175402.fb2 S?lo un muerto m?s - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 18

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El extraño ruego de Bidane

Aún no ha cerrado Koldobike… Sí, los gemelos siguieron mis mismos pasos para determinar esos cuarenta y nueve minutos que tardaría Lucio Etxe en regresar con refuerzos… En realidad, quien ha seguido los pasos que ellos inventaron he sido yo… Así, calcularon el tiempo que habrían de contar hacia atrás, hasta el minuto cero, momento en que cerrarían los pequeños candados de sus cuellos. Cabe suponer que añadirían unos minutos de seguridad a esos cuarenta y nueve, en previsión de…

La luz se filtra por los costados de la cortinilla de tela verde que cubre el cristal de la puerta. ¿Qué hace bajada esta cortinilla?…

Estoy tendido en el suelo y alguien me echa agua por la cabeza y oigo a Koldobike repetir: «¡Brutos, brutos, brutos!», pero no a mi lado.

– El librero está abriendo los ojos. -Es una voz de hombre, y creo reconocer la de uno de los amigos falangistas de Luciano.

Estoy al pie de la Sección y los objetos no dejan de dar vueltas.

– Puedes sacarla ya -dice la misma voz.

El golpeteo violento de la puerta del baño precede a la llegada de Koldobike y el segundo falangista.

– ¿Le habéis matado esta vez? -grita Koldobike, apartando al que está a mi lado, arrodillándose y levantando mi cabeza para apoyarla en sus rodillas.

– Chitón, o te vuelvo a meter en el retrete -dice la segunda voz.

Un pañuelo seca delicadamente mi cara y mi pelo.

– ¿Ya puedes oír, librero de los cojones? -pregunta el primero. Tengo de él más cerca sus botas que su rostro-. Te lo diremos una sola vez: arréglatelas para que nuestro pobre amigo mande su novela a tomar por el culo.

– ¿Y sólo por eso…? -clama Koldobike.

– Si tenemos que hacer otro viaje, colgaremos un cartel: traspaso por defunción.

Y se acaricia pomposamente la macabra funda de su trasto. Su rostro luce o desluce el chulesco bigotito de su raza.

– A las misiones heroicas hay que llevar la artillería -dice Koldobike.

Es inconfundible el golpe vivo de un sopapo, obra del otro falangista, que ha tenido que doblar el espinazo.

– ¡A ella no! -pido. Mi voz es tan espesa que no la reconozco-. Ese hombre escribe lo que quiere y no está en mi mano torcer su voluntad.

– Tú lo envenenaste y lo hemos perdido.

– ¿Perdido?

– Ha olvidado a la Falange y a sus amigos. Antes, nos leía versos patrióticos de su cosecha y acabábamos cantando el Cara al sol. Te juro, librero, que como no nos lo devuelvas…

– No puedo.

Quien ahora está golpeando ruidosamente la puerta de la calle no tiene intención de comprar libros. Los falangistas se miran y el del bigote murmura: «Es él», y el otro asiente, y el primero ordena a Koldobike:

– Abre.

Ella se despoja de su chaleco de lana, lo dobla y lo pone bajo mi cabeza. Cuando abre la puerta, Luciano se precipita hacia sus camisas azules gritando: «¿Lo habéis matado, imbéciles?». Al descubrirme con vida, trata de ponerme en pie tirando de mis hombros, pero se lo impide Koldobike:

– Déjale quieto, no lo remates.

Luciano echa a la calle casi a patadas a sus secuaces.

– Lo siento, lo siento… Son los flecos de la guerra… Ninguna pista aún…, ¡ni siquiera una miserable teoría! Ayer interrogué al gran don Efrén Bascardo -Koldobike y yo nos miramos: eso explica la carta del magnate de esta mañana- y a su secretario, o lo que sea, ese Aurelio Altube. A lo de don Efrén no quiero llamarlo interrogatorio… ¿Cómo sospechar de quien ha dado tantos millones para que Franco se alzara en armas?… Aurelio Altube sí que vio en mí a un investigador implacable. -Por segunda vez, Koldobike y yo intercambiamos miradas. ¿Cómo se nos ha podido escapar el hermano de los gemelos?-. ¡Qué magníficos diálogos realistas me están saliendo! Comprenderás que no comparta contigo mis descubrimientos. Escribo por las noches, toda la noche. Te buscaba para pasarte lo último y conocer tu opinión. Sé que no mentirás sobre un texto literario.

Saca de su bolsillo unos papeles y deposita su tesoro en una silla.

– Os dejo -se despide-. Esta noche tengo entre manos una operación importante. No se trata de política. Garbanzos. Un simple negocio de estos tiempos, en este caso con Eladio Altube.

Y se va.

Lo primero que hace Koldobike es correr el pestillo de la puerta, ausencia que aprovecho para probar mi verticalidad ayudándome de una mano apoyada en el borde de una estantería de la Sección. La cabeza responde bien, sólo me duele.

– Siéntate.

No necesito ayuda, pero Koldobike me sostiene hasta mi despacho.

– Siéntate -repite.

– Preferiría mover las piernas.

– Es que tengo algo que decirte -y me sienta en la silla-. He tenido otra vez aquí a Bidane Zumalabe. Se marchó poco antes de que aparecieran esos lochabacos. La pobre está como un flan de puro miedo. Tiembla pensando en lo que le pueda pasar a su marido. No se quitaba el pañuelo de los ojos.

– No es nuevo. -Siento que mi cabeza desea no hablar-. En este momento prefiero esperar a que el asesino se retrate. Por ejemplo, cometiendo un fallo.

– No tienes entrañas: si le matan a su marido esa mujer se muere. Se pregunta cuál es su deber de esposa. Me confiesa que su marido no sabe de dónde le puede venir el ataque. Me cogía las manos para llorarme: «¡No tiene ni la menor idea!». Necesita ayuda, Sam.

– Se encuentra en la misma situación que todos nosotros, que no tenemos la menor idea. ¿Que de dónde le puede venir el ataque? ¿De dónde va a ser? ¿Es que es tonta?

– De su boca salían las palabras atropellándose, y así no había modo. Pude descifrar que el miedo es mayor por las noches, y que si su marido está con ella puede dormir un poco. Me dijo: «Pero hoy estará fuera toda la noche». -Me encojo de hombros-. Quiere que vayamos a hacerle compañía. Y le dije que sí.

– ¡Cómo!

Mi pobre cabeza estalla con mi propio ruido.

– En realidad, te lo pide a ti, pero me incluye por el qué dirán.

– ¿Y el qué diré yo no cuenta nada? ¿Por qué no le dijiste que todo fue un juego con mala suerte que se trajeron su marido y su cuñado? Yo se lo diré y se esfumarán todos sus miedos.

– No hablarías así si la hubieras visto y oído. Ellos -Koldobike me señala la Sección con un golpe de cabeza- no vacilan en correr riesgos por ayudar a mujeres en apuros. Además, no pierden ocasión de fisgar en las casas de los que meten en sus historias. Los viejos caseríos como Zumalabena siempre esconden muchos secretos. -Espera a ver cómo reacciono y, ante mi silencio, concluye-: Iremos dando un paseo.

– Eladio Altube podría tranquilizarla con una sencilla revelación. ¿Por qué no lo hace? Le hablaré yo.

– ¿Y si estás equivocado? ¿No te importa quedarte sin novela por falta de criminal?

– En este momento lo único que deseo es dormir esta noche en mi cama.

– Además de todo, creo que Bidane Zumalabe no tiene a su marido tan cerca como quisiera, tan ocupado está en sus negocios. Le gustará nuestra visita, ya verás… Ahora echaré un vistazo a ese huevo que tienes en el cráneo.

Me confunde la ilusión que Koldobike parece haber depositado en este paseo, pero yo he impuesto el ferrocarril. Lo cogimos en Algorta a las diez de la noche, con destino a Larrabasterra, pueblo a cuatro kilómetros. Después de cerrar la librería, pasamos por nuestros domicilios respectivos, ella para cenar y cambiarse -me vino con un chaquetón amarillo de entretiempo- y yo para tomar, sin ganas, el preceptivo tazón de leche con sopas, explicar a mi hermana que la salida nocturna no entrañaba el menor peligro -incluí a Koldobike, para su mayor tranquilidad-, engañar a ama y coger la gabardina y el sombrero. El chichón de mi cabeza quedó fácilmente al margen de todo esto.

El traqueteo del vagón arremete contra mi amodorramiento. Tomaré esta visita nocturna como un plácido entreacto.

Sentada a mi lado sobre madera, Koldobike me pone al día:

– Nunca oímos nada raro sobre el matrimonio de Bidane y Eladio, pero sí sabemos que de novios estaban muy enamorados. Aunque mucho te quiero, mucho te quiero no siempre lo arregla todo. Tras la muerte de Leonardo, a Eladio le entraron las manías. Estuvo casi un año sin ver a Bidane. ¿Qué culpa tenía la chica de que mataran al hermano de su novio? Por entonces, los gemelos vivían en un viejo caserío abandonado y ruinoso de su propiedad, en Berango. Con poco más de veinte años, parece que ya tenían ahorrillos, o a lo mejor es que se quedaron con el caserío engañando a su dueño. También se dice que las perras serían las que robaron a Efrén Baskardo cuando trabajaban para él. El caso es que Bidane y Eladio no es que estuvieran todo ese año sin verse: Bidane se acercaba al caserío, le llamaba y Eladio asomaba la cabeza por el ventanuco del camarote, ella le pedía que bajara y le hablaba con una voz que parecía de muerto. Pero quería estar solo, le costaba digerir la muerte de su hermano… Bueno, y por fin se casaron, y ahora viven en Zumalabena, el caserío de los padres de ella, ya difuntos.

– Y ahora, la aldeanita tiene miedo.

– Y Sam viene a salvarle del malo.