174681.fb2 Nadie Vive Enternamente - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 10

Nadie Vive Enternamente - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 10

8 Bajo disciplina

Bond necesitaba tiempo para pensar, pero el hecho de permanecer en la terraza en medio de aquella carnicería no le permitía concentrarse demasiado. Eran las tres de la madrugada. Aparte la música de la calle, la ciudad de Salzburgo estaba envuelta en silencio: un centelleo de luces con la oscura silueta de las montañas recortándose contra el cielo azul marino.

Cuando entró en el salón principal, las luces aún estaban encendidas. No se observaba la menor señal de lucha. Quienquiera que hubiera liquidado a Der Haken y su equipo había actuado con gran rapidez. Y quienquiera que hubiera llevado a cabo las ejecuciones debía ser un hombre de confianza, por lo menos de Osten. Había manchas de sangre en la pared entre las dos arcadas y otras en la mullida alfombra color crema. Sobre una mesa se encontraban la ASP y la varilla. Bond examinó el arma, todavía cargada y no disparada, antes de volver a guardarla en la funda. Se detuvo y sopesó la varilla en la mano antes de introducirla en la funda cilíndrica que aún llevaba ajustada al cinturón.

Después cerró las puertas vidrieras y el cuerpo de Der Haken golpeó fuertemente contra el cristal. Bond buscó el botón y corrió las cortinas para no ver el terrible espectáculo que ofrecía la terraza.

Se apartó rápidamente del balcón, sabiendo que la persona que había liquidado a los policías podía encontrarse todavía en el apartamento. Extrajo la ASP y empezó a registrar sistemáticamente la vivienda. La puerta que daba acceso al ascensor parecía haber sido cerrada por fuera y tres de las habitaciones estaban cerradas también bajo llave. Una era la habitación de invitados previamente ocupada por él, y las otras dos debían albergar a Sukie y Nannie. Llamó con los nudillos a las puertas y no obtuvo respuesta. No había ni rastro de las llaves.

Dos cosas preocupaban a Bond. ¿Por qué, estando la presa encerrada bajo llave en aquel apartamento, su adversario no había aprovechado la oportunidad de matarle allí mismo? Uno de los participantes en la Caza de Cabezas debía de estar siguiendo un tortuoso camino para eliminar a todos los competidores que se acercaban a la presa. ¿Qué personas podían estar interponiéndose? La posibilidad más obvia era el propio ESPECTRO. Hubiera sido muy propio de aquella gente organizar una competición con un premio fabuloso a cambio de la cabeza de la víctima e intervenir en el último instante para hacerse con la recompensa. Hubiera sido el medio más barato de guisárselo y comérselo ellos mismos.

Pero si ESPECTRO era efectivamente responsable de la liquidación de los competidores, ¿por qué no habían intentado todavía eliminarle? ¿Quién podía quedar en el juego? ¿Tal vez alguna organización de espionaje enemiga? En tal caso, Bond se inclinaba por los sucesores actuales de su viejo enemigo el SMERSH.

Desde que, por primera vez, había conocido la existencia de aquel escurridizo brazo del KGB, el SMERSH (sigla de Smiert Spionam: «Muerte a los Espías») había sufrido toda una serie de transformaciones. Durante muchos años, se llamó Departamento Trece, antes de independizarse por completo bajo la denominación de Departamento V. Y, de hecho, en el Servicio de Bond, exceptuando el círculo interior, todo el mundo siguió llamándolo Departamento V hasta mucho después de su desaparición.

Lo que ocurrió fue obra, en buena parte, del Servicio Secreto de Espionaje, el cual consiguió infiltrar en el Departamento V a un agente suyo llamado Oleg Lyalin. Cuando Lyalin desertó, a principios de los años setenta, el KGB tardó bastante en descubrir que éste había sido un topo durante mucho tiempo. Tras lo cual, el Departamento V sufrió una purga que lo dejó prácticamente fuera de combate.

El propio Bond no fue informado hasta tiempos relativamente recientes de que sus antiguos enemigos habían sufrido una completa transformación bajo el nombre de Departamento Ocho del Directorio 5. ¿Sería ahora esta nueva unidad de operaciones del KGB el más probable caballo desconocido en aquella carrera por su cabeza?

Entretanto, Bond tenía que resolver ciertos problemas muy acuciantes: abrir las habitaciones en las que suponía se encontraban Nannie y Sukie; y tratar de abandonar el bloque de apartamentos. El Mulsanne Turbo no es precisamente el más discreto de los automóviles. Bond calculaba que, con la alerta todavía en vigor, no podría recorrer más de medio kilómetro sin ser detenido.

Registrar el oscilante cuerpo de Der Haken no fue muy agradable, pero le permitió encontrar las llaves del Bentley aunque no las de las habitaciones de invitados ni la del ascensor. El teléfono estaba intacto, pero Bond no podía efectuar una llamada clandestina. Marcó cuidadosamente el número directo del residente del Servicio en Viena. Este sonó nueve veces antes de que se oyera una voz desconcertada.

– Aquí, Depredador -dijo Bond rápidamente, utilizando su apodo de campaña-. Tengo que hablar con claridad aunque el mismísimo Papa te tenga intervenido el teléfono.

– Pero, ¿te das cuenta de que son las tres de la madrugada? ¿Dónde demonios te has metido? Ha habido un revuelo espantoso. Un alto funcionario de la policía austríaca…

– Y cuatro amigos suyos han sido asesinados -dijo Bond, interrumpiéndole.

– Te están buscando. ¿Cómo supiste lo del policía?

– Porque no le mataron…

– ¿Cómo?

– Porque el muy bastardo hacía un doble juego. El mismo lo organizó.

– ¿Dónde estás? -preguntó el residente, sinceramente preocupado.

– En algún lugar de la ciudad nueva, en un bloque de apartamentos de lujo junto con cinco cadáveres y con las dos jóvenes que me acompañaban, o así lo espero por lo menos. No conozco la dirección, pero la podrás averiguar a través del número del teléfono.

Bond lo leyó en voz alta.

– Es suficiente para empezar. Te llamaré en cuanto sepa algo, aunque sospecho que te van a hacer muchas preguntas.

– Al diablo las preguntas, tú déjame ir a la clínica y terminar el trabajo cuanto antes.

Bond colgó el auricular y luego se acercó a la primera de las dos habitaciones cerradas y empezó a aporrear la puerta. Esta vez le pareció oír unos murmullos amortiguados procedentes del interior. No habría más remedio que descerrajar la puerta violentamente, aunque metiera mucho ruido.

En la cocina encontró un afilado cuchillo de cortar carne con el que destruyó la parte de la puerta que rodeaba la cerradura. Sukie Tempesta yacía sobre la cama, atada, amordazada y en ropa interior.

– ¡Me quitaron la ropa! -gritó enfurecida cuando Bond consiguió librarla de las ataduras y la mordaza.

– Ya lo veo -dijo Bond sonriendo mientras la mujer tomaba una manta para cubrirse.

Bond se fue a la otra habitación cuya puerta consiguió abrir con más facilidad. Nannie se encontraba en la misma situación que su amiga, sólo que su ropa interior parecía proceder del lujoso establecimiento Fredericks, de Hollywood. Siempre ocurre así con las que parecen más sencillitas, pensó Bond mientras ella gritaba:

– Me han quitado el liguero con la funda de la pistola.

En aquel instante, sonó el teléfono y Bond se puso al aparato.

– Depredador.

– Un oficial de mucha antigüedad ya está en camino con un equipo de colaboradores -dijo el residente-. Sé discreto, por lo que más quieras, y diles sólo lo que sea absolutamente necesario. Después, trasládate a Viena inmediatamente. Es una orden de arriba.

– Diles que traigan ropa de mujer -contestó Bond; e indicó las tallas aproximadas.

Mientras colgaba el teléfono, oyó unos gritos de alegría procedentes de uno de los cuartos de baño: las chicas habían encontrado su ropa en el interior de un armario. Sukie salió completamente vestida y Nannie apareció sujetándose descaradamente las medias al liguero que aún llevaba ajustada la funda con la pistola.

– Vamos a abrir un poco para que entre el aire -dijo Sukie, acercándose a la puerta vidriera.

Bond se interpuso en su camino, diciéndole que no le aconsejaba que descorriera las cortinas y mucho menos que abriera las ventanas. Luego explicó rápidamente la razón y les dijo a las chicas que se quedaran en el salón principal mientras él se introducía por detrás de los cortinajes y entreabría el balcón para que entrara un poco el aire en la estancia.

El timbre de la puerta sonó con apremio. Tras las oportunas identificaciones, Bond explicó en alemán a través de la puerta cerrada que no podía abrir desde dentro. Oyó el rumor de unas llaves. Al séptimo intento, los de fuera consiguieron abrir la puerta y en el acto entró en el apartamento lo que parecía ser la mitad de las fuerzas policiales de Salzburgo, encabezadas por un elegante y autoritario personaje de cabello canoso a quien los demás trataban con gran respeto. Este se presentó como el comisario Becker. El equipo de investigadores inició su labor en la terraza mientras Becker hablaba con Bond. A Sukie y Nannie las acompañaron unos hombres de paisano que probablemente las iban a interrogar por separado en otro sitio.

Becker tenía una larga nariz aristocrática y una mirada amable. Parecía muy experto y fue inmediatamente al grano.

– He recibido instrucciones de nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores y de los Departamentos de Seguridad -dijo en un inglés casi sin acento-. Tengo entendido que el jefe del Servicio al que usted pertenece también ha establecido contacto. Lo único que yo quiero de usted es una declaración detallada. Después será libre de irse. Pero, considero aconsejable que abandone usted Austria antes de veinticuatro horas, míster Bond.

– ¿Es una orden oficial?

– No, no lo es -contestó Becker, sacudiendo la cabeza-. Sólo es mi opinión personal. Algo que yo le aconsejo. Ahora, míster Bond, empecemos por arriba, tal como se dice en los círculos musicales.

Bond le contó la historia, omitiendo cuanto sabía sobre Tamil Rahani y la Caza de Cabezas organizada por ESPECTRO. Señaló que el tiroteo de la autobahn era uno de los gajes del oficio con que tiene que contar cualquier persona que desarrolle actividades clandestinas.

– No hay por qué avergonzarse de este trabajo -dijo Becker, esbozando una sonrisa bonachona-. En nuestra labor policial aquí, en Austria, entramos en contacto con todo tipo de personas extrañas de muy diversos orígenes (americanos, británicos, franceses, alemanes y soviéticos). Usted ya me entiende. Somos casi un centro de distribución de espías, aunque ya sé que a ustedes no les gusta utilizar esta palabra.

– Es todo un poco anticuado -dijo Bond sonriendo-. En muchos sentidos, somos una tribu pasada de moda y muchas personas quisieran arrojarnos a la basura. Los satélites y los ordenadores han asumido buena parte de nuestra labor.

– Lo mismo nos ocurre a nosotros -contestó el policía, encogiéndose de hombros-.

No obstante, nada puede sustituir a los agentes que patrullan por las calles, y estoy seguro de que, en su actividad, es necesario todavía el hombre sobre el terreno. Lo mismo sucede en la guerra. Por muchos misiles tácticos y estratégicos que aparezcan en el horizonte, los militares necesitan cuerpos vivos en el campo de batalla. Aquí estamos situados en una peligrosa encrucijada geográfica. Tenemos un dicho especial para las potencias de la OTAN. Si vienen los rusos, estarán en Viena a la hora del desayuno, pero tomarán el té de la tarde en Londres.

Con su especial habilidad de investigador, Becker abandonó la digresión, volvió al tema principal del interrogatorio y preguntó cuáles eran los motivos de Heinrich Osten, Der Haken. Bond le explicó palabra por palabra lo ocurrido, excluyendo de nuevo todo lo relativo a la Caza de Cabezas.

– Al parecer, llevaba muchos años esperando la ocasión de llenarse los bolsillos y largarse.

– No me sorprende -dijo Becker, esbozando una amarga sonrisa-. Der Haken, como casi todo el mundo le llamaba, ejercía un extraño dominio sobre las autoridades. Aún hay muchas personas, algunas de ellas en altos cargos de la administración, que sienten todavía muy cercana la época nazi. Me temo que recuerdan demasiado bien a Osten. Quienquiera que le haya llevado a este desagradable final, nos ha hecho un favor -añadió-. Luego, volviendo a cambiar de tema, el policía acabó diciendo-: Dígame, ¿por qué cree usted que se ha fijado un rescate tan alto por las dos damas?

– En realidad, ignoro las condiciones de ese rescate -contestó Bond, adoptando su expresión más inocente-. Es más, aún me tienen que contar toda la historia del secuestro.

Becker sonrió de nuevo, y agitó el dedo en dirección a Bond como si éste fuera un travieso colegial.

– Vamos, vamos, me parece que conoce muy bien las condiciones. Al fin y al cabo, estuvo algún tiempo en compañía de Osten tras el anuncio de su muerte. Yo me hice cargo del caso anoche. Como sabe usted bien, el rescate es usted mismo, míster Bond. Hay asimismo la cuestión de los diez millones de francos suizos, literalmente suspendidos sobre su cabeza.

– De acuerdo -dijo Bond, haciendo un gesto de capitulación-, los rehenes son el precio de mi persona y su colega se enteró de lo del contrato, que vale mucho dinero…

– Aunque usted fuera responsable de su muerte -le interrumpió Becker-, no creo que ningún policía, ni aquí ni en Viena, se empeñara en acusarle de nada…, siendo Der Haken lo que era -Becker arqueó inquisitorialmente una ceja-. Usted no le mató, ¿verdad?

– Si así fuera, se lo hubiera dicho. No, no lo hice, pero creo saber quién lo hizo.

– ¿Sin conocer siquiera los detalles del secuestro? -preguntó Becker sabiamente.

– Sí. Miss May -mi ama de llaves- y miss Moneypenny son el anzuelo. Tal como usted dice, es a mí a quien quieren. Esta gente sabe que haré cualquier cosa para rescatar a las damas y que, en último extremo, me entregaría para salvarlas.

– ¿Está dispuesto a dar su vida por una anciana solterona y una compañera de edad indeterminada?

– También solterona -dijo Bond sonriendo-. La respuesta es que sí lo haría…, aunque mi intención es conseguirlo sin perder la cabeza.

– Mi información, míster Bond, es que usted ha estado muchas veces a punto de perder la cabeza por…

– ¿Lo que antes se llamaba pollita?

– Esa es una expresión que no conozco…, pollita.

– Una pollita, unas faldas…, una mujer atractiva -le explicó Bond.

– Sí. Sí, comprendo, y tiene usted razón. Nuestros informes le muestran a usted como un auténtico San Jorge matando dragones para salvar a hermosas doncellas. Esta es una situación insólita para usted. Yo…

– ¿Puede decirme lo que ocurrió de verdad? -preguntó Bond, cortándole en seco-. ¿Cómo se produjo el secuestro?

El comisario Becker hizo una pausa al ver entrar en la estancia a un oficial de paisano con quien intercambió rápidamente unas frases. El oficial le dijo a Becker que las mujeres habían sido interrogadas. El comisario le ordenó que esperara con ellas un ratito. El equipo de hombres del balcón estaba ultimando también las investigaciones preliminares.

– Las notas del caso del Inspektor Osten son un poco confusas -dijo el comisario-. Pero tenemos algunos detalles sobre sus entrevistas con Herr Doktor Kirchtum de la Klinik Mozart y otros.

– ¿Y bien?

– Al parecer, su colega, miss Moneypenny, visitó un par de veces a la paciente. Después de la segunda vez, telefoneó a Herr Direktor, pidiéndole permiso para llevar a miss May a un concierto. Parecía una sugerencia razonable y relajante. El médico dio su consentimiento. Miss Moneypenny llegó, según lo acordado, en un automóvil conducido por un chófer. La acompañaba otro hombre.

– ¿Hay alguna descripción?

– El vehículo era un BMW…

– ¿Y el hombre?

– Un BMW plateado, un Serie 7. El chófer iba uniformado y el otro hombre entró en la clínica con miss Moneypenny. Los miembros del personal que los vieron dicen que el hombre debía tener unos treinta años, que era rubio, que iba elegantemente vestido y que era alto y musculoso.

– ¿Y cómo se comportó miss Moneypenny?

– Se la veía un poco inquieta y nerviosa. En cambio, miss May estaba, muy animada. Una enfermera observó que miss Moneypenny la trataba con mucho cuidado. Le dio la impresión de que era experta en el cuidado de los enfermos. El joven que la acompañaba también parecía tener ciertos conocimientos de medicina. No se apartó en ningún momento de miss May -el policía respiró hondo con los dientes cerrados-. Subieron al BMW y se alejaron. Cuatro horas más tarde, Herr Doktor Kirchtum recibió una llamada telefónica, en la que le dijeron que habían sido secuestradas. Ya conoce el resto.

– ¿De veras? -preguntó Bond.

– Se lo dijeron. Decidió ir a Salzburgo y luego hubo el tiroteo y la desagradable experiencia con el Inspektor Osten.

– ¿Y el automóvil? ¿El BMW?

– No ha sido visto en ninguna parte, lo cual significa que, o bien salió inmediatamente de Austria con la matrícula cambiada y puede que una nueva mano de pintura, o bien está escondido en alguna parte hasta que todo se calme.

– ¿Y no hay nada más?

Parecía que el comisario se reservara algo y dudara entre si hablar o no. No miraba a Bond, sino a los hombres que tomaban fotografías y medidas en el balcón.

– Sí. Sí, hay otra cosa… No estaba en las notas de Osten, pero figuraba en los archivos generales de nuestro Cuartel General.

Al ver que vacilaba de nuevo, Bond tuvo que espolearle:

– ¿Qué había en los archivos?

– A las tres y diez de la tarde del secuestro -es decir, aproximadamente unas tres horas antes de que éste ocurriera-, las Líneas Aéreas Austríacas recibieron una reserva de última hora de la Klinik Mozart. El comunicante explicó que tenían que trasladar a Francfort a dos damas muy enfermas. Hay un vuelo a las siete y cinco, el OS-421, que llega a Francfort a las ocho y cuarto. Aquella noche había pocos pasajeros y la reserva fue aceptada.

– ¿Y las damas tomaron el avión?

– En primera clase. Tendidas en camillas. Se hallaban inconscientes y llevaban los rostros cubiertos de vendajes.

Un típico truco del KGB, pensó Bond. Lo utilizaban desde hacía muchos años. Hubo el famoso incidente turco y después otros dos en el aeropuerto de Heathrow.

– Iban acompañados por un médico y dos enfermeras -añadió el comisario Becker-. El médico era alto, rubio, joven y apuesto.

– Posteriores investigaciones permitieron establecer que la Klinik Mozart no hizo ninguna reserva -dijo Bond, asintiendo.

– Exactamente -el comisario frunció las cejas-. Uno de nuestros hombres investigó la cuestión de la reserva por propia iniciativa. El Inspektor Osten no le ordenó que lo hiciera, desde luego.

– ¿Y bien?

– En Francfort las aguardaba una auténtica ambulancia con el correspondiente personal sanitario. Las señoras fueron trasladadas a otro vuelo, el 749 de la Air France con llegada a París a las nueve y media. El aparato despegó de Francfort a su hora, es decir, a las ocho y veinticinco. El personal sanitario tuvo que darse prisa para efectuar el traslado. No sabemos qué ocurrió en París, pero la llamada al Doctor Kirchtum, informándole del secuestro, tuvo lugar a las diez menos cuarto. O sea que comunicaron la noticia del secuestro cuando ya tenían a las víctimas en lugar seguro.

– París -repitió Bond con aire ausente-. ¿Por qué París?

Como una respuesta a su pregunta, empezó a sonar el teléfono. Becker lo tomó sin decir nada, en espera de que el comunicante se identificara. Sus ojos miraron alarmados a Bond.

– Para usted -le dijo, pasándole el teléfono-. Herr Doktor Kirchtum.

Bond tomó el aparato y se identificó. Aunque seguía hablando con voz atronadora, el médico estaba claramente asustado. Intercalaba pausas entre las palabras como si alguien le estuviera apremiando.

– Herr Bond -dijo-, Herr Bond, tengo un arma… Ellos tienen una arma… Contra mi oído izquierdo, y dicen que apretaran el gatillo si no le transmito correctamente el mensaje.

– Siga -contestó Bond con serenidad.

– Saben que está usted con la policía. Saben que le han ordenado ir a Viena. Eso es lo que debo decirle en primer lugar.

O sea que tenían intervenido aquel teléfono y habían escuchado su conversación con el residente de Viena.

– No deberá usted informar a la policía de sus movimientos -añadió Kirchtum con voz temblorosa.

– No. De acuerdo. ¿Qué debo hacer?

– Dicen que le han reservado una habitación en el Goldener Hirsch…

– Eso es imposible. Hay que hacer la reserva con muchos meses de adelanto.

El temblor de la voz de Kirchtum se intensificó.

– Le aseguro, Herr Bond, que para esta gente nada es imposible. Saben que le acompañan dos damas. También han reservado una habitación para ellas. Las damas no tienen la culpa de que…, de que…, lo siento, no puedo leer la caligrafía… Ah, sí, de que las hayan mezclado en este asunto. De momento, estas damas deberán permanecer en el Goldener Hirsch, ¿comprende?

– Comprendo.

– Deberá usted quedarse allí, aguardando instrucciones. Le dirá a la policía que se mantenga alejada de usted. No deberá establecer contacto con su gente de Londres, ni siquiera a través de su hombre en Viena. Tengo que preguntarle si está claro.

– Está claro.

– Dicen que muy bien porque, si no estuviera claro, miss May y su amiga desaparecerían y no de una manera demasiado pacífica.

– ¡Está claro! -gritó Bond contra el auricular.

Hubo un instante de silencio.

– Los caballeros de aquí desean pasarle una grabación. ¿Está preparado?

– Adelante.

Se escuchó un clic en el otro extremo de la línea. Después, Bond oyó a May, un poco insegura, pero era la vieja May de siempre.

– Míster James, unos amigos suyos extranjeros se creen que yo me asusto fácilmente. No se preocupe por mí, míster Jam… -decía. Bond oyó el repentino rumor de un manotazo sobre la boca de May. Después, la atemorizada voz de Moneypenny, tan clara como si la tuviera a su lado: -¡James! -gritó ésta-. Oh, Dios mío, James… James…

De repente, un espantoso grito le desgarró el oído a Bond… Un grito fuerte y aterrorizado, y emitido sin lugar a dudas por May. A Bond se le heló la sangre en las venas. Fue suficiente para dejarle a la merced de quienes mantenían cautivas a ambas mujeres. Hacía falta algo horripilante para que May gritara de aquella manera. Bond estaba dispuesto a obedecerles hasta morir.

Cuando levantó los ojos, Becker le estaba mirando fijamente.

– Por lo que más quiera, comisario, usted no ha oído nada de esta conversación.

– ¿Qué conversación? -preguntó Becker con rostro impasible.