175318.fb2 Requiem Para Rusia - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 46

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Epílogo

Relojeros y burócratas, estudiantes, mineros y conductores de edad madura, era una extraña mezcla de amigos la que se apretujó en el hogar de Propenko esa noche. Los visitantes, que habían venido para sacar a Lydia de su terror solitario, ocuparon la cocina estrecha y la sala de estar sin simular ser lo que no eran, con secretos pero sin agendas secretas, sin competir. De acuerdo a la antigua tradición rusa, parecían estar en paz con su destino, por malo y aterrador que hubiera resultado ser. y fue esa paz la que llevó a Anton Czesich y Julia Stirvin a la avenida Octubre y los retuvo allí hasta las primeras horas de la madrugada.

Lydia emergió del cuarto de atrás y se sentó con su madre, su abuela y su padre durante unos minutos, como poniendo a prueba su equilibrio de nuevo en el mundo de los hombres y las mujeres. Parecía paralizada por un horror inimaginable que se presentaba una y otra vez en una pantalla interior. Los amigos que habían venido a reconfortarla se dieron cuenta de que no podían llegar al nivel en el que ella sufría. Sus palabras bondadosas parecían huecas, y Lydia no parecía querer que llegaran a conmoverla.

Después de medianoche, cuando la mayoría de la gente se había ido a sus casas, y Lydia y su abuela se habían ido a dormir juntas en el dormitorio de atrás, Propenko, Raisa, Czesich y Julie se sentaron a la mesa por tan solo unos minutos, sirviéndose de la misma botella. Era la primera hora del 19 de agosto de 1991, y más tarde en la mañana, sus camaradas patriotas derramarían su odio una vez más en las calles de Moscú. Habría el espectáculo usual de armamentos, tanques y transportes de personal, el despliegue usual de matones de traje y corbata, las mentiras usuales dichas por los intimidadores. Y, por un día o dos, el pasado reaparecería, echaría su manto de terror, se cobraría unas cuantas vidas más, luego retrocedería, arrastrando a un imperio.

Ninguna de las cuatro personas sentadas a esa mesa lo sabía todavía, claro. Bebieron un poco, y hablaron en tonos bajos, elaborando una despedida difícil. Valía la pena ver esa delicada despedida internacional, una especie de himno tranquilo, torpe, angustiado, a lo que habían visto extinguirse en Lydia Sergeievna y en ellos mismos. Si la esperanza significaba la expectativa de una vida sin dolor, entonces no les quedaba ninguna esperanza, ningún Futuro Socialista Glorioso, ningún Cielo en la Tierra, ningún amor dichoso e impoluto imposible. En cambio, tenían una carga de historia, buena y mala, y otra oportunidad para volverse a situarse debajo de ella de modo que la carga fuera más fácil de llevar.

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