174676.fb2
Cuando al día siguiente Gemma entró sin hacer ruido en el despacho de Kincaid, él estaba exactamente en la misma posición en que lo había dejado la noche anterior: con un codo apoyado sobre el escritorio, los dedos metidos en su mata de pelo y la mirada clavada en un montón de informes. Se había aflojado la corbata y su camisa estaba sospechosamente arrugada. Parecía aún más cansado que el día anterior.
– No te has ido a casa, ¿verdad? -Mientras colgaba su abrigo en el perchero, Gemma sintió una punzada de culpa por las pocas horas que había pasado fuera de la oficina. Pero a pesar de haber estado en su apartamento, su sueño fue agitado y movido, interrumpido por pesadillas en las que veía a Jackie sosteniendo un niño de pelo rubio. Finalmente se levantó y se arrodilló junto a la cama de Toby para colocar la palma de su mano en la espalda del niño y sentir su respiración. Cuando empezó a palidecer el rectángulo proyectado en la habitación de la ventana del jardín, sus piernas llevaban tiempo entumecidas.
Kincaid la miró y sonrió.
– Palabra de boy scout. Pero no me pude dormir y he vuelto de madrugada. -Se estiró, hizo crujir sus nudillos y apartó los papeles-. Estoy empezando a sentirme una maldita pelota de ping pong con este caso. Londres, Surrey, Surrey, Londres. -Mientras hablaba movía la cabeza de atrás adelante y viceversa-. Después de descubrir que hay gato encerrado con los Gilbert, lo primero que he recibido esta mañana es una llamada de un tipo del comité de disciplina. Me ha dicho que cuando han intentado ponerse en contacto con Ogilvie esta mañana han descubierto que ha desaparecido del curso de formación. Parece ser que tenía que haber impartido hoy el taller final y que no ha aparecido. Su habitación de hotel también está limpia.
Gemma se hundió en su silla y dio un silbido.
– Quizás dejara un mensaje y se ha perdido. Ya sabes, una emergencia familiar o algo así.
– ¿Ahora eres la abogada del diablo? -Kincaid se sentó más derecho.
– Es posible -replicó Gemma.
– Pero muy improbable.
Gemma se dio por vencida y asintió.
– ¿Entonces dónde está y qué van a hacer los del comité de disciplina?
– Seguirán el rastro de los contactos principales e investigarán lo más obvio. Pero opinan que no tienen suficientes pruebas como para poner en marcha todos sus recursos. Lo que me gustaría saber es qué ha sido lo que ha precipitado esta fuga. Si dispuso la muerte de Jackie, ¿por qué esperar dos días antes de dejarse llevar por el pánico?
– ¿Pero por qué dejarse llevar por el pánico? -Gemma trazó un círculo en el polvo que había sobre la mesa de Kincaid. Luego dibujó otro-. A menos que hayamos removido el fango más de lo que suponíamos. Pero en ese caso, ¿quién lo ha avisado? -Conectó los círculos con una línea ondulada y luego se limpió el polvo del dedo.
– Podría ser algo tan sencillo como su secretaria, la agradable señora como-se-llame, que le ha debido explicar que estamos investigando sus movimientos de la noche en que murió Gilbert. Pero habría esperado una respuesta más impasible de un poli experimentado como Ogilvie, como mínimo un buen farol.
Gemma asintió.
– Ogilvie. La impasibilidad personificada. ¿Pero qué hay de…?
– ¿Talley? Un converso, diría yo. Los del comité empezarán hoy con él y ellos aprietan bien los tomillos. Pero, mientras tanto, no es que podamos hacer mucho por ese lado. -Kincaid bostezó.
– ¿Qué hacemos ahora, jefe? -preguntó Gemma.
– Puedes preparamos un café, anda, sé buena chica -dijo Kincaid sonriendo.
Era una broma habitual entre ellos y esta mañana Gemma no se sentía inclinada a defraudarlo.
– Puede prepararse su maldito café usted mismo, señor -respondió sin poder aguantar la risa-. Pero me voy a preparar uno para mí, y si me tratas bien igual te traigo una taza. -Se levantó de la silla y añadió-: Pero en serio…
– De vuelta a Surrey, creo. ¿Quieres ir con Will a entrevistar al director del banco en Dorking?
Era más una petición que una orden y este gesto la emocionó más de lo que esperaba.
– Está bien. -Se sentó en el brazo de la silla-. ¿No quieres preguntarle a Claire primero? Podría haber una explicación muy sencilla.
Kincaid negó con la cabeza mientras se masajeaba la zona en tensión entre los ojos.
– No. -Dejó caer la mano y miró a Gemma sin rastro de la picardía que había mostrado hacía un momento-. Claire no nos lo está explicando todo, Gemma. Estoy seguro de ello y no me gusta nada. Creo que es hora de que tengamos otra charla con la doctora Gabriella Wilson.
Después de echarle una buena mirada al estado de su jefe en el aparcamiento de Scotland Yard, Gemma insistió en conducir ella el Rover que habían solicitado. Kincaid se quedó dormido antes de cruzar el puente de Westminster y nada perturbó su sueño mientras avanzaron lentamente por el clamor del tráfico de Londres. Gemma lo miró mientras esperaba ante otro semáforo interminable y pensó en la última vez que lo observó dormir, indefenso como un niño, y por primera vez le asaltaron las dudas. ¿Debería haber escuchado como mínimo su versión de las cosas?
Kincaid se movió y abrió los ojos por un momento, como si la conciencia de la mirada de Gemma hubiera llegado allá donde el ruido de las bocinas y el chirrido de los frenos no podían llegar.
Gemma agarró con fuerza el volante y se concentró en la conducción.
– ¿Le apetece comer primero? -preguntó Will Darling mientras le arrebataba una plaza de aparcamiento a otro conductor impaciente.
Gemma y Kincaid se habían cambiado los coches tan pronto llegaron a la comisaría de Guildford. Gemma se fue con Will, y Nick Deveney y Kincaid se quedaron con el Rover.
– Todavía no son las doce. -Gemma ofreció al conductor frustrado una sonrisa de disculpa mientras salía del coche y se dirigía a la acera, donde la estaba esperando Will.
– Dígaselo a mi estómago. -Will la cogió por el codo y la condujo a la calle principal-. Conozco un pub.
– De alguna manera no me sorprende. Pero nada de pescado con patatas -amonestó Gemma recordando la última vez que comieron juntos. Mientras caminaban por la concurrida calle, procurando esquivar la aglomeración de gente que iba de compras a mediodía, Gemma se dio cuenta de que tenía hambre. No pudo recordar si había comido desde que supo lo de Jackie el día anterior por la mañana, pero supuso que lo había hecho de manera mecánica.
Se trataba de un pub realmente agradable y un lugar favorito entre los lugareños tal como demostraba la clientela temprana. Después de pedir en la barra del bar, se fueron con sus bebidas a una mesa situada en una esquina. Will dijo:
– ¿Sabe la primera norma del buen policía? Primero, comer bien. Nunca se sabe cuándo va a tener uno otra oportunidad.
– Se lo ha tomado muy en serio.
– Supongo que el ejército tiene algo que ver. -Will se quedó mirando por la ventana mientras sorbía la espuma de su pinta-. Vivir al límite hace que tendamos a reconocer más fácilmente las prioridades.
– ¿Al límite? -repitió Gemma, desconcertada.
– Estuve destinado en Irlanda del Norte durante dos años.
La camarera les trajo la comida: patatas asadas y ensaladilla de langostinos para Gemma y pollo asado para Will. Mientras mezclaba la ensaladilla con las patatas, Gemma miró a Will a través del vapor que emanaba de su plato. Se lo imaginó en uniforme y botas, con ese aspecto de mofletudo granjero de Surrey.
– Cuando fui era tan ambicioso como usted -prosiguió Will tragándose un bocado de pollo-. No se moleste en discutirlo -añadió con una sonrisa-. Las mujeres de la metropolitana no llegan a su rango de otro modo. Quiere llegar a agente de la división de investigación criminal, o incluso comisario, ¿no? -Agitó una patata frita para poner énfasis-. Yo también entonces, sólo que yo tenía puestas mis esperanzas en un cuerpo comarcal, preferentemente éste.
Gemma se llevó el tenedor a la boca y paró en seco.
– No lo entiendo, Will. Seguro que no es demasiado tarde. Sólo tiene, ¿cuántos…? -Recordó lo que dijo sobre su cumpleaños y calculó de cabeza-. ¿Treinta y cuatro? Y es un buen policía, no hace falta que se lo diga.
– Gracias de todos modos. -Se limpió los dedos con la servilleta y sonrió-. E imagino que subiré de rango por el desgaste de mis superiores, así de sencillo. La verdad es que ya no me importa. Dos de mis mejores compañeros estaban haciendo controles de rutina en la frontera una noche. -Puso la mano en el vaso de cerveza, pero no lo levantó-. Por desgracia el camión que pararon llevaba una bomba. -Su voz era desapasionada, sólo la quietud de la mano en el vaso lo delataba.
– Oh, no -susurró Gemma.
Will se encogió de hombros.
– Todos nos habíamos estado quejando de nuestro destino. Las protestas habituales, aburrimiento, comida pésima, escasez de chicas. -En sus mejillas apenas se veían los hoyuelos-. Íbamos a tener grandes aventuras cuando volviéramos a casa. Mi madre solía decir que lo importante era el trayecto, no llegar a la estación. Es un tópico muy usado, lo sé, pero ese día reconocí la verdad que encerraba.
Gemma puso el tenedor junto a la patata comida a medias.
– Le han explicado lo de Jackie, ¿verdad?
– Sí. -Alargó el brazo por encima de la mesa y tocó su mano-. Lo siento, Gemma.
No pudo hacer frente a la sincera simpatía de los ojos de Will y cogió de nuevo su tenedor para acabar jugueteando con la comida. Pensó en la terca negativa de Jackie a dejar las rondas porque le encantaba lo que llamaba «control cotidiano», el contacto regular con las personas de las que era responsable.
– Le hubieras gustado a Jackie -dijo Gemma-. Miró a Will cuando éste centró su atención de nuevo en la comida y se preguntó si él también se sentía responsable de las muertes de sus amigos.
En la placa que había sobre el escritorio del director del banco se leía Augustus Cokes. El nombre era tan apropiado que Gemma se preguntó si los apelativos dejaban una impronta, como un cromosoma adicional. Se trataba de un hombre pequeño con cara redonda, llevaba gafas y su cabello era ralo. Se levantó para saludarlos con una expresión de inquietud y confusión.
– Esto es de lo más insólito -dijo cuando se presentaron-. No sé en qué puedo ayudarlos, pero disparen.
Gemma se acomodó en la dura silla y se sacudió la solapa de su chaqueta. Hizo caso de la leve indicación de Will y empezó a hablar:
– Me temo que se trata de un asunto algo delicado, señor Cokes. Verá, concierne a la investigación de un asesinato. Estoy segura de que se habrá enterado por los periódicos de la muerte del comandante Alastair Gilbert. -Gemma vio que los gruesos labios rosados del hombre se abrían como si fuera un pez y prosiguió-. Nos han informado de que la esposa del comandante, Claire Gilbert, tenía abierta una cuenta aquí, y creemos que puede haber algunas… irregularidades. Nos gustaría…
– ¡No me diga! La mujer de un comandante, una vulgar delincuente. Quién lo hubiera pensado. -Cokes sacudió la cabeza encantado e hizo un mohín de desaprobación-. Y una mujer tan educada.
Will respondió a la mirada inquisitiva de Gemma con una de incomprensión.
– ¿De qué está hablando, señor Cokes? -preguntó Gemma-. No hemos insinuado en absoluto que la señora Gilbert haya cometido ningún delito. Simplemente queremos aclarar algunos puntos sobre el señor Gilbert.
– Pero, el otro policía… -Cokes miró a Gemma y luego a Will-. El que vino la semana pasada…
– ¿Qué otro policía? -Will preguntó pacientemente.
– Deberían aprender a coordinar mejor sus esfuerzos -dijo Cokes con cierta petulancia, como si estuviera empezando a disfrutar de su malestar-. No me extraña que en la televisión hagan todos esos programas escandalosos donde ponen en evidencia a la policía.
– Quizás deberíamos empezar por el principio, señor Cokes. -Will se sacó la cartera y extrajo la foto que él y Gemma habían mostrado sin éxito en el centro comercial Friary-. ¿He de entender que ha conocido personalmente a la señora Gilbert?
– Sí, cuando abrió su cuenta. A menudo me encargo yo de las nuevas cuentas, así mantengo mi influencia y además me gusta conocer un poco a los clientes. -Cokes cogió la foto de Will y la examinó un instante antes de devolverla-. Sí, es la señora Gilbert. Es inconfundible. Por supuesto, me sorprendió que me pidiera que le enviara los estados de cuenta a su trabajo.
– ¿Al trabajo? -repitió Gemma-. ¿Explicó la razón?
– No se lo pregunté. Aquí respetamos la privacidad de nuestros clientes, pero me dijo confidencialmente que estaba ahorrando suficiente dinero para sorprender a su esposo con unas vacaciones. -El eco del encanto de Claire Gilbert resonaba aún en la voz del hombre y la expresión levemente nostálgica de su cara-. Podrán imaginar lo sorprendido que me quedé cuando vino el primer policía a hacer preguntas sobre ella. Incluso entonces no sabía que su esposo era un policía.
Will se sentó más hacia el borde de la silla para visitas que acabó crujiendo peligrosamente.
– Háblenos de ese otro policía, señor Cokes. ¿Cuándo lo vino a ver y qué quería saber de Claire Gilbert?
Cokes emitió una especie de zumbido mientras miraba con ojos entrecerrados en su agenda.
– La reunión habitual de sucursales fue el martes pasado, y creo que eso fue el día después. Eso sería el miércoles, justo antes de cerrar. Solicitó una entrevista personal conmigo, pero cuando estuvimos a solas me enseñó sus credenciales y dijo que estaba investigando algo muy secreto. -Cokes se inclinó hacia delante y bajó la voz-. Una red de cheques fraudulentos. Dijo que no tenían ninguna prueba para relacionar a nuestra clienta, pero una mirada a su expediente aclararía el asunto. Por supuesto, le dije que aunque deseaba ayudar a la policía de una manera u otra, también estaba obligado a no divulgar los detalles de la cuenta de un cliente. -Cokes mostró su desaprobación con un gesto.
– ¿Quiere decir que este policía no vio el expediente de Claire Gilbert?
Cokes se aclaró la garganta y desplazó un milímetro el pisapapeles sobre la mesa.
– Bueno, no puedo estar completamente seguro… -dijo evitando sus miradas-. Tuve que salir un momento del despacho, un pequeño problema que exigía mi atención…
– No me lo diga -dijo Gemma-. Justo había dejado el dossier de Claire Gilbert encima de su escritorio. Demostró tener mucho tacto.
– Bueno, yo… -El labio superior de Cokes brillaba por el sudor-. En aquel momento me pareció la mejor solución.
– Seguro. -Gemma sonrió a Cokes y pensó que Claire Gilbert no habría visto su solución con los mismos ojos-. Este policía, señor Cokes, ¿cómo se llamaba?
Cokes se aclaró la garganta de nuevo.
– No me acuerdo. Sólo vi las credenciales un segundo y estaba tan asustado que se me olvidó enseguida.
– ¿En qué cuerpo dijo que estaba?
Cokes negó con la cabeza.
– No lo sabría decir. Lo siento.
Gemma insistió.
– Entonces díganos qué aspecto tenía, señor Cokes. Seguro que esto lo recuerda.
– Delgado y oscuro. -Se humedeció los labios antes de decir-: Había algo de rapaz en él.
Kincaid puso al día a Deveney mientras conducían a Holmbury St. Mary. La nubosidad de la mañana se había disipado y había dejado una bruma alta que transformó el paisaje. El resol quemaba sus ojos cansados y los tenía que entrecerrar.
– Claire Gilbert se rompió dos huesos durante el pasado año y quizás tenga otras heridas. La muñeca y la clavícula son simplemente los que he oído mencionar en conversaciones casuales. Es suficiente para plantear la posibilidad de abusos por parte de su marido.
– ¿Me está diciendo que piensa que el comandante Gilbert pegaba a su esposa?
Kincaid miró a Deveney.
– No ponga esa cara, Nick. Pasa muy a menudo.
Deveney hizo un gesto de incredulidad.
– Lo sé. Pero nunca hubiera pensado…
– ¿Cree que el uniforme y el rango de Gilbert le daban cierta clase de inmunidad automática?
– Creo que si quiere sacarle algo a la doctora Wilson, lo echará con cajas destempladas -replicó Deveney-. Pero tiene razón, le da a Brian Genovase un muy buen motivo para querer aplastarle la cabeza a Gilbert. Desafortunadamente todavía no hemos encontrado ni la más mínima prueba física que lo conecte con la escena del crimen.
– Los registros del servicio de Internet confirman lo que nos dijo Geoff, por cierto, y nuestras conversaciones con otros clientes que estuvieron en el pub aquella noche coinciden con el relato de Brian sobre sus movimientos. Eso tan solo nos deja un margen de menos de diez minutos para que Brian o Geoff pudieran cometer el crimen.
Kincaid redujo la marcha al entrar al pueblo.
– Así que ya sólo nos queda el asunto Ogilvie. Que me parta un rayo si sé cómo encaja él en todo esto, pero estoy seguro de que está metido. -Sonrió a Deveney-. Quizás debería aprender de Madeleine Wade.
– Parece que están destinados a pillarme siempre en mitad de mi almuerzo -dijo la doctora Wilson al abrirles la puerta-. En fin, supongo que no se puede evitar -añadió con resignación cuando se apartó para que Kincaid y Deveney entrasen a empujones en el hall lleno de botas de agua, correas de perro y bastones de paseo.
Al llegar a la cocina, Kincaid y Deveney pasaron de nuevo por el ritual de despejar un sitio donde sentarse mientras la doctora no perdía el tiempo y volvía a su almuerzo.
– Restos de ternera del asado del domingo. -Agitó su tenedor apuntando al plato cuando se acomodaron enfrente de la doctora-. Con rábano picante. Despeja la nariz. Paul ha ido a Londres todo el día, por cierto, si es que querían verlo a él. Se ha llevado a Bess.
Kincaid no se dejó engañar por la charla intrascendente. La mirada de ella indicaba otra cosa.
– No, era con usted con quien queríamos hablar, doctora. Sobre Claire Gilbert. Hemos sabido que se ha roto varios huesos recientemente. ¿No estaba usted preocupada por esta repentina tendencia a los accidentes?
La doctora acabó pausadamente su roast-beef y apartó su plato a un lado antes de responder.
– En serio, comisario, tendrá que hablar con Claire sobre su historial médico, no conmigo.
– Podríamos obtener una orden -dijo Kincaid-, y forzar la revelación, pero no me gustaría tener que recurrir a ello. Resulta muy desagradable para todos los implicados.
– No me gusta que me intimiden, señor Kincaid, por mucho que se exprese de un modo encantador. Deberá hacer todo lo que considere necesario, pero no voy a revelar por voluntad propia nada que sea confidencial sobre mi paciente. -La doctora cruzó los brazos por encima de su anodino suéter y cerró la boca formando una tozuda línea recta.
Kincaid hizo frente a su mirada.
– Mire, doctora, dejémonos de rodeos. Tenemos muy buenas razones para creer que Claire Gilbert estaba siendo maltratada por su esposo y creo que usted llegó a la misma conclusión. Ese día que Geoff la oyó discutir con Gilbert… se trataba de Claire, ¿verdad? ¿Le dijo lo que sospechaba? Seguro que no se tomó bien que usted se mezclara en sus asuntos.
– Admito que Alastair Gilbert podía ser difícil -dijo resuelta-, pero no discutiré nada sobre Claire con usted.
– Alastair Gilbert fue más difícil que nunca en las últimas semanas de su vida. Empezó a comportarse de forma desacostumbrada y creo que estaba tan consumido por los celos que había dejado de ser racional. Gilbert usaba su control, su apariencia de estar por encima de las emociones, como método de dominación. El hecho de que se dejara arrastrar a una pelea indica hasta qué punto había perdido los papeles. Seguro que se da cuenta de que es vital que sepamos la verdad sobre lo que pasó ese día.
– ¿Para que pueda presionar a Claire?
– Doctora, estamos hablando de un asesinato, y tengo el deber de hacer las investigaciones que considere necesarias para concluir este asunto. Tendré que interrogar a Claire de todas formas y preferiría hacerlo con el beneficio de su consejo. Estoy seguro de que no necesita que le recuerde que tiene tanta obligación de prestar asistencia como de guardar la confidencialidad.
La doctora cruzó una mirada con Kincaid, luego relajó la boca y sus hombros cayeron un poco.
– Claire es muy vulnerable ahora, señor Kincaid. Si va por ahí haciendo acusaciones sobre su marido le podría hacer mucho daño.
– Entonces ayúdeme. Niegue que cree que Claire Gilbert fue maltratada físicamente por su marido en algún momento y la dejaré en paz.
El silencio se alargó hasta que Kincaid pudo oír su propia respiración y el ruido áspero del tweed cuando Deveney cambió de posición en su silla. Esperó, y recordó la vez que de niño logró que un bulldog apartara la vista de sus ojos. La doctora miró hacia otra parte, pero siguió sin hablar.
Kincaid se levantó.
– Gracias, doctora. Ha sido muy amable. No hace falta que nos acompañe.
– He de admitirlo -dijo Deveney cuando llegaron al coche-. Ha sido muy hábil.
Kincaid sonrió y dijo:
– No hace que me sienta mejor. Pero la doctora es tan perspicaz como honesta, y si estaba realmente preocupada por Claire como para enfrentarse a Gilbert directamente, puedes estar seguro de que tenía un buen motivo.
– Ha obtenido la información que quería. -Deveney se acomodó en el asiento del pasajero.
– Sólo la confirmación de una sospecha, no la prueba.
– Aun así -dijo Deveney cuando Kincaid giró la llave de contacto-, la sospecha es suficiente para situar a Claire Gilbert directamente entre los contendientes.