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A la mañana siguiente el señor Contreras me ayudó a preparar una cesta de mimbre. Cubrimos el fondo de plástico y encima le pusimos un par de toallas. Los cachorros, ya en su cuarta semana de vida, tenían los ojos abiertos. Con su pelo suave y espeso tenían un aspecto adorable. Cogimos los dos más pequeños y los metimos en la cesta. Peppy nos observó insistentemente, pero no protestó. Ahora ya pasaba cierto tiempo alejada de su camada cada día. Sus pequeñas uñas le arañaban el vientre y las alegrías de la maternidad empezaban a agotarse.
En el hospital del condado, Nelle McDowell me recibió con auténtico placer.
– La señora Frizell está haciendo verdaderos progresos. Nunca ganará el premio de Miss Simpatía, pero es maravilloso ver a alguien volver desde el borde del abismo como lo ha hecho ella. Ven a verlo por ti misma.
Contempló pensativamente la cesta de mimbre.
– Sabe, señorita Warshawski, me parece que está usted violando las normas del hospital. Pero esta mañana estoy demasiado ocupada como para verte entrar. Ve al final del pasillo y habla con la anciana.
El cambio en la señora Frizell era sorprendente. Las mejillas hundidas que la hacían asemejarse a un cadáver se habían rellenado, pero lo más impresionante era que tenía los ojos abiertos y bien enfocados.
– ¿Quién es usted? ¿Una puñetera benefactora?
Me reí.
– Sí. Soy su puñetera vecina benefactora, Vic Warshawski. Su perro Bruce dejó preñada a mi perra Peppy.
– Ah, ya la recuerdo, vino a dar la lata quejándose de Bruce. Es un buen perro, no vaga por el barrio, digan ustedes lo que digan. No puede probarme que él sea el padre de la camada de su perra.
Puse la cesta sobre la cama y la abrí. Dos bolas de peluche blanco y dorado emergieron a trompicones. La cara de la señora Frizell se suavizó un poco. Cogió los cachorros y les dejó que la lamieran. Me senté junto a ella y le puse una mano sobre el brazo.
– Señora Frizell…, no creo que nadie se lo haya dicho, pero Bruce ha muerto. Mientras usted estaba inconsciente, alguien se llevó a todos sus perros y los hizo sacrificar. Marjorie Hellstrom y yo intentamos salvarlos, pero no pudimos -como no decía nada proseguí-. Éstos son dos de los retoños de Bruce. Podrán separarse de su madre para cuando usted esté en condiciones de volver a su casa. Son suyos si los quiere.
Fruncía el ceño de esa forma violenta en que lo hace la gente cuando intenta no llorar.
– Bruce era un perro único entre un millón. Único entre un millón, jovencita. Un perro no se reemplaza así como así.
Uno de los cachorros le mordió el dedo. Le regañó severamente, pero con soterrado cariño. El perrito inclinó la cabeza hacia un lado y le enseñó los dientes.
– Puede que te parezcas un poquitín a él, señor. Quizá un poquitín.
Le dejé a los cachorros durante media hora y le dije que volvería con ellos al día siguiente.
– No crea que estoy decidida a quedármelos, que no lo estoy. Puede que la demande por negligencia, por dejar morir a mis perros. Téngalo presente, jovencita.
– Sí, señora. Lo tendré.
Al llegar a casa le dije al señor Contreras que estaba bastante segura de que se quedaría con dos de los perros, pero que más valía que se apresurara a encontrarles hogares a los otros seis. Antes de que pudiese intentar convencerme de quedarnos con uno, cambié de tema y le conté mi plan respecto a Vinnie. En cuanto entendió los detalles, el viejo se mostró entusiasta.
Esa noche acechó a Vinnie hasta que volvió del trabajo, y luego hizo sonar el timbre dos veces para advertirme de que estaba listo.
Bajé de dos en dos los escalones. La cara redonda y morena de Vinnie se tiñó de disgusto cuando me vio. Intentó colarse rápidamente frente a mí, pero le cogí del brazo y le retuve.
– Vinnie, el señor Contreras y yo tenemos un trato que ofrecerte. A ti y a Todd y Chrissie. Así que ¿por qué no bajamos a hablar e intentamos dejar a un lado toda esa agresividad?
No quería, pero murmuré unas palabras sobre la policía y los federales, y la investigación que estaba en marcha sobre el papel que había jugado el Metropolitan en deshacerse de la bazofia sobrante de Diamond Head.
Frunció el ceño, exasperado.
– Podría denunciarte por difamación. Pero más vale que bajemos a ver a los Pichea. Él es mi abogado y puede cantarte las cuarenta.
– Espléndido.
Todd y Chrissie aún se alegraron menos que Vinnie de verme, si es que eso era posible. Les dejé chillar unos minutos, pero el señor Contreras no aprobaba algunas cosas del lenguaje de Todd y se lo dijo. Todd se quedó boquiabierto: quizá nadie le había echado una bronca tan fuerte antes.
Me aproveché del momentáneo silencio.
– Tengo un trato para vosotros tres, los grandes especuladores. Llamémosle trato de descargo. Todd, quiero que tú y Chrissie renunciéis a vuestra tutela sobre la señora Frizell. Ella está ya totalmente alerta, su cadera empieza a cicatrizar, y podrá volver a su casa y valerse por sí sola, con sólo una pequeña ayuda, de aquí a un mes. No os necesita. Y no creo que vosotros le hagáis ningún bien. Si renunciáis a vuestra tutela, y si le volvéis a comprar los bonos de Diamond Head, por su valor nominal, os prometo que no diré una palabra al fiscal general sobre vuestro papel en la puesta en circulación de esos bonos en el vecindario. Por supuesto, si volvéis a intentar deshaceros de ellos, no habrá trato.
Todos empezaron a hablar de nuevo a coro, entre otras cosas, de que yo me metiera en mis asuntos, y además, ellos no habían hecho nada ilegal.
– Puede. Puede. Pero habéis estado bailando en la cuerda floja, prometiéndole a la gente que esa bazofia era una inversión tan buena como los certificados federales garantizados. Podrían inhabilitarte, Todd, por tomar parte en algo así. Puede que en el Metropolitan te quieran ascender por tus esfuerzos, Vinnie, pero probablemente te darían la patada si se disparara la publicidad.
El problema estaba en que ninguno de ellos quería admitir que había hecho algo incorrecto. Se habían convencido entre ellos de que cualquier cosa que diera los resultados deseados era legal por definición. Tuve que insistir machaconamente sobre la misma tecla para conseguir su atención: tenía las suficientes conexiones con la prensa de Chicago como para divulgar esa historia a bombo y platillo. Y cuando eso ocurriera, para sus jefes no serían más que víctimas propiciatorias.
– ¿Os acordáis de Oliver North? Quizá pensáis que fue un héroe, pero sus jefes no tuvieron ningún reparo en echárselo a los lobos cuando la opinión pública los señaló a ellos. Y vosotros, tíos, no tenéis uniformes de la Armada para pavonearos con ellos. Os veréis en la calle buscando los mismos trabajos que buscan otros cincuenta mil jóvenes, y los pagos de las hipotecas se presentan puntualmente el cinco de cada mes.
AI final aceptaron mis condiciones, pero insistiendo tozudamente en que nunca habían traspasado los límites de lo correcto, y menos aún de la ley. Nos encontraríamos los cinco -el señor Contreras no quería ser excluido- en el banco de Lake View el lunes por la tarde a las cuatro. Todd y Chrissie presentarían una orden del juez de testamentarías que certificara la cancelación de su acuerdo de tutela. Y llevarían un talón bancario por treinta mil dólares, para comprar de nuevo los bonos de Diamond Head.
A cambio, prometí no mencionar su papel en el timo de los bonos cuando los investigadores federales empezaran a preguntar sobre el Metropolitan. El señor Contreras y yo volvimos a casa exhaustos. Nos bebimos una botella de Veuve Cliquot para celebrarlo.
A la mañana siguiente me pregunté si nuestro júbilo no había sido prematuro. El timbre sonó a las nueve, precisamente cuando estaba intentando comprobar los ejercicios que podía soportar mi estómago. La voz chillona del portero automático se anunció como Dick Yarborough.
Subió junto con Teri, lista para posar para una foto con un traje marinero de Eli Wacs, y su lisa piel de melocotón perfectamente maquillada. Dick llevaba el uniforme de fin de semana del ejecutivo suburbano, una camisa polo, pantalones anchos de algodón y una chaqueta sport.
– Vic, ¿no te importa que te llame así, verdad?, me siento como si te conociera -Teri alargó una mano en un gesto de intimidad mientras Dick se quedaba en segundo plano.
– Sí, yo también me siento como si te conociera -ignoré su mano-. ¿Queréis algo especial vosotros dos? ¿O represento una parada en vuestra gira benéfica entre los pobres?
Dick torció el gesto, pero Teri exhibió una falsa sonrisa santurrona. Se desplomó en el taburete del piano y me miró con los ojos muy abiertos.
– Esta visita es verdaderamente difícil para mí. Enfrentémonos a ello: tú y Dick habéis estado casados, y sé que aún debe haber ciertos sentimientos entre vosotros.
– Pero me pondría una armadura de plomo antes de acercarme lo suficiente como para examinarlos -repuse.
– Dicen que el odio es la otra cara del amor -anunció con el tono de quien explica la ley de la gravedad a unos estudiantes de primer grado-. Pero sé, Dick me lo ha dicho, que has perdido a tu padre, por eso creo que podrás entender lo que siento.
– ¿Ha muerto Peter? -estaba estupefacta-. No ha salido en el periódico de la mañana.
Dick hizo un gesto de impaciencia.
– No. Peter no ha muerto. A Teri le está costando ir al grano. Ella y Peter tienen una relación muy estrecha y teme perderlo si lo encierran con una larga condena por no poder persuadirte de que renuncies a tus acusaciones.
Sentí que apretaba los labios de rabia.
– Qué estupendo que se lleven tan bien. Sobre todo porque Peter va a necesitar cantidad de apoyo en los próximos meses, quizá incluso en los próximos veinte años. Y saber que su hija está de su parte, que cree al cien por cien en él, no podrá sino ayudarlo.
Brillaron unas lágrimas en la punta de las lustrosas pestañas de Teri. El rímel resistente al agua evitó que corrieran unos chorretones negros bajo sus ojos.
– Dick dice que tienes un extraño sentido del humor, pero no puedo creer que eso te parezca divertido.
– Nada de lo ocurrido durante las últimas tres semanas me parece divertido. Dos ancianos han muerto porque tu papaíto y tu tío no querían que husmearan en una reconversión del fondo de pensiones que organizó tu marido. Como mínimo una anciana casi se queda sin hogar por culpa de un mañoso plan de inversión que tu tío organizó para arrebatarle sus ahorros de toda una vida. Y yo misma no me siento muy feliz, después de que me dispararan y estuviera a punto de morir aplastada.
Me pasé el dedo por las costuras del estómago a través de mi camiseta de algodón. Los cortes estaban cubiertos con vendas, pero seguía creyendo que supuraban cada vez que giraba el torso.
– Pero papá me ha explicado todo eso. Nada fue obra suya. Hubo un malentendido entre la gente de la fábrica Diamond Head y él y el tío Jason. Nunca debieron hacer lo que hicieron. Todo el mundo reconoce que fue un error. Papá lo probará ante el tribunal; Dick se encargará de eso. Pero nos facilitaría mucho las cosas si no tuviéramos que hacerlo, si reconocieras que todo fue una gran equivocación. Me disgustaría mucho que Dick tuviera que atacarte públicamente. Y sabes, en un caso como éste, contratarán detectives para que hurguen en todos tus secretos, hablarán de tu vida amorosa, tus infracciones a la ley, todas esas cosas.
El furor se apoderó de mí de tal forma que me nubló la vista. Me metí las manos en los bolsillos para que Dick no pudiese ver su temblor.
– Los descubrimientos son un arma de doble filo, querida. Una vez que yo haya preparado mi caso, tu marido tendrá suerte si no le quitan su licencia de abogado, y más aún si puede pasearse fuera de una prisión federal.
Dick, que no había llegado a entrar completamente en la habitación, se había acercado a la ventana durante el último diálogo. Cuando habló, lo hizo dirigiéndose al cristal; nos costó oírle.
– El único papel que voy a jugar en ese juicio es el de testigo.
Tanto Teri como yo quedamos en silencio, pasmadas, pero ella se recobró antes.
– ¡Dick! No puedo creer que seas capaz de una…, de una traición así. ¡Después de todo lo que papá ha hecho por ti! Me prometiste…
– No te prometí nada -Dick seguía dándonos la espalda-. Consentí por fin en venir hoy contigo porque esa idea te traía tan de cabeza. Te dije que si conseguías que Vic te escuchase me comprometía a redactar un acuerdo formal con ella. Pero he estado tratando toda la noche de hacerte entender que no puedo representar a tu padre ni a tu tío.
– Pero papá cuenta contigo.
Finalmente dio la vuelta.
– Ya lo hemos hablado cien veces, pero no has querido escucharme. Leigh Wilton me ha advertido muy seriamente que no los represente, que eso parecería demasiado fuera de lugar, dada mi posición en la junta de Diamond Head. Les sería más perjudicial que ventajoso. Y, Teri, es que no creo en ellos. He hablado con suficientes empleados suyos como para creer que querían matar a Vic. Tu padre me indispuso contra ella: me convenció de que le hiciera unas advertencias a Vic con el pretexto de protegerme a mí, para que no metiera demasiado las narices en la reconversión de las pensiones. Debería haber sabido que nunca toleraría una amenaza contra su vida.
Teri se puso en pie de un salto, aflorándole bajo el colorete unas manchas encarnadas.
– ¡Sigues enamorado de ella! ¡No me lo puedo creer! Dick sonrió con lasitud.
– No estoy enamorado de ella, Teri. Supongo que debí decir que nunca toleraría que intentaran matar a nadie, independientemente de su raza, credo, sexo o entrometimiento.
Los ojos de Teri brillaban de lágrimas. Corrió hasta la puerta.
– Vuélvase solo a casa, Don Importante. Yo no voy contigo.
Me esperaba verle correr tras ella, pero se quedó inmóvil en la habitación, con los hombros encorvados, hasta mucho después de que muriera el eco del portazo.
– Lo siento, Dick. Lo siento por los tiempos difíciles que te esperan.
– Estaba seguro de que me lo restregarías por la cara y me dirías que me lo tengo merecido -sacudí la cabeza, ya que no confiaba en mi voz-. Y tendrías razón. Me lo tengo merecido. Siempre has sabido lo débil que soy. Teri…, si ha visto lo que hay debajo de mi fachada de fortaleza…, se lo ha callado. Ella me ha construido. Me ha convertido en uno de esos edificios en los que se ve al través -soltó una risotada como un ladrido-. No es que piense mucho en ti, pero sí que esperaba todos estos años que, cuando vieras lo importante que me había vuelto, lo sentirías. No que sintieras haberme dejado, sino el haberme despreciado.
Sentí que me ardían las mejillas de azoramiento.
– Soy una luchadora callejera, Dick. Cuando niña, tuve que serlo para sobrevivir, pero temo que nunca lo he superado. Alguien como Teri te va mucho más que yo. Ya verás, lo superaréis de alguna forma.
– Quizá. Quizá. Mira, fue ese jodido acuerdo sobre las pensiones lo que empezó todo. No todo, ese increíble imbécil de Jason tampoco ha ayudado nada permitiendo que su personal estafara a Paragon. Pero querer mantener secreta la reconversión…, dos hombres han muerto por eso. Y cuando se sepa…, el asunto legal está limpio, pero podría llevarnos en juicios más de una década. He hablado con Ben Loring en Paragon esta mañana. Está conforme con ayudar a reestructurar el acuerdo, comprar otra vez la anualidad y reformar el plan, si el sindicato quiere votar sobre eso. Se lo quitaríamos al Metropolitan y se lo daríamos otra vez a administrar a Seguros Ajax.
Sentí que mis hombros se aflojaban con alivio. La pensión del señor Contreras -la de todos los sindicados- me había tenido preocupada toda la semana.
– ¿Puedes hacerlo? Creí que la mayor parte del dinero estaba invertida en la bazofia de bonos de Diamond Head.
Dick asintió.
– Loring liberará una parte. Y Peter tendrá que aceptar aportar parte de las acciones de Amalgamated Portage como colateral. Él no quiere, pero se convencerá al final. Será su única opción si quiere que le absuelvan en el juicio.
– ¿Y tú?
– No sé. Le he ofrecido mi dimisión a Leigh. No quiere aceptarla. Sí está de acuerdo en que ya no necesitaremos al joven Pichea en la firma después de este año: eso debería alegrarte. Pero…, necesito una excedencia del trabajo legal, y Leigh me ha apoyado en eso, más porque no quiere que esté estorbando en la empresa que por cualquier otra razón, pero sea como sea estaré fuera seis meses. Si me voy a un ashram, te lo haré saber.
Le ofrecí acompañarle en coche hasta el tren, pero dijo que necesitaba caminar para despejarse la cabeza. Le acompañé hasta abajo.
Me cogió la mano y la sostuvo entre las suyas.
– Pasamos algunos buenos ratos juntos, ¿no, Vic? No ha sido todo peleas y desprecio, ¿verdad?
De repente recordé a Dick cuando venía conmigo cada fin de semana para hacer compañía a mi padre cuando Tony se estaba muriendo. Lo había olvidado tras el manto de amargura que había corrido sobre el pasado, pero Dick, huérfano desde los cinco años, adoraba a Tony, y lloró abiertamente ante su tumba.
– Pasamos juntos algunos ratos importantes -le apreté la mano, y luego retiré la mía-. Ahora es mejor que te vayas.
Se fue sin mirar atrás.