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La celda medía dos metros por tres, con un agujero en el rincón como inodoro, somier de hierro, con un colchón de paja manchado y un panel corredizo en la base de la puerta, a través del que, hacía horas, le habían ofrecido un tazón de sopa fría, y luego lo habían retirado. Propenko estaba sentado en el borde de la cama con los codos sobre las rodillas, abriendo y cerrando sus grandes manos. El aire olía a sudor y orina, las paredes estaban tan frías como piedras enterradas. Eran casi las cuatro de la mañana, pero el ruido en las otras celdas seguía sin parar, gritos y alaridos, delirios de borrachos, un universo exterior que ya no le exigía su atención.
"Entonces elige lo que más te asuste", había dicho Anton Antonovich. Lo que más lo asustaba, resultó ser él mismo.
Entre el clamor se oyeron pasos. La mirilla se abrió y se cerró, pero Propenko no miró. Habían estado vigilándolo toda la noche, a la espera de una señal de rendición de modo que el jefe pudiera apersonarse con su confianza y sus condolencias y decirle qué se suponía que debía hacer ahora. Pero, si bien estaba exhausto y hambriento y medio loco, no veía ninguna rendición en su futuro. Durante las horas de la noche le habían proporcionado un remanso de comprensión, un atisbo del escenario mas amplio: Bessarovich y Vzyatin decidiendo enviar los víveres a Vostok; haciendo listas de los lugares de distribución; eliminando a los hombres tímidos de la vieja guardia como Volkov; creando las condiciones, como había dicho Tolkachev, para la destitución de Mikhail Lvovich Kabanov. Si uno tiene A y B. uno debe siempre, dentro de cierta probabilidad, tener C. El había sido su C, el boxeador ambicioso y obediente. Después de uno o dos rounds en situación precaria, tambaleándose, sangrando y dispuesto a abandonar, había cumplido con su trabajo para ellos, había dirigido una derecha desesperada y sacado al campeón fuera del cuadrilátero.
Y esto estaba bien. Salvo que. en el proceso habían golpeado y violado a su hija, y algo se había endurecido dentro de él que sus dirigentes no habían tenido en cuenta.
La mirilla se abrió y cerró de nuevo, pero hubo un ruido en el cerrojo de la puerta, y dos hombres aparecieron en la luz intensa del corredor. Eran de su misma altura, con un cuerpo como un tonel, y por un momento Propenko pensó que venían a golpearlo.
El primer hombre le indicó por señas que se pusiera de pie. y lo palpó muy a fondo mientras el otro observaba: botas, calcetines, las piernas del pantalón, entrepierna, la camisa sudada, la espalda y el frente y debajo de ambos brazos Hizo que Propenko abriera la boca, pasó los dedos por dentro del cuello y de los puños, dentro de la cintura del pantalón, inspeccionó las manos bruscamente, silencioso y competente. No estaban uniformados, eran desconocidos, demasiado buenos para ser hombres de Vzyatin Sin decir nada, le indicaron que saliera de la celda y lo llevaron por el pasillo, uno adelante y el otro atrás. Demasiada luz Puertas melladas a su derecha, ventanas con rejas hasta arriba a su izquierda. El alboroto de sus compañeros de prisión resonaba en todas partes. Una puerta, luego bajaron cuatro tramos cortos y Propenko se encontró en una parte más silenciosa, más familiar del Departamento Central: planta baja, atrás, la entrada a la oficina de Vzyatin.
Uno de los guardias golpeó dos veces y abrió la puerta. La silla detrás del gran escritorio del Jefe estaba vacía. En la pared del costado había un cuadro del cambio de guardia en la tumba de Lenin, ahí estaba el sofá finlandés de Vzyatin, y en el sofá estaba Lyudmila Bessarovich con las manos entrelazadas tranquilamente sobre la falda. Bessarovich señaló una silla frente a ella y Propenko se sentó, de espaldas a la puerta y a los guardaespaldas. Esta vez ningún saludo brotó de sus labios. No adoptó una actitud de sumisión, no demostró preocupación por la noticia que podía traer de Moscú. Por fin. en su amargura, no le preocupaba esa parte
Bessarovich hizo que uno de los hombres trajera dos vasos de té. y luego lo despachó.
Miró fijamente a Propenko durante un rato largo. Y él la miro a su vez Le pareció más baja de como la recordaba, más gastada, pero todavía tenía la textura del poder en su postura, ojos y voz. la dura urbanidad de alguien acostumbrado a ser obedecido. Era un truco que Propenko conocía ahora se eliminaba la duda, se daba por sentado la autoridad y la gente lo seguía a uno. Ese había sido el secreto de Vzyatin todos estos años, la fuente de su confianza y la fuente de su error. No quería tener nada que ver con eso.
– Primero los hechos, Sergei -dijo Bessarovich con calma, los ojos perfectamente firmes, cansada, vacía de emoción-. Lydia se sentó y tomó té y pan. Habla. Me pidió que lo llevara a casa.
Propenko sintió que las palabras lo atravesaban, y una picazón de lagrimas detrás de los ojos. Miró por encima del escritorio de Vzyatin y afuera por la ventana oscura.
– Sus asaltantes fueron apresados en el puesto GAI en Vosiok Occidental. cuarenta minutos después del ataque: un hombre local y dos de Uzinsk Están en la cárcel de Makeyevka -Bessarovich tomó un sorbo de su vaso v lo observó durante algunos segundos. Propenko notó un pequeño cambio en sus ojos, una partícula de sentimiento que no pudo interpretar – Me dicen que mientras los estaban interrogando, uno de los violadores quiso escapar y fue severamente golpeado.
Propenko apretó la mano derecha para que dejara de temblar. La venganza traía venganza, lo sabía. El odio creaba odio. Trató de forzarse a retroceder desde ese abismo, de ponerse en dirección a la avenida Octubre, donde podría esconderse de nuevo bajo la apariencia de sus deberes de padre, que otros se tomaran su venganza y decidieran por él. Trató como había estado tratando toda la noche, pero las fuerzas que lo llevaban por el otro camino eran demasiado grandes. No sabía porqué creía esto, qué trauma, qué intuición lo estaba dirigiendo, pero tenía bien claro que si no sumergía sus brazos en sangre nunca podría volver a hablar con Lydia como había hablado en la iglesia La única manera de conocerla ahora era ir más y más abajo, dentro de la desdicha que había en él mismo, desprenderse de todo a lo que se había aferrado durante tanto tiempo.
No estaba seguro de que su voz funcionaría.
– (Quién los interrogó"?
– Victor. primero. luego mis hombres
– ,.Y quien ordenó… el ataque… quien dio la orden?
– Nikolai Malov.
– ¿Con qué autoridad?
– La suya propia… por lo que hemos podido…
– ¿No fue Mikhail Lvovich?
– Ni Lvovich. ni el komitet.
Fuera del cuadrilátero. Propenko no le había pegado a otro ser humano desde hacía treinta y cinco años, desde su infancia. Ahora no podía pensar nada más que en pegar.
– , Dónde está -dijo
– En una mina al sur del río -le dijo Bessarov ich-. Bajo la custodia del Comité de Huelga
– ¿Y a quién le responde el Comité de Huelga? ¿A Alexei? ¿ A Vzyatin?
– Alexei murió hace treinta minuto. Sergei. El Comité de Huelga siempre me ha respondido a mi
– ¿Qué mina.? -exigió él.
– Podría decírselo -dijo Bessarovich con calma, suavemente-. pero me preocupa que…
– ¡Qué MINA! -Propenko dejó caer los dos puños sobre la frágil mesa de madera que había entre los dos. y quebró la tapa en tres pedazos astillados y volcó el vaso sobre la alfombra. Inmediatamente cruzó los brazos, los apretó contra el pecho y cerró los ojos y apretó los labios. Sintió que el picaporte de la puerta golpeaba contra la pared detrás de él y los hombres de Bessarovich irrumpieron en la habitación, exudando abrió los ojos vio que Bessarovich les hacía un gesto indicándoles que volvieran al vestíbulo. Uno de los guardaespaldas vaciló, miró a Propenko con sus ojos oblicuos, tendió los brazos hacia adelante.
– Kostya -dijo Bessarovich, como si le hablara a un perro-. Afuera
Cuando estuvieron solos de nuevo, clavó en Propenko la misma mirada fija de sus ojos grises que recordaba de la sala de conferencias.
– Violó a mi hija -dijo Propenko entre dientes-. ¡Ordenó que violaran a mi hija!
– Y será castigado. El punto es que usted no es la persona que debe administrar ese castigo.
– ¿Quién decide eso?
Bessarovich lo miró sin pestañear.
– Lo decido yo.
La cara de Bessarovich estaba borrosa. Propenko apretó los dientes, y sintió que una oleada de cansancio lo invadía y trataba de arrastrarlo a la rendición.
– En la mina donde tienen a Malov hay centenares de túneles pequeños. Con lugar sólo para arrastrarse. Vetas de carbón que han sido socavadas y que debe permitirse que caigan para que la tierra por encima de ellas sea firme. Los mineros van a llevar a Malov a uno de esos lugares. Se hará estallar una carga. Ese será el final. No habrá cuerpo que descubrir, ningún problema con el komitet, ni con el procurador, no habrá sangre en sus manos, mis manos o las de Víctor.
– Quiero mirar su cara -dijo abruptamente Propenko.
Bessarovich frunció el entrecejo como si él la hubiera desilusionado.
– Lo matará si mira su cara.
– ¡No lo haré! -gritó él, pero ahora hablaba por su cuerpo, y el cuerpo no quería que hablara por él. Sintió que un músculo empezaba a tensarse al lado de su ojo izquierdo y levantó la mano y presionó sobre él hasta que se quedó quieto. La mayor maldición de hombres como Malov era que infectaban a los que forman su entorno. Si uno amaba, confiaba y tenía esperanzas, conseguían que uno odiara, sospechara y desesperara. Para ellos, esa era su victoria.
Bessarovich miró hacia abajo, los restos de la mesa; el té que se desangraba en la alfombra cara de Vzyatin, luego arriba, a la cara de Propenko.
Propenko apretaba las manos entre las rodillas como si fueran a volar y salir por la ventana si las soltaba, como si un brazo pudiera arrancarse de un lado, y el otro brazo del otro, con virtiéndolo en dos mitades destrozadas y sangrantes.
– Tengo que verlo -dijo-. No puedo volver a casa y mirar en la cara a Lydia. Raisa y Marya Petrovna sin verlo a él antes.
– Tonterías… -le dijo Bessarovich-. Tonterías de hombre. Todo lo que quieren es que vuelva a casa. Ahí es donde debería estar ya en vez de gritando y forcejeando en una celda de la cárcel. Ahora debe estar en su casa.
Cerró los ojos un instante y trató de volver al tranquilo centro de sí mismo, el lugar al que había llegado después de la mitad de una vida de obediencia ciega, y una hora o dos de gritar y protestar en la celda. Si pudiera hablarle a Bessarovich desde ese lugar estaba seguro de que no se lo negaría.
– Tengo el resto de mi vida para estar en casa, Lyudmila -dijo, omitiendo el patronímico, y sintiendo que eso la traspasaba-. Le estoy pidiendo una cosa: Antes de que él muera quiero ver la cara del hombre que mandó violar a mi hija. Eso es todo.
Bessarovich revolvió el terrón duro de azúcar en el fondo de su vaso y tomó un pequeño sorbo. Propenko se dio cuenta de que estaba haciendo sus cálculos, sopesando riesgos y ganancias, tratando de librarse de una astilla de duda. Sintió como había sentido en el balcón con Mikhail Lvovich, que la rueda de la ruleta estaba girando, que había tratos y posibilidades girando delante de él, demasiado rápido para verlos. Después de lo que pareció un tiempo muy largo, minutos y minutos, Bessarovich miró hacia arriba.
– No volé a Vostok para decir esto, Sergei -dijo-. Puede creerlo o no, como guste, pero de todos modos voy a decirlo. Lvovich se ha ido ahora, para siempre. Víctor es tan leal como un cachorro y listo a su manera. Pero Víctor ha hecho un lío terrible con todo últimamente y él lo sabe, y ha perdido algo de mi confianza. Con la excepción de unas pocas personas en el Comité de Huelga (gente que no tienen su educación y su experiencia), la ciudad carece por completo ahora de líderes confiables. En Moscú la guardia está a punto de cambiar. En Vostok necesitamos hacer dos o tres nombramientos clave, y usted va a ser uno de los dos o tres.
Propenko le dirigió una mirada feroz, con todo el odio en su cara, y por un instante el disfraz de Bessarovich pareció deslizarse. Durante ese instante pudo haber sido cualquier otra mujer soviética asustada, cualquier otra Vera o Lyuba amontonada en la fila delante de la panadería en la calle Vostochni, agobiada por las bolsas de compra, con las piernas gruesas plantadas como si hubiese surgido de la vereda.
– No tengo interés en su asqueroso nombramiento -dijo él-. Es lo que menos me interesa.
– Claro que no. A nadie le interesaría ahora. Como le dije, no había pensado decírselo esta noche, pero por otra parte, hasta unos pocos segundos, no estaba ni siquiera tomando en cuenta la posibilidad de permitir que se acercara a Nikolai. No estoy hablando de cargos temporarios con un programa de víveres norteamericanos, Sergei. Y no estoy hablando del Consejo de Comercio e Industria. Estas son designaciones en el más alto nivel, la gente que rehará esta ciudad. Estoy dispuesta a pensar en dejarle ver a Malov, sólo verlo, si usted me da su palabra de simplemente tomar en cuenta lo que le estoy ofreciendo aquí. No me gustaría que trepara a esas alturas con sangre en las manos, eso es todo.
– No estoy trepando a ninguna parte -dijo Propenko. pero Bessarovich pareció estar mirando dentro de él, un lugar que él todavía no alcanzaba a ver.
Al cabo de un momento la cara de ella se suavizó levemente.
– Siento mucho lo de Lydia -dijo-, pero por lo que me dicen los mineros, no es de las personas que se dejan vencer por algo así, y tampoco lo es usted.
Propenko dejó que el halago le pasara por encima. En la cara empolvada que tenía delante, no veía nada menos que un reflejo de este país. Un espejo cambiante tras el otro, máscara sobre máscara, trucos, juegos y maniobras. Había dos opciones: o se sentaba en su casa y fortificaba las paredes alrededor de su kremlin doméstico y trataba de mantenerse puro; o elegía su partido, para mejor o peor, y vadeaba en la sangre y la suciedad. El había intentado la opción pura y doméstica. Solo lo había llevado a esta pequeña rendición.
Asintió. Bessarovich pareció sonreír sin mover los labios.
– Está en la mina Nevsky -dijo-. Víctor está esperando afuera para llevarlo allá, si es que está decidido. En la mina pregunte por Yevgeni Vasilievich. Los llamaré y les diré que le avisen a Nikolai que usted va a verlo, de modo que lo espere durante una media hora más o menos.
Propenko pasó delante de los guardaespaldas, siguió por el vestíbulo posterior y salió a la noche.
Sobre la puerta posterior del edificio había una luz. y en el pequeño estacionamiento de tierra alcanzó a ver a Vzyatin sentado al volante de un Volga sin chapa, fumando. Vzyatin oyó que se cenaba la puerta del edificio, y salió, con los hombros caídos, el brazo izquierdo colgando al costado como si no pudiera levantarlo, toda la confianza se había evaporado de su cara. Propenko caminó hacia él y vio manchas de sangre en su camisa, y un serio cansancio en la mirada. Vzyatin parecía desinflado.
– Los asaltantes están bajo custodia, Sergei -le dijo, y Propenko comprendió que esto era lo más cerca que el Jefe podría llegar a estar de pedir perdón.
– El norteamericano dio una descripción, y tuvo a todos los hombres de la milicia siguiendo su rastro en menos de cuatro minutos. Cada detective, cada informante y ex convicto, cada borracho de cualquier parte que me debiera algún favor en los últimos veinte años, fue llamado en menos de media hora. Alentamos a la GAI, la milicia del oblast, la Unidad Criminal Especial. Para cuando mis hombres se detuvieron en el Prospekt Revoliutsii, los asaltantes ya estaban bajo custodia. Los agarraron en un camión en el puesto GAI en Vostok Oeste.
Propenko movió la cabeza dándole su pequeña absolución, pero Vzyatin parecía inconsolable, de luto por su reputación manchada, quizá, o por su reino perdido.
– Oleg me engañó -prosiguió-. Mi chófer durante catorce años. Lo he tenido en mi casa mil veces. Le he llevado regalos de cumpleaños a su hija. Lo acompañé toda la noche en el hospital cuando murió su mujer.
Propenko volvió a asentir. Ahora no necesitaba información. Ni siquiera necesitaba que Vzyatin se disculpara. Su cuerpo no escuchaba.
– Malov estuvo detrás de esto.
– Lo sé.
– El norteamericano trató de protegerla. Casi lo mataron en la iglesia. Malov intentó encontrarlo en el hotel para terminar el trabajo -pero encontramos a Malov antes.
Propenko no tenía qué decir.
– Te llevaré a tu casa -dijo Vzyatin, tirando el cigarrillo en el césped. Aparentemente había acabado de pedir disculpas; la autoridad de siempre empezaba a retornar a su voz.
Propenko sacudió la cabeza. Miraba a Vzyatin y veía un hombre casado, de cuarenta y cinco años, borracho, besando a la hija de su amigo en el sendero oscuro detrás del hotel en Sochi.
– Entra. Te llevaré a tu casa. He pasado allí la mitad de la noche.
– No voy a casa. Voy a ver a Malov. Se supone que tú me llevas.
– No puedo hacer eso. Sergei.
Propenko se preguntó por un instante si lo habían engañado.
– Bessarovich acaba de llamar a la mina para decirles que voy para allá. Me dijo que tú me llevarías. Entra y pregúntale.
Vzyatin sacudía la cabeza con tristeza y resolución.
– No es lo que necesitas -dijo-. Créeme, Seryozha. Estuve en la prisión más temprano. Estuve con los hombres que… eso no responde a nada, créeme.
Propenko lo miraba, respirando apenas.
– Se ha ido. Malov, es un hombre muerto. Lo van a enterrar.
Propenko siguió mirándolo.
– En los campos tengo gente que están en deuda conmigo, el peor tipo de gente. Cada día que los asaltantes de Lydia pasen allí será un infierno. Cada vez que…
Propenko extendió el brazo y le pegó a Vzyatin en medio del pecho con el índice, una vez, con fuerza, y el pequeño golpe pareció desinflar al Jefe por segunda vez.
Vzyatin miró a Propenko el tiempo suficiente para que advirtiera su sorpresa, luego abrió la boca, la cerró, la volvió a abrir, se encogió de hombros y caminó indolente hacia la escalera posterior del Departamento. Cuando Vzyatin entró en el edificio. Propenko esperó hasta contar cinco, luego se sentó al volante. La llave estaba puesta. Puso el motor en marcha, retrocedió en medio círculo y salió del área de estacionamiento y ya conducía rumbo al río cuando el Jefe llegaba a la puerta de la oficina.
Hacía muchos años que Propenko no circulaba por la ciudad antes de la madrugada. El aire estaba fresco, quieto como la muerte y veteado con niebla. El silencio ocupaba el lugar del ruido, y la sombra el lugar de la luz. Los escasos vehículos que transitaban por la calle parecían ir en misiones personales como él. Bajó la ventanilla y dejó que el aire húmedo de la noche le diera en la cara.
Yendo por una ruta que lo mantenía lo más lejos posible de la avenida Octubre, llegó a la avenida Donskoy, giró a la izquierda, tomó el puente Tchaikovsky y subió entre un manto de niebla. En lo más alto del puente el aire estaba claro, y vio tremendas columnas de humo color de ópalo que se levantaban desde el valle que tenía adelante, y motas de luz que señalaban el tope de las chimeneas de las fábricas, y no pudo evitar mirar hacia a la derecha y abajo, como esperando encontrar cuatro cúpulas doradas en la orilla empañada
La niebla era aún mas espesa en el lado sur del río y. al descender, no veía más que unos pocos metros del camino y las barras verticales de la baranda que pasaban como destellos. El final del puente se anunció con un fuerte golpe debajo de las ruedas., tomó la primera salida, luego giró al oeste, dentro del corazón del distrito minero. El camino corría entre casas de madera tambaleantes y patios llenos de chatarra, como fantasmas en la niebla, ninguna luz en las ventanas. Oyó el agudo zumbido de una fábrica invisible y sintió que su corazón latía con firmeza, al doble de su ritmo normal.
Al cabo de unos minutos, giró por una entrada de gravilla y se tuvo ante una cadena con focos En la entrada había tres guardias, fumando: las brasas de sus cigarrillos parecían diminutos ojos rojos en la niebla. Uno de los guardias lo reconoció y lo hizo entrar por una puerta más pequeña a un estacionamiento polvoriento. A un lado se vislumbraba un edificio de oficinas. Enfrente había una estructura de madera de dos pisos sin ventanas y con una abertura negia por única entrada.
– ¿Dónde está Yevgeni?
– Abajo
– Lléveme abajo, entonces.
En el cobertizo deteriorado por la intemperie, le pidieron a Propenko que se pusiera un casco y una chaqueta negra de minero como cualquier visitante común, y luego lo escoltaron hasta un ascensor con paredes de malla metálica. El minero cerró la puerta de un golpe, oprimió un botón rojo y bajaron por el pozo, acelerando a medida que descendían, de modo que el estómago de Propenko dio contra los pulmones Las manos le habían empezado a temblar violentamente. Oía los cables que chirriaban y golpeaban por encima de su cabeza, un borrón de pared rugosa al alcance de la mano; sentía un gusto a hollín en el aire frío y rancio, olía el sudor del minero. Sentía como si lo estuvieran llevando abajo, lejos del mundo de la superficie, para siempre.
El ascensor aminoró la velocidad para detenerse suavemente, y el minero abrió la puerta ruidosamente y lo condujo por un túnel en curva, con un techo de cinco metros de altura sostenido por una sucesión de arcos de acero. A lo largo de la pared los focos daban una luz vacilante, y Propenko oyó las gotas de agua que caían y un zumbido lejano de ventiladores
– Cien metros -le dijo el minero, sosteniendo la puerta del ascensor abierta con una pierna y señalando-. Verá una puerta. Yevgeni y los dos guardias estarán esperando afuera.
Propenko asintió, respirando con fuerza. Empezó a caminar por el túnel, con rieles de tren y charcos en los pies, los ventiladores le mandaban un aire caliente y arenoso a la cara Se veían cables de electricidad y teléfono a lo largo de las paredes y el pecho, y una vieja imagen de Nikolai Malov ocupaba su ojo interior. Era el tercer round, la pelea estaba perdida ya. y el peso mediano de Uzbeki metía sus puños en Malov como si fuera una bolsa pesada. Ningún miembro del equipo, ningún boxeador o entrenador lo habría culpado por caerse en la lona, salvarse de sesenta u ochenta minutos de tortura. Pero Malov se había quedado de pie con una mano sobre la cara y los pies separados, absorbiéndola Cuando se terminó, se había tambaleado con las piernas duras hacia su rincón y vomitado el protector y sangre y mucosidad en el cubo de agua
Le pareció que tardaba mucho en llegar a la puerta. Cuando por fin estuvo cerca, uno de los hombres se adelantó, le tendió la mano y dijo:
– Yevgeni Vasilievich. -Aun en su agitación, Propenko vio el engaño en la cara de Yevgeni Vasilievich. un tipo nuevo de engaño soviético, bajo una capa de franqueza, una capa de respeto.- Su hija es lo mejor que tenemos -dijo, y Propenko se quedó mirándolo, tratando de controlar su respiración, de estar listo Sacó las manos de los bolsillos. Uno de los hombres abrió el candado de la puerta de metal. y cuando Yevgeni Vasilievich la abrió de golpe Propenko vio una habitación con paredes negras con una mesa sencilla en el centro, y a un soviético genuino, lastimado por dentro, demasiado orgulloso, lleno de viejas humillaciones, colgado de un travesaño del techo con un cable eléctrico alrededor del cuello. Uno de los zapatos de Malov se había caído, los dedos estaban abiertos y rígidos, los ojos saltones y blancos como huevos.
Propenko estuvo de pie al lado del cuerpo, solo en la habitación, y lo miró balancearse de atrás hacia adelante muy levemente en una corriente de aire invisible, un péndulo en el centro de la Tierra. Lo habían usado otra vez. Bessarovich había estado un paso adelante de él todo el tiempo, pero no importaba. Ahora podía ir a casa a decirles a Raisa, Lydia y Marya Petrovna que todo había terminado, que Malov ya no podía hacerles daño, que el fantasma de la policía secreta de Dzerzhinsky, la maldición de Rusia, estaba a punto de quedar enterrado debajo de un millón de toneladas de tierra.
Podía volver a casa y decírselo, y durante un tiempo podrían simular que lo creían.