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Evan observó las paredes acolchadas y éstas le devolvieron la mirada; las pequeñas abolladuras de la tela le recordaban unos ojos. Se imaginó las cámaras acechando tras la tela y se preguntó qué dramas habría presenciado esa habitación. Interrogatorios. Crisis nerviosas. Muertes. Una mácula descolorida manchaba la pared, más o menos a la altura de un hombre sentado; trató de imaginar cómo había llegado hasta allí y por qué no la habían quitado. Probablemente porque la CIA quería que contemplases esa mancha y lo que sugería.
Dos hombres de la CIA, uno de ellos piloto, los habían sacado de Nueva Orleans en avión privado. Evan les dijo que sólo hablaría con El Albañil. Ellos le aplicaron los primeros auxilios a Carrie, le dejaron solo y lo llevaron a aquella habitación después de que el avión aterrizase en un pequeño claro de un bosque. Una ambulancia privada con matrícula de Virginia y la inscripción «North Hill Clinic» se los llevó de allí. Luego, un equipo médico condujo a Carrie a otro lugar y un guardia de seguridad con un cuello enorme lo metió a él en esta habitación. Se sentó y reprimió las ganas de hacerle muecas a la pared: estaba seguro de que había cámaras observándolo. Estaba preocupado por Carrie y por El Turbio. También por su padre.
Se abrió la puerta y un hombre asomó la cabeza.
– ¿Te gustaría ver a tu amiga ahora?
A Evan se le ocurrió que quizás el hombre ni siquiera supiera el verdadero nombre de Carrie. También se le ocurrió que podía ser que tampoco él mismo lo supiese, pero dijo «Gracias» y siguió al hombre por un pasillo muy iluminado. Éste lo condujo a través de tres puertas. La habitación de Carrie no estaba acolchada, era una habitación normal de hospital. No había ventanas; la luz que alumbraba la cama era tenue y espeluznante, como el brillo de la luna en una pesadilla. Carrie yacía en la cama con el hombro vendado. Había un guardia en la puerta. Carrie dormitaba. Evan la observó y se preguntó quién era realmente, más allá de su apariencia. Le cogió la mano y la apretó. Ella siguió durmiendo.
– Hola Evan -sonó una voz detrás de él-. Pronto se recuperará del todo. Soy El Albañil.
Evan soltó la mano despacio y se giró. El hombre rondaba los sesenta, era delgado y tenía una expresión de amargura en la boca, pero sus ojos eran cálidos. Parecía el típico tío difícil. El Albañil le ofreció la mano y Evan la estrechó diciendo:
– Preferiría llamarte Bedford.
– Está bien -Bedford mantuvo una expresión impasible en el rostro-, mientras no lo hagas delante de otra gente. Aquí nadie conoce mi verdadero nombre.
Pasó por delante de Evan y le puso una mano en la frente a Carrie con gesto paternal, como si le estuviese tomando la fiebre. Luego llevó a Evan a una sala de conferencias situada al final del pasillo, donde había otro guardia vigilando. Bedford cerró la puerta al entrar y se sentó. Evan se quedó de pie.
– ¿Has comido? -le preguntó.
– Sí. Gracias.
– Estoy aquí para ayudarte, Evan.
– Eso dijiste la primera vez que hablamos. -Evan decidió tantear el terreno-. Ahora me gustaría irme.
– Vaya, creo que eso no sería muy inteligente. -Bedford juntó las yemas de los dedos-. El señor Jargo y sus socios te andarán buscando.
Su educación era como una reliquia de otros tiempos en los que se daba una importancia especial a los modales.
– Ése es mi problema, no el tuyo.
Bedford señaló la silla.
– Siéntate un momento, por favor.
Evan se sentó.
– Tengo entendido que creciste en Luisiana y Texas. Yo soy de Alabama -dijo Bedford-. De Mobile, una ciudad maravillosa; cuanto mayor me hago, más la echo de menos. Los chicos del sur pueden ser muy cabezotas, así que vamos a intentar no serlo nosotros
– Vale.
– Me gustaría que me contases lo que ha ocurrido desde que tu madre te llamó el viernes por la mañana.
Evan respiró hondo y le hizo a Bedford un relato detallado. No mencionó al Turbio ni a la señora Briggs. No quería causarle problemas a nadie más.
– Mi más sentido pésame por la muerte de tu madre -dijo Bedford-. Creo que debió de ser una mujer excepcionalmente valiente.
– Gracias.
– Déjame asegurarte que nos haremos cargo de todo lo relacionado con su funeral.
– Gracias, pero me ocuparé de su entierro cuando vuelva a Austin.
– Me temo que no podrás volver a casa.
– ¿Estoy prisionero?
– No, pero eres un objetivo, y mi trabajo es mantenerte con vida.
– No puedo ayudarte; no tengo esos archivos. Le dije a Jargo que sí, pero fue un farol para recuperar a mi padre.
– Cuéntame otra vez lo que te dijo tu padre exactamente, puesto que nos culpa de la muerte de tu madre.
Evan lo hizo; repitió la petición de su padre palabra por palabra lo mejor que pudo recordar. Bedford se sacó un paquete de caramelos de menta del bolsillo, le ofreció a Evan, que negó con la cabeza, y se metió uno en la boca.
– Vaya historia te ha vendido Jargo. Nosotros no matamos a tu madre; fue él.
– Lo sé. No estoy seguro de por qué le importa lo que yo piense.
– No le importa. Sólo quiere manipularte. -Bedford mordió el caramelo-. Debes de sentirte como Alicia cuando cayó por la madriguera del conejo en el país de las maravillas.
– Esto no tiene nada de maravilloso.
– El hecho de que sobrevivieses a un ataque y a un secuestro es bastante impresionante. El señor Jargo y sus amigos te han robado tu vida. Pusieron un alambre alrededor del cuello de tu madre y lo apretaron hasta sacarle el último aliento. ¿Cómo te hace sentir eso?
Evan abrió la boca para hablar, pero luego la cerró.
– Ésa es la clase de pregunta que haces en tus películas -continuó Bedford-. Las vi hace un par de meses. ¿Cómo se sentía aquel tipo de Houston, inculpado por la policía? ¿Cómo se sintió aquella mujer cuando su hijo y su nieto no volvieron de la guerra? Me sorprendió muchísimo. Eres un buen narrador de historias. Pero del mismo modo que un reportero sin alma, tienes que hacer la temida pregunta: «¿Cómo te hace sentir eso?».
– ¿Quieres saberlo? Los odio, a Jargo y a Dezz.
– Tienes todos los motivos del mundo para ello. -Bedford bajó la voz-. Por su culpa tu padre y tu madre te mintieron durante años. Sospecho que no fue una elección totalmente suya trabajar para Los Deeps, al menos durante todo el tiempo que lo hicieron.
– Los Deeps.
– Es como Jargo llama a su red.
Bedford juntó las yemas de los dedos.
– Gabriel dijo que era un espía independiente.
– Es cierto; compra y vende información entre gobiernos, organizaciones e incluso empresas, según sabemos.
– No lo entiendo.
– Nunca hemos podido probar de manera concluyente que exista.
– Yo lo he visto, y Carrie también.
– Esto es lo que sabemos. Hay un hombre que utiliza el nombre de Steven Jargo. No tiene registros financieros, no tiene propiedades y no viaja nunca con su propio nombre. Hay muy poca gente que lo haya visto más de una vez. Cambia de aspecto con regularidad. Tiene un chico, que supuestamente es su hijo, que trabaja con él y utiliza el nombre de Desmond Jargo, pero no hay ningún acta de nacimiento, archivos escolares ni ninguna documentación que verifique que llevase una vida normal. Tienen una red. No sabemos si son sólo unos pocos o un centenar. Por las veces que Jargo ha aparecido, sospechamos que tiene clientes, compradores de información y servicios en todos los continentes. -Bedford abrió un ordenador portátil-. Estoy a punto de darte una muestra extraordinaria de confianza, Evan. Por favor, no me decepciones.
Bedford pulsó un botón y activó un proyector conectado al portátil mediante un cable. En la pantalla apareció la imagen de un cuerpo, tendido sobre un suelo de baldosas y con una mano colgando sobre una piscina turquesa.
– Éste es Valentín Márquez. Se trata de un directivo financiero de Colombia al que nuestro gobierno no le tenía mucho cariño; tenía conexiones con los cárteles de droga de Cali, pero no podíamos tocarlo. Encontraron su cuerpo en este patio trasero; también mataron a cuatro de sus guardaespaldas. Surgieron rumores de que un oficial del Departamento de Estado de los Estados Unidos le pasaba dinero a un hombre llamado Jargo, y que fue él quien ordenó asesinar a Márquez. Dada la situación política, no era una actividad que quisiésemos desvelar: oficiales estadounidenses desviando ilegalmente el dinero de los contribuyentes a asesinos a sueldo.
Clic. Otra foto. Un dibujo de un soldado con un prototipo de mono ajustado.
– Éste es un proyecto en el que está trabajando el Pentágono: la nueva generación de chaleco antibalas para las tropas de combate. Uno de nuestros agentes, que intentaba robar datos sobre el programa chino de armas convencionales, encontró este diseño en el ordenador de un oficial superior del ejército en Beijing. Secuestramos al oficial y bajo coacción nos dijo que le había comprado los planos a un grupo llamado Los Deeps. Averiguamos que también intentaron vender el mismo prototipo de antibalas a un agregado ruso tres semanas después. Éste rechazó la oferta y, en lugar de eso, intentó robarle el prototipo al vendedor. El vendedor lo mató a él, a su mujer y a sus hijos. La tía de su esposa sobrevivió al esconderse en el desván, y vio al asesino. Su descripción se corresponde con la de Dezz Jargo, aunque el pelo era de un color diferente y en Rusia llevaba gafas. Dos meses más tarde, un importante vendedor de armas internacional ofreció un chaleco antibalas que coincidía exactamente con estas especificaciones. En resumen, Jargo trabaja a ambos lados de la barrera. Nos roba a nosotros y también nos vende.
Evan cerró los ojos.
– Ésos son los casos en los que podemos involucrar más claramente a Jargo. Hay otros en los que sospechamos que está relacionado, pero no podemos probar nada.
– No es posible que mis padres estuvieran relacionados con un hombre así. No puede ser.
– Eso es lo mismo que pensó Carrie; estoy seguro -dijo Bedford-. Su padre trabajaba para Jargo, y éste mató a su madre y a su padre. Mejor dicho, hizo que los mataran.
– Mierda.
– Su verdadero nombre es Caroline Leblanc. Después de una larga carrera en la inteligencia militar, su padre fundó una empresa de seguridad privada. Vino a la agencia y se reunió conmigo para informarme de que Jargo tenía agentes trabajando en la agencia, y que había gente de aquí dentro que compraba sus servicios. Le pedí que se quedase donde estaba y siguiera trabajando para Jargo, pero que me mantuviera informado. O bien éste lo averiguó o bien el padre de Carrie cometió un error. Jargo le hizo creer a ella que la CIA era responsable de la muerte de su padre, pero después de eso, Carrie vino a vernos y la informamos de algunos detalles adicionales que la convencieron de que Jargo estaba detrás del asesinato de sus padres. Pese a correr un gran riesgo personal, Carrie se unió a nosotros y se convirtió en una agente doble infiltrada en Los Deeps.
Evan recuperó la voz después de un momento.
– Jargo mató a su familia… y ella siguió trabajando para él. ¡Dios mío!
– Sí. Era difícil, pero sabía que había que hacerlo. Carrie es el único de nuestros agentes que se ha acercado a Jargo, aunque le ha visto cara a cara menos de cinco veces.
– Entonces, ¿quién la metió en mi cama? ¿Vosotros o Jargo?
Bedford dejó que las palabras se evaporaran en el aire.
– Un hombre como tú, que busca la verdad en el mundo, sabe que la vida es complicada. Yo le pedí que te vigilase. No le ordené que te besase ni que se acostase contigo, ni que cuidase de ti. No es quien tú creías que era pero… sigue siendo Carrie. ¿Tiene esto sentido para ti?
Yo no lo sabía.
– ¿Por qué estabais Jargo y tú interesados en mí?
– Por mí parte, sólo porque Jargo envió a Carrie a vigilarte. -Bedford se aclaró la voz-. Él quería saber cuál era tu próxima película.
– ¿Mi película? No lo entiendo. ¿No me vigilaba por mis padres?
– Eso es lo que cualquiera habría pensado. Pero lo que quería era que Carrie averiguase tus planes cinematográficos. Ése parece haber sido el origen de su interés por ti.
– Me quería para su red; como a Carrie.
– Posiblemente. Pero si así fuese habría hecho que tus padres te reclutasen, del mismo modo que John Walter habló con su amigo y con su hijo para que se convirtiesen en espías para los rusos.
Evan intentó recrear la imagen de sus padres y él manteniendo esa conversación, pero no pudo.
– Pero… Jargo nunca me dijo ni una palabra sobre mis películas. Dijo que tenía unos archivos que necesitaba. Quería intercambiarlos por mi padre.
– Le dijo a Carrie que los archivos eran información sobre sus clientes, sobre la gente de la CIA y sobre la que lo contrataba para hacer sus trabajos sucios. No sé por qué tu madre fue contra Jargo, pero lo hizo. Creemos que se puso en contacto con Gabriel para sacaros a ella y a ti. A cambio, le daría la lista de clientes de Jargo. Gabriel habría sacado a la luz la lista, para acabar con Jargo y avergonzar a la CIA… Lo despedimos porque nadie creía sus historias de que había espías independientes operando dentro de la agencia.
– ¿Cómo consiguió mi madre esos archivos?
– No lo sé. Debía de trabajar para Jargo.
– Así que Gabriel me decía la verdad. Bueno, en parte.
– Gabriel dejó que sus debilidades y sus prejuicios le nublasen la razón. Tanto aquí como cuando abandonó la agencia. Es muy triste. Le he pedido al FBI que lleve a su familia a un lugar seguro, que los oculte hasta que acabemos con Jargo. Tanto a la familia como al departamento les dijimos que Gabriel nos dio información sobre un cártel de droga antes de desaparecer.
– Así pues… ¿cuánto tiempo hace que Jargo le dijo a Carrie que se acercase a mí?
– Tres meses.
– ¿Cuándo robó mi madre esos archivos?
– No estoy seguro, pero creemos que se puso en contacto con Gabriel el mes pasado.
– Así que Carrie me vigilaba… antes de que mamá robase esos archivos. Esto no tiene ningún sentido. -Evan se puso de pie y caminó por la habitación-. Nunca pensé ni hablé de hacer un documental sobre espías ni sobre la CIA ni sobre temas de inteligencia de ningún tipo. ¿Por qué le diría a Carrie que me vigilase y se informase sobre mis películas?
– Nunca le dio una razón específica -dijo Bedford.
– Entonces, ella os ha hablado sobre las películas que he hecho o que puede que haga.
– Sí.
– Así que debéis de tener una idea de lo que despertó el interés de Jargo.
– Dime cuáles son los temas en los que habías pensado.
– Pero ¿no te informaba Carrie de todo esto?
– Me gustaría escucharlo de tus propios labios, Evan. Cuéntamelo todo. Esto puede ser la clave para localizar a Jargo, y si lo encontramos, recuperaremos a tu padre.
– ¿No lo matará sin más? Si mi madre lo traicionó pensará que mi padre también lo ha hecho.
– Carrie dice que Jargo ha sido bastante protector con tu padre; no estoy seguro del porqué. Ahora háblame de tus películas.
– Pensé en contar la historia de Jameson Wong, el financiero de Hong Kong. Tenía franquicias de varias marcas de lujo en la región, pero realizó malas inversiones, intentó ampliar demasiado el negocio y perdió su fortuna. Cuando se recuperó empezó a canalizar dinero de chinos ricos expatriados a grupos de apoyo a la reforma en China. Pasó de ser un gerente que sólo pensaba en sí mismo a ser la auténtica voz de la democracia.
– ¿Cómo lo elegiste?
– Leí un artículo sobre él en The New York Times. ¿Tiene alguna conexión con Jargo?
– Quizá. Continúa.
– Mmm, Alexander Bast. Era algo así como el rey de la escena social de Londres hace unos treinta años. Un gran apostador que se acostaba con muchas mujeres famosas. Un verdadero hombre del Renacimiento, a pesar de ser un juerguista. Regentaba tres famosos clubes nocturnos, pero también dos galerías de arte y una agencia de modelos. Lo perdió todo -creo que su contable se lo robó-, y luego fundó una pequeña editorial en la que publicaba libros de disidentes soviéticos. Más tarde lo asesinaron, durante un robo en su casa.
– ¿Cómo supiste de Bast?
– Bueno, sólo por el hecho de ser amigo de muchos famosos ya era bastante conocido. Pero hace unos meses fui al Reino Unido a dar una charla a la Escuela de Cine de Londres, y allí recibí un paquete anónimo que decía que Alexander Bast sería un buen tema para mi próximo proyecto cinematográfico. Incluía recortes sobre Bast, sobre su asesinato y sobre su vida.
– ¿No es un poco inusual que alguien te dé una idea para una película de manera anónima?
Bedford apoyó la barbilla en las manos y se inclinó hacia delante en la mesa.
– Todo el mundo tiene una idea para una película; casi todo el mundo que conozco me da alguna. -Evan bebió un trago largo de agua-. Pero sí, lo del paquete anónimo fue extraño. Nunca había oído hablar de Bast, ni de su historia: un rico juerguista que abraza el cambio social, era interesante, y seguro que fue un personaje intrigante. La mayoría de las ideas que me dan son muy aburridas, no dan suficiente jugo para una película.
– ¿Alguna vez averiguaste quién te dejó el paquete?
Evan se giró en la silla.
– El jefe del departamento de Documentales de la Escuela de Cine de Londres, Jon Malcolm, me dijo que un hombre llamado Hadley Khan había estado preguntándole si yo había dicho algo respecto a hacer una película sobre Alexander Bast. Le conté a Malcolm lo del paquete anónimo que había recibido, porque era raro.
– Hadley Khan.
– Sí. Pertenece a una adinerada familia pakistaní residente en Londres. Lo conocí en el cóctel que celebró la escuela de cine. Su familia dona dinero para algunas actividades culturales en Londres. Malcolm me dijo que Hadley le había mencionado mi trabajo un par de veces y que había presionado para que me invitasen a dar una charla en la escuela de cine. Me imaginé que Hadley había enviado el paquete.
– ¿De qué te habló en el cóctel? ¿Lo recuerdas?
Evan pensó, mientras el silencio invadía la habitación.
– Sólo pensé en ello más tarde, cuando quedó claro que era él quien me había enviado el paquete anónimo. -Cerró los ojos-. Me preguntó sobre mi próximo proyecto cinematográfico. Yo no hablo sobre mis ideas y le respondí educadamente que todavía no estaba seguro y, francamente, era cierto. Me dijo cuánto admiraba las biografías como punto de vista, que Londres estaba lleno de personajes fascinantes. Fue todo inofensivo e impreciso. Pero me acuerdo de su cara: me recordaba a un vendedor de coches novato preparándose para lanzar la oferta, pero sin las suficientes agallas para cerrar el trato.
– ¿Alguna vez le preguntaste a Hadley Khan sobre la información de Bast?
– No. Malcolm no me dijo que Hadley me había enviado el paquete hasta que estuve en Estados Unidos. Le envié un correo electrónico, pero nunca respondió. -Evan se encogió de hombros-. Era extraño, pero hace ya tiempo que aprendí que hay toda clase de gente que quiere acercarse al mundo del cine. Imaginé que, como tenía dinero, quería ser productor, salir en los créditos de una película. Es muy común. Pensé que sólo era un aficionado. -Evan movió la cabeza-. Definitivamente ahora suena más siniestro, sabiendo lo que sé.
– Alexander Bast era un agente de la CIA -dijo Bedford-. Un correo de bajo nivel. No era importante, pero aun así trabajó con nosotros hasta el día en que murió.
Evan se recostó en la silla.
– Nada en el material de Khan me hizo pensar que Bast tenía una conexión con la CIA.
– Normalmente no nos anunciamos -comentó Bedford secamente.
– Bast lleva muerto más de veinte años. Si existe una conexión con Jargo, ¿por qué tendría que preocuparse ahora?
– No lo sé. Pero eso tiene alguna relación con la razón por la que Jargo estaba interesado en ti. Bast era de la CIA, Jargo tiene contactos en la CIA. Tú estuviste en Inglaterra antes de que Jargo se interesase en ti. Y tu madre también.
– Tenía un trabajo de fotógrafa para una revista.
– O tenía que hacer un trabajo para Jargo.
Evan decidió abordar el asunto.
– Jargo dijo que tu gente mató a mi madre.
– Ya hemos hablado de eso. Mentía, por supuesto.
– Pero lo que estáis haciendo es ilegal. Lo último que sé es que se supone que la CIA no actúa en suelo estadounidense. Y sin embargo aquí estáis.
– Evan, tienes razón. Los estatutos de la CIA no permiten que la agencia realice operaciones clandestinas en territorio de Estados Unidos ni contra sus ciudadanos. -Bedford se encogió de hombros-. Pero Los Deeps son un caso muy especial. Si metemos al FBI en esto, complicaremos definitivamente la situación. Podemos actuar, y actuar con decisión.
– «Complicar» significa «revelar», y eso es lo que no quieres. El hecho es que en la agencia tenéis traidores y delincuentes en activo.
– No quiero que ellos sepan que los estamos vigilando. Todas nuestras actividades saldrán a la luz una vez que acabemos con los malos. El Congreso todavía nos supervisa, ¿sabes?
– Lo único que me importa es recuperar a mi padre de Jargo.
– Sin los archivos -indicó Bedford- no tenemos muchas opciones.
– No sé dónde están los archivos sobre Los Deeps.
– Oh, te creo. Si lo supieses nos los habrías dado.
Bedford cruzó las piernas.
– Mi madre debió de robarlos de algún sitio. Si esta red está tan fragmentada como dices, no pudo hacer fácilmente una lista de clientes. Tuvo que robar la lista de una fuente central. -Yo opino lo mismo. Evan se levantó y se puso a caminar. -Así que Jargo se interesa por mí porque se entera de que estoy haciendo una película que es una amenaza para él. Eso significa que tiene una conexión con Hadley Khan. Mete a Carrie en mi vida para vigilarme. Luego mi madre roba esos archivos… ¿Por qué? ¿Por qué se rebeló contra Jargo después de tanto tiempo?
– Quizá descubrió que Jargo estaba interesado en ti. Probablemente era una medida de protección.
La mente de Evan comenzó a dar vueltas. Su madre había firmado su sentencia de muerte al intentar salvarlo de Jargo.
– ¿Qué harás con la lista de clientes si la consigues?
– La CIA sólo tiene unas cuantas manzanas podridas. Creo que Jargo conoce a la mayoría. Acabaremos con ellos. Tenemos que detener a Jargo.
– Y que consigas la lista con los otros clientes de Jargo, ¿no te perjudica a ti?
– Por supuesto que no. Los británicos, los franceses y los rusos quieren conocer sus propias balas perdidas. Pero mi principal preocupación es limpiar nuestra casa. Si tú nos ayudases a descubrir dónde pudo esconder otra copia de los archivos, eso…
– Te lo dije, no tengo los archivos -dijo Evan-, así que lo que deberíamos hacer es robarlos de nuevo.
Bedford levantó una ceja.
– ¿Cómo?
– Ir a donde desaparecieron mis padres en Washington hace todos esos años. Encontrar otro camino para entrar en la organización de Jargo.
– Él habrá destruido los archivos.
– Pero no los datos básicos. Aún debe de tener una manera de hacer un seguimiento de los clientes, de los pagos que les hacen y de las entregas que él hace. Esa información todavía existe. Tenemos que abrir una brecha en su muro.
– Deja de decir «tenemos».
– Quiero recuperar a mi padre. No puedo quedarme en una habitación de hospital para siempre.
Bedford se inclinó hacia delante:
– Y crees que podrías hacerlo.
– Sí. Si comienzo a acercarme a Jargo él intentará cogerme. O pensará que estoy trabajando con vosotros y querrá cogerme para ver lo que sabéis.
– O atrapará a Carrie.
– No. Una vez casi la mata. No se acercará a él. -Evan negó con la cabeza-. Por cierto, ¿dónde estabas tú en Nueva Orleans? La enviaste sola.
– Carrie es una agente excelente, y muy tenaz.
– Bueno, en eso no fingía -dijo Evan, y se permitió sonreír por primera vez durante días.
Bedford soltó una pequeña risa.
– No, así es ella. Arriesgó todo por salvarte.
– No quiero que se acerque a Jargo.
– Pero no es algo que puedas decidir tú, ¿verdad?
– Busca otro agente.
– No puedo. La lucha contra Jargo no es un tema oficial en la CIA, hijo, porque no queremos admitir que es un problema. -Bedford volvió a sonreír-. Estás en una clínica secreta de la CIA en la Virginia rural. La gente de aquí cree que es un sanatorio para alcohólicos ricos. En nuestros libros tienes un nombre en código, un estudiante croata musulmán que no existe, que vive en Washington DC y que quiere comerciar con información sobre Al Qaeda en Europa del Este, sin éxito, por supuesto. Tu vuelo desde Nueva Orleans quedará registrado como si yo volviese de una reunión con un periodista de México que tenía información sobre un cártel de drogas que financia actividades terroristas en Chiapas. ¿Ves cómo funciona esto? No revelaremos nuestros planes hasta que identifiquemos a quién tiene Jargo de topo en la agencia. Nadie de ahí puede saber que vamos detrás de Jargo y de Los Deeps. De acuerdo con nuestros archivos, Carrie tiene que cubrir una operación en Irlanda que no existe. Tú no existes. Yo existo más o menos, pero todo el mundo cree que soy sólo un contable que viaja mucho comprobando los libros de la agencia. -Bedford sonrió de nuevo.
– Entonces déjame encontrar esos archivos. Tú no arriesgas nada, y soy el único a quien conoces que puede sacar a Jargo a la luz.
– Eres un civil. Carrie irá contigo.
– No.
– ¿Porque no confías en ella o porque la quieres?
– No quiero que le hagan daño otra vez -dijo Evan.
– Te salvó el culo, hijo. Quiere acabar con la gente que mató a sus padres, y lleva un año trabajando en esto. Es una joven extraordinaria.
Evan se puso de pie y recorrió la habitación.
– Sólo me gustaría… que hubieseis vigilado a mi madre en lugar de a mí. Debisteis haber comprobado los datos sobre mí y sobre mi familia cuando Jargo me asignó a Carrie.
– Lo hicimos. Tus padres tenían leyendas extremadamente buenas.
– ¿Leyendas?
– Antecedentes. No había nada que nos hiciese dudar de ellos hasta que volvimos y no encontramos fotos suyas en los anuarios del instituto en los que supuestamente habían estado.
– Entonces, ¿por qué no los estabais vigilando?
– Estábamos vigilando a tu padre, pero con mucha discreción. Pensábamos que tenía conexión con Jargo, igual que el padre de Carrie. Esta gente es buenísima; se dará cuenta de que los están vigilando a menos que esa vigilancia sea perfecta.
– Una vez más, no queríais revelar vuestros planes. Nos dejasteis a la buena de Dios.
– No sabíamos lo que estaba ocurriendo. No pudimos averiguarlo.
Evan lo aceptó.
– Si mi padre no estaba en Australia, como dijo mamá…
– Pasó las últimas semanas en Europa. Helsinki, Copenhague, Berlín. Lo perdimos en Berlín el jueves pasado.
Su padre eludiendo a la CIA. No parecía posible.
– O bien Jargo lo atrapó en Alemania o bien volvió a Estados Unidos sin que nosotros lo supiésemos, y luego Jargo le echó el guante.
– Si consigo recuperar los archivos, ¿qué nos ocurrirá a mi padre y a mí?
– Tu padre nos contará todo lo que pueda sobre Jargo y su organización a cambio de inmunidad procesal. Tú y tu padre tendréis una nueva vida e identidades nuevas fuera del país, por cortesía de la agencia.
– ¿Y Carrie?
– Tendrá una nueva identidad o seguirá trabajando con nosotros. Lo que ella prefiera.
– De acuerdo -aceptó Evan con tranquilidad.
– Me sorprendes, Evan. Pensaba que eras más egoísta.
– Si averiguo lo que hay en los archivos que robó mi madre no sólo tendré una herramienta de negociación para recuperar a mi padre, sino que también averiguaré la verdad sobre quiénes son. Sobre quién soy yo.
Bedford le sonrió.
– Eso es verdad. Podría ser el primer paso para recuperar tu vida.
– No tengo mi portátil, me lo dejé cuando escapé de la casa de Gabriel, pero sí tengo mi mp3… Creo que guardé allí los archivos que envió mi madre pero no pude descodificarlos de nuevo cuando los descargué por segunda vez, y llevaba el reproductor en el bolsillo cuando salté al agua en el zoo. Se ha estropeado.
– Dámelo. Intentaremos arreglarlo.
– Tengo un pasaporte de Sudáfrica que me dio Gabriel. -Evan se lo sacó del zapato-. Tenía otros pasaportes, pero los dejé en la habitación del hotel de Nueva Orleans.
Supuso que El Turbio se los habría llevado cuando huyó.
Bedford inspeccionó el pasaporte y se lo devolvió con una mirada crítica.
– Podemos mejorar tu color de pelo. Cambiarte el color de ojos. Hacer una foto nueva. Probablemente es mejor que el mundo siga pensando que sigues desaparecido. La prensa te acosaría si aparecieses ahora.
– De acuerdo.
– Evan, hay algo que tienes que entender. Un error y estarás muerto; tu padre estará muerto, y peor aún… Los Deeps huirán con todo.
Carrie estaba despierta cuando Evan volvió a la habitación. El guardia cerró la puerta cuando entró, y los dejó solos.
– Eh, ¿cómo te encuentras? -preguntó él.
Carrie tenía delante una bandeja de la cena con comida reconfortante: sopa de pollo, puré de patatas, un batido de chocolate y un vaso de agua helada. Casi no había probado bocado.
– ¿No tienes hambre?
No sabía cómo empezar la conversación. Ella había permanecido inconsciente durante la mayor parte del rápido vuelo desde Nueva Orleans, y no habían podido hablar delante de los tipos de la CIA.
– La verdad es que no.
– Bedford ha dicho que la herida no pinta tan mal.
Carrie se puso colorada.
– Parece más bien hecha con un cincel que con una bala. Me alcanzó la parte superior del hombro. Duele y está entumecido, pero me siento mejor.
Evan se sentó en la silla atornillada al suelo, a los pies de su cama.
– Gracias por salvarme la vida -dijo.
– Tú me salvaste a mí. Gracias.
De nuevo un extraño silencio.
Se levantó y se sentó en la cama junto a ella.
– Ahora mismo no sé lo que creer. No sé en quién confiar.
Las palabras de El Turbio resonaban en su cabeza: «No confíes a menos que tengas que hacerlo».
Quizá Carrie había visto a El Turbio entre la multitud (quizá lo reconoció por El más mínimo problema), pero todavía no se lo había mencionado a Bedford. Para proteger a su amigo; para demostrarle, mediante el silencio, que podía confiar en ella, Evan no se atrevía a mencionar el nombre de El Turbio; probablemente la habitación tenía micrófonos ocultos. Sólo esperaba que él estuviese ahora a salvo y oculto.
– Confía en ti mismo -dijo Carrie.
Ahora sólo miraba la maraña de sábanas que rodeaban su cintura.
– ¿En ti no?
– No puedo decirte lo que tienes que hacer. No tengo derecho.
– Bedford dice que quieres ayudarme a recuperar a mi padre.
– Sí.
– Vas a correr un gran riesgo.
– ¿Qué es la vida, si no riesgo?
– No tienes que demostrarme nada.
– Tú y tu padre sois nuestra mejor esperanza para acabar con ellos. No es una cuestión de obligación, sino de ingenio. Lo único que quiero es acabar con Jargo y que tú estés a salvo.
Evan se inclinó y le dijo:
– Escucha. No tienes que seguir interpretando un papel. No tienes que seguir fingiendo que me quieres, ni siquiera que te gusto. Estaré bien.
– No te subestimes, Evan. Eres más fácil de querer de lo que tú piensas.
A Evan le subió el calor a la cara.
– ¿Por qué no me dijiste simplemente la verdad?
– No podía ponerte en ese peligro. Jargo te habría matado.
– Y tú habrías perdido la oportunidad de atraparlo.
– Pero para mí tú eres más importante que Jargo. -Cerró los ojos-. No me permití a mí misma encariñarme con nadie desde que mis padres murieron. Tú fuiste el primero.
Evan le cogió las manos.
– Bedford dice que Jargo mató a tu familia.
– La verdad es que no sé quién apretó el gatillo. Seguramente uno de los otros Deeps o un asesino a sueldo. Jargo no se mancharía las manos. Se aseguró de que estuviese con él y con Dezz cuando ocurrió. Quería que estuviese segura de que había sido la CIA.
– Háblame de tus padres.
Ella se lo quedó mirando y dijo:
– ¿Por qué?
– Porque ahora tú y yo tenemos muchísimo en común.
– Lo siento, Evan. Lo siento.
– Háblame de tu familia.
Ella le soltó las manos y se enroscó las sábanas entre los dedos.
– Mi madre no tenía nada que ver con Los Deeps. Era redactora en una pequeña empresa de publicidad directa. Era hermosa, buena y divertida; una gran madre. Yo era hija única, así que lo era todo para ella. Me quería muchísimo, y yo a ella. Jargo la mató cuando mató a mi padre. Eso es todo.
– ¿Y tu padre?
– Trabajaba para Jargo. Yo pensaba que tenía una empresa de seguridad. -Bebió un sorbo de agua-. Pero sospecho que a lo que se dedicaba habitualmente era al espionaje corporativo: buscaba personas dentro de las empresas dispuestas a vender secretos. O bien las ponía en situaciones comprometidas para obligarlas a venderlos.
– ¿Tu madre lo sabía?
– No. No hubiera seguido casada con él. Mi padre tenía una vida que nosotras desconocíamos.
– ¿Cuánto tiempo hace que murieron?
– Catorce meses. Jargo decidió que mi padre lo había traicionado y los mató a los dos. Hizo que pareciese un robo: robó sus anillos de casados y la cartera de mi padre. -Cerró los ojos-. Yo ya estaba trabajando para Jargo por medio de mi padre. Él me reclutó.
– Dios. ¿Por qué te metió tu padre en todo este lío?
Ella lo miró con ojos atormentados.
– No sé por qué… supongo que pensó que era mucho dinero, más del que estaba ganando yo. Me licencié en Derecho Penal por la Universidad de Illinois y entré a trabajar en la policía. Me dijo que podía ganar mucho más dinero trabajando en «seguridad corporativa».
Marcó con los dedos las comillas en las dos últimas palabras.
– ¿Qué tipo de trabajos hacías?
– Trabajos sin importancia. Hacía de intermediario entre Jargo y otros agentes o contactos de clientes. Rellenaba «buzones muertos», ya sabes, lugares secretos donde se dejan documentos y el cliente los recoge. Nunca veía a Jargo ni al contacto del cliente. Nunca conocía la ubicación del buzón muerto hasta el último minuto, así que para El Albañil era mucho más difícil vigilar. Cuando me mandó a Houston, hacía tres meses que no me encargaba ningún trabajo.
– Bedford dice que acudiste a él para luchar contra Jargo.
– Nunca me creí la historia del robo; mi padre estaba entrenado para luchar, no lo habrían cogido tan fácilmente. Yo estaba haciendo un trabajo en México DF y fui a la embajada. Me pusieron en contacto con un oficial de la CIA que envió rápidamente a Bedford en un avión. Me pidió que me quedase donde estaba, que siguiera trabajando para Jargo y que les diese toda la información que pudiese. Pero era difícil. Yo quería salirme; quería matar a Jargo de un disparo, quería matar a Dezz. Pero Bedford me ordenó que no lo hiciese. Necesitábamos acabar con toda la red y con sus clientes. Si yo los matase, otro Deep tomaría el mando y estaríamos de nuevo como al principio.
– Todavía no entiendo cómo no pueden atrapar a ese tío.
– Evan, Jargo es extraordinariamente cuidadoso y lleva mucho tiempo haciendo esto. Yo recibía las instrucciones codificadas, en lo que parecía un correo electrónico inocente. Luego recogía de un buzón muerto el material para el cliente que otro Deep había robado e iba a un segundo buzón muerto, que a menudo estaba en otra ciudad u otro país, y lo dejaba allí. Si la CIA atrapaba a quien recogía las mercancías, Jargo sabía que su red se desharía y que no podríamos acercarnos más. Lo mejor que podía hacer la CIA era sustituir la información que yo dejaba por información que era similar, pero no tan correcta. Nunca utiliza el mismo correo electrónico más de una vez. Todo lo gestionan terceras empresas que no son más que tapaderas, y siempre que puede paga en efectivo. Es realmente difícil detenerlo. Ha matado a cuatro personas en los últimos días. -Le vinieron las lágrimas a los ojos-. Pensé que podría hacerlo sola, pero no pude.
Evan le besó las manos y se las colocó de nuevo sobre la manta.
– Encontraré los archivos que robó mi madre. Jargo aún tiene a mi padre y lo traeré de vuelta. ¿Sabes dónde está?
– Creo que en Florida. Jargo tiene una casa de seguridad allí, pero no sé dónde.
– Bedford ha accedido a ayudarme.
– Deja que Bedford te esconda, Evan. Si tu padre puede escapar de Jargo…
– No. No puedo esperar. No puedo abandonar a mi padre. Bedford ya me dijo que no podría convencerte de esto. ¿Me ayudarás?
Ella asintió y le cogió la mano.
– Sí. Y…
– ¿Qué?
– Sé que ahora es difícil confiar en alguien, pero puedes confiar en Bedford.
– De acuerdo.
Carrie le puso la mano en la mejilla.
– Túmbate aquí conmigo.
– No quiero hacerte daño en el hombro.
Ella esbozó una pequeña sonrisa.
– Tú sólo túmbate a mi lado, campeón.
Se apartó un poco y él se estiró junto a ella y la abrazó, y ella se quedó dormida con la cabeza en su hombro en pocos minutos.
Bedford estaba sentado, mirando por un monitor a Carrie y a Evan tumbados en la cama de hospital, susurrando bajito y hablando. El amor a los veinticuatro años. La intensidad de ese sentimiento era lo que podía asustar a un hombre, su certeza, la creencia de que el amor era una palanca que movía el mundo. Ya había bajado el volumen; no necesitaba escuchar lo que decían. Era un espía, pero no quería espiarlos a ellos, ahora no.
Carrie dormía y Evan miraba al infinito. «Me pregunto cuánto sabe realmente, o lo que de verdad sospecha.»
– ¿Señor? -dijo una voz detrás de él; uno de sus técnicos.
– ¿Sí?
El hombre sacudió la cabeza.
– El reproductor musical está estropeado… no podemos recuperar ningún archivo codificado de su interior. Sea cual sea el proceso que utilizaron, no quedó ningún otro archivo oculto dentro de los archivos musicales cuando los pasó al reproductor. Lo siento muchísimo.
– Gracias -respondió Bedford.
El técnico se marchó cerrando la puerta tras él.
Bedford apagó los monitores al cabo de un momento y fue a la cocina de la clínica para hacerse un bocadillo.
Escuchó un ruido a su espalda después de extender la mayonesa sobre el pan de centeno.
Evan estaba de pie detrás de él con una sonrisa ligeramente torcida.
– Sé por dónde empezar. Podemos hacer un movimiento al que Jargo nunca se podrá anticipar.
Galadriel leía los archivos del ordenador mientras bebía un descafeinado y comía un donut de chocolate. Sabía que no debía, pero el estrés despertaba su apetito por los hidratos de carbono. Había pirateado el acceso a la base de datos de la Administración Federal de Aviación para examinar todos los despegues de Luisiana y Misisipi desde que Jargo y Dezz habían perdido a Carrie y a Evan en Nueva Orleans. Todos los vuelos contabilizados, registrados, apuntados, pero ninguno había ido a un sitio al que no debiese ir. Y aquello significaba que no habían cogido un avión sino que habían salido de Nueva Orleans en coche, o incluso que aún seguían en la ciudad.
Sin embargo, ya había mirado todos los registros hospitalarios y había rastreado las bases de datos, y en esa zona no había ingresado en un hospital ninguna chica que encajase con la descripción de Carrie. Tendrían que ampliar la búsqueda y cubrir Texas y Florida.
Sorbió el café y mordisqueó el donut. Qué lástima que Carrie fuese una traidora; le caía bastante bien, aunque nunca la había conocido en persona y sólo había hablado por teléfono con ella unas cuantas veces. Pero Carrie y Evan era jóvenes y estúpidos, y antes o después asomarían la cabeza con un documento de viaje o un pago a crédito, y Galadriel los vería. Luego Jargo soltaría a los perros y acabaría con esta confusión.
Tenía que seguir un protocolo poco usual; Jargo lo había diseñado hacía años para aplicarlo en caso de que la red corriese el peligro de ser descubierta. El modo de alarma. Galadriel era la encargada de controlar las líneas telefónicas que algunos Deeps utilizaban sólo para llamadas de emergencia, para asegurarse de que nadie escapase. Asimismo, debía poner en marcha un programa que ingresaría dinero blanqueado en bancos de todo el mundo. Y por alguna extraña razón, aquella noche Jargo añadió algunas peticiones: tenía que rastrear los patrones de llamadas entrantes y salientes de teléfonos móviles de una pequeña zona rural del sudoeste de Ohio. Identificar cada llamada y enviarle los datos a Jargo.
Se preguntaba qué demonios buscaba él exactamente en Ohio, qué posible peligro le acechaba en aquellos tranquilos caminos y campos.