175318.fb2 Requiem Para Rusia - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 7

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El monumento erigido a los muertos en la Gran Guerra Patriótica no estaba lejos de la sede del Partido. Nikolai Malov se sentó allí un rato como homenaje y trató de tranquilizarse. Una noche tan clara era algo inusual en Vostok, con una luna llena amarilla transitando por el este y parejas que se acariciaban y besaban en los bancos cercanos.

Un arma descansaba en la funda de cuero contra las costillas de Malov, y en el bolso de gimnasia de cuero que tenía a su lado en el banco había un silenciador para esa pistola, un pincel y, envuelto en una toalla, un tarro de pintura tomado del depósito del Consejo de Comercio e Industria.

Malov miró con atención a la temblorosa llama y el monumento de granito sombrío que se erguía por encima de ella: soldado, partisano, campesina con un haz de trigo. Recordó haber estado allí como escolar y dejar flores al pie del monumento, haber montado guardia como Pionero, haber acudido en auto hasta allí con su primera esposa el día de su boda y haber rendido su tributo silencioso y solemne a la Madre Patria. Veinte millones de hombres y mujeres habían ofrendado sus vidas en defensa de la Unión Soviética, y en este momento el país que habían salvado estaba siendo destrozado y pisoteado por unos pocos extremistas y fanáticos religiosos. La gente blandía crucifijos ante la cara de Lenin. de pie todo el día sobre el césped frente a la sede del Partido en vez de trabajar, besándose en los bancos de la plaza mientras había enemigos que conspiraban e intrigaban por todos lados.

Después de permanecer sentado por más de una hora, Malov se levantó y caminó hacia el este por el flanco de la colina que bordea el río. Pudo divisar dos cargueros amarrados río abajo en la estación de carga, y lo que parecía ser un elevador de carga moviéndose espasmódicamente hacia adelante y hacia atrás bajo las luces enceguecedoras del muelle.

Alguien que ronda de noche, robando, sin duda.

Más adelante vio un conjunto de cúpulas doradas que brillaba a la luz de la luna mientras sus cruces creaban sombras curvas alargadas y amenazantes. La reja de entrada al cementerio de la iglesia chirrió. Malov se agazapó y avanzó pegado a la verja hasta quedar a la sombra del campanario. Dentro de la iglesia se vislumbraba una luz, y cada tanto veía pasar una silueta tras las ventanas Pero no se escuchaban cánticos ni plegarias, tampoco había fieles esperando una tardía bendición nocturna Malov en persona había tomado las medidas para que el padre Alexei fuera llevado a un apartamento en el extremo norte de la ciudad, donde no estuviese disponible para bendiciones nocturnas tardías. El único que estaría en la iglesia ahora sería Tikhonovich. sacando el polvo a los iconos, susurrando conjuros, planificando sus subversiones y encuentros en Cristo.

Malov atornilló el silenciador, colocó un cargador nuevo y se arrastró hacia la tumba más cercana. La lápida estaba rodeada por una cerca de hierro rematada con púas. Apoyó el antebrazo en el travesano horizontal, apuntó la pistola hacia arriba y disparó tres veces. Hizo dos blancos y escuchó desvanecerse el eco metálico de la campana. Pocos segundos después la puerta de la iglesia se abrió y Tikhonovich apareció en un marco de luz amarilla, santiguándose como un mono.

El sereno bajó lentamente los peldaños crujientes y camino de espaldas hacia el cementerio con la cara vuelta al cielo. Malov estaba en cuclillas a quince metros de él Podía ver la espalda musculosa de Tikhonovich y una pequeña y reluciente calvicie en la coronilla. Podía escucharlo murmurar "Gospodi pomilui, Gospodi pomilui, Gospodi pomilui", y la cadencia monótona de la oración enfrentó a Malov con una imagen repentina: su propia madre arrodillada en la pequeña iglesia de madera de Ozerskoe, mientras invocaba la clemencia de un Señor despiadado. Gospodi pomilui. Malov podía oír al sacerdote del pueblo desgranar monótonamente su liturgia sin vida, y sumir a la congregación en la culpa y la superstición Podía percibir a las mujeres viejas apiñadas a su alrededor, con olor a ajo y a jabón. Podía ver la piel curtida de sus manos que iban y venían de la frente al pecho y a los hombros, la vista baja, la atención concentrada en un reino que él nunca pudo llegar a imaginar.

Malov. como impulsado por los detalles de esta visión, alzó su pistola y apuntó. A esta distancia, a despecho de la misericordia del Señor, enviaría al camarada Tikhonovich al cielo con sólo la presión de un dedo.

Sintió recular la pistola contra su pulgar Escuchó un sonido como el de una mano desnuda al golpear cemento, y vio a Tikhonovich caer sin ruido sobre la tierra del cementerio. Las suelas de sus botas de campesino se movían espasmódicamente como las patas de un perro dormido.

Cuando cesaron los movimientos y quedó inmóvil. Malov se irguió. se limpió la tierra de las rodillas y avanzó hacia la puerta de la iglesia. De su bolso de cuero saco el pincel y la pintura, y en rojo, con letras irregulares, dejó impreso un verso de su propia liturgia:

¡EL PARTIDO ES LA MENTE, EL HONOR Y LA CONCIENCIA DE NUESTRA ERA!