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33

En la dacha, la familia Propenko tenía un ritual el sábado por la mañana. Desayuno, un paseo hasta el río, luego una o dos horas de trabajo en el huerto que ocupaba cada palmo del pequeño patio del fondo. Patatas, tomates, zanahorias, rábanos, cebollas, repollos, pepinos se cultivaban como una defensa en tiempos duros, y ayudaba a alimentar a la familia hasta bien entrado el invierno. Sin embargo, esta mañana no fue la promesa de zanahorias en enero lo que los llevó a salir al sol fuerte, sino el hecho de que estar sentados en la casa se había vuelto insoportable, solos o reunidos, y esperar noticias de la ciudad.

– Las patatas tienen bichos -dijo Raisa, partiendo en dos un escarabajo moteado con la uña del pulgar. Era lo primero que decía desde el desayuno.

Marya Petrovna trepó por los escalones del fondo y empezó a lavar cebollas en un cubo, con agua del pozo.

– La tierra está seca -dijo Propenko. Raisa estaba agachada a pocos metros, y él quería que siguieran hablando-. En la ciudad llueve todos los días. A cinco kilómetros de distancia tenemos un desierto.

Ella pareció no haber oído.

– El humo de las fábricas hace llover en la ciudad -dijo Marya Petrovna desde el porche-. Hace años, cuando llovía en la ciudad, también llovía aquí. Ahora no.

– Chernobyl -sugirió Propenko.

– Todos esos sputniks agujereando la atmósfera -dijo Marya Petrovna-. Todo ese humo de carbón.

Raisa no los miró. Al cabo de un minuto se puso de pie, se sacudió la tierra del vestido, y pasó de largo delante de su madre para entrar en la casa

Cuando al cabo de quince minutos Raisa no había vuelto, Marya Petrovna dejó escapar un suspiro audible, una señal. Propenko subió los escalones y entró por la puerta de atrás, y encontró a su mujer de pie delante de la cocina simulando que tenía algo dentro de un ojo. Se le acercó por atrás y apoyó una mano a cada lado de su cintura. Habían discutido hasta tarde en la noche, hecho las paces, y vuelto a discutir, maldiciendo a Mikhail Lvovich y sus amigos corruptos, maldijeron la ciudad de Vostok y el día en que nacieron allí, se pelearon por la distribución de los víveres y por lo que podía ocurrir en consecuencia, se pelearon acerca de Vzyatin y Malov, se preocuparon por Anton Antonovich, por superstición evitaron mencionar el nombre de Lydia. Ahora que se había dado un paso realmente concreto, ahora que Propenko había tomado partido tan obviamente, hasta Marya Petrovna, la militante de la familia, parecía estar repensando toda la situación.

– De todos modos deberías preparar una buena cena -dijo Propenko-. Quizá nos dé una sorpresa.

Raisa asintió, apretando una patata en su mano como un talismán.

Propenko la tomó con tuerza por las caderas.

– Estaba pensando en sacar el último vino de Tolkachev. Estaba pensando que beber algo ayudaría.

– Está bien, Sergei.

Lo que realmente estaba pensando era que todos ellos pasaran la tarde haciendo la cura rusa clásica, beber el vino de Tolkachev por litros, sentados en el porche del frente de la dacha y entregarse a una confusión alcohólica. Había retirado las manos de la cintura de Raisa e iba en dirección a la bodega cuando se oyó la voz del propio productor del vino en el jardín.

Tolkachev le hablaba a Marya Petrovna en voz bien alta, pero las únicas palabras que Propenko alcanzó a oír fueron "fiesta" e "increíble". Caminó hacia la puerta para ver cuál era el motivo de tanta conmoción, y se le presentó el espectáculo de su vecino de setenta y un años dando saltos por los escalones y el porche como un adolescente. La puerta se abrió de pronto sin que Propenko hubiese llegado a decir "Vladimir Victorovich" y el físico apareció en el marco de la madera gastada, con el pecho agitado, los gruesos lentes deslizándose por la nariz, los ojos pequeños saltones.

– Pequeño Sergei -sopló-. Raisa Maximovna… ¡Satanás ha sido… echado… del jardín!

La referencia sólo rozó una débil cuerda en la memoria de Propenko. Por momento, pensó que Tolkachev se estaba refiriendo al perro de un vecino o que había tomado su medicina con vodka otra vez y deliraba. Echó una mirada a Raisa, que parecía haber casi comprendido, estar un poco más adelante que él, sonrojada con alguna súbita fiebre de esperanza.

A Tolkachev le daba trabajo su respiración. Había entrado en la cocina, y había abierto los brazos como anticipando un abrazo.

– ¡Kabanov -dijo, mirando directamente a la cara de Propenko-, ha huido!

– ¡No!

– ¡Sí!… V-otstavku!

Raisa chilló.

Propenko perdió dos segundos en inspeccionar la mirada de Tolkachev para saber si estaba loco, luego agarró al viejo alrededor de los muslos, lo levantó como si acabasen de haberlo declarado campeón de los pesos pluma, y lo paseó de aquí para allá en la cocina con la cabeza casi rozando el techo. Tolkachev golpeaba en éxtasis sobre los hombros de Propenko. Raisa y Marya Petrovna se daban besos en la cara, y luego levantaron las manos y dieron un paso de danza ucraniana: luego Propenko abrazó a Raisa, y Tolkachev, todavía resoplando y jadeando, trataba de conseguir que Marya Petrovna dejara que la besara en la boca. Raisa encendió la radio en busca de noticias, Propenko bajó a la bodega, y al ver que no había una, sino dos grandes jarras del vino de Tolkachev, se agachó en el cubículo húmedo, cerró las manos en un puño, y golpeó un abdomen imaginario hasta que las piernas del otro cedieron. Se agachó un poco más, dejó caer el hombro derecho, lanzó un uppercut solapado que mandó la cabeza del otro atrás, siguió golpeando más y más alto y rompió la viga que sostenía el piso de la cocina.

A olvidarse de enero. Comieron las verduras que habían recogido durante toda la mañana Raisa hirvió una cacerola de patatas, las rebanó sobre fuentes de crema agria. Mezcló algo de cebolla y un poco de rábano, y lo sirvió con el vino de Tolkachev y pan negro.

Propenko se quedó sentado con su mano derecha lastimada envuelta en un lienzo lleno de hielo, bebiendo más de lo que comía, vigilando el camino. Marya Petrovna se refería a él como el "boxeador tonto" de nuevo. Raisa sonreía. La familia era casi lo que había sido antes.

Tolkachev estaba adelantado una ronda de vino sobre los demás. "Todavía queda más en casa -no dejaba de decir mientras Propenko volvía a llenar las copas-. Todavía queda más en casa." Cuando retiraron los platos contó una anécdota.

– Mikhail Lvovich Kabanov -comenzó al estilo de un profesor, echando los hombros atrás y sacando su pecho escuálido hasta donde podía llegar-. con el espíritu del Pensamiento Nuevo, decide ir a Estados Unidos para hablar con Dzheordzh Boosh y ver si hay algo que pueda aprender de los conspiradores capitalistas hijos de perra. -Tolkachev empujó sus gafas hacia arriba sobre el puente de la nariz, se arrellanó en la silla para causar efecto, y estuvo a un

centímetro de caerse hacia atrás.- Viaja a Estados Unidos -continuó, cuando Marya Petrovna lo ayudó a enderezarse- a la Casa Blanca en Pinslvahnya Ahvinyu, y le pregunta a Boosh cuál es el secreto. ¿Cómo podría poner a prueba a sus ministros para asegurarse de que está rodeado por la gente más inteligente del distrito? -Tolkachev tomó un sorbo de vino, miró a cada miembro de la audiencia por turno y empujó de nuevo los resbaladizos anteojos.- Boosh llama al vicepresidente, Den Qvail, y hace esta prueba:

"Den -dice, levantando un dedo así- contésteme una pregunta. ¿Cuál es el nombre del hijo de su madre que no es su hermano?

"Den Kvail -contesta Kvail después de vacilar un momento.

"Correcto -dice Boosh. Luego le dirige a Kabanov una mirada vanidosa y agrega:- Así es cómo se hace en Estados Unidos.

"Bien. Delante de Boosh, Kabanov finge que esto no es nada del otro mundo, pero piensa en ello durante todo el tiempo mientras cruza el Atlántico. Cuando llega a su oficina, inmediatamente llama a Gannov, su asistente, y le dice:

"Gennadi Pavlovich, respóndame a esta única pregunta.

"Usted dirá, Mikhail Lvovich -dice Gannov inclinándose.

"¿Cuál es el nombre del hijo de su madre que no es su hermano?

– Gannov piensa que es una trampa. Se frota el mentón. Está serio. Al cabo de un minuto dice:

"Bueno, Mikhail Lvovich, esta es una cuestión complicada. Necesitaré un poco de tiempo. Quizá convocaré a una comisión y lo estudiaremos y le presentaremos nuestra respuesta en…

"Le doy cinco minutos -dice Lvovich.

"Gannov sale de la oficina aterrado. ¡Cinco minutos! Le da vueltas a la pregunta en su cabeza una docena de veces ¡pero no se le ocure nada! Hijo de su madre, piensa. No es su hermano. ¡Nada tiene sentido! Es una trampa, eso es lo que pasa Pasan tres minutos, cuatro minutos. Ve a Boris Yeltsin que camina por el corredor como en un sueño, y corre hasta él y le dice:

"Camarada Yeltsin, dígame, por favor, ¿cuál es el nombre del hijo de su madre que no es su hermano? -Yeltsin no vacila.

"¡Boris Yeltsin! -dice con voz resonante, blandiendo un puño como si condujera un vitoreo.

"Aja. -Gannov, muy excitado, irrumpe en la oficina de Kabanov cuando ya se está acabando el plazo. Kabanov lo espera. Gannov se detiene frente a él y dice-: Mikhail Lvovic, tengo la respuesta.

"Bien -dice Kabanov-. Oigámosla. Gannov se endereza y dice, juiciosamente, con un gesto ceremonioso:

"¡Boris Yeltsin! -Kabanov le dirige una sonrisita piadosa y sacude la cabeza

"No. no, Gennadi Pavlovich -dice con tristeza-. No está bien, no está bien. -Gannov está a punto de desmayarse.

"¿Cuál es entonces? -dice temblando.

"Kabanov mira por la ventana y suspira, como si fuera realmente doloroso para él tener que instruir a este asno de granja colectiva. Por fin se da vuelta, mira a Gannov directamente a los ojos, levanta un dedo y dice:

"¡Den Qvail!

Todos rieron un poco más de lo que merecía el chiste, se relajaron, suspiraron, volvieron a reír un poco más, felicitaron a Tolkachev por su manera de contarlo, por el vino, miraron de nuevo alrededor con una satisfacción sobria a medias. Al cabo de un rato, Raisa se levantó de la mesa y Propenko vio que ordenaba unas verduras sobre la mesa y se quedaba mirándola, decidiendo qué comerían hoy y qué guardarían para el invierno. Parecía haber un futuro, después de todo. Suponía que le debía una palabra de agradecimiento a Víctor Vzyatin.