175159.fb2
Lochlan entró en el dormitorio de la Jefa del Clan junto a Elphame. Se aferró a su mano al sentir una oleada de emociones.
– Mi madre caminó por aquí -dijo con un susurro ronco-. Antes de conocer el dolor y el exilio que tuvo que imponerse a sí misma, conoció el amor y la felicidad aquí.
– No te hagas eso. ¿Crees que tu madre lamentó tu nacimiento en algún momento?
Lochlan pestañeó y se concentró en el rostro de Elphame. Después, negó con la cabeza.
– No. Desde que nací, hasta que ella murió, me quiso ferozmente, completamente.
A través de sus manos unidas, Elphame notó que la tensión de Lochlan se relajaba. Él miró a su alrededor por aquella espaciosa estancia, y continuó hablando.
– Sé que te resultará extraño, y que tu hermano y los demás miembros de tu clan no lo entenderían, pero tengo la sensación de que es bueno que yo esté aquí. Es como si las cosas se completaran -dijo con una sonrisa-. Mi madre estaría contenta si supiera que he regresado.
Ella se acercó a él y se apoyó en su hombro. Lochlan la rodeó con un brazo y con el ala oscura, y se inclinó para besarla con una ternura que le cortó el aliento. Entendía bien lo que había sentido su madre. Ella también lo amaba completa y ferozmente.
– Háblame de ese presentimiento que te ha preocupado tanto -dijo él, y la condujo hasta el diván dorado que había junto a la cama.
Con un susurro, las alas de Lochlan se plegaron contra su espalda, y él se apoyó en el respaldo del asiento. Entonces, dobló las rodillas para que ella pudiera sentarse en su regazo y acurrucarse contra su cuerpo.
– Ocurrió cuando Cuchulainn vino a pedirme permiso para cortejar a Brenna. Por supuesto, yo se lo concedí. Y casi al instante, pedí a Epona su bendición. En cuanto pronuncié el nombre de la diosa, me invadió una terrible tristeza, y oí un llanto.
– Tal vez tu presentimiento no tenga nada que ver con Cuchulainn y Brenna. ¿No es posible que Epona te estuviera enviando una visión sobre nuestro matrimonio, para intentar prepararte para la lucha que tenemos por delante?
Elphame negó con la cabeza.
– Ya lo había pensado. No. Este presentimiento estaba vinculado a Cuchulainn y Brenna -dijo ella, y tomó aire profundamente-. Además, El MacCallan estaba de acuerdo en que era una visión que me envió la diosa para advertirme de que debía ser fuerte.
Lochlan arqueó las cejas.
– ¿Has hablado con el espíritu de El MacCallan?
– Más de una vez. En realidad, él también se le ha aparecido a Cu. Así supo que debía venir a buscarme la noche de mi accidente. El MacCallan lo envió en mi busca.
– Mi tío… -dijo él, cabeceando, sin poder creerlo apenas.
– Y mi tatarabuelo -dijo ella-. Mencionó a tu madre la última vez que hablamos. La quería mucho.
De nuevo, la tristeza se reflejó en los ojos de Lochlan.
– No lo sé, pero creo que es buena señal que no haya aparecido para echarte del castillo. No tengo ninguna duda de que el viejo espíritu sabe todo lo que ocurre dentro de sus muros.
– ¿Debería marcharme? No desearía molestarlo.
Elphame negó con la cabeza.
– No te marches. Yo quiero que estés aquí. Te necesito. Recuerda que eres del clan de los MacCallan, por juramento y por sangre.
– No es la sangre MacCallan lo que me preocupa -respondió él, y le dio un beso en la mano a Elphame-. ¿Qué vas a hacer con respecto a tu visión?
Elphame suspiró.
– Creo que no hay nada que pueda hacer. El MacCallan me dijo que me preparara para lo que iba a ocurrir. Lo único que puedo hacer es ser fuerte y esperar.
– Eres fuerte, corazón mío. Y esperaremos juntos a lo que venga.
Aquellas palabras fueron un consuelo para ella, aunque Elphame se daba cuenta de que no debería ser así. La visión no tenía nada que ver con él, pero Lochlan era, sin duda, parte de la tormenta que se avecinaba. Ella sabía que su relación con él iba a ser un descubrimiento amargo para su familia y para su clan, pero no podía alejarse de Lochlan. Toda su vida había soñado con un compañero, aunque siempre hubiera pensado que nunca lo tendría. Y, una vez que lo había encontrado, no podía dejarlo marchar.
Le agarró la mano.
– Sí, incluso la tristeza más grande será más fácil de soportar si estamos juntos.
– ¿Has pensado que tal vez Epona te esté adelantando que Brenna va a rechazar a tu hermano? Si él la quiere mucho, eso sería una gran tristeza para él, pero es algo de lo que se recuperará.
– Brenna no lo va a rechazar. Tendrías que haberlos visto, Lochlan. Era como si hubieran descubierto un secreto maravilloso. No, Brenna no lo va a rechazar.
– Entonces, si Epona lo permite, ojalá tu hermano acepte nuestro amor cuando conozca nuestro secreto.
Un trueno resonó en el cielo, y el relámpago estalló peligrosamente cerca del castillo. Elphame se estremeció.
– La tormenta se acerca -dijo.
– Pasará, corazón mío.
Elphame miró a su compañero. Él la estaba mirando con seguridad, y eso le infundió confianza en sus palabras. Pensó que él sería un gran líder para su gente. Con disgusto, Elphame se dio cuenta de que aunque él había mencionado a las otras mujeres que habían sobrevivido al nacimiento de sus hijos Fomorians, y aunque ella sabía que tenía que haber más seres como él, no le había preguntado por los demás, los que él había dejado atrás.
– Lochlan, háblame de tu gente.
Él se quedó callado. Estuvo en silencio durante tanto tiempo que Elphame pensó que no iba a responder. Cuando comenzó a hablar, la voz de Lochlan sonó ahogada.
– Mi gente vive en las Tierras Yermas. La vida allí es difícil, pero, como ya sabes, somos muy longevos, y pocos de nosotros han muerto. Y, aunque yo me cuestiono si es recomendable, nacen muchos niños cada año.
– ¿Niños?
Lochlan sonrió sin humor.
– Sí, podemos procrear. Somos fuertes y resistentes. Mi gente prospera, casi tanto como sufre.
Elphame sacudió la cabeza.
– ¿Sufren? ¿Por qué?
– Nosotros compartimos ciertas similitudes. Nuestro aspecto es más humano que monstruoso, tenemos la capacidad de vivir de día, sin que la luz del sol nos haga daño, no necesitamos alimentarnos de sangre, y todos luchamos por aferrarnos a nuestra humanidad y alejarnos de nuestra herencia oscura. Tú ya lo sabes, Elphame. Has visto las pruebas de esa lucha en mí. Lo que no sabes es que cada vez que lucho contra el demonio que hay en mi interior, cada vez que elijo la humanidad en vez del camino oscuro, eso me causa dolor. El dolor que experimentamos mi gente y yo está llevando a muchos a la locura -dijo Lochlan, y apretó los dientes-. Es especialmente difícil para los niños. Ellos también nacen más humanos que demonios, pero no tienen madres humanas que los guíen, y las nuestras murieron hace mucho tiempo.
Elphame se sintió abrumada al pensar en un Lochlan muy joven luchando por ser humano, sin la ayuda de la fuerza y las creencias de su madre.
– Entonces, ¡deben venir aquí! Podemos ayudarlos. Mi familia te aceptará. Tienen que hacerlo. Cuando vean lo bueno que eres, y cómo luchas contra la oscuridad cada día, y la vences, comenzarán a confiar en ti como yo, y a través de ti, tu gente también se ganará su confianza.
Lochlan no podía apartar la mirada de la creencia que se reflejaba en sus ojos. Aquél era el momento para hablarle de la Profecía. Era el momento de confesarle que su misión era robarle su sino, pero que él había abandonado la Profecía, y a su gente, por amor a ella. Sin embargo, no podía hacerlo. Ella lo tenía envuelto en su sueño, y él no deseaba despertar.
– Ojalá fuera tan fácil -dijo.
– Si fuera fácil, no merecería la pena -contestó ella, repitiendo las palabras de la madre de Lochlan.
– Te quiero, corazón mío -le dijo él, y la abrazó-. Siempre te querré.
Elphame se apoyó en él y le devolvió su beso. Al oír que sus alas comenzaban a moverse con excitación, le susurró contra los labios:
– Llévame a la cama, esposo.
Con una fuerza más que humana, Lochlan se levantó rápidamente con Elphame en brazos. Sus pasos los llevaron a la cama en un latido. Pronto su ropa, empapada a causa de la lluvia, estaba en un montón a sus pies. Elphame se deslizó desnuda entre las lujosas sábanas. Lochlan se tendió sobre ella, con las alas desplegadas como un tremendo pájaro de presa. Apoyaba la mayor parte de su peso sobre los codos, y tenía las manos apretadas fuertemente en el edredón. Ella sentía la tensión temblorosa de todo su cuerpo, y cuando intentó hacer los besos más profundos, él se retiró, tratando de calmar su respiración y controlar su pasión.
– Lochlan, eres mi marido. No puedes tener miedo de amarme.
– ¡No tengo miedo de amarte! -replicó él, con la voz llena de lujuria y frustración-. ¡Tengo miedo de hacerte daño! -entonces, tomó aire y apoyó la frente en la de Elphame-. Mis manos se convierten en garras. Mi placer se convierte en sed de sangre. No puedo amarte sin sentir miedo por ti.
En su tono de voz hubo algo que despertó un instinto profundo en ella, y Elphame sintió que la ira de una diosa se avivaba y ardía lenta y constantemente. La piel comenzó a picarle, y la sangre, a fluir con un ritmo caliente y sensual.
– Me ofendes.
Lochlan alzó la cabeza y la miró con sorpresa. Ella lo apartó de sí con una fuerza que lo asombró todavía más. Elphame le acarició la parte inferior del ala deliberadamente, y él gimió.
– Yo no me asusto de tus caricias. ¿Acaso se te ha olvidado que soy más que humana? Soy más rápida, y soy más fuerte -le dijo, y volvió a acariciarle el ala. Cuando él gimió de nuevo, ella le mordió el hombro y le dejó una marca roja, como un sello-. Algunos dicen, incluso, que soy una diosa. No me trates como si fuera menos.
Entonces, atrapó su labio inferior con la boca y succionó.
Los ojos de Lochlan se llenaron de una luz oscura que chisporroteó, y ella sintió una respuesta de deseo. Recordó que él había admitido que tenía sed de sangre, y aunque no quería provocarlo, la idea de que hundiera los colmillos en su piel tenía algo que le resultaba erótico y atrayente, como si fuera una invasión sensual, parecida a cuando él entraba en su cuerpo. El aura de violencia contenida que rodeaba a Lochlan era palpable, pero no la asustaba, sino que la atraía hacia él. Era su compañero, y ella no lo veía como una anomalía ni una mutación. En realidad, tenía la sensación de que por fin había encontrado su igual.
– Ámame, Lochlan -ronroneó-. No voy a romperme, y no me voy a asustar.
Él la besó con tal fuerza que la aplastó contra la cama. Ella recibió su pasión con una fuerza equivalente, jugueteando y tentándolo con las manos y la boca. Cuando él entró en su cuerpo, no lo hizo con la misma contención que había demostrado la noche anterior, y ella se arqueó bajo él, provocándolo para que continuara. Él le agarró las manos y se las colocó en la almohada, por encima de la cabeza. Respiraba entrecortadamente mientras se inclinaba sobre ella. Elphame apenas reconoció la voz que le susurraba palabras oscuras en el oído.
– No te das cuenta de lo que estás pidiendo.
– Yo no doy mi confianza a medias.
Levantó la cabeza y volvió a morderle el hombro, con dureza, mientras se movía rítmicamente contra él.
Lochlan gruñó y apretó sus colmillos afilados contra el cuello de Elphame. Ella sintió una breve quemazón, y después, una intensa sensación erótica que se extendió desde su cuello por todo su cuerpo. La invadieron oleadas de placer mientras él se bebía su sangre al mismo tiempo que la llenaba con su simiente.
De repente, con un grito de agonía, Lochlan se alejó de su cuerpo. Elphame se sintió desorientada y se incorporó, pestañeando. Él estaba junto a la cama, mirándola con los ojos muy abiertos. Tenía sangre en los labios, y un hilillo rojo que le caía desde la boca a la barbilla. Elphame se llevó la mano al cuello y palpó dos heridas pequeñas, como pinchazos. Sonrió temblorosamente y dijo:
– Estoy bien, Lochlan. No me has hecho daño.
Él se limpió la boca con el dorso de la mano y miró con espanto la sangre.
– ¡No! No puede ser así. No permitiré que sea así.
Se tambaleó hacia atrás, negando con la cabeza.
– Lochlan, ¿qué te ocurre? Mírame. No me has hecho daño.
– ¡No! -repitió él-. ¡No permitiré que sea así!
Con la increíble velocidad de la raza de su padre, se deslizó a través de la habitación y desapareció por la entrada que conducía al baño y al túnel secreto.
– ¡Lochlan! -gritó Elphame, mientras se levantaba de un salto.
– No me sigas. No te acerques…
La voz de Lochlan le llegó sobrenaturalmente desde la escalera. Elphame cayó de rodillas y se puso a llorar.
Lochlan salió del túnel y corrió. No le importaba la dirección. Sólo sabía que tenía que huir. La noche era muy oscura, pero tenía una visión muy aguda y esquivó los árboles sin dificultad. La lluvia le acribillaba el cuerpo desnudo, pero lo agradeció. No era nada comparado con el dolor que sentía en el corazón. Gritó su agonía hacia la noche. Todavía podía saborear su sangre, y todavía oía la historia que le había revelado aquella sangre.
Se había equivocado. Todos se habían equivocado.
La Profecía era verdad. Su gente y él podían salvarse con la sangre de una diosa. Sin embargo, no era su sangre lo que se necesitaba como sacrificio, y no era la muerte física lo que se requería. Lochlan lo había averiguado. Al beber la sangre de Elphame se había llenado del conocimiento de la diosa. La sangre de Elphame no iba a salvarlos. Sólo si ella aceptaba la sangre de Lochlan obtendrían la salvación. A través de él, Elphame absorbería la oscuridad de la sangre Fomorian y asimilaría en su cuerpo la locura de toda una raza.
Sería peor que la muerte física. Si ella bebía de su sangre, se llenaría de maldad. Elphame viviría. No era su muerte física lo que anunciaba la Profecía. Viviría la larga vida de cualquier ser que llevara sangre Fomorian en las venas, pero se volvería completamente loca. Y Lochlan no podía condenarla a siglos de agonía, ni siquiera para salvar a su gente.
Debía alejarse de ella, y asegurarse de que ninguno de los suyos descubriera el camino que llevaba a Partholon a través de las Montañas Tier, y al Castillo de MacCallan. Debía mantener seguro el castillo de su clan, el hogar de su amor.
Siguió corriendo, braceando al mismo ritmo que movía las piernas, poderosas. Los latidos de su corazón eran como los truenos de la tormenta. Lejos… tenía que alejarse lo suficiente como para no oír el sonido mágico de su llamada, ni sentir su presencia. El terreno comenzó a ascender, y Lochlan agradeció el dolor ardiente de sus músculos. La lluvia le empapó la cara y lo cegó, aunque creyó atisbar unas figuras sombrías en el siguiente risco. Con una horrible aprensión, disminuyó la velocidad de su ascenso y esperó al siguiente relámpago para asegurarse. Cuando llegó, Lochlan se detuvo en seco.
En el risco, recortadas contra la tormenta, había cuatro figuras aladas.