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VIERNES 18 de marzo

Capítulo 39

Los hombres cogieron a Evan en el aeropuerto de Heathrow el viernes por la tarde, temprano. Se esforzó en parecer un turista joven cualquiera. Llevaba unos pantalones caqui recién planchados, zapatillas de deporte y unas gafas de sol que le había comprado a Navaja. El corte de pelo era el que le había hecho la CIA, pero ahora iba teñido de blanco platino, por cortesía de la tatuadísima novia de Navaja. Los hombres le dejaron acercarse al mostrador de British Airways, comprar un billete de ida y vuelta a Miami, pagar en efectivo e incluso le dejaron pasar el control de seguridad. Utilizó el pasaporte de Sudáfrica que le había robado a Gabriel hacía ya una eternidad. Estaba llegando a su puerta cuando los agentes se le acercaron por ambos lados y le dijeron con fría educación: «Por aquí, señor Casher, por favor, no arme un escándalo», así que no lo hizo. De repente, lo rodeaban seis oficiales británicos del MI5, por ambos lados, por delante y por detrás, dirigiéndolo con cortesía.

Nadie a su alrededor se dio cuenta de que lo llevaban bajo custodia.

Los agentes lo acompañaron hasta una sala pequeña sin ventanas. Olía a café. Bedford estaba al final de la mesa de conferencias. Luego, Evan vio a Carrie al otro lado de la sala. Ella corrió hacia él y lo abrazó.

– Gracias, Dios mío, gracias.

Lo agarró con fuerza durante un largo minuto y él le devolvió el abrazo, poniendo cuidado en no hacerle daño en el hombro herido.

– Pensé que estabas muerto -le dijo todavía pegada a su cuello.

– Lo siento. Intenté detener tu coche, pero no me viste. Estaba demasiado lejos. Pero sabía que estabas viva. ¿Estás bien?

– Sí. La inteligencia británica tenía un equipo siguiéndonos. Me encontraron después de la explosión y me llevaron a un lugar seguro para interrogarme.

Se separó de él y lo besó rápidamente, luego le puso la mano en la mejilla. La euforia había hecho que se marease.

– ¿Y este look de Sting?

Evan se encogió de hombros. Bedford se le acercó y le puso la mano en el hombro.

– Evan, estamos tremendamente aliviados de que estés sano y salvo.

Otro hombre se sentó al lado de Bedford: llevaba el pelo corto, un traje bueno y su rostro no mostraba expresión alguna.

– Señor Casher, hola. Soy Palmer, del MI5.

– Mi homólogo, podríamos decir -explicó Bedford-. No es su verdadero nombre, ya sabes.

– Hola -dijo Evan.

Ignoró la mano que Palmer le tendía y movió los hombros para liberarse de la mano de Bedford.

– ¿Evan? -Carrie le indicó que se sentara en la silla junto a ella-. ¿Qué ocurre?

– El problema lo tengo contigo -le dijo Evan a Bedford-. Nos dejaste en manos de un asesino.

Bedford se puso pálido.

– Lo siento. Hemos investigado cada momento que Pettigrew pasó en la agencia durante los últimos quince años y seguimos sin encontrar una conexión con Jargo.

– Sé dónde puedes encontrar las cuentas que relacionan a Pettigrew con Jargo. Y quizá, sólo quizá, te las dé. Pero tú y yo tenemos que hacer un trato.

– ¿Un trato?

– No creo que puedas mantenerme con vida, Bedford. Tienes tanto miedo de asomar la cabeza que no sabes en quién confiar. No esperaré a que me pegue un tiro el sucesor de Pettigrew.

Carrie le preguntó a Bedford:

– ¿Podría hablar con Evan a solas?

Bedford asintió rápidamente.

– Sí. Palmer, hablemos nosotros dos fuera, por favor.

Y cerraron la puerta al salir.

Carrie le agarró las manos.

– ¿Cómo me dejaste creer que habías muerto? Llevo veinticuatro horas sufriendo.

– Lo siento muchísimo. Pero no sabía en quién más confiar aparte de ti y de Bedford. Está claro que Bedford tampoco lo sabe. No iba a llamar y ponerme de nuevo en las manos de otro Pettigrew.

– ¿Cómo conseguiste la información que relaciona a Pettigrew con Jargo? -preguntó.

– Soy un hombre con recursos.

– ¿Me la darás a mí?

– No. Si la entrego, mi padre morirá. Necesito que me ayudes. Tengo que salir de aquí. -Evan hablaba en susurros, lo más bajo que podía-. Si Jargo se entera de que la CIA me ha cogido cancelará el trueque de los archivos por mi padre.

– Entonces es verdad que tienes los archivos.

Parecía asombrada.

– Sí.

– No puedo ir contra Bedford. No piensas con claridad.

– Estoy dentro de la madriguera del conejo… No puedo confiar en nadie. No puedo confiar en que Jargo no me mate ni en que Bedford me proteja. Ni siquiera en que tú me quieras.

– Yo sí que te quiero.

De repente, Evan temió que la cara de póquer que había mantenido todo el día se desmoronase. Le agarró ambas manos.

– Quiero olvidarlo todo; quiero que tengamos una vida normal. Pero eso no será posible mientras sigamos en la madriguera del conejo. Tengo que luchar directamente contra Jargo y conozco una manera de pararlo en seco, pero necesito que me ayudes. Tengo que ir a Florida y necesito que tú te quedes aquí, donde no te hagan daño.

– Evan…

Bedford abrió la puerta y entró sin esperar a que terminasen la conversación. Palmer y uno de los oficiales del MI5 entraron tras él en la habitación.

Carrie gesticuló con la boca:

«No dejarán que te vayas».

– Evan -dijo Bedford-, ¿qué tengo que hacer para recuperar tu confianza?

– Ya no puedes. Tienes filtraciones y eso hará que me maten a mí, a mi padre y a Carrie. Ahora podemos hablar sobre el trato o puedes dejarme marchar.

– No va a ir a ningún sitio, señor Casher -era Palmer el que había hablado-. ¿Podría abrir su bolsa para que viéramos lo que hay dentro, por favor?

Evan lo hizo, dejándoles creer durante otro minuto más que todavía estaban al mando. Vio que ya habían rebuscado en la bolsa: sólo contenía algo de ropa que había comprado y unos cuantos miles de dólares en efectivo. Le había dejado la pistola de Khan a Navaja.

– Continúe, por favor -dijo Palmer.

Evan abrió un pequeño maletín. Palmer lo cogió y sacó de él un ordenador portátil.

– Un portátil.

Bedford lo abrió y lo encendió.

– Necesita contraseña.

– Sí.

– Introduce la contraseña, por favor, Evan.

– No la sé.

– ¿No sabes tu propia contraseña?

– Es el ordenador de Thomas Khan.

– ¿Cómo lo has conseguido?

– Eso no importa -dijo Evan-. Hice lo que prometí que haría, que es conseguir los archivos que robó mi madre. Khan es el tesorero de Jargo. O lo era. Está muerto. -Evan levantó las manos como si se rindiese, burlándose de Palmer-. Fue en defensa propia, ¿me queréis llevar ante los tribunales?

Palmer sacudió la cabeza.

Evan se dirigió a Bedford.

– Éste es el trato. Dejadme ir a buscar a mi padre. Os garantizo que os daré lo que necesitáis para acabar con Jargo, pero mi padre, yo y Carrie, si quiere… -se giró hacia ella, y ella asintió- desapareceremos a nuestro modo.

Bedford se dejó caer en la silla.

– Evan, sabes que no puedo acceder a tu petición.

– Entonces pediré un abogado y hablaré largo y tendido sobre oficiales de la CIA que introducen dispositivos explosivos en librerías de Kensington. Tú eliges.

– No me amenaces, hijo -le indicó Bedford.

– Tengo una sugerencia alternativa -añadió Carrie-. Una que quizás os complacerá a ambos.

Los dos quedaron a la expectativa.

– Si Evan cambia a su padre por este ordenador es necesaria una reunión. Eso sacará a la luz a Jargo. Lo conozco… se ocupará de esto en persona.

– ¿Dónde será este intercambio, Evan? -preguntó Bedford.

– Miami. Lee mi billete, Albañil.

– No soy tu enemigo. Nunca lo he sido -dijo Bedford.

– Yo elijo el punto de encuentro -le explicó Evan a Carrie-, una vez que estemos en Miami.

Carrie se volvió hacia su jefe.

– Esta reunión sacará a Jargo a la luz. Es nuestra mejor ocasión para detenerlo.

– Y tendrá poca protección. Quizá sólo Dezz. No les dirá a sus agentes ni una sola palabra sobre esto si puede evitarlo -dijo Evan tranquilamente-. Su red no tiene ni idea de que están a punto de ser descubiertos. Se enfrentaría a una deserción masiva que sería nefasta.

– ¿En serio crees que ahora llevas tú las riendas? -preguntó Bedford.

– Sí, y no quiero poner a mi padre en peligro -dijo Evan-. Si le ocurriese algo os quedaríais sin nada.

– Envidio a tu padre por la lealtad que le muestras -dijo Bedford-. Pero él ya está en peligro; estoy bastante seguro de que Jargo no tiene ninguna intención de dejar que salgas vivo de esa reunión.

– He pensado en esa posibilidad. Tengo un plan alternativo. Haremos esto a mi manera.

Bedford apoyó las manos sobre la mesa.

– ¿Nos disculpáis todos un momento a Evan y a mí?

Los demás se levantaron y se fueron. Carrie sacudía la cabeza. Esperó a que saliese Palmer y luego le dijo a Evan por la espalda:

– Si me amas confiarás en mí. No es una ecuación complicada. No luches contra nosotros. Deja que te ayudemos.

Evan no la miró. Ella cerró la puerta al salir.

Bedford dijo:

– En esta habitación no hay micrófonos, pero está insonorizada. Para que lo sepas.

– ¿Palmer no está grabando?

– No. -Bedford bebió un sorbo de agua-. Si has preparado un intercambio de los archivos de este portátil por tu padre, supongo que has hablado con él.

Evan asintió.

Bedford dijo:

– Dime lo que te dijo. Palabra por palabra.

– ¿Por qué?

– Porque, Evan, he tenido un topo entre Los Deeps durante el último año. Nadie más en la CIA sabía que tenía un contacto, ni siquiera Carrie. No conozco su verdadero nombre. Tu padre podría ser mi contacto y podría haberme enviado un mensaje a través de ti. Él sabía que te buscaríamos hasta que tuviésemos pruebas concluyentes de que estabas muerto.

Evan escuchó el silencio en la habitación: oía el latido de su propio corazón, el zumbido de la calefacción esquivando el frío húmedo del exterior.

– Mientes. Sólo intentas que colabore contigo.

– Recuerda que te pregunté lo que había dicho tu padre en la cinta que Jargo te puso en el zoo. No estaba tan interesado en la historia que Jargo le vendió a tu padre; estaba buscando palabras en código. Por si tu padre era mi contacto.

– No. -Evan elevó la voz-. Si mi padre fuese tu contacto ya sabrías lo de Goinsville. Lo de los otros Deeps. Cómo encontrar a Jargo y a Khan.

Bedford negó con la cabeza.

– Mi contacto vino a mí. Nunca lo he visto; hablábamos por teléfono. Me enviaba por correo electrónico números de móvil que sólo utilizaba una vez y luego los destruía. Era extraordinariamente cuidadoso. Ni siquiera sé cómo pudo localizarme ni cómo supo que yo era el encargado de encontrar a Los Deeps, pero lo hizo. Aceptó trabajar conmigo de manera muy limitada. Quería forzarle a que hiciese más, a que me dijese quién era, a que me dijese más cosas sobre Los Deeps, pero se negó. Ni siquiera sé dónde estaba ni dónde vivía. Dios sabe que intenté localizarlo, pero siempre borraba sus huellas. Me demostró que su intención era buena: me alertó sobre una célula terrorista albanesa que planeaba un ataque en París; me indicó la situación de un científico nuclear pakistaní que quería vender secretos a Irán; me informó sobre el escondite de una banda criminal peruana. Toda la información que me dio era correcta. Nunca nos vimos cara a cara. Nunca le pagamos por sus servicios.

– ¿Por qué iba a ayudarte?

– Mi contacto dijo que no estaba de acuerdo con algunas de las misiones que le asignaba Jargo. Pensaba que eran perjudiciales para los intereses de Estados Unidos. Parecía tener una relación complicada con Jargo: quería que las operaciones fracasasen, pero no quería entregarlo. Así que se puso en contacto conmigo. Yo le proporcionaba información falsa para darle a los clientes de Jargo. -Bedford sacudió la cabeza-. Mi contacto no sabe dónde encontrar al resto de Los Deeps, la red sigue estando muy compartimentada, pero nos proporcionó información muy valiosa sobre el tipo de trabajos que Jargo realizaba, los matices y los cambios en el mercado negro de secretos corporativos y de gobierno. -Bedford sirvió para él y para Evan sendos vasos de agua, y empujó uno hacia Evan-. Tenía una cláusula de salvaguardia con mi contacto: cuando fuese el momento de huir se identificaría ante mí y yo los sacaría de aquí a él y a su familia, lejos de Jargo, a un lugar seguro. Es lo que tu madre quería para ti. No puedo ayudar a tu madre, pero puedo ayudarte a ti.

– Podrías haberme hablado de mi padre antes.

– No sé si tu padre es mi contacto, Evan. Y no le iba a decir a nadie que tenía un contacto cercano a Jargo a menos que no me quedase otra opción. Hemos llegado a ese punto. Dime lo que te dijo tu padre. Palabra por palabra, si puedes.

Evan sacó la PDA del bolsillo, la desbloqueó con la huella de su pulgar y abrió la aplicación de nota de voz. La conversación con Dezz, luego con Jargo y luego con su padre se escucharon en la PDA alto y claro. Los dos hombres se quedaron mirando el uno al otro mientras la voz de Mitchell Casher invadía la pequeña habitación. Cuando acabó, Bedford cerró los ojos.

– Mírame -dijo Evan-. ¿Es él tu contacto? ¿Lo es?

– Sí.

Evan sintió una presión en el pecho.

– Si mamá y papá hubiesen confiado el uno en el otro… -No terminó la frase-. Mamá sabría que papá estaba ayudando a la CIA y papá sabría que mamá había robado la lista de clientes de Jargo para utilizarla como escudo y proteger a su hijo. Podrían haber detenido a Jargo sin disparar una sola bala, y mamá estaría viva.

– Las mentiras eran una parte integrante de sus vidas -dijo Bedford-. Lo siento muchísimo, Evan.

El silencio inundó la habitación hasta que Evan habló.

– Vale. Entonces él es tu contacto. Tiene problemas. ¿Qué vas a hacer para ayudarle?

– ¿Te dio él esas novelas de Graham Greene? -preguntó Bedford.

– ¿Cómo? -ésa no era la pregunta que esperaba-. Sí, antes de empezar en la universidad de Rice. Dijo que debería leer libros realmente brillantes antes de ponerme con la basura que se leía en la facultad.

– ¿Mencionó alguna vez «quien amó también temió»?

Bedford se inclinó hacia delante.

– No lo recuerdo. Pero Greene es su escritor favorito, así que siempre hablaba de esos libros conmigo. La frase me resulta ligeramente familiar.

– La cita es de El ministerio del miedo. Es una verdad amarga; siempre arriesgamos cuando amamos. También es una frase en clave que establecí con tu padre.

Bedford se colocó los dedos sobre los labios.

– Dime lo que significa.

– Significa: «Olvídate de mí. No puedes rescatarme».

Evan sintió cómo su cara de póquer se desmoronaba.

– No. No. Ahora no importa ese código. Tienes que ayudarle.

Bedford se irguió, con una confianza tranquila que sugería que la batalla entre ellos había terminado.

– Evan, en este negocio pierdes a gente. Es la guerra. Es triste. Me hubiese gustado encontrarme con tu padre cara a cara, haberlo conocido. Creo que incluso me habría caído bien. Pero me está diciendo que me vaya. No sé si es porque cree que la CIA mató a tu madre, como le dijo Jargo. Puede que no importe lo que piense. Quizás esperaba que si la CIA te cogía te trajera conmigo, y así yo te preguntaría sobre cualquier cosa inusual que hubiese dicho. Sea lo que sea lo que esté preparando Jargo para esta reunión, es una trampa. No puedo correr el riesgo; mi equipo es demasiado pequeño. Tendremos que esperar otra oportunidad.

– No puedes abandonarle.

– Y yo no puedo arriesgar mis recursos para salvar a un hombre muerto. Me está advirtiendo que me aleje. Estoy seguro de que es para que no te acerques a Jargo. -Bedford se puso de pie-. Te acompaño en el sentimiento. Nos dirigiremos a Washington en lugar de a Miami, y entrarás en un programa de protección. El gobierno te está inmensamente agradecido por lo que has hecho.

Evan se quedó en su asiento.

– Sé que es difícil para ti. Has perdido a tu madre, pero hijo, tienes a Carrie.

– Lo sé.

Evan se quedó mirando la cálida caoba de la mesa.

– Te aseguro que podemos esconderte sin problemas. Piensa dónde te apetece vivir. Irlanda, Australia o…

Evan levantó la mirada, observó a Bedford y dijo:

– No, nos vamos a Miami.

– Lo siento, Evan, pero no. Con todo mi respeto hacia tu padre…

– El portátil. Gracias a mis contactos en el cine, he encontrado a un hacker muy bueno. Ya hemos conseguido los archivos y los hemos escondido. Nunca los encontrarás. Si intentas acceder al portátil y la contraseña es incorrecta, se formateará automáticamente. Yo soy el único que sabe dónde está la lista de clientes de Jargo. No te lo diré a menos que me ayudes a recuperar a mi padre.

– Evan, escúchame…

– La discusión ha terminado. -Evan se puso de pie-. ¿Vamos a ir a Miami o no?

Capítulo 40

– Tú estás tramando algo, Evan -susurró Bedford para que nadie en el avión de la CIA lo escuchara.

Sobrevolaron el Atlántico en dirección al sur de Florida. Evan se sentó en la parte de atrás, Bedford a su lado y Carrie junto a una ventana, más adelante. Un cuarto pasajero, un hombre mayor con el cuello como un toro y que Evan suponía que era un oficial de la CIA de confianza de Bedford, hablaba con ella. Se había presentado como Frame, sin nombre de pila, así que Evan no estaba seguro de si Frame era un nombre en código, como Albañil, o si era su apellido real. Frame habló un poco sobre el equipo de fútbol de los Redskins de Washington, al parecer su tema favorito. Carrie sonreía y asentía, pero seguía mirando a Evan.

– Reconozco un timo en cuanto lo veo.

– ¿Perdona? -dijo Evan.

– No creo que sea cierto que tienes los archivos, al menos no todos. Eres el típico tío responsable; si pudieses acabar con Jargo en un momento, lo harías. Así que no me estás diciendo todo lo que sabes de esos archivos.

Evan se quedó callado.

Bedford lo miró de reojo:

– Eres tremendo, jovencito. Estás chantajeando a la CIA.

– No a toda la agencia; sólo a ti, Albañil.

– Tremendo -repitió Bedford-. Un joven como tú me podría resultar muy útil en el trabajo, Evan.

– No, gracias. -Sabía que Bedford lo decía como un cumplido, pero no quería tener nada más que ver con este mundo-. No creo que te esté timando más de lo que tú me estás timando a mí…

Bedford pareció herido.

– He sido totalmente sincero contigo sobre nuestro plan de ataque.

Bedford había diseñado un esquema simple: llevar a Evan a un lugar seguro donde pudiese llamar por teléfono y organizar la reunión. Llevaría un portátil exacto al de Khan; Bedford le aseguró que Jargo no se acercaría tanto como para notar alguna diferencia o comprobar los números de serie. Evan sugeriría una cita inmediata en un lugar retirado donde Bedford y su equipo podrían atacar, sin darles tiempo a Los Deeps a preparar su ofensiva. Jargo y Dezz serían capturados vivos, si era posible, o muertos si era necesario.

– Sí, y tu plan parece minucioso -dijo Evan-, igual que cuando Pettigrew nos llevó por todo Londres.

Bedford se recostó.

– Todos los del equipo han sido sometidos a una investigación. Están limpios. Pettigrew no era un miembro del equipo, era un simple oficial de campo condecorado que no hacía demasiadas preguntas.

– Jargo está preocupado por que se descubran sus contactos en la CIA. Al librarse de Pettigrew eliminó a uno de ellos.

– Sospecho que era un cliente suyo, no un agente. Era uno de los oficiales de la CIA más importantes de Europa -dijo Bedford-. Ya ves el reto al que me enfrento, hasta dónde puede llegar el alcance de Jargo. Pero te prometo, Evan, que respetaré nuestro trato. Traeré a tu padre a casa. Ésta es la mejor oportunidad que jamás hemos tenido para atrapar a Jargo. Habrá personal adicional en Florida para ayudarnos. Por fin estoy recibiendo todos los recursos que necesito.

Evan echó un vistazo a la parte delantera del avión. Carrie lo observaba. Frame le estaba leyendo los titulares de The Guardian y se lamentaba del estado del mundo.

Puede que Evan no tuviese otra oportunidad. Se acercó a Bedford hasta el punto de poder oler sus caramelos de menta.

– Hay una razón por la que Jargo ha conseguido infiltrarse entre vosotros, y es que te conoce muy bien. Los Deeps son un problema de la CIA, ¿verdad?

Bedford frunció el ceño.

– Por favor, dame este gusto. Las redes de espías no salen de los orfanatos, alguien tiene que cultivarlas. La agencia los engendró; Alexander Bast creó Los Deeps para la CIA. Podríais tener agentes en territorio estadounidense cuya existencia nunca sería necesario admitir. Un grupo de agentes a medida que podríais usar para todo tipo de trabajos clandestinos que no tendríais que justificar ante el Congreso ni nadie más. No hay documentos de su colaboración con la agencia. No os culparían si algo salía mal.

– Creo que es una hipótesis incorrecta -dijo Bedford.

– ¿Quién creó esta red?

– Alexander Bast, por sus propias razones. Supongo que quería ganar dinero ejerciendo como espía independiente. El señor Bast era un hombre adelantado a su tiempo.

– Nunca admitirás que fue la CIA, ¿verdad? Estoy gastando saliva al preguntártelo.

Bedford sonrió.

– Y matarás a Jargo aunque no sea necesario para salvar a mi padre. No quieres que hable de los negocios que tiene contigo, del hecho de que hiciese trabajos sucios para la inteligencia estadounidense. Además, tú podrás tomar el control de la red, abrirte camino por todos los servicios de inteligencia y los negocios que utilizan Los Deeps.

– Cuando tu padre esté a salvo, Los Deeps ya no serán asunto tuyo.

– Tienen familias como la mía y como la de Carrie. Hijos y esposas que no tienen ni idea de lo que hacen. Los perseguirás para acabar con ellos, ¿verdad? O los usarás para llevar a cabo tus propios planes.

– Evan, por favor. No es asunto tuyo. De lo único que tienes que preocuparte es de recuperar a tu padre. En cuanto lo tengamos ambos os subiréis a un avión de camino a un paraíso cálido y lejano, con nombres nuevos, dinero y un nuevo comienzo.

– ¿Y qué hay de Carrie?

– Ella también, si quiere ir contigo.

Evan cerró los ojos. No dormía. Escuchó a Bedford levantarse de la silla, toser, ponerse un vaso de agua e ir a hablar al teléfono del avión, supuestamente para comprobar los preparativos en Miami. Luego Evan oyó a Carrie deslizarse en la silla de cuero junto a él.

– Así que has conseguido todo lo que querías -le dijo ella.

– Todavía no.

Seguía con los ojos cerrados.

– El día de ayer fue un infierno para mí. Pensé que habías muerto; creí que había cometido un error, que no había conseguido protegerte.

Evan abrió los ojos e inclinó la cabeza hacia la de ella.

– No te culpo. Confío en ti -le dijo en un susurro, con la boca apenas a unos milímetros de la de ella-. Así que deberías saber que todavía no tengo los archivos.

Carrie abrió los ojos como platos.

– Pero le dijiste a Bedford…

– Le dije a Bedford que tenía el portátil con los archivos dentro. Pero están todos codificados. Mi hacker todavía no ha conseguido descifrar la contraseña. Quizá no lo consiga; podríamos estar en un callejón sin salida.

– Así que el portátil que tenemos…

– No es el de Khan. Es uno nuevo del mismo modelo, comprado esta mañana en Londres. Es mi señuelo, mi sorpresa. Instalamos un programa que simulará que formatea el disco duro si alguien intenta descifrar la contraseña de acceso. Mi hacker tiene el portátil de Khan en Londres y está haciendo todo lo posible para desbloquear los archivos, pero todavía no lo ha conseguido. Así que confío en ti. Si se lo dices a Bedford podría romper el trato para escondernos a mi padre y a mí. Sólo le daré el portátil original cuando mi padre y yo estemos a salvo y nos hayamos ido. Quiero decir, cuando nos hayamos ido a nuestro modo, con identidades creadas por nosotros mismos. Cuando desaparezcamos, no quiero que ni la agencia ni Bedford nos vuelvan a encontrar nunca. La implicación de mi familia acaba ahora y para siempre. Así que tienes que elegir, Carrie. Yo quiero estar contigo. Si tú no quieres, si quieres quedarte en la agencia, es tu elección, pero estoy confiando en ti al darte esta información.

– ¿Qué pasa si no podemos recuperar a tu padre o si Jargo ya lo ha matado?

– Creo que mi padre es la debilidad de Jargo. No puedo estar seguro, pero… -Evan hizo una pausa y recordó las palabras crípticas que Jargo le había dicho la primera vez que hablaron por teléfono: «Tú y yo somos familia, en cierto modo»; la burla de Dezz: «Seremos todos como una familia»; volvió a ver en la foto ajada a los dos chicos que compartían rasgos similares-. No creo que Jargo lo mate.

– Mató a tu madre.

– Pero Jargo podría haberlo matado cuando descubrió que mi madre había robado los archivos, y no lo hizo. Lo ha mantenido con vida y le ha hecho creer que la CIA ha matado a mi madre.

– ¿Le darás a la CIA el portátil de Khan si tu hacker no consigue abrirlo?

– Sí. Aun así desapareceré, a mi manera, y me encargaré de que Bedford reciba el portátil auténtico. Quizá la CIA consiga descodificarlo, si nosotros no podemos. No quiero que Jargo quede libre; deseo acabar con él tanto como tú. Si hoy muero, mi hacker le enviará el portátil al MI5 en Londres con una carta en la que se explica lo que está oculto en el sistema.

Carrie lo miró y luego miró a Bedford.

– Sigo deseando que nos hubiésemos conocido en el café, como la gente normal -susurró Evan-. Que hubiésemos tenido unas cuantas citas para irnos conociendo el uno al otro, sin que ya lo supieses todo sobre mí. Que hubiéramos ido cogiendo confianza igual que hace la gente corriente. Confío en ti, pero tú también tienes que confiar en mí.

Carrie no dudó ni un segundo.

– Confío en ti.

La rodeó con el brazo. Ella cerró los ojos y se apoyó en su hombro. Evan cerró los ojos y esta vez se quedó profundamente dormido. Cuando despertó ella estaba dormida, acurrucada contra su hombro. Por un instante se le rompió el corazón ante la cercanía de Carrie. Entonces el avión comenzó a descender hacia Florida, hacia Fort Lauderdale.

«Ya voy, papá, y no saben lo que les espera.»