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La carnicería organizada en la cubierta por aquellas delicadas jóvenes le produjo a Bond una sensación ligeramente molesta, mezclada, sin embargo, con otra de euforia y alborozo, como si el hecho de matar a tres hombres fuera algo parecido a matar moscas en una cocina. Bond comprendió que estaba un poco resentido: él tomó la iniciativa, pero fue engañado por Quinn y Kirchtum que le hicieron caer hábilmente en su trampa. Y no consiguió huir. En cambio, aquellas dos mujeres le habían rescatado y, en lugar de estarles agradecido, se sentía molesto.
Otra embarcación de pesca casi idéntica llamada Prospero estaba abarloada a la suya, y subía y bajaba suavemente al ritmo de las olas, golpeando de vez en cuando contra el casco. Se encontraban al otro lado del arrecife. En la lejanía, se podían ver varios islotes que surgían del mar como montículos. Cuando el sol asomó por el horizonte, el gris perla del cielo se trocó en azul añil. Quinn tenía razón. Sería un día precioso.
– ¿Y bien? -preguntó Nannie a su lado mientras Sukie parecía ocupada en algo en la otra embarcación.
– Y bien, ¿qué? -repitió Bond.
– ¿No hemos sido listas al encontrarte?
– Mucho -contestó él, casi irritado-. Pero, ¿era necesario todo eso?
– ¿Te refieres al hecho de que les hayamos saltado la tapa de los sesos a tus secuestradores? -la expresión sonaba extraña en boca de Nannie Norrich-. Sí, muy necesario -contestó ésta, enrojeciendo de cólera-. ¿Ni siquiera puedes dar las gracias, James? Intentamos resolver el asunto por la vía pacífica, pero ellos abrieron fuego con la maldita Uzi. No nos dejaron otra alternativa -añadió, señalando la siniestra hilera de orificios de bala abiertos en el casco y en el lado de popa de la superestructura que se elevaba por encima del camarote.
Bond asintió con la cabeza y le dio las gracias en un susurro.
– En efecto, fuisteis muy listas al encontrarme. Me gustaría conocer más detalles.
– Los conocerás, no te preocupes -dijo Nannie en tono levemente irritado-, pero primero tenemos que limpiar un poco todo eso.
– ¿Qué armas lleváis?
– Las dos pistolas que había en tu maleta… Tus cosas están en el hotel de Cayo Oeste. Siento decirte que tuve que forzar los cierres. No conseguí descubrir las combinaciones y el tiempo apremiaba.
– ¿Hay más combustible por ahí?
– Un par de latas -contestó Nannie, señalando hacia popa, más allá del encogido cadáver de Kirchtum-. Tenemos otras tres a bordo de nuestro barco.
– Hay que procurar que parezca una catástrofe -dijo Bond, frunciendo el ceño-. Y, sobre todo, no tienen que encontrar los cadáveres. Una explosión sería lo mejor… Y a ser posible, cuando nosotros ya estemos muy lejos de la zona. Es fácil de hacer, pero se necesita una mecha, y eso es lo que no tenemos.
– Pero tenemos una pistola de señales. Podríamos utilizar las bengalas.
– Muy bien -asintió Bond-. ¿Qué alcance tiene…? ¿Unos cien metros? Tú vuelve junto a Sukie y prepara la pistola y las bengalas. Yo me quedaré aquí para preparar lo que haga falta.
Nannie dio media vuelta, saltó sin hacer ningún esfuerzo por encima del pasamanos a la otra embarcación y llamó alegremente a Sukie.
Todavía preocupado por el reciente sesgo que habían adquirido los acontecimientos, Bond se dispuso entonces a iniciar la desagradable tarea. ¿Cómo consiguieron encontrarle? ¿Cómo era posible que hubieran estado en el lugar adecuado en el momento adecuado? Hasta que no encontrara unas respuestas satisfactorias a estas preguntas no podría confiar en ninguna de las dos jóvenes.
Registró cuidadosamente la embarcación y reunió en cubierta todo cuanto le pareció útil: cuerdas, alambres y los fuertes cabos que se utilizaban para arrastrar tiburones y peces espada. Arrojó todas las armas al mar, menos la pistola automática de Quinn, una vulgar Browning de 9 mm, y algunos cargadores de repuesto.
Entonces, afrontó la desagradable tarea de amontonar los cadáveres en la popa. El de Kirchtum ya estaba allí y sólo hacía falta darle la vuelta, lo que Bond consiguió hacer con un pie; el cuerpo del capitán estaba encajado en la puerta de la timonera y tuvo que tirar con fuerza para soltarlo. Quinn fue el más difícil de trasladar porque hubo que arrastrar el decapitado cuerpo ensangrentado por el estrecho hueco que separaba el camarote del pasamanos.
Bond colocó los cadáveres en fila directamente encima de las latas de combustible y los ató con sedal de pescar. Luego, recogió todo el material inflamable que pudo encontrar: sábanas y mantas de las cuatro literas del camarote, cojines, almohadas e incluso trapos. Lo amontonó todo en la proa y colocó encima varios chalecos salvavidas y otros objetos pesados. Después dejó un cabo enrollado junto a los cadáveres y saltó a la otra embarcación donde encontró a Sukie en la timonera y a Nannie a su espalda, de pie en los peldaños de la escala que conducía al camarote de abajo. Nannie sostenía en una mano el voluminoso proyector de bengalas.
– Aquí está. Una pistola de bengalas.
– ¿Tenemos bastantes? -preguntó Bond.
Nannie le señaló una caja de metal que contenía aproximadamente una docena de gruesos cartuchos, cada uno con la indicación del color: rojo, verde o de iluminación. Bond tomó tres bengalas de iluminación.
– Creo que con eso habrá suficiente -dijo.
Luego, empezó a dar rápidamente instrucciones, y Sukie puso en marcha los motores mientras Nannie desamarraba todos los cabos menos uno.
Bond regresó a la otra embarcación para hacer los preparativos finales. Acercó el cabo que había dejado junto a los cadáveres hasta el montón de ropa, lo pasó por debajo del mismo, lo volvió a llevar hacia la pared de popa y lo dejó a pocos centímetros de las latas de combustible. Después tomó una de esas latas y saturó primero la ropa, después los cadáveres y, finalmente, todo el cabo.
Con la segunda lata roció los restos humanos y, desenroscando el tapón de la misma, introdujo en ella el cabo saturado.
– ¡Listo! -gritó.
Luego se alejó corriendo, se encaramó al pasamanos y saltó a la otra embarcación en el preciso instante en que Nannie soltaba el cabo. Sukie abrió poco a poco la válvula y la embarcación empezó a apartarse de la otra, y viró suavemente hasta colocarse en posición perpendicular, de popa hacia ella.
Bond se situó a popa de la superestructura, introdujo una bengala en la pistola, comprobó la dirección del viento y observó cómo ambos buques se iban separando poco a poco. Cuando ya se encontraban a unos ochenta metros de distancia, levantó la pistola y disparó una bengala de iluminación haciéndole describir una trayectoria baja y llana. La bengala pasó silbando por la popa de la otra embarcación. Bond ya había vuelto a cargar la pistola y cambió de posición. Esta vez, la sibilante bengala describió un arco perfecto, dejando a su espalda una densa estela de blanco humo antes de aterrizar en la proa. Hubo una segunda pausa antes de que el material se incendiara produciendo un pequeño chasquido. Las llamas se propagaron a través del cabo hasta llegar a las latas de combustible y los cadáveres.
– ¡A toda máquina y cabecea todo cuanto puedas! -le gritó Bond a Sukie.
El rugido del motor se intensificó y la proa se levantó casi antes de que Bond terminara de dar la orden mientras se alejaban rápidamente de la embarcación en llamas.
Los cadáveres se incendiaron primero. De la popa se elevó una lengua carmesí seguida de una densa nube de humo negro. Se encontraban a más de dos kilómetros de distancia cuando estallaron las latas de combustible con una rugiente explosión de un color rojo más oscuro en el centro, la cual partió la embarcación por la mitad en medio de una tremenda bola de fuego. Por un instante, vieron el humo y una enorme cascada de escombros. Después, nada. El agua pareció hervir alrededor de los restos de la potente embarcación de pesca; luego desprendió una especie de vapor y se quedó en calma. A los dos segundos de producirse la explosión, las ondas expansivas alcanzaron la popa del otro buque. El viento que les azotó las mejillas olía ligeramente a quemado.
A la distancia de unos cinco kilómetros, ya no se veía nada, pero, a pesar de ello, Bond permaneció de pies en la superestructura, contemplando el pequeño y rugiente infierno.
– ¿Café? -le preguntó Nannie.
– Depende del tiempo que permanezcamos en el mar.
– Hemos alquilado este barco para un día de pesca -dijo la joven-. No me parece oportuno despertar sospechas.
– No, e incluso tendremos que intentar pescar algo. ¿Está bien Sukie en el timón?
Sukie Tempesta se volvió a mirarle y asintió con una sonrisa en los labios.
– Ha manejado embarcaciones toda su vida -dijo Nannie, señalando con un gesto la escala que conducía abajo-. Hay café en…
– Yo quiero saber cómo conseguiste encontrarme -dijo Bond, mirándola fijamente a los ojos
– Ya te lo dije. Te estaba cuidando, James.
En este instante, se encontraban sentados el uno de cara al otro en las literas del pequeño camarote. Sostenían en sus manos sendas tazas de café mientras la embarcación cabeceaba y las olas rompían contra el casco. Sukie había reducido la velocidad y ahora estaban describiendo una serie de anchos círculos.
– Cuando la Norrich Universal Bodyguards asume la responsabilidad de cuidar a alguien, lo hace hasta el final.
Nannie mantenía las largas piernas dobladas bajo su cuerpo en la litera y se había soltado el sedoso cabello oscuro que ahora se le derramaba sobre los hombros, confiriendo a su rostro una expresión de duendecillo travieso. Sus bellos ojos grises parecían más dulces e interesantes que nunca. Cuidado, pensó Bond, esta dama tiene que darte explicaciones y más le vale ser convincente.
– O sea que me cuidaste -dijo sin sonreír. Nannie le explicó que, en cuanto le llamaron por los altavoces en el Aeropuerto Internacional de Miami, dejó a Sukie con las maletas y le siguió a prudente distancia.
– Tuve mucha protección -ya sabes la cantidad de gente que había-, pero lo vi todo. Soy lo bastante experta como para saber si le toman el pelo a un cliente.
– Pero se me llevaron en un automóvil.
– Sí. Anoté la matrícula y efectué una rápida llamada telefónica… Mi pequeño NUB tiene aquí una delegación e inmediatamente siguieron la pista al vehículo. Dije que ya les llamaría en caso de que necesitara ayuda. A continuación llamé a la oficina de planificación de vuelos.
– Ingeniosa dama.
– James, en este juego no tienes más remedio que serlo. Aparte los vuelos habituales a Cayo Oeste, tenían el plan de vuelo de un avión privado. Anoté los detalles…
– ¿Y eran?
– Una organización llamada Etudes de la Société pour la Promotion de l'Ecologie et de la Civilisation…
ESPEC, pensó Bond. ESPEC… ECPECTRO.
– Faltaban seis minutos para el vuelo de la Providence and Boston Airlines a Cayo Oeste y calculé que llegaríamos un poquito antes que el aparato privado.
– Calculaste asimismo que me encontraba a bordo del reactor de ESPEC.
– Sí -asintió Nannie-, y allí estabas. En caso contrario, me hubiera llevado un chasco. Aterrizamos unos cinco minutos antes que tú. Tuve incluso tiempo de alquilar un automóvil, enviar a Sukie a reservar habitaciones en el hotel y seguirte hasta el centro comercial de Searstown.
– Y entonces, ¿qué ocurrió?
– Me quedé esperando -Nannie hizo una pausa sin mirarle a la cara-. La verdad es que no sabía qué hacer. Después ocurrió un pequeño milagro y el tipo alto de la barba salió y se fue directamente a la cabina telefónica. Yo me encontraba a pocos pasos de distancia y tengo muy buena vista. Las gafas son para disimular. Le vi marcar un número y hablar un rato. Cuando se fue al supermercado, entré en la cabina y marqué el mismo número. Había llamado la restaurante Harbour Lights.
En el pequeño Volkswagen de alquiler había un plano de la ciudad y no fue difícil encontrar el Harbour Lights.
– Al entrar, me di cuenta de que era un centro de navegación y pesca lleno de hombres morenos y musculosos que alquilaban barcos y se alquilaban a sí mismos como patrones. Uno de ellos (el que acaba de convertirse en humo) me dijo que le habían contratado para primera hora de la mañana. Había bebido más de la cuenta y me dijo incluso que llevaría tres pasajeros y la hora en que iba a salir.
– Entonces, tú alquilaste otra embarcación de pesca.
– Exactamente. Le dije al capitán que no necesitaba ayuda. Sukie puede navegar por las aguas más difíciles con los ojos vendados y las manos atadas. Me acompañó a su embarcación, me hizo insinuaciones, pero le rechacé. Aun así, me mostró las cartas y me describió las corrientes y los canales, que no son fáciles. Me habló del arrecife, de las islas y de la depresión del golfo de México.
– Y a continuación, te reuniste con Sukie en el hotel…
– Y nos pasamos la mitad de la noche estudiando las cartas de navegación. Bajamos a Garrison Bight a primera hora y ya estábamos al otro lado del arrecife cuando apareció tu barco. Os vimos en el radar. Entonces, nos situamos cerca de vuestro rumbo, paramos las máquinas y empezamos a lanzar bengalas de socorro. Ya conoces el resto.
– Intentaste arreglarlo todo por las buenas, pero ellos abrieron fuego con la Uzi.
– Para su desgracia -dijo Nannie, exhalando un suspiro-. Dios mío, qué cansada estoy.
– Y yo también. ¿Y qué me dices de Sukie?
– Parece contenta. Siempre lo está cuando navega -Nannie posó la taza de café vacía y empezó a desabrocharse los botones de la blusa-. Creo que me voy a tumbar un rato, James. ¿Te apetece tumbarte a mi lado?
– ¿Y si nos tropezamos con una borrasca? Nos caeremos al suelo -dijo Bond, inclinándose para darle un beso.
– Preferiría que hubiera marejada -contestó la joven, rodeándole el cuello con los brazos.
Más tarde, dijo que raras veces le habían dado tan bien las gracias por salvar la vida de alguien.
– Tendrías que hacerlo otra vez.
Bond volvió a besarla y ella le preguntó, sonriendo con picardía:
– ¿Por qué no ahora? Parece un precio razonable a cambio de una vida.