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CAPÍTULO 14

Mientras volvía a la questura, Brunetti iba pensando en la información que le había dado Claudio. Como era nuevo para él, lo que el anciano le había dicho sobre los diamantes le había parecido importante, pero, a fin de cuentas, lo que se refería, o podía referirse, a la víctima era muy poco: que las piedras podían valer una fortuna y proceder de África. Desde luego, era interesante saber estas cosas, pero Brunetti no veía cómo este conocimiento podía ayudarle a establecer una relación entre las piedras y el muerto o entre las piedras y el asesinato. La codicia era uno de los más sólidos motivos para matar, pero si los asesinos conocían la existencia de las piedras, ¿por qué no habían ido a buscarlas después del crimen? Y, si lo que querían eran las piedras, ¿por qué matar al hombre? No era probable que la policía creyera a un vu cumprá que se presentara en la questura a denunciar el robo de una fortuna en diamantes.

Brunetti decidió que la mejor estrategia sería la de hablar inmediatamente con su superior, el vicequestore Giuseppe Patta y pedirle permiso para proseguir la investigación, aunque, para ello, tendría que convencerle de que no lo deseaba. Al llegar, fue directamente en busca de Patta, al que encontró en su antedespacho, conversando con la signorina Elettra.

Como si alguien hubiera susurrado la palabra «diamantes» al oído del personal de la questura mientras se vestía aquella mañana, Patta lucía un alfiler de corbata nuevo e insólitamente llamativo: un pequeño oso panda de oro con ojos de brillantes. La signorina Elettra, como advertida por el soplo de una musa de la elegancia, llevaba unos exquisitos pendientes de brillantes en forma de chip que aminoraban el efecto del panda de Patta, aunque sin llegar a eclipsarlo.

Con aire de estudiada naturalidad, Brunetti saludó a ambos y preguntó a la signorina Elettra si había podido localizar el artículo del Gazzettino acerca del antiguo director del Casino. Aunque ésta era una pregunta que Brunetti acababa de improvisar, para justificar su presencia en el despacho, la signorina Elettra respondió afirmativamente y alargando la mano por encima de la mesa, le entregó una carpeta.

– ¿En qué está trabajando ahora, Brunetti? -preguntó Patta.

Levantando la carpeta, Brunetti respondió:

– En la investigación del Casino, señor -en el tono que habría usado Hércules si le hubieran preguntado por qué pasaba tanto tiempo en los Establos.

Patta fue hacia su despacho.

– Venga conmigo -dijo. La orden podía estar dirigida a cualquiera de los dos, pero la omisión de un «por favor» indicaba que era para Brunetti.

Un amigo iraní había dicho a Brunetti que, en su país, se respondía a la orden de un superior con una palabra que sonaba como chasham, una voz farsi que signifíca «lo pondré sobre mis ojos» y da a entender que el subordinado pone la orden de su superior ante sus ojos y no hará, mejor dicho, no verá nada hasta que haya sido ejecutada. Más de una vez, Brunetti había lamentado que no existiera en italiano una expresión tan servil.

Ya dentro del despacho, Patta se situó de píe frente a la ventana, con lo que impedía a Brunetti tomar asiento. El comisario se quedó junto a la puerta, esperando a que Patta hablara. El vkequestore estuvo mirando por la ventana durante mucho rato, tanto que Brunetti empezó a preguntarse sí se habría olvidado de él. Carraspeó, pero el sonido no suscitó respuesta alguna de Patta.

En el momento en que Brunetti iba a decir algo, Patta se volvió y preguntó:

– La otra noche lo llamaron a usted, ¿verdad?

– ¿Se refiere al caso del africano, señor?

– Sí.

Brunetti movió la Cabeza afirmativamente.

– ¿A su casa?

– Sí, señor.

– ¿Por qué?

– ¿Perdón, señor?

– ¿Por qué lo llamaron a usted?

– No sé si he comprendido bien. Supongo que porque soy el que vive más cerca o porque alguien así lo sugirió. En realidad, no lo sé.

– No me llamaron a mí -dijo Patta no sin cierta petulancia.

Después de considerar cuál podía ser la respuesta menos arriesgada, Brunetti dijo:

– El mío debió de ser el primer nombre que se les ocurrió. O creo que hay una lista y nos llaman a casa por turnos cuando es necesario que alguien vaya al escenario de un crimen. -Patta se volvió otra vez de cara a la ventana y Brunetti prosiguió-: O quizá no quisieron cargar a un jefe con el fárrago de las etapas iniciales de una investigación. -No dijo que muchas veces precisamente esas etapas resultaban ser cruciales para resolver un caso. Como Patta siguiera sin responder, agregó-: Al fin y al cabo, la función del jefe es la de decidir cuál es la persona más apta para investigar cada caso. -Brunetti comprendió que pisaba terreno resbaladizo y decidió no decir más.

Tras otra larga pausa, Patta preguntó:

– ¿Y usted se considera el más apto para este caso?

Brunetti contó hasta cinco muy despacio antes de responder:

– No particularmente, señor.

Al instante, Patta saltó:

– ¿Significa eso que no lo quiere?

Esta vez, Brunetti llegó hasta siete.

– Ni lo quiero ni no lo quiero -mintió-. Estoy viendo que resultará un caso de rivalidad entre bandas de africanos y que vamos a tener que interrogar a docenas de ellos, que dirán que no saben quién era ese hombre. Y al final no averiguaremos nada, cerraremos el caso y lo enviaremos al archivo. -Trataba de aparentar desagrado y tedio al mismo tiempo. En vista de que Patta seguía callado, preguntó-: ¿Quería hablarme de eso, señor?

Patta se volvió a mirarlo y dijo:

– Creo que será mejor que se siente, Brunetti.

Reprimiendo toda señal de sorpresa, Brunetti obedeció. Su superior optó por no apartarse de la ventana. El cielo se nublaba y la luz disminuía rápidamente. La cara de Patta había ido haciéndose menos visible desde que habían entrado en el despacho, y a Brunetti le hubiera gustado levantarse a encender las luces, para distinguir la expresión de su superior.

Al fin, Patta dijo:

– Me parece insólita esa falta de interés, Brunetti.

El comisario abrió la boca para responder, decidió mostrar reticencia y esperó unos segundos antes de decir:

– Probablemente lo sea, señor. Pero en este momento estoy ocupado y tengo la impresión de que la investigación de este caso será inútil. -Lanzó una mirada a Patta, vio lo atento que estaba a sus palabras y continuó-: Por lo poco que he oído decir de los vu cumprá, tengo la impresión de que viven en un mundo cerrado al que nosotros no tenemos acceso. -Buscó una comparación-. Son como los chinos -fue lo único que se le ocurrió.

– ¿Cómo? -pregunto Paita ásperamente-. ¿Qué dice?

Sorprendido por el tono de su jefe, Brunetti respondió:

– Que son como los chinos que están aquí, señor, un mundo cerrado, un universo particular, y que nosotros no tenemos idea de las interrelaciones y las regias que rigen en él.

– Pero, ¿por qué ha mencionado a los chinos? -preguntó Patta con voz más sosegada.

Brunetti se encogió de hombros.

– Porque son el único gran grupo que hay en la ciudad. Grupo étnico, quiero decir.

– ¿Y los filipinos? ¿Y los de Europa del Este? -preguntó Patta-. ¿No son grupos étnicos?

Brunetti reflexionó antes de contestar:

– Sin duda. -Y prosiguió-: Pero, a decir verdad, si los he asociado, es porque tanto los africanos como los chinos son tan diferentes de nosotros. Quizá eso los hace parecer más extraños. -En vista de que Patta no respondía, preguntó-: ¿Por qué lo pregunta, señor?

Entonces Patta se alejó de la ventana, aunque no se sentó detrás de su escritorio sino que eligió la silla situada frente a Brunetti, decisión que suscitó en su subordinado cierto desasosiego.

– Usted y yo no nos fiamos el uno del otro, ¿verdad Brunetti? -preguntó Patta al fin.

Normalmente, Brunetti mentiría a este respecto, haría hincapié en que los dos eran policías y que, obviamente, tenían que confiar el uno en el otro si habían de colaborar en interés de la sociedad, pero algo le advirtió de que Patta no estaba para monsergas, y dijo:

– No, señor.

Patta consideró la respuesta, miró al suelo y después a Brunetti. Finalmente, dijo:

– Voy a decirle algo que no explicaré, pero debe confiar en mí, porque es verdad.

Al instante, Brunetti recordó un acertijo que les planteaba su profesor de Lógica: si una persona que siempre miente te dice que te miente, ¿te está diciendo la verdad o te está mintiendo? Habían pasado muchos años y ya no recordaba la respuesta, pero la frase de Patta tenía una similitud sospechosa. Guardó silencio.

– Hemos de dejar esto -dijo Patta finalmente.

Cuando se hizo evidente que no iba a decir más, Brunetti preguntó:

– ¿«Esto» es el asesinato del subsahariano?

Patta asintió.

– ¿Cómo, dejarlo? ¿No investigar o hacer como que investigamos y no encontramos nada?

– Podemos dar la impresión. Es decir, interrogar a la gente y redactar informes. Pero sin descubrir cosa alguna.

– ¿Cosa alguna como qué? -preguntó Brunetti.

Patta movió la cabeza negativamente.

– Eso es todo lo que tengo que decir sobre este asunto, Brunetti.

– ¿Quiere decir con eso que no hay que encontrar a los que lo mataron? -preguntó Brunetti con voz áspera.

– Quiero decir lo que he dicho, Brunetti, que hemos de dejarlo.

Brunetti sintió el impulso de gritar a Patta, pero lo reprimió y, con una voz que consiguió mantener serena, preguntó:

– ¿Por qué me dice eso?

Patta, no menos tranquilo, respondió:

– Para evitarle disgustos, dentro de lo posible. -Y, como inducido por el silencio de Brunetti a decir la verdad, agregó-: Para evitarnos disgustos a todos.

Brunetti se levantó.

– Le agradezco el aviso, señor -dijo, y fue hacia la puerta. Allí se detuvo un momento, por si Patta le preguntaba si había comprendido y si pensaba obedecer, pero el vicequestore no dijo nada y Brunetti salió, procurando cerrar la puerta sin hacer ruido.

La signorina Elettra levantó la cabeza con interés y fue a decir algo, pero Brunetti sólo dejó la carpeta vacía encima de la mesa mientras se llevaba el índice a los labios y le indicaba con una seña que subía a su despacho.

Para impedirse a sí mismo ceder a la petición de Patta, Brunetti llamó a Paola, le describió la cabeza de madera y le pidió que la agregara a la información que debía dar a su amigo de la universidad, instándola a hacer la llamada cuanto antes. Después, se puso a examinar posibilidades. El que el vicequestore le advirtiera de que debía abandonar una investigación significaba que también él había sido advertido, lo cual abría el interrogante de quién había hecho la primera advertencia. ¿Y de quién podía partir una advertencia que tuviera fuerza suficiente como para persuadir al vicequestore en menos de un día? Patta respetaba el dinero y el poder, aunque Brunetti no estaba seguro de cuál de las dos cosas significaba más para él. Patta siempre se inclinaba ante el dinero, pero era el poder el que le hacía doblegarse.

Patta había insinuado que su advertencia obedecía a su preocupación por la seguridad de Brunetti, posibilidad que el comisario descartó de entrada. La causa más probable era el temor de Patta a que Brunetti no se dejara convencer para abandonar una investigación iniciada, aunque se lo ordenaran. Aquella aparente preocupación de Patta denotaba la astucia de la serpiente, fingir que su mayor prioridad era la seguridad de Brunetti y no la suya propia.

¿Un poder tan grande como para hacerse obedecer por un vicequestore de la policía? Brunetti cerró los ojos y empezó a pasar las cuentas del rosario de posibilidades. Los candidatos de rigor se hallaban distribuidos entre el Gobierno, la Iglesia y la Justicia. La gran tragedia del país -pensó Brunetti- radicaba en que los tres estamentos eran probables instigadores en igual medida.