174676.fb2 Nadie llora al muerto - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 4

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3

El dolor se había hecho patente en la cara de Kincaid. Gemma no se lo había esperado y eso hizo que flojeara su determinación. Durante los días que había pasado escondida en casa de su hermana, mirando a Toby jugar en el parque con sus primos y pensando frenéticamente en lo que debía hacer, llegó a convencerse de que él estaría encantado de ignorar lo sucedido, o aliviado, incluso agradecido. De modo que había preparado su breve discurso, ofreciéndole una escapatoria que él pudiera aceptar con una sonrisa ligeramente embarazosa y lo ensayó tantas veces en su mente que casi le podía oír decir: «Por supuesto, tienes toda la razón Gemma. Simplemente seguiremos como antes, ¿de acuerdo?»

La experiencia le debería haber enseñado que Duncan Kincaid nunca se comportaba como uno espera. La fría habitación le produjo escalofríos. Abrió la cama y dispuso encima el camisón. Revolvió en su bolsa de viaje hasta que encontró un estuche con cremallera que contenía su cepillo de dientes y leche limpiadora y se dirigió con resolución hacia la puerta.

Luego, de repente, sin fuerzas, volvió a la cama y se sentó en el borde. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida, en los días que pasaron como siglos desde la noche en el piso de Kincaid, como para pensar que iba a poder permanecer inmune a su presencia física? En cuanto lo vio el recuerdo la había inundado con una sacudida, como el gancho de un boxeador, cortándole el aliento y debilitándola. Había hecho todo lo posible por no bajar la guardia y ahora no podía soportar la idea de encontrárselo por el pasillo. Ya no le quedaba armadura. Una palabra amable, un roce delicado y se desmoronaría.

Pero tenía que dormir o no sería capaz de tratar los otros asuntos por la mañana. De modo que escuchó con atención, atenta al crujido de un peldaño o al sonido de una puerta abriéndose. Tranquilizada por el silencio, salió de su habitación y caminó de puntillas por el pasillo hasta el baño.

Cuando salió al cabo de unos minutos, la puerta del lado opuesto al baño se estaba cerrando. Se detuvo con el corazón latiéndole con fuerza. Se autocensuró por lo absurdo de su comportamiento cuando alcanzó a ver que la persona tras la puerta no era Kincaid. Frunció el ceño mientras juntaba las piezas de la breve imagen obtenida: melena rubia rizada que llegaba hasta unos hombros masculinos. Hizo un gesto de indiferencia y regresó a su habitación. Entró en su cuarto suspirando agradecida.

Si, tras haberse puesto el cálido camisón y metido bajo el edredón, le quedó una migaja de decepción tras su sensación de alivio, Gemma la enterró a gran profundidad.

* * *

La aparición del Royal Surrey County Hospital no animó el ambiente en el pequeño coche. Gemma estudió la mole de ladrillo sucio y se preguntó por qué no se les había ocurrido a los arquitectos que las personas enfermas quizás necesitaran un poco más de alegría.

– Ya lo sé -dijo Will Darling como si le hubiera leído la mente-. Es institucionalmente horrible. No obstante, es un buen hospital. Unieron diversos hospitales menores cuando construyeron éste. Y ofrece todo el tipo de atenciones que pueda imaginar.

Darling había llegado al pub justo cuando Gemma y Kincaid estaban acabando su desayuno. Habían comido en un incómodo silencio y les sirvió un igualmente apagado Brian Genovase.

– No soy madrugador -les había dicho con un atisbo de sonrisa-. Forma parte del trabajo. -No obstante, el desayuno había sido bueno. El tipo sabía cocinar a pesar de que su don de gentes no estaba en su mejor momento. Gemma se había obligado a comer sabiendo que necesitaba alimentarse para poder superar la jornada.

– El inspector jefe debería haber llegado aquí antes que nosotros -dijo Darling estudiando los coches aparcados mientras conducía hacia la parte trasera del hospital y se detenía en un espacio cercano a las puertas del depósito de cadáveres-. Estoy seguro de que llegará en unos minutos.

– Gracias, Will. -Kincaid se estiró tras salir del apretujado asiento trasero-. Al menos podremos disfrutar de las vistas mientras esperamos. Todo lo contrario que la clientela. -Hizo un gesto hacia las anodinas puertas de cristal.

Gemma se deslizó fuera del coche, se apartó unos pasos y contempló el panorama. Quizás, visto desde dentro del edificio hacia fuera, no fuera un lugar tan horrible. El hospital se levantaba en la cima de la colina que había al oeste de Guildford. Abajo, el pueblo de ladrillo rojo abrazaba la curva del río Wey. Todavía se veían algunos focos de bruma por encima del valle que apagaban el resplandor de los colores otoñales de los árboles. Al norte, muy alta, la torre de la catedral se levantaba contra el monótono cielo gris.

– ¿Sabía que es una catedral nueva? -preguntó Darling acercándose a ella-. La empezaron a levantar durante la guerra y fue consagrada en mil novecientos sesenta y uno. Uno no suele tener la oportunidad de ver como construyen una catedral durante su vida. -Miró a Gemma y sonriendo se corrigió-: Bueno, quizás no la suya. Pero de todos modos es bonita y vale la pena visitarla.

– Parece muy orgulloso de ella -dijo Gemma-. ¿Siempre ha vivido por aquí? -Luego agregó con una franqueza que Darling parecía estimular-: Y, por cierto, no puede ser tan mayor como para haberla visto erigirse.

Darling rió entre dientes.

– Tiene razón, me ha pillado. De hecho nací el día de la consagración. Diecisiete de mayo de mil novecientos sesenta y uno. De modo que la catedral siempre ha tenido un significado especial para nosotros… -Se calló cuando vio un coche acercarse a ellos-. Aquí está el jefe.

Gemma se dio cuenta de repente que Kincaid había estado todo el rato apoyado contra el coche, escuchando su conversación. Se sonrojó abochornada y se alejó.

Las pocas horas de sueño parecían haber rejuvenecido a Nick Deveney. Saltó fuera del maltratado Vauxhall y se acercó a ellos disculpándose.

– Lo siento. Vivo al sur, en Godalming, y había un poco de retención en la carretera de Guildford. -Su aliento formó una pequeña nube de condensación cuando sopló en sus manos al tiempo que se las frotaba-. La calefacción no funciona en este maldito coche. -Indicó con un gesto las puertas del edificio-. ¿Vamos a ver lo que nos tiene preparado la doctora Ling esta mañana? -Sonrió a Gemma y añadió-: Sin mencionar el entrar en calor.

Siguieron a Deveney por un laberinto de pasillos idénticos de azulejos blancos, sin cruzarse con nadie, hasta que llegaron a otras puertas dobles. Un cartel muy oficial situado por encima de ellos rezaba: ÚNICAMENTE PERSONAL AUTORIZADO – LLAMEN AL TIMBRE PARA OBTENER ACCESO. No obstante las puertas estaban levemente abiertas y Deveney las empujó. Un leve olor a formalina le produjo a Gemma un cosquilleo en la nariz. Luego oyó un murmullo. Siguiendo el sonido hasta la sala de autopsias encontraron a Kate Ling sentada en un taburete con una tabla y papel en el regazo y bebiendo café de un gran tazón térmico.

– Lo siento. Mi asistente tiene la gripe y no podía encargarme de las puertas. Tampoco es que la gente se muera por venir aquí -añadió mirando a Deveney como esperando una queja.

Deveney meneó la cabeza con falso asombro, luego se dio la vuelta hacia los demás, que se habían amontonado detrás de él en la pequeña sala. Nadie se había acercado demasiado a la forma envuelta en una sábana blanca que había en la mesa.

– ¿Sabían que todos los patólogos tienen que pasar por un rito de iniciación de la Orden de los Juegos de Palabras Malos? No los dejan practicar si no lo pasan. Aquí la doctora es una Gran Maestra y le encanta lucirse. -Él y Kate Ling se sonrieron concluyendo así un número obviamente practicado y muy disfrutado.

– Justo estaba acabando mis notas sobre el examen externo -dijo Ling mientras garabateaba unas palabras. Luego dejó la tabla a un lado.

– ¿Algo interesante? -preguntó Deveney. Estudió la tabla como si pudiera descifrarla al revés, aunque Gemma pensó que era poco probable que la letra de la doctora fuera legible incluso del derecho.

– La lividez corresponde perfectamente con la posición del cuerpo, así que diría que no fue movido. Por supuesto, ya lo esperábamos por la salpicadura de sangre, pero me pagan para que sea meticulosa. -Les sonrió irónicamente por encima del tazón del cual bebía. Luego prosiguió-: Así que, si calculamos la caída de temperatura del cuerpo usando la temperatura de la cocina de Gilbert, diría que fue asesinado entre las seis y las siete. -Haciendo girar la silla hacia la repisa que había detrás de ella, Ling cambió su café por un par de guantes de látex nuevos. Mientras se los ponía, añadió pensativamente-: Una cosa extraña. Había unos diminutos desgarrones en los hombros de la camisa. No lo suficientemente grandes como para poder aventurar una teoría sobre qué los produjo y el porqué de su presencia. -Se levantó del taburete y comprobó el micrófono activado por voz que colgaba encima de la mesa de autopsias. Luego levantó la tapa de acero inoxidable de la caja de instrumental que había sobre un carrito cercano-. ¿Preparados? Tendrán que ponerse batas y guantes. -Los miró burlonamente-. Están todos apretujados como sardinas en lata. Tendrán que dejarme un poco de espacio.

Will Darling tocó a Gemma en el hombro.

– Sé cuando me doy por aludido. Venga, Gemma, esperemos en el pasillo. Dejémoslos que se diviertan.

Tras agenciarse un par de sillas plegables de una sala cercana, Will las colocó junto a la puerta de la sala de autopsias y dejó un instante sola a Gemma.

– Iré a buscar unas tazas de té -le dijo por encima del hombro mientras desaparecía por el pasillo.

Gemma se sentó, cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la pared. Se sintió un poco resentida por haber sido excluida con tanta facilidad. Sin embargo, se alegraba de no tener que reunir las fuerzas que exigían siempre las autopsias. Una mitad de su conciencia escuchó las voces y los tintineos de los instrumentos, e imaginó la exploración metódica del cuerpo de Alastair Gilbert. Mientras, la otra mitad pensó en Will Darling.

Tenía una serena seguridad en sí mismo nada coherente con su rango. No obstante, no mostraba agresividad ni tampoco había en él ningún deseo de impresionar a sus superiores, algo que ella había observado muchas veces y de lo que había sido culpable en alguna que otra ocasión. Y había algo en él que la hacía sentirse cómoda, algo incluso reconfortante, algo más que la tranquilidad que proporcionaba su cara agradable, de nariz algo respingona. Pero no sabía decir exactamente qué era.

Abrió los ojos cuando reapareció a su lado sosteniendo dos vasos de poliestireno humeantes. Esperó el clásico lodo institucional y probó el té. Luego lo miró con sorpresa.

– ¿De dónde ha sacado esto? En realidad es bastante decente.

– Secreto -respondió Will mientras se ponía cómodo junto a ella.

La voz de Kate Ling llegaba claramente a través de la puerta abierta.

– Por supuesto, estamos casi seguros, por la velocidad de la sangre y el examen externo, de que nos encontramos ante un traumatismo producido por un objeto contundente. Pero veamos cómo son las cosas debajo del cuero cabelludo.

En el silencio que siguió, Gemma sostuvo el vaso caliente entre sus manos, sorbiendo de vez en cuando un poco de té. Sabía que la doctora Ling estaría despegando el cuero cabelludo del cráneo, doblándolo hacia delante por encima de la cara como una grotesca máscara, pero a la inversa. Pero eso era algo que le parecía distante, no conectado lógicamente con la sensación del frío metal de la silla contra su espalda y sus muslos, o bien con las leves formas que imaginaba en la pared pintada al temple que tenía delante.

Cerró los ojos y parpadeó, luchando contra el letargo que la invadía. Pero su aletargamiento tenía una cualidad arrolladora producto del agotamiento y el estrés emocional. Las palabras de la doctora Ling flotaban de forma inconexa como en una neblina.

– …justo detrás de la oreja derecha… varios golpes superpuestos más cerca de la coronilla… todos un poco a la derecha… nunca totalmente seguros… algunos zurdos demuestran poseer destrezas motoras brutales con su mano derecha.

Los ojos de Gemma se abrieron al notar los dedos de Will en su mano.

– Lo siento -dijo en voz baja-. Estaba a punto de inclinar el vaso.

– Vaya, gracias. -Lo agarró con más firmeza entre ambas manos, haciendo un enorme esfuerzo por mantenerse despierta y concentrada, pero la voz comenzó de nuevo, con una entonación precisa tan soporífera como un baño caliente. Cuando Will le cogió el vaso de sus manos fláccidas unos minutos más tarde, no pudo ni siquiera protestar. Las voces le llegaron ahora con una claridad y una presencia casi física, como si su existencia tuviera más peso que todos los estímulos que la rodeaban.

– …la conclusión más probable es que el golpe de detrás de la oreja fuera el primero, realizado desde atrás, y los otros siguieron mientras caía. ¡Ah! y ahora miren esto… ¿ven la forma de media luna de la hendidura del hueso? ¿Justo aquí? ¿Y aquí? Tomemos medidas por si acaso, pero estoy dispuesta a apostar que es la huella de un martillo común de la variedad que se utiliza en jardinería… muy característico. Objetos muy peligrosos, los martillos, aunque nunca se piense. Nunca olvidaré un caso que tuve en Londres. Una vieja dama que vivía sola, nunca había hecho daño a nadie. Un día abre la puerta y un tipo la golpea en el lado de la cabeza con tanta fuerza con un martillo que la levanta de sus zapatillas.

– ¿Lo cogieron? -Una parte del cerebro de Gemma reconoció la voz de Deveney.

– En una semana. El estúpido sinvergüenza no era muy listo y habló de ello en los pubs. Esperen un poco mientras tomo unas muestras de tejidos.

Gemma oyó una sierra y un momento después captó el nauseabundo olor de hueso quemado. Aun así no pudo alcanzar la superficie de su conciencia.

– …historial médico del comandante, por cierto, estaba tomando anticoagulantes. Hace dos años lo operaron del corazón. Veamos lo bien que se ha mantenido.

En el silencio que siguió, Gemma se dispersó todavía más. Frases dichas entre dientes como «arterias estrechas» y «personalidad tipo A» dejaron de tener sentido. Luego, la conciencia de estar en una autopsia desapareció del todo.

Cuando Will la abordó susurrando «Están acabando, Gemma» ella se despertó sobresaltada y dio un grito. Había soñado que Kincaid estaba de pie frente a ella, con su sonrisa más pícara, y en su mano sostenía un martillo mojado en sangre.

* * *

Gemma pudo ver por primera vez Holmbury St. Mary a plena luz del día. El pub daba a un inmaculado triángulo de césped, con el camino de los Gilbert a la derecha y la iglesia a la izquierda. Al otro lado del césped, unos cuantos tejados y hastiales de ladrillo rojo asomaban por encima de los árboles.

Deveney había regresado a la comisaría de policía de Guildford para supervisar los informes que iban llegando y había delegado en Will Darling la función de llevar a Gemma y Kincaid de vuelta a casa de los Gilbert.

– Los veré allí dentro de una hora y compararemos notas -les había dicho mientras se metía en el coche y fingía tener escalofríos-. No creo que de momento pueda llevar este trasto al taller.

Will aparcó el coche detrás del pub y caminaron por el sendero despacio, estudiando durante el trayecto la casa y sus alrededores. Las puntas del grueso seto casi se tocaban con la curva de la puerta de hierro, y por encima sólo se veía la planta superior de la casa. Las vigas negras contrastaban con el ladrillo rojo decorado en blanco y las plantas trepadoras atenuaban el contraste.

– Una fortaleza suburbana -dijo Kincaid en voz baja mientras Will hacía un gesto con la cabeza al agente uniformado que estaba de guardia en la puerta-. Y no lo protegió.

– ¿Algún espectador demasiado curioso? -preguntó Will al agente.

– He dejado pasar a un par de vecinos que querían ayudar, pero eso es todo.

– ¿No ha venido la prensa?

– Sólo he visto un par husmeando.

– Entonces no tardarán mucho, -dijo Will y el agente asintió con resignación.

– Espero que Claire Gilbert y su hija estén preparadas para el asedio -dijo Kincaid mientras tomaban el sendero hacia la parte trasera de la casa-. Los medios no dejarán pasar esta historia con facilidad.

Cuando llegaron a la puerta del vestíbulo, Kincaid vaciló y luego dijo:

– Gemma, ¿por qué no vais tú y Will a ver a la señora Gilbert? Tomad declaración de sus movimientos de ayer por la tarde, de modo que podamos comprobarlos. Volveré en un rato. -Gemma empezó a protestar, pero él ya se había dado la vuelta y durante un momento ella se quedó mirándolo cruzar por el jardín hacia el cercado del perro. Luego, notando que Will la miraba, se dio la vuelta y abrió la puerta del vestíbulo con un poco más de fuerza de la necesaria.

La cocina de baldosas blancas, con su prístina e inmaculada superficie brillante, deslumbró a Gemma al entrar. Alguien había limpiado la sangre.

Gemma miró con recelo a Will y recordó que la noche anterior había dado una excusa para quedarse atrás cuando fueron al pub. Pero él le devolvió una sonrisa inocente. El especialista en huellas seguía ocupado espolvoreando las superficies de los armarios, pero, aparte de esto, Gemma podía ver una cocina ordinaria en un día ordinario, e imaginó el olor a tostadas y café y la somnolienta cháchara del desayuno. En la mesa que había junto a la ventana que daba al jardín había un individual y una servilleta de colores muy vivos junto con un ejemplar del Times. Tras inspeccionarlo, Gemma vio que el periódico databa del día anterior. Sin embargo, no lo había visto la noche anterior. De hecho, apenas se había dado cuenta de la existencia de este rincón para el desayuno. Esto no puede ser, no puedo seguir así, se dijo Gemma, e interrumpió la discreta discusión de Will con el técnico de manera más brusca de lo que pretendía.

– La señora Gilbert se ha preparado una taza de té y ha dejado dicho que estaría en el invernadero -dijo el hombre de las huellas en respuesta a la pregunta de Gemma y luego volvió a su silbar poco melodioso.

Gemma recordó la extensión acristalada que había visto desde el jardín y tras cruzar la cocina torció a la derecha. Golpeó suavemente la puerta del final del hall y al no oír respuesta al cabo de un ratito abrió la puerta y entró.

A pesar de que la abundancia de plantas daba a la habitación un verdadero ambiente de invernadero, era obvio que se trataba de una sala muy usada. Había dos mullidos sofás situados frente a frente y los separaba una mesa baja cubierta de libros y periódicos. Un cubrecama de lana caía por la parte trasera de uno de los sofás y encima de una mesita auxiliar había un par de gafas. Por debajo del otro sofá asomaban un par de botas Doc Martens, el primer signo que Gemma había observado de que Lucy Penmaric vivía en esta casa.

Claire Gilbert estaba sentada en el rincón del sofá más cercano a la puerta y de espaldas a ella. Tenía los pies recogidos y un cuaderno en su regazo. Sin embargo, su mirada no estaba dirigida al cuaderno sino al jardín, e incluso cuando Will y Gemma entraron su cuerpo no se movió.

– ¿Señora Gilbert? -dijo Gemma en voz baja y entonces Claire volvió la cabeza sobresaltada.

– Lo siento. Estaba a kilómetros de distancia. -Hizo un gesto señalando el cuaderno en su regazo-. Hay tantas cosas que hacer. He intentado preparar una lista, pero no puedo concentrarme.

– Hemos de hacerle unas cuantas preguntas, si no le importa -dijo Gemma maldiciendo a Kincaid por cargarla con esta tarea. No era capaz de habituarse al dolor de los familiares desconsolados y de hecho había perdido toda esperanza de llegar a hacerlo.

– Siéntese, por favor. -Claire metió los pies en los zapatos y se alisó la falda por encima de sus piernas.

– Tiene mejor aspecto esta mañana -dijo Will cuando se sentó en el sofá opuesto-. ¿Ha dormido?

– No creí que pudiera hacerlo, pero sí. Es extraño como el cuerpo toma sus propias decisiones, ¿no creen? -Tenía mejor aspecto, estaba menos demacrada y parecía menos frágil. Su piel era fina como la porcelana, incluso bajo la despiadada luz de la mañana.

– ¿Y Lucy? -preguntó Will mientras Gemma se sentaba a su lado y sacaba su bloc de notas.

Claire sonrió.

– Me he encontrado el perro estirado junto a ella en la cama, y ni se ha movido cuando lo he sacado de la habitación. Insistí en que tomara un sedante ayer noche. Es terca como una mula, aunque viéndola nadie lo diría. No le gusta admitir que ha llegado al límite.

– Se parece a su madre, ¿no? -dijo Will con una familiaridad que Gemma, intimidada por los modales más bien formales de Claire Gilbert, ni siquiera habría intentado. Recordó la angustia de Claire la noche anterior, cuando se dio cuenta de que Will había salido de la sala, y se maravilló de que el agente hubiera sido capaz de establecer una relación tan sólida en tan sólo unas horas.

Claire sonrió.

– Quizás tenga razón. Aunque yo nunca fui tan resuelta como Lucy. Perdí el tiempo en la escuela, aunque he de decir que habría obtenido mejores resultados si hubiera tenido alguna idea de lo que quería hacer. Jugaba a muñecas y casitas… -añadió en voz baja, mirando de nuevo el jardín y plisando la tela de su falda con los dedos.

– ¿Cómo…? -dijo Gemma, que no estaba segura de haber oído bien.

Claire, fijando la vista en ella, se excusó sonriendo.

– Yo era una de esas niñas que jugaba a casitas y cuidaba de sus muñecas. Nunca se me ocurrió que el matrimonio y la familia no fueran el centro de mi vida. Y mis padres estimularon esta idea, especialmente mi madre. Pero Lucy… Lucy ha querido ser escritora desde los seis años. Siempre ha trabajado duro en la escuela y ahora está estudiando los exámenes de práctica para sacarse el nivel avanzado en primavera.

Will se inclinó hacia delante y Gemma notó distraídamente que el codo de su chaqueta de tweed se estaba desgastando.

– Entonces, ¿asiste a la escuela local? -preguntó el agente.

– Oh, no -respondió Claire rápidamente. Luego vaciló un momento antes de proseguir-. Es estudiante externa en la Duke of York School. Supongo que tendré que llamar al director en algún momento del día y explicar lo que ha pasado. -El cansancio pareció invadirla ante la mera idea de tener que hacerlo. Le temblaron los labios y se los cubrió un momento con la mano-. Lo soporto bien hasta que tengo que decírselo a alguien, y luego…

– ¿No hay nadie que pueda hacer estas llamadas por usted? -preguntó Gemma, como ya había hecho la noche anterior, pero esperaba que con el descanso Claire hubiera reconsiderado la idea.

– No. -Claire enderezó los hombros-. No quiero que Lucy haga nada de esto. Esto ya es suficientemente difícil para ella. Y no hay nadie más. Tanto Alastair como yo éramos hijos únicos. Mis padres han fallecido y también el padre de Alastair. Esta mañana a primera hora he ido a ver a su madre. Está en una residencia de ancianos cerca de Dorking.

Gemma sintió que la invadía una oleada de simpatía por Claire Gilbert. Decirle a una mujer mayor que su único hijo había muerto no podía haber sido fácil y, sin embargo, Claire había hecho lo necesario, sola y lo más rápidamente posible.

– Lo siento. Debe de haber sido muy difícil para usted.

Claire dirigió otra vez su mirada hacia la ventana mientras sus dedos rozaban el pañuelo de seda que llevaba al cuello. Sus pupilas se habían reducido a un puntito por el reflejo de la luz y los iris eran de color oro como los de un gato.

– Tiene ochenta y cinco años y está algo frágil físicamente, pero su mente sigue siendo aguda. Alastair se portó muy bien con ella.

En el silencio que siguió oyeron ladrar a Lewis. Luego, les llegó un grito afable de Kincaid. Claire se sobresaltó un poco y dejó caer la mano sobre su regazo.

– Lo siento -dijo mirándolos de nuevo-. ¿Dónde estábamos?

– ¿Nos podría explicar algo más sobre sus movimientos de ayer tarde y noche? -Gemma destapó su estilográfica y esperó, pero Claire parecía extrañada.

– Lo siento -dijo de nuevo-. No comprendo.

– Dijo que usted y Lucy habían ido de compras -apuntó Gemma-. ¿Dónde exactamente?

– ¿Pero qué diferencia…? -la protesta de Claire se apagó cuando miró a Will.

El agente hizo un leve movimiento de cabeza.

– ¿Cómo vamos a saber en este punto lo que es importante y lo que no lo es? Algún detalle, algo que dijo alguien, algo que vio usted, podría ser el pegamento que una todas las piezas. Sea paciente.

Al cabo de un momento Claire se arrellanó en el sofá y dijo con cierto garbo:

– Está bien. Lo intentaré.

– Hacia las cuatro y media dejamos la casa y fuimos a Guildford. Condujo Lucy. Hace tan sólo unos meses que se sacó el permiso y le gusta practicar siempre que puede. Dejamos el coche en el aparcamiento de Bedford Road y cruzamos por el puente de peatones hacia el Friary.

– Una zona comercial -explicó Will a Gemma-. Restauraron la vieja fábrica de cerveza Friary Meaux. Un sitio de mucha categoría.

Claire sonrió levemente al oír la descripción de Will.

– Supongo que sí, pero he de confesar que me gusta. Poder permanecer resguardada y seca mientras una va de compras tiene sus ventajas. -Su sonrisa se apagó al regresar a su relato-. Lucy necesitaba un libro de Waterstones… creo que está leyendo a Hardy para su examen. Después… -Se frotó la frente y miró por la ventana un momento. Gemma y Will esperaron con paciencia. Entonces Claire suspiró y prosiguió-. Compramos café en una tienda especializada y luego una botella de Badedas en C &A. Después miramos escaparates durante un rato y más tarde tomamos el té en el restaurante del patio. No recuerdo el nombre. Es absurdo. Noto que tengo unos vacíos en la mente, precisamente cosas que conozco a la perfección. Y sólo hay un vacío. Recuerdo cuando… -Claire se detuvo para tomar aliento. Tras un escalofrío sacudió la cabeza con fuerza-. Qué más da. Ahora ya no importa. Lucy y yo abandonamos el centro por el lado más alejado y caminamos por la calle principal hasta Sainsbury’s, donde compramos algo para cenar. Para cuando terminamos las compras y llegamos a casa ya eran casi las siete y media.

La pluma de Gemma volaba por las páginas hasta que lo dejaba todo apuntado. Antes de que pudiera formular otra pregunta, Claire habló.

– He de… lo siguiente… ¿he de volver a hablar de eso? -Su mano volvía a tocar el cuello y Gemma pudo ver cómo le temblaban ligeramente los dedos. Tenía manos pequeñas, delgadas, con una piel fina e inmaculada y aunque llevaba las uñas muy cortas, las llevaba pintadas de rosa.

– No, señora Gilbert, ahora no -dijo Gemma un poco ausente mientras hojeaba sus notas. Cuando llegó al lugar donde empezaba la entrevista hizo una pausa y luego miró a Claire Gilbert-. Pero háblenos de la parte de la tarde previa a lo que nos ha contado. No ha explicado qué estaba haciendo antes de ir a Guildford.

– Estaba trabajando, claro -dijo Claire con un leve dejo de impaciencia-. Llegué a casa unos minutos antes de que Lucy volviera de la escuela… Oh, Dios mío… -Se llevó la mano a la boca-. No he llamado a Malcolm. ¿Cómo he podido olvidarme de llamar a Malcolm?

– ¿Malcolm? -Will arqueó las cejas.

– Malcolm Reid. -Claire se levantó y se dirigió a la ventana. Allí se quedó, mirando hacia el jardín y dándoles la espalda-. Es su tienda, su negocio, y yo trabajo en la tienda, aunque también asesoro un poco.

Gemma se vio obligada a darse la vuelta y a entrecerrar los ojos para poder ver la silueta de Claire a la que rodeaba un halo de luz.

– ¿Asesora? -No pensaba que Claire Gilbert trabajara y la había categorizado automáticamente como ama de casa consentida con deberes no más agotadores que los de asistir a reuniones del Instituto de la Mujer y ahora se autocensuró por su negligencia. Las suposiciones en una investigación resultan peligrosas y en este caso indicaban que tenía la mente en otra parte-. ¿Qué clase de negocio es? -añadió, resuelta a prestarle toda su atención a Claire Gilbert.

– Diseño de interiores. La tienda está en Shere… se llama Kitchen Concepts, pero no es lo único que hacemos. -Claire miró el reloj y frunció el ceño-. Son casi las nueve. Malcolm no me habrá echado en falta aún. -La suave melena de cabello rubio capturó la luz cuando Claire movió la cabeza. Su voz sonó agitada por primera vez-. Desde que me he despertado esta mañana lo único que tenía en mente era decírselo a Gwen. Una vez hecho… Me siento tan boba… -De repente calló y se puso a reír-. ¿Cuándo fue la última vez que oyó esta expresión? Mi madre solía usarla. -Su risa cesó tan repentinamente como había empezado y empezó a sollozar.

Will había aprovechado que Claire se había ido a la ventana para levantarse y explorar la habitación. Se había acercado a un aparador situado en la pared de atrás y se dedicaba despreocupadamente a reordenar una colección de conchas marinas.

– No sea tan dura consigo misma -dijo volviéndose hacia Claire-. Ha pasado por un shock terrible. No espere que sea fácil seguir adelante como si nada hubiera pasado.

– Son de Lucy. -Se había acercado a él y había cogido una pequeña concha moteada de color verde y roja que hizo girar en sus manos-. De niña tenía un libro de conchas que le encantaba y desde entonces las colecciona. Ésta se llama Navidad. Encaja, ¿no cree? -Volvió a dejar la concha, alineándola con cuidado, y movió de modo extraño la cabeza, como para despejarla-. No dejo de pensar que Alastair querría que hiciera frente a este asunto, y luego me acuerdo… -Sus palabras se fueron apagando y se quedó de pie, mirando las conchas, con los brazos colgando fláccidos a los lados. Luego, como cobrando fuerzas, se volvió hacia ellos y sonrió-. Será mejor que llame a Malcolm lo antes posible. La tienda abre a y media y no quiero que se entere por otros.

Gemma cedió gentilmente.

– Gracias, señora Gilbert -dijo mientras metía el bloc de notas en su bolso y se levantaba-. Nos ha ayudado mucho. La dejaremos con sus asuntos. -Las frases aprendidas de memoria le venían con facilidad. Mientras, por lo bajo, pensaba dónde demonios estaba Kincaid y qué podía estar fisgoneando en el jardín durante todo este tiempo. Claire los acompañó hasta la puerta. Mientras Gemma pasaba al hall, Will paró y susurró algo a Claire que no pudo oír.

El especialista en huellas había recogido su equipo y se había ido, dejando únicamente el polvo para estropear la sensación de normalidad en el hogar de los Gilbert. La luz penetraba con fuerza a través del ventanal, poniendo de relieve las motas que flotaban en el aire. Gemma se dirigió a la ventana y miró al jardín. No había ni rastro de Kincaid.

– ¿Ahora qué? -preguntó Will, acercándose-. ¿Dónde está nuestro comisario?

Gemma agradeció eternamente al ángel de la guarda que la hizo morderse la lengua en lugar de dar rienda suelta a su mal humor, porque justo en ese momento entró Kincaid y les sonrió.

– ¿Me esperaban? Lo siento. Me entretuve un poco en el cobertizo. -Se limpió una mancha de barro de la frente y trató sin suerte de quitarse las telarañas de su chaqueta-. ¿Cómo…?

– ¿Te estaba ayudando el perro? -interrumpió Gemma. Supo lo maliciosas que eran las palabras tan pronto salieron de su boca, y si hubiera podido se las hubiera tragado. Enrojeció avergonzada. Cogió aliento para explicarse, pedir perdón y fue entonces cuando vio el martillo en su mano izquierda.

La puerta del hall se abrió de golpe y entró Claire Gilbert como propulsada. Sus mejillas estaban rojas.

– Malcolm dice que ya han estado en la tienda -dijo sin aliento, mirándolos de uno en uno suplicante-. Murmuradores y periodistas. Están viniendo aquí. Los periodistas están viniendo aquí… -Su mirada quedó fija en Kincaid. El color de sus mejillas desapareció con rapidez y se desplomó sobre las baldosas blancas.