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Agosto 6 de 1991
Siempre que un presidente visita la embajada, siempre que hay una delegación del Congreso en la ciudad, un secretario de estado o un grupo de hombres de negocios importantes, esta adquiere el aspecto de un montón de hojas otoñales desbandadas por un golpe de viento. Los recursos del edificio -su gente, sus teléfonos, sus fotocopiadoras y pantallas de ordenador acreditadas por la seguridad, hasta las mesas de su cafetería son atrapados por un fuerte ventarrón proveniente de Estados Unidos y puestos a girar en un enloquecido remolino; luego lo dejan caer todo patas para arriba por toda la calle Chaikovsky. Hay que pasar las dos semanas siguientes recolectando todo y poniendo cada cosa en su lugar, devolver nuestra atención a las mil tareas diarias que constituyen la presencia oficial de Estados Unidos con este país. Escribimos, acreditamos y enviamos cables. Recogemos información secreta y no tan secreta, e invitamos a refuseniks (especie todavía no extinta) a ver películas en la Casa Spaso. Procesamos solicitudes de visados, monitoreamos la prensa local, nos aseguramos de que la piscina de la embajada esté adecuadamente filtrada, de que haya bastantes clases diferentes de cereales en la despensa y de que todos reciban su anteo. Aquellos de nosotros que están interesados en el "país que nos hospeda " nos dedicamos a prestar atención a cada nueva escena de su drama en desarrollo: la última conferencia de prensa del ministro Pavlov; una sesión del Congreso del Pueblo; una huelga de obreros del metal en Perm; soluciones a la maraña étnica a lo largo del borde del Cáucaso.
El resto de los empleados de la embajada cuentan los días que les faltan Para volver a Washington, Houston o Milwaukee, y beber jugo de naranja, comer una barbacoa y ver béisbol en la televisión.
Esta semana, hubo para mí dos ráfagas de viento en la calle Chaikovsky
– Chesi y el Presidente- y ahora estoy tratando de restablecer el orden en mis mundos privado y público, buscando para recuperar las partes errantes de mi ser y reconstruirme en un todo, más o menos manejable. La visita del Presidente no fue tan difícil (aunque tuvimos los asesinatos en Lituania y su débil discurso en Kiev). Con Chesi fue, y siempre ha sido, mucho más complicado. Llegó a mi oficina el viernes al atardecer; parecía herido y ansioso. Herido, pienso, por haber tenido que esperar, aunque nunca habría adivinado el motivo. Herido, como ha sido herido durante muchos años, por su incapacidad de hacer las paces con su lado Boston Este, con Marie, su familia y las cosas (imposibles) que siempre se han esperado de él allí.
Y ansioso como nunca lo había visto, casi desesperado, como si este programa piloto de alimentos suyo, fuera el proyecto definitorio, no sólo de su carrera, sino de su vida. Al principio no le encontraba el sentido.
La decisión todavía no había sido tomada oficialmente el viernes por la tarde, pero yo podría haberle dicho cómo iba a terminar. Gorbachov huele a hombre acabado estos días, y si bien hemos llegado a sentirnos cómodos con él y haríamos algo por ayudarlo a mantener el poder, a esta altura lo prudente es mirar adelante. Si, como muchos sospechan, Puchkov está reuniendo a sus camaradas para apoderarse del poder a la vieja usanza, no queremos que nos pesquen a la izquierda cuando el nuevo régimen marcha hacia la derecha. No convendría comprometerse con un programa de alto perfil como el de la distribución de alimentos si, al cabo de un mes, nos encontramos de pronto entregando los alimentos a Puchkov, a Pavlov, o quizás a Yeltsin, cualquiera que no sea el sobrio y confiable Gorbachov, el primer amigo que hemos tenido en el Kremlin en ochenta años.
Por lo menos así es como lo ven los más pragmáticos del Departamento de Estado.
Chesi, claro está, no lo ve así en absoluto, no fue fácil decirle, hace más o menos una hora, que las primeras entregas han sido suspendidas hasta que tengamos más en claro cuánto durará realmente la vida política de Gorbachov, y quién será su posible remplazante. Chesi reaccionó como si le hubiese dicho que le quedaba un mes de vida. Mencionó una serie de sufrimientos, sufrimientos que nunca le había conocido, que pienso que ni siquiera él había visto hasta hace muy poco.
Quise tranquilizarlo. Quería ofrecerlo un poco de consuelo femenino de la peor manera, pero ya he recorrido ese camino con Chesi antes. Hace muchos años vi lo que él no veía del todo en sí mismo: que había nacido en un lugar que no era para él, entre gente que lo valoraba por motivos equivocados, que elogiaba lo que era incidental en él, e ignoraba el núcleo sensitivo: su corazón bueno y sabio. Hace tiempo intenté decirle que debía darle la espalda a ese lugar, que si no lo hacía lo iba a dañar. Entonces le faltó coraje para hacerlo, y ahora, a los cincuenta se ha liberado a medias, y está herido a medias.
En su visita hubo más que eso, claro, y he dejado esa parte para lo último, he dejado mi propio dolor para lo último. (Es un hábito que tengo, me he dado cuenta, desde que empecé este "diario" detallado. Estoy cómoda hablando sin parar de política soviética, de la embajada, de Chesi, pero cuando se trata de posar mi agudo ojo analítico sobre mí misma, me demoro, evito abrirme a mí misma, como algunos de nosotros evitamos abrir la boca para el dentista de la embajada. Tenemos miedo de lo que pueda encontrar allí, claro, del deterioro en avance que pueda descubrir. Y cuanto más lo posponemos, más queremos evitar (iue se descubra. A veces me pregunto si la gente ve mi apariencia profesional, la mujer de carrera, la funcionaría de Asuntos Políticos, y piensa que eso es todo lo que hay. Me pregunto si Ted lo pensó. Quizá comencé este diario para recordarme a mí misma que después de todo hay un yo no profesional debajo de esa piel de acero pulido.)
Esto es parte de lo que hay debajo: han pasado veintitrés años, toda una carrera, casi la mitad de mi vida, y todavía cuando oigo a Chesi hablar de Marie x Michael es como si alguien me hubiera metido un diapasón adentro y estuviera resonando con una nota amarga. Por suerte, ahora el sonido es más débil. Tengo mi carrera, a mis amigos y el recuerdo de algunos buenos años con Ted, de modo que es una nota mucho más tenue. Pero no parece callar nunca. Esa vieja herida no parece cerrarse nunca. Y Chesi está tan total, completa y exasperantemente inconsciente de todo.
Es un hombre de aspecto corriente. Cada vez que lo veo me parece más común: cabello castaño con una incipiente calvicie: una cara más bien cuadrada con un comienzo de papada; ojos grandes y tristes. Tiene un aspecto juvenil que no siempre es atractivo. A veces dice cosas que parecen surgir de un lugar de su adolescencia, en las esquinas de Boston Este, cortado toscamente y nunca lijado, nunca pulido. Bebe demasiado, especialmente en este país, come demasiado y se preocupa demasiado por su ropa.
Pero es (y aún sola, escribiendo esto para mis propios ojos, parece una manera muy cruda de decirlo), pero es decente. Y cuanto mayor me hago más me parece que constituye un logro. Simplemente ser un hombre decente. Simplemente tener o haber cultivado un corazón bueno, parece una hazaña heroica en este mundo abigarrado.
Tengo la teoría de que la bebida revela el verdadero carácter de una persona, v es cierto en el caso de Chesi. Es un borracho suave, bondadoso, gracioso, capaz quizá de engañar, capaz de una estupidez, incapaz de una bajeza.
Gocé mi cena en el Ladoga esta noche de una manera que no gozo mi vida en la embajada, ni mis amigos de la embajada. Chesi me preguntó por mí de una manera diferente de como lo hacen ellos. A pesar del viejo miedo que me llevó a tenerlo esperando a mi puerta el viernes, a pesar de las viejas heridas y a pesar de su nueva obsesión por salvar a la nación rusa, gocé con su compañía. Fue algo más que gozar, ¿puedo admitirlo ante mí misma?
¡Y cómo reaccioné! ¿Qué viejo demonio se apoderó de mí'! Trató, a su modo torpe, de hablar de "nosotros". Quería acostarse conmigo, lo pidió casi como lo pediría un niño de nueve años, y todo lo que pude hacer en respuesta fue hacerle un vago ofrecimiento de un puesto en la embajada, e inventar que había otro hombre en mi vida. ¡PeterMcCauley nada menos! ¿ Y porqué PeterMcCauley! Peter el Reservado, Peter el Controlado, Peter el hombre que siempre tiene que saber más sobre todos de lo que ellos saben sobre él, que siempre tiene que protegerse a sí mismo y a su país, de ser herido, engañado, derrotado. Ahora quiero reír y llorar al ver lo que he hecho. El nombre de Peter McCauley se me ocurrió en el asiento de un taxi de Moscú. Simplemente apareció, la idea surgió delante de mí, una señal del subconsciente, un espejo en el que no quiero mirarme.
Qué soviético de mi parte protegerme de esa manera, escondiéndome detrás de una mentira.