefiere a los escolares.

Gemma continuó.

– ¿El vicario?

– No es mala idea. La mujer tiene cierto atractivo. -La miró de reojo arqueando las cejas.

Gemma, preguntándose qué aspecto podría tener, notó una punzada de celos.

– ¿Y qué hay de Geoff? -replicó-. Quizás sea una corruptora. O quizás…

– ¿Brian? -Lo dijeron al unísono con un creciente sentimiento de incredulidad. Kincaid la miró y los dos se rieron.

– Somos genios -dijo Kincaid reduciendo al entrar en otra curva.

– Pero nunca lo hubiera pensado. Brian no parece el tipo de Claire, mientras que Malcolm parece hecho a su medida.

– Uno nunca debería menospreciar la proximidad -dijo Kincaid con ecuanimidad y los ojos puestos en la carretera-. O la impredecible naturaleza del corazón humano. Qué… -Su teléfono empezó a sonar. Calló un momento mientras se lo sacaba del bolsillo y lo abría hábilmente con una sola mano-. Kincaid.

Tras escuchar un momento, dijo:

– Bien. Bien. Se lo diré. -Colgó.

Le echó una mirada de pesar a Gemma.

– Tendré que ocuparme de Brian Genovase sin ti. Jackie Temple ha intentado ponerse en contacto contigo. Dice que tiene que hablarte urgentemente.

* * *

Gemma miró las enormes manos cuadradas con las que Will agarraba el volante y se preguntó si los demás también lo encontraban apacible. Una llamada de móvil a la comisaría de Guildford lo había traído al pueblo, listo para llevarla a Dorking a coger el primer tren a Londres. En ningún momento intentó interrumpir la actitud reflexiva de Gemma y, sin embargo, en su silencio no había huella de agravio.

La sargento miró por la ventana mientras encaraban una curva. Los árboles altos y de troncos plateados cercaban ambos lados de la carretera y las hojas titilaban y formaban remolinos en el aire parecidos a enjambres de abejas. La belleza del momento la afectó de manera inesperada -repentinamente, dulcemente- y por un momento se sintió desprotegida y transparente como una medusa.

Debió de hacer un sonido involuntario porque Will la miró y dijo:

– ¿Está bien, Gemma?

– Sí. No. No lo sé. -Respiró profundamente y luego dijo lo primero que le vino a la cabeza-. ¿Usted cree que realmente llegamos a conocer del todo a alguien? ¿O estamos tan cegados por nuestras propias percepciones que no vemos a través de ellas? He estado imaginándome a Brian como padre afectuoso que haría lo que fuera por proteger a su hijo. Pero ésa era sólo una dimensión y me impedía ver la posibilidad de que pudiera ser el amante de Claire, un hombre que podría haber matado a Alastair Gilbert por razones que no tuvieran nada que ver con su hijo. Y no he visto a Claire como… En fin, no importa.

Will se rió.

– No ha sabido ver a Claire como una mujer de carne y hueso, como una mujer con unas necesidades tan poderosas que estaría dispuesta a exponerse a la condena social, como mínimo, para satisfacerlas.

– Nunca parece sorprendido -dijo Gemma.

– No. Supongo que no. Pero tampoco soy un cínico. Este trabajo nos enseña a no tener fe en las personas. Pero al final, si no la tenemos en ellas, ¿en quién vamos a tenerla? Sigo estando dispuesto a darles el beneficio de la duda.

– Es un buen equilibrio -dijo Gemma despacio. ¿Pero era ella capaz de alcanzarlo? Estudió a Will sin que él lo notara, a través de sus pestañas, preguntándose si de nuevo había sido engañada por sus percepciones y si su plácido exterior escondía algo completamente diferente.

Una mirada suya la cogió desprevenida y notó que se ruborizaba.

– No se trata de Brian, ¿verdad, Gemma? -preguntó. Antes de que ella pudiera protestar él añadió-: No ha de decírmelo. Pero recuerde, si alguna vez necesita hablar con alguien, estoy a su disposición.

* * *

A la una y media Gemma subió las escaleras de la estación de metro de Holland Park fortalecida por un bocadillo de queso y tomate que había comprado en el carrito-bar del tren. Caminó a paso ligero hasta casa de Jackie y tuvo que parar un momento en la acera para recuperar el aliento y admirar la forma en que la enredadera de color naranja refulgente destacaba sobre el ladrillo marrón.

Jackie respondió al timbre con una sonrisa de placer.

– ¡Gemma! Cuando no te encontré en casa llamé a Scotland Yard, pero no esperaba que aparecieras a mi puerta con tanta rapidez. Entra. -llevaba puesto un albornoz de colores brillantes y sus rizos apretados parecían húmedos.

– Me dijeron que era urgente -explicó Gemma mientras seguía a Jackie hasta el primer piso.

– Bueno, supongo que exageré un poco. -Jackie la miró algo avergonzada-. Pero pensé que sino no me tomarían en serio. Siéntate y te traeré algo de beber.

Cuando Jackie regresó de la cocina con dos vasos de limonada gaseosa fría de la nevera Gemma dijo:

– ¿De qué se trata? ¿Y por qué no estás en el trabajo?

Jackie se repantingó en el sofá. Su albornoz se extendió a su alrededor como si de una princesa exótica se tratara.

– Entro a las tres. Me han cambiado el turno. Me tengo que vestir y largarme en unos minutos.

»Me dijeron que no estabas en Londres. ¿No te habré hecho venir desde Surrey?

Gemma miró burlonamente a su amiga.

– Jackie, si no te conociera, diría que te estás andando con rodeos. Y sí, he venido desde Surrey. Así que suéltalo.

Jackie dio un sorbo a su bebida y frunció la nariz cuando le subieron las burbujas.

– Me siento un poco tonta, a decir verdad. Probablemente esté haciendo una montaña de un grano de arena. ¿Recuerdas que dije que hablaría con el sargento Talley?

Gemma asintió.

– Bueno. Se puso bastante desagradable conmigo. Me dijo que me metiera en mis asuntos si sabía lo que me convenía. No me lo esperaba y me enfadé bastante. Hay un par de tipos haciendo rondas que han estado en Notting Hill tanto tiempo como Talley, así que esta mañana esperé a que uno acabara su turno. Lo invité a desayunar en la cafetería que hay junto a la estación. -Jackie hizo una pausa y se bebió medio vaso de golpe.

– ¿Y? -insistió Gemma muy interesada.

– Dijo que por lo que había oído, la mala sangre entre Gilbert y Ogilvie no tenía nada que ver con una mujer. Los rumores eran que Gilbert bloqueó el ascenso de Ogilvie. Dijo al comité de revisión que opinaba que Ogilvie era demasiado inconformista para ser un buen oficial sénior. Habían sido compañeros y entre los chicos se sabía que Gilbert era un incompetente y que Ogilvie lo había encubierto muchas veces. -Jackie hizo un gesto de repugnancia-. ¿Puedes imaginártelo? Finalmente Ogilvie fue ascendido cuando Gilbert ya no era su superior, pero dudo que nunca lo perdonara.

– ¿Crees que Ogilvie lo odiaba suficientemente como para asesinarlo, después de tantos años? -Gemma pensó un momento con el ceño fruncido-. Por lo que he averiguado de Alastair Gilbert, no me sorprendería que bloqueara el ascenso de Ogilvie por resentimiento, porque estaba celoso de él. Esto ocurrió más o menos durante la época en que los dos conocieron a Claire, ¿no?

– Supongo, pero no estoy segura. Tendrás que mirar en los historiales. Gemma…

– Lo sé. Si no te dejo vestirte llegarás tarde. -Gemma cogió su vaso vacío con intención de llevarlo a la cocina.

– No es eso. -Jackie miró al reloj de la mesa auxiliar-. Al menos en parte. -Se detuvo y alisó las arrugas de su albornoz con las manos. Luego dijo vacilante-: Tengo conexiones en la calle. Fuentes. Ya sabes, cuando trabajas tanto tiempo en la calle, se acumulan. Cuando empecé a sentir curiosidad por este asunto pregunté, tanteé el terreno.

Cuando Jackie hizo una nueva pausa, con los ojos fijos en la tela que tenía en sus manos, Gemma sintió aprensión.

– ¿Qué pasa Jackie?

– Tienes que decidir lo que vas a hacer con esto, si lo vas a denunciar al comité de disciplina. -Esperó a que Gemma asintiera antes de proseguir-. ¿Recuerdas que te dije que me pareció ver a Gilbert hablando con un informante? Bueno. Gilbert estaba demasiado arriba para ir hablando con informantes, así que le pregunté a mi contacto si había oído el nombre de Gilbert en conexión con algo sucio.

– ¿Y? -apremió Gemma.

– Drogas, dijo. Había oído insinuaciones de que alguien de arriba protegía a los camellos.

– ¿Gilbert? -La voz de Gemma se había transformado en un chillido de incredulidad.

Jackie negó con la cabeza.

– David Ogilvie.

* * *

Volver a Scotland Yard había sido un error, pensó Gemma mientras caminaba despacio por Richmond Avenue en plena oscuridad. Se había visto inundada por montones de papeleo y cuando terminó de mirar todos los documentos relativos a Gilbert u Ogilvie, los ojos le ardían y la espalda le dolía de cansancio. Se había perdido la merienda de Toby y ahora, demasiado cansada para comprar la cena de camino a casa, tendría que conformarse con cualquier cosa que encontrara en la exigua despensa.

Llegó a Thornhill Gardens, un espacio oscurísimo entre las moles negras de las casas circundantes. Anduvo con mucho cuidado por la acera hasta que llegó al sendero de los Cavendish y se detuvo. El estor de la ventana del salón no estaba bajado del todo y por la rendija pudo ver el parpadeo azul de la televisión. Pero había un resplandor añadido, amarillo, cálido, tembloroso. Velas. Por un instante creyó oír risas, tenues e íntimas. Gemma se despertó del ensueño y subió por el sendero. Su llamada fue vacilante.

– ¡Gemma, querida! -dijo Hazel cuando abrió la puerta-. No te esperábamos esta noche. -Estaba relajada, con la ropa arrugada y un poco ruborizada-. Entra -dijo haciendo pasar a Gemma al hall-. Los niños estaban agotados, pobres. Hoy los he llevado al lago Serpentine y los he dejado rendidos. Así que los hemos puesto a dormir temprano. Tim y yo estábamos mirando un video.

– Quería llamar -dijo Gemma cuando Hazel se dirigió a las escaleras-. Espera Hazel. Subiré yo y me llevaré a Toby. Vuelve a tu video.

Hazel se volvió.

– ¿Estás segura?

– Sí.

– Está bien. -Hazel le dio a Gemma un apretón en el hombro y un beso en la mejilla. Cuando se dirigió al salón sus calcetines amortiguaron los pasos-. Te veré mañana.

* * *

Toby estaba despatarrado en la cama con los brazos levantados como si hubiera estado practicando saltos de tijera en sueños. Se había apartado las sábanas, como siempre, lo que le permitió a Gemma pasar los brazos por debajo de él. Con una de las manos le sostuvo la cabeza. Cuando lo levantó apenas se movió y al colocárselo bien entre los brazos su cabeza cayó en el hombro de Gemma.

También se iría pronto a la cama, pensó mientras llevaba a Toby por el jardín, se colocaba el peso inerte en la cadera y abría la puerta. Se podría levantar temprano y disfrutar de un rato con Toby antes de volver a Holmbury St. Mary.

Pero después de arropar a Toby en su cama se puso a ordenar el piso, incapaz de parar y descansar. Finalmente, cuando agotó su repertorio de obligaciones, buscó en la nevera algo para comer y encontró un trozo de queso cheddar que no había sido atacado por el moho y luego rescató unas galletas rancias del armario.

Comió de pie junto al fregadero, mirando hacia el jardín oscuro, y cuando acabó se sirvió una copa de vino y se acomodó en el sillón de cuero. Hábitos de solterona, pensó con una mueca sardónica. Pronto llevaría chaquetas de punto y pantalones de franela y, ¿qué iba a ser de ella?

* * *

Jackie se reservaba el área del final de Portobello Road para la última parte de su turno. Hacía tiempo que no trabajaba de noche y ya no estaba acostumbrada al inquietante vacío de las calles sin salida a esta hora de la noche. Las pequeñas tiendas de antigüedades que durante el día bullían de gente estaban ahora oscuras y atrancadas y en las alcantarillas se oía el traqueteo de los residuos.

Cuando giró en la última calle, la farola del final hizo un destello y se fundió.

– Mierda -dijo Jackie entre dientes. Ella siempre terminaba sus rondas y no iba a dejar que un caso de miedo de novata lo impidiese esta noche. Se imaginó a sí misma diciéndole a su jefe que había salido por piernas porque la calle estaba a oscuras y vacía. Se rió para sus adentros al pensar en una posible respuesta.

Pronto estaría en casa. Susan, que tenía que levantarse con el gallo para llegar a su trabajo en la BBC, estaría durmiendo profundamente, pero habría dejado preparado algo para comer además de una copita para antes de ir a dormir. Jackie sonrió ante la perspectiva. Un baño caliente, una bebida templada y luego se metería en la cama con la novela de Mary Wesley que se había estado reservando. Era una experiencia más bien liberadora el estar despierta a altas horas de la madrugada mientras el resto del mundo dormía.

Se detuvo, ladeó la cabeza y escuchó. El vello de la nuca se le erizó como respuesta atávica. Ese ruido como de arrastrar de pies detrás de ella… ¿podría haber sido un paso?

Ahora no oía nada excepto el leve suspiro del viento entre los edificios.

– Estúpida -dijo en voz alta a las esquivas sombras. Continuó caminando. Un par de pasos más y llegaría al final de la calle. Luego comenzaría la última etapa de su turno, de vuelta a la comisaría.

Esta vez la pisada era inconfundible, al igual que el terror crudo y primitivo que convirtió sus piernas en gelatina. Jackie se dio la vuelta con el corazón palpitante. Nada.

Desabrochó su radio y apretó el botón del micrófono. Demasiado tarde. Primero le llegó su olor, un dulzor rancio. Luego sintió el escozor frío del metal en la base de su cráneo.