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Para ser un hombre grande, Will Darling se movía con sorprendente agilidad. Logró alcanzar a Claire antes de que su cabeza diera contra el suelo y ahora estaba arrodillado junto a ella, sujetando su cabeza y hombros en sus rodillas. Mientras Gemma y Kincaid revoloteaban por encima, Claire abrió los ojos y movió la cabeza nerviosamente.
– Lo siento -dijo tratando de enfocar la mirada en sus caras-. Lo siento. No sé qué me ha pasado.
Se esforzó por levantarse, pero Will se lo impidió con delicadeza.
– Mantenga la cabeza baja un rato más. Relájese. ¿Sigue notándose mareada? -Al responder que no, Will levantó su cabeza unos centímetros-. Iremos poco a poco -continuó mientras la ayudaba a incorporarse y después a sentarse en una de las sillas del área de desayuno.
– Lo siento mucho -dijo Claire una vez más-. Qué espantosamente estúpido por mi parte. -Se restregó la cara con manos temblorosas y, a pesar de que le había vuelto algo de color a las mejillas, siguió anormalmente pálida.
Kincaid apartó una silla de la mesa y se sentó frente a ella.
– ¿No la habré asustado? -preguntó mientras señalaba el martillo que había dejado con cuidado en la repisa más cercana. Se había estado frotando distraídamente el cabello para quitarse una telaraña y ahora le caía por la frente un rizo color castaño en forma de coma. Con una ceja arqueada por la preocupación, Kincaid tenía un aspecto aparentemente, peligrosamente inocente y Gemma sintió lástima de Claire Gilbert-. Es tan sólo el viejo martillo de su cobertizo. No está en muy buen estado -añadió con una sonrisa compungida y volvió a sacudirse las mangas de su chaqueta.
– No creerá que… eso fue lo que Alastair… -Claire tembló y se encogió.
– Por la capa de polvo diría que hace meses que nadie toca este martillo, pero hemos de hacer algunas pruebas para estar seguros.
Claire cerró los ojos y respiró hondo, para luego exhalar despacio. Unas lágrimas aparecieron bajo sus párpados cerrados cuando empezó a hablar.
– Me ha asustado. No sé por qué. Ayer por la noche me preguntaron una y otra vez si sabía qué se podía haber usado, si faltaba algo, pero no se me ocurría nada. Nunca se me ocurrió que el cobertizo…
A Gemma le sorprendió la angustia de Claire después de haberla visto mantener el control cuando estaba anonadada por el shock y el cansancio. Pero pensó que la entendía. A pesar de haberse enfrentado con las sangrientas consecuencias, Claire no había querido saber lo que le había pasado a su esposo. Su mente lo había evitado hasta que se tuvo que enfrentar a un recordatorio físico. Es curioso cómo la mente le hace a uno jugarretas.
– Señora Gilbert -empezó Gemma con intención de ofrecer consuelo-, no…
– Por favor, no siga llamándome así -dijo Claire con repentina vehemencia-. Mi nombre es Claire, por Dios. -Luego se tapó la cara con las manos para amortiguar los sollozos.
Will les advirtió con un movimiento de cabeza y vocalizó «Déjenla llorar». Se dirigió a la nevera y, tras rebuscar un poco, sacó una hogaza de pan, mantequilla y mermelada. Metió dos rebanadas en la tostadora, cogió un plato y cubiertos, y preparó todo tan eficientemente que cuando las lágrimas de Claire se calmaron su tardío desayuno ya estaba listo.
– Ayer apenas tocó su cena -dijo en un tono acusador-. Y apuesto que sólo ha tomado un té esta mañana. -Sin esperar a obtener respuesta prosiguió-. No puede continuar así y pensar que podrá ser capaz de hacer frente a todo, ¿no cree? -Mientras hablaba, untó una tostada con mantequilla y mermelada, y luego se la pasó a Claire.
Ésta obedeció y dio un pequeño mordisco. Will se sentó a su lado y la miró con tanta concentración que a Gemma le pareció que casi le oía decirle a Claire que masticara y tragara, que masticara y tragara.
Al cabo de un rato Kincaid llamó la atención de Gemma y se dirigió hacia el jardín. Ella lo siguió unos pasos por detrás a través del vestíbulo, con cuidado de no chocar contra él, resuelta a no notar el leve olor de su jabón, su aftershave, su piel. Pero no pudo evitar ver que su cabello necesitaba un buen corte. Él lo había olvidado, como hacía a menudo, y el pelo empezaba a subir por encima del cuello de la camisa.
Le sobrevino una irracional oleada de enfado, como si esos caprichosos pelos hubieran pretendido ofenderla a propósito. Cuando llegaron al jardín, Gemma se abalanzó al primer motivo de queja que le vino en mente.
– ¿Tenías que disgustar a Claire de esa manera? Ya ha pasado por algo muy duro, lo mínimo que podemos hacer es…
– Lo mínimo que podemos hacer es descubrir quién mató a su esposo -interrumpió bruscamente Kincaid-. Y eso significa cubrir cualquier posibilidad, por improbable que sea. ¿Y cómo iba yo a saber que la visión del martillo del cobertizo iba a provocarle un desmayo? -añadió, sonando ofendido-. O eso o mi cara necesita una puesta a punto. -Probó una sonrisa, pero al ver que ella sólo le fruncía el ceño dijo, enojado-: ¿Qué diablos te pasa, Gemma?
Se miraron fijamente durante un momento. Ella se preguntó cómo podía él hacer una pregunta tan estúpida, luego se dio cuenta de que no sabía la respuesta. Lo único que pudo sacar en claro del revoltijo de sensaciones era que necesitaba que la confusión desapareciera, que su mundo se arreglara. Necesitaba que las cosas fueran como antes, que le resultaran seguras y familiares, pero no sabía cómo conseguirlo.
Se dio la vuelta y cruzó por el césped hacia la caseta del perro. Lewis estaba meneando la cola a modo de feliz saludo y Gemma le tocó la nariz a través de la reja metálica.
La voz de Kincaid le llegó por detrás, neutra esta vez.
– ¿Y has olvidado que el cónyuge es siempre el sospechoso más probable?
– No hay pruebas -dijo Gemma mientras enganchaba los dedos en la valla-. Por otra parte, es evidente que además nos ha presentado una buena coartada.
– Demasiado buena, me temo. Por cierto, ¿quién es este Malcolm que mencionó Claire? -Cuando Gemma se lo explicó, Kincaid reflexionó un momento y luego dijo-: Será mejor que dividamos nuestro trabajo el resto del día. Tú y Will seguid los pasos de Claire por Guildford. Yo esperaré aquí a Deveney y luego quizás vaya a hablar con Malcolm Reid antes de abordar la gente del pueblo. -Esperó y al no recibir respuesta de Gemma y tampoco darse la vuelta dijo-: Dejaremos a un agente en la puerta hasta que la tormenta amaine, así Claire no tendrá que tratar con la prensa a menos que salga de la casa. Espero que esto te tranquilice -añadió sin poder reprimir del todo cierto sarcasmo. Luego se alejó.
Gemma, sentada en el asiento del pasajero del coche de Will, echaba chispas en silencio. ¿Qué se había creído Duncan Kincaid, dándole órdenes como si fuera una novata? Él no había comentado nada con ella, no le había pedido su opinión. Pero cuando una vocecilla le hizo saber a Gemma que quizás no le había dado una oportunidad de hacerlo, se dijo en voz alta: «Cállate».
– ¿Cómo? -dijo Will, apartando la vista de la carretera y mirándola asustado.
– Usted no, Will. Lo siento. Estaba pensando en voz alta.
– No estaba teniendo una conversación muy agradable -dijo Will, divertido-. ¿Quiere añadir un tercero?
– Me parece que ya se hace cargo de demasiadas cosas sin necesidad de asumir mis problemas -respondió Gemma intentando cambiar de tema-. ¿Cómo lo hace, Will? ¿Cómo puede seguir siendo objetivo cuando parece que siente tanta empatía por las personas implicadas? -Gemma no quería ser tan franca, pero había algo en él que hacía que relajase los frenos que normalmente se imponía. Esperó no haberlo ofendido y lo miró. Se ojos se encontraron y él sonrió.
– No tengo problemas para ser objetivo cuando se me ofrecen las pruebas del delito. Pero hasta entonces no veo ninguna razón para no tratar a la gente con tanta decencia y consideración como sea posible, especialmente si han pasado por una experiencia tan difícil como la de Claire Gilbert y su hija. -La miró de nuevo y añadió-: Vaya. Ha hecho que sacara a relucir mi educación. Lo siento. No tenía intención de sermonear. Mi madre y mi padre eran partidarios incondicionales de la reciprocidad, aunque la gente no le dé mucho valor hoy en día.
A continuación Will se mantuvo atento a la carretera pues ya habían llegado a la A2 5 y el tráfico de la mañana era denso.
Gemma lo observó con curiosidad. No era muy frecuente oír hablar a un hombre de sus padres. Rob, su ex marido, estaba avergonzado de los suyos -eran gente trabajadora, poco educados- y ella se enfureció cuando una vez le oyó decir a alguien que habían fallecido.
– Will… Antes ha dicho que la catedral siempre tenía un significado especial, y justo después dijo que sus padres… ¿Han fallecido?
Antes de responder, Will logró adelantar una quejumbrosa camioneta de granjero.
– Hace dos años. Por Navidad.
– ¿Un accidente?
– Estaban enfermos -dijo. Luego añadió, con una sonrisa-: Hábleme de su familia, Gemma. No he podido evitar ver un llavero de juguete en su bolso.
– Muy profesional por mi parte, ¿no? Pero si no las llevo encima, Toby me pierde las de verdad. -Y antes de darse cuenta estaba dando todo tipo de detalles sobre las últimas aventuras de Toby.
La fotografía mostraba a Claire y a Lucy juntas, abrazadas, riendo a la cámara, en lo que parecía un embarcadero en Brighton. Gemma la había sacado de un marco que había en el aparador del invernadero. El empleado de Waterstones, un joven con la cara llena de granos, la estudió, se apartó el pelo y miró a Gemma y Will con unos ojos brillantes e inteligentes.
– Bonita chica. Compró un ejemplar de Jude el Oscuro. Aunque no estaba predispuesta a quedarse a charlar.
– ¿Te refieres a la hija? -dijo Gemma un poco impaciente.
– La más joven, sí. Aunque la otra tampoco está mal -añadió estudiando de nuevo la fotografía.
– ¿Y estás seguro de que no las viste a las dos? -Gemma combatió el impulso de arrancarle la foto que seguro que estaba emborronando con sus dedos.
El chico inclinó la cabeza y los miró con curiosidad.
– No puedo jurarlo. Fue una tarde bastante concurrida y ni siquiera me hubiera acordado de ella -dio unos golpecitos sobre la Lucy de papel- si no fuera porque vino a la caja. -Con un exagerado suspiro de pesar devolvió la foto a Gemma.
Will, que estaba hojeando un volumen en la mesa de ventas situada al lado de la caja, levantó la mirada.
– ¿Qué hora era?
Por un momento el chico olvidó su afectación mientras pensaba.
– Después de las cuatro, porque a esa hora es mi descanso y recuerdo que ya me lo había tomado. No puedo precisar más.
– Gracias -dijo Gemma haciendo un esfuerzo por sonar como si lo dijera en serio. Will le dio al chico una tarjeta con las instrucciones habituales de llamarlos si recordaba algo más.
– Imbécil -dijo Gemma entre dientes cuando abandonaron la tienda.
– Esta mañana no se siente muy benévola, ¿cierto? -preguntó Will mientras eludían a los compradores cargados con bolsas y paquetes-. Su propio hijo será así dentro de unos años.
Gemma se dio cuenta de que le estaba tomando el pelo y dijo:
– No lo quiera Dios -y sonrió-. Será mejor que no sea así. Odio a los hombres de mirada lasciva. Y a los chicos.
A medida que avanzaron en la lista de tiendas visitadas por las Gilbert, el chico con la cara llena de granos pareció más y más atractivo en retrospectiva. Nadie más recordaba a la madre o a la hija, juntas o separadas.
– Al menos no pasamos frío y no nos hemos mojado, lo cual es más de lo que otros pueden decir -sugirió Will, forzando así a Gemma a apartar la vista de un escaparate. Habían aparcado el coche en el aparcamiento de Bedford Road, igual que había hecho Claire, y habían cruzado Onslow Street hacia el Friary por el puente de peatones. Rachas de viento habían sacudido el puente cuando empezaron a caer las primeras gotas de agua sobre el pavimento.
– Umm -respondió fijando los ojos en el vestido del escaparate. Era corto, negro y se pegaba al cuerpo. La clase de vestido que ella nunca se compró y que nunca tuvo ocasión de llevar.
– Bonito vestido. Le sentaría muy bien. -Will la estudió y Gemma fue consciente de los pantalones y chaqueta tan corrientes que llevaba-. ¿Cuánto tiempo hace que no se compra nada que no necesite para el trabajo?
Gemma frunció el entrecejo.
– No lo recuerdo. Nunca he tenido un vestido como éste.
– Adelante -la animó Will sonriendo-. Dése el gusto. Eche un vistazo mientras llamo a la comisaría y doy parte.
– Es usted una mala influencia, Will. No debería, de verdad que no… -Seguía rezongando cuando Will le dijo adiós con la mano y se dirigió tranquilamente a la cabina telefónica. No tenía sentido continuar su queja sin público. Will había dado asombrosamente en el blanco. Ella se compraba ropa de calidad, práctica, lo suficientemente neutra como para poder llevarla una y otra vez, lo suficientemente conservadora como para no arruinar sus posibilidades de ascenso… Y de repente la odió.- En fin, me rindo -se dijo entre dientes y entró en la tienda.
Salió sintiéndose una década mayor -la dependienta adolescente había sido terriblemente condescendiente- y con una cuenta corriente considerablemente más vacía. Empujó la bolsa de plástico hacia Will y le dijo en tono acusador:
– No puedo ir por ahí haciendo interrogatorios con mis compras. ¿Qué voy a hacer ahora?
– Enróllela y métala en su bolso. -Will, paciente, le hizo una demostración-. Podría esconder un ejército en esta cosa. Nunca he entendido por qué las mujeres no quedan permanentemente torcidas de llevar todo el día el peso equivalente a una maleta. -Miró su reloj-. Todavía hemos de probar en Sainsbury’s, pero me muero de hambre. Tomemos algo de comer primero y entretanto quizás deje de llover.
Tras una breve discusión acordaron comer en el puesto de pescado y patatas fritas que había en la zona de restaurantes y llevaron sus bandejas a las mesas de plástico moldeado del área común. Will atacó su comida con deleite. Tras el primer mordisco de pescado, la rancia y resbalosa grasa bañó la boca de Gemma y bajó por su garganta amenazando con provocarle arcadas. Apartó la bandeja y cuando vio que Will levantaba la vista y fruncía el ceño dijo bruscamente:
– No me dé lecciones, Will. No tengo hambre. Y odio el puré de guisantes. -Empujó el desagradable potaje con los dientes del tenedor de plástico.
Cuando Will volvió a su comida sin hacer comentarios, Gemma sintió una ráfaga de vergüenza.
– Lo siento, Will. Normalmente no soy así. De verdad. Debe de ser algo relacionado con este caso. Me pone nerviosa. Y será peor cuando la prensa esté metida de lleno.
– Sensible, ¿no? -dijo Will mientras cargaba su tenedor con pescado y guisantes y añadía una patata frita para colmarlo-. Son su jefe y el mío quienes tendrán que andar con cautela. Podrían rodar cabezas si no se resuelve todo rápido, al gusto de los mandamases. No me gustaría estar en su lugar. Yo prefiero el trabajo puerta a puerta, bajo la lluvia. -Sonrió y Gemma sintió que se había restablecido el buen talante entre ellos.
Cuando Will dejó el plato limpio, Gemma dijo:
– ¿Sainsbury’s?
– Y después iremos a la comisaría y podrá conocer a los chicos de la unidad de investigación policial.
Ni el empleado de la charcutería ni la cajera de Sainsbury’s fueron de ninguna ayuda. Gemma y Will salieron a la calle principal desanimados, pero al menos Will había obtenido su deseo y la lluvia ya sólo era una mera llovizna. Las aceras estaban atestadas de compradores. Bajo una arcada había puestos de flores. Al pie de la empinada calle, Gemma pudo ver la suave tonalidad de los árboles que bordeaban la ribera.
– Tendría que ver esto en mejores circunstancias -dijo Will-. Es muy bonito cuando brilla el sol y en el castillo hay un museo de primera clase.
– Está leyéndome el pensamiento otra vez, Will. -Gemma esquivó a una mujer que blandía un paraguas-. A pesar de la lluvia es una ciudad muy bonita. Es un buen lugar donde crecer -dijo, y pensó en Toby aprendiendo a valerse por sí mismo en las calles de Londres.
– Pero yo no crecí aquí, en Guildford mismo. Vivíamos en un pueblo cerca de Godalming. Soy un chico de granja, ¿no lo nota? -Alargó la gran mano para que la inspeccionara-. ¿Ve todas esas cicatrices? Me pillé la mano en la empacadora. -Se tocó una raya pálida que atravesaba su ceja y añadió-: Esto fue alambre de espino. Mis padres debían de estar desesperados intentando hacerme llegar entero a la edad adulta.
– ¿Es hijo único? -adivinó Gemma.
– Una bendición tardía, solían decir a pesar de las muchas veces que tuvieron que llevarme al cirujano.
Gemma estuvo a punto de preguntar qué había sido de la granja, pero algo en la expresión de su cara la frenó. Caminaron en silencio el resto del camino al coche.
Después de haberle pedido a Will que la llevara de vuelta a Holmbury St. Mary por si la necesitaban, se sintió estúpida cuando el agente que hacía guardia en la puerta de los Gilbert le dijo que Kincaid y Deveney no habían regresado y que Kincaid no le había dejado ningún mensaje.
– He de hacer unas llamadas -aseguró a Will-. Esperaré en el pub. -Lo despidió con una sonrisa y cruzó la carretera lentamente. Había dejado de llover, pero el asfalto se notaba grasiento y había mucha humedad en el aire.
El olor a rancio del humo de cigarrillos persistía en el pub a pesar de que no había rastro alguno de presencia humana. Gemma esperó unos minutos y se calentó las manos sobre las ascuas del fuego encendido desde mediodía. El estómago vacío le hacía ruidos y al darse cuenta le entró un hambre canina. De repente recordó otro viaje a Surrey, un día en que Kincaid y ella compartieron bocadillos en el jardín de un salón de té y luego pasearon por la orilla del río.
Bajo las pestañas le escocieron lágrimas no derramadas.
– No seas una maldita estúpida -dijo en voz alta. Falta de sueño y niveles bajos de azúcar en la sangre. Eso era lo que le pasaba. Nada que un tentempié y una siesta no puedan arreglar. Lo menos que podía hacer era aprovechar este rato a solas. Se frotó los ojos y se dirigió al bar, pero de la misión de reconocimiento sólo consiguió un paquete de patatas fritas rancias. Tenía unas galletas en su bolsa de viaje. Tendría que arreglárselas con eso.
Había recorrido la mitad de las escaleras, sintiendo las pantorrillas como pesas de plomo, cuando un cuerpo llegó volando al rellano y chocó contra ella. El golpe que recibió en el hombro derecho la hizo girar y perder el equilibrio, y del mamporro acabó sentada en el suelo.
– ¡Dios mío! ¡Lo siento! No la he visto venir. ¿Está bien? -El cuerpo volador era el de un joven de mirada ansiosa, hombros anchos y una melena de cabello rizado y rubio. La escudriñó y alargó la mano sin estar seguro de si ayudarla o protegerse de su ira.
– Te vi anoche -dijo Gemma, demasiado aturdida como para que se le ocurriera algo más apropiado-, cuando salí del cuarto de baño.
– Soy Geoff. -Dejó caer la mano y probó con una sonrisa-. ¿Está segura de que está bien? ¿No le he hecho daño? No sabía que hubiera alguien. -Puso los ojos en blanco y dijo entre dientes-: Brian se pondrá furioso.
Gemma miró el jersey gastado y los tejanos y bajando los ojos vio que no llevaba zapatos, aunque sí calcetines gruesos. No era extraño que no lo hubiera oído.
– Estoy bien, de verdad. Yo tampoco estaba prestando atención. -Lo estudió y le gustaron su cara ovalada y sus ojos gris claro. A pesar de que el bigote era una mera brizna aterciopelada, Gemma pensó que debía de tener al menos veintitantos años. En los rabillos de sus ojos grises habían empezado a destacar unas pequeñísimas líneas, y las arrugas entre la nariz y la boca indicaban que el chico era un veterano.
Su estómago empezó a hacer ruido otra vez, lo suficientemente fuerte como para que el chico lo oyera, y Gemma gimió.
– Si me dices cómo improvisar algo para comer por aquí quedaremos en paz.
– Baje conmigo a la cocina y le prepararé un bocadillo -le dijo complacido por librarse tan fácilmente.
– ¿De verdad? ¿Estás seguro? -Justo cuando se estaba preguntando por qué un huésped podía usar tan libremente la cocina del pub, tuvo un momento de desconcierto.
Se miraron sorprendidos, pero de repente Geoff comprendió el origen de la confusión y explicó:
– Vivo aquí. Debería habérselo dicho. Soy Geoff Genovase. Brian es mi padre.
Gemma tardó en procesar la información unos segundos y luego dijo:
– Ah, claro. Que tonta por mi parte el no haberme dado cuenta. -Ahora que lo sabía, lo pudo ver en su postura, la forma de su cabeza, la fugaz sonrisa-. Entonces está bien.
Gemma, un poco vacilante, lo siguió a la cocina. Él la hizo sentar en una mesa pequeña situada en un espacio que había junto a la cocina de gas, luego abrió la nevera y estudió el contenido.
– ¿Le va bien queso y pepinillos en vinagre? Es lo que pensaba tomar yo.
– Perfecto. -Mientras Geoff rebuscaba por la nevera, Gemma miró a su alrededor. La cocina era pequeña, pero el equipo era profesional, desde la cocina de acero inoxidable a la mesa de trabajo llena de marcas.
Geoff cortó rodajas de queso cheddar y juntó los ingredientes con la pericia de alguien que ha crecido ayudando en la cocina. Al poco rato ya llevaba a la mesa dos platos con gruesos bocadillos de pan integral.
– Empiece -insistió-. No sea cortés. He de poner la tetera al fuego y en un minuto tendré listo el té. -Mientras Gemma daba un mordisco al bocadillo, Geoff llenó de agua caliente la tetera de barro para que estuviera templada. Gemma se obligó a masticar despacio, cerrando los ojos y saboreando la suntuosidad mantecosa del queso junto a la dulce intensidad de los pepinillos. Tras unos cuantos mordiscos notó que sus músculos empezaban a relajarse.
Geoff vació la tetera y metió unas cucharadas de té. Le estaba dando la espalda a Gemma cuando dijo:
– Usted es la mujer policía, ¿no? Brian me dijo que llegaron ayer. -Agregó agua hirviendo a la tetera de barro, luego cogió dos tazas y llevó todo a la mesa-. ¿Leche? -Gemma tenía la boca demasiado llena para hablar y simplemente asintió. Él volvió a la nevera a buscar una botella de medio litro-. El azúcar está en la mesa -le dijo mientras se sentaba enfrente de ella.
– ¿Lo conocías? -preguntó Gemma cuando hubo tragado el bocado-. Me refiero al comandante Gilbert.
– Por supuesto. En un sitio como éste no puedes no conocer a la gente. -Incluso con la boca llena de pan y queso, el tono de su voz delató repugnancia.
– Debe de ser difícil para ti -dijo Gemma con curiosidad-. Vivir en un pueblo tan pequeño… no creo que haya demasiada vida social.
Mucha gente joven se quedaba a vivir con sus padres cuando no encontraba trabajo, era una realidad económica. Hubo momentos, después de que Rob se fuera, en que temió que ella y Toby tuvieran que irse al apartamento de encima de la panadería de sus padres, y la idea la horrorizó. Geoff simplemente se encogió de hombros y dijo:
– No está mal.
– El bocadillo está buenísimo -dijo Gemma, acompañando la comida con un trago del té que él le había servido. El joven sonrió satisfecho y ella se atrevió a preguntar-: ¿A qué te dedicas? Quiero decir, ¿en qué trabajas?
Esperó a acabar de masticar antes de responder.
– Un poco de esto, un poco de aquello. Lo que más hago es ayudar a Brian en el pub. -Se apartó de la mesa y se levantó. Fue al armario que había encima de la cocina-. Mire. -Cogió un paquete de galletas y se lo alargó para que Gemma las inspeccionara-. Ya sé lo que necesitamos para concluir el ágape.
– ¿Galletas integrales de chocolate? -dijo Gemma con un suspiro de satisfacción-. Sin leche, mis favoritas. -Comió en silencio durante unos minutos y cuando terminó su bocadillo tomó una galleta del paquete y la mordisqueó. Sin duda Geoff había evitado hablar de cosas personales, así que trató de hablar de nuevo sobre temas generales-. Te debió impactar bastante lo del comandante. ¿Estabas aquí ayer por la noche?
– Estaba en mi cuarto, pero Brian vio los coches de policía, las luces y sirenas. Me llamó para que bajara a ayudarlo en el bar, luego cruzó la calle pero no lo dejaron pasar. Lo único que le dijeron era que había habido un accidente y volvió hecho un manojo de nervios. No supimos nada hasta que Nick Deveney envió un agente para reservarles habitaciones a ustedes y explicó que había sido el comandante y no Lucy o Claire.
– Eso era distinto, ¿no? -preguntó Gemma y pensó lo mucho que revelaban las personas sin darse cuenta, simplemente por la construcción de las frases o el énfasis puesto en ciertas palabras.
– Por supuesto. -Geoff se volvió a sentar en la silla y cruzó los brazos-. Lo que digo, éste es un lugar pequeño, y todos se conocen, especialmente los vecinos. Lucy es una buena chica, y Claire… todo el mundo aprecia a Claire.
Gemma pensó que era raro que, siendo Claire Gilbert tan bien considerada, hubiera preferido confiar en Will Darling en lugar de aceptar el consuelo de algún vecino comprensivo.
– ¿Pero no a Alastair Gilbert? -preguntó-. ¿Él no te importaba?
– No es lo que he dicho. -Geoff frunció el ceño. El placer y la camaradería habían desaparecido-. Se trata de que simplemente no está aquí -es decir, no estaba aquí- con su trabajo y pasando en Londres la mayor parte del tiempo.
– Yo lo conocí -dijo Gemma colocando los codos sobre la mesa y apoyando la barbilla en una mano. Se preguntó por qué no se lo había mencionado a Kincaid y se encogió de hombros. Sencillamente no había tenido ganas de explicarle nada que fuera remotamente personal.
– Fue mi comisario en Notting Hill cuando entré en el cuerpo -prosiguió. Geoff se relajó. Parecía interesado y se puso cómodo en la silla, como si la confesión de Gemma los hubiera puesto en igualdad de condiciones. Gemma sorbió su té y dijo-: Pero no lo conocía de verdad, claro. Había más de 400 agentes en Notting Hill y yo era demasiado modesta como para llamarle la atención. En todo ese tiempo puede que me dirigiera diez palabras. -El hombre que ella recordaba parecía no tener relación con el cuerpo desagradablemente despatarrado en el suelo de la cocina de los Gilbert. Había sido un hombre de pequeña estatura, prolijo, de voz suave y muy maniático con su vestimenta y su dicción. En ocasiones había dado charlas a los agentes sobre la importancia de las normas-. Mi sargento solía decir que era muy exigente y estricto. Aunque no creo que lo dijera en un sentido positivo.
– Le gustaba hacer las cosas a su manera. -Geoff rompió otra galleta en dos y se metió una mitad en la boca. Prosiguió de manera apenas inteligible-: Siempre estaba a malas con el consejo del pueblo por cualquier cosa, como que hicieran respetar las restricciones de aparcamiento alrededor del prado comunal, o cosas así. -Comió a continuación la segunda mitad de la galleta y luego llenó las tazas de té de ambos-. Y se peleó con nuestro médico hace un par de semanas. Eso si considera una pelea cuando nadie levanta la voz.
– ¿De verdad? -Gemma se incorporó levemente-. ¿Sobre qué pelearon?
– No lo sé. En realidad no oí nada. Fue el sábado y yo había hecho unos trabajos. Cuando fui a la puerta de la cocina a preguntarle algo sobre el compost, él se estaba marchando. Pero algo había pasado. Ya sabe, a veces uno se da cuenta, como si hubiera mal ambiente. Y la doctora Wilson tenía ese aspecto hermético.
– ¿Ella? ¿Es mujer? -dijo Gemma.
– Este pueblo es muy feminista. El médico y el vicario son mujeres. Y creo que el comandante no se llevaba bien con ninguna de las dos.
Gemma se acordó de que la actitud de Gilbert con las mujeres bajo sus órdenes rozaba la condescendencia y había tenido fama de pasar por alto a las agentes femeninas en los ascensos.
– Tengo ganas de conocerlas -dijo, y contempló la idea de ganarle la mano a Kincaid entrevistando a la doctora.
– ¿Esta tarde? -Geoff la estudió con preocupación-. Parece hecha polvo, si no le importa que se lo diga.
– Gracias.
Su sarcasmo fue evidente lo que hizo que Geoff se sonrojara.
– Lo siento. Es que… ya sabe a lo que me refiero. Parece cansada. Eso es todo.
Gemma transigió.
– Está bien. Quizás suba a mi habitación a descansar un rato. Y gracias por atenderme. Creo que me hubiera derrumbado si no me hubieras rescatado.
– A su disposición, bella damisela. -Se levantó e hizo una reverencia. Gemma se rió, pensando que un jubón y unas medias le hubieran pegado e imaginó sus rizos rubios bajo un sombrero con plumas.
Ella lo siguió escaleras arriba y cuando llegaron a la puerta de la habitación de Geoff pararon.
– Avíseme si necesita algo. Estoy a su…
Sus palabras se debilitaron a oídos de Gemma. En el escritorio de Geoff había un ordenador y Gemma se quedó mirando la imagen de la pantalla.
– ¿Qué es? -preguntó sin apartar la vista de la imagen. La inquietante escena parecía cubierta por remolinos de neblina, pero pudo distinguir un castillo con torreón y a través de una de las entradas vio un paisaje de hierba verde y un sendero que llevaba a una montaña.
– Es un juego de rol, una aventura. Una chica se ve transportada a un país extraño y debe sobrevivir gracias a su ingenio, sus habilidades y sus conocimientos de magia. Sólo siguiendo un sendero concreto y recopilando talismanes podrá descubrir los secretos del país y así podrá obtener el poder para quedarse o regresar a nuestro mundo. Si quiere puede jugar. Se lo enseñaré. -Le tocó el brazo, pero Gemma movió negativamente la cabeza, resistiéndose al hechizo.
– No puedo. Ahora no. -Apartó la mirada y se concentró de nuevo en la cara de Geoff-. ¿Qué elige al final?
Él la miró con unos ojos grises inesperadamente serios.
– No lo sé. Eso depende de cada jugador.