174801.fb2 No pidas sardina fuera de temporada - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 13

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Fue bonito mientras duro

Recuerdo los minutos que siguieron de una manera muy confusa. Se que pase como un rayo junto a Clara, que fui hasta el telefono y que me puse a dar saltitos a su alrededor, como para llamar la atencion sobre el hecho de que me resultaba imposible descolgar el auricular y marcar un numero, teniendo, como tenia, las manos atadas.

Clara capto el mensaje. Corto el esparadrapo con unas tijeras, rasc, rasc, rasc, y me vi libre.

– ?Que ha ocurrido? -quiso saber entonces.

HanidoalhospitalMataranaEliasDebemosimpedirlooAhorallamareunaambulanciaNotemolestesenllevarmelacontrariaHesopesadotodaslasposibilidades -asi se lo dije, todo seguido.

Crei que bastaria con esta explicacion. Pero no.

– ?Quien ha ido al hospital? -quiso saber ella.

Yo ya tenia el telefono en las manos. Algo en su tono de voz me paralizo el gesto. La mire, aun mas sorprendido por el destello de advertencia y de miedo de sus ojos. Asi nos quedamos los dos durante un largo segundo, escudrinandonos, haciendo la estatua. En este segundo, me pasaron miles de cosas por la cabeza.

«?Quien ha ido al hospital?», me habia preguntado. Y con eso queria decir: «?Ha ido mi padre?» O sea: «Apenas acabo de liberarte, ?y ya estas pensando en denunciar a mi padre?» En resumen: «No se que ha hecho, pero es mi padre, Juan. No lo olvides.»

Yo queria contarle que su padre traficaba con drogas, con heroina. Pero abri la boca para gritar:

– ?Han ido todos! ?El Pantasma les tiene dominados, les ha obligado! ?Si no hacemos nada, Elias puede morir! ?Tenemos que pedir una ambulancia para adelantarnos a ellos!

– Esta bien -dijo ella-. Vamos, date prisa.

Me senti un poco traidor por no hablar mas claro.

– Si -dije.

Marque las siete cifras iguales en el telefono, aquellas que habia visto en la ambulancia mientras Elias yacia sobre el asfalto. Engolando la voz y pronunciando con correccion, dije que necesitabamos una ambulancia, que habia un herido en el barrio, exactamente en la carretera de la Textil, alli en los Jardines.

– ?Es urgente! -conclui. Y corte la comunicacion.

– ?En la carretera? -pregunto Clara, desconcertada.

– ?Si, no te preocupes, lo tengo todo pensado! ?Vamos!

En aquel preciso instante, oimos la llegada de un coche. Ruedas sobre la grava, abajo.

– ?Mi padre! -adivino Clara.

– ?Corre!

– No, no… ?Espera!

Yo queria ir hacia el fondo del pasillo, por donde habia salido Elias el sabado y, por lo tanto, por donde suponia que tambien podriamos escapar nosotros. Pero Clara cogio un palillo y se precipito escaleras abajo hacia la puerta de entrada.

Adivine lo que estaba haciendo, y que lo estaba haciendo justo en el momento apropiado.

Al mismo tiempo que su padre iba a poner la llave desde fuera, ella metio el palillo desde dentro y lo rompio. Aquella cerradura ya la podian tirar. Ya no serviria para nada. La llave del Lejia no pudo entrar.

– Joder, que raro… -dijo mientras su hija volvia a subir, muy ligera y de puntillas.

Yo la observaba desde arriba y me parecio encantadora, como la protagonista de una novela de aventuras. Cogio de rondon un impermeable blanco con capucha y me sonrio.

– ?Vamos, vamos, vamos…!

Ahora si, nos fuimos hacia el fondo del pasillo, llegamos a la cocina, nos encaramamos al fregadero y salimos por la ventana que daba a la parte posterior del edificio. Un salto, ?hop!, y nos descolgamos hacia afuera, donde habia una cornisa y tambien una caneria, y despues un cobertizo con tejado ondulado de plastico verde.

Saltamos sobre ese tejado, mojado por la lluvia persistente, y de alli al suelo, y echamos a correr montana abajo, hacia los enclenques arboles del Parque. Nadie grito a nuestras espaldas ni arranco ningun coche ni sono ningun tiro.

Yo corria. Nervioso y preocupado por Elias, pero contento. Porque Clara, al impedir la inoportuna entrada de su padre al piso, habia demostrado que estaba de mi parte. Y, tonterias que se piensan en momentos como este, me decia que aquello era una demostracion de simpatia y confianza. O, al menos, eso era lo que yo queria pensar.

Atravesamos el Parque, corriendo viento en popa a toda vela, llenandonos los zapatos de barro y chapoteando en los charcos, subiendo un poco hacia la Montana. Despues bajamos por la pronunciada pendiente, salpicada de desmayadas chumberas y cactos, a lo que llamaban los Jardines, hasta la carretera de la Textil.

Ya debia de haber pasado una buena media hora desde que salieron los verdugos de Elias. Queria creer que habian tenido que detenerse por el camino para comprar batas blancas, que aun disponiamos de tiempo para atraparles, pero…

Habian pasado cinco o seis minutos desde que llame al hospital y aun no se veia ninguna ambulancia en la carretera.

– ?Que haremos ahora? -pregunto Clara.

– Me morire. O me pondre muy enfermo. Que me lleven al hospital, en ambulancia.

– Bien pensado.

La mire. Bajo la llovizna, con su impermeable blanco de capucha, me enamoro un poco mas. Se la veia mas serena que antes y, en cambio, yo senti un arrebato de emocion que, incongruentemente, me hizo pensar en Jorge Castell poniendo cara de cuelgue mientras me hablaba de Clara Longo en mi despacho.

Clara Longo me estaba diciendo:

– Ayer por la tarde, mi padre tuvo una reunion muy larga en el garaje, con gente que yo no conocia, y con el Puti y sus heavies. Bebieron mucho y hablaron a gritos y pude pescar algunas palabras aisladas desde mi habitacion. Oi que esta manana unos cuantos te seguirian desde tu casa, cuando fueras a encontrarte con Elias. No oi nada de que os quisieran hacer dano, ni a ti ni a el… -se excusaba, angustiada-. Te lo juro. El Pantasma tambien estaba presente. Decia que tenian que recuperar una foto, una foto que parecia muy importante. Les decia a todos que, si no la encontraban, no contasen mas con su colaboracion. ?Solo les oi hablar de la foto, Flanagan, tienes que creerme!

– Esta foto se ha convertido en una obsesion -comente.

Los dos bajo la lluvia, encogidos bajo nuestros impermeables.

– Despues -siguio-, mi padre me envio a casa de mi madre. Pero cuando esta manana me he enterado en la escuela de lo que le ha pasado a Elias, he temido por ti. Me he saltado la clase de Mates y te he buscado por todas partes. De hecho, no esperaba encontrarte en mi casa…

Decidi ser valiente.

– Tu padre ha ordenado que me llevaran alli.

– Y a el le ha obligado el Pantasma, ?verdad? -salto ella automaticamente, deseando que le dijera que si, que el Pantasma era el monstruo de la pelicula, el unico responsable de lo que estaba pasando.

De pronto comprendi que aceptar la culpabilidad del Lejia era demasiado fuerte para ella, y me parecio que bajo mis pies el barro se hacia mas blando y resbaladizo. Mire hacia arriba y abajo de la carretera, deseando que llegara la ambulancia de una vez y que tuviera que simular que estaba inconsciente, ahorrandome asi el dar mas explicaciones.

Pero la ambulancia no llegaba.

– Mi padre lo ha hecho -repitio ella con el corazon encogido – porque el Pantasma le obliga, ?verdad?

Bien. No me quedaba otra alternativa. Tarde o temprano tendria que afrontar la verdad.

– El Pantasma y tu padre trabajan juntos -me oi decir-. El Pantasma vende la heroina que le proporciona tu padre.

Clara abrio la boca. La cerro, la volvio a abrir. Sus ojos me odiaron.

– Embustero -dijo. Y reacciono gritando-: ?Es mentira!

– Es verdad -insisti, con la sensacion de estar cavando mi propia tumba-. Heroina. Caballo, como la llaman ellos. Son socios. Los dos en el mismo caballo. -No podia callar-. Si uno va a la carcel, le seguira el otro.

– ?Es mentira, mentiroso, embustero, mentiroso!

Y yo, imbecil de mi, presa del panico, tenia que seguir escarbando en la herida. Me salia una especie de agresividad hacia ella. No podia soportar que defendiera al Lejia porque, si lo defendia, si no le odiaba tanto como yo, aquello significaba que estabamos en bandos diferentes. Por eso no podia callar, aunque Clara hubiera empezado a llorar. Creo que los dos teniamos un ataque de histeria.

– No es mentira. ?Tienen un buen negocio y no quieren perderlo, y ya han intentado matar a Elias una vez, y haran lo que haga falta con tal de conservar el chollo!

– ?No, no, no! -se tapaba los oidos para no escucharme.

Se acercaba la ambulancia.

Nos habiamos quedado frente a frente, como mudos, y ahora necesitaba un poco mas de tiempo para explicarle que yo no tenia la culpa de que las cosas fueran como eran, que tal vez la culpa no era ni de su padre, sino del barrio, de aquel estercolero donde todos nos habiamos criado… No se que queria decirle, pero ya era demasiado tarde. Ella lloraba, y la sirena se acercaba y yo no podia olvidar el peligro que corria Elias.

– No… -hice-. Lo siento.

Me miro con los ojos vacios y la expresion ausente, como si de pronto ya no le importara nada. Quizas era yo el que no le importaba, pense asustado.

La ambulancia ya aparecia por una curva, a lo lejos.

– Clara, por favor…

Ni caso.

Tuve que dejarme caer al suelo.

Haciendome el muerto sobre el barro, abriendo un poco, solo un poco, los ojos, la veia a ella de pie a mi lado, muda y tiesa como una estatua, mordiendose la lengua para no volver a llorar. Habria pagado todo lo que tenia por saber lo que estaba pensando, porque me dijera algo, aunque fuera para insultarme.

– Clara…

El estrepito de la ambulancia debia sobreponerse a mi murmullo. De pronto, el vehiculo freno a mi lado, un enfermero se acerco corriendo.

– ?Que le ha pasado? -oi que preguntaba.

Y Clara, casi mordiendo las palabras, y en voz muy alta para darme a entender que estaba hablando conmigo, dijo:

– No lo se. No le conozco de nada. Yo pasaba por aqui, y le he visto…

Me lo estaba diciendo a mi.

– ?Has sido tu quien ha llamado por telefono?

– No.

«?Clara, no me dejes ahora, por favor!»

Me tomaban el pulso. Seguro que lo notarian alterado. En todo caso, las marcas de los golpes que me habia propinado el Pantasma eran lo bastante autenticas como para que me creyeran desmayado. Y, ademas, la lluvia que me empapaba y el barro. Entre una cosa y otra, supongo que daba pena.

Me cogieron por los sobacos y los pies. Me tendieron en la camilla.

«?Un momento!», queria gritar yo. «Un momento, tengo que hablar con la chica…» Pero no podia decir nada. Ya me subian a la ambulancia. «?Es que la vendo yo, la heroina? ?Que te he hecho yo, Clara? ?Es que hubieras preferido no saberlo? ?Vivir con los ojos cerrados? ?No tener que ser la encubridora de tu padre?»

Ya cerraban las puertas y Clara no se habia sentado a mi lado.

– ?Clara! -grite, sin poder evitarlo.

El enfermero que estaba conmigo me puso la mano en el pecho.

– Eh, esta consciente…

La ambulancia salio disparada, alejandome de Clara.

– ?Me oyes, chico? ?Puedes oirme? ?Donde te duele?

Yo sabia donde me dolia. Vaya si lo sabia. Me dolia el estomago, por ejemplo, donde se me habia formado un nudo; me dolia la garganta, y la lengua de mordermela; me dolia Clara. Pero eso no podia decirselo porque no me habria entendido. En realidad, ni yo mismo entendia que una cosa asi pudiera hacer tanto dano.

De modo que, sin abrir los ojos, me concentre en mi papel y segui murmurando tonterias.

– Clara… Clara y oscura… Y grandeeeee… Y lejana…

– Corre -dijo el enfermero a mi lado-. Esta delirando el pobre chico. Creo que le han dado una buena paliza…

– … No me pegueis mas… -gemia yo-. Sere bueno… No lo hare mas…

– Tranquilo, chaval, tranquilo…

Tenia la sensacion de que la ambulancia iba demasiado despacio, de que los otros ganarian la carrera y llegarian antes a la cabecera de la cama de Elias.

– ?Corre… corre…! -delire.

– ?Corre, corre! -deliro el enfermero-. ?Corre o se nos queda!

Imagine que «quedarse» era una expresion de uso en los hospitales para indicar que un paciente estiraba la pata, de modo que lo aproveche.

– ?Que me quedo! -dije-. ?Que me quedo!

El conductor se lanzo a una carrera vertiginosa, hacia la autopista, zigzagueando para esquivar a los demas vehiculos, con la sirena a todo volumen y el pie del acelerador clavado contra la chapa del vehiculo.

Me sentia un poco culpable del ansia provocada en aquellos muchachos, y me sabia mal que arriesgasen sus vidas (y la mia, de paso), pero eso, al lado del miedo de haber perdido para siempre a Clara, era una emocion marginal.

Note que habiamos llegado a la ciudad por una serie de frenazos y acelerones salvajes.

Poco despues, mucho antes de lo que calculaba, antes de que hubiera podido preguntarme que haria a continuacion, nos colabamos en el hospital por el tunel de urgencias.

Puertas que se abrian y se cerraban, manos que tiraban de la camilla y me llevaban hasta la luz blanca. Me ponian en otra camilla, me empujaban hacia un interior que olia a medicinas y desinfectante. Tuve miedo de que me llevaran al quirofano para operarme de alguna cosa.

– ?Que tiene? -preguntaba alguien.

– Le han dado una paliza -explicaba el enfermero-. Delira.

– Posible traumatismo craneal -dijo alguien, muy profesional, como un medico de la tele-. Le haremos un scanner…

No se que dijeron que me harian, pero ya no pude soportar mas el panico. Me incorpore de un salto en la camilla y grite:

– ?Avisen a la policia! ?Unos hombres disfrazados de medicos quieren matar a Elias Gual, en la UVI!

Nadie llego a entender demasiado bien mi mensaje, porque, apenas me levante, uno de los enfermeros se puso a chillar como si hubiera visto al Conde Dracula levantandose de la tumba, y una enfermera se sumo al grito y dejo caer una bandeja llena de instrumental medico que hizo muchisimo ruido. Y yo comprendi que tendria que apanarmelas solo si no queria perder todo el tiempo ganado dando explicaciones. Salte de la camilla y eche a correr.

– ?Un delincuente juvenil…! -gritaba alguien a mis espaldas, como dando a entender que, si al menos fuera un delincuente adulto, la cosa tendria cierta categoria pero que, a mi edad, verguenza deberia darme.

Se oyo una voz que decia:

– ?Eh, tu, donde vas!

El grupo que me perseguia se hacia mas y mas numeroso por momentos. Y creo que yo no habria corrido mas si todas aquellas batas blancas que me perseguian hubieran sido sabanas de fantasmas.

Yo seguia la flecha: hacia la UVI.

Subi escaleras, esquive sillas de ruedas, resbale a lo largo de pasillos encerados, zigzaguee entre medicos que pretendian cortarme el paso, salte por encima de muletas y piernas enyesadas que pretendian ponerme la zancadilla, siempre con el objetivo de las siglas UVI.

Dos batas blancas tambien seguian la flecha, delante mio. Reconoci a Asuncion por los tacones de aguja. Iba con el Moreno de Nieve, y llevaba un cuaderno grande recien comprado para dar una imagen de eficiencia. El Moreno de Nieve aun daba el pego, con sus rizos y sus aires modernos, pero ella parecia Rocio Jurado contratada para actuar en «Centro Medico».

– ???Son ellos!!! -grite.

Moreno de Nieve y Asuncion se volvieron tratando de aparentar dignidad, supongo que pensando decir: «?Nosotros? Perdonen, creo que se confunden…» Pero la dignidad y los razonamientos no sirven de nada cuando el culpable descubre que se le vienen encima veinte o treinta empleados de hospital desbocados.

La culpabilidad estallo con toda la evidencia del mundo.

Los de bata blanca no querian comerse a nadie. En todo caso, solo a mi. Pero, de pronto, se vieron agredidos por una enfermera que se defendia de ellos golpeandoles con un bolso dentro del cual era evidente que se escondia un ladrillo. Al segundo bolsazo, los que me perseguian se olvidaron de mi y se dedicaron a los peligrosisimos impostores disfrazados con batas blancas.

Yo vi parte de los acontecimientos desde la barrera, sintiendo que habia dejado de ser protagonista para pasar a simple espectador.

Unos cuantos intentaban sujetar a Asuncion cuando el Moreno de Nieve se lanzo sobre un abuelo en su silla de ruedas y le amenazo con una aguja hipodermica.

– ?Quietos! ?Atras! -grito-: ?Atras, atras! ?Esta jeringuilla esta cargada con potasio! Ya sabeis lo que le pasara al viejo si le inyecto, ?verdad?

Ya habia metido la pata. A la policia le gustaria saber que hacia en un hospital con una jeringuilla cargada de potasio; y su enfermera con un ladrillo en el bolso.

No me quede hasta el final del show. Cuando estaba en la parte mas emocionante, incluso con ribetes de comedia italiana, recorde que, aparte de salvar a Elias, tenia otra cosa que hacer.

Tambien queria hablar con el.

La flecha me guio por escaleras, rellanos y pasillos por donde me cruce con mucha gente que corria en direccion contraria, al reclamo de la jarana. Llegue a un pasillo muy largo, al final del cual habia una ventana de cristal rectangular y una puerta, tambien de cristal, de doble batiente.

UVI, decia en la puerta.

Antes de entrar, mire por la ventana. Solo pretendia asegurarme de que no me toparia con ningun medico o ninguna enfermera interesados en saber que hacia alli.

Entonces vi a Elias. Senti un escalofrio espeluznante y tuve que hacer un esfuerzo fisico para atreverme a empujar aquella puerta y entrar.

Nunca habia estado en una UVI. No habia visto nunca enfermos como aquellos, conectados a maquinas y frascos de suero. Parecia que bastaria con tropezar con alguno de aquellos tubos para robarle el ultimo aliento a cualquiera de aquellos desgraciados. Era espantoso verles, intensamente palidos bajo una luz cruda que les hacia la piel casi transparente. Ni vivos ni muertos, parecian hallarse en un estado intermedio ajeno a este mundo. Era como avanzar por un escenario de ciencia-ficcion.

De los tres ingresados, dos parecian estar en coma. Elias dormia. Me detuve a su lado, sintiendo un nuevo estallido de rabia contra quienes le habian hecho aquello a mi companero.

– Elias, Elias. ?Me oyes? -susurre, tocandole la espalda con un dedo-. ?Elias!

Con un ojo miraba aquel rostro vendado y lleno de moratones y, con el otro, el pasillo, al otro lado de la ventana, controlando que no se presentara ninguna enfermera. Como acostumbra a ocurrir en estos casos, me vinieron muchas ganas de orinar.

– ?Elias, jope! -alce la voz, impaciente.

Uno de los otros enfermos refunfuno, provocandome un susto de mil demonios.

Elias abrio los ojos como si los parpados le pesaran toneladas.

– Soy yo -le dije-. ?Flanagan, Juan, Anguera, el Anguila…!

Fruncio las cejas, mirandome en la penumbra, como exclamando: «Cuanta gente me ha venido a ver.» Por fin, consiguio enfocar la mirada.

– Flanagan… -la voz apenas si le salia de la garganta.

– La foto -dije excitado-. La foto del Pantasma. ?Donde esta?

– ?La foto?

– Si, la del chantaje, la del Pantasma. ?Recuerdas que dijiste que me la darias…?

– La foto… -murmuro, con lengua de trapo-. La tienes tu, Flanagan, la tienes tu…

– ?Que la tengo yo?

No hubo respuesta. Muy satisfecho de haber recibido mi visita, cerro los ojos y se durmio de nuevo.

– Eh -dije-. No hay derecho. ?Eh…!

Me parecio oir ruido en el pasillo. Me estaba poniendo enfermo de los nervios. No podia quedarme alli un minuto mas. Corri hacia la ventana, mire afuera. No se veia a nadie, pero se oian voces.

Sali corriendo. Volando. Un ascensor me llevo al aparcamiento subterraneo. Desde alli, no recuerdo como, pude salir a la calle.

Entre en el metro y me derrumbe en un asiento libre del primer tren sin hacer caso de la senora gorda que me miraba acusadora esperando que se lo cediera.

Nunca en la vida me habia sentido tan chafado. Todo yo era un crisol de emociones demasiado intensas. Clara («No lo se. No le conozco. Yo pasaba por aqui»), un fracaso. Mi investigacion, otro fracaso. La imagen de Elias malherido materializandose horriblemente («?Que te creias, Juan, que esto era un juego donde los muertos y los heridos lo eran de mentirijillas?»), su enigmatico mensaje (parecia que se habia especializado en dejarme mensajes enigmaticos antes de caer inconsciente o dormido), el hecho de saber que el Pantasma vendia la droga que le daba el Lejia…

… Todo junto me formo un nudo en la garganta, y tuve que apretar los dientes para no echarme a llorar.

La gente me miraba. Me di cuenta de que llevaba las manos sucisimas de sangre y barro, heridas y magulladas por un correazo del Piter y por el golpe de la ventana que me pillo los dedos. Y llevaba tambien trozos de esparadrapo pegados a la piel de los antebrazos. Mientras me los despegaba, me preguntaba que ocurriria a continuacion, y la primera respuesta fue: «Mama te echara una mano por haberte ensuciado tanto.»

Volvia a llover con cierta intensidad cuando sali del metro, en el barrio. O quizas habia estado lloviendo asi todo el rato y yo no me habia dado cuenta. No habia tenido tiempo para fijarme en aquellas minucias.

Me encamine hacia casa, atemorizado por la perspectiva de toparme con alguno de los amigos del Lejia por el camino. Volvia a notar el temblor en las piernas y aquellas palpitaciones tan y tan fuertes.

En un escaparate vi que tenia la cara llena de sangre, consecuencia de uno de los golpes que me habia propinado el Pantasma.

Cuando llegue a casa, me deslice hacia el interior, agachado entre la parroquia, confiado en pasar desapercibido.

– ?Que te has hecho, Juan? -pregunto mi padre, que servia cafe a los ultimos clientes que habian terminado de comer.

– He resbalado en el barro y me he caido -dije, manteniendome de espaldas a el.

– Y como te ha gustado, has aprovechado para revolearte un poco, ?no?

– Si, papa -dije.

Eche a correr escaleras arriba, hacia el piso. Me encerre en el cuarto de bano y me asee tanto como me fue posible.

Pili llamo a la puerta.

– Juan -dijo en un susurro complice-. Aqui hay algo para ti.

Abri la puerta.

– ?Que es?

– Ven -dijo.

La segui a su habitacion. Ella cerro la puerta con mucho misterio y saco un sobre de entre las paginas de un atlas.

Un sobre de papel de embalar. Un poco arrugado. Con mi direccion, sello y timbre de correos.

Se me paralizo la respiracion. «La foto la tienes tu», me habia dicho Elias. Ahora lo entendia. ?Acorralado como estaba, considero que lo mas seguro era hacermela llegar por via postal! Cerca de La Tasca habia un buzon. Un buzon que yo mismo habia utilizado como escondite.

Me temblaban las manos mientras sacaba la foto del sobre. Era en blanco y negro, como las demas. Habia sido tomada entre arboles, desde un escondite en algun parque de la ciudad. Las ramas eran sombras borrosas en primer termino, pero lo mas importante estaba perfectamente enfocado.

Se veia al Pantasma, vaya si se le veia.

Miraba hacia el objetivo como si hubiera oido un ruido, pero su expresion no era la de haber descubierto a nada o a nadie. Caso de que lo hubiera hecho, se habria puesto frenetico, porque tenia los pantalones bajados y se le veian las piernas, delgadas y nudosas.

Tambien se le veia aquella parte del cuerpo a la que el debia llamar, cuando estaba de broma, «la sardina».

Y en la foto tambien aparecia un nino, no mayor que yo.

Por fin, todo tenia sentido.

Elias siguiendo al Pantasma, Ramblas abajo, fotografiandole a escondidas en la Boqueria y caminando entre las prostitutas y merodeando por los locales de maquinas tragaperras. Es sabido que esos locales son territorio de caza para los aficionados a los menores. Me imaginaba al Pantasma haciendose un grupo de amiguitos, chavales dejados de la mano de Dios que harian cualquier cosa a cambio de unas monedas. Y veia claramente al Lejia diciendole al Pantasma: «Si no quieres que todos se enteren de tu vicio, tendras que distribuir caballo entre tus amigos.» Una buena clientela. Numerosos incautos dispuestos a todo y, sobre todo, lejos del barrio. Ah, si, porque el Pantasma se habia preocupado de dar salida a sus aficiones lejos de la escuela. No queria que le pasara como al conserje anterior, al que despidieron porque manoseaba a las ninas. Y el Pantasma tuvo que aceptar.

Despues (yo iba reconstruyendo la historia), desaparecio la foto, pero ni el Lejia ni los suyos se resignaron a perder el nuevo mercado abierto. De modo que se comprometieron a destruir la prueba definitiva para el Pantasma si el continuaba trabajando tranquilamente para ellos. Trato hecho…

… Y entonces intervine yo, metiendome donde no me llamaban.

– ?Juan! -exclamo Pili, haciendome bajar de las nubes.

Rumor de pasos en la escalera. Puse la foto en el sobre y lo escondi tras la espalda, conteniendo la respiracion.

Se abrio la puerta.